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Better Days por midhiel

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El personaje de Sherlock Holmes pertenece a Sir Arthur Conan Doyle, mientras que los derechos de la serie de la BBC pertenecen a Steven Moffat y a Mark Gatiss. Sin embargo, el Sherlock de carne y hueso pertenece exclusivamente a John H. Watson.

Los personajes del Señor de los Anillos pertenecen al maestro J. K. R. Tolkien, aunque Aragorn es exclusivo de Legolas y viceversa.

Y Piratas del Caribe es de Disney. Pero el Capitán Jack Sparrow es de Will Turner y viceversa.

Hechas las aclaraciones, repito que no se recibe ningún crédito por esto.

La canción que le da nombre al título es de Eddie Vedder.

El fic va dedicado a una amiga que adora estos tres fandoms, y que me leyó y corrigió muchas veces, Prince Legolas. Hannon le, mellon nín.

Ahora sí, con ustedes, el capítulo.

Better Days


Capítulo Veintiuno: Volando Hacia Ti

Mientras que Earnil y Will jugaban en el jardín, Legolas los observaba sentado en el alfeizar de su ventana triangular. Los niños corrían de aquí para allá, lanzándose la pelota y pateándola hacia los árboles.

William entró y sonrió al ver a su hermano entretenido con los pequeños. Ambos habían heredado de su Ada Lilómea el amor por los niños. Después se dispuso a observar las diferentes armas que adornaban la pared de la sala del príncipe. De repente, sus ojos chocolate se posaron en el arco de Lóthlorien que la mismísima Galadriel le había regalado a Legolas cuando la visitó durante la Guerra del Anillo. Era una pieza magníficamente esculpida y construida con una precisión envidiable. Un trabajo digno de los elfos.

Legolas volteó hacia su gemelo.

-Este arco me acompañó en varias batallas.

William quitó el arco de su montura para estudiarlo mejor.

-Es finísimo – suspiró -. Los elfos son unos herreros envidiables. Su trabajo es perfecto. Observa la tensión de la cuerda, la simetría de los flexores, sin hablar del tallado. Puedo asegurarte que no hay nadie capaz de construir un arma así en mi tierra.

Legolas se mordió los labios con tristeza. “Mi tierra”, su hermano no se sentía parte de Arda, ni consideraba a los elfos como a su familia. Para William, eran criaturas fascinantes y misteriosas, pero olvidaba o no parecía importante que él llevaba su sangre.

William Turner Sparrow se sentía un extraño entre su gente. Era un elfo devenido en mortal terrestre, que prefirió renunciar a la inmortalidad para permanecer junto al hombre que amaba. Legolas podía entender esto. …l mismo lo habría hecho si Aragorn hubiera sido completamente humano. Afortunadamente el rey conservaba sangre élfica del legendario Elros y Legolas no había necesitado renunciar a su raza para casarse con él.

-Tu tierra también se llama Arda, Auril.

William sonrió y volvió a acomodar el arco en la pared.

-Eres el único que aún me llama Auril.

-No es cierto – Legolas sacudió la cabeza -. Adar y Ada también lo hacen. Aragorn te llama así, Galadriel, Gandalf, Elrond.

-Perdón – corrigió William sin perder la sonrisa -. Eres el único al que permito que me llame así.

-Auril – susurró el elfo apenado.

El joven pirata se le acercó y trepó el alfeizar para sentarse a su lado.

-Contigo comparto un lazo especial, Legolas. Te quiero y junto a Jack eres mi única familia. No nos guardamos secretos, ni necesitamos hacerlo. Muchas veces anticipamos qué está pensando el otro y un gesto tuyo vale para mí más que mil palabras. Por eso sabes lo que siento por este sitio y por nuestros padres. Adar y Ada son mis padres biológicos, como les decimos en la Tierra , pero en mi corazón lo siguen siendo William y Christine Turner. Yo nací en este mundo pero no me eduqué en él. La Tierra es mi hogar, el mar es mi hogar, el Pearl es mi verdadera casa. Si regresamos con Jack a Minas Tirith es sólo por ti – suspiró -. Lo siento pero no me considero un elfo y el tiempo que tuve ese cuerpo, no me sentí yo mismo.

Legolas asintió. Si algo le había enseñado la vida era que no se podía luchar contra los sentimientos.

