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Better Days por midhiel

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El personaje de Sherlock Holmes pertenece a Sir Arthur Conan Doyle, mientras que los derechos de la serie de la BBC pertenecen a Steven Moffat y a Mark Gatiss. Sin embargo, el Sherlock de carne y hueso pertenece exclusivamente a John H. Watson.

Los personajes del Señor de los Anillos pertenecen al maestro J. K. R. Tolkien, aunque Aragorn es exclusivo de Legolas y viceversa.

Y Piratas del Caribe es de Disney. Pero el Capitán Jack Sparrow es de Will Turner y viceversa.

Hechas las aclaraciones, repito que no se recibe ningún crédito por esto.

La canción que le da nombre al título es de Eddie Vedder.

El fic va dedicado a una amiga que adora estos tres fandoms, y que me leyó y corrigió muchas veces, Prince Legolas.

Ahora sí, con ustedes, el capítulo.


Better Days

Capítulo 12: Amigo Del Mar


Después de atracar en el puerto de Osgiliath, John, Jack y William se pusieron en camino hacia Minas Tirith. Los gondorianos reconocían a los dos piratas como a los cuñados de su rey y en Osgiliath los recibieron con honores.

John estaba fascinado con este mundo. Extrañaba el suyo, por supuesto, especialmente por Sherlock y su hijo, pero la cultura de Arda, un conjunto de ritos y costumbres, mezcla entre lo medieval y lo mágico, le encantaba.

Les llevó una semana recorrer la distancia entre Osgiliath y Minas Tirith a caballo y cuando cerca del mediodía de la séptima mañana, John vio la Torre Blanca de Ecthelion resplandeciendo en el cielo, soltó un suspiro de admiración.

La ciudadela milenaria estaba construida sobre un peñasco enorme y se alzaba majestuosa sobre sus siete niveles, dominando el paisaje.

-Minas Tirith, que significa la Torre de Vigía, es la capital de Gondor, el reino más importante de los hombres – instruyó Will -. Legolas, mi hermano, está casado con el Rey Elessar II, pero lo llamamos Aragorn familiarmente.

John asintió. Durante la travesía en barco, William se había ocupado de explicarle la historia de su propia familia y del Arda en general, así que los nombres no le sonaban ajenos.

-Te contaré un secreto, John – reveló Jack, sonriendo astutamente y acercando su caballo al del médico -. Esta buena gente es encantadora pero carece del mayor bien del hombre, que es. . . a ver, John.

-Del ron – murmuró.

-¡Exacto! – felicitó el pirata -. Por eso cada vez que tenemos que venir, nos abastecemos como si se acabara el mundo. Sin embargo, aquí tienen otra bebida espirituosa – se frotó la barba e indicó a John que se acercara más -. El mi-ru-vor, compañero – susurró.

-¿Miruvor?

Jack asintió seriamente.

-A la fórmula sólo la conoce el viejo Elrond y te juro que me alegra tanto que el elfo sea inmortal porque si se muere con ella, yo me enterraría con él.

-¡Jack! – amonestó Will.

-Perdón, John – hipó el pirata -. Había olvidado que tú sí ya pasaste por eso del entierro. El comentario no tuvo mala intención.

-Resumiendo – concluyó John -. Aquí no existe el ron pero tienen una bebida que se llama miruvor y puede suplantarlo.

-Aye – concordó Jack -. Y en la tierra de mi matelot existe el vino de Rhovanion.

-Que supongo que también será de tu agrado.

-Aye – respondió el pirata y se le acercó de cuenta nueva, alzando una ceja en tono de misterio -. Te contaré otro secreto – murmuró -. Un vasito de miruvor tiene apenitas un efecto curativo pero si te bebes varias botellas, pierdes el sentido del decoro y aquí son muy protocolares. Por eso Aragorn, mi concuñado, ordena que escondan las botellas cada vez que los visitamos.

-Entiendo – murmuró John.

El capitán le soltó una sonrisita cómplice.

