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MUERTE EN ATENAS por Dionysios

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Notas del capitulo:

Advertencia: Lemon

Kanon reconoce el gesto en el rostro de su hermano. Es un gesto triste, melancólico, que no le gusta. Desde pequeño, a Saga le ha costado demasiado abrirse y contar sus problemas —mas bien lo que considera sus fracasos— incluso hasta a él. Especialmente a él. Saga siempre ha querido ser el hermano mayor perfecto. Aunque fuera  mayor sólo por diez minutos.

 — Puedes empezar contándome por qué la clínica donde está el chico Figueiras no es usual —dice, para facilitarle la tarea.

 Saga sonríe mecánicamente, aunque agradecido, y se aboca al tema.

 — Es una clínica ambulatoria —escupe.

 — ¿Ambulatoria? ¿En qué sentido?

 — En el que oyes. Luego de que los desenganchan de la dependencia física, los pacientes quedan libres de ir y venir a su antojo.

 — ¿Desde cuándo se deja a los adictos curarse sin aislarlos? Es decir... ¿quedan expuestos a su vida… a los dealers?

 — Pues yo tampoco me lo explico. Los dejan salir sólo con el número de celular del psiquiatra de turno anotado en un papel. En caso de emergencia.

 — ¿Y se curan?

 Saga compone un gesto desesperado.

 — ¡Claro que no! Si me pidieras la razón por la que alguien internaría a un ser querido ahí, te diría que es sólo para dar la ilusión de voluntad de cura.

 — Pero nuestro amiguito Figueiras lleva seis meses limpio. ¿De dónde él sí sacó la voluntad de cura?

 — No me lo explico. Y, sinceramente, no he tenido tiempo de leer su historia clínica

 —  ¿De veras el chico está limpio,  o mentiste en el informe?

 Saga se remueve en su silla, incómodo.

 — ¿Por qué mentiría en ese informe? El chico ha decidido dejarlo todo. Y lo ha logrado, por su propia voluntad.

 — Demasiada entereza, si me preguntas. No pudo hacerlo solo  —luego clava la vista en su hermano—. ¿Te ha dicho con  quien vive?

 —No, pero no olvides que no ha sido un adicto desesperado. Es un chico de clase acomodada, confundido, y rehabilitado. Hay miles de ellos.

 — Hay algo en él que no me cierra... ¿Qué impresión te dio la clínica?

 —  No vi a Figueiras en la clínica, sino aquí. Sólo contacté al psiquiatra, o el tipo que se supone los asesora. Ni siquiera recordaba quien era el chico.

 — ¿Y cómo es que sabes tantas cosas de la clínica, entonces?

 —  Averigüé de ella a través de alguien. Un... conocido.

 La vacilación hace que Kanon levante la cabeza.

 — ¿Es alguien que yo conozco?

 Si bien el tono de Saga ha sido  dubitativo, la voz es firme cuando dice:

 — Un informante que no puedo revelar.

 Kanon suspira.

 — ¿Cuál es tu apreciación profesional de Aioria Figueiras, entonces?

 —  Está más limpio que la mayoría de la gente que conozco.

 — ¿Es tu última palabra?

 — Leíste mi informe, ¿no? Lo elevé para la corte. Si no fuera mi última palabra no lo habría hecho.

 — Ese chico... Mi intuición dice que hay algo más en él…

 — Pues tu intuición no tiene un fundamento psiquiátrico. Ve a verlo tú, y saca tus propias conclusiones.

 — La abogada va a comerme vivo. No  podría acercarme a él.

 Saga ríe con aspereza.

 — ¿En esa clínica? ¿Es una broma? Según mi informante es un relajo absoluto Podrías tirarte a todos los pacientes y nadie se daría cuenta de que entraste siquiera.

 — ¿Qué tan confiable es tu informante?

 — El más confiable que tengo.  Según él, cualquiera puede entrar,  salir o hacer lo que se le ocurra sin que lo noten. De hecho, podrías asesinar a todos y nadie se daría cuenta hasta dentro de dos años —Saga lo ha dicho como una broma, pero Kanon se queda repentinamente serio.

 — ¿Y recién ahora me lo dices? Al chico le han masacrado toda la familia, es sospechoso de varios homicidios, y  tenemos que interrogarlo…

 — ¿Crees que el asesino vaya por él?