-Muchas veces pensé qué habría sido de nosotros si no nos hubieran separado. Si hubieras crecido como un elfo a mi lado – sonrió con añoranza -. Adar no se habría convertido en el rey severo que fue, y a Ada le habría conocido más sonrisas – miró a su hermano a los ojos -. ¿Sabías que Ada recién sonrió cuando te recuperó, Auril? De elfito, no le conocí más sonrisas que las que me dedicaba por las noches. Vivía encerrado en las entrañas de nuestro palacio y sólo salía para llevarme de paseo. No es natural que un elfo rehúya de la Naturaleza, pero perderte lo transformó. Te amaba, Auril. Te aman él y Adar y preguntan siempre por ti.

-Debería visitarlos – observó William -. Aunque te aseguro, Legolas, que yo no los siento como a mis verdaderos padres.

Legolas le apretó las manos con fuerza.

-Eres una persona fiel, Auril. Perdiste a William y a Christine siendo muy joven y lo único que te quedó de ellos fue el recuerdo. Al conocer a nuestros Adars, temiste que al quererlos, traicionarías a tus padres adoptivos.

-Sí, pero. . .

Legolas le sonrió limpiamente.

-Estoy leyéndote el corazón, Auril.

Con un suspiro, su hermano asintió.

-No los traicionas – continuó Legolas con suavidad -. Cuando William y su esposa te cobijaron, sabían que no te habían engendrado y estoy convencido de que su sueño fue que algún día pudieras conocer a tu familia. Si amas a Thranduil y a Lilómea, y dejas que ellos te amen, vas a cerrar una vieja herida, Auril. La herida que te impide entender quién eres en realidad.

-¿Quién soy? – exclamó -. Yo soy William Turner Sparrow, segundo capitán del “Black Pearl”, y matelot del Capitán Jack Sparrow Turner. Soy hijo de William y Christine Turner. Esa es mi verdadera identidad, Legolas.

-Es verdad – congenió el príncipe -. Pero no es tu única identidad. También eres Auril Thranduilion, Príncipe de Lasgalen, hermano del Príncipe Legolas de Gondor, e hijo de Thranduil y Lilómea. Todas estas identidades te convierten en quien eres hoy.

William sintió mucho peso en el pecho y ganas de llorar. Legolas le había confesado lo que escondía su corazón. Temía aceptar a sus padres biológicos porque temía renunciar a sus padres adoptivos. Era un príncipe pero también un pirata. Tenía a un elfo como hermano y a un capitán pirata como marido. Eran demasiadas contradicciones, o tal vez, él temía que lo fueran.

Quizás todas juntas conformaban su identidad, como Legolas le decía, y ni una aplacaba a la otra. Todas lo convertían en quien era: William Turner Sparrow, Capitán del “Black Pearl” y al mismo tiempo Auril, Príncipe de Lasgalen.

Legolas percibió su confusión y lo abrazó. William lloró sobre su pecho.

-Quizás ésta sea la razón por la que no puedo tener hijos – hipó -. Sin identidad propia, no puedo engendrar vida como tú.

-Quizás sea el estrés, como explicó John – razonó Legolas -. Estrés. Esa era la palabra.

William se apartó de él más confundido.

-¿Estrés?

Legolas frunció el ceño, formando el hoyuelito de Will.

-Así lo llamó. Dicen que es un mal que se sufre mucho en el mundo del que él viene.

-¡Por las sirenas, hermano! – exclamó William asombrado -. ¿Te diste cuenta?

-¿Cuenta de qué?

-Tienes la misma expresión de John William. Ese huequito en el centro de la frente cuando piensa. ¡Con Jack solemos comentar que es la cosa más tierna que hemos visto y la heredó de ti!

Legolas volteó hacia el jardín. Earnil había apresado la pelota y corría perseguido por el pequeño Will. Los dos reían y gritaban.

-John William es el descendiente de mi hijo, pero, ¿cómo llegó a la Tierra?

-Es un misterio, Legolas – admitió William y sonrió enternecido con los niños.

Aragorn y Sherlock entraron abruptamente. Los hermanos brincaron del alfeizar y observaron maravillados lo bien que le sentaba la túnica azul al detective. Una vez más, Legolas había dado en el clavo al seleccionar la ropa.

-Legolas, melleth nin – preguntó el rey, tomándolo de las manos -. ¿Has visto a Theerin?

-No – contestó el elfo, asombrado de su ansiedad -. Desde anoche le di el día libre para que se tratase su pierna. Ahora debe estar en la Casa de la Curación.

