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Better Days por midhiel

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El personaje de Sherlock Holmes pertenece a Sir Arthur Conan Doyle, mientras que los derechos de la serie de la BBC pertenecen a Steven Moffat y a Mark Gatiss. Sin embargo, el Sherlock de carne y hueso pertenece exclusivamente a John H. Watson.

Los personajes del Señor de los Anillos pertenecen al maestro J. K. R. Tolkien, aunque Aragorn es exclusivo de Legolas y viceversa.

Y Piratas del Caribe es de Disney. Pero el Capitán Jack Sparrow es de Will Turner y viceversa.

Hechas las aclaraciones, repito que no se recibe ningún crédito por esto.

La canción que le da nombre al título es de Eddie Vedder.

El fic va dedicado a una amiga que adora estos tres fandoms, y que me leyó y corrigió muchas veces, Prince Legolas. Hannon le, mellon nín.

Ahora sí, con ustedes, el capítulo.

Better Days


Capítulo Veinticinco: El Enlace

Con una resistencia alcohólica superior, Jack fue el último en perder la conciencia y apenas sintió cuando los guardias lo sacaban a rastras de la bodega. Soñó con las islas paradisíacas del Caribe, con el Pearl navegando en aguas azules, con su cachorro besándolo, hasta que un baldazo inesperado de agua helada lo trajo de regreso.

Parpadeó varias veces hasta que vislumbró a William Turner parado junto a él, sosteniendo un balde. Estaba muy enojado.

-¡Bien por ti, Jack! Con ésta te superaste. Según John, yo debería estar descansando pero con un marido así, ¿cómo esperas que lo haga?

Jack alzó el dedo para hablar y fue entonces cuando se percató del segundo cubilete que su matelot le descargó en la cara.

-Levántate y mírame a los ojos – ordenó el joven furioso.

El pirata sacudió la cabeza como un perro mojado y se apoyó en la pared para erguirse. El ron le había pegado muy mal, quizás la planta sustituta era más fuerte que la caña de azúcar, vaya uno a saber. Se pasó la mano por el rostro para secárselo.

Iracundo, William lo seguía observando.

-Así que esto es la paternidad para el genial Jack Sparrow – continuó -. ¡No oses corregirme lo de capitán, Jack! Cuando me dijiste que festejarías con Aragorn y Sherlock jamás esperé una actitud tan denigrante. ¡Pero claro! ¿Qué más se puede esperar de ti? Eres un irresponsable.

-Calma, cachorrito – le pidió el pirata, sacudiendo las manos. Mala idea. Todavía no había recuperado el equilibrio y tras liberarse de la pared, terminó sentado en el piso.

Will rodó los ojos.

-Sabes que pueden condenarte por atentar contra el rey, seas su concuñado o no. ¡Terminarás en los calabozos de Minas Tirith, Jack! – se pasó la mano por el pelo -. Esto es el colmo. Tan feliz que estaba con la noticia y la vienes a arruinar de esta manera.

-Pero, mi cachorrito. . .

-¡No me llames tu cachorrito, Jack! – exigió -. Mejor cámbiate la ropa mojada y quédate aquí solo para pensar en lo que has hecho.

-¿Pensar? – increpó Jack -. ¿Con quién crees que estás casado? ¿Con Sherlock Holmes? William, escucha, yo los invité a festejar pero fue Aragorn el que nos llevó a la bodega. ¿De dónde crees que saqué el ron? Fue ron fabricado aquí, por orden de tu real cuñado.

-Te pasas con las mentiras – exclamó el joven. Le arrojó en la cara ropa limpia que había traído y salió con un portazo.

Jack olisqueó la ropa, que conservaba el olor a canela de su esposo, y maldiciendo su honestidad e incredulidad, se juró que algún día Aragorn y Sherlock le pagarían por su visita a la bodega.

En cuanto al rey, no le fue mejor. Legolas no lo despertó a baldazos fríos, sólo lo dejó recuperarse solito. Así, cuando abrió los ojos en la cama matrimonial, se encontró con su adorado elfito mirándolo severamente, con los brazos cruzados en el pecho. Tenía el ceño fruncido y se le formaba en la frente el hoyuelo encantador de John William. A Aragorn no le gustó nada su expresión. Nada en absoluto.

-Tienes diez segundos para explicarte – demandó Legolas con furia helada -. Adelante.

Viéndose entre la espada y la pared, Aragorn comenzó.

-Jack Sparrow nos propuso festejar la noticia a Sherlock y a mí – la mirada de su esposo seguía endurecida. Mala señal -. Como sé cuánto adora el ron, pensé que sería la oportunidad para enseñarle el que fabricamos en Gondor y los invité a la bodega.

-Es suficiente – cortó el elfo terminante -. ¡Por Elbereth! Eres el rey de Gondor, el reino más importante de los hombres. Tienes miles de súbditos que servir, te has convertido en la esperanza de tanta gente. Murmuran lo sabio y justo que eres. ¿Dónde estaba tu sabiduría cuando se te ocurrió llevar a Jack Sparrow y al abstemio de Sherlock Holmes a la bodega?

-¿Abstemio? – hipó el rey -. ¡Deberías haber visto cómo bebía!

-No estoy para bromas, Aragorn. Sherlock es un detective, Jack es un pirata y tú, el rey de Gondor y Arnor, los llevaste a beber y entre los tres acabaron ebrios. No quiero conocer los pormenores de tu hazaña. Guárdatelas, Aragorn. Pero esto no quedará así. Tendrás que reflexionar lo que has hecho y como el único tiempo libre que tienes es por las noches, olvídate de hacerme el amor por una semana.

-¿Qué? – Aragorn abrió los ojos como platos -. ¿Te estás escuchando, Legolas?

-Perfectamente – respondió el elfo con frialdad -. Hasta mañana, Aragorn – y salió, cerrando la puerta.

Furioso, Aragorn descargó puñetazos en los cojines del lecho hasta arrancarles las plumas. Bien cara le había costado la borrachera.

…………..
El estado de Sherlock era deplorable. Como no era un bebedor excelso, el alcohol le había pegado peor que a los otros dos. Con una mirada mitad preocupada y mitad enfadada, John se encargó de atenderlo. Por más esfuerzos que puso, el detective no podía despertar y no le quedó otra que dejarlo descansar.

Al cabo de varias horas, Sherlock salió lentamente de la modorra. Sentía un dolor punzante en la cabeza, como si cientos de duendecitos se la estuvieran martillando, y un sabor amargo en la boca. Fue entonces cuando recordó que antes de perder el conocimiento, había vomitado. Abrió los ojos, la migraña le hizo ver la vía láctea completa, y trató de enfocar la mirada.

Cuando después de mucho esfuerzo lo consiguió, prefirió no haberse tomado el trabajo.

-John – balbuceó.

Con los brazos cruzados en el pecho, en un claro gesto admonitorio, el ceño contraído en forma de “v” y los labios fruncidos, John estaba de pie a metros de la cama.

