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Better Days por midhiel

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El personaje de Sherlock Holmes pertenece a Sir Arthur Conan Doyle, mientras que los derechos de la serie de la BBC pertenecen a Steven Moffat y a Mark Gatiss. Sin embargo, el Sherlock de carne y hueso pertenece exclusivamente a John H. Watson.

Los personajes del Señor de los Anillos pertenecen al maestro J. K. R. Tolkien, aunque Aragorn es exclusivo de Legolas y viceversa.

Y Piratas del Caribe es de Disney. Pero el Capitán Jack Sparrow es de Will Turner y viceversa.

Hechas las aclaraciones, repito que no se recibe ningún crédito por esto.

La canción que le da nombre al título es de Eddie Vedder.

El fic va dedicado a una amiga que adora estos tres fandoms, y que me leyó y corrigió muchas veces, Prince Legolas. Hannon le, mellon nín, por permitirme utilizarlo.

Ahora sí, con ustedes, el capítulo.

Better Days


Capítulo Dieciocho: La Perla De …bano

Era una mañana cálida de verano en el sur del condado de Sussex. Sherlock salió temprano de riguroso traje negro y camisa celeste con su hijo para comprarle dulces en una tienda y más tarde el pequeño le pidió visitar la playa.

El detective estaba aburrido sin casos (se suponía que estaba de vacaciones así que no podía pensar en el trabajo), y prometió llevarlo.

La playa estaba vacía a esa hora. La gente la visitaba más tarde, cerca del mediodía. Sherlock se sentó en un banco para revisar las noticias a través del teléfono, mientras que Will, sacando su “lupa mágica”, se acuclilló sobre la arena a buscar insectos.

-No te alejes de mí – ordenó su padre sin apartar la vista del teléfono.

-Papá – se alegró -. Mi lupa má-gi-ca encontó un sal-ta-mon-tes.

Sherlock enarcó una ceja. ¿Los saltamontes abundaban en la arena? Tal vez sí, tal vez no. Estaba demasiado concentrado con las noticias para prestarle atención.

Will estudió el insecto a través de su lupa hasta que éste brincó y fue a esconderse detrás de una piedra.

El pequeño miró a su padre, que no separaba los ojos de la pantalla, y como sabía que cuando papá trabajaba no había que molestarlo, decidió seguir al saltamontes solito. De esta manera se fue alejando de su progenitor y subió con sus cortas piernitas unas rocas sobre las que azotaban las olas. Era harto peligroso. Con las manitas se aferró a las distintas muescas de las piedras para trepar y cuando quiso darse cuenta, estaba a dos metros de altura. El viento le sacudía los bucles claros. Tuvo miedo y llamó a su padre, pero Sherlock seguía ausente, buscando noticias en su teléfono. Comenzó a sudar y los dedos mojados patinaron sobre las grietas.

-¡Papá! – gritó al sentirse caer.

Sherlock oyó el grito y corrió como rayo hacia allí. Will cayó de espaldas pero en lugar de azotar el suelo, fue a dar en los brazos de alguien.

-¡Lo tengo, cachorro!

El detective llegó hasta las rocas con el corazón en el cuello y quedó de una pieza.

Frente a él, Jack Sparrow Turner y William Turner Sparrow lo miraban con una expresión admonitoria. Estaban vestidos con sus atuendos de piratas del siglo XVIII, incluidos los paliacates, los anillos, y en caso de Sparrow, los albalorios de colores y el huesito humano en la cabeza. Jack sostenía al niño.

El detective le arrancó su hijo de los brazos. El pequeño se colgó de su cuello y lloró.

-Debería tener más cuidado – amonestó William Turner Sparrow.

-Sí, compañero – añadió Jack, alzando el dedo -. De no haber estado aquí, el crío se rompía la cresta.

-Gracias – murmuró Sherlock fríamente. Consoló a su hijo con masajes en la espalda y extendió la mano -. Sherlock Holmes.

-Aye, lo sabemos – respondió Jack irreverente, sin devolverle el saludo -. Usted es un detective, el mejor de su tiempo, capaz de deducir la vida de una persona de sólo verle la cara. Lleva tres años de viudez y estaba casado con John Harold Watson. Ah – señaló al niño –. Este crío es el hijo que mágicamente tuvieron.

-¡Jack! – reprendió William.

-¿Qué? – el pirata se encogió de hombros -. John dijo que le gusta ir directamente al grano.

-¿John? – repitió Sherlock sin dar fe a lo que oía -. ¿John Watson? ¿Quiénes son ustedes? ¿Cómo saben tanto de mí?

Jack se puso velozmente a la defensiva.

-Antes de que saque su pistola, espada, daga, o con lo que se defiendan en esta época, quiero que quede claro que nosotros, mi cachorro y yo, salvamos a su marido. Soy Jack Sparrow Turner, Capitán del “Black Pearl”, y éste es el Capitán William Turner Sparrow, mi matelot y también capitán de mi barco.

Sherlock parpadeó. Pocas veces en su vida se había quedado literalmente sin palabras.

-Esto es un error – susurró finalmente -. No puede ser. ¡Los vi en una película! ¿Quiénes son ustedes en realidad? – y pensó lo peor, que Moriarty, de alguna forma inexplicable, había sobrevivido, resucitado o brincado de su tumba, y envió a ese par de disfrazados para trastornarlo.