Sherlock intercambió miradas con Aragorn.

-Dudo que esté en la Casa de la Curación – respondió el detective y enseguida preguntó -. ¿Casa de la Curación? ¿Qué es eso? ¿Un eufemismo para hospital?

-Aquí a los hospitales se los llaman Casas de la Curación – explicó William.

-Como sea – cortó Sherlock, ansioso -. Si desde anoche tuvo la venia para hacer lo que le diera la gana, significa que el robo lo habrá perpetrado durante la madrugada. Teniendo en cuenta que al ser guardia real tiene permitido el acceso y la salida de la ciudad, debió haber partido antes del amanecer. Eso significa que lleva quince horas cabalgando. ¿Cuántas leguas pueden cabalgarse en quince horas? Aragorn – se volvió hacia el rey, y olvidándose del cargo y el respeto que le debía, se preparó para impartirle órdenes -. Debes indicarme el sitio más cercano donde pueden alojarse esos orcos. Partiré inmediatamente a quitarles el pergamino. En cuanto al tal Theerin, con cojera y el tabique desviado, no será rival para mí – se frotó el mentón -. Necesitaré conocer más de esas criaturas, los orcos, algún disfraz será suficiente para engañarlos . . .

William y Legolas tardaron un poco en entender lo que pasaba.

-¿Se robaron el pergamino sagrado? – preguntó el elfo sin creerse lo que preguntaba.

-Sí, el tal Theerin – contestó Sherlock escuetamente y comenzó a caminar en círculos razonando.

-Por Elbereth – suspiró Legolas y miró a su esposo -. ¡Aragorn! ¿Recuerdas aquella mañana en el jardín cuando me comentaste que encontraste las llaves en otro lugar diferente al que siempre las dejabas? ¿No piensas que quizás te las hayan quitado para hacer una copia?

-Tienes razón – recordó el rey.

-¡Por Elbereth o como se llame su divinidad! – estalló Sherlock -. ¿Encontraste las únicas llaves que abrían esa puerta en otro lugar diferente al que las habías dejado y no te alarmaste? ¡Es el colmo! La gente ve sin observar en todos lados. ¡Aún los reyes de mundos lejanos!

Aragorn se le adelantó furioso.

-Me considero una persona tolerante, pero que me espeten agravios en la cara limita mi paciencia, señor Sherlock Holmes.

Sherlock recién cayó en la cuenta de que estaba perdiendo el control. En otro tiempo hubiera seguido lanzando dardos sin medir las consecuencias pero desde que se convirtiera en padre, había aprendido a contenerse.

-Lo siento – en otro tiempo tampoco hubiera pedido perdón. Miró al rey, al príncipe y a William -. El pergamino no está y con una ventaja de quince horas, Theerin llegará antes que nosotros para entregárselo a los orcos. Es el regreso de mi esposo lo que está en juego. Si me permite, Majestad, quisiera que se me indicase el camino hacia la guarida de esas criaturas y yo me encargaré de recuperarlo.

Aragorn intercambió una mirada con Legolas. ¿Podían entenderse tan bien y amarse tanto?, pensó Sherlock al estudiarlos.

-Sherlock Holmes, tu esposo John ya nos advirtió hace tres años de tu carácter explosivo, como lo llamó él – el rey miró a su esposo y Legolas asintió -. Por eso te comprendo y perdono. Sin embargo, no te indicaré el camino porque no te dejaré ir solo. El pergamino es importante para ti para recuperar a John y es importante para mí para proteger mi reino, así que yo, Elessar, Rey de Gondor y Arnor, te acompañaré.

-Y ni creas que te dejaré ir solo, Aragorn – intervino Legolas con picardía -. También iré yo.

-¿Qué hay de Earnil? – preguntó el soberano preocupado.

-Isil es de entera confianza – contestó el elfo -. Además ni Faramir ni Eowyn lo dejarán solo. Lo único grave es que van a consentirlo. ¿Y tú, Auril? Supongo que vendrás. No le permitirás a Jack viajar solo.

Auril suspiró con falso aire de mártir. Legolas rió.

-Jack está Dios sabe dónde, buscando el miruvor. Pero cuando se entere que habrá diversión, no querrá perdérsela. Por lo tanto, en su nombre te prometo, Sherlock, que iremos contigo.

-Gracias – asintió el detective.

