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Better Days por midhiel

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El personaje de Sherlock Holmes pertenece a Sir Arthur Conan Doyle, mientras que los derechos de la serie de la BBC pertenecen a Steven Moffat y a Mark Gatiss. Sin embargo, el Sherlock de carne y hueso pertenece exclusivamente a John H. Watson.

Los personajes del Señor de los Anillos pertenecen al maestro J. K. R. Tolkien, aunque Aragorn es exclusivo de Legolas y viceversa.

Y Piratas del Caribe es de Disney. Pero el Capitán Jack Sparrow es de Will Turner y viceversa.

Hechas las aclaraciones, repito que no se recibe ningún crédito por esto.

La canción que le da nombre al título es de Eddie Vedder.

El fic va dedicado a una amiga que adora estos tres fandoms, y que me leyó y corrigió muchas veces, Prince Legolas.

Ahora sí, con ustedes, el capítulo.


Better Days

Capítulo Trece: La Torre De Mandos

John pasó seis meses en Gondor, aprendiendo la cultura de Arda y la religión para ser presentado ante Mandos.

Días después del alumbramiento, cuando Legolas se hubo restablecido por completo, Earnil fue presentado oficialmente como heredero de los reinos de Gondor y Arnor. Todos quedaron fascinados con el nombre, principalmente Jack que se sintió muy honrado. En su piratesca vida, jamás un rey había osado proferirle semejante reconocimiento. Era verdad que se trataba de su cuñado, pero estar en Gondor y sentir el afecto de Legolas y de Aragorn lo hacían sentirse especial. Ni su propio padre, el distante y excéntrico Edward Teague, lo había tratado así alguna vez.

Aragorn honró a John por sus servicios prestados con el título de Sanador de la Corte, y a Jack y a Will les agradeció públicamente por haberlo traído a Minas Tirith en el momento justo.

Terminada la ceremonia, Jack buscó a su concuñado y jalándolo amistosamente del brazo, le confesó que el único premio que le importaba era que le enseñase “dónde había escondido todo el maldito, perdón, bendito miruvor”.

Sabiendo que el pirata encontraría la manera de abastecerse por las buenas o por las malas, el rey accedió y así Jack pudo continuar su estadía en la capital de Gondor, degustando su segunda bebida favorita.

Como Sanador de la Corte, John se hizo cargo de la atención de Legolas y su bebé. Adoraba a los niños y pensó que ya que aún no podía disfrutar de su Will, se contentaría cuidando la salud del elfito. Tanto Legolas como William, que tenían un instinto paternal muy fuerte, quedaron asombrados de lo buen padre que John parecía.

El príncipe por su parte, se encargó de instruirlo en las costumbres de los elfos y le quitó las dudas que tenía respecto a la anatomía y habilidades de su gente. Pronto John se sintió a gusto con su nueva condición de elfo y se hizo muy amigo de Legolas y de Aragorn.

A las dos semanas de su llegada, Jack y William tuvieron que regresar a la Tierra y se despidieron. Extrañaban demasiado el Caribe y el mar y partieron a saludar a su Perla de …bano y buscar nuevas aventuras.

Legolas los despidió con nostalgia, pero sabiendo que no tardarían en regresar.

Un mes después de la partida de los piratas, John tuvo una pesadilla. Soñó con el tiempo en que estuvo secuestrado soportando las torturas a manos de Moriarty. El dolor, el miedo y la incertidumbre que sufriera entonces volvieron a acosarlo de una forma tan nítida, que despertó bañado en sudor, con el corazón palpitando como un cañón, y el rostro desencajado. Al abrir los ojos se encontró envuelto en las tinieblas de la noche. Volteó hacia las ventanas que estaban abiertas. Sintió una necesidad imperiosa de compenetrarse con la Naturaleza para calmarse y salió al balcón.

Desde que se convirtiera en elfo, John buscaba comunicarse con los árboles y los jardines reales se habían convertido en su solaz. Era una noche estrellada y la media luna brillaba en el cielo.

Apoyado en la balaustra, John cerró los ojos y recordó que Sherlock estaba convencido de que él había fallecido. ¿Cómo la estaría pasando? ¿Cómo se las estaría arreglando con Will? ¿Cuándo volvería a verlos?

Se acarició el anillo de bodas y llenó los pulmones de aire para no llorar.


……………..


Earnil acababa de dormirse en los brazos de su Ada. Aragorn estaba retenido en otra sala con sus ministros, atendiendo asuntos de última hora. Legolas se sentó junto a la cuna pero no quiso desprenderse de su bebé y continuó acunándolo. En sueños, el elfito hizo un puchero y se frotó los ojos. Por su herencia humana, los cerraba al dormir.

Su Ada canturreó la canción de Luthién con su voz suave. Contaba la leyenda que aquella princesa elfa había sido la única persona que conmovió a Mandos una vez con esa canción y consiguió volver a la vida y recuperar a su amado. Legolas suspiró imaginando a John en sus Estancias y se preguntó cuánto tiempo más tendría que esperar a Sherlock. …l sabía mejor que nadie lo que significaba separarse de la persona amada y como el detective ahora, también había sufrido al creer que su amor se había perdido para siempre.

