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Better Days por midhiel

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El personaje de Sherlock Holmes pertenece a Sir Arthur Conan Doyle, mientras que los derechos de la serie de la BBC pertenecen a Steven Moffat y a Mark Gatiss. Sin embargo, el Sherlock de carne y hueso pertenece exclusivamente a John H. Watson.

Los personajes del Señor de los Anillos pertenecen al maestro J. K. R. Tolkien, aunque Aragorn es exclusivo de Legolas y viceversa.

Y Piratas del Caribe es de Disney. Pero el Capitán Jack Sparrow es de Will Turner y viceversa.

Hechas las aclaraciones, repito que no se recibe ningún crédito por esto.

La canción que le da nombre al título es de Eddie Vedder.

El fic va dedicado a una amiga que adora estos tres fandoms, y que me leyó y corrigió muchas veces, Prince Legolas.

Ahora sí, el capítulo.



Better Days

Capítulo Once: Separados Y Extrañándose

John entró en su recámara en el 221b de Baker Street. Estaba igualita a la última vez que la viera, tres meses atrás. Encontró el mismo cortinaje pesado y opaco (Sherlock detestaba los colores vivos y brillantes) y la misma ubicación del mobiliario. La cama se veía como siempre: envuelta en el acolchado escocés de trazos azules y granates, y los tres cojines crema encima de las dos almohadas blancas adornando la cabecera. Nada había cambiado y John volvía a estar en casa.

Pero algo le llamó la atención. Al costado del lecho había una cuna. En puntas de pie para no hacer ruido, se acercó. Con la cabecita apoyada en una almohadilla celeste, dormía un angelito rubio. Era John William, su pequeño Will. Se veía tan adorable que no se atrevió a cargarlo. Le pasó la mano por la mejilla y tomó con el dedo una de sus manitas. En sueños, el bebé cerró el puño alrededor del dedo.

Enternecido John volteó hacia la cama y esta vez distinguió el bulto de un hombre flaco y largo. Yacía de costado, dándole la espalda y enseñando su cabello oscuro y ondulado.

-¿Sherlock?

John abrió los ojos. Estaba acostado en una litera del camarote dentro del “Black Pearl”. Apoyándose en los codos, se incorporó. Su visita a Baker Street había sido sólo un sueño. Llevaba dos semanas navegando con Jack y William por el Anduin, o “Río Largo”. Ya no era más un hombre, se había convertido en un elfo y cada vez notaba más los cambios. Además de la agilidad, John se dio cuenta de que sus sentidos se habían agudizado. Podía percibir sonidos lejanos, podía distinguir una bandada de pájaros a kilómetros de distancia y podía ver en la oscuridad de la noche como si fuera de día.

Sus hábitos alimenticios también estaban cambiando. Prefería frutas y verduras en lugar del pescado que servían en el barco, o cualquier comida elaborada. Su cuerpo brillaba con un tenue resplandor y sus orejas seguían picudas. A John le gustaba palparse la punta de ellas y pensaba en la cara que pondría Sherlock cuando lo viera.

-Sherlock – murmuró, recordando el sueño y en las tinieblas del camarote, lloró, acariciándose el anillo de bodas.

……….

-¡William Turner Sparrow! Vas a devolverme mis botellas ahora. ¡Es la hora del ron!

-Ven a buscarlas tú mismo, Jack Sparrow Turner – respondió Will con una risita y carraspeó -. Perdón, Capitán Jack Sparrow Turner.

John se abrió pasado entre los piratas que se habían amontonado en la cubierta y reían a carcajadas.

-¡Vamos Capitán Jack! – vitoreó Joshamee Gibbs, entusiasmado -. ¡Usted puede recuperarlas!

-¿Qué ocurre? – preguntó John a Ragetti, un sujeto alto y rubio de mirada anodina y un ojo de madera.

-Cada martes el Capitán Jack celebra “el martes del bergantín antillano”, señor Watson.

-¿Martes del bergantín antillano? – repitió John.

-Aye – intervino Pintel, un pirata calvo y gordinflón, compañero inseparable de Ragetti -. Hace cuatro años, nos enfrentamos en nuestro mundo con un bergantín de las Antillas, que quería cerrarnos el paso y nos doblaba en tamaño y potencia. Pero un cañonazo certero de nuestro Pearl le voló el aparejo y nos hicimos con el barco. Cuando nuestros capitanes subieron como dueños y señores, se encontraron con que era una embarcación que contrabandeaba ron. Había barriles para saciar Tortuga por un mes – John no tenía idea de qué significaba “Tortuga” pero no preguntó -. El asalto fue un martes y el Capitán Jack declaró que en memoria de tan gloriosa hazaña, todos los martes nos emborracharíamos y festejaríamos la rendición del bergantín antillano.