William se adelantó.

-Señor Holmes, tranquilícese – pidió -. Esto es difícil de entender, aún para nosotros. Antes tenemos que darle una buena noticia. Sabemos tanto de usted porque su propio esposo nos lo contó – ante la mirada desorbitada del detective, sacó un sobre lacrado de su bolsillo -. …l está vivo y le escribió esta carta como prueba.

Acomodando a su hijo en un brazo, Sherlock tomó el sobre y lo estudió. Era de un material extraño y no pudo determinar el tipo de papel. En la parte superior, tenía un sello ovalado del tamaño de una uña, dentro del cual se perfilaban caracteres desconocidos, similares a las runas, y en el centro del sobre estaba escrito su nombre, “Sherlock Holmes”, con tinta brillante y pluma de pavo real.

Faltó poco para que el detective se desmayara al reconocer la letra.

-Esto es imposible – murmuró para sí.

Jack y William intercambiaron miradas.

-No puede abrirlo por el niño – observó Will Turner -. Permítame ayudarlo, detective.

Sherlock le pasó el sobre y el joven se lo cortó. Adentro había una carta del mismo material. Cuando William empujó el papel, cayó un anillo dorado. El detective se inclinó a recogerlo. Se trataba de una sortija sencilla de bodas, en cuyo interior tenía grabada la inscripción: “S & J por siempre”. ¡Era el anillo de John! El mismo que había desaparecido misteriosamente la noche que falleció.

Sherlock se pasó la mano por el rostro. Sentía mil emociones juntas que podían hacerle perder el control. Se irguió lentamente y leyó la carta que William le entregaba.

“Mi amado Sherlock:

Soy yo, tu John H. Watson. Sé que reconocerás mi letra al instante. Eres un experto en grafología y tu lectura no tendrá margen de error. Estoy vivo, Sherlock.

Aquella noche en el hospital, tres años atrás, no fallecí como lo creíste sino que partí a un dimensión mágica llamada Arda, y aquí te estoy esperando desde entonces. Querían que cambiaras hábitos y conductas tuyas, que te convirtieras en un buen padre, que te acercaras a tu familia para venir a buscarme y pudiéramos regresar juntos a la Tierra, nuestro mundo.

Lord Mandos dice que ya estás preparado. Perdón, amor, supongo que no sabes quién es Lord Mandos. Se trata una entidad, una especie de dios del Inframundo, que cuida en sus Estancias las almas de la gente. Yo en realidad no soy sólo un alma. Me dieron un cuerpo nuevo, ya te llevarás la sorpresa cuando me veas. Pero mi apariencia sigue siendo la misma, así que no te asustes.


Ya te explicaré todo con detalle cuando estemos juntos. Cómo llegué, por qué me salvaron y qué ha sido de mí en estos años. También te envío mi anillo. Cuando tuve que marcharme, me permitieron llevarme algo de la Tierra y no dudé en llevar mi anillo de bodas para tener algo que me uniera a ti, además de mi amor, por supuesto. Mejor no sigo escribiendo estas cosas, que sé que lo romántico te irrita.

¡Tengo tanto para contarte! También quiero abrazarte, besarte, y ya sabes qué más (no quiero escribir mucha información porque aunque la carta va sellada, uno de los capitanes que te la entregarán no es de fiar). Por eso decidí que sea William Turner Sparrow quien te la dé.

¿Cómo está nuestro bebé? ¿Cómo está nuestro Will? El mes pasado cumplió tres años. ¡Debe verse enorme y guapo! No soporto las ganas de conocerlo. No soporto las ganas de abrazarlos a los dos, de besarlos, de sentirlos contra mí. Los amo y extraño demasiado.

Ven pronto, Sherlock. Sigue a Jack y a William (no puedo decirle Will, ¡es el nombre de nuestro hijo!). Obedéceles, sé que no te gusta obedecer a nadie, pero por una sola vez, haz lo que Jack te ordene y embárcate en el Pearl con ellos. Te traerán a Arda. Son buenas personas. William Turner es leal, noble y valiente, también adora a los niños así que hará buenas migas con nuestro Will. A Jack le gusta jugar al taimado, pero tiene un corazón de oro y la devoción con que cuida a su “cachorro”, alias William Turner, me recuerda a ti. Y un consejo, aunque desprecies las bebidas, no hagas ningún comentario sobre el ron, o Jack te colgará del mástil de su barco. No es broma, Sherlock. Son piratas. Pero como te escribí antes, también son buenas personas.

Jack y William deben partir a buscarte ya, así que tengo que terminar esta carta. Te extraño. Te necesito y cuento los segundos para verte, mi amor.

Ven a buscarme.

Te amo

John H. Watson Holmes”


Sherlock quedó tieso, como si hubiese echado raíces en la arena. Los ojos le titilaban emocionados. No quería llorar pero no podía evitarlo. Colgado a su cuello, su hijito lo miró asustado.

-¿Qué pasa, papá?

-Esta letra no es una imitación – musitó el detective para sí -. Es original. Es la letra de John. El papel es nuevo, no tiene más de dos semanas. ¿John está vivo?

