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Algo contigo por chibiichigo

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Notas del capitulo:

Hola. 

Después de una muy larga pausa mi corazón regresó a esta historia, con la firme intención de terminarla. 

En un inicio pensaba hacer este el último capítulo, como lo tenía bosquejado en el plan original, pero con el tiempo las historias y los autores nos añejamos (para bien o para mal, tú dirás), nacen nuevas ideas y notas detalles que se escaparon la primera vez. Así que, en un afán de mantener la longitud de los textos y no hacer un capítulo larguísimo, decidí partirlo en dos. Prometo que verán el final pronto (antes de septiembre, si todo va según el plan). 

Para los viejos lectores que se brincaron los primeros capítulos: Actualicé todo. La historia permanece escencialmente igual, pero ahora está más bonita, tiene menos adjetivos y uno que otro detalle. Igual si no quieren leer todo de nuevo, no pasa nada. 

Espero que lo disfruten. 

Capítulo 6. Errores de juventud

 

Estaba tan abatido que no había conseguido levantarse ni para impedir que Naruto se marchara u ofrecerle alguna explicación. Se sentía patético, sentado solo en casa de su madre luego de haber sido golpeado por su hermano menor.

“Sasuke dijo que  me mataría”. El corazón se le encogió.

— No me odies, yo solo quería lo mejor para ti—, pensó en voz alta.

Nunca creyó que su hermano lo odiaría tanto como para proferir esas amenazas. No había marcha atrás: Sasuke no volvería… y quizás Naruto tampoco.  

Una lágrima resbaló por su mejilla y deseó que se lo tragara la tierra. Sentía en su labio el regusto metálico de la sangre y en el pecho, la vergüenza de haber sido descubierto. Su autoría intelectual en la desaparición de Gaara era su secreto más oscuro y mejor guardado.

Se cubrió la cara con las manos, súbitamente mortificado. No podía creer que alguien hubiera sido torturado por su culpa, que fuera el cómplice ignorante de un delito tan cruel. Pero, y se lo repitió hasta que las palabras dejaron de tener sentido, él no sabía que el padre de Gaara podría ser tan violento. Itachi solo quería que el taheño se alejara de su hermano, por el bien de todos.

“Y mírate ahora, te quedaste solo como perro moribundo”, se recriminó.

La voz de Sasuke resonó en su mente y, momentos después, revivió la despedida fría de Naruto. A Itachi lo consumía la ansiedad; le aterraba que ese adiós fuera el punto final de la relación con el rubio.

Sus músculos se tensaron y comenzaron a punzarle ante ese pensamiento. Como pudo, caminó escaleras arriba hacia la que había sido su habitación de infancia y se quedó dormido, deseando no despertar.



Las luces neón hicieron que Naruto frunciera el ceño. Hacía mucho tiempo que no pisaba la zona roja de Tokio y, apenas puso un pie fuera del taxi, dudó de su decisión. Pero no se le ocurría otro sitio para apaciguarse y poner en orden la cabeza.

Entró en un local medio vacío, donde solo algunas parejas y uno que otro joven sorbían platos de ramen. Su estómago le recordó que casi no había comido en la cena.

— ¿Y ese milagro? Siéntate, Naruto, te preparo lo de siempre— le ordenó un hombre alto y de movimientos delicados detrás del mostrador.

— Gracias, tío Orochimaru—, aceptó mientras sus ojos recorrían el local. — ¿Dónde está Neji?

— Atrás, acomodando unas cajas. Pasa si quieres, un par de manos extras nunca caen mal.

Naruto asintió y se metió a la trastienda que tantas veces había recorrido. El lugar, con sus cajas, repisas y un característico olor a eucalipto, lo reconfortaba.

Llamó a su amigo un par de veces, sin éxito, hasta que escuchó ruidos en la salida de emergencia. Se apresuró para abrir la puerta y permitirle el paso a un joven de cabellos marrones, que emitió un soplido aliviado mientras llevaba una caja con refrescos cerca de los refrigeradores.