John sospechó que con lo que llevaba conociendo a Jack, el capitán era capaz de emplear las conmemoraciones más absurdas con tal de emborracharse.

-Pero al Capitán William no le gusta mucho la idea – agregó Ragetti -. Si estamos en el Caribe, lo deja en paz, pero ahora que tenemos los días contados para que usted llegue a Minas Tirith, quiere que se mantenga sobrio para no tener contratiempos.

-Acaba de quitarle las botellas – explicó Pintel -. Y el Capitán Jack tiene que recuperarlas si quiere festejar “el martes del bergantín antillano”.

-¿Ustedes no festejan con él? – se extrañó John.

-Aye. Pero el Capitán Jack es quien debe emborracharse primero para dar el ejemplo. …l así lo decidió.

Con la respuesta de Ragetti, John se abrió paso hasta el centro de la acción, dando algunos empujones discretos y murmurando pedidos educados. Apoyado contra el mástil mayor estaba William Turner Sparrow. Tenía las dos manos cruzadas en la espalda para esconder las botellas, y una sonrisa astuta contorneaba sus suaves labios.

Jack estaba a pocos metros, apuntándole con el dedo.

-¡No estoy para bromas, William! Sabes lo importante que son los martes para mí.

-Me prometiste que este martes no beberías, Jack.

-¡Al cuerno con la promesa! Me obligaste a hacértela después de hacer el a. . . – recorrió con la mirada a la multitud de subordinados que lo escuchaban y dio un respingo -. Eres un abusador, William. Sabes que después de “eso” yo puedo prometerte cualquier cosa.

-Una promesa es una promesa.

Jack gruñó algo entre dientes.

John percibió un sonido proveniente del río. Se oía como un tambor. Se acercó a la barandilla y observó con su vista privilegiada una forma oscura que se sacudía en el fondo del agua. Era enorme y balanceaba largos brazos parecidos a los tentáculos de un pulpo.

-¡Oigan! – se volvió hacia los piratas -. Aquí abajo hay algo raro.

Justo en ese momento, Jack había brincado encima de Will y los dos acababan de rondar por la cubierta. Will soltó las botellas pero su matelot, en lugar de tomarlas, se entretuvo dándole un beso.

John notó que la forma extraña subía, girando las extremidades como hélices.

-¡Oigan! – repitió más alto -. ¡Aquí abajo hay un pulpo gigante!

Los capitanes saltaron como resortes y se le acercaron corriendo.

-¡El Gorgor! – exclamó Jack, hacia la tripulación -. ¡Todos los perros sarnosos a sus lugares! Rápido. Esta subiendo y nos da pocos minutos para defendernos.

-¿Qué es el Gorgor? – preguntó John a Will.

-Lo que dijiste, John. Un pulpo gigante – y corrió a buscar armas -. ¡Significa espanto en sindarin!

-¿Cómo puedo ayudar? – exclamó John, y preocupado corrió hacia él.

William se detuvo.

-¿Sabes manejar un arma?

-Fui un soldado – informó John orgulloso -. Sé manejar cualquier arma de fuego.

-No tenemos más pistolas – declaró Will. Tanto él como su matelot eran tan diestros que podían disparar dos juntas y por eso no les sobraba ninguna.

-Sé que en esta época las pistolas sólo podían disparar un solo tiro y tenían que cargarlas – recordó John. No había estado mal tomar ese curso sobre la “Historia de las Armas de Fuego”.

-¿En tu época las pistolas pueden disparar más de una bala a la vez? – se asombró Will. de pronto, se le iluminó la cara -. Pero tengo la solución. Eres un elfo, John, y dices tener buena puntería. Ven que tengo un arma especial para ti.

Los dos corrieron hacia la cabina, mientras el resto de la tripulación buscaba sus posiciones para enfrentar al monstruo.

Con las dos pistolas cargadas en la cintura, Jack se ubicó frente al timón negro.

-Esta vez no vas a escaparte, maldito Gorgor. Yo, el capitán Jack Sparrow Turner, te prometo que esta noche cenaremos calamares.

