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Competencia de verano por Yunalesca

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Notas del capitulo:

Disclaimer: La última vez que lo consulté, Reborn seguía siendo propiedad de Akira Amano... pero no desisto, en algún momento acabaré secuestrando a Gokudera, a Hibari, y a una larga lista más.


Pairing: 18x59, RxL


Notas: Cuanto tiempo! La verdad, no tenía claro que fuera capaz de seguir con el fic después de tanto, pero quería dejarlo a medias así que me he empapado de Reborn otra vez y aquí andamos, dando guerra de nuevo ^^


Seguimos con el 18x59, por supuesto, pero ya era hora de poner un poco de RxL así que tenemos un poco de cada en este capítulo.


Y como pequeña compensación, al final del capi hay un mini extra de diez años en el futuro. Espero que os guste.

De mal en peor

 

Sacó el arma de su pistolera, con un brillo diabólico destellando en sus ojos negros. Había llegado al límite de su paciencia. En realidad hacía casi un día que lo había dejado atrás, aunque aguantaba por el bien de Tsuna. Iba a convertirlo en Vongola Décimo, y aquella competencia era importante para él y su entrenamiento. Así que haciendo gala de toda la sangre fría que le había convertido en el mejor hitman del mundo, inspiró profundamente y bajó la pistola.

-Reborn, tengo un mocos- anunció Lambo, con su despreocupación habitual-. He olvidado mi pañuelo, ¿puedo sonarme con tu chaqueta?- y por si preguntar no fuera suficiente mala idea, hizo un gesto con la mano que dejaba muy claro que iba a coger la prenda y a sonarse.

A la mierda sangre fría, entreno Vongola e incluso Tsuna. Aquella vaca conseguía sacarle de sus casillas más allá de lo que nunca hubiera creído capaz. El click del arma al ser amartillada resonó en el silencio que los envolvía, así que Lambo se quedó paralizado, con la mano sujeta a la parte baja de la americana de su compañero.

-Muere, estúpida vaca- gruñó Reborn al tiempo que disparaba.

Lambo tuvo el tiempo justo de apartarse de un salto, y la bala pasó zumbando por el espacio que ocupaba segundos antes. Los ojos se le abrieron de terror cuando su compañero volvió a prepararse para disparar y se apartó caminando hacia atrás, sin dejar de vigilarle. No se percató de la piedra que había tras sus pies hasta que tropezó con ella y le hizo acabar en el suelo. Reborn no se inmutó ni un ápice y se acercó un par de pasos, dispuesto a disparar un tiro a quemarropa.

Los ojos de Lambo se llenaron de lágrimas y sacó la bazoca de los diez años, colocándola sobre su frente. Reborn le miró con una sonrisa de superioridad.

-No importa, un idiota es un idiota, con diez años menos o con diez años más. Vas a morir igualmente- amenazó, disfrutando de cada uno de los temblores que sacudían a la vaca. Sonrió retorcidamente cuando Lambo gritó de puro miedo y llevó las manos al gatillo. Y entonces se dio cuenta de algo-. Oi, estúpida vaca, tienes el arma al... revés- fue lo último que se escuchó antes de que le disparase y su cuerpo desapareciera.

Cuando las volutas de humo finalmente se disiparon, en su lugar apareció un Reborn adulto. No tenía diez años más, si no que era un hombre hecho y derecho que pasaba de largo los veinte y que miró a su alrededor con clara sorpresa. Hasta que sus ojos localizaron al Lambo de cinco años.

-Tú- fue cuanto dijo antes de sacar el arma en un movimiento increíblemente veloz.

El maldito crío vaca que le miraba con expresión desorbitada tenía la bazoca de los 10 años en la mano, por lo que se hacía muy buena idea de lo que acababa de pasar. Maldita vaca. Maldita, condenada y estúpida vaca que le sacaba de sus casillas. El muy idiota se había equivocado al disparar, y estaba dispuesto a matarle por ello.

Lambo debió notar el peligro porque gritó aterrorizado, volteó la bazoca y disparó una vez más. Esta vez sí, el Lambo de cinco años fue sustituido por otro de quince.

-Yare, yare... qué momento más inoportuno para cambiar- murmuró Lambo mientras esperaba que el humo se disipase para estudiar dónde estaba. La mueca de tranquilidad se tornó en otra de puro nerviosismo al ver a Reborn ante él. Más concretamente, al ver a Reborn adulto ante él-. Re... re... re...born- logró articular finalmente.