Aragorn entró tratando de no hacer ruido. Legolas sonrió sin moverse y dejó que su esposo lo abrazara.

-¿Cómo están mis dos bellezas, o como diría Jack, mis dos tesoros? – murmuró el rey, robándole un beso. Legolas se acurrucó en sus brazos como un niño -. Ya estoy de regreso, melleth. ¿Qué te gustaría esta noche? ¿Masajes, caricias o algo más íntimo?

-Conoces la respuesta – ronroneó el elfo y se hizo una bolita melosa en sus brazos.

Aragorn apoyó el mentón sobre el hombro de su esposo para contemplar a su hijo. El bebé dormía de lado, enseñando una de sus adorables orejitas picudas. El rey comenzó a besar el cuello de su esposo. Si Legolas quería algo más íntimo, bien que lo tendría.

-Aguarda – suspiró el elfo y acto seguido, depositó a Earnil en su cuna. Así se vio liberado para echarse en los brazos de su esposo.

Se besaron y acariciaron, y antes que Legolas perdiera la agudeza de los sentidos (cosa que ocurría cuando su esposo le hacía el amor y concentraba todo su cuerpo y alma en el acto), oyó un gemido proveniente de los jardines.

-Aragorn – susurró, apartándose apenas de su boca. El rey soltó un suspiro de disgusto y quiso volver a atraparlo pero Legolas se echó hacia atrás -. Alguien llora en los jardines.

-Seguramente se trata de alguna criada con mal de amores – bromeó el hombre -. Adelante, mi Hoja Verde. La noche es joven aún – tomó la cabeza de su elfo con ambas manos para que no se le escapara, y lo besó.

Legolas sintió que se perdía con el beso, su esposo era demasiado apetecible. Pero una vez más oyó el gemido y una vez más, muy a su pesar, retiró los labios de su boca.

-Aragorn, alguien está sufriendo allí afuera y creo saber quién es – explicó con determinación.

-¿John? – murmuró el rey.

El elfo asintió.

El hombre suspiró. Habían sostenido largas pláticas, comentando lo difícil que debía haber sido la separación para su invitado y viendo la manera de aliviarle el dolor.

-Si se trata de John deberías acompañarlo – decidió el rey.

Legolas sonrió. A su esposo le encantaba darle órdenes, siempre que supiera que el elfo estaba de acuerdo y las pondría en práctica. A fin de cuentas, Aragorn había sido educado para reinar desde la cuna.

-Aguárdame aquí, melleth – pidió el príncipe -. No me tardaré.

Aragorn asintió. Se sentó en la mecedora que ocupara su elfo y se entretuvo velando el sueño de Earnil.


………….

John estaba sentado en un banco con la mirada puesta en los árboles, que como altos fantasmas negros, balanceaban las ramas al compás de la brisa nocturna. Con el roce de las hojas entonaban una melodía sólo perceptible para el oído de los elfos.

Legolas llegó hasta él y con un suave ademán, le pidió permiso para sentarse a su lado. John le hizo espacio. Sentados uno junto al otro, ambos elfos se concentraron en escuchar la música de los árboles. Era una canción nostálgica sobre dos seres amados que momentáneamente tenían que estar separados. Describía el sufrimiento de ambos pero también la esperanza y la última estrofa concluyó con la certeza de que no tardarían en encontrarse.

Cuando terminó, John bajó la cabeza. La letra lo había consolado apenas, seguía extrañando a Sherlock con locura y no veía la hora de reunirse con él.

Legolas le apoyó la mano sobre el hombro compasivamente.

-Yo pasé por lo mismo que tú – confesó.

John lo miró confundido.

-¿Aragorn y tú se separaron alguna vez?

-Durante la Guerra del Anillo, antes de la Batalla del Abismo de Helm – explicó el príncipe.

-Willliam me habló de ella – respondió John -. La libraron los hombres de Rohan con la ayuda de ustedes. Defendieron la fortaleza de uruks y orcos enviados por Saruman.

-Así es – confirmó Legolas -. Para llegar a la fortaleza, tuvimos que atravesar un largo sendero desde …doras, la capital de Rohan. Por el camino fuimos atacados por orcos montados sobre wargos. Aragorn mató a uno, pero su muñeca quedó atascada en las riendas de la bestia y fue arrojado con ella a un barranco. Cayó de una altura considerable en mis narices. Con el corazón en la boca, me acerqué al precipicio sólo para verlos a él y al wargo sumergirse en el agua. Esperé un largo rato a que emergiera pero nunca salió. No me alcanzan las palabras ni en westron ni en quenya para describir lo que sufrí, John. No sé de dónde saqué fuerzas para inclinarme y recoger el Undómiel, una joya plateada en forma de estrella, que Aragorn llevaba en el cuello y se le desprendió con la caída.

-Pero Aragorn sobrevivió – suspiró John.

