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Reflejos por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Estan claras la diferencia entre ambos, ¿pero que decir de sus semejanzas?

—Todos pueden acercarse a una rosa si sabe donde está sus espinas y las evade.

Eso le dijo aquella primera vez de niños.

—Y yo puedo ver tus espinas.

Eso le fastidiaba.

Se apresuró a cumplir con su misión, ya sabía que Shaka había partido a la suya. Al menos, lo intuyó al bajar hasta el sexto templo. Pensaba tomarse su tiempo, quizás unos días fuera del santuario y con la excusa de la misión le ayudara a despejar todos los pensamientos inherentes a Shaka y toda su aura. Sobre todo, desde aquella afirmación que le hizo, muchos años atrás, cuando Shaka apenas tendría algunos meses con su armadura. Era increíble pensar que todavía le hiciera mella.

Esa tarde se le había ocurrido de nuevo caminar, simplemente porque los movimientos en el santuario se veían algo interesante. Por un lado, se oía de Aioros y su posible ascenso como patriarca. Por otro, el que fuese Saga el afortunado. Ciertamente ambos no le molestaba, pero si le preguntaba a Afrodita, tenía una cierta predilección a que fuera Géminis quien se quedará en ese lugar. Razones tenía, muy personales, y que no eran necesario ventilar para los rumores locales.

Lo que significaba esa caminata terminó en cuando pisó el sexto templo y vio al jovencito, no meditando como solía hacerlo, sino caminando y sosteniendo su rosario mientras acariciaba las cuencas con cierta pereza. El sueco se había sentido picado por la curiosidad porque aquel parecía estar en una especie de rebobinado mental, quizás buscando recordar algo que hubiese olvidado. No supo nunca que fue lo que ocurrió antes que los parpados se fijaran en él, con cierta profundidad. De nuevo se sintió desnudo, abierto y a su alcance.

—Si buscas algo, deberías abrir los ojos—asestó intentando de esa forma molestarlo. Virgo se mantuvo impasible al ataque.

—Lo que busco no se ve con los ojos—respondió el menor, caminando hacía el guardián de Piscis, con la armadura dorada que parecía bailarle por sus pequeños músculos.

El acercamiento lo aturdió, más no se separó. Los pasos le asustaron, más no lo demostró. Cuando el niño estuvo frente a él, subiendo su rostro para hacerle entender que lo miraban, lo sintió: ojos profundos que lo veían al alma…. El universo atrapado en parpados cerrados.

El niño le hizo una señal con su mano pidiendo que se inclinara hacía él. Obedeció, más llevado por la curiosidad de lo que podrían ser sus palabras. No esperó que sólo dejara hablar a sus labios…

En un beso: húmedo.

Antes de que pudiera reaccionar ya Shaka se había alejado tocando sus propios labios, como si estudiara las variables de su experimento. La sangre roja, caliente, borboteaba por sus torrentes sanguíneos y dejaba una pequeña marca carmín en sus mejillas. El brillo en sus celestes, el vibrar de sus pestañas, todo eso en cambio no era nada para lo que parecía ser la imagen de la inocencia más desbordante y seductora posible: la de Shaka con un leve sonrojo, estrujando sus cejas en aquel punto y pasando sus dos pequeños dedos sobre aquellos labios delgados, del color de loto.

—¿Qué diablos pretendes?—farfullo Afrodita intentando recuperar la compostura de ese asalto inesperado. Si Shaka tenía un poder escondido, debía ser ese. ¿Qué enemigo podría pensar que el niño tendría otros planes al acercarse?

—Busco respuesta—dio media vuelta—. Y tú querías un beso—se sentó en posición de lotos—. Ambos obtuvimos lo que buscábamos.

Adoración, admiración, seducción, miedo… Shaka.

Seguía jugando a esquivar las espinas, pero no le tocaba directamente…

Lo peor del asunto es que Afrodita esperaba por ello.

Partió con ese pensamiento molestando su concentración hacía la isla Andrómeda. Se encargó de la misión, intentó despejar toda reflexión que le agitaba en el pecho.

Shaka, una flor de lotos, si, pero estaba rodeada por la tela de araña de plata, capaz de atrapar a quien decidiera acercarse seducido por su belleza. El muchas veces se veía tentándola y sentía en Shaka el deseo de que se internara, más y más aunque con eso significara estar por completo a merced de esas sensaciones que le producían tanto malestar. No sabía de qué manera llamar esa sensación, esa… atracción, no común, no sólo carnal, si se podría decir. Era una atracción que iba más allá de lo que él podría llamar el plano físico. Pero hablar de ello le parecía ridículo.

Con la misma regresó, comprobando de nueva cuenta que el templo de Virgo estaba vacío. Con una extraña sensación de soledad y preocupación, siguió subiendo los escalones intentando mostrarse inconmovible. Pensaba en él, era cierto, pensaba en él y en cómo le habría ido en su misión, si no habría titubeado al atacar. Pensaba en él, tanto, que cuando lo vio bajando de la cámara patriarcal se detuvo con un palpitar agitando cada uno de los sentidos.