Reborn le contempló con una vena claramente marcada en su frente. Lo único que cubría el cuerpo de Lambo era una pequeña toalla enrollada en su cintura. Tenía el cabello húmedo y varias gotas de agua resbalaban por su torso desnudo hasta perderse en el borde de la prenda de tela. En las manos llevaba sus cuernos, pero aparte de eso no tenía nada más. Maldita vaca. Maldita, condenada y estúpidamente erótica vaca que le sacaba de sus casillas, gruñó para sí mismo.

Con movimientos bruscos, se quitó la americana y la arrojó sin ningún miramiento sobre un asustado Lambo, que dificultades tuvo para atrapar la prenda sin perder sus preciados cuernos en el proceso. Aunque el atolondrado movimiento hizo que se le desenrollara la toalla, así que finalmente tuvo que soltar las pequeñas astas para recuperar la toalla y taparse apresuradamente aquella parte de su anatomía que acababa de quedar al descubierto. Lo hizo de manera torpe, aguantando a duras penas la toalla frente a su entrepierna mientas con la otra mano sujetaba la chaqueta sobre sus hombros, intentando tapar la mayor parte de piel. Miró de reojo a Reborn, completamente avergonzado de su torpeza y con el rubor cubriéndole claramente las mejillas.

Reborn se agachó para recoger los cuernos que habían llegado rodando hasta sus pies. Una enorme vena palpitante había aparecido en su frente, clara muestra de su enojo. ¿Es que la estúpida vaca lo hacía expresamente? ¿Le estaba provocando? Se acercó con un aura diabólica hasta el menor, que cohibido por su falta de ropa se limitó a encogerse un poco sobre sí mismo, sin atreverse prácticamente ni a respirar. Reborn le colocó los cuernos en su sitio con poca delicadeza y perdió por completo la paciencia al ver como temblaba ante su roce.

-¡Tápate de una maldita vez!- gruñó. O no respondo de mis actos, pensó horrorizado.

Por fortuna, en ese momento dos Cervello aparecieron ante ellos, consiguiendo disipar un poco la tensión del momento. Cada una de las mujeres se paró frente a uno de ellos y les examinó con detenimiento.

-Confirmado que se trata de Reborn y Lambo- dijo una de ellas-. Están calificados para participar en la Competencia de Verano como integrantes del equipo del Décimo Vongola.

Así que allí estaban, en el famoso torneo, pensó Reborn. Eso explicaba porque no había reconocido el lugar. Posiblemente también explicaba porque estaba con la estúpida vaca a solas.

-Por favor, mantengan las chapas identificativas a la vista en todo momento- indicó una de las mujeres al tiempo que les entregaba un colgante a cada uno de ellos-. Reborn no fue capaz de distinguir si era la misma que había hablado antes o su idéntica compañera. Iba a replicarle que no era necesario porque desaparecerían en pocos minutos, pero la mujer siguió hablando sin darle opción-. Comprenderán que este evento es muy agitado y exige mucha atención por parte de los jueces, así que no podemos estar viniendo a comprobar continuamente que los participantes son los correctos. Por favor, pónganse esto- explicó, mientras le ofrecía una especie de brazalete con extraños símbolos en todo su alrededor.

Reborn lo miró con desconfianza, sin dignarse a tocarlo.

-¿Qué es?- inquirió.

-Un artefacto que les mantendrá a ustedes, de diez años en el futuro, atados a este momento, saltándose la restricción de los cinco minutos. Se las quitaremos en el momento en que la competencia termine. Así los niños no volverán a asustarse y a convocarles, y nosotras no tendremos trabajo de más. Por favor, sigan esta norma excepcional.

Y una mierda iba a quedarse a saber cuántos días con la estúpida vaca pegada a sus talones, se dijo Reborn. Ya podían ser Cervello o quien les diera la gana. Pero un rápido vistazo a Lambo consiguió que cambiara de opinión. El pobre se había quedado horrorizado ante la noticia, y miraba al hitman con tal expresión de horror que era puro placer para sus sentidos. Oh, quizás la idea de aterrorizar a Lambo unos pocos días no fuera tan mala, después de todo. Siempre y cuando tapara ese maldito, condenado y estúpidamente sensual cuerpo que le crispaba los nervios, pensó, notando como regresaba el enfado.

-Bien- en un gesto brusco, quitó el brazalete a la mujer y se lo colocó en la muñeca. La otra Cervello acababa de cerrar el segundo en torno al brazo de Lambo, que dejó escapar un gemido lastimero al saberse atrapado con él-. Pero traigan algo de ropa para esa estúpida vaca. No puede pelear así- rezongó. Y esa petición no tenía nada que ver con los mil pensamientos indecentes que pasaban por su cabeza en esos momentos, se dijo.