-A propósito – interrumpió Aragorn, pensativo -. ¿Cómo diste con las señas de Theerin? Lo describiste al pie de la letra sin haberlo visto en tu vida.

-Elemental – sonrió Sherlock -. El sujeto entró a robar y dejó evidencias por todas partes. Deduje su altura por la longitud de las pisadas y el peso por la profundidad. La cojera se notaba porque las huellas de la pierna derecha no estaban tan marcadas como las de la izquierda. Cuando encendí la luz de la recámara, noté por el estado de la antorcha que no la habían usado antes que yo. No había señales de ceniza alrededor del pedestal, sólo la de tu tea y la mía, Aragorn. Por lo tanto, el ladrón entró sin luz alguna, sólo alumbrado por la luna, y arrancó el pergamino del pedestal. Hay que tener buena visión para conseguirlo en un calabozo muchos metros bajo tierra – hizo una pausa y observó las tres miradas clavadas en él con admiración. Esto aumentó su orgullo -. El cabello largo y rojo deduje cuando encontré un pelo que claramente no les pertenecía ni a ti, Aragorn, ni a ti, Legolas. Los únicos que conocían la recámara. Y en cuanto a lo del tabique fue una mezcla de razonamiento e imaginación. Encontré gotas de sangre en el piso. Por la textura y la altura de la caída, me di cuenta que se trataba de sangre de la nariz. Un hombre con semejante fuerza y tamaño, tenía que ser guerrero y por eso pensé que podía haberse desviado el tabique, tal vez en alguna pelea.

-Fascinante – suspiró Legolas, recordando algunas de las anécdotas que John le había contado.

-Sólo es simple observación – respondió Sherlock con falsa modestia -. Y ahora si me permiten, tengo que empezar a prepararme para el viaje – y con una reverencia, se retiró.

Aragorn, Legolas y William intercambiaron miradas, boquiabiertos, admitiendo que John no había exagerado con las alabanzas a las habilidades deductivas de su esposo.

……….

Surgió otro inconveniente. Jugando con Earnil, Will cayó de un árbol del jardín. El accidente no pasó de un susto y un raspón en la rodilla, pero su padre hizo un alto en los preparativos para acompañarlo a la Casa de la Curación. A modo de consuelo, Ioreth le convidó una galleta de canela, ya que tenía varias en una cesta para regalar a los niños que atendía. Will comió con ganas, mientras le limpiaba y vendaba la herida.

-Usted debe ser Sherlock, el esposo de John – comentó la anciana. Le costaba horrores mantenerse callada si había otra persona con ella -. John hablaba mucho de usted, lo extrañaba un montón, y también a ti, pequeñito.

Will le sonrió, masticando su galleta.

-Me dijeron que lo nombraron sanador real después de que ayudó a traer al mundo al príncipe – respondió Sherlock.

-¡Ay sí! – rememoró Ioreth, alegre -. ¿Sabías que tu padre trabajó aquí, en esta casa conmigo, Will?

-No – contestó el niño sorprendido.

-Ayudó a curar a muchos enfermos y heridos como tú. A niñitos que caían de los árboles por imitar a los elfitos – le sonrió con complicidad y Will le devolvió la sonrisa -. Salvó a mucha gente y nunca se negó a ayudar a nadie. Todos eran pacientes para él. Recuerdo la vez que llegó el ministro Orodreth herido y tu padre lo atendió. Ese elfo quedó prendado de él, pero John no dejó jamás de serle fiel a tu padre Sherlock y se molestó cuando se le insinuó. El ministro era muy educado pero se enamoró a primera vista y . . .

La cara, mezcla de asombro y cólera, de Sherlock le cortó el habla.

-Pero John se negó y se molestó – continuó la anciana rápidamente, mirando fijo al niño para no cruzarse con el detective -. No tenía ojos más que para tu padre Sherlock, Will. Lo amaba y extrañaba con locura y no veía la hora de que se encontrasen. ¡Ay! ¡El solo pensar que está a un paso de realizar su sueño!

-¿Ese tal Orodreth es un ministro del rey Elessar? – preguntó Sherlock con la voz ronca.

-Es el delegado oficial para los asuntos de los Pueblos …lficos – explicó la anciana sin controlar los nervios. Esto hizo que le diera un doble vendaje a la rodilla del niño, que rió pensando que se podría disfrazar de momia para jugar con Earnil más tarde -. Es un elfo por parte de su madre. Medio elfo le decimos, como a nuestro principito.