-¿Qué puedo decirte, Sherlock? – el tono sonaba tranquilo. Era maravilloso cómo John no perdía los estribos cuando se enfadaba -. En la bodega. Te encontraron borracho en la bodega. El rey de Gondor y Jack Sparrow estaban contigo. ¿Qué me queda por decirte? Legolas ya le espetó a su esposo que es el soberano del reino más poderoso de los hombres, que tiene miles de súbditos a quienes atender, que lo consideran la esperanza de su gente y no sé cuántas cosas más. ¡Por Elbereth, le pidió que se recatara! William Turner puso el grito en el cielo. Jack está a punto de ser padre y no sabe comportarse. William supuso que fue él quien los convenció de bajar y lo amenazó que cuñado o no de los reyes, va a terminar en los calabozos de Minas Tirith. ¿Y yo? ¿Qué puedo decirte yo, Sherlock? ¿Cómo puedo regañar a un genio, como te consideras, si te comportas peor que nuestro hijo? Pongo las manos en el fuego porque no encontraré a John William en la bodega hecho una cuba. Dios mío – se pasó la mano por la frente -. Esto me recuerda a Harry en sus peores épocas. ¡Dios mío! Espero no tener que pasar por lo mismo contigo.

Sherlock quiso decir algo, lo que fuera para defenderse, pero las palabras le patinaron y no pudo hablar.

John rodó los ojos y le pasó un vaso con un líquido verdusco que olía horrible.

-Tómate esto, a ver si así recobras un poco el sentido.

El detective se apartó con un gesto de repugnancia, pero su marido le empujó el vaso.

-No quiero obligarte a beberlo – lo amenazó.

Si hubiera sido Mycroft, Sherlock le habría desafiado: “Me encantaría verte intentarlo”, pero como se trataba de un furioso John, obedeció. El bebedizo sabía peor que lo que olía. Sherlock se arqueó con nuevas náuseas, mientras su esposo le daba golpecitos en la espalda.

-Ya te sentirás mejor.

Pasaron unos minutos y el detective que tenía una salud de hierro y una resistencia superior, se sintió reconfortado y quiso salir de la cama. John se apartó.

-Ahora que recuperaste la razón, tengo una noticia que darte.

-Ajá – contestó Sherlock, irguiéndose con cuidado. Se mareó un poco. Sin embargo, pudo mantener el equilibrio.

-Platiqué con Legolas sobre el ritual del pergamino antes de que los encontraran – continuó el elfo -. Se trata de una ceremonia sencilla, que debe realizarse bajo la luz de la luna llena, en tierras élficas. Hay un enlace, que debo realizarlo con el mortal con el que estoy dispuesto a seguir el resto de mi vida, o sea tú – observó a su esposo con una mirada que decía: “Sí, aún borracho, Sherlock” -. Legolas me comentó que la boda de Arwen se realizará en Lothlórien dentro de un mes y sería el sitio ideal.

-Interesante – contestó el detective y bebió el agua, que le habían dejado en la mesa de cama. Se sentía más relajado y comenzó a caminar en círculos alrededor de John.

-También platicamos de otro problema que me preocupa. ¡Sherlock! ¿Quieres estarte quieto? – su esposo se detuvo junto a la ventana -. Bien, el problema que le planteaba a Legolas es que yo, uf, me es complicado afirmarlo. . . yo fallecí oficialmente en la Tierra y me declararon muerto. ¿Qué será de mí, entonces? ¿Cómo regresaré?

-No te preocupes – aseguró Sherlock astutamente -. Ya pensé en esa cuestión la primera noche que pasé en el “Black Pearl”. Estás casado con un genio y tengo un plan brillante.

-En ese caso me quedo tranquilo – suspiró su esposo.

El detective se frotó las manos y John reconoció su mirada insaciable.

-Ahora bien – continuó Sherlock -. Ya que estamos a un paso de regresar a casa, usted y yo, doctor Watson, deberíamos festejar mi plan brillante como las divinidades de estas tierras mandan.

-Nada de eso, Sherlock – cortó el elfo con el brazo en alto -. Estás castigado. Por lo tanto, esta noche habrá abstinencia – el detective lo miró en shock -. Y ni sueñes con manipularme porque conozco todos tus trucos. Buenas noches – y cerrando la puerta, lo dejó solo.

Frustrado, Sherlock pateó sus zapatos que volaron debajo de la cama, y después se metió en las cobijas, refunfuñando cual niño regañado. Más tarde pensó en salir a robarle a Jack sus pistolas para asestar tiros a la pared pero razonando que el capitán Sparrow, borracho o sobrio, era un pirata de temer prefirió pasar la noche sin moverse del lecho.

……

Así como Sherlock y Aragorn fueron castigados por sus respectivos cónyuges, Jack también recibió su pena. Fue simple. William Turner lo condenó a pasar tres días de abstemia y le confiscó todo material etílico. Para el pirata resultaron tres milenios y como su matelot esperaba su primer hijo y no deseaba perturbarlo más, cumplió la condena.

Al tercer día, las tres parejas con Earnil y John William partieron en el “Black Pearl” hacia Lothlórien. El curso del Anduin era el camino más rápido para llegar a tiempo a la boda de Arwen y Haldir, y llevar a cabo el ritual.

Jack estaba entusiasmadísimo con ser padre y antes de que partieran, su matelot le confesó que John y su hijo descendían de ellos. Al pirata le encantaba el pequeño Will pero cuando supo que era su descendiente simplemente lo adoró y como su sobrinito también estaba en su lista de devociones pidió permiso a sus padres y se llevó a los pequeños junto al timón para que pilotearan el barco bajo su supervisión. Encascó su tricornio en la cabecita de John William y su paliacate en la de Earnil, así el hijo de Sherlock Holmes y el futuro rey de Gondor se convirtieron en diminutos piratas manejando el timón. En puntas de pie, asían la negra rueda con fuerza para mantener el rumbo. En su media lengua hacían comentarios entre ellos y Jack aprovechó para enseñarles la canción del “yo-ho”.

Mientras los niños entonaban con sus vocecitas que la vida pirata era para ellos, Jack se sentó contra una pared con las piernas cruzadas.

Con una sonrisa de ternura, John miró al trío y se recargó contra la baranda para observar la verde ribera. Hacía un par de horas que habían dejado atrás Osgiliath y el paisaje se había tornado agreste. Sherlock llegó hasta él y se apoyó de espaldas al río para observar a su esposo. De una sola ojeada le leyó los pensamientos, pero igual quiso preguntarle.

-¿En qué piensas?

John volteó hacia él.

-En todo esto, Sherlock. Es tan – suspiró – tan extraño. Tú, Will y yo al fin juntos, a punto de regresar a Londres. Es un sueño – se emocionó -. Para mí es un sueño.

Sherlock le apretó cariñosamente la mano apoyada en la baranda.