-Como elfo, tienes los sentidos más desarrollados que nosotros y me preguntaba si. . .

-No permitiré que uses a John para encontrar el miruvor – interrumpió Will.

Jack rodó los ojos.

-Cachorro, si uno tiene talentos y no los usa, pueden atrofiarse.

-Por favor, John – pidió Will -. No le hagas caso.

John miró a uno y otro pirata sin saber de qué lado ponerse.

-Tú ganas, cachorro – finalizó Jack con fastidio -. Es su primera visita a Minas Tirith y deberá hacer lo correcto.

-Así debe ser – sentenció William.

Jack desaceleró el trote de su caballo y pidió a John que hiciera lo mismo para alejarse de Will. Cuando el joven les hubo sacado suficiente ventaja, le susurró.

-Encontraré la ocasión para que me ayudes a encontrarlo, ¿savvy?

-Savvy – prometió John y sonrió con complicidad. La actitud transgresora del pirata le recordaba la de Sherlock.

Cuando llegaron a la entrada de la ciudad, los guardias les abrieron los portones y el trío de piratas y elfo fue conducido por una escolta a través de los siete niveles. John no dejaba de observar y admirar sin perderse un solo detalle. Por dentro, la ciudad de granito era tan elegante e imponente como por fuera. Will le había explicado que al rey le había llevado años reconstruirla después de la guerra y John admitió que Aragorn había hecho un trabajo formidable.

Finalmente entraron en la explanada del castillo y desmontaron en el Patio del Manantial, frente a Nimloth, que se alzaba florido con sus orgullosos capullos blancos.

-En la época oscura este árbol se mantuvo seco, esperando el regreso del rey – informó William -. ¿Recuerdas esa parte de la historia?

-La recuerdo bien – respondió John.

Jack notó un clima grave en el ambiente e iba a hacer una observación, cuando vieron bajar por la escalera que conducía al castillo a Faramir, el Senescal, seguido de su esposa, la bella princesa Eowyn. Un cortejo de hombres ataviados en trajes elegantes caminaba detrás y al detenerse frente a los piratas, los saludaron con una profunda reverencia.

-¿Qué ocurre? – preguntó Will informalmente al ver sus expresiones sombrías.

-Príncipe Auril – lo llamó el senescal respetuosamente -. El Príncipe Legolas está de parto y me temo que su estado y el de la criatura son delicados.

-¿Cómo? – exclamó el joven e iba a correr escaleras arriba cuando la mano férrea de Jack lo detuvo.

-¿Lord Elrond no está aquí para atenderlo? – preguntó el Capitán Sparrow Turner.

-Esperábamos al niño para el mes entrante – contestó Faramir pesaroso -. Pero Su Alteza comenzó con las contracciones anoche y hasta ahora no hay avances. No tiene sentido informar a Lord Elrond porque no llegaría a tiempo. Ioreth está usando todos los conocimientos pero hace media hora que no siente más los movimientos del niño.

-Pobre Legolas – gimió Eowyn, cubriéndose la boca -. Y pobre Aragorn.

Will miró hacia la entrada, conmocionado. Quería correr a auxiliar a su hermano gemelo aunque sólo pudiese consolarlo con palabras.

John pensó que tal vez pudiera ser útil como médico y antes de que opinara algo, Jack le palmeó el hombro.

-Este elfo aquí se llama John Watson Holmes y es una especie de sanador en su tierra. ¡Esperen! – se corrigió -. ¡Es un sanador!

-¿De veras? – se asombró Faramir.

-Sí – John tomó la palabra -. Tengo conocimientos medicinales para ayudar a su príncipe.

Tanto Faramir como Eowyn lo miraron como a una bendición enviada por Elbereth.

-Seguidnos, maese John Watson Holmes – dispuso el senescal -. Sois un elfo como Su Alteza y sanador. No podrías haber llegado en un momento más oportuno.

