Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Better Days por midhiel

[Reviews - 39]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

El personaje de Sherlock Holmes pertenece a Sir Arthur Conan Doyle, mientras que los derechos de la serie de la BBC pertenecen a Steven Moffat y a Mark Gatiss. Sin embargo, el Sherlock de carne y hueso pertenece exclusivamente a John H. Watson.

Los personajes del Señor de los Anillos pertenecen al maestro J. K. R. Tolkien, aunque Aragorn es exclusivo de Legolas y viceversa.

Y Piratas del Caribe es de Disney. Pero el Capitán Jack Sparrow es de Will Turner y viceversa.

Hechas las aclaraciones, repito que no se recibe ningún crédito por esto.

La canción que le da nombre al título es de Eddie Vedder.

El fic va dedicado a una amiga que adora estos tres fandoms, y que me leyó y corrigió muchas veces, Prince Legolas. Hannon le, mellon nín.

Ahora sí, con ustedes, el capítulo.

Better Days

Capítulo 23: De Regreso

-¿Cómo es nuestro Will?

Sherlock sonrió recordando que su hijo le había hecho exactamente la misma pregunta sobre su papá. Imbuido de su olor a menta, le aspiró el pelo y apretándolo con fuerza mientras cabalgaban, contestó.

-Es una mezcla perfecta entre tú y yo, John. Tiene tu cara, tu mentón y tu pelo, y mis ojos, mi nariz y mi estatura, será alto. Es tranquilo como tú y curioso como yo. Te quiere mucho y no ve la hora de conocerte.

John rió de alegría y los ojos se le empañaron.

-Yo tampoco veo la hora de abrazarlo.

-Es un niño muy dulce – continuó el detective -. No causa problemas. Es obediente e inteligente. La señora Hudson me ayudó a educarlo, y los primeros meses, cuando me adaptaba, Sarah Sawyer también lo cuidó en varias ocasiones.

-Sarah es una excelente persona.

Sherlock asintió. A pesar de sus celos, había aprendido a apreciarla.

-Will te adora. Conservo todos tus retratos y hay uno en la repisa de la chimenea. Nuestro hijo corre hacia él y me lo señala exclamando: ¡…ste es mi papá!, en su media lengua.

John sonrió emocionado.

-¿Qué le gusta hacer a nuestro Will? ¿Qué suelen hacer ustedes juntos? ¿A qué le gusta jugar?

Sherlock lo observó un momento antes de responderle. Aún le costaba convencerse de que su esposo estuviera aquí, cabalgando con él en sus brazos.

-Le encanta pasar el tiempo conmigo. Le gusta que juguemos juntos, acompañarme a Scotland Yard si hay algún caso y la señora Hudson se encuentra ocupada. No lo vas a creer, John, pero la agria Sally Donovan adora a nuestro hijo. Lo ve y extiende los brazos para cargarlo. Cuando era un bebé, le arrancaba risas con morisquetas.

-Sally no era mala – recordó John y Sherlock bufó, indignado -. Ustedes no se entendían. A propósito, ¿sigue con el estúpido de Anderson?

El detective frunció el ceño.

-John, el idiota de Anderson era el nexo entre Scotland Yard y Moriarty – hizo una pausa. Era extremadamente doloroso recordar aquellos meses oscuros, los peores de su vida -. Moriarty pudo mantenerte secuestrado por tanto tiempo porque Anderson le soplaba cada vez que dábamos con su escondite.

John se mordió el labio, mientras un temblor escalofriante le sacudía cada fibra. Se sintió esposado al camastro sucio y maloliente, mientras sufría un calvario, enfermo, hinchado y agonizante, con el vientre a punto de estallarle y la anasarca extendida a todo el cuerpo.

Sherlock intuyó lo que recordaba y lo apretó para que se sintiera a salvo.