-Llegó a la fortaleza cinco días después, cuando lo habíamos llorado y dado por perdido. Sin embargo, yo. . . aún hoy, después de tantos años, no sé cómo explicarlo pero yo sentía que él estaba vivo.

John se volvió hacia él, asombrado.

-¿Intuías que lo estaba o lo sentías como algo certero?

Legolas se miró el anillo de bodas.

-Lo intuía al principio – respondió, perdiéndose en los recuerdos -. Con Auril compartimos una conexión especial. Hay veces que no necesitamos hablarnos para saber qué piensa o siente el otro. Es mi gemelo y Galadriel me ha explicado que el lazo que nos une desde el vientre de nuestro Adar es indisoluble. Pero con Aragorn compartimos otro tipo de unión. Más que unión es una necesidad que tenemos de estar juntos y esa necesidad provoca que comprendamos los pensamientos y sentimientos del otro aún sin hablarnos. Este enlace nació en ese momento, cuando creí que lo había perdido.

-Con Sherlock teníamos algo parecido – suspiró, mirando la media luna -. En mi mundo no existe la magia ni la sensibilidad que hay aquí. Pero nos entendíamos de una forma especial. En la Tierra llamamos a esa conexión amor.

-Aquí decimos que el amor crea esa conexión – declaró Legolas y se levantó -. Ven, John. Hay algo que quiero mostrarte.

John lo siguió al castillo. Atravesaron pasajes y un largo túnel, que los obligó a descender los distintos niveles. Ya cerca del último, el príncipe se detuvo ante una puerta de hierro, reforzada con tres cerraduras gigantes. Sacó un manojo de llaves y las fue abriendo una por una. Con la ayuda de John, empujaron la pesada puerta y se encontraron con una habitación rectangular y oscura, que carecía de ventanas. Las paredes eran de piedra maciza y en el centro se erguía un pedestal de bronce, donde estaba depositado un pergamino enrollado. Legolas encendió las lámparas a los costados de la pared con su antorcha.

-Acércate, John – invitó el príncipe -. Este pergamino es sagrado, un regalo de la Valië Elbereth para que William Turner recuperase su forma humana y pudiera regresar a su mundo, que es también el tuyo.

-Galadriel me habló de ese regalo – recordó John -. Pero no me dijo que se trataba de un pergamino.

-El pergamino contiene un ritual – especificó Legolas -. Se trata de una fórmula para mutar el cuerpo de un elfo en el de un hombre. Se lo usó en mi hermano y la orden de Elbereth era destruirlo después. Sin embargo, más tarde nos permitió conservarlo en este sitio oculto de Minas Tirith.

-¿Por qué quería destruirlo?

-Para que no cayera en las manos equivocadas. A pesar de haber vencido a Sauron, la maldad sigue imperando en este mundo como en el tuyo. Los orcos, criaturas malignas servidoras del Señor Oscuro, aún no han sido aniquiladas. En otro tiempo, ellas fueron elfos, que por torturas y oscuridad en sus féar, se convirtieron en esos monstruos. Si este pergamino cayera en sus manos, la poca sangre élfica que todavía corre por sus asquerosas venas, podría permitirles volverse hombres.

-Si obtuvieran la forma humana, podrían infiltrarse fácilmente en Gondor – dedujo John.

Legolas asintió con la mirada sombría.

-Pesada carga se le confirió a Aragorn cuando aceptó que el pergamino permaneciera aquí. Sólo él y yo tenemos las tres llaves que abren esta puerta – enseñó su manojo -. Y sólo él y yo conocemos el sendero que hoy te he enseñado.

John pasó saliva. Tremendo honor y responsabilidad eran los que le había confiado su amigo.

-Este ritual será usado en ti cuando Sherlock llegue para llevarte de regreso – continuó el príncipe -. Así podrás recuperar tu forma humana para volver a la Tierra.

-No podría volver como un elfo, ¿cierto?

-No John – con la tea que aún llevaba en la mano, iluminó el pergamino -. …ste es tu pasaje a tu mundo. Cuando Sherlock esté preparado para buscarte y no pierdas la esperanza de que pronto lo estará, regresarás con él y tu hijo.

John clavó la mirada en el documento, sintiendo más esperanzas.


………….

Con el título de sanador real, John tomó la dirección de la Casa de la Curación de Minas Tirith y se convirtió en asesor (igualito a Sherlock) de Ioreth y los demás sanadores que trabajaban allí. Aplicando sus conocimientos a las medicinas naturales que se manejaban en este mundo, John los formó con tanta maestría, que Ioreth pidió permiso a Aragorn para redactar un tratado de las Ciencias de la Sanación con sus instrucciones. Enseñó desde cosas básicas, como el lavado adecuado de las manos antes de tocar a los enfermos, hasta preparados sofisticados con plantas de las que todavía no se conocían sus poderes medicinales en Arda.