John miró a los piratas que le asintieron gravemente y los tres fueron conducidos por el senescal y la escolta al interior del castillo.


……….


Después de atravesar estancias a cual más suntuosa, John llegó a una sala donde Aragorn se paseaba ansioso y preocupado. Al ver a Jack y a Will, salió a su encuentro.

-Faramir ya les habrá informado. ¡Dulce Elbereth! Mi Hoja Verde y mi hijo. La buena Ioreth está haciendo cuanto está a su alcance, pero me temo que necesitamos de más ayuda.

-Lo entendemos – murmuró Will compungido -. ¿Puedo ver a Legolas?

Aragorn asintió.

-Está allí dentro – señaló una puerta blanca.

-Este elfo guapo es John Watson Holmes – presentó Jack -. El buen sujeto que teníamos que traer y que ¡oh sorpresa, concuñado! es sanador en su mundo.

-¡Por los Valar! – se alegró el rey -. La Dama Galadriel comentó que en tu mundo el arte de la sanación está muy avanzado. ¿Podrías examinar a mi esposo?

-Con vuestro permiso, Majestad – respondió John respetuoso.

-Aragorn, por favor – pidió el rey y lo condujo junto con Will a la recámara donde atendían a Legolas, mientras que Jack se echó en un silloncito para esperarlos.

Desde la puerta blanca, oyeron los gemidos del pobre elfo. A William se le hizo trizas el corazón, en tanto John trataba de hacer a un lado su traumática experiencia cuando estuvo prisionero y embarazado para asumir su papel de sanador.

Ioreth era la sanadora principal de las Casas de la Curación de Minas Tirith. Era una mujer anciana y encorvada por el fatigoso trabajo de toda una vida, de carácter jovial y tan sabia como conversadora. Sin embargo, ahora se la veía reservada, tratando de salvar al príncipe y al heredero de Gondor.

El rey presentó a John para que se pusieran a su disposición y enfiló hacia su esposo. Legolas estaba hundido en el amplio lecho y en su bella carita se dibujaban las expresiones de dolor y angustia. Aragorn le besó la mano y se sentó a su lado.

-Legolas – murmuró Will, abrazándolo.

John solicitó permiso para examinar al príncipe. Enseguida comprendió lo que estaba pasando. La criatura se presentaba de pies y una pierna atravesada obstruía la salida. También lo auscultó y usó un pequeño recipiente cóncavo para oír los latidos. Cuando los sintió, sonrió en dirección al elfo.

-Vive – le aseguró -. La criatura está viva y su corazón suena fuerte y sano. Tenemos que ayudarla, Alteza.

Aragorn apretó la mano de su esposo con fuerza, en tanto Legolas suspiró con dolor y alivio.

Acto seguido, John pidió a Legolas que se tranquilizara y prometió a los padres que todo saldría bien. Ordenó una poción aliviante para el príncipe y después de solicitar a Aragorn y a William que acompañaran al elfo, se dispuso a traer al mundo al heredero de Gondor.

Ioreth y sus ayudantes se pusieron a su servicio. Prepararon la pócima para el príncipe y su hermano lo ayudó a beberla.

John empujó la pierna todo lo que pudo hacia atrás y con masajes consiguió enderezar el cuerpo dentro del vientre. Cuando lo sintió listo, ordenó a Legolas que empujara en la próxima contracción. El elfo arrugó la carita y obedeció con un grito. Aragorn y William estaban sentados a cada lado de la cama y le sujetaban las manos.

Bajo la mirada expectante y admirada de Ioreth, John atrapó los talones del bebé y los jaló con cuidado. Guió al elfo en las contracciones hasta que con masajes y movimientos, ubicó el cuerpecito para que saliera. Legolas soportó la operación con entereza. Con las maniobras expertas de John y los empujones del príncipe, finalmente el elfito vio la luz.

A Aragorn se le cortó la respiración con el llanto. Legolas tenía el rostro bañado de sudor y sonrió, tan aliviado y feliz como exhausto.