-A Will le gusta jugar como cualquier niño – explicó el detective para apartarlo de los recuerdos sombríos -. Juega a la pelota, con sus muñecos y lo que más le gusta es observar, generalmente insectos, los llama “bichitos” – John sonrió, enternecido -. En su último cumpleaños le regalé una lupa y va con ella a todas partes. No sólo la usa para observar sino que le otorgó poderes mágicos. Piensa que lo que ve a través de ella no se perderá jamás, y nos mira tanto a mí como a la señora Hudson para no perdernos. No te sorprendas si cuando te conoce, decide observarte a través de ella.


-¿Una lupa, Sherlock? – rió John -. ¿Le regalaste una lupa en su tercer cumpleaños?

-¿Y qué esperabas? – respondió el detective exasperado por tener que explicar lo obvio -. No iba a comprarle su primer estetoscopio hasta que tuviera seis años.

-Quizás no le guste la carrera de medicina.

Sherlock frunció el ceño, preocupado.

-¿Crees que vaya a salir holgazán y burocrático como mi hermano? Si llega a dedicarse al gobierno, yo te juro, John, que. . .

El elfo lo calló con un beso.

-Lo que creo es que hay asuntos más importantes de qué ocuparse ahora – le ronroneó al oído.

El detective lo miró de manera sugerente y se impacientó. ¡Por las divinidades de Arda! ¿Cuánto tiempo faltaba para que encontrasen una posada?

Siguieron cabalgando en silencio. Por la mente de Sherlock pasaron distintas imágenes cronológicas de Will: recién nacido, de pocos meses, en su primer cumpleaños, jugando, riendo, corriendo, abriendo su regalo y descubriendo su “lupa mágica”, investigando el mundo con ella, manejando el timón del “Black Pearl” bajo la mirada atenta de Jack, vistiendo su túnica como un elfito y despidiéndose de él para que le trajera a John de regreso.

Su hijo había crecido durante tres años, el mismo lapso de tiempo que John le había faltado. Una vez más olió el cabello rubio de su esposo y le murmuró:

-En tu carta me decías que sabes que lo romántico me irrita – recitó con esa habilidad que tenía para repetir frases ajenas de memoria -. Estás equivocado, John. Nada romántico que venga de ti podría irritarme.

Al decir esto, jaló las riendas para que el caballo se detuviera. John volteó hacia él y se besaron. A su lado pasaron Jack y Will sin interrumpir el beso.

-Te extrañé demasiado – confesó John.

Sherlock le sonrió.

-Lo sé – y con un breve tirón a las riendas, continuaron la marcha.

Antes de que cayera la noche, encontraron una posada tranquila y cómoda en la entrada de un pueblecito. Pidieron tres habitaciones para las tres parejas y mientras que Aragorn, Legolas, Jack y Will se preparaban para cenar en el cálido comedor, Sherlock ordenó que le subieran la comida a la recámara.

John se despidió afectuosamente de sus amigos, en tanto su marido apenas murmuraba un impaciente “nos vemos mañana” y subieron.

La alcoba era acogedora. Un sitio pequeño con una chimenea en un rincón, muebles rústicos que incluían una mesa cuadrada de madera negra y un par de sillas toscas pero cómodas. Había dos camastros gemelos separados por una mesita de cama.

John se sentó en el que quedaba debajo de la ventana, mientras que Sherlock colgaba su morral del perchero de la puerta como antaño lo hacía con su saco.

Una jovencita sonriente les subió la cena. Caldo y carne, exactamente igual a la que el detective había cenado con su hijo.

John pidió dos jarras de cerveza y después de asegurarle a su aprensivo esposo que la cerveza de Arda era tan buena como la irlandesa, brindaron y comieron.

Sherlock apenas probó tres bocados. John lo amonestó y lo obligó a acabarse el plato bajo pena de abstinencia sexual.

-¿Seguí sus prescripciones correctamente, doctor? – bromeó el detective, masticando el último bocado.