-Tenías razón, John.

-¿Yo tenía razón? – repitió el elfo, sin creerse lo que oía.

El detective rió.

-Suena extraño, ¿cierto? Pero sí, tenías razón – admitió, poniéndose serio -. Aquella vez, cuando discutimos porque yo te pedía que abortaras y no podía entender tu postura. Me enojé contigo, creí que ya no me amabas y llegué a sentir celos de William – bajó la cabeza y luego miró hacia el río. Parpadeó varias veces y John notó que luchaba contra las lágrimas -. No pude entenderte hasta que Will nació y cuando lo sostenía, pensé. . . pensé: “John tenía razón” pero ya era demasiado tarde para decírtelo – se quebró.

El elfo le tomó las mejillas con ambas manos y lo miró fijo a los ojos para demostrarle que ahora estaba a su lado. Parpadeando para no llorar, Sherlock no soportó su mirada y lo besó, tiernamente al principio y ardientemente al final. Cuando se separaron, el detective alzó la vista hacia el río.

-¡Jack Sparrow! – exclamó, desesperado -. ¡Vigila a los niños!

Jack saltó como si el piso estuviera ardiendo y llegó a tiempo para ayudarlos y evitar la catástrofe. Sus vocecitas habían acunado al pirata hasta dormirlo. Jugando con el timón, desviaron el rumbo y ahora se dirigían directo hacia un peñasco. En su santiamén, el capitán recuperó la rueda y consiguió controlar la situación, aunque la maniobra balanceó el barco y todos sus tripulantes terminaron en el suelo. Earnil y Will rodaron hasta chocar contra una pared y soltaron risitas. John cayó encima de su esposo y lo abrazó instintivamente para protegerlo.

-¿Estás bien, Sherlock?

El detective asintió y ambos se irguieron como resorte.

Jack llegó hasta ellos con un niño en cada mano y sin remordimientos.

-¿Cómo puedes ser tan irresponsable? – se enfureció Sherlock.

John revisó a los niños de pies a cabeza.

Jack le dedicó su sonrisita astuta.

-No debes llamarme Jack Sparrow, sino capitán Jack Sparrow, Sher.

El detective cerró los puños, listo para abofetearlo.

-Sherlock, ¿qué te parece si volvemos al camarote? – intervino John y con una sonrisa de simpatía al capitán, empujó a su esposo para alejarlo y evitar un piraticidio.

Jack quedó solo con Earnil.

-¿Qué te parece si buscamos a tus padres? – se rascó la cabeza -. ¡Peces saltarines! Esperemos que no hayan estado en la bodega.

Afortunadamente no estaban allí sino en la proa con William Turner. Durante el sacudón, se habían asido a la red. Cuando le preguntaron a Jack qué había sucedido, el pirata se encogió de hombros.

-Cosa de críos.

Legolas, Aragorn y Will miraron a Earnil, que les sonrió con su carita de inocencia.


Resignado, el elfo sacudió la cabeza. Con las pláticas con su gemelo, había aprendido que de nada valía regañar a Jack Sparrow.

…………

-Fascinante – opinó Sherlock, observando el paisaje bucólico de Lothlórien.

Como una vez había comentado: que no se interesara por la vida silvestre, no significaba que no supiera admirarla. Caminando a su lado, John sonrió. Conocía muy bien a su esposo para saber cuando algo realmente captaba su interés.

Junto con los piratas y los reyes de Gondor, se acercaron a Galadriel, que los esperaba acompañada de Celeborn, su esposo. También estaba Elrond, su yerno y padre de Arwen, que apenas descubrió a Jack, rodó los ojos, harto de que el capitán le reclamara la fórmula del “maldito, perdón, bendito miruvor”.

-“Mae Govannen John Watson Holmes” – saludó la elfa.

-“Hannon le” – agradeció John, apoyando la mano sobre su pecho -. …ste es mi esposo, Sherlock Holmes.

Sherlock miró a su marido, que le recordó con un gesto cómo debía saludar. Posó la mano sobre el pecho e inclinó la cabeza.

Los tres elfos asintieron graciosamente e intercambiaron saludos con las otras dos parejas. Terminados los formalismos, Aragorn abrazó a Elrond, que lo había criado como a un hijo.

Earnil y John William se acercaron.

-¡Aiya! – exclamaron e hicieron, cada uno, una floritura, imitando a Jack.

El pirata estalló en carcajadas, en tanto John, Legolas y su matelot suspiraban resignados.

-Aiya Earnil – replicó Galadriel -. Y tú debes ser John William.

Will asintió, sonriente.

-¿Qué opinas de tu Ada, John William? – preguntó la dama, leyendo la mente del niño.

Will abrazó a John y le enterró la cabecita en su cintura.

-Se te nota feliz – observó Galadriel.

-Ti, señoda. ¡Toy muy feliz!

Emocionado, John le acarició los rulitos.

Celeborn y Elrond saludaron a los niños y luego el señor de Imladris abrazó a su nieto. Earnil se colgó de su brazo, tal como lo hacía con Jack, riendo.

-Se han preparado tres “talans” para cada pareja – anunció Galadriel.

-Los “talans” son las casas de los elfos de aquí – murmuró John al oído de su esposo -. Están en las copas de los árboles y se accede por las escaleras luminosas que ves por allá.

-Ya lo sé, John – respondió Sherlock, molesto -. ¿No recuerdas que yo observo todo?

El elfo se reservó el comentario con una sonrisa.

Galadriel lo observó con su mirada lectora de mentes y descubrió una vida incipiente palpitando en su vientre. También captó otra en el interior de Will Turner. Con su sabiduría milenaria, comprendió que el pirata ya lo sabía pero John aún no.

-Felicitaciones, Auril – congratuló -. Al fin dejaste fluir tu parte élfica y tu cuerpo pudo engendrar – lo miró intensamente y leyó su deseo de reunirse con sus padres -. Thranduil y Lilómea llegaron ayer y están ansiosos por saludar a sus hijos.

Legolas inclinó la cabeza.

-“Hannon le”.

En cambio, William apretó la mano de Jack.

-¿Quieres que te acompañe, cachorrito? – preguntó el pirata.

Will sacudió la cabeza.

-Legolas me acompañará.

Jack le besó la mano y se la soltó. Celeborn guió a los hermanos hacia el “talan” donde descansaban los reyes de Eryn Lasgalen.

Galadriel observó a Jack y descubrió que seguía jovial como siempre, aunque un diminuto grano de responsabilidad empezaba a germinar en su corazón. Se trataba de la paternidad. Después sus ojos penetraron la mente de Sherlock. Era un hombre reservado y arrogante, con una inteligencia superior que le hacía ver al resto del mundo como una sarta de mediocres. Sin embargo, tenía el alma llena de amor hacia John y hacia su hijo. La dama comprobó que al asumir solo el rol de padre, su corazón se había abierto y donde en otro tiempo hubo egoísmo, hoy se leía generosidad.