 — Según el chino, él es el asesino…

 Saga abre la boca, pero antes de que tenga tiempo de decir algo, Dohko aparece en la puerta, como conjurado por las palabras de su hermano.

 — No tengo todo el día para esperarlos, ¿saben? —dice.

 Saga le sonríe, con frialdad.

 — Es una conversación privada, si no te importa.

 — Si es del caso, me interesa y me compete a mí también.

 — Es algo personal.

 — ¿No tienen tiempo para cosas personales en otro momento? Digo… desde el útero que están juntos.

 — No vivimos juntos…

 — Pues lo disimulan muy bien. Cada vez que me doy vuelta, ahí están los dos, cuchicheando. Como si no me bastara con uno solo…

 — Si no te gusto —le espeta Kanon—, no tienes más que ir a ver a Shaka y explicarle que no sirves para nada, y que te vas a China en la próxima lancha ilegal que salga del Pireo.

 Dohko se frota la frente.

 — Escucha… estoy muerto de cansancio, realmente molido. La migraña me está matando y tu xenofobia no ayuda precisamente a mejorar mi estado de ánimo —luego lo mira con los ojos más oscuros que nunca debido al agotamiento—. Aquí tienes la carpeta del caso Anastassakis. Cuando termines, no tienes que llevarla a mi despacho. Déjala aquí y yo la retiro mañana.

 — Dohko… —Kanon nunca ha visto dolor en los ojos del chino, y eso, sumado al rechazo implícito de Radamanthys, lo conmueve—. Danos diez minutos y somos todos tuyos ¿De acuerdo?

 Dohko resopla.

 — Todo está en la carpeta... De cualquier forma es el trabajo de un chino, así que supongo que no habrá nada allí que llame tu atención. Cópiate las direcciones que necesites y déjala aquí. Mañana hablaré con Shaka.

 Cuando Dohko se vuelve para abandonar la oficina, Saga le corta el paso.

 — Tienes razón. Tenemos tiempo para cosas personales, después. Discutan el caso, que está tan enredado que ni siquiera se ve la punta del ovillo.

 — Quédate —le ruega Kanon, con voz algo desesperada—. Discutimos el caso con Dohko y luego tú y yo vamos por un café.

 Saga mira la hora, con un gesto de sorpresa que parece fingido.

 — No puedo hacer eso…  Saori y yo tenemos una fiesta. Luego me cuentas.

 — Tenemos una charla pendiente, Saga.

 — Lo sé. En cuanto me libere, vamos por ese café.

 

Cuando la puerta se cierra, el chino enfrenta al gemelo.

 — Interrumpí algo de veras importante, ¿verdad? Lo siento…

 Kanon hace un gesto con la mano, restándole importancia a la situación.

 — Tenemos que enviar a alguien a la clínica. Saga sabe de buena fuente que cualquiera podría colarse ahí, y dejarnos sin sospechoso…

 — Yo me encargo…

 — ¿Tú? ¿No era que te sentías mal?

 Dohko lanza una carcajada amarga.

 — Estoy acostumbrado… —luego se sienta y coloca un sobre frente a Kanon—. Tethys Figueiras… la autopsia es por demás interesante. Lo obvio, es que murió debido a los cortes. Probablemente el del cuello, aunque los tres tenían violencia suficiente como para darle un aventón hasta las puertas de San Pedro. No la mataron en la casa, sino que la dejaron allí después de muerta. La víctima no opuso resistencia, no hay señales de que se defendiera. Hay hebras plásticas en muñecas y tobillos, con lo que suponemos que la mantuvieron amarrada. Pero parece que la mataron mientras estaba inconsciente… drogada, seguramente. Pero no hay rastros de químicos en la sangre.

 — ¿Te tomas el trabajo de drogar a tu víctima para que no sufra, y la cortas con violencia suficiente como para matarla tres veces?

 — Tal vez lo de la droga se les fue de las manos…

 — ¿Cuánto tiempo necesitaron para hacer todo eso? Deathmask dijo que hacía una hora más o menos que había muerto… Es muy extraño…

 Dohko rió, con sorna.

 — Pues escucha esto: Deathmask se equivocó.

 — ¡Es imposible!