-Es un niño –comunicó John y alzó al bebé para mostrárselos.

Ioreth se le acercó y entre los dos lo examinaron y comprobaron que estaba sano y fuerte. John lo revisó más exhaustivamente para probar sus reflejos y quedó sorprendido con la rapidez con que le respondía. Al llevar sangre élfica, sus reflejos eran más agudos que los de un niño humano.

Algunas doncellas entraron para bañar y vestir a principito, mientras que Ioreth y otros ayudantes se encargaron de limpiar a Legolas.

Cuando el pequeño estuvo listo, fue entregado a sus padres.

-Aragorn – murmuró Legolas, bañado de lágrimas -. Es hermoso.

Su esposo besó la frente del bebé y los labios de su elfo. También estaba llorando.

-Se llamará Earnil – decidió el rey -. Amigo del Mar. Porque fueron Jack y William, los dos marineros amigos de Gondor, quienes vinieron con la ayuda para traerlo al mundo.

Legolas y William miraron a John con una sonrisa agradecida.

John asintió respetuosamente. Sin embargo, contemplar a aquella familia feliz con su hijito recién nacido le recordó a la suya, que estaba lejos y extrañaba demasiado.

-Disculpad, Majestad – pidió con una reverencia y se retiró.

Los presentes quedaron asombrados, sólo William sacudió la cabeza con tristeza.

-Ya te lo explicaré, hermano – le susurró a Legolas.

El elfo suspiró y bajó la cabeza hacia su hijito. El bebé había apretado un mechón de su trenza y se había quedado dormido.


………….


John llegó a la sala donde Jack aguardaba, sin poder contener más las lágrimas y pasó junto al pirata llorando.

El capitán saltó del sillón como resorte y se le acercó.

-¿Qué sucede, compañero?

John le pidió con un gesto que se alejara.

Jack arrugó la frente.

-¿Está todo bien?

-El bebé acaba de nacer – anunció, secándose las lágrimas -. Es un niño y tanto él como el príncipe Legolas están sanos y salvos. Sólo que yo. . . lo siento. . . necesito tomar aire fresco.

Jack le apoyó la mano curtida sobre el hombro.

-Tranquilo, John. Conozco un lugar donde podremos beber juntos y distraernos – y sin añadir otra cosa, lo guió directo a la bodega del castillo.

-El capitán Jack Sparrow Turner, cuñado del Rey y del Príncipe, y John Watson, amigo de la familia real – el pirata hizo las presentaciones ante los guardias que custodiaban la entrada a la bodega.

Estos intercambiaron miradas significativas. Sabían que dos horas más tarde tendrían que entrar a buscar al cuñado del rey, ebrio como un barril, pero como les gustase o no, Jack formaba parte de la realeza, tuvieron que permitirle pasar.

-Gracias, caballeros – saludó Jack, quitándose el sombrero y empujó a John para que entrara con él – Ah, caballeros – recordó -. Necesito una antorcha.

Los guardias volvieron a mirarse hasta que finalmente uno corrió al pasillo a conseguirle una.

Con la tea en mano, bajaron una escalera y se toparon con un espacioso sótano, que tenía no cientos, sino miles de botellas apiladas. Se trataba de la cava más grande que John hubiera visto en su vida terrena y élfica.

-No te hablé de este vino porque no le llega al de Rhovanion ni a los talones, ni tiene punto de comparación con el miruvor – explicó el pirata y acto seguido, descorchó una botella con los dientes -. Pero como todavía no tuvimos tiempo de buscar la bebida de Lord Elrond, nos conformaremos con esto, ¿savvy?

-Savvy – respondió John, tomando la botella, mientras que el capitán abría otra. Chocaron los recipientes y al grito de Jack de ¡Salud! bebieron.

John se conformó con un sorbo y no le pareció mal vino, pero su compañero se bajó tres cuartos del enviase de un solo trago. Enseguida comenzó a balbucear y a balancearse hasta que tuvo que apoyarse en una columna para no caer.