“Un elfo”, pensó Sherlock, corroído de celos. Genial. Ahora esos seres de orejas en forma de cono y piel más brillante que la luna cortejaban a su marido.

-Supongo que debe seguir al servicio del rey – dijo en voz alta.

-En este momento viajó a Imladris como delegado para el compromiso de Lady Arwen con el Capitán Haldir.

-Ya veo – murmuró el detective y para sus adentros se juró que una sola mirada o comentario indiscreto del tal “elfo ministro” lo haría visitar a Mandos o como se llamara la deidad que se ocupaba de los difuntos en este mundo.

Ioreth siguió contándole a Will anécdotas de John y explicándole cuánto lo había extrañado y que todo el tiempo lo llamaba su bebé. El niño se emocionó y en su corazoncito creció más la ilusión por conocerlo. Ya curado, Sherlock lo llevó con Earnil y tras hacerle prometer que no intentaría más emular a los elfos trepando árboles o cualquier sitio de altura considerable, lo dejó para regresar a los preparativos.

Sin embargo, no podía sacarse al tal Orodreth de la cabeza. El ministro de un rey se le había insinuado a su John. Los elfos eran criaturas hermosas, el príncipe Legolas era una prueba. Su esposo lo había rechazado porque lo amaba pero que alguien bello se enamorara de su John era más de lo que Sherlock podía soportar.

De manera más acelerada que lo normal, se puso a preparar el equipaje que más tarde los pajes acomodarían en su caballo.

Alguien golpeó la puerta.

-Legolas – saludó Sherlock, con Orodreth aún en la cabeza. Por un segundo, pensó en preguntarle al elfo por el ministro pero enseguida desechó la idea -. ¿A qué debo el honor de tu visita? – e internamente suspiró. “Que Will no se haya vuelto a lastimar, por favor.”

-Vengo a entregarte esto – explicó el príncipe y le enseñó una daga de plata, tallada graciosamente con caracteres élficos -. Es un regalo que me hizo mi gente una vez. Nunca la he usado en una batalla porque tengo mi arco de Lóthlorien y las dagas gemelas que me obsequió mi Adar.

-Ajá – contestó Sherlock con impaciencia.

Legolas le sonrió. Ansioso y falto de protocolo, igualito a como John se lo había descripto.

-Esta daga merece ser usada en una batalla. Si tengo las mías, sería conveniente que la usaras tú.

El detective quitó el arma de la vaina y estudió la hoja delgada y punzante. Enseguida reconoció el material con que estaba fabricada: mithril.

-Esta daga tiene un poder especial – continuó el elfo -. Cuando los orcos andan cerca, su hoja. . .

-Se vuelve azul – terminó Sherlock con una sonrisita -. William Turner me lo contó. Sería algo así como un GPS para localizar orcos y . . . lo siento, ni me preguntes qué es un GPS.

-No lo haré – rió Legolas -. En un par de horas estaremos todos listos.

-Yo estaré en menos de una – respondió Sherlock con su aire soberbio y después de despedirlo, cerró la puerta.

-¿Aceptó? – preguntó Aragorn acercándose a su esposo, con las manos en las espaldas.

Legolas volteó hacia él, ahogando una risita.

-Es más increíble de lo que John nos había dicho. Ya conocía el secreto de las armas fabricadas con mithril y después las comparó con un ¿GPS?

-¿Qué es eso? – rió el rey.

-Seguramente un elemento de su mundo.

Aragorn le apretó la mano.

-Volvamos a prepararnos. También tendremos que despedirnos de Earnil. A propósito, ¿le dijiste dos horas? Porque si Sherlock puede prepararse en una, nosotros podríamos hacerlo en treinta minutos y eso nos dejaría margen para. . .

-No esta vez, Aragorn – sonrió el elfo, posando su índice en la boca de su esposo -. Vamos a prepararnos en media hora y pasaremos el resto del tiempo con nuestro hijo. El viaje dura una semana. Estaremos alejados de él por al menos quince dìas.

-Eso era lo que yo decía – contestó el rey, aunque, por supuesto, otra había sido la idea que pasó por su mente.


…………….



Para Earnil no era la primera vez que Aragorn dejaba Minas Tirith pero que se fuera también su Ada fue algo nuevo y desesperante. No le gustaba nada la idea de que viajaran para ayudar al papá de Will y apenas se consoló al saber que quedaría a cargo de los tíos Faramir y Eowyn.