Will y John regresaron a la cubierta armados. Will con sus dos pistolas y la espada colgada del tahalí, mientras que John sostenía un arco y un carcaj lleno de flechas le cruzaba la espalda.

-Un elfo completo – observó Jack y asió el timón con fuerza.

El barco tembló. Los matelotes se sonrieron astutamente y Will se volvió hacia John. El elfo asintió. Los tres estaban listos para el ataque.

Con un rugido ronco y desgarrador, el monstruo emergió a la superficie. Se trataba de una maza de treinta metros de largo y otros treinta de ancho, de un color entre ocre y verduzco, con tentáculos de ventosas viscosas, que se batían aquí y allá, dos ojos rasgados inyectados con sangre y una boca de medio metro poblada de colmillos que podían desgarrar a una ballena.

John pasó saliva pero mantuvo la mirada fija en el blanco.

-¡John! – gritó Jack, moviendo el timón para esquivar la criatura -. Esta cosa es el pariente lejano de un amiguito nuestro, ¡el Kraken! Sólo que a éste se lo puede acabar con flechazos y disparos. ¡Ragetti! ¡Pintel! ¡Señor Gibbs! ¡Marvin! – llamó a los piratas más destacados de su tripulación -. ¡Preparen los cañones y disparen con ganas!

Mientras los piratas ponían manos a la obra, el molusco dio un zarpazo, que destrozó una parte de la cubierta. Will aprovechó su invasión para dispararle dos tiros y John le regaló unas cuantas flechas.

El monstruo rugió y apartó el tentáculo del barco.

-¡Mira lo que ese maldito molusco sarnoso le hizo a mi hija! – tronó Jack. Iba a hacerlo pedazos costase lo que costase -. ¡Nadie se mete con mi Pearl!

-Nuestra Pearl, Jack – respondió Will, mirando rabioso los destrozos, mientras cargaba sus pistolas -. Con esto firmó su sentencia de muerte.

John se acercó a William.

-No podremos hacer mucho con balas y flechas. Necesitamos balas de cañón, que le den en la frente.

-Pintel y Ragetti están en eso – contestó el pirata -. Sin embargo, los cañones están abajo y no creo que acierten tan alto. Espera – reflexionó -. ¡Hay un cañón en la cubierta! Ayúdame, John.

Juntos arrastraron un cañón, que había estado abandonado junto a la cabina de mando. Lo llevaron hasta el centro de la cubierta y mientras Will ordenaba a gritos que subieran unas cuantas balas, John tensó el arco.

La gigantesca criatura volvió a erguirse como un peñasco viscoso. John le disparó cerca del ojo izquierdo. Furioso, el monstruo intentó atraparlo pero el elfo evitó el tentáculo con un salto digno de su raza.

Mientras tanto, Will preparaba el cañón con la ayuda de Marty.

-¡Jack! – llamó a su matelot -. Maniobra a nuestra hija para darle en plena cara.

El capitán Sparrow Turner así lo hizo y el cañón quedó posicionado frente a frente con el Gorgor. William apuntó la boca de fuego hacia el voluminoso blanco, en tanto John seguía regalándole flechas y evitando sus zarpazos. Will encendió la mecha y disparó, pero el monstruo esquivó el proyectil.

-¡Hay que distraerlo! – gritó Jack.

John lo pensó un instante y después corrió hacia la criatura. …sta intentó golpearle pero el elfo ágil se aferró a una de sus ventosas y fue elevado por los aires.

-Un elfo suicida – murmuró Jack asombrado.

Will, entretanto, volvió a preparar el cañón.

Usando las ventosas como sostenes, John fue ascendiendo hasta llegar a uno de los hombros de la bestia. Con dificultad por la viscosidad se irguió y buscó algún agujero que le sirviera de oído. Al encontrarlo, disparó una flecha hacia adentro.

Tomado por sorpresa, el Gorgor se agitó con un rugido estremecedor. Ni lentos ni perezosos, los piratas aprovecharon para disparar, Jack las balas y Will el cañón.

Dos cañonazos en el medio de los ojos fueron suficientes. La sangre negra y espesa comenzó a brotar de las heridas bañándole la boca y los hombros. John se deslizó por el tentáculo como si fuera una patineta (había jugado de niño largas horas con Harriet) y cayó en cubierta. William corrió a socorrerlo y lo alejó de allí.

