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Better Days por midhiel

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El personaje de Sherlock Holmes pertenece a Sir Arthur Conan Doyle, mientras que los derechos de la serie de la BBC pertenecen a Steven Moffat y a Mark Gatiss. Sin embargo, el Sherlock de carne y hueso pertenece exclusivamente a John H. Watson.

Los personajes del Señor de los Anillos pertenecen al maestro J. K. R. Tolkien, aunque Aragorn es exclusivo de Legolas y viceversa.

Y Piratas del Caribe es de Disney. Pero el Capitán Jack Sparrow es de Will Turner y viceversa.

Hechas las aclaraciones, repito que no se recibe ningún crédito por esto.

La canción que le da nombre al título es de Eddie Vedder.

El fic va dedicado a una amiga que adora estos tres fandoms, y que me leyó y corrigió muchas veces, Prince Legolas. Hannon le, mellon nín.

Ahora sí, con ustedes, el capítulo.

Capítulo Veintiséis: Baker Street 221 B

Sentada en uno de los sillones de tapizado verde, Eva Marie Bell-Holmes se abanicaba el rostro. No hacía calor en Londres y el despacho de Mycroft estaba aclimatado, pero la señora se encontraba tan nerviosa que el sudor amenazaba con correrle el maquillaje.

-¿Aún no hay noticias de Sherlock? – le preguntó, ansiosa, a su hijo mayor cuando éste entró.

Mycroft sacudió la cabeza con su parsimonia de siempre.

-No te mortifiques, mami. El doctor dijo que no es bueno para tu salud. Sabemos que Sherlock no fue secuestrado sino que subió a esa goleta libremente. Ya te he enseñado la filmación cientos de veces.

-¿Pero quiénes eran esos hombres, Mycry? – exclamó su madre, cerrando el abanico -. ¡Parecían piratas sanguinarios! ¿Qué le habrán dicho? ¿Cómo lo convencieron?

Su hijo se sentó detrás del escritorio, acomodando los papeles distraídamente.

-La filmación carecía de audio, mami – explicó en un tono que denotaba que no era la primera vez que lo hacía -. Por lo tanto, resulta imposible determinar lo que se dijeron. El experto que intentó leerles los labios dijo que estaban demasiado alejados para observar sus bocas. Sin embargo, ya te he asegurado que tengo a mis mejores hombres trabajando en esto.

-Tus mejores hombres – bufó la señora Holmes con sorna -. Los mismos que perdieron a tu hermano y a tu sobrino cuando debían vigilarlos a sol y sombra.

Mycroft sonrió a su madre y se dedicó a leer algunos documentos de Estado.

-¿Vas a quedarte allí sentado mientras Sherlock y John William siguen desaparecidos? – lo regañó -. ¡Pasaron tres meses, Mycroft! ¿Cómo puedes ser tan holgazán? ¿A quién saliste? Porque tu padre era un hombre activo y en cuanto a mí, si no fuera por los dos embarazos que arruinaron mi figura, andaría corriendo como un sabueso detrás de las huellas de tu hermano.

Su hijo bajó el documento para observarla con una sonrisa.

-¿Ya le entregaste tu velo a Athenea, mami? Se lo prometiste la semana pasada y ella quedó ilusionada con llevar el mismo velo que llevaste tú en la boda con papi.

-¡No cambies de tema, Mycroft! – se enfureció Eva -. Eres un holgazán y un manipulador – suspiró dramáticamente -. ¡Pobre mi pequeño Sherlock! ¡Y mi adorable John William! ¿Dónde estarán? A tu hermano nunca le gustaron los barcos. ¿Recuerdas el crucero por el Mar Egeo que hicimos cuando Sherlock tenía cuatro años? ¡Mi vida! Recuerdo cómo se mareaba el pobrecito. Tu padre siempre me echó en cara que lo hayamos llevado siendo tan pequeño.

Mycroft agradeció que su teléfono sonara y lo distrajera del llanto de su madre. Abrió el mensaje.

“Aleja a tus hombres de la playa de Sussex y ven solo. SH”

Sin que se le alterara ningún músculo, Mycroft guardó el teléfono y se acercó a su madre con los brazos extendidos. Eva se arrojó en ellos y lloró desconsoladamente por el espacio de cinco minutos, llamando a Sherlock “su bebé”, “su terroncito de azúcar”, “su pudín de chocolate” y demás apodos dulzones. El teléfono de su hijo mayor volvió a sonar.

“Si vas a perder el tiempo consolando a mamá me marcho. SH”

-Mami – murmuró Mycroft con toda la dulzura de la que fue capaz -. Tengo a mis mejores hombres trabajando y yo mismo sigo el caso minuciosamente. Sherlock aparecerá, si no es esta noche lo será mañana. ¿Por qué no vas con Athenea? Así te distraes mientras yo salgo a traer a Sherlock.

Eva se secó las lágrimas con un pañuelo que le extendió su hijo.

-¿Lo traerás, Mycry? – preguntó, ilusionada -. ¿Traerás a Sherlock y a John William esta misma noche?