— Uff, gracias Naruto—, exclamó Neji con los brazos en jarras y la espalda cansada—. ¿Qué te trae por aquí? Pensé que estabas dándote la gran vida a expensas del ricachón ese…

El rubio frunció el ceño. Su amigo nunca había sido afín a los Uchiha ni a la gente adinerada en general; le daban desconfianza porque, decía, siempre escondían historias turbias. 

— ¿Sasuke? No, ya no estoy con él—, contestó restándole importancia al asunto, aunque el pleito entre él e Itachi se repetía en su cabeza una y otra vez. — ¿Tienes tiempo? Necesito hablar contigo.

— ¿Puede esperar un par de horas? Necesito terminar de hacer el inventario y ya sabes cómo se pone el jefe si no me doy prisa.

 

Naruto se sentó en una de las mesas del rincón, a donde unos cuantos minutos después Orochimaru envió un plato de ramen. El olor de la pasta le hizo agua la boca y distrajo un poco su atención, pero no por mucho tiempo.

— ¿Por qué, Itachi, por qué?—, se preguntó en voz baja mientras removía los fideos en el plato.

Le costaba trabajo creer que lo que había dicho Gaara fuera verdad, pero su novio lo había aceptado e incluso se había justificado por hacerlo. Era demencial. Recordó el rostro de Sasuke y pensó que nunca había conocido esa faceta suya, dispuesta a acabar con el mundo entero con tal de vengar un agravio a la persona que quería.

Sintió lástima por él, por Gaara y por sí mismo.

Recordó a Itachi horas antes, mirándolo con afecto y dispuesto a todo para hacer que la velada con su madre transcurriera en paz. ¿Habría reaccionado igual que Sasuke, si él, Naruto, hubiera estado en la misma situación que Gaara? Seguramente sí.

Hasta esa noche, el rubio no habría dudado del amor que le tenía a Itachi, pero estaba confundido. De pronto, sentía que le habían cambiado al hombre amable y sensible que conocía por un psicótico dispuesto a todo con tal de alejar a quien considera su enemigo. Se estremeció.

— Puta madre… ¿Quién eres, Itachi? ¿Hasta dónde eres capaz de llegar?

Refunfuñó durante varios minutos, mientras veía a nuevos clientes llegar y a comensales satisfechos salir del establecimiento. Era reconfortante estar de regreso en el lugar donde había pasado tantos buenos ratos durante su niñez y adolescencia, antes de la vorágine Uchiha.

— La pregunta es: ¿Me dirás qué te pasa o ya no confías en los consejos de este viejo?—. Orochimaru abrió una silla y se sentó frente a él, sacándolo de sus pensamientos.

— Nada. Supongo que Neji tenía razón y todos los ricos guardan secretos—. El rubio se encogió de hombros.

— ¡Bah! Esas son tonterías. Todos guardamos secretos, Naruto, desde los más pobres hasta los más ricos. No dejes que Neji te meta sus prejuicios de clase en la cabeza—, bajó la voz. — Ni siquiera ha leído a Marx.

Naruto sonrió con desgano y le hizo una seña a su padrino para advertirle que su amigo se dirigía hacia ellos. El otro hizo un gesto de insatisfacción, posiblemente ocasionado por la mala recepción de su chiste, y esperó a que su empleado y protegido se acomodara en el asiento antes de interrogar con la mirada a su ahijado.

El rubio relató someramente la montaña rusa que había sido su vida en los meses recientes. Desde la pesadilla de ver a Sasuke con otra persona en su cama hasta el comienzo de su relación con Itachi, la visita a casa de su suegra y la revelación de Gaara. 

— ¿Ves? Los ricos siempre tienen historias turbias—, se jactó Neji, como quien prueba un punto añejo —, aunque me da un poco de lástima la historia del otro chico.