Sí, definitivamente Sherlock Holmes había cambiado y estaba listo para llevar a John de regreso a su casa.

Entretanto el detective no había estado ajeno a la mirada inquisidora de la elfa y alzó el mentón con desdén hacia ella en una postura que reclamaba que le dijera qué estaba hurgando en su mente.

-Eres un buen hombre, Sherlock Holmes – declaró Galadriel con una sonrisa.

Un tanto sorprendido, Sherlock se sacudió. Lo llamaban genio, “freak”, soberbio, sociópata y los pocos neuronales como Anderson, lo tildaban erróneamente de sicópata. Pero la bondad no era una virtud que le reconocieran a diario. Excepto su John.

John asintió a Galadriel, agradecido, y apretó la mano de su esposo. El detective se volvió hacia él.

-¿Dónde está la elfa amiga tuya, que se va a casar, John?

-Yo los acompañaré al talan de mi hija Undómiel – se ofreció Elrond.

-Aguarde – lo detuvo Sherlock por sorpresa y se volvió hacia Galadriel -. Señora, fue usted muy considerada al leernos la mente pero yo también tengo mis habilidades – horrorizado, John intentó detenerlo, pero el detective continuó sin hacerle caso -. Veamos qué me dice su aspecto – la observó de pies a cabeza -. Una mujer de alcurnia por sus movimientos y por ese aire petulante de creerse por encima de los demás. No ponga esa miradita de humildad, porque si lo fuera, no se hubiera atrevido a leer lo que pensábamos. Ya imagino la conclusión que sacó sobre mí, es un sujeto engreído pero bueno, y se nota que ha cambiado. Sí, su expresión me dijo lo que leyó en mí, Galadriel. Vamos a su atuendo, la tela de su vestido es de un material más fino que la túnica del Príncipe Legolas, lo que me informa que usted está en mejor posición que el rey de Gondor. Su cabello es de un dorado con hilos de plata, del mismo tono y tipo que su marido. Podría decirse que es un rasgo de su raza pero el resto de su gente no lo lleva tan claro – cerró los ojos como ranuras -. ¿No me digan que ustedes dos son parientes? ¿Primos en tercer grado, quizás? No se preocupen, el matrimonio consanguíneo es algo natural entre los nobles de mi mundo aunque después engendren horrores de hijos.

-¡Sherlock! – lo intimó John, escandalizado.

-Tengo todo el derecho a comentar lo que veo y compartirlo con ustedes – se defendió el detective -. Después de todo, esta dama hizo lo mismo con nosotros sin pedirnos permiso.

Mientras que Celeborn y Elrond se sacudían nerviosos, Galadriel sonrió, divertida.

-¿Qué más puedes decir de mí, Sherlock Holmes?

Sherlock la observó un largo rato.

-Tiene un defecto de nacimiento – le miró las manos -. Las mangas son largas para esconder el muñón de un sexto dedo junto al meñique – por primera vez en su vida, Galadriel se sintió incómoda - . En mi mundo hubo una reina, Ana Bolena, que tenía el mismo defecto y eso le valió para que se la acusase de hechicera. Aunque en su caso, señora, más que una acusación, eso sería una afirmación.

-¡Sherlock! – interrumpió John -. ¿La estás llamando bruja?

-Jack la llama bruja platinada.

-¡Basta! – cortó Elrond, alzando la mano -. Creo que hemos escuchado más que suficiente – miró a su suegra, que asintió con la sonrisa completamente borrada -. Los acompañaré al “talan” de mi hija como se los prometí, y espero que Sherlock Holmes no despliegue sus habilidades con ella.

-Yo me encargaré de que se mantenga callado, Lord Elrond – prometió John, lanzando a su marido una mirada reprobatoria.

Sherlock lo miró con naturalidad.

El médico tendió la mano al pequeño Will y Aragorn, que había contenido la risa durante el análisis del detective, hizo otro tanto con Earnil para acompañarlos. Jack, después de divertirse a lo grande con la escena, corrió al "talan" de sus suegros para acompañar a su cachorro.

…………….

El piso del “talan” donde se hospedaban los reyes del Bosque Verde tenía una alfombra dorada y plateada. De las paredes colgaban tapices que recreaban momentos de la vida de la elfa Lúthien y que, según una leyenda, habían sido tejidos por la mismísima Vairë. Los muebles estaban esculpidos con motivos silvestres y había estatuas de elfos solemnes en los rincones.

La pareja estaba sentada, degustando frutas que les habían traído, en el momento en que el guardia entró anunciando a los príncipes.

-Viene Auril – suspiró Lilómea, incrédulo, y se volvió hacia su esposo -. Nuestro hijo quiere saludarnos.

Thranduil se levantó, expectante.

El guardia regresó con los gemelos, hizo una reverencia y se retiró.

Con una mano en el pecho, William saludó a sus progenitores.

-Adar, Ada. . .

Sin ceremonias, Lilómea lo abrazó llorando.

Emocionado, Thranduil se les acercó y estrechó a Legolas.

-Lo trajiste, Legolas – murmuró el rey -. Finalmente lo convenciste.

-No, Adar – aclaró el príncipe -. Fue Auril quien quiso venir a visitarlos y darles la noticia.

Lilómea se separó apenas para mirar a su hijo directo a los ojos.

-¿Qué noticia, Auril?

William hizo silencio antes de contestarle.

-Primero quería contarles que al fin lo sentí. Al fin siento el amor que ustedes me tienen y acepté mi herencia élfica. Les pido perdón, Adar y Ada, por lo distante que he sido.

-No digas eso, Auril – murmuró Lilómea, volviendo a abrazarlo.

-No, Ada. Lo fui – confesó William -. Ustedes intentaron acercarse de mil maneras. Aceptaron a Jack sin poner reparos, aunque sé que no es el tipo de consorte que esperaban para mí.

-No es cierto – negó Lilómea, sacudiendo la cabeza oscura -. Jack te ama y eso es suficiente para nosotros.

-“Hannon le” – sonrió William y sus padres y hermano se complacieron de oírlo hablar en Sindarin -. Sin embargo, yo rechacé todas sus muestras de cariño, me he negado a visitarlos en Eryn Lasgalen y me he mantenido distante. Les pido perdón – y abrazó a su Ada con fuerza -. “Goheno nin” (perdónenme)

Thranduil apoyó la mano sobre el hombro del joven pirata. Los ojos azules le parpadeaban de la emoción.

-Este es el momento que hemos soñado todas estas centurias, “ion nin”. Al fin puedo llamarte “hijo mío” en mi lengua y saber que te sientes como tal.

William soltó a su Ada para abrazar a su Adar cariñosamente. Lilómea aprovechó para estrechar a Legolas.

-Auril – rió su gemelo, cuando se los cuatro se separaron -. ¿Qué ocurrió con la noticia?