-Lo está – afirmó Jack -. Tiene que acompañarnos. El Pearl es el único que puede llevarlo con su matelot. . . esposo – se corrigió velozmente -. Quise decir esposo.

-El “Black Pearl” es el barco de ustedes – murmuró Sherlock, sin dejar de estudiar la carta.

-Así es – respondió William y con un gesto lo invitó a seguirlos.

Mecánicamente el detective dejó que los piratas lo condujeran. No estaba analizando, ni deduciendo, sólo pensaba que podía encontrarse con John. Si se trataba de un sueño, deseaba no despertar jamás y como los sueños son ilógicos por naturaleza, no se detuvo a pensar qué hacía dejándose guiar hacia una goleta del siglo XVIII. En brazos de su progenitor, Will no despegaba los ojitos ya de los piratas y ya de la carta.

-Todo estará bien, calaverita – le aseguró su padre, masajeándole la espalda para confortarlo.

……………….

Para poder almacenar la mayor cantidad de datos en su cerebro, Sherlock borraba aquellos que considerara irrelevantes y “La Maldición del Perla Negra” le pareció una película absurda y tonta. Por lo tanto, no había retenido nada, ni de los personajes, ni de la trama, ni de los actores. Borrosamente le habían quedado los rostros de Jack y de William y por eso los reconoció en la playa, pero aparte de ellos y del nombre del barco, lo demás le resultaba un misterio.

Sin embargo, recordó que los había asociado con la noche que perdió a John y sumado al hecho de que venían con una carta que claramente le pertenecía, sintió la necesidad de subir al Pearl.

Por orden de sus capitanes, la tripulación lo saludó con la venia.

Sherlock los miró como quien mira a un grupo de payasos y se volvió hacia Jack.

-¿Cuándo partimos, Sparrow?

-Capitán – corrigió velozmente -. Capitán Sparrow Turner.

-¿Cuándo partimos, capitán? – repitió el detective, rodando los ojos.

El pirata le sonrió astutamente. Tal como John les había anticipado, una vez que Sherlock tuviera la esperanza de que lo volvería a ver, se embarcaría sin objeciones.

Partieron de la playa soleada de Sussex y no llevaban quince minutos navegando cuando un halo de luz blanca resplandeció en la cubierta y el “Black Pearl” se alejó del siglo XXI.

…………………..


Sherlock pasó el resto del día examinando cada rincón del barco con Will de la mano. Le había prohibido terminantemente que se alejara más de un metro de él. William Turner Sparrow no le había caído mal pero ese otro capitán excéntrico y vanidoso le había llegado al hígado.

Quizás se pareciera demasiado a él, o quizás era la persona más insoportable que hubiera conocido después de Mycroft.

Entretanto la tripulación los observaba sorprendida. William se enterneció con el niño al instante y le regaló un barquito de madera que había fabricado con sus manos de herrero para que se entretuviera.

-¿Qué se dice, Will? – le recordó su padre.

-Gatias – sonrió y William Turner Sparrow le acarició los rulos y le devolvió la sonrisa.

Por la noche, Sherlock bajó a la cocina con su hijo y al ver la cena servida no pudo repeler el gesto de repugnancia. Sobre una larga tabla sostenida por taburetes, se extendían recipientes con una sustancia acuosa de color ocre, sobre la que flotaban trozos de lo que parecía ser pescado. Los piratas bebían el líquido, que se les escurría por las barbas, y comían los pedazos con las manos. Había una fuente con un enorme bacalao y los hombres de mar no escatimaban en arrancarle trozos con las garras.

Los gritos y las exclamaciones groseras le taladraban los oídos. Algunos maldecían y otros se daban empujones para conseguir las mejores porciones.

Sherlock buscó en sus bolsillos el paquete de patatas fritas y la barra de chocolate que afortunadamente había comprado para Will esa mañana. Se lamentaba no haberle conseguido también una soda.

-Cenarás esto, William – le ordenó, entregándole la comida.

El niño frunció el ceño.

-La señoda Hudson y la abela Francesca dicen que no debo comed dulces de cena.

Su padre miró a los costados con suspicacia.

-Esta noche cenarás esto. Pero no aquí. Busquemos un lugar más. . . higiénico.

-¡Miren quiénes bajaron! – exclamó Jack, saliéndole al encuentro, en un tono que intentaba transmitir simpatía -. Nuestro invitado con su crío. Hola, Will – saludó al niño con una reverencia, que le arrancó risitas -. ¿Por qué no comparten con nosotros? El señor Cotton les preparó una cena especial.

-¿En serio? – se asombró y alivió el detective.

-¡No! – respondió el pirata con una sonrisa pícara -. Cenarán lo mismo que todos. Pero el lugar sí es especial. Es la mesa en aquel rincón donde está cenando mi matelot.

Sherlock observó a Will Turner Sparrow, que comía solitariamente sentado junto a una mesita redonda, debajo de la claraboya. Cenaba en silencio, usando cubiertos y masticando con la boca cerrada. Sherlock se alivió que hubiera alguien con modales dentro del barco.

-Capitán Sparrow Turner – carraspeó el detective. Jack se echó hacia atrás con las manos en la cintura, orgulloso de que se hubiera aprendido su cargo -. ¿Cuánto tiempo estaremos en altamar?