 — El cadáver fue congelado. Cuando la encontraron ayer debían haber pasado varias horas desde la descongelación. Parte de lo que creyeron sangre era agua… No podemos precisar exactamente cuándo la mataron.

 — Cuando se entere Shaka,  va a sacarles las bolas a Deathmask, y se las va a congelar, como el cadáver…

 — Yo creo que le gustan demasiado las bolas de Deathmask como para hacer eso… Pero no dudo que vaya a mordérselas con furia…

 Kanon lanza una carcajada sonora.

 — ¿Crees que Deathmask y Shaka tienen algo?

 — Nada serio… conflictivo, más bien. Como tú y…—Dohko se detiene, agita la cabeza y silencia.

 Kanon pierde la sonrisa instantáneamente, pero no dice nada.

 — ¿Quieres la otra revelación de la autopsia?  —continúa Dohko casi un minuto después—. La señora Figueiras no tenía trompas de Falopio. Sea quien sea el mocoso, no es su hijo.

 Kanon mira fijamente la carpeta, pensativo.

 — Pudieron extirpárselas luego de tener el bebé.

 — No fueron removidas quirúrgicamente, sino que ella nació sin las trompas. Tethys Figueiras era estéril, Kanon.

 — Vaya… así que Figueiras debe haber tenido una amante que fue la madre de sus hijos…

 — La autopsia no nos dice nada más, pero puedo pasarte mis notas sobre el hijo. No es mucho, porque pensamos que el mocoso era un ligue temporal del hijo de Anastassakis, aunque tal vez te ayude en algo —Dohko se detiene un momento, esboza una sonrisa cargada de falsa timidez, y continúa—: Eso sí, si vas a pajearte, no manches mi informe, ¿si?

 Kanon resopla, molesto, y le quita una fotografía de las manos.

 — Dame eso… —gruñe, y un segundo después se le acaban las palabras.

 La foto muestra a Aioria Figueiras, con los brazos en alto, cruzando la línea de llegada de lo que parece una maratón. Su figura se destaca, alta y robusta, entre los competidores. Rebosa salud por cada poro, en especial en el tono muscular de dos piernas bronceadas y fuertes. Kanon recuerda al despojo que han interrogado en la oficina y, como si le leyera la mente, el chino acota:

 — Es él, sin dudas. Antes de caer en la adicción. Fue campeón de triatlón cuando tenía  veintiún años.

 — ¿Triatlón?

 — Sprint. No creas que es un atleta  olímpico, o un ironman.

 — De cualquier forma, es un esfuerzo físico impresionante… —Dohko asiente y Kanon golpea la foto con una lapicera—. ¿Cómo alguien con semejante preparación psicológica termina en garras de la droga?

 — Es lo que tienes que averiguar tú. Malas compañías, probablemente…

 — O un padre de mierda… ¿Qué más sabes?

 —  El chico frecuentaba los clubes nocturnos de Anastassakis. Sobre todo cuando Mu estaba en Grecia. Lo llevó un par de veces al apartamento de Kifisiá. Pensamos que se gustaban… tú sabes… ambos son chicos guapos… Anastassakis tenía su pareja oficial en España, y cuando estaba en Atenas salía con cuatro o cinco diferentes. Ninguno parecía formar parte de sus actividades ilegales. Representaban más bien un poco de droga, alcohol, un polvo para pasar el rato… ese tipo de cosas.

 —  ¿Por qué  Figueiras terminó llamando tu atención?

 —  Con los demás era un polvo o a lo sumo dos. Con Figueiras llegó un momento en el que se veían en forma regular… Mu comenzó a rondar su apartamento, como si lo vigilara… y nos resultó extraño. Mu siempre había salido con tipos muy pero muy guapos. Y si bien el tal Aioria no es feo, hay que admitir que sus días buenos han pasado.

 — ¿Esa es tu evidencia para sentar a Aioria en el banquillo de los acusados? ¿Qué Mu no podía enamorarse de él porque era más feo que los demás? —Kanon cierra la carpeta, molesto, como si el contenido se le antojara ridículo— ¿Qué nunca te miraste al espejo? El amor es ciego, cabrón. Y así como alguien puede amarte a ti en contra de todo pronóstico,  puede existir alguien que ame al drogata…

 — Llámalo intuición, pero entre esos dos había algo raro. Algo más que sexo.

