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Dear Life por yuukiyuki

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Notas del capitulo:

bienvenidos a la puntual actualizacion mensualera de Dear Life!!

lo de siempre, tristemente ni gravi ni Yuki Eiri (T^T) me pertenecen sino a Maki Murakami y yo solo los utilizo blah blah blah...lucro...blah blah blah...ANGST...blah blah blah...pulpos...blah blah blah...lo normal n.n

damas y caballeros, con ustedes el año nuevo y Yuki el fuerte ^o^ *aplausos

Capítulo 2.-Año Nuevo

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Hasta antes de que ese gendarme se metiera a la fuerza en su vida, a Yuki le fascinaban los lujos y la vida cara; pero había terminado por adaptarse a lo sustancial y necesario. Durante esos últimos años no le habían hecho falta más lujos que su auto y alguna que otra prenda cara y, quizá porque estaba muy ocupado tratando de que el cantante no destrozara sus muebles o cosas importantes, que no se había dado cuenta del momento en que había terminado ahí, justo en ese departamento.

Ya había perdido la cuenta de las veces que se había mudado de casa y departamento a lo largo de su pseudo relación con Shuichi. Habían sido muchas y la verdad es que había ido reduciendo el espacio con cada mudanza. Pasó de una casa con cinco habitaciones a una con tres y un jardín, luego un departamento con tres habitaciones. Al final había terminado ahí, en un espacioso departamento en un tercer piso con dos ambientes y no mucho más de lo que le hacía falta para vivir cómodamente.

Hasta hacía poco tiempo, razonó, el sitio le había parecido bonito, cómodo y funcional, pero por algún motivo que aún escapaba a su entendimiento, en cuanto la puerta se abrió frente a él, el interior del departamento le resultó sombrío, solitario y grande. Sobre todo grande.

Sintió el silencio engulléndolo todo, adueñarse de cada rincón como un cáncer, igual de tortuoso que uno. De pronto, el cómodo departamento le pareció demasiado grande, demasiado espacioso y demasiado todo para una sola persona. El sofá era demasiado grande. La mesa del comedor tenía dos sillas. Su vajilla era para seis personas e incluso el espacio en su cama era demasiado para él solo. Pero ese era el precio que tenía que pagar por vivir por su cuenta, por haber rechazado la oferta de Tatsuha de volver al templo o la de Mika y Tohma de mudarse a su casa. Irónico, como si no le bastara tener aún vendado el torso, tener que procurarse cuidados especiales y tomar los medicamentos, se le había ocurrido vivir solo. Solo como había estado desde siempre, solo sin un alma que lo acompañase, viviendo solo en una casa impresionantemente grande…

Se dio cuenta del rumbo que estaban tomando sus pensamientos y decidió cortarlos, concentrándose en mirar el lugar para evaluar el desastre acumulado por dos meses. Todo estaba tal cual él lo recordaba.

Bueno, ahora que se fijaba detenidamente, en realidad no era así. Primeramente, el lugar estaba impecable y hasta olía a limpiador de pisos. Faltaban algunas figuras de porcelana del mueble junto a la puerta y tampoco estaba la lámpara en la mesita del teléfono. Las cortinas, que impedían el paso de la luz del día, no eran las blancas que él recordaba haber dejado puestas: en su sitio estaban las de color crema con flores bordadas. Torció la boca y regresó la vista a la mesita del teléfono, junto al sofá de dos plazas, y trató de recordar si la había roto cuando había salido tras Shuichi, pero en sus pobres recuerdos de aquella noche, no encontró respuesta. Entonces, recordó que también había preparado algo de comida y que esta, seguramente, ya estaba en un estado de putrefacción muy desagradable.

Dejó su maleta en el suelo y se dirigió a la cocina, pero esta estaba en perfecto orden. Frunció ligeramente las cejas y salió a la sala, donde paseó la mirada por todo el departamento: todo estaba, también, en un perfecto orden. Demasiado "perfecto orden". Rumió algunas frases inentendibles y dedujo todo lo que había sucedido en su ausencia. Seguramente, y ponía énfasis en esa palabra, Tatsuha había decidido ir a limpiar el lugar para el día de su alta.

Mejor para él, pensó, así ya no tendría que encargarse de eso. Pero justo estaba por volver por su maleta y llevarla a su habitación, que se le vino la idea de que tal vez, y sólo tal vez, no había sido su hermano sino Shuichi quien, al ir a recoger todas sus cosas, había decidido dejar arreglado el apartamento. Con esa idea en mente, se mantuvo quieto en su sitio, con la mirada perdida en un punto indefinido del piso. Giró sobre sus talones y entró a su habitación, donde la cama estaba hecha con el edredón blanco que despedía aroma a suavizante, y abrió el armario del lado donde el cantante guardaba su ropa.