-Dos semanas si el tiempo nos favorece.

“¡Dos semanas!”, pensó Sherlock. De haberlo sabido, habría comprado dulces y refrescos suficientes para su hijo en alguna tienda antes de embarcarse. …l podía soportar dos semanas enteras sin comer, o al menos probando bocados pequeños. Pero el niño necesitaba alimentarse sí o sí.

-La comida no parece buena a la vista pero sabe deliciosa – declaró Jack -. Vengan – invitó con una floritura -. Aquí tienen dos bancos para sentarse con nosotros.

Sherlock abrió el paquete de patatas para su hijo y tomándolo de la mano, se acercó con el capitán a la mesa. Will Turner Sparrow sonrió al verlos y se limpió la boca con una servilleta. Al menos conocían las servilletas, observó el detective.

Jack se echó en un taburete junto a su esposo y comenzó a trozar con la mano un pedazo de pescado de la fuente, hasta que su matelot lo pateó con disimulo y le pasó un tenedor y un cuchillo.

Sherlock vio dos asientos más con sus respectivos platos y cubiertos. Sentó a su hijo en uno, mientras que él se acomodaba en el otro.

-Sírvase usted, detective – invitó Jack, masticando con gusto.

-Gracias – murmuró Sherlock entre dientes y se sirvió con elegancia una porción sin probarla.

-¿El crío no va a comer? – preguntó Jack, mientras que el niño saboreaba una por una sus patatas y lo observaba con los ojitos celestes agigantados por el asombro.

-Esa es su cena – declaró su padre taxativamente.

-Ahora el estirado piensa que los vamos a envenenar – murmuró el capitán por lo bajo y recibió otro golpe disimulado de su esposo.

-¿De dónde es usted, detective? – indagó Will Turner Sparrow.

-Sherlock, por favor – concedió y Jack se llenó de celos porque a él no le había corregido -. Estaba pasando unas semanas en Sussex pero vivo en Londres.

-Ah – interrumpió el capitán, alzando el dedo -. Si el cachorro y yo, perdón – carraspeó -. Si el capitán Turner Sparrow y yo pisamos Londres, la Marina Real gritará por nuestras cabezas.

-No lo dudo – replicó Sherlock mordaz.

-Papá – llamó el pequeño Will, extendiéndole la barra de chocolate para que se la abriera. Había acabado ya con su última patata.

El padre le abrió el paquete y se lo devolvió. El niñito estudió su chocolate con atención y lo cortó en cuatro mitades iguales. Se reservó una para él y entregó generosamente una a su padre y las dos restantes a los piratas.

-Hay que compartid – afirmó inocentemente.

Los dos capitanes le sonrieron enternecidos y después de observar con recelo el manjar, lo probaron. Hum, ¡sabía delicioso!

-Tiene almedras – explicó el pequeño Will, contento de que les hubiera gustado -. Tan-bén hay de pasas pero no me gutan.

Jack se volvió hacia Sherlock.

-Entonces, tú y tu hijo son de Londres – si el detective permitía a su cachorro que lo llamase por su nombre de pila, ¿por qué él no iba a tutearlo?

-Mi hijo nació en Londres, pero mi familia es de Glasgow. Mi hermano Mycroft y yo fuimos enviados a Inglaterra de niños para educarnos en Eton.

-¡Eton! – exclamó Jack -. Se nota que tienes alcurnia, Sherlock.

-¿Y ustedes de dónde son? – indagó el detective.

Will Turner Sparrow iba a responderle, cuando su matelot lo interrumpió.

-Ah – sonrió, quitándose una espina de la muela -. Eso tendrás que adivinarlo.

-¡Jack! – amonestó su esposo.

-¿Qué? – replicó Jack -. Los piratas no regalamos información, cachorro.

Sherlock no se pudo sentir más feliz. Al fin tendría a ese capitancito altanero a su merced. Apoyó los codos sobre la mesa y el mentón en las manos y estudió a ambos piratas intensamente.

-Capitán Jack Sparrow Turner – habló rápidamente, como lo hacía cuando deducía los hechos -. Que pongas tanto énfasis en que te llamen capitán demuestra que te costó trabajo obtener el puesto y estás orgulloso de haberlo conseguido. Veamos tu nombre: Sparrow no es obviamente tu verdadero apellido. Seguramente obtuviste la idea del tatuaje que tienes en el brazo.

Jack se rascó instintivamente el brazo.

-Jack es el diminutivo de John o de Jonathan – continuó el detective -. Ahora veamos qué me dice tu aspecto. Te vistes y comportas de manera excéntrica para que la gente crea que eres loco o tonto, pero no tienes una pizca de lo uno ni de lo otro. Sabes perfectamente lo que haces y lo que quieres, estudias cada movimiento tuyo antes de ponerte en acción para engañar y manipular.

-¡Ey! – exclamó el pirata indignado, mientras que su matelot contenía una risita. Vaya que Sherlock Holmes era bueno, cada observación suya estaba dando en el clavo.