-Extrañas a Sherlock y a tu hijo – comenzó con la voz pastosa y se limpió las trenzas de la barba con el brazo. Bebió lo que quedaba y giró sobre sí, buscando otra botella. John tuvo que correr a sostenerlo para que no se desplomase -. Gracias, compañero – hipó -. Te contaré una historia. . . Mi historia personal. . . Mía y del cachorro. …l puede concebir como tú, supuestamente puede concebir porque aún no tenemos ni un solo hijo y yo. . . yo no quiero ilusionarme mucho después de tantos años. . . yo pienso que yo. . . el cachorro y yo tenemos que tener uno algún día. . .

John parpadeó. El pirata le indicó con un gesto que lo ayudara a sentarse.

-Tu hijo es una lindura – continuó Jack y se frotó los ojos -. Deberías estar orgulloso de tu matelot por haber tenido un hijo tan lindo. Además se nota que está enamorado de ti.

-Amo a Sherlock y a mi hijo – declaró John con la voz ronca.

Jack le sonrió. Sus ojos de obsidiana resplandecían acuosos.

-Tienes una familia hermosa que algún día vendrá a buscarte, John. Te envidio por el hijito hermoso que te está esperando. . . No llores más porque yo. . . yo que sí tengo a mi cachorro conmigo. . . mi cachorro y yo daríamos lo que fuera por tener uno. . .

-Tú y William anhelan un hijo por encima de todo – observó John suavemente.

El pirata asintió, mientras sus dedos enjoyados jugaban con las trencitas de la barba.

-Es lo que más deseamos en este mundo y el nuestro, compañero. William, mi Will, sufre mucho. Hay noches en las que no hacemos más que consolarnos el uno al otro. Si no estuviera malditamente borracho, no te estaría contando esto, pero los dos sufrimos y te juro por el maldito Kraken que yo, el Capitán Jack Sparrow Turner, te envidio.

-Estás aconsejándome que en lugar de llorar por mi familia que no está aquí conmigo, piense que tengo un esposo y un hijo que algún día vendrán a buscarme – suspiró John, sentándose a su lado.

Jack le quitó la botella y se la bebió enterita. Su resistencia alcohólica era impresionante.

-Volverás a ver a tu familia, John Watson – vaticinó, alzando el dedo -. A tu Sherlock y a tu hijo. . . Sólo ten fe como yo tengo fe en que algún día el cachorro y yo seremos padres.

John tuvo que emplear toda su fuerza de voluntad para no consolarlo confesándole que él era el descendiente directo de ese hijo tan anhelado. En cambio, murmuró:

-Lo serás, Jack.

El pirata sacudió la botella vacía, tratando de convencerse, y envolviendo al elfo en un abrazo exhaustivo, se dedicó a narrarle hazañas suyas, que John no pudo deducir si eran genuinas o no.

………………….

Sherlock regresó a Baker Street por la noche disfrazado de mendigo y oliendo como tal. Este atuendo le había permitido espiar durante varias horas los movimientos del principal sospecho de tres estrangulamientos que quitaban el sueño a Scotland Yard. Pero al poner la llave en la cerradura, recordó algo sumamente preocupante. Había salido a las cuatro de la tarde, mientras Will dormía recién alimentado y aseado, confiando en que la señora Hudson no tardaría en regresar para ocuparse del niño. Sin embargo, ahora recordaba que la anciana le había avisado la noche anterior que se ausentaría de Londres en todo el día para visitar a sus sobrinos.

-¡Dios mío! ¡William! – exclamó el detective, volando escaleras arriba.

Al llegar a la nursery con el último aliento, encontró a su hijo en la cuna hecho un mar de lágrimas, sucio y hambriento, sacudiéndose como una lombriz. Había llorado tanto que ya no le quedaba voz y apenas balbuceaba gemidos.

Sherlock se sintió el peor padre del mundo. Lo cargó pero el disfraz hediondo incomodó más a Will.