Todo seguía ahí. ¡El muy estúpido había tenido el descaro de dejarle toda su porquería! Pero decidió que no iba a enojarse; ya echaría todas esas cosas a la basura en otro momento. Azotando la puerta del armario, regresó a la sala y se dejó caer en su cómodo sillón con la absoluta intención de no hacer absolutamente nada. Era que, a pesar de haber pasado dos meses y un tanto más tumbado en una cama, sentía que si no descansaba un poco caría al suelo ahí mismo. Todo él era un cúmulo de dolor físico, jaquecas y mal humor.

Ocupó su lugar en el lado derecho del sillón. No era que estuviera guardando el lado izquierdo porque era ahí donde siempre se sentaba el peli-rosa. No. Simplemente le gustaba más el lado derecho; la fuerza de la costumbre, se dijo, y asintió como aceptando su propia explicación.

Metió la mano debajo del sillón y sacó su cajetilla de cigarros de emergencia. ¡Al diablo las advertencias médicas! Se colocó uno entre los labios y lo encendió rápidamente, degustando el amargo sabor a tabaco en la boca y el humo raspándole la garganta. Hizo círculos con el humo y sacó el resto por la nariz; ya extrañaba ese sabor.

De nuevo el silencio le pareció molesto, pensó en encender el televisor pero descartó inmediatamente la idea, quedándose en su sitio. Únicamente había vuelto al principio, a la soledad de siempre, al bendito silencio que él había venido a quitarle. Podía sobrevivir. Lo había hecho sin Kitazawa y, seguramente, sobrevivir sin Shuichi sería todavía más sencillo. Eso, si el mocos no volvía antes, como siempre.

Incluso se permitió esbozar una sonrisa. ¿Quién necesitaba a un ruidoso mocoso rondándole todo el tiempo? Tan asquerosamente analfabeto que lo único que hacía era decir: "Yuki" sin cansarse, igual que un loro, un extraño loro rosado.

¿Él? ¿Yuki Eiri?

¡No! Obviamente él no necesitaba nada así, no necesitaba a nada ni nadie más que no fuera él mismo…y, claro, un poco de oxígeno.

Sonrió más abiertamente, exhalando el humo del cigarro por la nariz. Fue capaz de sentirse el mismo de siempre, desde que había despertado del coma no había hecho más que sentirse mal y bajar la cabeza, luego de la sutil acusación que Sakuma le había hecho se había dado cuenta de lo idiota que había sido.

Los días posteriores a su repentina vuelta a la conciencia habían resultado, para Yuki, demasiado extraños y difusos, además de todo lo que aconteciera aquella noche en que se suponía había ocurrido su accidente, eran como un sueño en su memoria. El recuerdo más claro que tenía había sido besar a Shuichi en el elevador y luego el hospital, aunque esto también le resultaba lejano e irreal. Había tenido un ataque de llanto y después fue repentinamente consciente de que toda su familia había pasado la Navidad con caras largas y expresiones taciturnas en el rostro. Por supuesto que no le importaba la gran cosa, estaba más entretenido pensando en todo lo que debía hacer cuando por fin le dieran el alta.

Contrario a lo que él mismo supuso, su primer impulso no fue correr a buscar a Shuichi como en aquella ocasión, se había dado cuenta que, ¡por los dioses de todas las religiones!, era Shuichi y siempre, siempre volvía a él. Lo había prometido, que nunca lo abandonaría y quizá el cantante era un idiota sin remedio, pero siempre cumplía sus promesas. Además, ya había tenido ese tipo de arrebatos en alguna que otra ocasión en el pasado, Yuki pensó que en aquellos dos años ya se habían tardado en tener una discusión de esa magnitud.

Además, no era que él lo necesitara, por supuesto que no. Era Shuichi quien lo necesitaba a él y era sólo cuestión de tiempo para que el mocoso se diera cuenta de lo que había dejado atrás. Entonces volvería, claro, volvería y le pediría perdón mientras lloraba como una niña. Pero él no iba a conmoverse por más lindo que luciera con los ojos grandes y brillantes a causa de las lágrimas, ni tampoco iba a ceder al impulso de tocarlo…o besarlo…o desnudarlo…o… ¡Bah! ¿A quién engañaba? Es un pervertido.

Pero no continuaría mortificándose. No tenía motivos para hacerlo. Él obviamente volvería, él sabía que volvería. Seguramente en esos momentos se estaba enterando, gracias a los programas televisivos de chismes, que había vuelto a su casa y le daba dos días, tres si se ponía digno, para que tocara a su puerta pidiendo perdón y permiso para regresar. Pero no lo iba a ser. No, claro que no.

—¡Porque no te necesito! —expresó en voz alta, mirando al techo como si allí se encontrara el objeto de sus frustraciones—. Hay gente que mataría, ¡mataría!, por estar sentado ahí, justo ahí donde sueles aplastar tu trasero. Pero cuando te des cuenta de lo que dejaste atrás, querrás volver y no te perdonaré, porque ¿ya me viste? ¡¿Me viste? No te consigues a alguien como yo en cualquier parte. La gente me pregunta: "Yuki Eiri, ¿cómo hace para mantener esa figura?" Y yo les contesto: "litros y litros de cerveza, tres cajetillas de cigarros en cada comida y por supuesto que el café ayuda mucho" ¡Nada tiene que ver el sexo bestial que tengo contigo! ¡Nada!