-No estamos aquí para cubrir las necesidades de los participantes- replicó con voz monótona la mujer, y se dio media vuelta dispuesta a irse.

Reborn entrecerró los ojos y dejó que parte de su aura asesina saliera a la luz, sujetando a la mujer justo antes de que diera un salto.

-Que le traigan ropa, he dicho- replicó, en un tono frío como el acero que no presagiaba nada bueno.

Cervello, normalmente impasible ante cualquier golpe o amenaza, no pudo evitar un estremecimiento subiendo por su espalda. Se giró para mirar a su compañera y le hizo un gesto afirmativo con la cabeza. La segunda mujer desapareció para volver al cabo de pocos minutos con un montoncito de ropa entre las manos. Por lo que parecía había ropa para Lambo e incluso una muda para cada uno de los dos.

-Su objetivo- indicó la primera de las mujeres que había hablado, entregándoles un sobre blanco. Con la edad que tenían, ambos debían haber participado en un par de competencias así que no consideró que fuera necesario explicar más. Con una mirada a su compañera, ambas desaparecieron en un movimiento fugaz, dejándoles a solas.

Sólo entonces se dignó a mirar de nuevo a Lambo, que ya se había colocado los pantalones negros y aquella ridícula camisa de vaca, y que se agarraba el borde de ésta con ambas manos y evidente nerviosismo. El menor dio un respingo involuntario cuando sus ojos se cruzaron con los del hitman.

-Bien... esto va a ser muy interesante- aseguró Reborn, dirigiendo a su compañero una sonrisa de lo más macabra.

 

OoOoOoOoOo

 

Hibari dejó escapar un bostezo sin ninguna clase de disimulo, para después seguir jugueteando con aspecto distraído con la colección de colgantes que guardaba en el bolsillo de su chaqueta. Era el segundo día de aquella maldita competencia y ya se habían hecho con seis chapas que cargasen jugadores del elemento niebla. No tenía ni idea de cuantas quedaban, pero no creía que lo llevaran mal. Pensar en plural le hizo fruncir el ceño con desagrado. Se recostó sobre los codos para contemplar hastiado a su compañero.

-No deberías fumar mientras cocinas- dijo Hibari. Frunció el ceño, recordando de repente algo-. No deberías fumar en la escuela- sentenció con un aura mucho más peligrosa.

Gokudera enarcó una ceja ante el comentario. Estrictamente, no podía decirse que estuviera cocinando. Se las habían apañado para pescar unos cuantos peces en un riachuelo que corría a varios metros de allí y simplemente había encendido una pequeña fogata donde los peces se tostaban lentamente. Y por favor, ¿Quién diablos pensaría en la escuela en aquella situación?

-Bien, si no quieres no comas- replicó el peliplateado con indiferencia-. Esto ya está…

Hibari murmuró por lo bajo algo que resultó totalmente incomprensible antes de acercarse y coger uno de los palos que había al fuego. Casi se lo había llevado a la boca cuando de repente una pequeña bola de luz rojiza se lo arrebato al vuelo.

-¡Uri!- gruñó Gokudera- ¿Qué haces fuera del anillo?

No había forma de controlar a su indomable gato, aparecía siempre cuando uno menos lo esperaba y seguía teniendo aquella absurda fijación por comer comida humana. Lo sujetó de la nuca y lo alzó, todavía con el pescado en la boca, para mirarlo con el ceño fruncido.

-Deja de hacer lo que te da la gana- le regañó.

Por toda respuesta, Uri maulló enfadado y empezó a arañarle la cara sin ninguna clase de contemplación. Gokudera pasó a sujetarlo rápidamente con ambas manos y, alejándolo cuanto daban los brazos de su cara para mantenerse a salvo de las afiladas garras, le fulminó con la mirada. En respuesta, Uri empezó a bufarle con el lomo erizado. Iba a soltarle una buena reprimenda cuando escuchó un sonido que le dejó helado. Se giró para mirar a Hibari, que se estaba riendo de buena gana. No podría asegurarlo, pero le parecía que nunca había escuchado reír al moreno, con ganas y sin rastro de burla, como le estaba haciendo en esos momentos. Hibari se puso en pie y se acercó lentamente a ellos.

-Os parecéis bastante, vosotros dos- comentó, mientras le quitaba a Uri de las manos y se lo llevaba cerca de la hoguera. Los dos hacían lo que les venía en gana, ignorando las normas y armando un considerable escándalo en el proceso. Cogió dos peces y le dio uno al gato mientras él empezaba a mordisquear el otro-. Me gustan los gatos- murmuró con aspecto ausente, acariciando la cabeza de Uri que empezó a ronronear complacido.