A Legolas se le rompió el corazón y hasta dudó en partir. Pero Aragorn le explicó que no tardarían en estar de regreso y le prometió que le traerían regalos.

Earnil se consoló un poco más. Legolas le añadió que tendría un amiguito para jugar y esto lo alegró otro tanto. Después de todo, se divertía mucho con Will y como su Ada le dijo, jugando y compartiendo, el tiempo pasaría más rápido.

Sin embargo, Will no se convenció tan fácilmente. Su papá lo era absolutamente todo para él. Iban juntos a todas partes, viajaban juntos, jugaban juntos y aunque la señora Hudson solía ocuparse de él, su padre no había dejado nunca de darle el beso de las buenas noches. El sólo pensar que pasaría una noche sin que su despidiera, lo angustió muchísimo y no podía dejar de llorar.

Sherlock no quería decirle que viajaba para conseguir el pergamino que les devolvería a John. Will era muy inteligente y comenzaría a interrogarlo sobre quiénes lo tenían y si sabía que su papá se pondría a pelear con monstruos, podría asustarse.

Ya no sabía qué estrategia usar para consolarlo, cuando fue el niño quien preguntó.

-¿Vas a volved con papá?

-¿Perdón? – preguntó Sherlock, deshaciendo el abrazo.

-Si vas a traed a papá.

-¡Dios mío, William! – sonrió su padre y lo abrazó de cuenta nueva -. ¡Claro que sí! ¡Lo traeré! ¡Conseguiré el pergamino y lo traeré! ¡Estamos en Arda! ¿Qué espero para buscarlo?

Sherlock no había razonado de esa manera pero la pregunta de su hijo tenía lógica. Con el pergamino en mano (porque que Sherlock se deshiciera de los orcos, criaturas torpes e indisciplinadas según Will Turner le había contado, quedaba fuera de discusión), en lugar de regresar a Minas Tirith, el detective encontraría la manera de llegar a esa bendita torre y rescataría a John.

Regresarían a Minas Tirith para devolverle el pergamino a Aragorn y agradecerles a él, a Legolas y a los Sparrow-Turner las atenciones, se encontrarían con Will, seguirían los pasos del ritual y regresarían a casa los tres como la familia que eran. Simple, lógico y razonable.

-Escucha, John William – le habló a su hijo, mirándolo con firmeza a los ojos -. Partiré con ellos y tardaré unos días en regresar. Mientras tanto tú permanecerás aquí, con Earnil, te divertirás y aprenderás mucho. Yo regresaré, te lo prometo, con tu papá John y juntos volveremos los tres a casa.

-¿En serio? – preguntó Will con los ojitos parpadeando.

-En serio, calaverita – suspiró Sherlock y lo abrazó con más fuerza -. John – murmuró para sí -. John, estoy a días de verte.

A una distancia prudencial, los reyes y los piratas los observaban.

-¿Estás listo? – preguntó Aragorn cuando finalmente padre e hijo deshicieron el abrazo.

Sherlock asintió y después de besar la frente de Will, se irguió listo para partir.

…………….

John sonrió alegre y sorprendido cuando vio a Arwen descender del águila. Le observó el vientre y vio que comenzaba a abultársele. Ella se veía radiante de alegría.

-¡John! – exclamó la elfa, abrazándolo -. ¡Todo salió bien, John! Haldir me ama y está feliz con el niño. Mis abuelos lo aceptaron y el compromiso se celebró hace un par de días. Todo gracias a ti.

-¡Cuánto me alegro! – exclamó el elfo sinceramente. La miró a los ojos y leyó su felicidad en ellos -. Sin embargo, no te restes méritos, la decisión fue solo tuya, Arwen, y decidiste bien.

La joven asintió y se secó las lágrimas. Esta vez de emoción.

-¿Quieres acompañarme adentro? – invitó John.

Arwen se detuvo.

-Hay algo más – le apretó la mano -. John, tu esposo, Sherlock, llegó a Arda con Auril y Jack Sparrow. También llegó tu hijo y por lo que han comentado, es un niño precioso.

-Gracias – sonrió orgulloso -. Mandos me había anticipado que vendrían. Yo mismo recibí a Jack y a William antes de que partieran a buscarlos.

La elfa se mordió los labios. Tenía información confidencial, demasiado confidencial, y dudaba si debía expresarla.

-Ya sabes que ningún secreto de mi abuela me está vedado, John.