Pero justo estaba creyéndose su propio discurso, con el puño elevado y el entrecejo arrugado, que sus divagues fueron interrumpidos por el escandaloso pitido del teléfono. Gruñó, haciendo una mueca de asco y chupando largamente de la colilla del cigarro hasta casi consumirlo todo. Sin embargo, como si el aparato o la persona al otro lado de la línea, presintiera su renuencia a contestar, continuó sonando y sonando y sonando.

—¡¿Qué? —exclamó irritado cuando descolgó el auricular.

—¡Eiri-san! —dijo la voz al otro lado con un chocante tono de alegría—¡Qué bueno que ya esté en casa! —Había pensado en decir alguna vulgaridad y colgar, pero entonces reconoció la voz de su editora y decidió que eso no era del todo una buena idea, así que decidió escuchar un poco más.

—Aja—gruñó por toda respuesta.

—Soy Mizuki, Eiri-san.

—Aja.

—No quisiera importunarle ahora que justo acaba de salir del hospital, pero…—la mujer guardó silencio y el rubio imaginó que tomaba aire y seleccionaba sus palabras, esperó, pero se estaba empezando a enojar—. Sobre la fecha de entrega de su nuevo libro…

La puta novela—pensó Yuki, dándose un leve golpe en la frente con la palma de la mano—. Se me había olvidado.

La editora comenzó a hablar velozmente, con la voz más aguda de lo normal, tratando de explicar que no era ella quien lo presionaba, que ella entendía perfectamente que seguramente no tendría muchas ganas de sentarse a escribir, pero que la editorial, los agentes y otras personas importantes, se estaban impacientando. Ella continuó hablando, pero Yuki no le estaba prestando atención.

Desde el punto de vista de Yuki, inevitablemente tendencioso, los novelistas de éxito, como él por ejemplo, eran los más afortunados dentro de las artes creativas. Él sabía perfectamente que la gente de este tiempo no era precisamente adicta de los libros. Las gente iba al cine más de lo que leía, compraba discos compactos más de lo que leía e, indudablemente, veían más, muchísimo más, la televisión de lo que leía. Sin embargo, durante el tiempo que llevaba compartiendo al lado de Shuichi, fue capaz de confirmar su teoría de que el periodo de influencia de los novelistas es más largo, quizá porque los lectores son un tanto más listos que los aficionados a la música y otras artes, y por lo tanto tienen una memoria mejor. Nadie sabe dónde está ahora Bou, ese guitarrista colorido que simpatizaba al mocoso, ni qué ha sido de los miembros de XJapan (una banda que a él le gustaba en su adolescencia). Pero en esas fechas, Anne Rice seguía en el candelero sólo por hablar de vampiros muy homosexuales.

Haruki Murakami estaba escribiendo un libro nuevo, o eso era lo que se rumoreaba, le dijo Mizuki en algún momento de su cháchara y justo ahí él decidió prestarle atención a lo que decía. Admitía que si ese rumor resultaba cierto le iba a preocupar de veras. Ese hombre podría tomarse diez años entre cada libro y aun así producir éxitos de venta, y pese a que no se había sabido nada de él en un tiempo, Oe Kenzaboru seguía siendo tema de conversación en los círculos de lectura y clases de literatura.

Los lectores, a diferencia de los fans de cualquier otra arte creativa, tienen una lealtad sin parangón, lo que explica por qué tantos escritores que se han quedado sin gasolina o que no son, en opinión de Eiri, buenos, pueden seguir en marcha, impulsados a las listas de los libros más vendidos por las palabras mágicas de: "autor de…" en las portadas de sus libros.

Lo que el editor quiere a cambio, sobre todo de un autor como él, que vende un millón de ejemplares de cada novela en tapas duras y otro millón y medio en las ediciones rústicas, es muy sencillo: dos libros al año. Mizuki, como muchos otros agentes de Japón o Nueva York, consideraba que esto era lo óptimo. Trescientas ochenta páginas cosidas o pegadas cada seis meses; un comienzo, un nudo y un desenlace; un personaje principal que se repite de ser posible. A los lectores les gustan los personajes que reaparecen, es como reunirse otra vez con la familia. Si escribes menos de eso, amenazas la inversión que el editor ha hecho en ti. Y eso significaría que tu contable ya no podría seguir manteniendo a flote a todas tus tarjetas de crédito. Además, siempre está el riesgo de que los lectores se enfríen si tardas demasiado en publicar o como suele pasar, que publiques demasiado y los lectores se hastíen de ti y tus mismos cuentos.

—…por eso, Eiri-san—continuó Mizuki con un suspiro. Yuki se felicitó por haber regresado de sus digresiones justo a tiempo, a la sincronía perfecta para escuchar el final del discurso de la editora—, no es que la quiera terminada para mañana, pero si tan sólo me diera una fecha tentativa para calmar a los directivos y…

—Tendrás que darme honorarios si quieres que te la entregue tan pronto—sonrió con sarcasmo y casi pudo saborearlo—, porque, vamos, acabo de salir del hospital.