Gokudera le miró estupefacto. Sin tener muy claro si era un insulto o un cumplido, se sentó junto a ellos y empezó a comer en silencio. Casi habían terminado cuando un ruido a su derecha hizo que todos se giraran en tensión. Excepto Uri, quien se dejó caer en el suelo y se revolcó a un lado y a otro antes de hacerse un ovillo y dormitar. Menuda ayuda era…

Los dos habían llevado las manos a sus armas, pero en cuanto Gokudera vio aparecer la rubia cabellera de Dino se relajó. Ni él ni Romario eran parte de su objetivo, y en caso de que ellos lo fueran de los Cavallone… eran familias aliadas, así que supuso que negociarían antes que pelear. Aunque por la sonrisa franca de Dino y la calma con que se acercaba supo que no estaban en su punto de mira.

-Hola chicos- saludó con tranquilidad al llegar a su altura.

Por un momento, el guardián de la tormenta pensó que disfrutarían de una agradable compañía durante la cena. Hasta que Hibari se puso en pie con un movimiento brusco. Las armas aparecieron como por arte de magia en sus manos y su mirada se afiló al momento.

-Ooooh, el herbívoro idiota que se cree que tiene algo que enseñarme- torció los labios en aquella sonrisa sarcástica con que solía obsequiar a sus oponentes-. Voy a morderte hasta la muerte- anunció, justo antes de pasar a la ofensiva.

Dino gritó, saltó hacia atrás y sacó el látigo para detener el ataque, todo a un tiempo. Gokudera pensó que tenía mucha suerte de que Romario estuviera a pocos pasos, o habría acabado cuanto menos con la cabeza abierta. Y la pelea empezó.

Estuvieron bastante igualados hasta que el asistente de Dino cometió el error de acercarse en un intento de detener la lucha. Hibari le propinó tal golpe que el pobre Romario salió volando varios metros, yendo a parar detrás de un arbusto. A juzgar por lo que estaba tardando en volver, debía haberse quedado inconsciente.

No había pasado un minuto que Dino ya estaba en serios problemas y, tras un nuevo intercambio de golpes, el rubio acabó con el látigo enrollado en torno a su propio cuerpo. Hibari dio un paso adelante. Dino se intentó apartar de un torpe saltito, sólo para terminar cayendo cuan largo era al suelo.

-Así me gusta, que las presas esperen quietecitas mientras las mato- murmuró Hibari, con una mueca espeluznante en los labios.

-Hayato, controla a vuestro guardián de la nube- lloriqueó Dino, que todavía no comprendía que le había pasado a su látigo para terminar atado en torno a él.

Gokudera suspiró y se puso de pie sin demasiado entusiasmo. El Cavallone tenía razón, sin sus hombres cerca iba a acabar convertido en picadillo. A desgana, se acercó hasta el lugar de la pelea. Sujetó a Hibari justo cuando iba a descargar un golpe con una de sus tonfas. Pasó las manos bajo los brazos del moreno y tiró hacia atrás.

-Venga, deja de pegar a los otros niños- bromeó. Joder, acababa de sonar como el idiota del beisbol, pensó mientras levantaba un poco a Hibari para apartarlo de su indefensa víctima. Por suerte era más o menos de su mismo tamaño y no se había revuelto hecho una furia contra él, así que Dino tuvo unos cuantos segundos para deshacerse del enredo en el que se había metido él solito.

-Suéltame, herbívoro- gruñó, su tono convertido en una amenaza.

Gokudera chasqueó la lengua ante el insulto y le liberó. En ese momento Romario se puso en pie, frotándose la cabeza y bastante aturdido. Miró a su alrededor con preocupación hasta localizar a Dino. Tenía un buen golpe en la mejilla pero aparte de eso su jefe parecía bastante intacto, gracias a Dios.

-Romario, ahí estabas- dijo el rubio, recuperando su compostura y elegancia al momento- ¿Te has hecho daño?- preguntó preocupado-. Bueno, chicos, ya nos volveremos a ver, voy a curarle esa herida- se despidió, desapareciendo por el lado contrario al que habían llegado.

En cuanto se quedaron a solas, Hibari se alejó del peliplateado y se recostó, la espalda apoyada en el tronco de un árbol cercano a la fogata. Uri se los quedó mirando a ambos durante unos segundos, soltó un bufido a su dueño y corrió a acurrucarse junto al moreno. Hibari fulminó a Gokudera con la mirada antes de girarle la cara y dejar la vista perdida en la lejanía.