Los reyes clavaron sus miradas en su hijo pirata.

-Estoy esperando un hijo – confesó el joven, acariciándose el vientre -. Pude concebir al aceptar mi herencia élfica.

Sus padres lo fundieron en un abrazo que lo dejó sin aliento. En un instante, Lilómea alargó el brazo y unió a Legolas.

En medio del calor de sus progenitores y de su gemelo, William se sintió reconfortado, cómodo y con la sensación de que éste era el lugar donde debía estar, con su familia.

-¿Dónde quedó Jack? – preguntó Lilómea.

-Nos acompañó hasta aquí pero quedó abajo – explicó Legolas -. Dijo que no quería interrumpir una reunión tan ecuménica.

Lílomea se liberó del abrazo y salió afuera. Thranduil se volvió interrogante sus hijos, que le respondieron con miradas de desconcierto.

Poco después el elfo subió, trayendo del brazo a su piratesco yerno. Jack estaba sonriendo.

-Ahora que Auril nos aceptó, es hora de que te integres también tú – explicó Lilómea.

-Gracias – murmuró el capitán. Con un padre distante y habiéndose educado en barcos, la familia era un sueño que recién había alcanzado al conocer a Will -. Quiero decir han el, o cómo se diga gracias.

-“Hannon le” – le susurró Legolas por lo bajo, aunque claro que al ser elfos, sus padres lo oyeron y escondieron una sonrisa.

-Eso mismo, “hannon le” – agradeció Jack con una floritura.

Lilómea lo abrazó.

-“Hannon le” por cuidar de Auril – suspiró, mientras que Thranduil le asentía.

-De nada – contestó Jack y miró a Legolas -. ¿Cómo se dice “de nada”?

-“Glassen” – replicó William y abrazó a su matelot.

-“Glassen” – repitió Jack a sus suegros educadamente y veloz, sumergió la boca de su cachorro en un ardiente beso.

Legolas miró a sus padres con pudor pero los reyes simplemente sonreían.

……….

Para la boda entre Arwen y Haldir se había construido un altar tallado con motivos silvestres en el medio de dos mallorns sagrados. Las ramas se deslizaban como cascadas sobre la pequeña cúpula y las hojas caídas formaban en su suelo una alfombra ocre y dorada.

Arwen escogió a Earnil y a John William para llevar los anillos y les confeccionó túnicas celestes y coronas de hierbas y frutos para sus cabecitas. Esa mañana John vestía y peinaba a su hijo para el evento. Los rulitos habían formado una maraña igual a la de su padre y al elfo le costó trabajo desenredarle el pelo.

Finalmente Will quedó convertido en un querubín. Ataviado en la larga túnica celeste y con la corona sobre la cabeza ondulada parecía el angelito de un cuadro renacentista.

John no resistió verlo tan tierno y lo cargó y le besó ambas mejillas regordetas.

-¡Ada, tu luz! – exclamó el niño entre risitas, sacudiéndose en sus brazos.

-¡Qué observador que eres, Will! – sonrió John maravillado -. Heredaste las habilidades de tu papá. No me fijé pero debo estar brillando como dices. Hoy volveré a casarme con tu papá después de la boda de Arwen y eso me tiene muy feliz.

-No – sacudió la cabecita el niño y frunció el ceño con su hoyuelo particular, mientras lo estudiaba con más atención -. Tu cara tene luz, Ada – le acarició las mejillas -. Tus ojos tambén. . . todo luz.

-Eso se llama brillar, hijo – rió su padre -. Como te expliqué, hoy celebramos el rito con tu papá y eso me hace muy feliz. Por eso estoy brillando.

-Tu panza tambén billa – continuó -. Como si tuveras algo dento, Ada.

John quedó de una pieza.

-¿Por qué dices eso?

-No sé – contestó Will inocentemente.

-¿Algo dentro de mí? – repitió el elfo y pensó en las innumerables veces que había hecho el amor con Sherlock desde que se reencontraran. En la mayoría de las ocasiones se habían cuidado, pero había habido momentos en que la pasión les había ganado sin protección.

-¡Ahí está papá! – exclamó Will alegremente.

John lo bajó y el niño corrió a los brazos de su padre. El detective lo cargó y observó su atuendo con ojo crítico.

-¡John! Está descalzo.

-Sí, lo está, Sherlock – suspiró el elfo -. Si hubieras prestado atención a Arwen en lugar de tratar de deducir su edad y la de Lord Elrond, habrías escuchado cuando nos pidió que los niños participaran descalzos.

-Fácil para ella – bufó Sherlock, ofendido -. Los elfos no se resfrían, no sienten los cambios climáticos y son inmunes a las bacterias y a los virus. Pero John William es un niño humano.

-No le ocurrirá nada, Sherlock – sonrió y observó a Will -. Además está precioso. No me digas que no te provoca comerlo a besos.

-Es cierto, lo está – admitió el detective orgulloso -. Estás muy guapo, John William.

-¡Gatias! – exclamó Will y se prendió a su cuello.

-Lo llevaré con Earnil.

-De acuerdo – aceptó John.

Sherlock despidió a su esposo con un beso veloz y se llevó al niño.

Detrás de un árbol, Legolas estaba con su hijo. Ya lo había preparado y Earnil se veía tan adorable como Will, esperando ansioso a su amiguito para jugar.

-¿Cómo se encuentra John? – preguntó el príncipe a Sherlock.

-¡Mi Ada tene luz! – informó Will.

-Es porque está feliz por la boda con tu papá – le explicó Legolas.

-¡Ti! – asintió -. Tene luz en la cara, en las odejas y en la panza.

-¡Oh! Vaya – suspiró el elfo sin disimular la sorpresa.

-¿Qué significa eso? – interrogó el detective a quien no se le escapaba reacción alguna.

-Los elfos brillan cuando están embarazados – informó Aragorn, llegando, con inocente franqueza.

Legolas quiso lanzarle una mirada de discreción pero ya fue tarde.

-¿De qué estás hablando? – reclamó el detective, sorprendido.

Aragorn se dio cuenta tarde de su error.

-Lo que dije, Sherlock – miró a su esposo -. Si Jack lo consiguió, también tú lo lograste – le pasó la mano para felicitarlo.

Pero Sherlock no se recuperaba del shock.

-¿Estás diciendo que John volvió a quedar embarazado?

-Lo suponemos – contestó Legolas -. El brillo en el vientre es una señal muy precisa y se trata de uno de los síntomas más comunes para determinar el embarazo en un elfo. La luz es proyectada por la presencia del niño adentro.

El detective miró a su hijo.

-¿Estás seguro de que le brillaba la panza?

-¡Ti! Y Ada dijo que yo eda muy o-se-va-dod – repitió Will, henchido de orgullo, con esa habilidad que había heredado de su padre para memorizar palabras nuevas.

Aragorn lo abrazó afectuosamente.

-¡Felicitaciones, Sherlock!