—Pero…antes de su incidente ya tenía una semana de atraso para la entrega del borrador de diciembre. El jefe sólo nos ha tenido consideración porque…por lo de su estado y…—Yuki gruñó, todo rastro de buen humor se había disipado. No quería saber sobre ello ahora.

—Yo te llamaré cuando lo tenga listo—la cortó de manera tajante.

—Pero, Eiri-san…

—Te llamaré—repitió con voz seca y colgó el teléfono.

Por mero instinto, se llevó la colilla a los labios e intentó fumar, pero el cigarrillo se había consumido completamente y se había apagado entre sus dedos. Con un quejido gutural que tal vez pretendió ser un gruñido de molestia, sacó uno nuevo de la cajetilla, encendiéndolo, y se encaminó al estudio. Antes de entrar, se detuvo como si se hubiera estrellado contra una pared al ver que ahí, frente a sus ojos, había un mensaje dirigido a Shuichi: "No entres a menos que estés desnudo" rezaba el papel y recordó que lo había pegado ahí días antes del concierto, cuando estaba adelantando el trabajo para no preocuparse durante el fin de semana.

—Idiota—rumió con coraje sin saber exactamente si insultaba al cantante o a sí mismo. Arrancó la hoja de la puerta y la hizo pedazos sin misericordia, arrojando la basura al suelo.

Entró al estudio y se dejó caer en su silla encendiendo la laptop, que siempre mantenía abierta pero que en aquella ocasión había encontrado cerrada. Una prueba más de que había sido su hermano quien había ido a meter mano en su casa.

Mientras esperaba a que el aparato se iniciara, pensó que Mizuki exageraba. ¿Y qué si se había atrasado una semana en la entrega del manuscrito? ¿Por qué no escribía ella si tanto le urgía? Sonrió socarronamente y se llenó, si eso era posible, de más orgullo.

—Porque ella no es Yuki Eiri—dijo al aire, soltando una risilla y chupando del cigarrillo.

Además, pensó, no había mucho por lo cual preocuparse. Yuki estaba en la misma situación que esos otros escritores que la mujer había mencionado en su discurso: idealizado por la crítica, adorado por sus fans y encuadrado en un mismo género. El mismo argumento de: "mujer sensible encuentra hombre fascinante". Pero se sabía bueno en lo que hacía y como de paso le gustaba hacerlo, no era tan difícil mover uno que otro hilo en una que otra parte del insípido argumento de una trama a prueba de tarados, para crear su nuevo éxito con algún giro innovador. Definitivamente le gustaba su trabajo; le pagaban por algo que amaba hacer. Era casi como tener licencia para robar.

Dio una larga calada más con un gesto de soberana soberbia; sin embargo, perdió todo su encanto cuando, gracias a su fondo de pantalla, comenzó a toser ruidosamente cual principiante, sintiendo la garganta arderle. Los ojos le lagrimearon y estornudó dos veces antes de recuperar el porte.

—¡¿Qué jodidos haces ahí? —rugió completamente atónito y exasperado, dirigiéndose a su inanimada computadora. Ahí estaba él de nuevo, dormido como un muerto en el sillón, boca abajo y con la boca tan abierta, en el momento justo de un ronquido, que se le veían los últimos molares, la cobija echa un bulto en el suelo y pedazos de piel expuesta por todas partes.

Odió a su pantalla por tener esa imagen ahí, en todo el esplendor de las quince pulgadas del monitor, brillando frente a sus ojos. Miró con odio verdadero a su procesador como si el montón de metal y cables tuviera la culpa de que él fuera un stalker de clóset y se desviviera en tomarle fotos a su "pertenencia" cuando este no lo veía. Sobre todo cuando estaba en poses tan deseables.

—Sólo la dejaré ahí porque…—calló, recorriendo con los ojos la imagen del muchacho desde los cabellos rosas hasta los dedos de sus pies descalzos—. Porque tus indeseables piernas se ven bien—finalizó con mal humor.

Pasando por alto la imagen y concentrándose en lo que hacía, dio click en el documento titulado "Esposa de una noche", pensando en cómo se le había ocurrido semejante cosa tan ridícula, y releyó rápidamente el archivo para retomar el hilo en que lo había dejado. El libro ya estaba en un ochenta por ciento, sólo faltaba el final. Casi por inercia, se olvidó de todos sus problemas, del dolor de su cuerpo y en general de todo cuanto lo rodeaba. Su mente comenzó a maquinar complicadas y sesudas posibles resoluciones para el manuscrito. Mas, dándose cuenta de que lo único que deseaba era terminar lo más pronto posible y que tampoco podía decirse que ese fuera su mejor trabajo, decidió no desgastarse mucho más y empezar a escribir el afamado "y vivieron felices para siempre".