-Lo sé.

-Pues bien – juntó aire -. Hay un pergamino que te permitirá regresar a tu mundo.

-Legolas me habló de él y me lo enseñó – recordó el elfo e inmediatamente frunció el ceño. Algo no marchaba bien -. ¿Qué ocurre, Arwen?

-Robaron el pergamino hace catorce noches – confesó -. Y Sherlock, con Aragorn, Legolas, Auril y Jack Sparrow, partieron a buscarlo. Ya deben estar cerca de la cueva de los orcos.

-¡Por Elbereth, Arwen! – exclamó -. ¿Estás segura de lo que dices?

La elfa asintió seriamente.

-De todo, John.

-Sherlock es capaz de muchas locuras pero ésta se lleva las palmas. No puedo permanecer aquí – miró hacia los costados -. Tengo que bajar a ayudarlo. Legolas, Aragorn y los piratas podrán mantenerlo a raya un tiempo. ¡Pero enfrentarse a los orcos y quitarles el pergamino! ¡Es capaz de cualquier cosa si yo no estoy con él para sujetarlo! – de repente, sus ojos azules se posaron en el ave -. ¿Esa águila tuya podría soportar mi peso y el tuyo?

-Claro, pero. . .

-Bien – decidió John -. Espérame aquí. Entraré a la torre a buscar mis arcos.

-¡John, espera! – trató de detenerlo -. Tú no puedes dejar esta torre.

-No la dejé en tres años – respondió John sin detenerse -. Permanecí recluido y alejado del mundo, obedeciendo el mandato de Mandos. Pero esta vez se trata de Sherlock y no lo abandonaré a su suerte.

-¡Elbereth Gilthoniel! – suspiró Arwen, acariciándose el vientre -. Si abandonas la torre, desobedecerás a Mandos.

-No puedo abandonar a Sherlock – se detuvo para mirarla -. Lo amo, Arwen.

La joven asintió. Ella sentía lo mismo por Haldir.

-Te esperaré aquí afuera – murmuró.

John entró corriendo con la rapidez de su raza y no tardó ni diez minutos en salir. Estaba vestido con una túnica blanca ceñida a la cintura y una diadema de mithril en la cabeza. Los elfos que lo servían salieron con él y se detuvieran alrededor del águila. Al verlos, el médico reflexionó. ¿No se estaba extralimitando al poner en riesgo la lealtad de sus servidores y de la propia Arwen?

-Si algún castigo recae sobre mí, no quiero que ustedes se vean perjudicados – adujo John y miró a Arwen -. Tú tampoco, Arwen Undómiel.

-Mi señor – sonrió la pequeña Líriel, adelantándose un paso -. Si hay alguien que supo lo que es sufrir por amor he sido yo. Bien sabe que me costó la vida. Puedo entenderlo perfectamente y lo apoyo.

-También nosotros, maese John – admitieron los demás.

-Vamos, John – lo invitó Arwen tendiéndole la mano -. Creo que Minai se sentirá honrado de transportarnos.

El águila penetró a John con su mirada y se inclinó para que pudieran montarla. Arwen se acomodó delante y el elfo detrás.

-Cuando estés listo, John – concedió la elfa.

El elfo miró a su servidumbre y les agitó la mano. Estos le devolvieron el saludo.

-Ya lo estoy – afirmó.

-Vamos – susurró Arwen al oído del ave.

El águila descendió grácil y majestuosa hacia la tierra.

John cerró los ojos y suplicó a Elbereth que le perdonase su desobediencia y sujetase con algún milagro a su Sherlock antes de que cometiera alguna locura.


…………


Vairë abandonó el telar que sus finas manos estaban trabajando para mirar a su esposo.

-¿Qué ves con esa mirada extraviada? – le preguntó dulcemente y se le acercó -. ¿Qué secreto has encontrado en un corazón, esta vez? ¿Pero qué haces? – rió -. ¡Ahora estás sonriendo!

Mandos la miró con una dulzura solo reservada a ella. La abrazó con fuerza y al sentir su tacto, reconoció lo mucho que habían sufrido John y Sherlock separados uno del otro.

-John Harold Watson Holmes abandonó la torre – confesó -. Nos desobedeció para salvar a su esposo.

-Un acto verdadero de amor – sonrió la Valie.

Mandos asintió.

-Un acto de amor verdadero. John Watson Holmes está a un paso de reencontrarse con su esposo.


………….

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