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¡Mátate! por Chat Noir

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Notas del capitulo:

Bueno, el próximo será el último capitulo. No me depediré antes de tiempo, oh no, pero debo decir que ha sido maravillosa la respuesta a este humilde fic y que me han conmovido sus comentarios, me alegra que esta historia haya sido de su agrado. Yo creo fielmente que se pueden involucrar la filosofía y la literatura en los fics, porque tal vez no sean grandes obras para los académicos, pero, al menos para mí, las historias que he leído son magnificas, además de pensar que en estos mini ensayos, se pueden tratar teorías e interpretaciones complejas. 

Como dije, el proximo será el último, y espero que nos podamos leer en otras historias, ya tengo una planteada y bosquejada, será un original esta vez. 

Ahora que di el tedioso discurso, por favor lean, no es necesario que comenten, pero siempre serán bien recibidas sus opiniones.

 

Sentado en el suelo, en una de las esquinas de la atestada y precaria sala de espera, en el área de urgencias, completamente preocupado y ansioso por saber si Eiri estaba bien. Ya era la hora de almuerzo en Japón, pero aun así los hospitales públicos seguían estado copados de gente. No podía darse el lujo de escoger una clínica privada cuando el ya-no-tan-joven escritor se estaba muriendo por sobredosis, esa mañana, tras llamar una ambulancia, en su espalda lo llevó hasta la calle y en una esquina esperó no muchos minutos al vehículo; en el mismo lo reanimaron, había dejado de respirar apenas diez minutos atrás y casi lo pierden. El equipo médico de turno que iba arriba, observaban al par de hombres y con rostros reprochadores e indignados, le prestaron atención médica al pelirosa también, para asegurarse que no estuviera peligrando su vida.

Esos ojos rondaron por su mente toda la mañana, el nudo que tenía en la garganta no desaparecía por mucha agua que tomara, por más que carraspeara o fumara, de hecho, ese nudo había invadido su estomago y la preocupación seguía creciendo, nunca antes sintió el peso de la responsabilidad por otra vida, al menos, otra que realmente le importara.

-¿Familiares de Uesugi Eiri? – llamó el doctor de turno que atendía en urgencias, al ex cantante casi se le sale el corazón, se puso de pie enseguida y fue directamente hacia el hombre de gastada bata blanca. Por alguna razón se sintió desesperado de que nadie le reconociera e hiciera un gran escandalo ¿Quién reconocería a un par de drogadictos? Nadie.

-Soy yo – dijo aun más nervioso y preocupado, sus ojos estaba dilatados y su cara grasosa, le costaba mucho respirar debido a las ansias. El doctor, al igual que los paramédicos, le miró con reproche y decepción, no se había fijado realmente de la radicalidad de ese tipo de miradas hasta ese momento, su dolor creció todavía más; apretó los dientes y en el fondo, la culpa, el llanto y la rabia se mezclaron ante esa odiosa mirada.

-Su amigo está bien, en su sangre encontramos una gran cantidad de sustancias ilícitas. Además de una cantidad peligrosa de alcohol – con alivio el médico tocó el hombro del pelirosa, ahora le observaba directamente con otra expresión, se trataba de angustia – él estará bien, se lo aseguro. Puede entrar y verlo ¿Está seguro que no tiene más familiares? – si su familia o cualquier otro se llegara a enterar, seguramente se haría un escandalo y no sería lo mejor para el rubio, o para él; decidió callar y decir que él era el único en la vida del rubio. Por alguna razón, el doctor comprendió que el tipo de relación que ambos mantenían, eso le consoló, en sus ojos se notó, mas había un dejo de preocupación en ellos. Shuichi entendió lo que el rostro del hombre le quiso decir, esa era una relación destructiva – te llevaré con él – finalizó.

Cuando entró al pequeño cuarto, su corazón se detuvo, se vio a sí mismo en esa camilla, sabía lo que era estar postrado entre las blancas y duras sábanas, entre las mullidas almohadas, con el suero conectado a las venas, mientras la vida se te va entre cavilaciones y recuerdos. Suspiró dolorosamente, cerró con fuerza los ojos, el resplandeciente sol de media tarde iluminaba tétricamente la habitación, como anunciándose testigo de la tortuosa muerte. Cerró la puerta y caminó cautelosamente hacia donde estaba el rubio, acercó un banquillo que estaba por ahí, se sentó junto al cuerpo que se vislumbraba cansado. Estaba inmóvil, como un cadáver en su ataúd, su respiración se agitó precipitadamente, el nudo que se extendía a lo largo del tórax hasta su estomago de forma repentina le quitó todo el aliento, como si la culpa quisiera matarlo. La hesitación de tocar aquella mano famélica se hizo fuerte, tanto que solo atinó a reposar su cabeza en la cama, ya no podía respirar, comenzó a llorar.

