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Better Days por midhiel

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El personaje de Sherlock Holmes pertenece a Sir Arthur Conan Doyle, mientras que los derechos de la serie de la BBC pertenecen a Steven Moffat y a Mark Gatiss. Sin embargo, el Sherlock de carne y hueso pertenece exclusivamente a John H. Watson.

Los personajes del Señor de los Anillos pertenecen al maestro J. K. R. Tolkien, aunque Aragorn es exclusivo de Legolas y viceversa.

Y Piratas del Caribe es de Disney. Pero el Capitán Jack Sparrow es de Will Turner y viceversa.

Hechas las aclaraciones, repito que no se recibe ningún crédito por esto.

La canción que le da nombre al título es de Eddie Vedder.

El fic va dedicado a una amiga que adora estos tres fandoms, y que me leyó y corrigió muchas veces, Prince Legolas.

Ahora sí, con ustedes, el capítulo.

Better Days

Capítulo Quince: El Otro Cómplice


Sherlock invitó a Rose a su departamento para no ser escuchados por oídos indiscretos, que bien sabía que abundaban en las casas señoriales. La diseñadora era una mujer de su misma edad, alta y esbelta, que había crecido en la mansión y había jugado con los hermanos Holmes de niños. A Mycroft siempre le había parecido el vivo retrato de las esfinges, con su perfil aquilino y el cabello oscuro peinado hacia atrás. Sherlock observó que los años no la habían tocado. Era adusta y ceremoniosa como su padre, al cual admiraba y por quien guardaba un cariño profundo.

-Tal como lo anticipaste, Sherlock – comenzó con su voz lánguida, sentada erguidamente en uno de los sillones -. El barón y su prometida visitaron la tienda de antigüedades y él quedó fascinado con la decoración. Preguntó por mí y hoy fui recibida en su departamento. El ambiente no está mal, pero tiene un estilo moderno que no es de su agrado. Prefiere el estilo gótico.

-¿Cuándo comenzarás a trabajar? – interrogó el detective con el mentón apoyado en los dedos y estudiándola con su mirada penetrante.

-Mañana mismo.

-Quiero que observes las entradas, los rincones, los pasillos. Estudia las distintas habitaciones, sus dimensiones y hazme un plano exhaustivo del departamento. Presta especial atención al despacho del barón, márcame los diferentes senderos que llevan a él y si tienes oportunidad, entra y observa punto por punto la ubicación del mobiliario. Serás mis ojos allí adentro. Eres una mujer detallista y serás excelente en esto.

Rose asintió, halagada.

-¿Alguna otra cosa que desees? ¿Los horarios del barón, tal vez?

-Ya me encargué de ello – contestó Sherlock.

Disfrazado de mendigo y de vendedor callejero, había espiado durante horas los movimientos de su presa y después de deducir que la ubicación del despacho daba a la esquina, sabía de memoria cuándo y cuántas horas el barón pasaba allí.

-Bien – concluyó el detective, levantándose -. Recibiste los honorarios de la tienda de antigüedades, ahora recibirás los del barón y mi abuela te pagará una suma que los doble por la información que vas a darme. Creo que después de esto, podrás tomarte unas merecidas vacaciones con tu padre.

La mujer sonrió tanto como su estoico perfil se lo permitía.

-Muchas gracias por acordarte de mí, Sherlock. Hacía años que buscaba una oportunidad así para pasar más tiempo con papá.

-De nada – contestó caballerosamente, mientras la acompañaba hacia la salida -. Aparte de brindarme los datos que te pido, estoy convencido de que convertirás ese departamento en un ambiente digno de una catedral medieval.

-Espero que así sea.

La despidió en la puerta y fue a buscar sus parches de nicotina para meditar. Afuera seguía lloviendo torrencialmente, así que ni soñaba con salir a sentarse en el balcón.

……….