Como respuesta, su esposo se levantó y fue a sentarse en sus rodillas. Sherlock lo abrazó con fuerza, posesivamente, y lo besó. Era la primera vez desde que se reencontraran que unían sus labios estando solos y alejados de cualquier peligro. Esto acrecentó su pasión. Se recorrieron la boca y jugaron con la lengua por cada rincón del paladar. Sólo la falta de aire los obligó a separarse.

-¿Sabes qué estoy recordando? – preguntó Sherlock golosamente a su oído.

-No tengo tus habilidades – rió el elfo.

-Recordaba cuando nos conocimos y le disparaste a ese pésimo taxista. ¿Qué te llevó a hacerlo?

-No sé – John se encogió de hombros -. Supongo que verte arriesgar la vida tan estúpidamente después de maravillarme con lo brillante que eras.

-Ah – exclamó Sherlock con una mirada ladina -. Ya veo. Yo pensaba que lo hiciste para salvar al padre de tus futuros hijos.

-¿Hijos?

-Vamos, John. Sabes que uno solo se hace demasiado aburrido. Además, así como William Turner tiene el poder de concebir por su sangre élfica, tú, que te has convertido en uno, ya no tendrás problemas para gestar. Lo he estado razonando y es lógicamente posible. De ahora en adelante, aún volviéndote un hombre si es que te vuelves uno alguna vez, conservarás la anatomía para concebir y ni tu salud ni de la de nuestros futuros hijos correrá peligro. Piensa en lo que digo, anatómicamente tú. . .

-Sherlock, por favor – lo interrumpió con ansiedad -. No sigas razonando y bésame.

Sherlock lo obedeció gustoso. Enseguida las túnicas les quemaron la piel y tuvieron que quitárselas. La de John era holgada en el pecho y salió rápido a través de la cabeza. En cambio, la de Sherlock tenía un cuello estrecho y se atascó con su cabellera enmarañada.

Entre risas, su esposo lo ayudó a quitársela.

-Esto me recuerda nuestra noche de bodas cuando estábamos tan cansados con la fiesta que olvidaste desabotonarte la camisa – rememoró John -. Yo tenía demasiadas ganas de hacerte el amor – suspiró mordiéndole con suavidad la punta de los labios -. . . Siempre tengo ganas de hacerte el amor, Sherlock.

Sherlock se liberó de la prenda y le sonrió con una mezcla de fogosidad y devoción. La piel clara de John resplandecía con el fulgor de los elfos como marfil brillante. La pasión se acrecentó y se apretaron sintiendo el calor y suavidad de sus cuerpos desnudos.

Entre besos, lamidas y caricias cada vez más fogosas se tumbaron en la cama, John boca arriba en el colchón y Sherlock encima de él.

Al contemplarlo bajo la luz del candelabro de la mesa de cama, el detective encontró sus orejas picudas apetecibles en extremo y trazó con la lengua el contorno hasta el lóbulo. El elfo se arqueó con un gemido y le abrazó la espalda. Acto seguido, Sherlock descendió las caricias hacia sus hombros, la zona erógena de su esposo.

-Lo recuerdas – jadeó John, abriendo los ojos y resoplando de placer -. Recuerdas cuánto me gustaba. . .

-Nunca olvidé cómo amarte – declaró Sherlock, mirándolo directo a los ojos. Sus pupilas grises centellaban con irrefrenable deseo -. Nunca dejé de amarte, John. Eres tú y sólo tú el único amor de mi vida.

John quedó paralizado. No era propio de su esposo declarar su amor abiertamente. Una vez más se sorprendió de cuánto había cambiado. Se besaron, o mejor dicho, se devoraron a besos. Cuando se separaron, sólo para recuperar el aliento, sus erecciones chocaban en sus vientres. Estaban listos para consumar el encuentro.

Sherlock se levantó derechito hacia su morral y extrajo un condón de intestino de cabra y un frasco con crema.

-¿Dónde conseguiste eso? – se asombró John, mientras se incorporaba con los codos.

Sherlock apoyó el índice en los labios.

-Baja la voz, John – amonestó, intentando sonar serio -. Se lo robé al rey de Gondor antes de salir de Minas Tirith.