-¿Alguna vez te fallé, mami? – preguntó Mycroft con su mejor sonrisa lisonjera.

Eva sacudió la cabeza con determinación. Jamás. Su Mycry jamás le había fallado ni había faltado a una promesa. Le besó la mejilla, dándole su bendición materna, y dejó que la guiase hacia afuera, donde la esperaba una limusina que la llevaría al departamento en el cual Athenea, en compañía de Elizabeth, repasaban por enésima vez los modelos de las damas de compañía.

Mientras Mycrfot acompañaba a su madre hacia el coche, su teléfono sonó de cuenta nueva.

“Bravo por ti, Mycry. Siempre el hijo favorito de mami. SH”

-Envidioso – sentenció el mayor por lo bajo, mientras despedía a su progenitora con un beso.

……….

El helicóptero aterrizó en la playa. Mycroft descendió con su impermeable flameándole como una bandera gris, y después de ordenar al piloto que se alejara, enfiló hacia la orilla. Ya sus hombres, que llevaban tres meses vigilando el lugar con la tecnología más avanzada, se habían marchado.

Mycroft observó el horizonte del mar cerúleo, haciendo girar el paraguas en la arena. ¿Qué se traía su hermanito entre manos? Fuera lo que fuera, pagaría caro el atrevimiento de habérsele burlado en sus narices.

Ya se estaba impacientando, cuando detrás de las mismas rocas de donde Will había caído y Jack lo había sujetado, vio aparecer el espigado perfil de esfinge de Sherlock Holmes.

Mycroft escondió su rabia debajo de una sonrisa socarrona pero no por mucho tiempo porque segundos después, su quijada azotó la arena cuando apareció el difunto John Watson cargando a su hijo John William en brazos.

-¡Tío Mycof! – saludó Will alegremente.

Frío y arrogante, Sherlock se detuvo frente a su hermano.

-Te resumiré el asunto brevemente, Mycroft – comunicó con el tono veloz y neutro que empleaba al resolver los casos -. John Harold Watson Holmes, mi esposo, a quien tú y mamá despreciaron durante estos años, desciende directamente de un rey elfo del mundo de Arda, Thranduil de Eryn Lasgalen. Uno de sus hijos gemelos, el príncipe Auril, se casó con un afamado pirata del siglo XVIII, el capitán Jack Sparrow, y de su progenie proceden John y John William. El capitán Jack Sparrow fue el archienemigo (sé cuánto adoras el término, hermano) de aquel ancestro nuestro del que tanto te enorgulleces, James Norrington. En conclusión, John lleva sangre real y mágica, y nosotros la de unos nobles avinagrados. Por lo tanto, te pregunto quién está por encima de quién según la anticuada visión tuya y de mamá.

-¿Pero de qué estás hablando? – cuestionó Mycroft, tratando de procesar la información.

Sherlock extendió la mano hacia su esposo, que la apretó acomodando a Will en un solo brazo.

-No te hagas el idiota y atiéndeme, Mycroft – se impacientó el detective -. John fue enviado a otro mundo, a Arda, de donde provienen sus ancestros y allí vivió durante estos tres años. El capitán Jack Sparrow Turner y el príncipe Auril, convertido en el capitán William Turner Sparrow, vinieron a buscarme en esta misma playa hace dos meses para llevarme con John. Y aquí lo he traído de regreso. Ahora, mis exigencias, quiero que con el poder que te otorga tu posición dentro del Gobierno, elimines todo rastro, huella, documento y cualquier información de su fallecimiento, y que actives los datos para darlo por viviente. Aquí lo ves – se lo presentó – de carne y hueso.

-Esto es una locura – rió Mycroft cínicamente.

-¿Te parece una locura? – preguntó John, consiguiendo que su engreído cuñado se estremeciera. Era su voz, exactamente su voz. Mycroft tuvo que reconocer que extraordinariamente se trataba de John Watson -. Parece que hay cosas que escapan a la mente del increíble Mycroft Holmes, que al parecer no es tan abierta como creíamos. No quiero amenazarte, Mycroft, pero si no nos dejas opción. . .

-¿Amenazarme? – alzó el mayor de los Holmes las cejas con un mohín burlón -. Esto supera con creces todo lo que has hecho, Sherlock. Desapareciste durante tres meses, mami casi se infarta. ¿En algún momento pensaste en ella o sólo pensaste en ti y en tu jueguito de niño malcriado? Evitaste la protección que amorosamente les proporciono a ti y a tu hijo, burlándote de mi seguridad. Te mofaste del Servicio Secreto Británico. Y reapareces tres meses después con una persona que se suponía que estaba muerta. Yo mismo leí el certificado de defunción del doctor Watson. No Sherlock – le apuntó con el paraguas -. Esta bromita tuya no quedará así, de ninguna manera. Tendrás que responder a las autoridades, te guste o no. Tendrás que respondernos a mami y a mí. Y no creas que me temblará la mano si se te condena – lo miró de arriba abajo con desprecio -. Te vendría muy bien una temporada tras las rejas.

Sherlock miró a John y éste asintió.