Orochimaru lo reprendió con la mirada, pero Naruto asintió.

— A mí igual. No justifico nada de lo que pasó con Sasuke, pero creo que le tocó pasar por una experiencia muy dura pese a no tener culpa de nada.

— ¿De verdad sentiste empatía por él?—, preguntó el castaño, serio.

— Sí. No se merecía lo que le pasó; ellos se amaban. Y pues, me tocó quedar en medio…

Orochimaru le dedicó una mirada llena de indignación.

— Tú te metiste en ese problema solo. Preferiste quedarte a vivir con ese tal Itachi que venir conmigo, aunque sabes que mis puertas siempre están abiertas para ti.

— Lo siento, tío. No quería lidiar con lo de Sasuke en ese momento, me costó bastante tiempo recuperarme… Itachi me ayudó mucho, por eso es difícil creer que realmente él es quien me metió en este enredo.

El más viejo sonrió sardónico.

— No hay problema. Eres joven, así que es normal que seas tonto; tampoco es para hacer un escándalo.

Neji carraspeó para hacerse escuchar. La historia de Naruto despertó de nuevo su desconfianza en la familia Uchiha, que tan mala espina le dio desde el comienzo, pero su principal preocupación era el porvenir de su amigo.

— ¿Y qué vas a hacer ahora?—, preguntó.

Naruto se encogió de hombros. Hablar le había ayudado a ordenar sus ideas, pero no quería decidir nada cuando tenía lo ánimos a flor de piel.

— No tengo la menor idea. Supongo que me mantendré alejado de Itachi unos días, hasta que se calmen las aguas...

Orochimaru estrechó su hombro con una mano y le recordó que siempre sería bienvenido a su casa y en el restaurante. El rubio sintió la calidez de su ofrecimiento y se avergonzó un poco por no haber ido antes a visitarlos. Neji se sumó al gesto.

— Si quieres quédate en casa. No hay mucho espacio, pero a Tenten y a los niños les gustará verte.  



Cuando Itachi despertó era más de medio día. La cabeza le estallaba y tenía el cuerpo tan dolorido que barajó la posibilidad de una costilla rota. Volteó de un lado a otro de la habitación y recordó que estaba en casa de su madre todavía.

— ¡Maldita sea!

Se metió en la regadera para quitarse el olor a alcohol y notó los moretones que adornaban en su piel. Pensó que quizás, después de todo, se los merecía: No por haber forzado la situación para que Gaara y Sasuke se alejaran, sino porque él mismo se arrebató la oportunidad de estar con Naruto años atrás.

— Soy un estúpido—, se recriminó por lo bajo, temeroso de que los eventos de la noche anterior alejaran al rubio permanentemente.

Se preguntó si Naruto lo perdonaría, si entendería que privilegió el bienestar de su hermano sobre todo lo demás y por eso había ocasionado un lío tan grande. La imagen de un castillo de naipes apareció en su mente; la descripción perfecta de su vida y de las decisiones que le habían pasado factura luego de casi una década. Y no solo a él.

— ¿En qué clase de monstruo me convertí?

Salió del cuarto vestido con algunas prendas de su juventud que permanecían en el ropero y que le recordaban que con los años había ganado unos cuantos kilos. Pensó en abandonar la casa por la puerta trasera para que su madre no lo viera y evitarse así sus recriminaciones. Ya le escribiría después una carta o le llamaría por teléfono para disculparse por el zafarrancho de la noche anterior, pero en ese momento, su prioridad era encontrar a Naruto.

— Joven, ¿se queda a desayunar?

La voz de una sirvienta que no había visto la noche anterior lo tomó por sorpresa.

— No, gracias. Ya voy de salida—, contestó mientras atravesaba la estancia de la casa.

— La señora Mikoto está en la terraza—, comentó la joven —… por si quiere ir a despedirse.