Jack maniobró el barco para alejar a su hija. El Gorgor se sacudió violentamente y después de lanzar sonidos escalofriantes, se hundió en las profundidades del río.

John se tomó unos minutos para recuperar el aliento. Acababa de matar un monstruo mitológico en medio del Anduin.

Jack y Will festejaban abrazados y la tripulación subió a unírsele entre vítores y aplausos.

-John, compañero – exclamó el pirata, abrazando al elfo efusivamente -. Yo, el Capitán Jack Sparrow, te juro que tú y Legolas son los dos elfos que me ponen la piel de gallina. Sin contar a mi apuesto matelot cuando anduvo transformado en uno de ustedes, por supuesto.

John sonrió y se preguntó internamente qué hubiera dicho Sherlock de haberle visto realizar tamaña hazaña.

………….

-Capitán William Turner Sparrow – murmuró Jack, con los ojos azabache iluminados con lujuria -. Después de matar al Gorgor, que se desnude en nuestra cabina es el mejor regalo que usted puede hacerme.

-Tú también te ves fascinante desnudo – admiró el joven, abrazándolo. Se acariciaron y mordisquearon las pieles morenas bajo la luz de la lámpara de aceite. Arqueándose se acostaron en el lecho, Jack encima de su Will -. Y a decir verdad, el crédito no es todo nuestro. Si no fuera por el valor de John. . .

-Ya, ya, cachorro – ronroneó el capitán, mordisqueándolo la oreja. Will se echó hacia atrás con un gemido de placer -. No es a él a quien me llevo a la cama.

Will rió y lo separó apenas para mirarlo a los ojos.

-Ahora que mencionamos a John, me acuerdo que no le he preguntado por el nombre de su hijo. Se llama John William, como tú y yo, y le dicen Will como a mí. ¡Qué coincidencia! ¿No crees?

-Según le escuché contar al chismoso de Ragetti, le pusieron John por su nombre y William porque así se llamaba el padre de Sherlock.

-¿Te imaginas? – sonrió Will con una mirada soñadora -. John William podría ser el nombre perfecto para nuestro hijo.

Jack se mordió los labios. “Si es que alguna vez tenemos uno”, iba a añadir. Pero sabiendo el dolor que le provocaba a su matelot su esterilidad, se mantuvo callado.

Will miró hacia la lámpara, meditabundo.

-Mi Adar se conservó estéril hasta que pudo concebirnos a Legolas y a mí – miró a Jack con los ojos humedecidos -. ¿Crees que a mí vaya a sucederme igual?

-Claro – susurró Jack y lo empujó contra el colchón con una sonrisa lobuna -. Al menos hagamos la prueba a ver si esta vez funciona, ¿savvy?

Y haciendo a un lado las dudas sobre su fertilidad, Will se dejó amar por su matelot con la esperanza de que algún día recibieran el regalo que tanto anhelaban.

…………………

Las primeras semanas fueron las más difíciles para Sherlock. Aceptar la partida de John y hacerse la idea de que nunca más volvería a verlo podían parecer sencillos de entender para su mente lógica pero no para su corazón destrozado. De manera constante, creía encontrarlo en cualquier sitio: en la calle, en las tiendas y una vez persiguió a un desconocido por los corredores de Scotland Yard, bajo la mirada atónita de los oficiales. El sujeto en cuestión tenía la misma altura y el mismo corte de cabello de John, y el detective, al verlo de espaldas, olvidó el caso que estaba discutiendo con Lestrade y se lanzó a correrlo.

Después pensó que una buena terapia sería borrar lentamente los años vividos con John y regresar a su antigua vida, vacía y solitaria. Sin embargo, la presencia de su hijito se lo impedía. John William era un bebé adorable. De carácter suave, podía pasarse horas durmiendo en paz y si estaba limpio y alimentado, miraba con aire de curiosidad y reía. No protestaba ni armaba los berrinches que Sherlock había temido. Se notaba que había heredado la conducta de John.

La señora Hudson era de gran ayuda. Insistió a Sherlock que regresara a su rutina porque sabía que sólo los casos le brindarían solaz y una mañana que ella no podía quedarse con Will y había surgido un interesantísimo asesinato triple, Sherlock hizo a un lado su orgullo como pocas veces y llamó a Sarah Sawyer. La joven aceptó encantada y se ofreció varias veces más para cuidarlo. Así que el pequeño John William ahora contaba con dos niñeras amables y encantadoras que lo consentían “demasiado”, según su padre.