Tan aturdido estaba que Sherlock se dejó abrazar.

Legolas le apretó la mano con una sonrisa.

-Felicitaciones, Sherlock. Parece que esto de los bebés se está convirtiendo en una epidemia – y rió bajito, imaginando si él no sería el próximo -. ¿Qué opinas, Aragorn?

-No en una epidemia, sino en una peste, querrás decir – interrumpió Sherlock bruscamente.

Aragorn y Legolas lo miraron asombrados y descubrieron que el detective estaba sonriendo.

………..

-¡John! – exclamó Sherlock al encontrarlo minutos antes de la ceremonia -. Tenemos que hablar.

La nata de los elfos, adustos y elegantes, se estaba congregando allí cerca y John le pidió con un gesto que bajara la voz.

Sherlock miró a los presentes y metió las manos dentro de los bolsillos de su túnica.

-Tenemos que hablar.

-Vaya que sí – sonrió John -. Tengo una noticia que darte.

-Sí, sí, lo sé – respondió el detective apurado y tomándolo de la mano, lo sacó de allí.

Fueron hasta un claro alejado, donde aparte de los árboles, hierbas y pájaros, no había nadie. Sherlock le soltó la mano y le observó el vientre. Una luz tenue se percibía debajo de la tela de la túnica. Indudablemente John William había salido tan observador como él para descubrirla.

-¿Cuánto hace que lo sabes? – preguntó el detective, sin rodeos.

John sonrió.

-Will me lo hizo notar cuando entraste a buscarlo.

Sherlock sonrió.

-Legolas dice que es el brillo del vientre es una señal muy precisa – lo abrazó -. Entonces, lo estás.

John lo apretó con fuerza como respuesta. Se miraron a los ojos y se besaron.

-Otro hijo más – murmuró Sherlock -. A éste vamos a comprarle un estetoscopio.

Su esposo rió y luego se puso serio.

-¿Qué haremos con el ritual? ¿Cómo volveremos a casa?

-¿Qué quieres decir? – preguntó Sherlock, confundido.

-Se supone que por medio del ritual me convertiré otra vez en hombre – suspiró, preocupado -. Pero no quiero someterme a esa transformación con un hijo adentro. Podría ser peligroso para el bebé.

-Es verdad – observó el detective, frunciendo la nariz -. Deberíamos consultarlo con Elrond o con Galadriel.

-Sí, seguramente nos aconsejarán esperar a que concluya el embarazo.

-De ninguna manera, John – determinó Sherlock, tajante -. Tenemos que regresar a casa ahora, no dentro de nueve meses.

-Si nuestro hijo corre peligro, suspenderemos el ritual – decidió el elfo, tranquilo pero decidido.

Sherlock le sonrió feliz.

-Por supuesto que lo suspenderemos – lo besó de cuenta nueva -. ¿Cuánto hace que estamos juntos y ya encargamos otra criatura?

-A este ritmo tendremos que pedirle el departamento “c” a la señora Hudson – bromeó el elfo.

-O la mansión a mi abuela.

Y rieron con ganas.

………

La ceremonia de Arwen y Haldir fue sencilla y emotiva. Intercambiaron votos que ambos habían redactado, cada uno por su lado. Sin que nadie lo supiera, John ayudó a la elfa con los suyos y Arwen tuvo un motivo más para agradecerle.

La nota de ternura la dieron los niños cuando entraron vestidos como querubines y llevando cada uno un extremo del cojín. Emocionado, John le apretó la mano a Sherlock, mientras que Legolas intercambiaba miradas de orgullo con Aragorn.

Jack y Will Turner se sentaron con los reyes de del Bosque Verde. El capitán Sparrow se comportó como un caballero con Thranduil, no hizo ningún comentario y se quedó quietecito y tieso como el acrostolio de un barco.

Cuando los novios se retiraron bajo una lluvia de aplausos, John susurró a su esposo.

-Es hora de que les preguntemos qué hacer.

Antes de que Sherlock le respondiera, una luz fortísima descendió al altar y se esparció entre los presentes. Todos se cubrieron los ojos, enceguecidos por el resplandor, y cuando después de varios segundos se disipó, vieron a Mandos en persona. Su cuerpo entero refulgía con una radiación blanca. Estaba vestido con una larga túnica plateada, llevaba los pies descalzos y sobre su cabellera de ébano se posaba una diadema de mithril.

Obnubilados, elfos y hombres se hincaron de rodillas. John y William tuvieron que jalar a sus irreverentes consortes para que se inclinaran. Jack obedeció con una sonrisita taimada, en tanto Sherlock comenzó con un “¿Qué estás haciendo, John?” para, acto seguido, callarse y obedecer de mala gana.

Mandos posó su mirada penetrante en John y Sherlock y les sonrió. Galadriel quedó de una pieza, jamás de los jamases había contemplado la sonrisa del Vala en su milenaria existencia.

-John Harold Watson Holmes – llamó la deidad -. Acércate con Sherlock Holmes Watson para dar inicio al ritual – observó las estrellas y la luna llena -. Es la hora indicada. El resto, de pie.

Los presentes se incorporaron y se sacudieron las rodillas para quitarse los restos de hojas y tierra.

-Antes tenemos que hacerles un anuncio – interrumpió el detective sin rodeos.

-Lo sé – asintió el Vala solemne -. Tu esposo está esperando otro hijo y temen que el cambio anatómico lo dañe.

A excepción de Legolas y Aragorn, el resto de los presentes intercambiaron miradas de sorpresivo desconcierto.

-¿El estirado de Sherlock también lo consiguió? – murmuró Jack a su matelot -. ¿Acaso no quiso maravillarnos a todos comprando protección en cada pueblo de Gondor?

-Parece que hay epidemia de bebés – bromeó William, repitiendo la observación de su gemelo.

Thranduil sonrió a Lilómea con orgullo. Después de tres siglos, su simiente seguía multiplicándose en la Tierra.

Sherlock apretó la mano de su esposo.

-Si hay peligro para la criatura, suspenderemos la ceremonia – remarcó al Vala -. Ya lo platicamos con John y de ser necesario, permaneceremos aquí los nueve meses.

-No será necesario – respondió Mandos -. El rito no lo dañará ni alterará su fisonomía. La criatura que esperan es humana con la misma proporción de sangre élfica de John William. Aunque el cuerpo del gestante mute, no lo lastimará. Acérquense.

Tomados de la mano, John y Sherlock se aproximaron al altar. El Vala extendió las manos hacia ellos y un haz de luz cambió sus túnicas por unas blancas tan resplandecientes como la de Mandos. Sus botas se esfumaron y quedaron descalzos con un brazalete dorado, cada uno, en el tobillo izquierdo.

Entretanto, Legolas se apresuró a preparar al pequeño Will. Sobre el cojín que portara las alianzas anteriores, el elfo ubicó el anillo de bodas de John, que Sherlock había recogido de la carta antes de abordar el Pearl y ahora quería colocárselo a su esposo.