Se masajeó el cuello, se tronó los dedos y comenzó a escribir sin parar durante tres horas aproximadamente. Le fue bastante bien, pero aunque no hubiera sido así, era una buena manera de matar el tiempo. Estaba casi terminada, sólo hacía falta una sola línea. Releyó su final, nada fuera de lo común, y se sintió un poco extraño al no poder teclear esa última línea que no constataría de muchas palabras, a decir verdad.

Bueno, señora Graham, vamos a empezar nuestra breve luna de miel en nuestra propia cama. Y supongo que habrás notado que he dicho nuestra cama, porque me niego a seguir durmiendo en ese monstruoso colchón de aire.

¿No era cómodo? —preguntó ella. Rob se inclinó sobre su mujer y volvió a besarla, y casi se olvidó de sus planes. Por fin, respirando con dificultad, se separó de ella.

¿Contigo durmiendo al lado? No, cielo, no era nada cómodo.

Melissa se acurrucó contra él.

En ese caso, me alegro de que hayas decidido reunirte conmigo en esa enorme cama porque tampoco era cómoda sin ti.

Rob pisó el acelerador y emprendió el camino de regreso a casa.

Me alegro de que la primera vez vaya a ser en nuestra casa, en nuestra cama—comentó Melissa—. No me gustaría tener que decirles a los niños que la primera vez que hicimos el amor fue al lado del lago en la furgoneta.

No hay mucha gente que cuente esas cosas a sus hijos—comentó Rob con humor.

Lo sé, pero nosotros somos afortunados.

Rob abrazó a Melissa con un brazo y el otro lo dejó en el volante.

Yuki permaneció ahí, con la espalda pegada al acolchado de su silla y mirando fijamente la brillante pantalla hasta que los ojos le ardieron y lagrimearon. No entendía bien qué pasaba; ya estaba resuelto, sólo faltaba agregar un último diálogo donde Rob parafraseaba a Melissa, dando a entender que serían muy felices a partir de entonces. Muy felices con sus ruidosos hijos, en su casa en el campo, entre el estiércol de sus vacas y caballos. Tan felices que darían asco.

—Encantador musitó con un marcado sarcasmo, chasqueando la lengua a su vez.

Se cruzó de brazos y exhaló aire varias veces, cerró los ojos y ordenó en su mente la oración que pondría al final. Suspiró, de repente se acordó que en el último par de años había iniciado un nuevo ritual para cada vez que terminaba con una novela nueva. Se le había ocurrido luego de uno de esos alocados días en que la inspiración parecía poseer su cuerpo y tenerlo escribiendo por horas, días y a veces por semanas enteras.

Una de sus obras más románticas (según la crítica claro está porque a él más bien le parecía que era su obra más asquerosamente cursi), la cual se le había ocurrido luego de unas vacaciones, al lado de ese, que lo habían relajado lo suficiente para inspirarlo. Ese día había fumado y bebido café y estaba tan cansado que los ojos se le cerraban por sí solos justo en el momento crucial de la última línea. Intentó teclear, pero la vista se le nublaba bajo el peso de sus párpados. No habría podido escribirla, de todas formas, aunque lo hubiera deseado con todas sus fuerzas.

Finalmente, resignado, llamó a Shuichi y este entró al estudio con una expresión de consternación y una linda sonrisa, preguntándole qué necesitaba.

Ven—le dijo, palmeándose una pierna en donde Shuichi se sentó justo después de darle un corto beso, con los labios juntos, en la frente—. Quiero que escribas el final—le anunció, señalando la pantalla del monitor con una mano y tallándose los ojos con la otra.

Creí que habías terminado ya.

Sólo falta una línea. Te la dictaré, trata de no hacer uso de tu "horrografía". —El peli-rosa se rió y asintió, escribiendo esas últimas palabras, poniendo el punto final y enviando el documento a la impresora según las instrucciones de su amante; después se le acurrucó y comenzó a acariciarle el cabello, arrullándolo hasta que se quedó dormido.

Al cabo de ese día, se había vuelto casi un ritual inconsciente que Shuichi escribiera esa última línea, la que él siempre le dictaba y que secretamente le dedicaba.

Eiri arrugó la nariz, hizo una mueca despectiva y gruñó largo. Shuichi ya no estaba, se había largado, así que ¡al diablo con él, joder!

Se sentó bien erguido en la silla y tecleó con furia. Tal vez lo había hecho demasiado fuerte porque una de las teclas hizo un chasquido, como quejándose de su rudeza. No se molestó en desconectar ni en apagar la computadora; se levantó de la silla y salió del estudio asegurándose de que la puerta se había cerrado tras de él. Encendió la consola de videojuegos y se dejó caer frente al televisor perezosamente. En aquel momento iba a desperdiciar todo su valioso talento y su precioso tiempo en ese mediocre y sencillo juego de guerritas.

Cuando se cansó de ser el master del Halo Online y de ser alabado y envidiado por todos los pobres jugadores que asesinaba a su paso con el francotirador, apagó el aparato y se dirigió a la ventana, comprobando que una horda de periodistas acosadores continuaba ahí, esperando a que él apareciera en cualquier momento. Tohma le había aconsejado no mostrarse en público hasta que el revuelo cesara, pero iban a dar las cuatro de la tarde y su estómago exigía algo de comida.