Ioreth estaba pasmada con sus conocimientos y no dejaba de exclamarle cuánto lo admiraba. Una mañana, una comitiva que regresaba de Lothlórien, sufrió un accidente por el camino y los heridos, afortunadamente ninguno de gravedad, fueron trasladados a la Casa de la Curación. El delegado era Orodreth, un medio elfo, hijo de una elfa y un hombre, que había servido a Denethor como ministro y ahora servía a Aragorn. Se trataba de una persona alta y apuesta, de piel transparente, largo cabello oscuro y rizado sostenido en una trenza, ojos rasgados y celestes, y rasgos angulosos de clara herencia élfica.

El parecido con Sherlock resultaba increíble.

Como Ioreth estaba nerviosa, corriendo tanto como se lo permitía su avanzada vejez, John decidió suspender su visita diaria a Legolas y a Earnil para ayudar, y el primer paciente fue justamente este medio elfo.

Sintió una comezón al verlo. Tenía un aire a Sherlock que no pudo ignorar y aunque trató de mantenerse neutral mientras lo atendía, las manos temblorosas y la mirada esquiva lo delataban.

Orodreth era un apasionado de la raza de su madre, por eso se había convertido en delegado para las misiones a los pueblos élficos, y John le pareció gallardo e interesante. Mientras que le limpiaba la herida del brazo, el ministro lo devoraba literalmente con los ojos.

Ioreth entró a buscar insumos y su mirada de águila captó la situación. Salió y con discreción cerró la puerta.

Cuando John terminó de vendarle, Orodreth le acarició la mano.

-¿Perdón? – murmuró el elfo, incómodo.

Orodreth lo observó intensamente.

-Hannon lle.

-De nada – respondió John cortante y sus mejillas se encendieron de furia. Su paciente no había hecho más que acariciarle la mano pero el simple toque le pareció un acto irreverente hacia Sherlock -. Debe repetir la curación una vez al día durante una semana. Después regrese y será examinado.

Orodreth le sonrió. El tono neutro de John, acompañado del rubor, no hacían más que realzar su gallardía. Como hombre había sido una persona interesante, pero como elfo, su belleza se había intensificado. La luz que manaba de su piel la confería una textura tersa y realzaba el color de sus ojos. El ministro no iba a dejarlo ir porque sí.

-¿Estarás atendiendo tú?

-Yo me ocupo de la Familia Real – respondió John fríamente -. Que tenga buenos días. Retírese, por favor, para dejar pasar a un nuevo paciente.

Orodreth se levantó y buscó su manto. Al pasar junto al sanador, le dedicó una mirada penetrante. John sostuvo la suya con el rostro tieso como el de una estatua. Cuando el ministro cerró la puerta, se echó en un taburete, molesto y nostálgico.

El medio elfo le recordó a Sherlock, su Sherlock. ¿Cuándo lo volvería a ver? ¿Cuándo vendría por él? ¿Cuándo tendría la oportunidad de sentir a su hijo? Pensó en el pergamino sagrado, en Mandos que lo aguardaba en sus Estancias, en Aragorn y Legolas que estaban tan felices con su hijito, y en Jack y William, que aunque aún no tuvieran uno, vivían juntos y se amaban.

¿Por qué él y Sherlock habían tenido que separarse? Podía culpar a Moriarty, a Moran, a los pésimos cuidados que había recibido, a Scotland Yard por su ineficiencia y a Mycroft por haber tratado de separarlos tantas veces. Podía encontrar a miles de culpables. Sin embargo, esto no aliviaba su dolor por estar lejos de su familia.

Ioreth regresó y al ver a su colega compungido, le apoyó la mano en el hombro.

-No sé por qué estás aquí, John – adujo suavemente -. Pero la forma en que Orodreth te miraba no me dejó indiferente. Es una persona noble, sirvió a nuestro antiguo Senescal y hoy sirve a nuestro Rey con la misma devoción. Vive por el bienestar de Gondor. Es gentil, honesto y generoso con los que menos tienen.

-Yo tengo esposo e hijo – confesó John, advirtiendo hacia dónde marchaba el consejo de la anciana -. Una situación dolorosa me obligó a abandonarlos. Pero me han prometido que él vendrá por mí, y aunque no lo pueda hacer, no estoy interesado en nadie que no sea mi Sherlock.

-Sherlock – repitió y por primera vez posó la vista sobre el anillo de bodas que John nunca se quitaba -. No suena Westron, ni sindarin, ni de ninguna de las lenguas que conozco. ¿De dónde eres, John?

El elfo volteó la cabeza hacia la ventanita triangular y observó en lontananza los verdes campos de Pelennor.

-De muy lejos, Ioreth.

La anciana sonrió.

-…l no tardará en venir por ti – y con un masaje en su hombro, el mismo donde años atrás había recibido la bala, Ioreth se marchó para continuar con sus labores.


…………

Transcurridos los seis meses, John estuvo preparado para ser presentado ante Mandos. El encuentro tendría lugar en un bosque cercano a Minas Tirith, que rodeaba los campos de Pelennor y Galadriel lo acompañaría.

Aragorn y Legolas se pusieron al frente de la comitiva para llevar a John hasta allí y despedirlo. Mientras que ambos elfos viajaban en la carroza real con Earnil en brazos de su Ada, el rey cabalgaba a la cabeza del cortejo.