 — ¿Tenían sexo?

 — Claro que sí. Por lo menos cuando iban al apartamento de Anastassakis. Podíamos observarlos desde una obra en construcción contigua. En Kifisiá es diferente. Ya viste que el maldito lugar es un búnker.

 — ¿Por qué tenían a Mu bajo vigilancia? ¿Creen que tenga algo que ver con el crimen de su padre?

 — No podemos descartarlo como sospechoso… Sin embargo, no creemos que él esté involucrado. Pensamos que fue alguien del entorno. Si logramos entender la relación con la china, creo que podemos atar el papel de un Figueiras en la ecuación.

 — ¿Cuál es tu opinión?

 Dohko lanza una carcajada.

 — ¿De veras te interesa mi opinión, o es simple cortesía?

 — No malgastaría mi cortesía con un chino, Dohko…

 — Tienes mala actitud, Thematos… recuérdame no cubrirte el culo si algún día alguien te dispara… — Kanon mira su reloj,  se pone de pie, y el chino continúa—: Figueiras le pidió a Anastassakis que se deshiciera de la china, y algo les salió mal.  Es nuestra opinión.

 — ¿Y dónde entran los críos?

 — O tienen mucho que ver, o quedaron en el medio. Y el tuyo tiene una testigo que lo señaló como el tipo que merodeaba a Mime, el día que se lo cargaron.

 Kanon levanta la foto de la maratón.

 — ¿Le mostraste esto?

 — Claro que no. El tipo ahora parece un fantasma desvelado… —Dohko rebusca en la carpeta y le muestra otra foto.

 Kanon se concentra en los hombres que le muestra la imagen. Uno es Aioria, con su pinta de drogata, y el otro es un joven delgado, seguramente alto, de facciones delicadas y una impresionante melena púrpura. Ambos están sentados en un café, y miran algo que queda fuera del foco, a la derecha de la cámara. Aioria tiene una expresión turbada, Kanon juraría que triste, mientras que el otro joven sonríe, apuesto, con una expresión inocente que se le antoja falsa.

 — ¿Mu Anastassakis?

 —  Exacto.

 — No parecen enamorados…

 — Tu hermano y su esposa tampoco, y tengo entendido que llevan once años juntos…

 Kanon sonríe un poco.

 — Vete a la clínica, a ver si nos bajan a uno de los testigos-sospechosos.

 Dohko se aprieta las sienes y gira los hombros, componiendo un gesto dolorido. Se pone de pie con lentitud, y a Kanon se le ocurre una idea.

 — Déjalo. Yo lo haré.

 — ¿Qué? —Dohko le clava la vista, sorprendido.

 — Yo lo haré. Quiero ver la famosa clínica.

 — ¿Estás seguro?

 — Claro. Iré con Radamanthys. Tú vete a casa. Mañana te comento mis impresiones.

 El chino, aún sorprendido, se vuelve cuando llega a la puerta, como si fuera a decir algo, pero se contiene a último momento, y sólo inclina la cabeza, a modo de despedida.

  

Apenas Dohko cruza la puerta, Kanon, decidido, descuelga el teléfono.

 — Hola, Pan. ¿Está Radamanthys?

 Ella suelta una risita leve.

 — Digamos que está ocupado…

 — Lo siento, preciosa, pero es urgente…

 Kanon vuelve a escuchar la risita y una voz masculina —indiscutiblemente Radamanthys— que  pregunta quien es. Hay un instante de silencio y luego escucha la carcajada estentórea de su amigo. No le cuesta imaginar a Pandora imitándolo, y un sentimiento amargo le sube por la garganta.

 — Hola, Kanon —la voz de Radamanthys reemplaza en su pecho la amargura, por una nostalgia imposible de comprender.

 — ¿Qué hizo esta vez, Rada? —escupe, ácido— ¿El gesto de chupar una polla, o el de masturbarse?

 — ¡Demonios! —la voz de Radamanthys es seria y grave—. No interrogues a nadie hasta que yo llegue. Voy para allá…

 Kanon cuelga el teléfono, molesto. El maldito  inglés a veces se merece un Oscar con esas putas actuaciones.