Cogió un abrigo del armario y unos lentes de sol de uno de los cajones en el mueble junto a la puerta principal y usó la salida de emergencia del edificio. Su Mercedes estaba aparcado en el estacionamiento y lo que esos periodistas esperaban era que lo usara en cuanto tuviera deseos de salir pero ¡ja! No contaban con las poderosas piernas de Yuki Eiri.

Bajó por las escaleras metálicas y anduvo a la pequeña plaza comercial que estaba a unos quince minutos a pie de su complejo departamental. Comió un sushi cualquiera en un establecimiento cualquiera que había tenida la fortuna de cruzarse primero en su camino y de postre se compró un helado de vainilla. En realidad tenía antojo de uno de fresa, pero decidió que no quería saber nada del color rosa por un tiempo.

Con su helado en una mano, se sentó en una banca del segundo piso. Esa que estaba frente a la tienda de ropa visual kei que siempre tenía a sus empleadas en demasiado sensuales y descarados disfraces de Santa Claus desde Navidad hasta el Año Nuevo.

Año Nuevo…

¿Era su imaginación o…? Miró su celular de reojo, sacándolo discretamente de su bolsillo. No era su imaginación, aquel día, más correctamente, aquella noche sería año nuevo. Se preguntó por qué lo había olvidado y cayó en la cuenta de que siempre era el baka quien se encargaba cada año de hacer todos los preparativos y pegar post-it en toda la casa para que él lo recordara.

Se puso en pie comenzando a caminar sin rumbo fijo. ¿Qué tenía de especial el Año Nuevo aparte de que el peli-rosa le dejaba hacer lo que él quisiera con su virginal cuerpo y todo cuanto hubiera en casa —que por lo general era helado, hielos, jarabe de chocolate y similares—?

Sacudió fuertemente la cabeza, tan fuerte que escuchó tronar su cuello. ¡Estaba pensando de nuevo en él!

¿Pero qué decías, Yuki? ¿Qué pateabas una piedra y las mujeres saltaban por decenas? ¿Dónde están ahora, eh? —Se decía mentalmente con reproche. ¿De verdad era tan incapaz de olvidarse del baka al menos por un día?

¡Joder! ¿Y qué, maldita sea, hacía él frente a los árboles navideños de una de las tiendas?

—¿Se le ofrece algo? —preguntó una vendedora minúscula a sus espaldas. Él le iba a demostrar que no lo necesitaba en Año Nuevo. Que no le necesitaba para nada; compraría el árbol de dos metros, ese por el que Shuichi rogaba cada año, le tomaría muchas fotografías cuando lo tuviera cubierto de luces y adornos y le enseñaría al imbécil ese, cuando regresará, de lo que se perdió.

No mentía. Compró el árbol, varias cajas de lucecitas multicolores, tal vez demasiados paquetes de esferas de cuantos tamaños y colores encontró y una estrella de metal brillante que pesaba tanto como la cruz de Jesucristo y pidió que todo lo llevaran a su dirección, pagando con la tarjeta de crédito que usaba para cosas sin importancia.

Regresó al departamento, volviendo a entrar por la salida de emergencia. Su pedido llegó varios minutos después, justo cuando él terminaba de acomodar sus muebles para hacerle espacio al árbol. Los hombres habían tardado diez minutos en dejarle las esferas y demás cosas pequeñas. Un par de horas en conseguir subir el árbol y meterlo en el departamento. Les cerró la puerta en la cara sin siquiera darles un "gracias".

Tomó su tiempo en prepararse para comenzar a armar el desbarajuste que tenía en la sala. Yuki, como en muchas otras situaciones, tenía ciertos pequeños rituales para hacer algunas cosas, era su versión del "orden" y así su mundo funcionaba mejor. Así pues, se quedó en una camiseta color verde olivo de tirantes, como esas que el cantante suele usar… ¡pero de hombre!; anudó su cabello, algo más largo de lo que solía usarlo, en una coleta y terminó su look de "voy a hacer algo que implica esfuerzo físico" con un pantalón gris deslucido. Entonces, y sólo entonces, pudo poner manos a la obra.

Colocó todas las esferas de diferentes colores donde le vino en gana y aún con todos los paquetes que había comprado, seguía habiendo demasiado verde, así que buscó entre los adornos de años anteriores algo que pudiera colocar en todos esos espacios. Al final, su árbol no era, bajo ninguna luz, un árbol navideño; era más bien un monumento al extremismo del churrigueresco.

A su humilde parecer, el árbol lucía bien. Magnífico. Estaba contento de su logro y alababa su ingenio cuando se dio cuenta de que debió de haber colocado las series de luces primero.

Con una mueca de hastío, las sacó del empaque y comenzó a enrollarlas alrededor de todo el árbol, enrollándose él mismo un par de veces y teniendo que arrojar unas series a la basura porque les había pisado los foquitos. Cuando acabó de hacerlo, las conectó en un solo enchufe con múltiples entradas.