Will estaba pasando la tarde en el salón de juegos, supervisado por Gladys, mientras que su papá leía los documentos que Mycroft le había dejado. El niño entró, de pronto, con un oso blanco gigantesco de peluche que lo doblaba en tamaño.

-¡Papá! ¡Mida lo que el tío me degaló!

-¿Tío? – inquirió Sherlock.

-¡Ti! – Will se detuvo a su lado -. Tío Mycof.

Sherlock saltó del asiento. Gladys se detuvo en el umbral.

-Su hermano llegó, señor, y le entregó el regalo a su hijo.

-¿Dónde está? – demandó el detective.

-En el salón de reuniones, señor.

Sherlock se volvió hacia el niño.

-Te quedas aquí, John William. No salgas por nada del mundo – se volvió hacia la doncella -. Encárgate de vigilarlo y que nadie entre.

Después se volvió hacia el escritorio, juntó desordenadamente los papeles, los metió en la carpeta, y salió apresurado.

Gladys lo observó sin entender. Luego cerró la puerta, le echó llave y llevó a Will a bañarse.


………..


Apoyándose en su paraguas mojado, Mycroft miraba distraídamente los cuadros de sus ancestros colgados en las paredes color crema del salón. Se detuvo junto a uno, que mostraba a un militar naval apuesto de postura imperiosa, vestido con el traje del siglo XVIII. De ojos grises y gélidos, toda su apariencia transmitía arrogancia y frialdad. Sobre el marco se leía la inscripción de bronce: “James Henry Norrington. Almirante de la Armada de Su Majestad.” A su lado estaba el retrato de su esposa. Una mujer fina y rubia, con el mismo aire petulante de su marido. En su rótulo se leía: “Elizabeth Swann-Norrington. Hija del Gobernador W. Swann de Port Royal”.

Después de leer las etiquetas de ambos, Mycroft se volvió hacia la puerta justo en el momento en que su hermano entraba.

-Sherlock Holmes – sonrió con sarcasmo -. Tres años sin verte. ¡Qué encantador! Recuerdo que el mismo lapso de tiempo había transcurrido aquella vez que viniste a buscarme en mi oficina. ¿Pero qué veo? Traes la carpeta que te dejé. ¿Te fue de utilidad?

-Si vuelves a acercarte a mi hijo – amenazó Sherlock, furioso.

-¡Pero hermano! – cortó el mayor, fingiendo afectarse -. Si sólo intentaba ser un tío amable, un rol difícil contigo corriéndome de su lado. Mira – se volvió hacia el cuadro del militar -. ¿Sabes quién fue este noble antepasado nuestro?

Sherlock leyó la inscripción sin darle importancia.

Mycroft quitó un pañuelo para sonarse la nariz. La inclemencia climática había intensificado su alergia.

-Ya sé que el árbol genealógico familiar no es lo tuyo, Sherlock. Este almirante nacido en Sussex se casó con Elizabeth Swann, la hija del gobernador de Port Royal, Weatherby Swann. Tuvieron cinco hijas y la cuarta, Johanna Katherine Norrington, se casó con Angus Fidelius Holmes, terrateniente de nuestras tierras y ascendiente directo nuestro.

-Ahora te dedicas al árbol de la familia, Mycroft – observó Sherlock burlón -. ¡Qué conmovedor!

Mycroft miró a su hermano.

-El Almirante Norrington fue famoso en su época por la lucha encarnizada que libró contra esos seres tan viles – hizo un gesto de repugnancia -. Piratas. Fue el terror de esa gente y cuentan que desapareció en altamar tratando de cazar al “Holandés Errante”, un barco fantasma, si crees en esa clase de historias – hizo girar el paraguas y añadió -. Como él, tú y yo hacemos lo mismo, Sherlock. Luchamos encarnizadamente por detener a los criminales y somos el terror de esa gente. Ya ves – observó el retrato -. Lo llevamos en la sangre.

Sherlock deslizó la mano por su cabello. Mycroft era increíblemente insoportable.