 Cuando se mete en su auto, para llegar a su apartamento cuanto antes —está seguro que su amante va a presentarse allí—, resiente cuánto de su vida pertenece a ese mundo de mentiras llamado Radamanthys Wyvern.

 2.

 Cuando Radamanthys termina de sacarse la camisa, Kanon se da cuenta de que está más delgado que cuando vivía en Londres. Y de que le cuesta ver el amor en sus ojos, aunque no ha dejado de hablar de amor desde que cruzara la puerta de su apartamento.

 Elude el gesto rápido con el que el inglés ha intentado tomarlo por el cuello, y protesta:

 — ¿Eso es lo que quieres? ¿Un polvo rápido e irte? Llegaste hace menos de dos minutos, y ya estamos desnudos, dispuestos a follar como si no existiera un mañana…

 Radamanthys resopla, y se sienta en uno de los sillones, el más amplio. Ese donde le gusta reclinarlo, cuando le hace el amor.

 — No creo que sea buena idea que nos pongamos a conversar… no llegamos nunca a buen puerto cuando conversamos…

 — Pues te guste o no, hoy es una de esas noches en las que hablamos…

 — ¡Por el amor de los dioses, Kanon! —estalla el inglés— ¡Sé realista! Vives en un maldito mundo de fantasía. Comprende que tengo una esposa que me espera en casa… ¿Qué quieres que haga? ¿Qué la deje, me rinda a ti, y me abandones como a un perro, de nuevo? ¿Sin la más mínima explicación? ¿Es eso?

 A Kanon se le detiene el corazón con las palabras de su amigo. Esperaba el reproche, la tristeza, pero es la primera vez que Radamanthys reacciona con agresividad. Sabe que el inglés detesta hablar del pasado, o explicar por qué se le apareció en Atenas —un año después de que él se escapara de Londres, en plena noche y sin mirar atrás—, con esa estúpida alemana colgada del cuello; pero la reacción lo pone de un humor de perros. Sin embargo, la furia le dura lo que tarda en descubrir el sufrimiento en los ojos dorados de su amigo, reemplazada por algo mucho más aterrorizante: lástima. Lástima por el inglés, preso de un juego que él ni siquiera tiene claro, y por él mismo. Por ser tan patético, y no  poder sincerarse y explicarle que nunca será capaz de compartir su vida con él, pero que odia verlo en brazos de otros. Sacude la cabeza para tratar de borrar esa mirada que se le quedó grabada en la mente. Porque también es la mirada que tiene Radamanthys  cuando se da cuenta de que aún lo ama, cuando no quiere sexo, sino hacerle el amor.

 — Soy realista, Rada. El que estás fuera de la realidad eres tú… ¿Piensas que no tuve una razón para hacer lo que hice? ¿Crees que después de lo que fuimos el uno para el otro, iba a dejar que se perdiera porque si?

 Radamanthys cierra los ojos, y toma su ropa del piso.

 —No voy a discutir contigo. Hace un año que buscas excusas, y sé que no las tienes. No me amas y punto. Yo te amo, y me tienes atrapado aún… —se pone la camisa con furia—. Preferiría vivir sin tus vejaciones, claro, pero me las arreglaré para olvidarte algún día... Me está yendo bastante bien en eso, afortunadamente.

 — ¿Por eso estás en Atenas? ¿Para escapar de mí? No seas ridículo. Pediste el pase precisamente por lo contrario…  En el fondo te mueres por devolverla a Alemania a patadas, y quedarte a mi lado…

 — Si las cosas llegan a ese punto, créeme que preferiré  volver a Inglaterra.

 — Escúchame, inglés, porque esto es una promesa. Con tu flema tradicional, aguantarás que te haga el amor, cuando yo quiera, todas las veces que quiera.

 —Ya lo veremos.

 — ¡Por supuesto que lo veremos!

 Kanon se sienta a su lado, y le arranca la camisa.  Los botones caen sobre la alfombra, como una delicada lluvia de nácar. Lo toma de la muñeca antes de que pueda ponerse de pie. Tira de su brazo hasta pegarlo a su cuerpo,  y lo abraza. Radamanthys aprieta los labios para impedir la penetración, pero es inútil. Kanon se los separa con la habilidad de siempre, como si estuviera compitiendo por un premio superior en el arte de besar.