Una tarde que Sherlock estaba analizando una muestra de sangre en el laboratorio de St. Barts, Molly Harper se le acercó. Solía arreglarse de manera sencilla pero esta vez se puso un lápiz labial de color carmesí, sombras grises en los ojos y se soltó el cabello.

Por supuesto que Sherlock, con la vista puesta en la lente del microscopio, no la notó.

-Un café negro con dos terrones de azúcar – anunció Molly, sonriente, mientras se le acercaba con una taza humeante.

-Gracias. Déjalo sobre la mesa – ordenó Sherlock sin apartarse del cristal.

La joven obedeció y permaneció a su lado frotándose las manos, nerviosa, y sonriendo tontamente.

-¿Cómo va todo?

El detective puso su mirada aburrida. Así que la entrometida buscaba conversación.

-Bien, Molly, muy bien – respondió con sarcasmo -. La vida no podría sonreírme más.

-¡Qué bien! – se alegró.

Sherlock le lanzó una mirada asesina.

-La captación de ironía no está entre tus habilidades, ¿cierto?

Molly perdió la sonrisa.

-El hecho de que ese sujeto, ¿cómo se llamaba?

-John Watson Holmes – respondió el detective -. Se nota que la memoria tampoco es tu fuerte. ¿Cuatro años nos viste juntos y no pudiste aprenderte su nombre? Y no es un sujeto, es mi esposo.

-¡No importa! – suspiró para controlarse -. El hecho de que él ya no esté más aquí no te da derecho a maltratar a los demás. Yo sólo intento ser amable contigo.

Sherlock hizo un mohín burlón.

-Te agradezco tus intenciones – y volvió a concentrar su atención en la lente.

-¡Nunca te diste cuenta! – exclamó la joven, exasperada -. Eres tan antipático que jamás notaste que estoy loca por ti.

-¿Loca por mí? – preguntó el detective, apartándose del microscopio de mala gana.

-¡Te amo! – gritó -. Desde antes de que apareciera tu doctorcito. ¡…l te apartó de mí y ahora que ya está muerto es hora de que te fijes en mí!

-Se nota que estás bien loca – observó Sherlock despectivo -. Regresa a lo que tengas que hacer y déjame en paz.

Pero Molly no iba a darse por vencida tan fácilmente. Le había confesado que lo amaba y aun así el detective seguía indiferente.

-Tan inteligente que eres y no puedes aceptar la verdad, Sherlock Holmes ¡Tu marido está muerto, enterrado bajo toneladas de tierra! No lo volverás a ver jamás. Te dejó solo, a cargo de un hijo que seguro no sabes atender. ¡Eres un viudo! Un viudo patético, insoportable y odioso, abandonado por su marido, que se fue porque no le importabas. ¡Hazte cargo de tu viudez!

-¡Estás loca! – exclamó el detective furioso -. ¿Qué parte de “no me interesas en lo más mínimo, Molly Harper” no entiendes? Seré viudo, John me dejó porque tuvo que hacerlo no porque así lo quiso, pero me amaba. Así tenga que pasar el resto de mi vida solo, tengo la seguridad de que él me amó y yo lo amé con una intensidad que tú, con tu carácter de histérica, dudo que llegues a entender.

La joven frunció los labios carmesí. En medio del nerviosismo, se frotó los ojos y las sombras se le corrieron convirtiéndose en ojeras oscuras.

-¡…l está muerto! ¡Enterrado, podrido y acabado! – alzó la barbilla con desdén -. Mírate. Te jactas de ser práctico y realista, y no haces más que llorar por un fantasma.

Sherlock la miró intensamente.

-De nada te sirve el teatro, Molly. Puedes vomitarme todas las estupideces que quieras porque no pienso hacerte caso.

La muchacha dio un respingo y sin perder la mirada desafiante, dio media vuelta y salió con un portazo.

Al quedar solo, Sherlock se mordió los labios. No podía controlar más sus emociones y de un manotazo seco, arrojó al suelo el microscopio y el café.

…………

Sarah se había ofrecido a llevar a Will al parque y la señora Hudson estaba visitando a su sobrina Cinthia. Lo primero que Sherlock hizo al llegar a Baker Street fue sacar su violín y comenzar a tocar melodías estruendosas. Afortunadamente ni el bebé ni la anciana estaban en casa porque sino uno hubiera llorado y la otra le hubiera gritado.