-Ya te dije en varias ocasiones que no pertenecemos al mismo bando. Te repito – le apuntó con el dedo -. Te acercas una vez a mi hijo y te juro que sin importarme cuántos ancestros nuestros hayan cazado piratas, te echaré a balazos.

-¡Qué melodramático! – rió -. ¡Sherlock! ¿Por qué eres siempre tan teatral? Según tú, no pertenecemos al mismo bando pero acarreas mi carpeta. ¿Te sirvió la información?

Sherlock oyó los tacones de alguna doncella pasando por el corredor y calló. Mycroft también lo advirtió y haciendo un gesto con el paraguas, invitó a su hermano a que lo siguiera.

-Acompáñame, Sherlock. Sólo por esta vez, haz a un lado tu orgullo y sígueme.

El detective miró renuente hacia la entrada. Los pasos se habían detenido junto a la puerta.

-Por aquí, hermano – insistió Mycroft, señalándole una salida lateral, que daba a los jardines -. Con este clima, dudo que alguien se esté recreando allí afuera y podremos platicar en paz. Además – sonrió -. Tengo a mi inseparable paraguas negro conmigo. ¿Recuerdas que fue un regalo de papi?

-Te lo pido como un favor – solicitó Sherlock, agriamente -. Deja de llamarlo papi.

Y ambos hermanos salieron al jardín.

Se ubicaron debajo de un balcón para no mojarse. De igual manera, la lluvia era tan fuerte que les salpicaba los pies. Mycroft abrió su paraguas y cubrió con su copa sus pies y los de su hermano. Ambos Holmes vestían zapatos caros, que no valía la pena arruinar.

-Cuando ocurrió el incidente con Athenea, Elizabeth pensó en ti inmediatamente – explicó Mycroft -. La abuela le pidió que se pusiera en contacto contigo, pero como te mantuviste alejado por tanto tiempo, temieron que reaccionaras mal y decidieron dirigirse a mí.

-¿Cuándo van a pedirme perdón? – interrumpió Sherlock con dureza -. Tú y mamá. Por haber juzgado a John como a un advenedizo interesado en el dinero y tratarlo como tal. Por haber usado todas las mañas para separarnos. Nunca valoraron las virtudes de mi esposo, ni siquiera se molestaron en descubrirlas. Si crees que esta carpeta – la sacudió –hará que olvide el maltrato hacia mi esposo estás muy equivocado. Y te repito, hermano, que no te atrevas a acercarte a mi hijo.

-Sherlock, compórtate – ordenó el mayor con autoridad -. No vine desde Inglaterra a discutir el pasado. Vine a ayudarte a poner a Reichenbach tras las rejas – el detective rodó los ojos con su expresión aburrida. Mycroft sonrió irónicamente -. No juegues conmigo ni te hagas el desinteresado porque sé cuánto buscas vengarte. Puedo leer la furia en tu mirada y el temblor en los labios que no estás pudiendo controlar. Extraño, ¿no, Sherlock? Perder el control de las emociones – Sherlock hizo un control mental extraordinario para refrenarse -. Fue difícil aceptar que no había pruebas contra Reichenbach. Scotland Yard se jacta de una eficiencia que no posee y Ernst supo protegerse.

Como habrás leído en estos documentos, lleva años acusado de distintos delitos pero la información que lo incrimina, así como los testigos, han desaparecido. Las declaraciones, las pruebas, todo. No hay modo de conseguirlas. Se borraron de la faz de la Tierra. No tiene cajas fuertes en ningún banco y no hay pistas de dónde puedan estar escondidas. Dos semanas antes de prestarle el castillo de Bolingrove a Moriarty para que mantuviera a tu “pareja” cautiva, se lo entregó a un testaferro, que ¡Oh, vueltas del destino! falleció un mes después.