-Yuki – apenas si se escuchaba su voz, la tristeza, la zozobra, la pesadumbre, aquella que solo se puede apreciar en la más famosa pintura de Friedrich, en el tormentoso relato de la señora Dalloway, en la interpretación más profunda de Mercutio – Yuki – soltó en un suspiro arrebatador y, por primera vez en años dejó de pensar e interpretar más allá de lo obvio, se arrepintió y con congoja soltó – perdóname – al fin pudo respirar, podía llorar sin apuros, como si su vida se renovara, mas afligida y cansina como aquel cuerpo postrado en las rasposas cobijas; nunca había llorado de verdad, no así, no con tanto pesar y desesperación, como si el suplicio fuese perenne.

-¿Shuichi? – la voz perezosa rebotó en las paredes, tragó duro y el sabor de su saliva era parecido a la tierra. Movió su cabeza de un lado a otro, sus ojos no podían enfocar bien las formas y perspectivas, todo parecía borroso, como si se desvaneciera en el espacio al igual que el humo de los cigarros. Shuichi tomó la mano que se apresuraba intranquila a la búsqueda de la otra, sonrió y suspiró hondamente, aferrándose a la nórdica extremidad.

-Yuki – gimió, apretando los labios para detener sus sollozos, aunque fuera por unos lacónicos instantes.

-Hace tanto que no te escuchaba decirme así – una floja sonrisa se asomó – me alegro – su respiración profunda tranquilizaba al pelirosa, que sintió como ese gran nudo desaparecía raudamente al escuchar al escritor hablarle. Todo era tan sórdido.

Miró sus ojos gatunos y, en alguna parte de su alma, comprendió finalmente aquella frase tan famosa de aquel francés: “La mirada del otro es el infierno”. En su memoria se agolparon los ojos de aquellos desconocidos que les atendieron, aquella que le dejaron sin aliento, aquellas en las que se reflejaban sus más grandes temores y pecados. Encerrados en cuatro paredes, condenados a estar juntos, culpándose mutuamente de cada uno de los errores cometidos, como la escena final de aquella obra, a puertas cerradas en esa pieza inmunda, el infierno estaba justo frente a ellos. Pasaron horas de silencio era abundante y pesado, de reflexión despiadada, cuando finalmente hizo acto de presencia un doctor, otro doctor.

-Señor, debo pedirle que salga un momento para poder checar la salud de su amigo – él solo hizo caso sin farfullar o reclamar, todo llevado por su deseo de salir de ese gélido sitio, descubriendo que en su persona se engendró un horrible pánico a los hospitales. Estuvo sentado al menos veinte minutos en el suelo, hasta que salió aquella autoridad que marcaría un antes y un después en aquel día – su cuerpo ya está libre de sustancias– aseguró cortante, la mirada de ese doctor era de sumo reproche, recriminadora, autoritaria, como si lo odiara – y aquí está el nombre y la dirección de una clínica de rehabilitación y de centros donde puede hacer terapia de grupo – entregó los papeles correspondientes al muchacho pelirosa – espero no volver a verlos por aquí – sentenció fría y despectivamente. El hombre dio media vuelta y se retiró, pero incluso al ver su espalda se sentía esa animadversión tan sanguinaria; fue, quizá sin quererlo, su juez y verdugo. El nudo en su garganta volvió, con más miedo y angustia que antes, quería llorar como un niño desamparado, sin embargo solo le asintió a la nada y se apresuró a entrar a la habitación. El rubio, con cansancio, se vestía y al fijarse que el ex cantante se apareció raudo en el lugar, sonrió; la vida, esa que ambos habían estado llevando desde hace meses, no parecía la misma. Era como si realmente se estuvieran viendo por primera vez, queriéndose por primera vez; ya no era solo una relación sadomasoquista, no era solo una obsesión, no solo un capricho. Se observaron, el tiempo se detuvo, esos eran ellos, desdichados y fracasados ¡Ay la vida! Estaban viviendo, viviéndose, viéndose por primera vez; suena irónico ¿No creen?

Notas finales:

Gracias por leer, besitos :*


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