-Tus modales y expresiones no son espontáneas – siguió Sherlock, sin hacerle caso -. Constantemente tratas de llamar la atención, lo que me indica que no recibiste mucha atención de niño. También buscas irritar a tu adversario, lo que demuestra un carácter infantil. Tu atuendo es otro punto. Una mezcla interesante: tela, joyas, entre albalorios en el cabello y anillos en los dedos, y un hueso en la cabeza. Sin embargo, combinas los colores y aunque das un aspecto desordenado con tus greñas y la ropa desteñida, no estás sucio y tu piel huele a canela.

William suspiró con disimulo. El aroma a canela de su marido lo excitaba.

-Déjame ver tus anillos – solicitó el detective. Jack enarcó una ceja con desconfianza pero finalmente le extendió las manos. Sherlock estudió las sortijas con interés -. Cuidas tu apariencia, estos tres anillos son adornos, aunque éste de la esmeralda grande tiene un valor emotivo. Debe tratarse del regalo de algún ser querido o el recuerdo de un buen saqueo. Estás más lustrado que los otros y las marcas alrededor del dedo indican que no te lo quitas nunca.

Jack intentó quitarle la mano, ofendido, pero Sherlock se la retuvo.

-Tus manos me dicen mucho – siguió deduciendo -. Están curtidas por el sol y las armas, pero las cuidas con esmero. Huelo aloe, ¿te untas con aloe?

El pirata apartó las manos violentamente y se las metió debajo de la mesa.

-¿Qué más ves en él? – apremió Will, interesado.

-Puedo ver su procedencia – respondió el detective -. Tu tonada, Jack, es una mezcla entre americana e inglesa de la zona de York. El tono de tu piel te delata como hombre de mar, aunque el bronceado no es el que se adquiere en las costas de África o de Asia. No, es el bronceado del Caribe. Eres un inglés que se embarcó hacia América y por lo arraigado del acento diría que de muy joven. Me llaman la atención tus ojos – frunció el ceño y Jack se puso más nervioso -. La forma en que están pintados. Es sabido que los marineros se los pintan para cubrirlos de los reflejos del sol en el agua pero tú te has pasado con la pintura. Otro rasgo más que usas para llamar la atención. Ah, y esas marcas alrededor del cuello me indican que han intentado ahorcarte en más de una ocasión. Sumado a la observación de que Londres pide tu cabeza, supongo que tienes serios problemas con la ley.

-Es cierto – cortó Jack, e hizo ademán de levantarse -. Bien, si la cena está concluida, podremos marcharnos a. . .

-No, Jack – interrumpió Will y lo tironeó para que volviera a sentarse-. Ahora quiero escuchar qué deduces de mí, Sherlock.

-¡Pero, William! – protestó el pirata, cayendo en el taburete de mala gana.

Su esposo no le hizo caso y miró al detective a los ojos, mientras éste se inclinaba para estudiarlo mejor.

-No hay mucho que decir – concluyó con falsa modestia -. Tu acento es del sur de Londres. Eres inglés como Jack. Tu bronceado caribeño está más marcado, así que es posible que hayas llegado a América siendo niño. Tus manos tienen cicatrices de cortes y quemaduras en las palmas y muñecas. Fuiste herrero antes de ser pirata. Y tu mirada es especial, una mirada limpia, que me indica que aunque sigues este oficio, aún conservas tu alma pura y eres bondadoso.

Jack se inundó de celos y abrazó a su cachorro posesivamente. Sherlock alzó una ceja.

-Sabe que estoy interesado en otra persona, capitán. No lo olvide.

-Oh, miren a Will – exclamó William Turner Sparrow.

Detective y pirata voltearon hacia el niño y encontraron que, apoyando las manitas sobre la mesa a modo de almohada, se había quedado dormido. Su padre lo atrajo hacia él suavemente.

-¿Habrá algún sitio donde pueda acostarlo?

-Claro que sí – respondió William y apartando a Jack con un beso, se levantó -. Pedí a los hombres que te prepararan el camarote de huéspedes.

Sherlock cargó a su hijo para seguirlo.

-Sherlock Holmes – detuvo Jack -. Después de acostar al crío, te espero en mi cabina. Hay temas que tendremos que discutir.

-De acuerdo – respondió el detective y acomodando con suavidad la cabeza del niño sobre su hombro, se marchó.

………….


-Es interesante – opinó Sherlock para sí, mientras observaba los reflejos perlados de la luna sobre el mar calmo a través de la ventana de la cabina del capitán. Había dejado a su hijo durmiendo sobre unas mantas, que William Turner Sparrow le había preparado en el camarote para huéspedes.

-Ajá – respondió Jack, sin prestarle mucha atención. Estaba estudiando las cartas de navegación para enseñarle la ruta hacia Arda, al tiempo que disfrutaba de una botella de ron. Le había ofrecido un trago a su invitado, pero éste había declinado la oferta con cortesía.

-Digo que es interesante que yo esté navegando en un barco pirata procedente del Caribe del siglo XVIII – respondió el detective -. Según el árbol familiar, desciendo de uno de los cazapiratas de esa época.

-¿Ah sí? – preguntó Jack, divertido con lo de “cazapiratas” al imaginarse al estirado Norrington y su gente vestidos como cazadores de fortunas -. ¿Cómo se llamaba tu ancestro?

-El Almirante James Norrington.

Jack escupió la botella.

-¿Norrington?