Podría estar rodeado de rosas, pero Shaka siempre relucía por su perfume de lotos. Lo sentía, penetraba por dentro y entonces…

Mordió sus labios ligeramente, lo escrutó con la mirada, le enfrentó, frente a frente, al haber reparado en el hecho de que Shaka se había quedado, inmóvil, en medio de las escalinatas de rosas, mirando la nada.

—¿Sorprendido con su belleza? ¿O por su peligro?—preguntó el sueco, tomando una rosa entre sus dedos, sin evadir las espinas. Provocándose deliberadamente una herida de sangre.

Cómo se supone que debería ser.

El rostro inflexible del hindú se desvió hacía él, mostrando la atención. El viento se mecía entre ellos, los pétalos volaban apresurado mientras el veneno aromático también se perdía entre el oxigeno: una mezcla mortal, que a ambos no le afectaba.

—Sólo pensaba en lo parecido que somos.

Piscis abrió sus ojos, mostrando consternación. Abrió su boca, intentando decir algo que al final se convirtió en una carcajada de burla. Abrió su corazón, y de inmediato lo encerró entre espinas.

—¿Parecidos?—y orgullo, mucho—. Shaka de Virgo, ¿que tenemos de parecidos?—el miedo, latente—. Lo que tengo yo de filósofo, lo tienes tú de ciego, Shaka—asestó, con cierta ira—. Además, me haces perder el tiempo, ¡hay noticias que debo informar!—y la distancia se acortaba, por parte de virgo—. Debo retirarme ahora—y el alma se escurría, gritaba, quería huir—, debo…

Y la palma derecha de virgo sobre su pecho. Las espinas se abrían espacio, los dedos blancos se acomodaban… los dedos blancos se acomodaron por el tallo de la rosa sangrante, evadieron las espinas, la tomaron, quitando de su paso las falanges de Piscis. La tomó entre sus dedos con la izquierda, señalo su corazón, con la derecha; elevó su rostro, le escrutó con sus sentidos.

Desnudo, desnudo, malditamente al descubierto ante él.

—Pensaba en que las rosas nacen de la tierra, y las flores de lotos del agua. Que las rosas no abren los pétalos por completo, el loto sí, abre todo y muestra todo.

—Eso son diferencias…—susurró en un hilo de voz. El rubio renegó con el rostro.

—Son reflejos que en lo diferente nos hacen parecidos. Somos como dos caras de una misma moneda, el ying y el yang, si quieres verlo de esa manera. Tus límites es el alcance de mis capacidades, lo que tú tienes a mi me falta y al mismo tiempo, yo complemento.

—Esto es ridículo—quiso alejarse, quiso escapar, quiso dejar de escuchar.

—La rosa que se esconde y se somete a la soledad por una decisión propia. La flor de lotos que en cambio, vive en soledad porque está más allá de lo terrenal.

—Basta…

—La flor de lotos que ve todo, pero es incapaz de entenderlo. Ve el cielo, pero no puede ver lo que hay debajo de ella… En cambio, la rosa, lo que ve lo siente, y lo que siente, lo ve.

De repente, la separación minúscula de la palma derecha; la que luego fue seguida por el resto del cuerpo de virgo.

—Nuestras esencias permanecen imperturbables en el tiempo.

Semejanzas…

—El patriarca se está preparando para la defensa del santuario ante los traidores, confía en todos, en especial, en nosotros dos.

Mismo objetivo: motivos diferentes…

—Sé que estas rosas son su última protección. Espero no lleguen a ser necesarias. De mi parte, me ocuparé que así no sea.

—¿Los mataras?

—A todos los que le enfrenten.

Una misma justicia: con dos visiones distintas.

Un conocimiento más allá del plano mortal, o un sentimiento tan sencillo como carnal. Daba igual. Ambos estaban allí, plantados con un mismo objetivo, por muchos que fueran diferentes.

Quizás… quizás si se acercara… quizás, quizás si lo dejara acercarse… quizás.

Y en un rápido movimiento, fue él quien acortó el espacio. En un minúsculo instante, fue él quien busco sus labios. Supo que Virgo lo intuyo, más no hubo acción alguna para dar la separación.

En un segundo, lo estaba besando… por un instante, dejó que Shaka no sólo las evadiera, sino que quedara marcado por ellas.

Al no conseguir oposición se permitió degustar del sabor de lotos, de los labios delgados, del calor, de su aroma, y de esas sensaciones que oprimieron a su pecho tempestuoso, agitando sus latidos, como si algo dentro de él se partiese en un instante para estar en completa desnudez ante Virgo. Atrapó la cintura con un brazo, atrajo, besó, besó, besó hasta que…

Hubo miedo, miedo, miedo.

—Suficiente…—lo soltó, se alejó dos pasos, desvió la mirada—. Supongo que eso es lo que querías con tanta habladuría, ¿no?—y de nuevo, se encerró bajo espinas—. Ya obtuviste lo que querías, ahora sí, me voy.