Deslizando violentamente el arco a través de las cuerdas, el detective se dejó llevar por las imágenes de sus recuerdos. Vislumbró a John sonriente, a John caminando a su lado, a John besándolo, a John haciéndole el amor. No podía resistirlo y cerró los ojos, atormentado.

Lo amaba y extrañaba en demasía. No podía soportar la vida sin él. La realidad le pesaba como una lápida. Necesitaba huir, esconderse en un mundo donde su recuerdo no lo torturara. Lanzó el violín al sofá y corrió a su recámara a revolver entre sus cajones. En aquel donde guardaba sus parches, tenía escondida una bolsita de cocaína pura.

Sherlock había sido adicto a las drogas en la universidad. No había sido fácil para un genio como él convivir rodeado de estudiantes mediocres, que descargaban sus frustraciones molestándolo constantemente. El insufrible Sebastian Wilkes era una muestra de aquel montón de descerebrados.

Cuando dejó la universidad y maduró, el detective cambió la cocaína por la adicción al peligro y no se permitió aspirar ni una sola línea más. Pero ahora, como en su juventud, necesitaba huir de la realidad y vio a la droga como su única salida.

Volvió a la sala y volcó el contenido de la bolsa en la mesita de café. Las manos le temblaban convulsivamente mientras alineaba el polvo.

-Todo comenzó con Carl Power – murmuraba -. Si yo no me hubiera interesado en su caso, Moriarty no habría reparado en mí. . . Después siguieron misterios menores hasta que llegó Reginald Musgrave y tuve mi primer caso importante. . . Después. . . después los casos se fueron sucediendo. . . Creé la página en la red, me descubrí al mundo. . . ¡Yo llamé a Moriarty! ¡Yo me mostré ante él! John estaba conmigo en el laboratorio y él se fijó lo importante que era para mí. . . John. . .

Sepultó la cabeza entre los brazos y lloró.

La señora Hudson volvía y, como otras veces, subió a ver a su inquilino.

-¡Por el amor de Dios! – exclamó conmovida -. ¿Qué te sucede, Sherlock?

La anciana se sentó a su lado y lo abrazó.

-¡Es tan difícil lo que estás pasando! Pero tienes que ser fuerte. No estás solo y lo sabes – le besó la cabeza y al voltear, vio la droga alineada sobre la mesa -. ¿Qué es esto, Sherlock? ¡Dios mío! No me digas que tú. . .

-Déjeme en paz – replicó Sherlock con dureza y se levantó para alejarse. Caminó en círculos por la sala, sobándose la cabeza y rumiando frases incoherentes.

La señora Hudson suspiró en dirección a la mesa.

-Esto no está nada bien, querido. Una cosa es que trates de olvidarlo con el violín, que por cierto, ¿qué hace arrojado fuera de su estuche? – lo tomó y le pasó la mano -. ¡Es un Stradivarius, Sherlock! ¿Tienes idea de lo que valen estas cosas?

El detective seguía sin responderle, caminando de un lado al otro. Ahora había metido las manos en el bolsillo y suspiraba en dirección al techo.

La anciana guardó el violín y lo depositó en el rincón, donde su inquilino lo guardaba. Luego volvió al sofá y palmeó el cojín, invitando a Sherlock a sentarse. …l obedeció y al hacerlo, lloró de cuenta nueva. La señora Hudson lo abrazó con fuerza.

-Siempre fui tratado como un fenómeno, señora Hudson – gimió el detective cuando recuperó la voz -. En mi vecindario en Escocia, en Eton, en la Universidad, en Scotland Yard. John fue la primera persona que me vio como a un ser humano, sin prejuicios ni falsas concepciones. Cuando le leí su historia a través del teléfono de su hermana, no me juzgó como a un monstruo con habilidades telepáticas, sino que me trató como a una persona extraordinaria. ¿Quién me tratará alguna vez así? ¿Quién volverá a verme como a una persona? John era único – hipó secándose los ojos -. Fue y será el único amor de mi vida.

La anciana le apretó la mejilla contra la suya afectuosamente.

-Lo sé, querido – suspiró -. Y te dejó un hijo maravilloso. No te encierres, Sherlock. Por más dolor que estés sintiendo, no te cierres a los demás. Will te necesita y John, desde el Cielo, se convirtió en un ángel que vela por los dos.

Con suavidad, Sherlock deshizo el abrazo, tomó la cocaína con ambas manos y fue a la cocina para deshacerse de ella para siempre.


………….

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