Desesperado, dejó al bebé en la cuna y corrió a prepararle el biberón. Al abrir la alacena recordó algo más perturbador.

-La leche – masculló -. Tenía que comprarla esta mañana.

Fue hasta la nevera con la esperanza de encontrar una botella. No sería la leche para lactantes que la doctora Cullen le recomendaba pero Will necesitaba alimentarse imperiosamente.

-¡Nada! – exclamó, cerrando violentamente la puerta. El llanto del bebé le llegaba a los oídos -. ¡No tengo nada! ¡La maldita nevera está vacía! – suspiró para tranquilizarse y poder razonar -. Sherlock, piensa. . . ¡Piensa! ¡Ah! – se le iluminaron los ojos -. La señora Hudson tiene leche para lactantes de reserva en su alacena.

Corrió como imán hasta la puerta de la anciana y trató de abrirla pero estaba cerrada con llave. Sacó de su bolsillo su bolsita de herramientas y con un alambre y una pinza, se dedicó a violentar la cerradura.

En eso estaba, cuando la anciana llegó.

-¡Oh Sherlock! – exclamó escandalizada, mientras subía rápidamente -. ¿Qué le estás haciendo a mi puerta?

-Rápido, señora Hudson – ordenó el detective apartándose -. William necesita alimentarse y no me queda más leche.

-¡Sherlock! – protestó -. ¡Hueles horrible! Ni se te ocurra acercarte a tu angelito así. Te recordé ayer que al bebé le quedaba poca leche y te encerraste en tu recámara a leer los periódicos. Así no funciona la paternidad, querido. Implica responsabilidad. Eres tan listo para resolver los crímenes y tan dejado cuando se trata de tu hijo.

Apenas la señora Hudson empujó la puerta, Sherlock entró enfilando cual aerolito hacia la alacena. La previsora anciana no tenía almacenada una caja sino tres. El detective las tomó a todas y corrió hacia su departamento.

La señora Hudson se quedó mirándolo, mientras sacudía la cabeza.

-Ay Sherlock. Eres apenas un hombre, un genio, sí señor, pero un genio que está solo y necesita dejar que los demás lo ayuden.


………



Una vez alimentado y bañado, Will se durmió como un ángel. La señora Hudson entró en la sala y encontró a Sherlock sentado en su sofá y cubriéndose la cara con las manos.

-Querido, aquello de que descuidas a tu hijo no es cierto – trató de disculparse -. No quise decir eso. Tratas de hacer lo mejor para Will, pero estás solo.

-No, señora Hudson – suspiró el detective. Tenía la voz cortada y la anciana notó que había estado sollozando -. Usted tiene razón. Soy un desastre como padre. Dejé a un bebé abandonado por cinco horas para seguirle el rastro a un asesino. ¿Qué clase de hombre hace algo así? Y ayer, cuando me recordó usted que no quedaba suficiente leche, me encerré a leer sobre el último estrangulamiento de ese sujeto.

La señora Hudson se sentó a su lado y le dio unas palmaditas en la pierna.

-Estás solo y necesitas ayuda, Sherlock. No es tu culpa. John – murmuró el nombre con reticencia. El detective bajó las manos y la miró sombríamente -. Siento recordártelo, sé cuánto lo extrañas. Pero él era el que servía para estas cosas. Eres un buen hombre, Sherlock. Pero con la vida que llevas, hacerte cargo de un bebé parece demasiado. Y si abandonas esta vida, sería catastrófico para ti.

-No voy a darlo en adopción, señora Hudson – declaró taxativo -. Me cueste o no, es lo único que me queda de John. Además le hice la promesa de que lo cuidaría y – no pudo soportar el llanto y hundió la cara entre las manos.

La anciana lo abrazó conmovida.

-No hablo de darlo en adopción – aclaró -. Me refiero a que estás solo y necesitas más ayuda de la que yo pueda brindarte. Sarah viajó a Manchester. Esa chica es un sol pero ya no puedes contar con ella. Sin embargo, está tu familia. Tu hermano que es tan caballero.