Itachi enarcó la ceja y sintió el dolor de cabeza aumentar. A regañadientes, cambió su rumbo.

— En ese caso, por favor lléveme un té verde y dos aspirinas.

Anduvo a paso rápido por la planta baja, hasta la terraza donde Mikoto acostumbraba tomar el té. La casa ya estaba en orden: no quedaban vestigios ni de la pelea ni de la presencia de invitados. De no haber tenido marcas del encuentro, Itachi habría pensado que todo fue un mal sueño.

— Hijo, ¿cómo amaneciste?

La voz de la mujer era serena, para desconcierto de Itachi, que esperaba verla molesta, indignada o por lo menos alterada.

— Lamento mucho todo lo que pasó anoche. Las cosas se salieron de control y…

Mikoto hizo un movimiento con la mano que obligó a su primogénito a interrumpirse.

— No importa, ya me encargué de eso. ¿Quieres desayunar algo?

Itachi negó con la cabeza. Tenía el estómago revuelto por el exceso de alcohol y la pesadez de sus emociones; solo quería terminar con la miseria que sentía y liberarse de sus culpas.

— Madre, cometí un error horrible.

 

Cuando terminó su relato, Mikoto lo sorprendió con su sonrisa tierna y condescendiente.

— Es muy valiente de tu parte aceptar lo que pasó. Y te agradezco que me lo contaras—, dijo la mujer mientras daba un sorbo a su té.  

Itachi la miró extrañado.

— No es que no aprecie tu ánimo conciliatorio, pero no esperaba que reaccionaras así—. Miró a la mujer, que no cambiaba de semblante y, tras un par de segundos, lo adivinó. — Tú sabías.

— Naturalmente, querido, naturalmente.

Itachi abrió los ojos de par en par. No daba crédito a la confesión de su madre, se sentía traicionado.

— ¿Cómo supiste?—. Las preguntas se agolpaban en su cabeza.

La anciana paladeó su bebida unos segundos antes de responder.

— Me enteré un par de semanas después de que Gaara voló a India con su padre. Mandé a Kakashi a investigar qué había sido de él; mi único interés en ese momento era darle a tu hermano las respuestas que necesitaba. Entenderás que, cuando supe que estabas involucrado, me sorprendí mucho, pero no me atreví a delatarte.

— ¿Por qué no lo hiciste? Si querías ayudar a Sasuke, pudiste haberle dicho lo que ocurrió.

Mikoto se acercó a su hijo y le acarició la mejilla durante unos segundos, mientras él la miraba, incapaz de definir si se sentía traicionado o aliviado.

— Eres mi hijo, Itachi, lo mismo que Sasuke. Son mi única familia, lo único que tengo… Tuve que elegir entre el mal menor para mantener a mis dos hijos conmigo. No sabes lo difícil que fue tomar la decisión.

La voz de la mujer se rompió al final de la frase, ocasionando que Itachi se acercara a ella instintivamente para abrazarla.

— Madre, lo siento tanto. De verdad tanto…

— No es tu culpa; tú cometiste un error que pagaste muy caro—, respondió ella. — Lo que le hiciste a Gaara lo pagaste con Naruto. Pobre de ti, hijo, por querer la felicidad ajena, el infeliz fuiste tú.

Itachi agarró con más fuerza a Mikoto. Una pregunta le atravesó la mente.

— ¿Me odias?

— No seas tonto: eres mi hijo, nunca podría odiarte.

— Por mi culpa, ya no tendrás a la familia unida como querías.

Mikoto se liberó del agarre de su hijo y lo miró a los ojos, exhibiendo de nuevo la sonrisa cálida y condescendiente que a Itachi tanto le gustaba.

— Prefiero ver a mis dos hijos separados pero felices que juntos y miserables. Lo bueno de la vejez es que te cambia la perspectiva.

Notas finales:

¿Qué les pareció? ¿Valió la pena la espera?


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