Pero su proceso expresivo pasó de la tranquilidad a la furia descomunal en cuanto se dio cuenta que una de las series sólo prendía de una mitad, justo la que había enrollado en el fondo, lo más pegada al tronco, para que por dentro también tuviera luz. Intentó arreglarla sin quitar las demás; pero quitaba un foco, colocaba uno nuevo y entonces la serie prendía, pero se apagaba de la otra mitad.

Estuvo haciendo eso por una hora, juró que había cambiado todos los foquitos de toda la serie y aun así no se arreglaba.

Más que harto y llamando al Año Nuevo con todos los insultos existentes bajo el sol, metió todas las esferas en una sola caja con rudeza, reduciendo a la mayoría a un montón de astillas. También guardó ahí la ridícula estrella y se dirigió al balcón. Ahí y sin fijarse si había alguien debajo, lanzó la caja con toda la calma de la que era capaz, deseando que esta cayera encima del homosexual perro chihuahua de la viejilla del segundo piso; pero sólo recibieron el golpe los periodistas que parecían dispuestos a acampar debajo.

Un poco, pero sólo un poco más liberado, fue a tomar una cerveza del refrigerador, regresando a su sala a tomarla. La destapó mientras no dejaba de mirar las luces burlonas del centro e iba a dar el primer trago al amargo líquido cuando se lo pensó bien y prefirió darle un uso mejor. Todo en son de su tranquilidad mental.

La derramó toda en las conexiones del árbol a la luz, una gran chispa, de la que se tuvo que alejar con un brinco, brotó al instante, llevándose consigo, al desaparecer, toda la luz del edificio, dejando como nota de despedida el árbol empezando a consumirse por un ligero fuego.

Sonrió plenamente satisfecho, teniendo que ir a su refrigerador por otra de sus bebidas favoritas. El pino en llamas de su sala le alumbraba y le permitió escoger correctamente su cerveza de entre varios refrescos. Sólo le acompañaba el sordo pitido de la alarma de incendios y el crepitar del fuego.

Se sentó cómodamente en su lado derecho del sillón a ver el bonito espectáculo, sintiendo como cada vez las abrasadoras llamas aumentaban la temperatura del ambiente y el humo contaminaba el aire. Estaba mareado ligeramente, sintiendo un picor molesto en la garganta y los ojos cuando oyó fuertes toques en su puerta.

—¡Está abierto! —gritó sin desocupar su asiento, en el que ahora era el único sofá no consumiéndose por las llamas.

—¡Eiri-san! —Le saludó uno de los bomberos enfundado en su aparatoso uniforme. Los otros dos hombres que lo acompañaban sujetaban firmemente extintores y se concentraban en aplacar el fuego—. No fue en Navidad y creímos que este año…por lo de Shidou-kun, tampoco sería en Año Nuevo—rió el hombre con una sonrisa amistosa—, pero no podía faltar la visita a su casa ¿eh? —finalizó con voz alegre.

—Sí…—dijo secamente—, no quería perder la costumbre—replicó el rubio, invitando de su cerveza al jefe bombero.

Este negó amablemente el ofrecimiento y le colocó una mano en el hombro al escritor, mirando con orgullo a sus muchachos que para ese momento ya no apagaban un incendio, sino una pequeña fogata.

—¿No quieres algo de pavo? Mi esposa me ha dicho que te invite. Ella estaba segura que vendríamos y tenía razón.

—Gracias, Natsuo. —Fue él quien ahora negó, acompañándose de un movimiento de la cabeza. No tenía nada en contra de las dotes culinarias de esa mujer, pero simplemente no tenía ningún deseo de ir a ninguna parte. Ya estaba harto.

—Fuego controlado, señor—anunció uno de los muchachos. Era un chico al que no conocía, debía de ser nuevo. Él se le quedó mirando y luego abrió la boca con asombro.

—E…es Yuki Eiri—susurró con la boca abierta por la perplejidad.

—No ¿en serio? —contestó él con sarcasmo, dando otro sorbo a su lata.

—¡Mi hermana adora sus novelas! —exclamó el joven, entusiasmado y con los ojos brillantes. Yuki, sin despegar la boca de la lata, le miró con una ceja elevada.

—Claro, tu hermana—le dijo con una sonrisa mordaz tras el borde metálico de su cerveza. El chico se coloreó como un tomate y huyó de la habitación dando una excusa inentendible. El jefe Natsuo rió sonoramente, dando una varonil y amistosa palmada en la espalda de Yuki, que al ojimiel le dolió más de lo que hubiese deseado admitir.

—Tu siempre tan amigable. —Yuki no supo si lo decía en serio o no, así que decidió callarse y escoltarlo hasta la puerta.

—La luz volverá en unas horas. Recomiendo que cambies tú enchufe. Fue un gusto verte antes de terminar el año y ojalá te recuperes completamente pronto. ¡Feliz Año Nuevo! —dijo, extendiéndole lo que tenía pinta de ser un calendario.