Bien, pensó Gokudera. Ahora no sólo le costaba mirar al moreno a los ojos sin sonrojarse, además su gato inútil le echaba bronca y Hibari estaba enojado con él. Parecía que la cosa no hacía si no mejorar.

 

OoOoOoOoOo

 

Extra: diez años en el futuro

Tsuna había reunido a todos sus guardianes en su despacho. Habían pasado a saber cuántos días encerrados en aquel contenedor especial para poder mantener a la décima generación Vongola de diez años en el pasado en su propio tiempo. Muchas cosas habían pasado en su ausencia, y aunque sus yo adolescentes lo habían hecho bien, había muchas cosas que arreglar. Desde la base secreta hasta la propia Namimori, pasando por restaurar las conexiones con la familia fuera de Japón y devolverlo todo a la normalidad.

-Sé que estamos todos cansados y que habéis pasado mucho tiempo fuera de casa, pero hay mucho trabajo que hacer así que lo empezaremos inmediatamente...- perdió fuerza en su discurso al ver la mirada irritada que le dirigía Hibari. Tuvo que reprimir el impulso de gritar “hiiiii” y esconderse tras la mesa, como hubiera hecho hacía unos años, y se preguntó si algún día dejaría de sentir ese pánico irracional ante el guardián de la nube - mañana- añadió con la máxima dignidad que fue capaz de reunir el Décimo Vongola-. Os veré aquí a primera hora. Hoy podéis tomaros el día libre- ofreció, sonriendo levemente a su guardián más fuerte. A fin de cuentas era una buena idea, había gente a quien él también tenía ganas de ver.

Gokudera se quedó junto a Tsuna hasta que todo el mundo se hubo marchado y, sólo tras asegurarse de que todo estaba en orden y no necesitaba nada de él, se decidió a salir. Casi sin pensar en lo que hacía se dirigió hacia los pasadizos de la base subterránea que contactaban con la vivienda de Hibari. A medio camino Uri decidió salir de su caja y le tomó la delantera, correteando alegremente hasta su rincón preferido.

Cuando entró en la estancia oriental, le recibió el potente golpe de Kyoya, que lo empotró sin miramientos contra la pared. Todo amor y dulzura, pensó sarcástico cuando notó el dolor en los huesos. La tonfa hizo presión contra su cuello, mientras el moreno le contemplaba con expresión de pocos amigos.

-Te fuiste sin despedirte- gruñó Hibari.

-¿Qué yo me fui sin despedirme?- inquirió Gokudera, en absoluto preocupado por la situación en que se encontraba-. Eras tú quien conocía el plan. Yo no tenía ni idea de que iba a desaparecer, ¿recuerdas?- hizo notar, con la paciencia que había tenido que aprender en estos años siendo la mano derecha del décimo.

-Tsk- el moreno chascó la lengua -. Tsuna y Shoichi dijeron que si Tsuna desaparecía te daría tal ataque de preocupación que serías un completo inútil, así que decidieron que lo mejor era que lo hicieseis los dos a la vez- refunfuñó, claramente molesto.

Gokudera se rió por lo bajo, de buena gana y animado, a pesar del insulto implícito. En un movimiento lento, apartó la tonfa de su cuello, consiguiendo que Hibari bajase renuente el brazo e hiciera desaparecer el arma.

-Casi diez años de relación y todavía sigues celoso de Tsuna- murmuró. Sonrió de medio lado al ver que el guardián de la nube dibujaba un puchero de niño enfurruñado-. Deberías saber ya que eres el único hombre de mi vida.

-Voy a morderte hasta la muerte por hacerme sentir esto- gruñó Hibari.

-¿Oh, sí?- el peliplateado se aflojó el nudo de la corbata - Ya puedes empezar- le retó en un suave ronroneo.

La sonrisa de depredador que le dedicó Kyoya antes de lanzarse a devorar sus labios le erizó por completo la piel. No importaba si eran diez años en el pasado, en el futuro o el momento presente. Amaba a ese hombre, y sabía que era amado de igual manera, aunque Hibari se atragantase con las palabras las contadas ocasiones que intentaba decirlo. Y esos sentimientos no iban a cambiar, sin importar lo el destino les deparaba. Cuando Hibari le quitó la corbata con un movimiento experto y sintió sus dientes dejando su marca en la clavícula, dejó escapar un jadeo y, ajeno al mundo que les rodeaba, se entregó por completo a él.

Notas finales:

Muchas gracias por leer, nos vemos pronto con la continuación. Si me queréis dejar un comentario me haréis muy feliz ^^


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