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¡Mátate! por Chat Noir

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Notas del capitulo:

Me decidí a continuarlo :) Aunque no tengo previsto que sea romántico o si quiera que tenga una trama fuerte. 

Una relación íntima con la tumba de Yuki que pronto se hará más potente.

Espero que les agrade 

 

Dulces sueños, se decía a sí mismo, al niño interno que deseaba dormir; él no podía dormir; él se quedaba mirando la ciudad y pensando hasta que alumbraba el alba. Dormir haría que todo volviera a comenzar mas, simplemente se quedaba embelesado por el candor y las cromáticas figuras que paseaban por las noches. Miraba a través de esa ventana, abrazando sus piernas, toda la noche, hasta que el cansancio le ganaba y dormía a lo más una hora.

 

Esas estrellas artificiales, las luces de neón, la electrizante vibra que despedían las sombras en movimientos. Gente, más gente caminando, por la tenebrosidad de las luces que jamás se apagaran; más gente, embriagándose, drogándose, traficando, robando, matando; más gente teniendo sexo, sadomasoquismo, orgías, violaciones; más gente, disparos, violencia, suicidios, prostitución, lacras, desgracia; se parecía a Japón, pero no olía ni brillaba o celebraba a lo nipón; era más vicioso e intoxicante, golosa y adictiva. Una ciudad que en la pletórica nocturna de tiempo suspendido.

 

Escribir era todo lo que hacía; beber, fumar y café; su delgadez desnutrida no era atractiva, su palidez enfermiza era preocupante y su cabello descolorido, opaco. Solitario y huraño, no gustaba de la compañía, tampoco la tenía; gustaba de paseos noctámbulos de vez en cuando o, cada semana comprar víveres, enceres y vicios para sobrevivir; también adoraba su café de la esquina donde todos le conocían y el bar-cantina, que solía visitar con frecuencia cuando las ansias de entablar una conversación se hacían poderosas. Lugares con una fuerte estética pasada, de épocas mejores, que se resistían a abandonar; el olor a humo y desgano se sentía, una esencia agotada pero alucinante de colores ocre y negro. Sitios escondidos para pensamientos incógnitos.

 

Cada mes recibía llamadas que le daban un soplo de ‘pueblo’, reminiscencias de primaveras de antaño e inviernos desoladores; voces peculiares y un idioma que poco a poco creía olvidar, parloteo que en algún tiempo fue rutinario y que ahora parece aburrido. Terminaba cansado luego de una sesión de media hora de charla.

 

Flojo y descuidado, con cientos de libros y pensamientos. Una persona cambia cuando se enfrenta a otra cultura, simplemente no puedes ser el mismo y menos cuando enfrentas una depresión suicida. Disfrutaba esa vida pacífica y claustrofóbica, encerrado en cuatro paredes adornadas en desorden y desdén. Al principio, angustia, por unas vacaciones que pensó solo durarían un par de semanas. No sabía qué hacer o cómo actuar, era confuso; un idioma que no comprendía, una vida que tal vez no quería. Esas vacaciones terminaron siendo eternas, estableciéndose como un ominoso ciudadano más. Se encargó de no volver.

 

En esa incertidumbre, agarró una costumbre quizá algo masoquista. Le permitía reencontrarse con los viejos pesares, sin embargo, recordar bellos momentos. Al comienzo era una lucha entre el odio que le tenía a un cuerpo carcomido por la tierra y los gusanos; entre el óbito, el llanto y maleza. Perdón. Empezó a quererlo, junto con eso dio pie a una lacerante tradición. Todos los domingos, sagradamente, visitaba aquel sepulcro. Conversaba con aquella figura inerte y sin vida a six feet under hasta que caía el crepúsculo. Dejó de preguntarle por qué le heredó un amor frío y apático con un trauma incurable, una pasión al borde de la paranoia, tan destructiva; le hablaba sobre su día a día, del insomnio y su idea de suicidio. Sonreía al saber que no lo juzgaría ni le aconsejaría, que no le escuchaba, que solo era una excusa para hablar sobre sí mismo en un acto de narcisismo y ego. Satisfactoria era la sensación conciente de que jamás le hablaría, que no tendría que soportar el llevar una conversación a la que sabía no atendería. Era un cadáver, un simple remedo de huesos y carne putrefacta llena de insectos que en un acto caníbal se lo engullaban y violaban hasta el hastío.

 

«Siempre me ha sorprendido el hecho that I enjoy de tu compañía, Yuki» murmuró «It’s nice saber que jamás estarás aquí again, aunque me a pena el hecho de que I’ll never gonna meet you; supongo que debía ser así… debes estar cansado de que te lo diga; aunque ya estás muerto» recostó su cabeza en la lápida. Suspiró al darse cuenta de que la tarde se avecinaba en un acto inalterable e inevitable «volveré la próxima semana; bye» está demás decir que se marchó sin anunciar mayores palabras.