 Radamanthys se rinde. No sabe si lo hace por amor, o porque si se marcha, Kanon no le dejará un segundo de paz en toda la noche. Por un instante se siente la sombra de lo que una vez fue, pero cuando las manos de Kanon le acarician su erección por sobre la fina tela de su boxer, los escrúpulos lo abandonan. Lo ama, lo odia, lo desprecia. Pero cada vez que el griego lo toca, termina condenado por su propio deseo.

 La mano sigue deslizándose sobre su piel desnuda, quemándosela hasta hacerle olvidar la crueldad de sus juegos y rendirse a sus demandas. Radamanthys le murmura al oído que lo adora y que lo necesita más que nunca. Las lágrimas, olvidadas, se repliegan en sus ojos, y sus manos grandes comienzan un vaivén en la piel del glande del griego, que no admite vuelta atrás.  

 Pero Kanon aún tiene algo que decir:

 — Te aseguro que yo tampoco saldré ileso.

 — ¿Por qué? —murmura el inglés, deteniendo su mano, casi sin aliento—. ¿Por qué  también tú quieres pasar por esto? ¿Por qué dañarte a tí mismo? —su mano vuela a su rostro avergonzado, y lo cubre—. Por favor, Kanon… No nos hagas esto.

 —No nos hagas esto —repite el griego,  y pasa la lengua por el hueco de su garganta—. ¿No entiendes que quiero exorcizarte de mi vida? —le toma la mano y se la aparta de la cara—. Odio amarte. Odio las noches en que no puedo dormir por la necesidad de tenerte… Me odio por permitirte ejercer esa fuerza sobre mí…

 De algún lugar recóndito, Radamanthys  saca la fuerza para separarse de él.

 — Me haces sufrir por algo que tienes dentro y que no puedes controlar… Eres tan infantil que a veces me das lástima…

 —No gastes tu lástima conmigo —dice Kanon con algo de frialdad—. Déjala para tí mismo, o para tu esposa. Me da la sensación de que pagas el doble de lo que yo sufro… Ahora, si quieres marcharte, te dejo libre. Vete a la cama con ella y a ver cuánto  puedes estar sin pensar en mí…

 Radamanthys se pone de pie. Piensa que debería matarse antes de pasar otra noche en ese lugar. Se dirige a la ventana, abre de golpe las cortinas y aspira el perfume de la noche. Es sofocante y húmedo y se lleva las manos a la garganta, apretando fuerte, al sentir que está a punto de estallar en llanto.

 — ¡Eres un maldito animal! —grita, sin mirar a su compañero.

 —No, amor. Tú lo eres. Uno muy sensual, de hecho  —Kanon se ha puesto de pie y se ha detenido a sus espaldas. Su boca está muy cerca de su oído, tentándolo pero reprimiéndose al mismo tiempo.

 Radamanthys se da vuelta, enloquecido, y lo toma en sus brazos. Kanon trata de luchar,  pero su fuerza no se iguala a la del inglés.  En un segundo se ve atrapado entre el sillón y el cuerpo macizo de su amante. Lo siente reverberar contra su pecho, rozarlo con los jirones de la camisa, que aún cuelgan de su pecho fornido.  Radamanthys lo observa  un momento con sus ojos dorados, antes de inclinarse sobre su vientre y recorrerlo con la lengua hasta hacerle emitir quejidos de puro placer. Conoce esa boca incansable, y sabe que ha logrado quebrarlo de nuevo. Es el momento de la venganza. Esa con la que sueña cada noche que el inglés lo deja solo, con la necesidad sexual carcomiéndole las entrañas.

 Radamanthys acaricia con sensualidad su sedoso vello púbico, con una presión rítmica, buscando y encontrando la parte más sensible de su cuerpo. Luego, muy despacio, sus caricias se hacen más profundas e invasivas, y el ritmo lo lleva cada vez más cerca del éxtasis; hasta que la penetración es inevitable y, pese a que esa noche quería invertir los roles, en ese momento exquisito se rinde a algo que sabe no puede detener. Pero no le importa.  Su venganza contra Pandora admite toda clase de sutilezas.

 — Así, Rada… así… ¡Dioses! ¡Que bueno eres! —grita, cuando lo siente clavado profundamente en su interior.