-¿Hiciste qué? – se escandalizó el elfo.

Sherlock se sentó a su lado divertido.

-Cuando decidí que te llevaría de regreso con el pergamino, tuve que tomar ciertas precauciones. Entre ellas, conseguir algún condón y crema para ti – observó la recámara -. Aragorn fue amable al permitirnos pernoctar bajo un techo, yo pensaba hacerlo en algún lugar solitario del bosque.

John suspiró. Bueno, había que admitir que no había cambiado demasiado porque seguía comportándose como un niño.

-A ver – trató de seguir su razonamiento -. Decidiste buscarme después de conseguir el pergamino, entonces, pensando que querríamos hacer el amor, te colaste en la recámara real (¡Dios! No quiero saber cómo llegaste hasta allí) y le robaste al rey un condón y la crema.

-John – lo besó el detective impaciente -. Ahora eres tú el que no se calla.

Se fundieron en un beso prolongado y ardiente, mientras que el elfo se recostaba nuevamente en la cama. Sherlock le quitó uno de los almohadones para colocarlo debajo de su entrepierna y elevarle las caderas, y con su agilidad sorprendente se calzó el preservativo.

John le anudó los brazos al cuello y cerró los ojos, en tanto su esposo lo preparaba con la crema suave y húmeda. Cada toque acrecentaba el deseo. El elfo comenzó a sacudirse. Con los ojos cerrados las caricias se sentían más vivas. Sherlock paseaba los dedos por su intimidad, conteniéndose a duras penas. Necesitaba entrar, necesitaba poseerlo.

-¿Estás listo? – susurró Sherlock, mirándolo a los ojos.

John abrió los ojos y asintió con una sonrisa anhelante. Su esposo se acomodó y empujó suavemente. El elfo gimió. Sentirlo dentro después de más de tres años le provocó emociones que se mezclaron con el placer que estaba sintiendo. Para Sherlock fue igual de intenso y hasta lo sintió irreal porque todavía le costaba creer que lo había recuperado. Le acarició el pelo y lo empujó hacia su pecho para asegurarse de que lo tenía en brazos y que no era un sueño, y para protegerlo contra todo. En el fondo, el detective se culpaba de su secuestro. Moriarty lo había capturado para vengarse de él y Sherlock sentía que no había sabido protegerlo.

John notó su tensión y abrió los ojos.

-¿Qué sucede?

-Nada – jadeó Sherlock e intentó besarlo.

-Dime qué te ocurre – reclamó John. Lo conocía demasiado bien para saber que algo lo perturbaba.

Sherlock lo miró profundamente, mientras sus ojos se humedecían.

-John – le confesó -. No dejaré jamás que alguien te lastime.

-Tampoco yo, Sherlock – sonrió -. Después de todo, siempre nos estamos cuidando el uno al otro.

El detective quedó acomodado dentro de su esposo. Al sentirse en su interior y saborear su suavidad, su culpa y sus miedos se esfumaron. Allí estaba su John, cobijando su carne y permitiéndole explorar su profundidad. Moriarty ya era historia y a ellos se les abría la esperanza de una nueva oportunidad juntos. Tantos razonamientos lo marearon y enfocando los ojos en el rostro agitado de John, salió apenas para entrar de cuenta nueva y moverse.

El elfo se echó hacia atrás. Balanceó las caderas para acompañarlo. Una serie de sensaciones electrizantes los sacudieron. Después de años volvieron a sentirse y a disfrutar de su unión. John había renunciado a la capacidad de pensar y sólo sentía el caudal de placeres excitantes que el movimiento de su esposo le provocaba. En cambio, Sherlock no podía perdió su poder de análisis y constantemente murmuraba: “Maravilloso. . . Fascinante. . . Increíble. . . Menta. . . todo tu cuerpo huele a menta. . . John, eres jodidamente perfecto”. No fue hasta el clímax que abandonó la razón y se dejó llevar. Ambos se entregaron uno al otro sin barreras. Con un grito de placer, el elfo estalló mientras que Sherlock soltó el suyo segundos más tarde.