Atravesaron los campos de Pelennor, donde años antes se había librado la batalla contra Mordor. Los campos devastados por la guerra, hoy florecían y John vio a los labradores, que dejaban a un lado sus faenas y se quitaban el sombrero respetuosamente para saludar a la caravana.

Aragorn devolvía el saludo a sus súbditos y en varias ocasiones detuvo el cortejo para escuchar el pedido de los campesinos que se le acercaban.

John miraba todo sin prestar atención porque su mente estaba en otra parte.

-¿Estás nervioso? – preguntó Legolas, mientras arrullaba al bebé para que se durmiera.

-No realmente – confesó el médico -. Me explicaste lo que debo saber. Mandos o Námo, también llamado el Señor del destino y de los muertos, está casado con Vairë, la tejedora. Tiene un hermano menor, Irmo. Todos ellos son Valar, seres creados a partir del pensamientos de Ilúvatar para proteger Arda y ayudar a los elfos y a los hombres. Aunque son espirituales, pueden corporizarse para presentarse a nosotros.

-Bien – felicitó Legolas. Earnil atrapó una de sus trenzas para dormirse -. ¿Cuál es la misión de Vala Námo y qué poderes posee?

-Su misión es vigilar las Estancias de Mandos, donde habitan los espíritus de los fallecidos y velar por sus almas. Tiene el poder de predecir el futuro a través de una mirada que abarca más de lo que el resto de los seres puede ver. Esto le ha permitido leer intenciones secretas en los corazones como, por ejemplo, cuando Melkor fingió arrepentirse.

-Exacto – congenió el príncipe -. Por su carácter justo y recto es, además, el Juez de los Valar, aunque no emite veredicto sin la aprobación del Vala Manwë.

John asintió y volvió a mirar la ventana.

-¿Cómo es él, Legolas? – preguntó -. Además de ser justo y recto, ¿cómo es su corazón? ¿Cómo es físicamente cuando se corporiza?

-Es un ser hermoso como todos los Valar. Yo no lo he visto, son muy pocos los que obtienen este privilegio, John. Es un ser íntegro, sin una mácula de maldad, envidia o rencor en su corazón. De todos los Valar, sólo Melkor fue corrupto. Los demás son gente pura como la noche más diáfana. No tienes nada que temer. …l leyó tu corazón, te conoce más de lo que tú crees conocerte y te escogió.

John volteó con un suspiro.

-No tengo miedo, Legolas. Sólo que – observó a Earnil, que al fin se había dormido - no puedo dejar de pensar en mi familia.

-Algún día volverás a ver a Sherlock y conocerás a tu hijo – le aseguró el príncipe.

-Ya lo conocí – murmuró y los ojos se le empañaron -. Jack y William me lo enseñaron. Era hermoso. El bebé más bello que hubiera visto. Una mezcla mía y de Sherlock.

-¿Cómo es Sherlock?

John tardó en contestar, buscando las palabras para describir al amor de su vida.

-Es apuesto, encantador y fascinante. A veces puede resultar irritante, pero tiene el alma de un niño y le perdonas lo que sea – rió -. Tiene el cabello oscuro y ondulado como Aragorn. Adoraba enredar mis dedos entre sus rulos – Legolas sonrió. También él adoraba juguetear con los bucles de su esposo -. Tiene unos ojos hipnotizantes, que los días de sol son celestes y los nublados grises. Es alto, esbelto y cuando se trata de perseguir criminales, tiene una agilidad y resistencia físicas sorprendentes hasta para los elfos. Le cuesta expresar lo que siente, especialmente si siente miedo, y se comporta como un niño agresivo y temeroso, pero ya aprendí a lidiar con él.

-Debió haber sufrido mucho cuando tu embarazo se complicó – comentó Legolas.

-Así fue – asintió John -. También es la persona más inteligente que haya conocido. Por su mente brillante, sufrió envidia e incomprensión. Cuando lo conocí era una persona huraña y poca afectiva. Sin embargo, con el tiempo y la convivencia, se abrió a mí y se transformó en un hombre cariñoso, tierno y dulce. Si algo tengo que agradecerle a la vida, es el haber sentido su amor. Quizás te parezca que exagero en sus virtudes, pero así lo veo yo.

-Se nota que estás enamorado.

-Lo estoy – afirmó John convencido.

En la tercera mañana, llegaron al bosque. John salió del carruaje vestido con una túnica blanca y una diadema de mithril en la cabeza. Recordando cuánto le fascinaba a Sherlock su cabello cortado al ras, conservaba el mismo corte militar y sus orejas picudas enmarcaban su redondeado rostro.

Aragorn y Legolas lo acompañaron un trecho hasta que Galadriel les salió al encuentro.

-Ve con ella, John – murmuró Aragorn.

John se volvió hacia los reyes.

-Hannon le – agradeció en sndarin, la lengua culta de los elfos.

-De nada, John – le respondieron.

-Mae Govannnen, John Watson Holmes – le saludó Galadriel cuando llegó hasta ella, y como la primera vez, le tendió la mano.