 El inglés suelta un suave gemido de triunfo que sabe a derrota, y sus acometidas aumentan el ritmo. Está sumido en un torrente de furia y calor al mismo tiempo, que lo tiene luchando contra lo inevitable. La boca de Kanon aplastándose sobre la suya captura su grito de angustia por el dolor y el tormento que sobrepasan hasta el placer de poseer a quien ama.

 Kanon siente el aliento cargado de desazón sobre sus labios y se da cuenta de que él también se está lastimando. El momento liberador del orgasmo le sabe más amargo que nunca y, cuando todo termina, no puede detener unas lágrimas que no reconocen un motivo claro: se derraman por él, por el inglés, y tal vez por un enorme  amor perdido.

 Con la boca, Radamanthys  le seca la humedad de las mejillas y luego se retira para mirarlo desde arriba, y recorrer con una mano su melena lujuriosa.  Sus dedos se enredan en los mechones, de una manera absurda en su posesividad.

 — Que bien te queda largo —murmura, con lentitud—. Si no te hubiera dado esa locura de abandonarme, en Londres, podría haber estado allí para verlo crecer. Me habría gustado…

 Luego se levanta, y comienza a vestirse.

 — Nada de un polvo y adiós, señor Wyvern —le reprocha Kanon—. Tenemos que ir a la clínica a cuidar al mocoso Figueiras.

 — Bueno, pues creo que tendrás que ir solo.

 — Ni lo pienses, te vienes conmigo.

 Radamanthys, a medio vestir, se sienta suavemente sobre la cama.

 — Kanon, esta ha sido nuestra última noche juntos. Lo entiendes, ¿verdad?

 — ¿Cuántas veces vas a decirme eso?

 Radamanthys se cubre el rostro.

 — ¿Qué quieres de mi?  Te lo di todo en Londres… Jamás me dijiste por qué te fuiste… Te he seguido hasta aquí y sigues siendo una incógnita…

 — Olvidas un pequeño detalle… Viniste abrazadito a tu linda esposa…

 — Kanon, me abandonaste, me lastimaste, me atormentaste, me humillaste… ¿Qué más es lo que quieres hacerme?

 Kanon se sienta en la cama, velozmente.

 — Esto —jadea.

 Su boca se posa sobre la de Radamanthys. El beso se hace más profundo y el inglés  siente un miedo que su profesión jamás le ha provocado. Quiere a Kanon, y a su vez no lo quiere, y odia ese tipo de provocaciones.  Con un esfuerzo, retira su boca y lo empuja con los puños cerrados.

 — ¡Maldito! —susurra, cerrando con fuerza los ojos.

 — Vuélvete —le pide su amante, acariciándole los puños con la yema de los dedos.

 — ¡Nunca!

 —Hazlo, Rada —el tono de Kanon está cambiado. Es más suave y ronco, excitante.

 El inglés trata de ponerse de pie, pero su cuerpo lo ignora y reacciona con una especie de voluntad propia. Abre los ojos mientras los dedos de Kanon le frotan la entrepierna, y lo mira con ojos oscurecidos por un deseo irrefrenable.

 — Vuélvete… No tienes idea de cómo te deseo…

 Radamanthys sabe que es el momento de irse, de mostrarle que no va a dejar que juegue con él un minuto más, pero sucumbe, porque la verdad es que se sabe incapaz de  torturarlo.

 Kanon le suelta las manos en ese momento, porque comprende que el inglés no va a retirarse. Luego le toma la cara entre sus manos y le besa los labios, manteniendo el movimiento rítmico de sus caderas contra las del inglés.

 — ¿Todavía me amas, Kanon? —balbucea Radamanthys, profundamente herido.

 — Mas tarde, precioso, más tarde…

 — Tu crueldad no tiene límites…

 — No seas melodramático, que te la estás pasando más que bien… Mejor que con la idiota que comparte tu cama, eso seguro… Ella no puede hacerte esto… —Kanon desliza un dedo en la intimidad del rubio, con mucho cuidado.

 Radamanthys inspira sonoramente, pero no cede.

 — Arruinaste mi vida pisoteándome y luego yéndote quien sabe dónde… Pero nunca, Kanon, nunca voy a permitir que me culpes por tu estado mental. O a Pandora.