Abrieron los ojos y se contemplaron. Encontraron lo que se leían siempre en las pupilas: amor.

……………
Sherlock y John durmieron tranquilos, cómodos y felices como no habían dormido en más de tres años. Al despertar con los primeros rayos de Anar y encontrarse con la cabeza de su esposo recostada sobre su hombro, Sherlock lo apretó contra sí. Su nariz se impregnó de su olor particular a menta y le arrancó una sonrisa.


John dormía con los ojos entreabiertos y su pecho se elevaba y descendía con una respiración profunda. Estaba completamente entregado. Sherlock razonó que era la primera vez que descansaba en sus brazos después de casi cuatro años. Recordó los meses infernales del secuestro y lo que tuvo que haber sufrido su esposo enfermo y grávido en las manos de Moriarty. Sintió escalofríos y apretó a John con más fuerza, le olisqueó el pelo y le besó la frente.

John bostezó en sueños y se acurrucó contra su hombro.

-Te amo – le murmuró bajito para no despertarlo.

Pero John que tenía los sentidos élficos desarrollados, abrió los ojos.

-Buenos días – le sonrió.

-No quería despertarte – se disculpó el detective -. Yo sólo. . .

John lo calló con un beso, delicado al principio y que al recibir la respuesta de Sherlock fue creciendo en intensidad. Sin separar los labios, el elfo rodó lentamente hasta quedar encima de su esposo. La boca de John fue descendiendo hacia su níveo cuello, estampando un beso en cada paso. Al llegar al pecho, le acarició las tetillas y Sherlock se arqueó dócilmente.

-¿Cuántos condones le robaste al rey? – jadeó el elfo.

-Sólo uno – suspiró el detective, cerrando los ojos. Enseguida los abrió con su sonrisita astuta -. Pero tengo crema de sobra.

John le sonrió y se incorporó. Ante la mirada atónita de su esposo, fue hasta las sillas para buscar sus túnicas.

-Todavía nos queda una semana de viaje – comentó, mientras le arrojaba la azul -. Y más vale que la crema nos alcance para cada noche.

-¡John! – protestó Sherlock -. Vamos a pasar por cientos de pueblos.

El elfo rió, mientras se calzaba la túnica blanca.

-Ya te veo a ti, Sherlock Holmes, recorriendo las tiendas de un pueblo medieval para comprar condones.

-Aquí no tienen tiendas sino un mercado en las calles, John – corrigió Sherlock, frustrado por tener que aclarar algo obvio -. Y sí, de ser necesario saldré a comprarlos.

John lo miró de manera astuta.

-En ese caso, podremos usar lo que nos queda de crema – y saltó con la agilidad de su raza junto a su esposo, que lo recibió en brazos y lo besó fogosamente para volver a amarlo.

…….
-¿Cómo descansaste? – quiso saber Will Turner, mientras se calzaba las botas sentado en la punta de la cama, al notar que su matelot había despertado.

Jack se frotó los ojos con modorra y bostezó.

-Suerte que dormimos bien lejos de la parejita de reencontrados.

Will rió.

-Afortunadamente sí – miró el techo -. Aragorn y Legolas están arriba pero no hicieron ruido.

-Afortunadamente no – Jack sonrió astutamente -. Y afortunadamente nosotros fuimos muy discretos.

-¡Eso lo crees tú! – bromeó el joven, arrojándole la camisa para que se vistiera.

-¿Crees que nos hayan oído? – se asombró Jack -. No grité tan fuerte como otras veces y tú más que nada suspiras, amor.

-Esperemos que no nos hayan oído – contestó Will, levantándose.

Jack lo observó atentamente. Cuando lo estudiaba, frunció el ceño y sus ojos adquirían la expresión intensa de águila de Sherlock.

-Algo te preocupa, cachorrito.

Will se encogió de hombros y volvió a sentarse en la punta del colchón.