John se la tomó y juntos caminaron internándose en el bosque.

-Con Mandos estará bien – afirmó Aragorn, estrechando a su elfo de la cintura, mientras los contemplaban partir.

-Espero que Sherlock no tarde en venir por él – suspiró Legolas -. John lo extraña demasiado.

Imaginando lo que él extrañaría a su elfo si Legolas tenía que abandonarlo, Aragorn lo apretó más contra sí y juntos oraron a Ilúvatar para que la espera de John no fuera prolongada.


…………

Galadriel y John recorrieron un sendero de crujientes hojas secas hasta que el elfo visualizó una luz enceguecedora al final del camino.

-Aquel que brilla es Mandos – anunció la dama.

Llegaron hasta él y sin mirarlo de frente, se hincaron de rodillas.

-Alza la cabeza, John Harold Watson Holmes – una voz fuerte y melodiosa resonó en su cabeza. El Vala se comunicaba a través de su mente.

John obedeció. Al principio la luz le nubló la vista pero de a poco se fue disipando hasta enseñar la figura de Mandos. Como Legolas le había comentado, era una criatura hermosa. Alta y fulgurante, de largos cabellos de plata y las facciones más perfectas que el elfo hubiera visto. Estaba vestido con una túnica tan blanca, que John pensó que la nieve se vería gris a su lado. Un manto azul colgaba elegantemente de su hombro izquierdo y extendió el brazo derecho en dirección a él.

-Levántate y acompáñame, John Harold Watson Holmes.

El elfo se volvió hacia Galadriel, que continuaba de rodillas, con la cabeza gacha porque el Vala no la había autorizado a moverse. John se irguió y tomó la mano luminosa. Se sentía cálida.

De repente sintió que ascendía y antes de que se diera cuenta, sus pies dejaron de tocar el suelo. Mandos le apretó la mano para darle seguridad mientras subían y subían pasando las distintas nubes. De niño, John se había convencido de que tendrían la textura de los copos de algodón y curioso, quiso atrapar una. Pero al ser un elemento en estado gaseoso, la nube se evaporó entre sus dedos.

Bien arriba sobre una extensa meseta verde, oculta al ojo humano y élfico, se levantaba una ancha torre en forma de triángulo, de un material brillante y transparente como el cristal. La entrada consistía en dos columnas sobre las que descansaba un frontón triangular labrado con una leyenda élfica. John había estudiado el sindarin y el quenya con Legolas y leyó la inscripción en esta primera lengua: “Aquel que habita esta morada, espera.”

-…sta es tu casa – anunció el Valar y juntos apoyaron los pies sobre la meseta. Estaba cubierta de pasto fresco y John sintió el aroma a tierra húmeda -. Entra conmigo.

Las puertas en forma de arco se abrieron de par en par. Subieron los escalones del pórtico e ingresaron. Adentro se encontraron con una extensa sala adornada con motivos y muebles de clara procedencia élfica. Las paredes estaban adornadas con murales exquisitamente tejidos. John se acercó con curiosidad y vio que representaban escenas de su vida en orden cronológico: la primera era una de cuando era un bebé en brazos de sus padres, en la segunda se lo veía ya niño jugando con Harry, luego de adolescente con sus amigos, después otra que lo representaba estudiando la carrera de medicina y la militar, otra más cuando más tarde participó en la guerra y allí se cortaba. Faltaba alguna escena de su vida con Sherlock.

-Mi esposa los pintó para ti, John – explicó Mandos y el elfo advirtió que era la primera vez que lo llamaba sólo por su primer nombre de pila -. Los tejidos de Vairë adornan mis Estancias para que las almas se recreen con recuerdos de su vida en Arda. Ella misma ha querido adornar esta casa para ti. Falta Sherlock Holmes Watson, porque quiere tejerlo a partir de la descripción que le hagas tú.

John lo miró sin entender.

-Ella vendrá a visitarte pronto – continuó el Vala -. Desea oírte hablar de tu esposo porque afirma que el amor que ustedes se tienen no se ve a diario ni en Arda ni en la Tierra. Es la clase de amor que admiramos en Thranduil y Linómea, y en sus hijos: Legolas con Aragorn y Auril con Jonathan Teague.

Mientras platicaban, tres elfos y dos elfas se acercaron. Eran las doncellas y los pajes, que se ocuparían de atender a John.

Mandos los presentó. Se trataba de almas de personas generosas que le habían pedido corporizarse aunque sea una vez más, y él, por la bondad de sus corazones, les había brindado esta oportunidad.

Después, el Vala se convirtió en un haz de luz y desapareció, dejando a John Watson Holmes al fin en su nueva casa.

………..

Dos años y medio después

Pasaron dos años y seis meses y Sherlock se adaptó a la vida sin John, aunque sin aceptarla. La mañana del tercer cumpleaños de Will, surgió un robo de características peculiares, que lo obligó a visitar las oficinas de Scotland Yard y como la señora Hudson había viajado a Cardiff a visitar a Robbie, no le quedó otra alternativa que llevar a su hijo con él.