Sherlock la miró, echando fuego por los ojos.

-Ni me lo mencione, señora Hudson.

-¿Qué tienes contra él, querido? ¿Por qué te pones a la defensiva?

Sherlock se limitó a mirar el sillón de John. Lo hacía siempre que necesitaba su consejo o extrañaba demasiado su compañía.

La señora Hudson le acarició el hombro.

-Eres un muchacho fuerte, pero no puedes tú solo contra el mundo. Si tu hermano te cae mal, supongo que debes tener más familia además de él. ¿Alguna tía bonachona? – indagó -. ¿Alguna abuelita? ¿Tu madre, tal vez?

-Tengo madre y abuela – confesó Sherlock.

-Vaya – se sorprendió la anciana -. Llevas cinco años viviendo aquí y es la primera vez que mencionas a tu madre.

-Mi familia vive en Escocia.

-Ya veo – observó la señora Hudson suavemente -. Escocia no está lejos.

El detective sonrió descreído.

-No es la distancia lo que me separa de mi familia.

-¿Y qué es? ¿Acaso que no hayan aprobado tu relación con John?

-No imagina las piedras que pusieron para arruinar nuestra relación – respondió Sherlock con rabia -. Las veces que Mycroft le ofreció dinero para que me abandonara. Una vez prometió pagarle una suma exorbitante para que John se mudara a Australia y sé perfectamente de dónde salió el dinero.

La anciana se mordió los labios.

-¿De alguien de tu familia?

-¡Bingo! – aplaudió el detective -. De mi propia madre. De la señora Eva Marie Bell Holmes. Mi abuelo materno era un banquero, que quebró a finales de la Segunda Guerra, pero se las arregló para dejarles una buena pensión a su esposa y a su única hija. Mi abuela no gastó un penique, así que la herencia fue a parar íntegra a manos de mi madre.

-Y ella pensaba usar ese dinero para alejar a John de ti.

Sherlock sonrió con una mordacidad y una furia espantosas.

-Pero no fue su único acto caritativo, señora Hudson. En otra ocasión, cuando les quedó claro que no podrían doblegar a John, trataron de involucrarlo con otra persona. Llevábamos un año de casados cuando urdieron el plan. ¿Recuerda a Sebastian Wilkes, mi excompañero universitario, que trabaja en el banco de su tío?

La señora Hudson asintió, frunciendo los labios.

-Ese muchacho es un millonario y un engreído.

-Y amigo de mi hermano Mycroft. Hace tres años, recordará que venía a consultarme con frecuencia por una estafa que había sufrido con una cuenta en Hong Kong. Pues bien, no tardé en darme cuenta que el verdadero motivo de sus visitas era involucrarse con John. Actuaba de manera sutil, como le habría aconsejado Mycroft, así que mi esposo no llegó a enterarse. Como buenos materialistas los dos, Sebastian y mi hermano suponían que conquistarían a John con una buena faja de billetes y viajes en primera clase alrededor del mundo.

-Ya quisiera haber visto a John echar a ese arrogante con maldiciones – deseó la anciana.

-Pero como ya le dije, afortunadamente John nunca se enteró – replicó el detective y su mirada se tornó soñadora al recordar a su esposo -. Cuando descubrí el jueguito, fui yo quien echó a Sebastian con maldiciones. A decir verdad, no fueron maldiciones precisamente – se corrigió -. Simplemente deduje su vida disoluta a partir de su cara y su postura de pato engordado, y lo amenacé con ir a contárselo a su tío. El cobarde teme que lo deshereden más que a la muerte así que olvidó el trato con Mycroft y se largó de aquí para no volver jamás.

-¡Qué horror! – exclamó la señora Hudson y le apretó la mano -. Sin embargo, Sherlock, no debes olvidar que se trata de tu familia y se han estado preocupando por Will desde que llegó al mundo.