Sherlock se volvió hacia él con indiferencia.

-Así es capitán. Un inglés nacido en las costas de Sussex precisamente. Se casó con Elizabeth Swann, la única hija del Gobernador Weartheby Swann de Port Royal, en Jamaica, y tuvieron cinco hijas. Yo desciendo de Johanna Norrington, la cuarta, que se casó con un terrateniente escocés, Angus Holmes.

Jack se dio golpecitos en la garganta para pasar el ron.

-Es interesante, muy interesante – comentó el pirata, mientras su mente veloz maquinaba cientos de venganzas contra su enemigo. Podría secuestrar a Sherlock y después exigir un rescate a Norrington, demandándole que se le retirasen los cargos de pillaje y piratería. No, mejor aún, podría disfrazarlo de pirata y enseñárselo a su petulante ancestro para que sucumbiera de un infarto, o podría. . .

-Por tu mirada extraviada supongo que sabes de quién estoy hablando – dedujo Sherlock fríamente.

-Digamos que James Norrington es un conocido mío del Caribe – sonrió con astucia -. Una vez, cuando todavía era comodoro, me dejó escapar en este mismo barco y me dio un día de ventaja, sabiendo que el Pearl es el más veloz de los siete mares y que no podría atraparme.

-¡Qué extraño! – exclamó el detective, confundido -. Tenía entendido que era implacable con los piratas. El terror de su gente, capitán.

-Aye – rió Jack burlonamente -. Más que terror causa risa, y lo de implacable, con dos sablazos el tonto queda fuera de combate.

Cuan largo era, Sherlock se estiró incómodamente. Jack notó que no le caían bien las bromas hacia su ancestro y calló, cubriéndose la boca. Después de todo, el detective se veía tan remilgado y frío como su antepasado y esto le provocó más risa.

-Aquí están las cartas – invitó el pirata, bebiendo un sorbo.

Sherlock se acercó a la mesa y observó los mapas antiguos con los lugares nombrados con rótulos que ya no existían, y recordó una visita al Museo de Navegación con John. Su esposo había sido fanático de la cartografía antigua, precisamente del siglo XVIII, y le había confesado una vez que de tener suficiente dinero, gastaría su fortuna en adquirir mapas de ese tiempo.

Jack le marcó un sitio en el medio del océano Atlántico, a la altura de las costas africanas, que en esa época, según marcaba el mapa, comprendían el Reino de Ashanti, que tuvo su apogeo durante el siglo XVIII en el territorio actual de Ghana.

-¿Qué hay por allí para ingresar a Arda? ¿Algún túnel mágico, algún portal de los duendes? – preguntó el detective con sarcasmo.

-Un remolino gigante que engullirá al barco hasta las profundidades del océano – respondió el pirata -. Es la única forma de entrar y salir de Arda. Eso si no nos atrapa antes algún monstruo marino, o nos cantan las sirenas, o nos caza algún barquito mandado por tu loable ancestro.

Sherlock dio un respingo.

-Pero no te asustes – sonrió Jack, divertido, y le palmeó el hombro -. Este barco, conmigo al frente, perdón, con el Capitán William Turner Sparrow y yo al frente, vencerá cualquier obstáculo.

-No tengo miedo, capitán – declaró el detective, fríamente, y con delicadeza se quitó la mano del pirata de su traje elegante.

…………


-¡Por las malditas sirenas que no vas a creer lo que descubrí, cachorro! – exclamó Jack, arrastrando a su matelot hacia la cabina.

Will se zamarreó para soltarse pero su esposo recién lo liberó después de cerrar la puerta.

-¡Jack! ¿Qué demonios te pasa?

-¿A qué no adivinas quiénes son los tatarabuelos paternos de cierto huésped estirado que tenemos a bordo?

Will se encogió de hombros.

-Norrington y Elizabeth – soltó Jack con tono de intriga -. Acaba de confesármelo. Ahora sabemos que la petulancia y frialdad no le vienen solamente por el clima inglés. Ese par de pusilánimes tuvieron cinco hijas y éste desciende directo de la cuarta o la quinta.

A Will se le iluminaron los ojos.

-Al fin lo entiendo – suspiró -. ¿Te das cuenta, Jack? John desciende de mi hermano y Sherlock Holmes de Norrington y de Elizabeth. El hijo de ambos, John William, lleva la sangre de nosotros tres: de Norrington, de Elizabeth y de mí. ¡Por eso la Dama Blanca insistió en que buscáramos nosotros al niño!

-Ajá, ya deduces como nuestro invitado – observó Jack con sarcasmo -. Pero yo no pinto un cuarto en este asunto y la bruja también me arrastró a buscarlo.

Will frunció el ceño.

-Faltas tú. Pero entonces, ¿qué quieren con ellos? ¿Por qué Galadriel nos llamó para que los busquemos? Primero a John y tres años después a su esposo y a su hijo.

-Esa Galadriel está loca de tanto brillar, cachorro – suspiró Jack con fastidio -. Esta familia de detectives no tiene nada que ver con nosotros y esa damita elfa me está cansando. Nosotros ni siquiera tenemos descendientes y nos obligan a traer a uno y al otro como si el Pearl fuera un crucero.

Will se alegró.