Cuando se hubo ido, el rubio hojeó lo que, efectivamente, era un calendario, arrepintiéndose al momento de haberlo hecho. Enero: pose sexy en el tubo de emergencia. Febrero: pose sexy en el camión. Marzo: pose sexy con manguera en mano…ya no quería saber sobre los demás meses del año. Pensó en quemar el calendario y provocar otro incendio, pero fue un buen samaritano y decidió que iba a dejar que esos hombres volvieran tranquilamente a pasar el Añor Nuevo con sus familias, como debía ser.

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Ya eran las 12:30 de la madrugada y Yuki no se había atragantado de uvas, no había salido a ver los fuegos artificiales que tronaban tras la ventana y su laptop continuaba encendida, así que aprovechó para mandar el manuscrito de su novela a Mizuki, no quería verla —ni a ella ni a nadie—. Entró a la transmisión de un programa cualquiera donde estaban pasando los buenos deseos de los famosos. Actores, actrices, cantantes y otras celebridades pasaban, uno tras otro, deseando que la fortuna, que la suerte, que mucho amor, que esto, que aquello y si suel estúpido ese del que no quería ni mencionar su nombre, ya había pasado, no se lamentaba de habérselo perdido. Si todavía no lo había hecho, no se iba a molestar en esperarlo.

Apretó el botón de apagado y la pantalla se oscureció en el mismo momento en que su celular, silencioso durante todo el día, pitó y vibró en el escritorio: un mensaje de Tohma. Lo leyó por mera curiosidad.

"¿Crees que provocar un incendio es la mejor manera de pasar desapercibido? Feliz Año Nuevo."

Yuki no supo si enfadarse o no, así que optó por no darle importancia y adoptar una actitud indiferente. El aparato volvió a sonar sobre el escritorio y cuando en la pantalla miró el número del bastardo monje pervertido que tenía por hermano, dejó sonar el móvil hasta que, en el quinto o sexto intento, se silenció, lo cual era, en su raro lenguaje y relación con Tatsuha un: "¡Feliz Año, aniki! Blah, blah, blah…y te quiero y blah, blah, blah…y Ryuichi dice que blah, blah, blah…"

—Igualmente, imbécil—dijo, sonriendo y cerrando los ojos.

Estaba cansado. Cansado de todo; de la Navidad, del hospital, del dolor, del Año Nuevo y de ser Yuki Eiri "el fuerte". Necesitaba dormir y volverse simple y llanamente Eiri Uesugi. Sin embargo, el aparato volvió a sonar, interrumpiendo su ademán de irse a dormir. Miró la pantalla donde se leía "número privado" y lo dejó sonar, pero el aparato no se calmó hasta que, con seguridad, entró el buzón de mensajes; pocos segundos después volvió a vibrar y sonar por el mismo número y se rehusó, de nuevo, a contestar; pero el proceso se repitió varias veces más antes de callarse. Sonó entonces el teléfono de la sala, se negó a caminar hasta ahí y contestar y tras varios segundos se calló. Pero cuando estaba seguro que quien fuera acababa de darse por vencido, su celular volvió a sonar.

—¿¡Qué? —bramó él.

—¡Feliz Año Nuevo, papá! ¡Te quiero! ¿Me pasas a mamá?

No se molestó en colgar antes de arrojar el aparato el suelo con demasiada fuerza. No sabía si se había roto o si sólo se había desarmado, pero el caso era que la pantalla estaba oscura y ya no se oía la voz de ese molesto niño al otro lado. Llegó a su habitación dando grandes zancadas y se dejó caer, así vestido y con todo y zapatos, en la cama, mirando el techo y ladeándose pues no podía dormir boca arriba.

—Feliz año… Riku—murmuró con voz neutra y baja.

Él sólo deseaba que todos se murieran y punto.

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Notas finales:

*Arte churrigueresco: El término "churrigueresco" proviene del apellido Churriguera. Los Churriguera eran una familia de arquitectos barrocos cuya obra se caracteriza por presentar una recargada decoración (incluso más que la de la misma corriente barroca). El término nació con sentido despectivo, sinónimo de extravagancia y mal gusto, por parte de críticos y teóricos de la estética academista. Hoy día, por extensión, se usa el término para denominar el barroco español del primer tercio del siglo XVIII y que se entienden por todas aquellas arquitecturas que poseían un marcado movimiento y una abigarrada ornamentación, sobre todo retabilística.

Nekane *picando a Yuki con una ramita*: anda, anda, confiesa. Dí que extrañas a Shuichi, te hará sentir mejor.

Yuki: ¡Déjame en paz! ¡Yo NO lo extraño! ¡NO quiero que vuelva! ¡Y tampoco quiero verlo! ¡Ni quiero saber dónde, putas madres, lo tienes escondido de mí!

Yuukiyuki: ^^ Y no te lo vamos a decir hasta que admitas que lo extrañas mucho.

Yuki: ¬¬ perras...

Yuukiyuki: y gay el que niegue que quiere un calendario de los bomberos!!! xD


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