La fiesta de cumpleaños había quedado fijada para el sábado por la tarde. A Sherlock no le había caído bien la idea de convertir el departamento en un espacio recreativo para niños con globos, dulces, juegos y pequeñines revoloteando de aquí para allá, pero la casera insistió en festejarlo y el detective terminó optando por la resignación.

Además Will estaba rebosante con la expectativa de una fiesta para él.

Tres horas más tarde, padre e hijo caminaban por la calle de regreso a Baker Street. Sherlock había hecho un alto en una tienda para comprar dulces para la fiesta, en tanto su hijito cargaba un camión enorme, regalo de la tía Sally Donovan.

-Mida, papá – exclamó el niño, jalando una palanquita -. Si apeto el botón, las luces se encenden.

-Maravilloso – murmuró Sherlock, mientras sujetaba a su hijo con una mano y con la otra escribía un mensaje.

-¡Tía Sally es muy qüena! – declaró Will.

-Seguro, esa mujer es un encanto – murmuró su padre sin prestarle atención.

Will notó que estaba escribiendo y como sabía que cuando papá se concentraba en su teléfono no había que interrumpirlo porque estaba trabajando, quedó calladito. En cambio, se entretuvo estudiando las luces de su camión, que parpadeaban como las de las sirenas de la policía.

-¡Sherlock! – oyeron un grito a sus espaldas.

El detective volteó y se encontró con una mujer rubia y regordeta, que cruzaba la calle corriendo hacia ellos.

-¡Sherlock Holmes! – saludó la desconocida. Sin dejar de sonreír, le pasó la mano efusivamente. Sherlock se la apretó con la parsimonia de siempre -. ¡Tanto tiempo! ¿Esta dulzura es John William? ¡Will! ¡Ay! ¡Pero si tiene la cara y la boca de mi hermano!

Harriet Watson, recordó el detective. La hermana menor de John. Era una mujer baja y corpulenta. Tenía el cabello rubio y lacio cortado a la altura de la nuca, ojos oscuros y era muy parecida a su hermano. Con el correr de los años había ganado nuevos kilos y por eso le costó reconocerla al instante.

-Buenos días, Harry – saludó con una sonrisa seca.

-¡El pelito claro de John! – continuó estudiando a su sobrino, maravillada -. Pero esos rulos son tuyos, Sherlock. Los ojitos también son tuyos, y la nariz y la piel tan blanca. Se nota que será alto como tú. ¡Ay! Pero esa boquita, esas mejillas rellenas y la forma redonda de la cara son de John. ¡Ay John! Aún lo lloro. ¡Enterarme seis meses después de su funeral!

-Te envié el email cuando conseguí tu correo – explicó el detective gélidamente -. Tampoco te comunicabas mucho con nosotros. John había querido escribirte durante el embarazo pero le fue imposible dar con tu paradero.

-El pasado quedó en el pasado – se excusó Harry. No era persona a la que le sentase asumir culpas -. Lo importante es que estoy aquí. Clara y yo seguimos viviendo en Suecia y estas vacaciones nos dijimos: ¿A dónde iremos? Y yo propuse: A Londres a saludar a la parentela. Tengo un cuñado y un sobrinito que no conozco – y al decir esto, pellizcó la mejilla de Will, que le sonrió amistosamente -. ¡Qué monín! ¿Verdad que eres el niño más lindo que existe?

-Estamos a dos cuadras de casa – interrumpió Sherlock. Si había algo que detestaba de su cuñada era lo teatral que se comportaba en público y en privado -. Podrías acompañarnos y tomar el té.

-¡Claro! – juntó las manos -. ¿Qué son esas bolsas que cargas, Sherlock? ¿Necesitas ayuda?

-No, está bien. Gracias. El sábado festejaremos el cumpleaños de William.

-¡El cumpleaños de este bebé! – gritó. Sherlock rodó los ojos, deseando que se la tragase la tierra -. ¡Clara y yo queremos asistir!

-Hoy es mi cumpe – avisó Will.

-¿En serio? – gritó Harry con más fuerza -. Tendremos que hacerte un regalo especial. ¿Qué te gustaría que te regalase la tía Harry, Willy?

-No sé – Will se encogió de hombros.

-Hay que pensar en algo. Veo que allí llevas un regalo. ¿Qué es? ¡Un camión!

-Tene luces – enseñó el niño.

-Ya veo – suspiró su tía y siguió dialogando con el niño, mientras que Sherlock trataba de recordar dónde guardaba la señora Hudson los calmantes para añadírselos al té de su cuñada.


………….


-¡Mi pobre Johnny! – suspiró Harry, levantando el retrato de su hermano de la repisa de la chimenea. Se secó las lágrimas, lanzó maldiciones contra el destino cruel e injusto, pero calló al ver a su sobrinito, que no dejaba de observarla -. ¡Pero eres tan parecido a él! Tienes su mismo carácter tranquilo, no armas berrinches. ¡Ay, Johnny era la locura de todas las tías! Yo, en cambio, era de las escandalosas que había que calmar con dulces. Pero tú eres un primor, Will – le pellizcó la mejilla -. Calmadito, educado y amable. ¡Igualito a John!