-¿Estás listo? – le preguntó Legolas al niño.

Will asintió seriamente. Se tomaba muy a pecho la ceremonia de sus papás.

El elfo le quitó la corona de hierbas, le peinó los rulos con la mano y se la volvió a acomodar.

-Adelante, John William – murmuró.

Solemne y encantador, Will hizo su entrada por el centro, llevando el cojín con las dos manos. Al detenerse frente a sus padres, John le sonrió mientras que Sherlock le revolvía el cabello, desarmando el arreglo de Legolas.

-Tus votos, Sherlock Holmes Watson – invitó Mandos.

El detective alzó el anillo del almohadón y tomó la mano de John entre las suyas.

-Una vez, siete años atrás, te prometí que permanecería a tu lado hasta que la muerte nos separara – hizo una pausa y parpadeó, emocionado -. Pero no fue así, John. Ni la muerte consiguió alejarme de ti y hoy, como aquella vez, te entrego mi amor y mi fidelidad eternas con este anillo y te prometo que estaré contigo aun cuando los océanos se hayan secado y el fuego se haya extinguido – declaró con su tono melodramático -. Estaré eternamente contigo, John. Tú y yo. Por siempre.

John sonrió, conmovido.

Sherlock le colocó la sortija en el dedo anular izquierdo y le besó la mano.

-Es tu turno, John – le anunció Mandos afectuosamente.

El elfo apoyó la mano de Sherlock sobre su pecho. El detective dejó que el ritmo de los latidos de su esposo lo acunaran.

-Eres una persona complicada, Sherlock – comenzó John con una sonrisa de picardía. Su cónyuge enarcó una ceja y el elfo inmediatamente recuperó la compostura -. Adorablemente complicada. Sin embargo, enamorarme de ti fue sencillo. Te amé de la noche a la mañana. Te amé y te amo. La muerte no consiguió separarnos ni disminuir lo que siento por ti. Te esperé durante tres años. No fueron fáciles pero la esperanza de volverte a ver me dio fuerzas. Y hoy que estás aquí, repitiendo los votos conmigo, tengo la certeza de que seguiremos juntos, aun después de que los océanos se hayan secado y el fuego se haya extinguido. Estaré eternamente contigo, Sherlock. Tú y yo. Por siempre.

Sin importarle si era el momento adecuado o no, el detective lo abrazó con su espontaneidad y le plantó un beso frente a todos. En primera fila, Elrond carraspeó para llamarlos al orden.

El Vala observó a la pareja con su mirada penetrante.

-No necesito hurgar en sus corazones para conocer el amor que se tienen. John – lo llamó familiarmente por segunda vez – toma la mano de tu esposo y repite conmigo. “Yo, John Watson Holmes, de la Casa Reinante de Eryn Lasgalen. . .”

John apretó la mano de Sherlock, que continuaba apoyada sobre su corazón, y lo miró directo a los ojos.

-Yo, John Watson Holmes, de la Casa Reinante de Eryn Lasgalen. . .

-En esta noche con Ithil alumbrándonos en su plenitud, renuncio a mi cuerpo élfico – continuó Mandos.

-En esta noche con Ithil alumbrándonos en su plenitud, renuncio a mi cuerpo élfico. . .

-Y reclamo uno humano para poder compartir el resto de mi vida con Sherlock Holmes Watson, la persona que escogió libremente mi corazón y que hoy está de pie a mi lado.

-Y reclamo uno humano para poder compartir el resto de mi vida con Sherlock Holmes Watson, la persona que escogió libremente mi corazón y que hoy está de pie a mi lado – terminó John.

Por el espacio de varios minutos, sólo se oyó el balanceo de las ramas de los mallorns. De pronto, el mismo haz intenso de luz envolvió al elfo, que presionó la mano de su esposo con más fuerza. Sherlock lo abrazó para darle su protección y aunque no era el gesto sugerido, Mandos no quiso intervenir y con delicadeza, apartó a John William de sus padres.

La luz duró un rato y se extinguió tan súbita como había aparecido. Enceguecido, Sherlock se frotó los ojos y se encontró de frente, no con el John Watson elfo, sino con el John Watson humano que había conocido en el laboratorio de St. Barts. El John Watson del que se había enamorado, el John Watson con el que se había casado, el John Watson que le había dado un hijo, el John Watson que había perdido. . . el John Watson que había recuperado.

-John – susurró, extasiado y frente a todos, lo abrazó, lo besó y lloró.

Al fin su John volvía a ser su John y estaban listos para regresar a casa.

Cuando se separaron apenas, el médico aprovechó para observarse las manos y notó que su piel ya no brillaba más como si debajo de ella hubiera foquitos encendidos. Se tocó las orejas y se las descubrió redondeadas.

-Adoro tus orejas – le susurró Sherlock al oído -. Sean puntiagudas o redondas, son tuyas, John, y me fascinan.

John rió.

Mandos aplaudió para llamarlos al orden. La pareja se volvió hacia él.

-Tengo un último regalo para ustedes – comunicó el Vala -. Un regalo que compartirán con Jonathan Teague y Auril Thranduilion. Capitanes Jack Sparrow Turner y William Turner Sparrow, acérquense – los invitó.

Los piratas se aproximaron a John y Sherlock, tan desconcertados como el resto de los presentes. William le sonrió al médico felicitándolo mientras le acariciaba la cabecita a John William, que había regresado con sus padres. Jack, en cambio, le dio una fuerte palmada a Sherlock en la espalda a modo de congratulación y el detective estuvo a punto de devolvérsela con una bofetada.

Mandos tomó la palabra.

-He aquí el obsequio que los Valar les hacemos a estas dos parejas, viajeros de un mundo y del otro. Sherlock Holmes Watson y John Harold Watson Holmes, a ustedes y a sus descendientes, John William Watson Holmes y la criatura que se está gestando, les otorgamos la gracia de una juventud perenne. Los años pasarán para su familia otorgándoles sabiduría y experiencia pero ningún signo de vejez. Jack Sparrow Turner y William Turner Sparrow, han estado buscando la preciada Fuente de la Eterna Juventud. Ya no necesitan hacerlo porque el mismo don les será otorgado a ustedes y a los hijos que engendren. A las dos familias, además, les será permitido el ingreso a Arda todas las veces que sean llamados. Pónganse de rodillas – todos los presentes se inclinaron -. Estas gracias les son entregadas a partir de este instante.

Las dos parejas cerraron los ojos por precaución pero no sintieron ninguna luz incandescente ni calor abrasador. Sólo una sensación reconfortante.

-Pueden ponerse de pie – finalizó Mandos.

Los cuatro se levantaron tomados de la mano. El resto estalló en aplausos.

Sherlock abrazó a John y le apoyó la mano sobre el vientre. John tomó el mentón de su esposo entre las manos y lo besó. El pequeño Will palmoteó, feliz.