Ernst Reichenbach está libre de acusaciones en el secuestro de John Watson. Tú averiguaste hace años por tu cuenta y terminaste con las manos vacías. Sabes que hay un documento que atestigua la entrega del castillo a Moriarty con el expreso conocimiento de que el fin era mantener secuestrada a una víctima. Tu enemigo, James Robert Moriarty, hacía firmar documentos a todos sus secuaces para, de ese modo, extorsionarlos y asegurarse de que no lo traicionarían – suspiró y miró hacia su paraguas -. En realidad no sé por qué gasto el tiempo explicándote cosas que tú ya sabes. ¿Tienes algo que añadir además del hecho de que sueñas con llevar a este sinvergüenza a juicio?

-¿Cuántas veces tengo que repetirte que John Watson Holmes fue mi marido y no mi “pareja”? – inquirió Sherlock.

Su hermano alzó la vista hacia el balcón que los cobijaba.

-Esposo, si tú lo dices – sonrió fríamente -. Resumiendo, sin pruebas, Reichenbach no puede ser juzgado. Además ahora cuenta con un título nobiliario que le otorga poder y riquezas en el continente y va a casarse con una joven de familia respetable. La pregunta es ¿dónde están escondidas esas pruebas? Como habrás deducido con tu mente brillante, el único lugar donde puedan estar es en. . .

-En su despacho – terminó Sherlock convencido.

Mycroft lo miró con astucia.

-Te dejé material suficiente para que llegaras a esta conclusión.

-No tanto – respondió el detective arrogante -. Tu carpetita – la sacudió de cuenta nueva – no cuenta más que con datos menores. Sin embargo, con la mera observación, me fue sencillo descubrir que el despacho era su escondite. ¿Dónde más sino? Un hombre astuto y desconfiado como él que sabe que la Justicia lo tiene en la mira, dormiría con las pruebas debajo de la almohada para protegerlas. Así deduje que tenían que estar con él, en la vivienda que estuviera habitando. La mejor opción sería su recámara. Pero la abuela me contó horrorizada que Athenea vive con él. No va a dejar ningún documento de ese calibre cerca de ella porque quiere que lo idolatre como a un dios y que nuestra prima descubra su pasado criminal por medio de pruebas fehacientes no parecía lo más conveniente para sus intereses.

-Suena lógico – congenió Mycroft.

-Observando sus movimientos y la ubicación del departamento durante días, pude fabricarme un croquis y noté que se encerraba en su despacho durante horas. Lo examiné a través de la ventana y descubrí que se arrojaba en la silla junto al escritorio sin hacer absolutamente nada. ¿Por qué un hombre activo como él, que está conviviendo con su prometida, desperdiciaría su tiempo en el ocio más inútil? Su carrera empresarial, según estos papeles, demuestra que nunca fue un holgazán y que siempre ha buscado las actividades y diversiones más diversas para mantenerse ocupado.

-Puede que no soporte a Athenea – opinó su hermano, poniéndole a prueba -. Después de todo, no es el amor lo que los ha unido sino una obsesión por parte de ella y el deseo de más riquezas por parte de él.

Sherlock intuía que estaba malgastando el tiempo al revelarle sus deducciones porque ya Mycroft había arribado a las mismas. ¿No eran ambos hermanos igual de inteligentes y observadores? Pero lo mismo le respondió.

-Si no soportase a Athenea, lo que veo muy probable, se macharía del departamento a cualquier hora para no tener que cruzársela, no pasaría horas en el despacho donde sabe que ella puede buscarlo. Por lo tanto, eliminando lo imposible, lo que queda es que Reichenbach pasa el tiempo en su despacho vigilando algo. ¿Qué? Algo muy valioso. ¿Qué es lo más valioso para él? Las pruebas que lo incriminan.

-Brillante – exclamó Mycroft con sarcasmo -. ¿Cómo piensas hacerte con ellas, Sherlock?

-Ese no es tu problema – fue la dura respuesta.

El mayor miró su reloj de bolsillo.

-Grosero, soberbio y autosuficiente. ¿No son demasiados defectos juntos para ti, hermanito?