-Pienso en mí, Jack. En mí como elfo. Yo me siento tan humano como tú pero ayer salvé a mi hermano gracias a mi sangre élfica –suspiró y miró a su matelot a los ojos -. ¿Quién soy, Jack? ¿Qué soy?

Jack lo abrazó y le besó la cabellera ondulada.

-Eres William Turner Sparrow, capitán del “Black Pearl” y matelot del capitán Jack Sparrow Turner. Si eres elfo, hombre, o lo que fuera, no tiene importancia. Eres quien eres, mi amor, ¿savvy?

Will le apretó la mano que circundaba su cuello.

-Ahora que mi sangre élfica volvió a nacer, tal vez consiga concebir – musitó con una mirada soñadora.

Jack tomó su perfecto mentón con los dedos y le movió la cabeza con suavidad para mirarlo a los ojos.

-Will, cachorro – murmuró, emocionado -. ¿Crees que ahora podamos conseguirlo?
William lo abrazó, tan conmocionado como él. Por un largo rato no se hablaron, sólo soñaron con su deseo más grande.

-Tengo ganas de visitar a mis padres – confesó el joven finalmente -. A Thranduil y a Lilómea.

Jack pensó un instante.

-Aragorn me dijo que la elfa Arwen se casará en Lothlórien dentro de un mes. Tus padres asistirán y podríamos encontrarlos allí.

Will asintió y lo miró a los ojos, recuperando su sonrisita bromista.

-La elfa Arwen se sentirá muy complacida de que el capitán Sparrow asista a su boda.

-La elfa Arwen puede visitar al Kraken si así lo quiere – contestó Jack. Lo besó rápida y fogosamente y enviando al estómago del monstruo marino el poco tiempo que les quedaba para prepararse, se desvistieron y volvieron a hacer el amor.


………
John confiaba en su esposo pero le costó hacerse la idea del estirado Sherlock Holmes comprando condones en el mercado de un pueblo. Sin embargo, una vez más su marido supo sorprenderlo y a la noche del tercer día, Sherlock regresó a la posada con siete preservativos. Ante la mirada atónita de John y las no menos expresivas de las dos parejas, repartió uno a Aragorn y uno a Jack y conservó los cinco restantes para las siguientes noches.

Más tarde, ya en la intimidad de la recámara, John le reclamó los pormenores de la compra, como la cara que había puesto, qué palabras había empleado y la reacción del vendedor. Pero Sherlock guardó riguroso silencio.

Se amaron usando tres y como no querían economizar los encuentros, Sherlock se abasteció en el pueblo siguiente con diez condones más.

Al cabo de una semana, finalmente la silueta de la Torre de Ecthelion se elevó en el firmamento y el elfo supo que el esperado reencuentro con su hijito estaba cerca. Emocionado, apretó la mano que Sherlock le tendía.

John William no estaba menos ansioso y repetía a cada rato que al fin conocería a su papá John. Se pasó la mañana tan hiperactivo como su papá Sherlock y estuvo a punto de terminar en la Casa de la Curación por una caída que milagrosamente no pasó a mayores.

Isil, la niñera, no se animó a reprenderlo porque entendía por lo que el niñito estaba pasando. Earnil estaba igual de excitado con la llegada inminente de sus padres.

Por la tarde, los portones de Minas Tirith se abrieron de par en par para recibir a su rey. Sin poder evitar el protocolo que a Sherlock se le hizo insufrible, fueron recibidos con honores y recién una hora después de su llegada, los monarcas pudieron subir a buscar a su hijo al salón de juegos.

Conmocionado, Legolas alzó a su bebé y lo besó de pies a cabeza, mientras que Earnil reía y gritaba: “¡Te quero! ¡Te quero!”. Aragorn cargó a su hijito y luego envolvió con el brazo a su esposo para cobijar a sus dos grandes amores.