Jack no quiso ser menos y alzó a su matelot con un abrazo.

Aragorn y Legolas se besaron amorosamente, mientras que Lilómea acariciaba el brazo de Thranduil y el rey le besaba la dorada cabeza con cariño.

Antes de que notaran su ausencia, Mandos desapareció, dejando el ambiente plagado de fragancia de flores y hierbas.


…………………

Terminados los festejos, llegó el momento de la despedida. Legolas y John se prepararon para consolar a sus respectivos retoños. Sin embargo, los niños comprendieron que volverían a verse y no se pusieron tristes.

Thranduil y Lilómea despidieron a Auril y el joven les prometió que regresaría pronto con su hijo. Después se abrazó con Legolas. Aunque los gemelos estuvieran alejados físicamente, su conexión mental les permitía continuar unidos.

John saludó respetuosamente a los reyes del Bosque Verde y con efusión a los de Gondor. Cuando Sherlock intentó hacerlo con su parsimonia y les pasó la mano, Aragorn y Legolas enviaron a Mordor las ceremonias y lo abrazaron con fuerza.

John además se despidió de Arwen y les deseó mucha felicidad a los recién casados. Como regalo, la elfa ordenó a sus doncellas que confeccionaran ropa del siglo XXI para la familia Holmes-Watson siguiendo unos modelos que el médico le había entregado. Sherlock sonrió con malicia al imaginar cómo se pavonearía ante Mycroft con su nuevo traje fabricado por elfos.

Galadriel y Elrond despidieron a las parejas con afecto y les prometieron que las puertas de sus tierras les estarían siempre abiertas.

El “Black Pearl” partió desde la costa del Reino de Lothlórien. A la mañana siguiente pasó el umbral que separaba los dos mundos y se adentró en el siglo XXI. William se puso al frente del timón. Se había anudado en la ondulada cabeza un pañuelo azul a modo de paliacate y por el calor del trópico, se había desabrochado los primeros botones de la camisa, dejando la mitad de su pecho desnudo. Estaba concentradísimo estudiando el rumbo y no sintió a Jack acercársele hasta que el pirata le abrazó la cintura.

Sin soltar el timón, Will se acomodó melosamente en sus brazos. Jack apoyó el mentón sobre su hombro y observaron juntos el horizonte.

-Cumplimos nuestro sueño de tener un hijo – suspiró Jack -. Y de paso Mandos nos regaló la Eterna Juventud. Traer a Sherlock Holmes a Arda no fue mala idea, cachorrito.

-¿Qué haremos con estos dos regalos, Jack? – preguntó el joven con una mirada soñadora.

Jack se echó hacia atrás y carraspeó, dándose aires de sabio.

-Fácil, cachorro – alzó el dedo -. Todo se reducirá a nuestro deshonesto oficio: requisar barcos. Primer punto: hijos. Aumentarán la tripulación y al ser entrenados desde niños, resultarán espadachines de temer. Segundo punto: larga vida y cero envejecimiento. Podremos asaltar barcos eternamente.

-Jack, hablo en serio – protestó William.

El capitán lo silenció con un beso. Todavía no podía comprender el alcance de ambos obsequios pero teniendo a Will en brazos valoraba más a Sherlock. …l jamás hubiera sobrevivido tres años creyendo haber perdido a su cachorro.

Sherlock y John estaban arrojados plácidamente en silletas cómodas sobre la cubierta. Will dormía sobre el pecho de su Adar, mientras que John le acariciaba los rulitos. Elrond les había preparado una loción especial al detective y a su hijo para protegerlos del sol durante el viaje ya que tenían la piel muy delicada. Sherlock acababa de untársela en todo el cuerpo y estaba extendido de lleno para asolearse.

-Al fin estamos de regreso – observó el médico.

-Uhu. . .


-La eterna juventud, Sherlock – suspiró John, jugando distraídamente con un rizo de su hijo -. Tú, Will, el bebé y yo. ¿Qué haremos con semejante regalo?

-Pienso en todos los casos que podremos resolver a lo largo de las centurias, John. Viviremos en carne propia el avance de la ciencia forense, del desarrollo de la tecnología, de la criminalística. Todo esto unido a nuestra experiencia nos volverá invencibles. Las ventajas serán asombrosas.

-Yo estaba pensando en la cantidad de tiempo que podremos disfrutar como familia. Conoceríamos a los hijos de los hijos de nuestros hijos – rió -. Imagínate cuando te llamen chozno Sherlock.

-También.

Will despertó y se refregó los ojitos.

-Ada – lo saludó, somnoliento.

John le sonrió.

-¿Qué opinas de mí ahora que no soy más un elfo, Will? No tengo más las orejas de Earnil, ni mi piel brilla como la de tu amiguito.

-Ahoda eres mi papá de las fotos – contestó el niño, abrazándolo.

-Will tiene razón – opinó Sherlock, untándose más crema -. Toda su vida te vio en fotos como a un ser humano. Así te conoció. Ahora que volviste a ser hombre, eres su papá de las fotos.

-Pero quero decirte Ada – exclamó William.

Emocionado, John rió.

-Puedes llamarme como quieras, Will.

Sherlock se levantó y le pasó el frasco a su esposo para que untara a su hijo.

-¿A dónde vas? – lo interrogó el médico.

-A platicar con Jack y William – contestó el detective y lo miró con picardía -. Hay que ultimar detalles para nuestro regreso a casa.

-Estaba pensando en Mycroft – recordó John. Le puso una buena cantidad de crema en la frente y Will arrugó la nariz por lo fría que sabía -. Aunque ustedes se hayan acercado en Escocia, él no habrá cambiado su carácter y debe seguir tan metiche como siempre. Querrá averiguar todo sobre mí, redoblará su vigilancia sobre nosotros y quizás envíe científicos para estudiarme. Quédate quieto, William. Sólo un poco más en la nariz. . . Eso es – se volvió hacia su esposo -. Tampoco hay que olvidar lo furioso que habrá quedado después de que lo burlaste escapándote en el Pearl.

Sherlock dio un respingo con soberbia.

-John Harold Watson Holmes – lo llamó con el rótulo completo, sabiendo cuánto John detestaba su segundo nombre -. ¿Llevas siete años casado con el mejor detective del mundo y aún desconfías de mi inteligencia? Ya pensé en todo eso – le besó la boca y acarició la mejilla de John William -. No me tardo.

Sherlock se alejó con la misma sonrisa taimada de Jack Sparrow.

John se echó hacia atrás en la reposera y acomodó a su hijito en el regazo, mientras contemplaba el horizonte dorado del crepúsculo. Pensó en los seres queridos que no se imaginaban su regreso: la señora Hudson, Lestrade, Sarah Sawyer y su hermana, entre otros.

Volvería al 221 B de Baker Street.

John H. Watson Holmes regresaría a casa.

………….
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