Sherlock alzó el mentón, desafiante.

-Impertinente, manipulador, metiche. ¿No son demasiados defectos juntos para ti, hermano?

Mycroft cerró el paraguas, estornudó con el pañuelo y sin despedirse, dio media vuelta y entró en la casa.

Sherlock no hizo más que mantener la mirada fría en su gruesa figura.


………

Sherlock regresó al departamento donde Will lo esperaba bañado. Gladys había dejado al oso sobre una silla de la sala y el niñito ahora se entretenía pateando una pelota en un rincón donde no había muebles ni objetos que pudieran estropearse.

Sherlock llegó y se le unió al juego. Patearon y arrojaron la pelota por el espacio de una hora. Después Will llegó hasta el retrato de John, que su papá había traído de Londres y había puesto sobre la mesa de café, y lo observó con su lupa.

-¿Qué haces, Will? – sonrió Sherlock, divertido, sentándose a su lado en el suelo para quedar a su altura.

-Mido a papá – explicó el niño concentrado -. Es má-gi-ca. Si lo mido así, él va a volved.

Sherlock sintió un nudo en el estómago. Odiaba cuando las emociones lo desbordaban pero no pudo evitarlo y abrazó a su hijo contra sí.

-John William – murmuró -. Papá no puede regresar.

-¿Pod qué? – lo miró con inocencia.

El detective hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas.

-Papá se fue al Cielo, Will. De ese lugar no se regresa más. No importa cuánto lo mires con tu lupa mágica. Esta vez su magia no funcionará con él.

Will bajó la cabeza, entristecido.

-¿Quieres que continuemos jugando con la pelota?

El niño tardó en contestar.

-¿…l me conoció?

-No, William – suspiró suavemente -. Lamentablemente no pudo hacerlo. Pero sabía que vendrías y te esperamos juntos con mucho entusiasmo. Te quiso muchísimo.

Will asintió sin levantar la cabeza. Su padre lo abrazó de cuenta nueva y se irguió.

-Vayamos al comedor, calaverita – lo tomó de la mano -. Ya se acerca la hora de tu cena.

En ese momento llamaron a la puerta. Sherlock fue con su hijo a abrirla y se encontró con su abuela.

-¡Abela! – exclamó Will y se arrojó a sus brazos.

La anciana lo besó y recorrió con la mirada sala hasta que sus ojos se posaron en el oso blanco.

-Hoy precisamente vi a Mycroft llegar con un juguete parecido.

Sherlock hizo un gesto de fastidio.

-Las patéticas dádivas de Mycroft Holmes para comprar a su sobrino de tres años.

Francesca miró a su bisnieto.

-Hola, John William.

-¡Hola! – exclamó el niño.

Notando que su abuela quería platicarle, Sherlock sugirió a Will que fuera a jugar a su recámara. No pudo disimular la irritación cuando el pequeño cargó el oso y se lo llevó con él.

Abuela y nieto se sentaron junto a la mesa de café.

-Vine a hablarte de la visita de Mycroft – comenzó la anciana -. Pero veo que ya se adelantó y le entregó el regalo.

-¿Sabías que venía a buscar a mi hijo? – preguntó Sherlock con frialdad -. Creí que había quedado claro que no quería que ni él ni mi madre se le acercaran.

-Esto es diferente – se excusó Francesca -. Tu hermano no está aquí para molestarte y menos que menos, intentar quitarte a John William como temes. Tienes mi palabra de ello, Sherlock, y sabes lo que para mí vale la palabra.

El detective se pasó las manos por la cabeza.

-Abuela, nunca te subestimé. Pero mi hermano es el ser más manipulador que existe. No da un paso sin sacar ventaja y como nieto tuyo, debe reconocerte los puntos débiles. No puedes confiar en su palabra por más zalamero que te parezca.