Will le sonrió.

En la cocina, Sherlock preparaba el té, rodando los ojos. No había podido encontrar los calmantes de la señora Hudson y ahora se preguntaba si añadirle una pizca de algún veneno en dosis mínimas para que no resultara mortal, se consideraría intento de asesinato.

-¡Sherlock! – oyó que su cuñada le gritaba.

-¿Sí, Harry? – respondió con toda la cordialidad de la que fue capaz.

-¡Quiero llevarme este retrato de John!

Sherlock corrió a la sala como alma llevada por el diablo.

-¡No toques nada! – exclamó. Harry quedó estática. Will lo observó asustado. Sherlock se jaló la camisa para calmarse -. Tengo algunas fotos de él en la computadora. Podría imprimírtelas, si así lo quieres.

-Gracias – murmuró la mujer y se sentó.

Sherlock revolvió los rulos de su hijo para tranquilizarlo. El niñito le sonrió.

-Ve a jugar con la tía Harry.

Will corrió hacia ella, mientras su padre regresaba a la cocina. Harry lo sentó en su regazo, estudiándolo con fascinación. En su adolescencia, antes de asumir su homosexualidad, había tenido un novio que la dejó embarazada y por miedo y rebeldía, había optado por abortar. No se arrepentía de haberlo hecho. Sabía que con un niño, no habría podido sostener una relación con Clara y Clara era el amor de su vida. Sin embargo, ver a Will y reconocer a su hermano en él, le provocó una sensación extraña y agridulce. Podría definirse como culpa, pero si había algo que caracterizaba a Harriet Watson era que jamás asumía una culpa.

-¿Sabes quién es este guapo? – le preguntó al niño, mostrándole el retrato de John.

-Mi papá – respondió Will y sus manitas acariciaron el rostro impreso de su padre.

-Eres muy parecido a tu papá – declaró su tía -. Tienes su mismo carácter y tu cara me recuerda a él. Yo lo quise mucho. Es una pena que ya no esté aquí. Era una persona especial, era un ángel.

Will la escuchó atentamente. Las pocas personas que le hablaban de John eran la señora Hudson y el inspector Lestrade cuando su papá lo llevaba a jugar con sus hijas. Sherlock se conservaba mudo. Después de tres años, todavía no podía asumir que John se hubiera ido y cualquier mención seguía arrancándole lágrimas. Como consideraba el llorar como una falta de control de las emociones, no se atrevía a nombrar a John, ni siquiera para hablarle a su hijo.

Sherlock regresó a la sala con el té. Will se puso a jugar con su camión, mientras que su padre y su tía transcurrieron la mañana platicando de la vida.


…………..


La señora Hudson regresó a la tarde con un regalo, que apenas le cabía en las manos. Se trataba de un tren eléctrico. Pasaron la noche con Sherlock armando la pista en la mesa de la cocina. Will jugó un rato y después tuvo que retirarse a dormir.

Su padre lo acompañó a su recámara, que era la antigua de John, lo vistió con su pijama de ositos y antes de que se metiera en la cama, lo invitó a buscar debajo del lecho.

Will sacó de allí un paquete envuelto.

-Ábrelo – invitó su padre.

El niño se subió a la cama y rompió el envoltorio. Se trataba de una lupa de lente circular y marco negro. Igualita a la de los detectives de la televisión.

-¡Una lu-pa! – exclamó, fascinado.

-Una lupa como la mía – sonrió Sherlock y sacó la suya, que era pequeña y rectangular -. Cuando miras a través de este vidrio, que se llama lente, ves las cosas más grandes.

Will hizo la prueba y abrió la boca en forma de O.

-Es ma. . . ma. . .

-Es mágica, sí – terminó su padre -. Sé que te gusta observar cosas, como a mí cuando tenía tu edad. Por eso esta lupa te ayudará.

-Mi lupa má-gi-ca – suspiró Will, encantado. Echó los bracitos al cuello de su progenitor -. Gatias.

-De nada, hijo – rió Sherlock -. ¿Pasaste un buen cumpleaños?

-Ti.

-Dentro de poco será tu fiesta.

-¡Ti! – se alegró.

Su padre deshizo el abrazo para arroparlo.

-Papá – preguntó, frunciendo el ceño. Cuando lo fruncía, un hoyuelo se formaba en su blanca frente -. Tía Haddy dijo que soy como mi papá. ¿Cómo eda papá?

Sherlock se mordió los labios y comenzó a parpadear. ¡Tres años y todavía no superaba la partida de su esposo! John lo había sido todo para él, todo.

-Duerme en paz, Will – le besó la frente -. Mañana jugaremos con tu lupa mágica – y sin agregar nada más, apagó la luz del velador y se retiró.

Will se acurrucó entre las mantas manteniendo los ojitos abiertos en medio de la oscuridad. Se preguntaba cómo había sido John y por qué afirmaban que él se le parecía tanto.



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