Y Shaka estuvo en silencio por unos segundos, con un leve sonrojo, con una pequeña dificultad para recuperar el aliento. Pero igual, inmóvil, etéreo… Como si el dolor de las espinas no le afectara, ni su aroma venenoso, ni su belleza, ni…

—En realidad, eras tú quien lo buscaba—concluyó virgo, con pasmosa calma—. ¿Es eso lo que tanto le temes?

—Pierdo mi tiempo.

—Además…—prosiguió, ignorando por completo que Piscis se adelantó unos pasos y ahora se daban la espalda.

Y maldita sea, Afrodita quería entender que rayos le hacía quedarse allí en espera de la conclusión de esas palabras.

—Yo también tengo un jardín—Afrodita lo miró, de reojo, con una mueca de disgusto con él que quería olvidar su reciente acto de debilidad—. Pero a diferencia del tuyo, que aguarda por los enemigos para llevarlos a la muerte; el mío aguarda por mí, es el lugar donde quiero morir.

De allí sólo escuchó los pasos elegantes y el perfume de lotos escurrirse sin que hubiera nada más entre ellos.

Pero el oírlo mencionar la muerte le creó una sensación de zozobra que le asqueó en sobremanera.

Dio la noticia, habló de su misión. De nuevo el aroma de lotos lo embargaba, sabiendo que estaba en el lugar que Virgo había ocupado minutos atrás. El patriarca desde su asiento escuchaba todo con atención, parecía maquetar dentro de su mente los próximos movimientos. Pronto vendrían los rebeldes, le escuchó decir, y las doces casa debían convertirse en sus respectivas tumbas; en caso de que, Aioria de Leo, fallara con su parte. Escuchaba las palabras y nuevas órdenes, pero más estaba dedicado a tratar de entrever de donde venían esas palabras de Shaka, porque le aturdía y sobre todo, ¿a qué se debía ese miedo inherente en su espíritu ante la posibilidad de conocer el dichoso jardín?

—Shaka de Virgo, ¿cumplió bien su misión?—se halló preguntando, sin entenderlo…

Era extraño, cuando siempre ante el patriarca ambos habían mantenido una mutua indiferencia, que en ese momento hubiera algo de interés. Saga lo detectó, calló por un momento, analizó.

—Así fue.

—Disculpe, gran patriarca, ¿podría hacer otra pregunta?

—Adelante.

—Virgo… ¿Virgo tiene un jardín?

Pensó que debía estar haciendo lo más ridículo que había hecho en su vida.

—Tengo entendido que si existe un jardín, mas desconozco su ubicación—respondió luego de largos minutos donde sintió un escrutinio severo sobre él—. ¿A qué viene tu reciente interés? Pensé que nunca fue de tu agrado.

—Shaka es un ser tan particular que dudo sea del agrado de muchos—asestó el sueco, aunque más como un auto convencimiento—. Es sólo que ahora se puso a hablar que tiene un jardín donde le gustaría morir, pensaba si acaso no se sentía en la capacidad de enfrentar a los adversarios si ya habla de muerte. En fin, le pido disculpas por tomar más tiempo del debido, me retiro.

Salió de la sala con un dolor en el pecho. No supo en qué momento, Virgo había llegado tan lejos dentro de él. Quizás, había esperado demasiado tiempo, y entenderlo en ese minuto le había creado un intenso sufrimiento en el alma. ¿Que si Virgo moría en la posible batalla? Morir… ¿por un ideal que desconoce por completo, protegiendo bondad? Ridículo, despejó sus pensamientos ante ello… Ridículo… algo así no podría suceder.

Shaka no era alguien fácil de enfrentar. Estaba seguro, Shaka vencería.

Y cuando eso ocurriera, quizás se acercaría más, más para internarse y si, porque no, conocer ese dichoso jardín. Más para conocer sus propios límites y encontrar los de él. Más para darse una oportunidad que sintió, no se había dado antes…

Más, cuando sintió el golpe de cosmos con el que protegió al patriarca de Aioria de Leo, demostrando una vez más su posición en la guerra.

Más, cuando bajó decidido a cumplir su promesa, hacer lo imposible para que ninguno llegara hasta el jardín de las rosas.

Más, cuando sintió el golpe de guerra que los arrojó, luego de llevarlos a un idílico campo de flores. Una ilusión… su jardín de lotos era un arsenal de ilusiones tras otras tan peligrosas como el veneno y las espinas de sus rosas.

Más, al comprobar que en medio de la pelea, Virgo y él más que iguales eran reflejos, eran dos almas dispuestas a verse tras un espejo para reconocerse mutuamente.

Más… cuando sintió a fénix superarlo un instante.

Más cuando la flor de lotos cerró sus pétalos.

Más cuando el aroma de lotos abandonó el sexto templo…

Tarde, de nuevo. Afrodita se dio cuenta que había sido muy tarde.

Más… soledad.

Notas finales:

~Fin~


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