 — Tal vez… pero no puedes negar que  sí eres el responsable de mi estado físico —dice el griego, presionando la dureza de su erección contra las caderas poderosas del inglés.

 A continuación, con lentitud,  le acerca los labios. A Radamanthys se le corta el aliento con la ternura del beso que le obsequian, y la sedosidad de la lengua que abandona su boca y comienza a recorrer una piel que le arde. Echa la cabeza hacia atrás  y aprieta los ojos con desesperación para reprimir las lágrimas. No ve el amor en los ojos de Kanon, pero lo siente en la suavidad de sus movimientos. Y eso no hace más que aumentar su tormento.

 —Kanon, por favor… basta… —ruega, con voz débil.

 Después, no hay más palabras. Los labios de Kanon llegan a su muñeca, donde parecen despojarlo de los retazos de vida que le laten atropelladamente en el pulso. A continuación, cuando lo ha doblegado, lo entra en brazos a la recámara y lo deposita, con mucho cuidado, en su cama, boca abajo.

 Kanon permanece unos minutos junto al inglés, desnudo, simplemente mirándolo. Sus ojos ya no muestran crueldad, ni ansias de atormentarlo, sino un profundo deseo que se hace eco con el de su amante. Con suavidad, la mano del griego se cuela bajo la cadera y toca la suave excitación de Radamanthys, provocándole un gemido de rendición.

 — ¡Dioses! —susurra—, ¡Cómo detesto que te folles a esa puta! —admite Kanon, haciendo que el corazón de su amante se llene de oscuridad.

 Luego, se lubrica a sí mismo, y a Radamanthys  con un gel que ha tomado de la mesa de noche. Antes de recostarse sobre el inglés, se inclina a besar su boca jadeante,  y lo mira  con los ojos muy abiertos,  nublados por ese amor malsano que los ha marcado a fuego. Radamanthys lo corresponde, con la fuerza que tanto ha esperado y, por fin, sus manos se mueven sin vacilación sobre cada centímetro de carne ardiente, redescubriendo la piel impecable, investida de esa fragancia masculina que no ha podido olvidar en todo ese tiempo. Desesperado, besa cada parte de ese cuerpo que se le ofrece, desde la aromática curva de la nuca, hasta las nalgas musculosas, duras como el acero.

 Kanon le fuerza un poco el rostro hacia el costado, para mirarle la cara mientras mueve los dedos en su interior, con languidez.  De repente, le mete una rodilla entre las piernas y se las separa. Radamanthys gime, angustiado, pero entiende que es inútil luchar; inevitable admitir que eso es lo que ha añorado cada minuto desde su último encuentro.  Entierra los dedos en el colchón y arquea sus caderas hacia él.

 Con un solo empuje Kanon lo invade completamente. Radamanthys se aprieta contra él, reteniéndolo, casi como un acto reflejo, como si ése fuera el destino de su vida.

 Kanon continúa moviéndose con lentitud, con profundas embestidas que lo tienen  pronunciando el nombre del inglés con voz ronca y a él aspirando el suyo con voz entrecortada.

 — Ka… non…

 Amalgamados en la contundencia de los movimientos, ambos pierden el control. Sus cuerpos batallan por liberarse de la urgencia y el calor y, con desesperación, alcanzan el final que los libera de la agonía física. Se conocen bien, saben de la profundidad y extensión de sus orgasmos, y se esperan, prolongan el placer más allá de sí mismos, besándose con pasión para dilatar el alivio, e intensificar el goce.

 Cuando finalmente caen rendidos, uno al lado del otro, sosteniéndose mutuamente con los brazos, Kanon entiende que siente muy poco amor por el hombre que retiene contra su pecho. Y no es sólo un amor insuficiente, sino que está  enterrado en la avalancha de su orgullo herido.

 — Debo ir a la clínica —dice, mientras escucha la respiración regular de su amante,  que está hundiéndose en un sueño profundo —. ¿Vienes conmigo?

 Radamanthys entierra la cabeza en la almohada.

 — Cuando llegue a casa —gruñe, con una voz dolorida como hace mucho tiempo no le escuchaba—, voy a declararme no apto para el servicio, y a pedir la baja temporaria, por enfermedad.


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