-Claro – suspiró Sherlock con sorna -. A pesar de todo, mi hijo es un Holmes y merece ser puesto bajo la vigilancia del clan familiar. A ellos no les importa el bienestar de John William, como tampoco les importa el mío, ni les importó el destino de John. Tengo razón, señora Hudson, aunque suene crudo.

-¿Qué hay de esa abuela que mencionaste? – preguntó la anciana, sin darse por vencida.

-La abuela Francesca – recordó el detective -. Es la madre de mi padre. No es una Holmes de nacimiento pero fue muy bien aceptada por la familia cuando se casó con mi abuelo.

-¿Supones que ella también participó en los chantajes?

-No – Sherlock sacudió la cabeza, convencido -. Ella jamás se hubiera prestado a un acto tan deplorable. Es una anciana bondadosa y gentil. Mi familia ha funcionado durante generaciones como un clan hermético. Cuando un miembro decide contraer matrimonio, para que su pareja sea digna de recibir el apellido debe ser aceptada por lo miembros mayores, o sea los más antiguos y respetados. En la actualidad, este título les corresponde sólo a mi abuela, a mi madre y a Mycroft. El resto, incluidas dos primas, sus padres, tíos míos, y supongo que ya debe haber sobrinos, recibimos el mote de menores.

-Ya veo – observó la señora Hudson.

-Para que ese nuevo integrante sea aceptado, lo someten a un examen minucioso tomando en cuenta su prosapia y sus ingresos económicos. John – suspiró -. Mi John no contaba ni con una familia de renombre ni con dinero suficiente, así que le hicieron el vacío y usaron todo su ingenio para separarnos.

-Estoy segura de que no valen ni la mitad de lo que valía ese muchacho – exclamó la anciana.

-Sin embargo, la abuela Francesca pensaba distinto – continuó el detective -. Sus padres eran americanos y fue educada en la libertad y costumbres de ese país. A los diecisiete años se casó con mi abuelo, Herberald Holmes, que falleció cinco años después. Tuvo que soportar sola los convencionalismos prehistóricos de sus suegros y su cuñado pero jamás se doblegó. Lamentablemente, siguiendo la tradición, ellos se hicieron cargo de su hijo William, mi padre, y lo llenaron de sus influencias nocivas.

-Esto era lo que trataban de hacer con Will – cayó en la cuenta la señora Hudson -. ¡Ay Sherlock! ¡Qué astuto que estuviste al impedir que tu hermano o tu madre se le acercaran!

Sherlock hizo silencio antes de seguir.

-Estoy convencido de que mi abuela Francesca hubiera aceptado a John.

La anciana le apretó la mano.

-En ese caso, querido, tu abuela Francesca no merece el vacío que le haces a los demás.

-No – determinó el detective levantándose bruscamente -. No quiero tener nada con ellos. ¡Nada, señora Hudson! Aunque mi abuela sea diferente, también forma parte de ese clan.

La señora Hudson suspiró, resignada.

-Estás solo porque quieres estarlo, querido.

Sherlock corrió la cortina de la ventana y observó a los pocos transeúntes que la recorrían en aquella noche helada. Pensó en John que ya no debía sentir frío, ni podría disfrutar más de caminatas nocturnas.

-Estoy solo porque lo perdí – murmuró el detective -. No me importa la compañía de nadie si mi John no está conmigo.

La señora Hudson se retiró en silencio. Sherlock fue hasta la cuna y contempló a su hijo que dormía profundamente.

-Perdóname, calaverita – musitó -. Tengo que aprender a ser un mejor padre, y te prometo que desde hoy en adelante, tu bienestar estará por encima de cualquier caso.

Lo cargó y le besó la cabeza. Will abrió y cerró los puñitos sin despertar. Luego su padre se acostó en la cama, arrullándolo contra su pecho. Si ya no podía dormir más abrazado a John, lo haría acariciando al hermoso bebé, que su amor le había dejado.


………..

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