 

Volvía a su imperturbable soledad y con un cigarro doblado, miraba los anaqueles iluminados ya. La penumbra se avecinaba y él no temía a los demonios que acechaban en los húmedos recovecos, o en los lóbregos callejones. Paulatinamente salían prostitutas y traficantes. Era un espectáculo teatral: la crápula nocturna, abucheando la luz del sol, maldiciéndola por no apresurar la espesura de la oscuridad; mascaras de fealdad de la alegoría milenaria, de una tradición que por siglos subsiste por cuenta propia. Un mundo totalmente nuevo, que renacía de las cenizas. La aristocracia del bajo pueblo, grotesca, artística, pícara, llena de color y fuerza. La Revolución Bohemia.

 

Él se marginaba. Solía decir que ‘el peso de los años ha caído para sepultarme con repentina vejez mental’. Se volvía a encerrar y mientras caminaba, sólo contemplaba esa vida tan luminosamente extravagante.

 

«¡Hey!¡Travis Bickle!» giró con incredulidad. La voz gruesa y tosca logró llamar su atención. Un hombre afro-descendiente corpulento y atemorizante se le acercó; su cara de rasgos toscos tenía expresiones serenas y entre la negrura de la noche, sus dientes blancos relucían como perlas incandescentes. Movió la boca para relajar la mueca, sentía que le alegraba verlo «gracias por esa copia de tu libro, me encantó, saberse conocido de un gran escritor, es fabuloso»

 

«No seas tan adulador, es solo un libro ¿Cómo van tus clases de literatura africana? Supe que pronto obtendrás tu segundo doctorado, es un gran merito» el gran hombre rió y esa carcajada profunda y escandalosa daba una sensación entre contagio y miedo; agradecido y entusiasmado le habló acerca de ese “gran merito” «…así que tu tesis será publicada; deberás enviarme una copia» y otra vez esa risa bonachona; era una conversación de paso, que duró un poco más de diez minutos, no obstante fue de esos intercambios que te dan ganas de continuar.

 

Un adiós y, el menudo joven, siguió su camino. Las conversaciones de paso eran sus favoritas: sabías que terminarían fugazmente, se dialogaba lo preciso y podías especular sobre lo que no se platicó, imaginar mundos imposibles y dar vueltas a un asunto que al día siguiente tendría un aspecto trivial.

 

Así que Travis Bickle

 

¿Desde cuándo era Travis Bickle?

 

Travis Bickle…

 

Con el acento adecuado sonaría a cantante de música funk; o con el deslizamiento correcto de las letras y un tono burlesco, parecería una alegoría risible: Tra-vis Bick-le.

 

«Tal vez el peso de los años de Travis a caído en mis hombros» masculló con otro cigarro en la boca en tanto que cerraba la puerta de su ‘hogar’. Se necesitaba la mera mención de esa mentira para olvidarse del pasado o, posiblemente, recordarlo con entereza catastrófica. Había salido de su casa como un anónimo, en el cementerio volvía a ser Shuichi Shindou –en una pronunciación occidentalista- y había regresado a su departamento como Travis Bickle –es divertido pronunciarlo con una sonoridad excéntrica-.

 

¿Cuándo te transformaste en mister Bickle? Tres meses bastaron para engendrarlo y sólo dos semanas para traerlo a la vida.

 

Negó a Shuichi, negó a Travis; ya no habían nombres, sin identidad. Estaba solo, en un paraíso apocalíptico y ágorafóbico. Pensarlo le traería ‘le malheur’. Rememorarlo convendría suicidio.

 

Quería suicidarse, era la afirmación y la hesitación que lo mantenía en la perenne vigilia. Atrocidad tentativa y latente.

 

Palpitaciones a mil; un corazón roído por las ansias y fiasco.

 

Fracasado. Patético. Derrotado. Asqueado.

 

«Es complejo entender estas emociones de congojo» las luces de neón iluminaron parte de su perfil; rojos, azules, morados se colaban por la ventana y bailaban. Desde lejos vio el paisaje noctívago con melancolía y molestia. Tomó su vaso el cual aparentaba ser un cáliz de tonalidad azur; tomó una botella de indistinguible líquido. Lo que vino después era parte de su rutina.

 

Insomnio, hasta el nuevo día. Siniestro devenir.

 

Notas finales:

Uff sé que es corto, pero lo prefiero así; compacto lo hace cándido. 

Travis Bickle es el nombre del Pj Ppal de Taxi Driver :3 (usé la referencia pues él tenía insomnio que lo mantenía en vigilia constantemente :D)

Gracias por leer :*

Chat Noir


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