-¿Y si John Watson Holmes descendiera en realidad de nosotros, Jack? ¿Qué tal si su antepasado fuera un hijo nuestro? – se acarició el vientre -. Tal vez, más adelante, yo consiga concebir y. . .

-No – cortó Jack de tajo. El asunto les dolía demasiado a los dos para sacarlo a flote. Vio la carita desolada de su cachorro y le tomó las manos con ternura -. Will, mi ángel, no te ilusiones. Tenemos nuestro Pearl, tenemos nuestros tesoros y lo más importante, nos tenemos el uno al otro. Aunque poseas el don y no concibas, tenemos nuestro amor para ser felices.

Will se mordió el labio, ahogando un suspiro. Sin embargo, no pudo evitar que los ojos se le empañaran y no quería que Jack lo viera llorar. Los dos sufrían demasiado por su infertilidad. Observó a través de la ventanita para desviar la mirada de la de su esposo y encontró que Sherlock caminaba solitario por la cubierta.

-Jack, mira.

El pirata volteó y vio a su huésped deteniéndose en la baranda, en el sitio exacto donde podía contemplar la luna. Estaba de espaldas a ellos, con las manos en los bolsillos y aunque no podían notar su cara, vieron que estaba encorvado.

-Está triste – murmuró Will -. Tal vez esté pensando en su esposo.

-Nee – Jack sacudió la mano con descreimiento -. Ese petulante sólo piensa en sí mismo.

-¡Jack! – amonestó -. Sabes que no es cierto. Viste su cara cuando le entregamos la carta y el anillo. Y a pesar de lo remilgado que es, aceptó embarcarse con nosotros para encontrarlo. Lo ama, Jack.

-Conmovedor – se mofó el pirata entre dientes.

-Deberías hablarle.

-¿Qué? – se escandalizó.

Will suspiró.

-Deberías salir a hablarle. Hablo en serio, Jack. Míralo, no parece tener amigos, y si los tiene, están lejos, en su época. Necesita platicar con alguien. Sal a conversar con él, Jack.

-Cachorro – amonestó el capitán, alzando el dedo admonitorio -. De todas tus ideas, y me refiero a las más estúpidas que has tenido, ésta se lleva las palmas.

Will sonrió con picardía y, seductor, le pasó el dedo por el hombro.

-Esta noche hay luna llena – murmuró roncamente -. Según Galadriel nos explicó la última vez, es mi ciclo para concebir. Si sales y platicar con nuestro invitado, no más de quince minutos, te prometo que intentaremos de engendrar un Sparrow Turner todas las veces que quieras.

A Jack se le iluminaron los ojos como luceros de obsidiana.

-¿Quince minutos? ¿Sólo debo platicar con ese engreído quince minutos y te tendré toda la noche?

-Como si alguna vez me hubiera negado – rió Will.

-Es cierto – se dio golpecitos en la barbilla y sonrió con astucia -. Aunque sé que puedo tenerte, platicando o no con él.

-Jack. . .

El pirata volteó y abrazó la fina cintura de su matelot con ambos brazos.

-Saldré a platicar con él – le besó la boca -. Sólo porque me lo pides tú.

-Jack, no te hagas el romántico porque sé que te gusta jugar así. Yo me tomo en serio lo que dices y. . . – divertido, Jack lo silenció con un beso más fuerte.

-Trato hecho, cachorro – decidió, liberándolo -. Saldré a consolar a este huésped, mientras tú te preparas.

Will sonrió. Con promesas o sin ellas, su Jack lo obedecía siempre.


…………


-Bonita luna, compañero.

Sherlock no volteó hacia el pirata y permaneció impávido, con las manos en los bolsillos, acariciando la carta y el anillo guardados en uno de ellos.

Jack rodó los ojos y giró en dirección a la cabina con una mirada admonitoria hacia su esposo. Sólo su cachorro podía creer que él llegaría a consolar a alguien.

Desde la ventana, Will le hizo una seña para que continuara hablando.

A pesar de lo locuaz que era cuando quería conseguir algo, Jack no supo qué decir. Era un maestro en el arte de manipular, embaucar, hacer travesuras (bueno, algunas de sus fechorías no podían definirse como meras “travesuras”), pero frente a un hombre herido por la pérdida de su pareja, Jack Sparrow Turner se quedaba sin palabras. …l mismo sabía que no soportaría perder a Will. Imaginó el infierno que Sherlock debía haber pasado y se conmovió.

-Una noche como ésta, William y yo buscamos a John Watson – comentó, mirando las estrellas.

Sherlock no se mostró de acuerdo. Recordaba nítidamente la noche que John partió y había sido una nublada, sin estrellas, y fría, con una lluvia intermitente.

-Nunca olvidaré cuando se despidió de ti – continuó el pirata suavemente -. Te besó y te murmuró que te amaba y que no tardaría en reencontrarse contigo.

El detective dio un respingo. El beso, el “te amo” y la promesa de reencontrarse pronto los recordaba como un sueño. El había estado durmiendo, agotado después de pasar días velando por su esposo, y había soñado que John se despedía de él. Minutos después abrió los ojos y se encontró con la desoladora noticia de que su alma había partido. Pero si había sido un sueño, ¿cómo ese pirata podía saberlo?