Mientras que su amiguito era cargado y abrazado por sus padres, Will observó expectante la entrada buscando al suyo. Se llevó el dedo a la boquita y esperó, contando:

-Uno. . . dos. . . tes. . . cinco. . . neve. . . seis – y ya cuando se le acababan los números conocidos, su papá apareció en el umbral arqueado con los brazos extendidos hacia él.

El niñito corrió a abrazarse a sus rodillas. Sherlock lo cargó en brazos y luego de besarle ambos cachetes, lo contempló. Will tenía sus ojos, su cabello rizado y su nariz, pero el mentón, el tono de pelo, la boca y la carita redondeada eran de John. Ahora que había vuelto a ver a su esposo podía reconocerlo mejor en su hijo.

-Ya tas aquí – rió Will en su media lengua y lanzó pataditas de excitación. Luego se puso serio, frunciendo el ceño con su hoyuelito en la frente -. ¿Y papá?

Sherlock volteó hacia los reyes de Gondor, que se habían detenido al oír al niño. Aragorn asintió, en tanto Legolas le sonreía con Earnil hundiendo la carita en su pelo.

-Tu papá vino conmigo, como te lo prometí – anunció el detective suavemente. Will asomó la cabeza por encima del hombro de su padre para observar la entrada.

-¿Dónde tá? – reclamó.

John apoyó la mano en el umbral. Estaba vestido con una larga túnica crema y a pedido de Sherlock, se había conservado el cabello al ras para lucir sus orejas picudas. Su marido estaba encantado con ellas. Sus ojos azul oscuro recorrieron excitados el salón hasta posarse en su familia.

Will quedó estático. ¿Aquel elfo tan bonito era su papá John?

Sherlock giró hacia la entrada.

-¡John! – suspiró con su tono típico de impaciencia -. ¿Piensas echar raíces en la puerta?

John corrió hacia ellos y los fundió en un abrazo que abarcó marido y crío. Tal como Sherlock lo había supuesto, lloró, y él también, aunque hizo esfuerzos supremos por contener las lágrimas. El detective se apartó apenas para pasarle el niño y secarse la cara.

-John Watson Holmes – exclamó, conmovido -, aquí te presento a nuestro hijo, John William, o Will, como lo llamaste tú.

El elfo cargó a su hijo y lo apretó contra sí, disfrutando de su peso y su calor. Lo besó, no con dos besos, sino con cinco, en todo el rostro, y después le siguió repartiendo besos y caricias en los brazos, la barriguita y el pecho.

Will no cabía en sí de la alegría y se regocijaba con risitas. No podía creer que su papá John fuera un elfo, con lo que él admiraba a Legolas y a Earnil.

-Quero decirte “Ada” – pidió en su media lengua.

John soltó una carcajada, riendo y llorando.

-Lo que quieras, Will – y le soltó tres besos más en las mejillas regordetas. Se alejó apenas para contemplarlo y lloró con más fuerza -. Eres . . . eres hermoso.

Sherlock se acercó a su familia y la estrechó. Cuando el niño sintió que el abrazo había sido suficiente, buscó su lupa dentro del bolsillo de su túnica y observó a su Adar a través de ella.

-¿Qué haces, Will? – preguntó el detective, divertido.

-Es mi lupa má. . . gi. . . ca – pronunció con dificultad -. Lo que veo por ella no se va más y yo no quero que Ada se vaya.

Emocionado como estaba, John le pasó la mano por el rizado cabello.

-No me iré a ninguna parte, Will. Vine para quedarme con ustedes para siempre. No necesitas mirarme a través de ninguna lupa mágica – con delicadeza, le bajó el cristal -. Porque soy de carne y hueso, pequeño, y podrás verme, tocarme y abrazarme todo lo que quieras – sin contenerse más, volvió a llorar y a besarlo.

Will le echó los bracitos al cuello y con la cabeza apoyada en su hombro, miró a su papá Sherlock. El detective estaba feliz como no lo había visto antes, y el niño, en su inocencia, supo que al fin su padre ya no volvería a sentirse triste nunca más.

……………..

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).