-No subestimes mi inteligencia, Sherlock – ordenó Francesca imperante -. ¿Te parezco una persona manipulable? Conozco los trucos de Mycroft tanto como los tuyos desde que abrieron los ojos por primera vez. Sí, no te sorprendas. Aún siendo un bebé encantador, tu hermano sabía cuando provocar berrinches y se las ingeniaba para conseguir lo que quería. Hasta tu padre fue engañado y tu madre ni te cuento, que se desvivía por él. Tenía a todos comiendo de su mano, menos a mí. Por lo tanto, jovencito, voy a pedirte que me tengas más confianza. Esta vez Mycroft quiere ayudar a la familia de corazón.

Sherlock la miró descreído.

-¿Desinteresadamente?

-Está bien – suspiró la anciana -. Eres suspicaz hasta la médula y por la forma en que miras, sé que ya notaste que hay gato encerrado.

El detective unió las manos y apoyó el mentón encima de ellas.

-¿Qué provecho puede sacar mi hermano poniendo a Reichenbach tras las rejas? No le guarda rencor y dudo que con la transcendencia de los asuntos de Estado que maneja, esté en su lista de prioridades. No, tiene que tratarse de otra cosa. Quizás esté protegiendo a alguien – abrió los ojos como platos y acto seguido, parpadeó para recuperar la compostura -. ¡Cómo no lo noté! ¿Athenea?

-Mycroft lleva un año enamorado de ella y hará lo imposible por separarla del barón.

-¿Mycroft está enamorado? – preguntó Sherlock sorprendido pero enseguida se contestó -. Es obvio. ¡Claro que es obvio! Tuve que haber notado su interés. Abandonar el Club Diógenes, abandonar Londres para venir a ocuparse de un asunto doméstico cuando no se ha movido de su despacho en años. Ofrecerte mis servicios, abuela, y dejarme aquellos documentos confidenciales que podrían costarle la cabeza. Presentarse nuevamente hoy. ¡Hacer dos viajes seguidos a Escocia en un mes! Tenía que tratarse de algo muy importante. Al platicar con él, me llamó la atención el temblor en los labios cuando hablaba de ella. ¡Dios mío! Mycroft está enamorado.

Francesca sonrió.

-La vida está llena de misterios por resolver, ¿cierto, leoncito? Esto te decía yo cuando eras un niño y tú asentías. En ese tiempo seguías mis consejos como si fueran el Evangelio. Mycroft ama a Athenea y si ese barón impertinente no se hubiera presentado, quizás hoy estuviéramos brindando por su compromiso. Los dos se atraen. Deberías ver lo coqueta que se pone Athenea cuando tu hermano anda cerca y cómo se sonroja si hablan de él en su presencia. Mycroft quiere ayudarte para recuperar a Athenea y también por otra cuestión tan obvia como ésta.

-¿Cuál es esa otra cuestión? – preguntó el detective.

-Tu hermano quiere mejorar la relación contigo.

Sherlock rodó los ojos.

Francesca le tomó las manos.

-Sherlock – lo miró directo a los ojos -. Mycroft no busca quitarte a John William. Hoy me lo confesó al llegar después de saludarme. Sí, fue su intención y la de tu madre hacerse cargo de él cuando nació porque pensaron que no podrías cuidarlo. Pero hoy están convencidos de que eres un excelente padre y quieren reestablecer la relación contigo. No te encierres, por favor. A veces nuestro intelecto no nos basta para movernos en la vida y necesitamos la compañía de los demás.

-¿Le crees a Mycroft? – preguntó el detective, incrédulo.

-Soy la única persona a la que no ha podido engañar jamás y me consta que lo ha intentado.

Sherlock sonrió fríamente.

-Eres la única persona que lo ha vencido.

Francesca estiró el cuello orgullosa.

-La única que ha vencido ha Mycroft Holmes.

Abuela y nieto rieron y se distendieron. Más tarde, Sherlock fue a buscar a Will y los tres bajaron a cenar juntos.

Mycroft no pasó la noche en la mansión y se ocupó de arreglar asuntos gubernamentales desde la recámara que había rentado de un hotel lujoso.