-Estuviste allí – murmuró.

-Por supuesto – replicó Jack y tomando confianza, se recargó en la baranda, pegadito a él -. John nos pidió que le diéramos tiempo para despedirse de ti. También conoció a tu hijo.

-¿A William? – exclamó el detective, sorprendido.

-Aye, a William como lo llamas. …l se despidió de los dos antes de marcharse, compañero. Sabía que los volvería a ver algún día, por eso no se fue triste sino esperanzado.

Sherlock apretó la carta en el bolsillo. Los ojos le titilaban y los labios le temblaban.

Jack volteó hacia la cabina y vio que su matelot había entrado. Sin saber qué decir, apoyó una mano enjoyada en el hombro del detective. Sherlock sentía que se quebraba. Sin embargo, puso todo su esfuerzo por controlarse. Si tantas veces se había controlado para no llorar en público, no iba a quebrarse frente a un pirata.

-Necesito estar solo – murmuró y se apartó bruscamente.

Jack se hizo a un lado.

Sherlock salió corriendo hacia el camarote donde estaba durmiendo su hijo. Al llegar, quiso apretar el interruptor pero enseguida recordó que en una goleta del siglo XVIII no podía haber luz eléctrica. Salió, consiguió una lámpara de aceite y volvió a entrar.

Will despertó y se refregó los ojitos.

-Papá. ¿Qué hacemos aquí?

Sherlock se sentó a su lado.

-Muchas veces quisiste oír historias de tu papá y yo no podía contártelas.

-¿Mi papá John? – preguntó el niño, sentándose -. ¿Cómo eda?

Sherlock suspiró con una mirada soñadora.

-El hombre más apuesto que hubiera conocido. Claro que yo también soy muy apuesto – afirmó con soberbia y le sonrió -. Pero él, simplemente, era hermoso. Guapo, valiente, bondadoso, noble, generoso. Toda persona que conoció lo quiere. Tenía ese don de tocar a las personas y sacarles lo mejor de sí. A mí me abrió al mundo y – notó que Will lo miraba frunciendo el ceño. Estaba hablando más para sí que para un niño de tres años -. ¿Quieres saber cómo nos conocimos?

-¡Ti! – se alegró Will.

Sherlock hizo silencio, perdiéndose en aquel momento especial.

-Yo estaba trabajando en el laboratorio de una escuela, haciendo experimentos como los que suelo hacer en casa – y sonrió al recordar que por su hijo ya no realizaba experimentos peligrosos en el departamento, sólo aquellos que no terminasen en explosiones, o no hubiera que utilizar veneno o sustancias con mal olor -. Tu papá necesitaba un lugar para vivir y un amigo suyo que me conocía, el tío Mike para ser más precisos, le habló de mí. Cuando Mike entró con él, yo necesitaba un teléfono para enviar un mensaje y tu papá me prestó el suyo.

-¿No tenías teléfono, papá? – se asombró. Para él, el celular de su padre era como parte de su esencia.

-Lo tenía, pero yo estaba encerrado en el laboratorio y no tenía señal – Will frunció el ceño sin entender -. En pocas palabras, mi teléfono no funcionaba así que tu papá me prestó el suyo y así lo vi por primera vez. Me pareció una buena persona y que podíamos llegar a ser amigos. Lo invité a conocer el departamento y le gustó – interiormente Sherlock rió al recordar lo espantado que John se había quedado cuando comprobó su desorden -. Estábamos con la señora Hudson, cuando llegó el tío George y me ofreció un trabajo. Le pedí a tu papá que me acompañase y esa fue la primera vez que trabajamos juntos.

Will quedó callado, en profunda concentración. Después de tanto tiempo de esperar que su padre le hablase de su papá, tanta información junta lo mareó.

-¿Se casaron?

Sherlock rió.

-No, William. Nos casamos mucho tiempo después. ¿Algo más que quieras saber?

-¿A qué le gutaba jugad?

-Esa pregunta está difícil porque no lo conocí de niño pero me dijo una vez que era muy bueno con la patineta y que corría más rápido que sus amigos.

-¿Tenía lupa má-gi-ca?

-No lo creo, calaverita..

Will miró su lupa y recordó cuando observaba el retrato de John a través de ella y Sherlock le explicó que no podía volver del Cielo.

-¿Cuándo lo voy a ved?

Sherlock lo abrazó con fuerza.

-Yo pensaba que tu papá se había ido al Cielo pero parece que no fue así. Si todo resulta bien, lo volveremos a ver muy pronto.

-¡Ti! – gritó Will y loco de alegría, se colgó del cuello de su padre.

Sherlock lo apretó contra sí y lloró, de felicidad, por primera vez.

…………..

N/A: Noticias para los fans de “El Señor de los Anillos”. Así como Martin Freeman, alias John Watson, interpretará a Bilbo Baggins en “El Hobbit”, se confirmó que Benedict Cumberbatch, alias Sherlock Holmes, interpretará al dragón Smaug y a ¡Sauron!

Así que prepárense para en diciembre del 2012, ver a nuestro apuesto Sherlock Holmes convertido en el Señor Oscuro de Mordor.

¡Cuento los días para ese estreno!

Muchas gracias por seguir la historia.

Besitos

Midhiel

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