……………..

Elizabeth se despidió de Will cuando Gladys se lo llevaba al salón de juegos para que su padre pudiera platicar tranquilo con ella. Al quedar solos, la joven se llevó las uñas a la boca.

-No te sucederá nada – prometió el detective.

Ella se sonrojó.

-Lo siento – y bajó la mano.

-Digo que no te sucederá nada malo si siguen mi plan al pie de la letra – terminó Sherlock -. Ahora sólo nos resta esperar al otro cómplice.

Elizabeth se miró las uñas carcomidas. Era la primera vez que se encontraba sola con su primo y el corazón le latía como un tambor. Alzó la vista hacia sus ojos, preguntándose si eran celestes o grises. Sherlock era tan ambiguo que hasta su mirada trasmitía misterio.

Sherlock frunció el ceño para estudiarla. ¿Por qué su prima lo observaba con tanto interés?

-Sigues nerviosa – dedujo -. Supongo que debe ser la primera vez que participas de algo así.

-Me he metido en líos de niña – confesó con una sonrisa tímida -. Pero tienes razón. Nunca he participado en algo así.

-Siempre la tengo.

-¿Tienes qué?

-La razón – contestó el detective sin modestia -. Siempre tengo razón – se rascó la cabeza y se puso melancólico, recordando que aquella era la frase que le repetía a John una y otra vez. Al principio, el médico solía ofenderse pero después terminó riendo cada vez que la pronunciaba -. Lo siento – se levantó y guardó las manos en el bolsillo -. Mycroft no debe tardar en llegar.

-¿Mycroft es nuestro cómplice? – se maravilló Elizabeth.

Sherlock asintió.

-Me ha estado zumbando como mosca para que lo integre. No me quedó opción.

-Pero pensé que ustedes estaban. . .

-¿Distanciados? – terminó Sherlock. Adoraba acabar las oraciones porque eran una muestra de lo predecible que le resultaban las personas -. Sí, lo estamos. Pero esta vez trabajaremos juntos.

-Ya veo – susurró la joven. Si Mycroft estaba a punto de llegar, éste era el momento preciso para que lo encarara. Estaban juntos y solos. Nadie los oiría -. Sherlock – tomó valor.

-La puerta – exclamó el detective -. Debe ser Mycroft.

Elizabeth ahogó un suspiro frustrado.

Sherlock abrió y efectivamente era él.

-Hola, Sherlock – saludó su hermano, escudriñando la sala de arriba abajo -. La abuela te dio el mejor departamento de la casa.

-¿Envidia? – preguntó el detective, alzando una ceja.

-No – sonrió Mycroft -. Sólo mi humilde observación.

Elizabeth se mordió las uñas, incómoda.

-¿Por qué no comenzamos? – propuso, mirando a uno y otro primo -. Dijiste tener un plan, Sherlock.

-Acérquense – los invitó el detective a la mesa de café. Allí arriba estaban dos croquis del departamento del barón, uno diagramado por él mismo y el otro diagramado por Rose -. Necesito que los dos desplieguen las artes del engaño. No será un reto para ti, Mycroft – miró a su hermano con sarcasmo -. Pero puede tratarse de una novedad para Elizabeth, así que presten atención los dos porque de esto depende el futuro de Athenea y el prestigio de Scotland Yard.

……….

En el reino élfico de Lothlórien

Galadriel pasó su mano lánguida a través de las aguas del espejo, mientras contemplaba a Sherlock arropando a Will como cada noche.

-Los años de separación no han transcurrido en vano para Sherlock Holmes Watson – sonrió enigmáticamente -. Ha hecho a un lado su egoísmo para convertirse en un padre devoto para John William. Ha hecho a un lado su orgullo y aceptó por segunda vez la ayuda de su hermano. Se ha acercado a su familia. Si Mandos lo considera, supongo que ya está listo para recibir la visita de nuestros mensajeros piratas.


…………..

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