-No nos dejas más opción que pasar al plan “B” – declaró el médico. Bajó a su hijo y caminó en dirección al mar. Una vez en la orilla silbó.

Impaciente, Mycroft miró a su hermano.

-Tú te las buscaste, Sherlock.

-¿En serio? – sonrió el detective con las manos en los bolsillos -. Mira hacia allá.

Mycroft volteó hacia el mar y vio aparecer un banco frío de niebla. Como si se tratase de un velo desgarrado, la bruma se partió en dos y abrió paso a un barco enorme, negro desde el casco hasta la punta del mástil. Los cañones, veintisiete en total, apuntaban directo hacia la orilla.

-El “Black Pearl” – suspiró el mayor de los Holmes, reconociéndolo al instante.

-El barco más veloz del siglo XVIII – añadió su hermano con autosuficiencia -. Cuando te enteraste de que me escapé con Will en él, enviaste a la aburrida de Anthea a casa de la abuela a buscar información en los documentos del almirante Norrington. No pongas esa cara de sorprendido porque tus pasos fueron tan obvios que hasta un niño los anticiparía. Nuestro ancestro desperdició años de su vida tratando de atraparlo. ¿Sabes por qué?

Mycroft hizo un gesto de impaciencia. Sherlock sonrió mordaz.

-Nuestra antepasada, Elizabeth Swann-Norrington, quedó despechada cuando William Turner eligió al capitán Jack Sparrow. Así que insistió al que luego fue su marido para que cazara el barco y le diera un buen escarmiento. Con esto comprendemos de dónde nos viene la vena caprichosa, ¿cierto, Mycroft?

-Eres un insolente – lo reprendió el mayor -. ¿Cómo te da la lengua para insultar a nuestros ancestros? Repite esta mentira delante de la abuela y veremos si vives para contarlo.

-Vaya, vaya – Sherlock alzó una ceja, burlón -. ¿Qué te pasa Mycroft? ¿Con mami te contagiamos la vena melodramática? La abuela Francesca es una persona abierta y no está anclada en el pasado, se nota que la conoces poco. Además, no olvides que ella no es una Holmes de nacimiento, por lo tanto no le molestarán mis comentarios.

-¿Sabes lo que pienso de ti y de tus historias de piratas? – soltó Mycroft con un respingo altanero -. Pienso que la abuela no te contó suficientes de niño y ahora de adulto las inventas – sonrió con malicia -. ¡Ay, Sherlock! ¿Qué te ha ocurrido? Subiste a un barco de un pirata, ese tal Jack Sparrow, que según el diario de nuestro antepasado era un ignorante, estafador y manipulador de la peor calaña. . .

El sonido de un disparo al aire lo calló. Intrigado, Mycroft volteó hacia la playa y encontró a dos piratas acercándose. Efectivamente se trataba de Jack Sparrow y William Turner, que estaban vestidos con sus atuendos del siglo XVIII, los dos esgrimían un par de pistolas en cada mano, y las espadas relucientes y las dagas colgaban de sus cintos.

Mycroft Holmes quedó paralizado del susto.

Jack llegó hasta él y apoyándole el caño todavía humeante en el pecho, aclaró.

-Es capitán Jack Sparrow, bergante. Que se te grabe en el cerebro dotadísimo que tienes, ¿savvy?

John rió, en tanto su esposo se esforzaba por mantenerse serio.

Mycroft apartó con el paraguas la pistola de su pecho.

-Caballeros – solemne, miró a uno y otro pirata -. ¿Podrían explicarme qué hacen dos “personajes” – pronunció con desprecio – como ustedes en una playa de Sussex apuntándome con armas de museo?

Antes de que Jack le respondiera con un buen tiro, su matelot se adelantó.

-Ya nos presentó Sherlock, Mycroft Holmes. Somos los capitanes de la goleta más veloz, el “Black Pearl”, y hemos venido para asegurarnos de que John Watson se instale sin contratiempos en este mundo y en este siglo.

-Un consejo, hermano – interrumpió Sherlock, molesto de tener que repetir una explicación -. Presta atención cuando te hablo. Como te lo dije, el capitán Sparrow y el capitán Turner son dos afamados piratas, dueños de la goleta negra que ves allí, el “Black Pearl”. Por favor, no vayas a llamarla botecito porque acabarías con un tiro – alzó otra vez su ceja y Mycroft pasó saliva, mirando la pistola de Jack -. Ellos fueron quienes nos llevaron a Will y a mí a Arda y son gente de temer.

-Mycroft – intervino John -. Queremos que con tus contactos borres cualquier registro de mi fallecimiento y actives mis datos. Eso es todo.

-¿Eso es todo? – se mofó Mycroft, enojado. Miró de cuenta nueva la pistola y se volvió hacia su hermano -. No puedes escaparte de mis narices y regresar con un “muerto viviente”. La vida no funciona así. Si quieres que te ayude, tengo derecho a saberlo todo. Todo, ¿lo entiendes, Sherlock?

Una bofetada en pleno rostro lo tumbó a la arena. Frotándose el pómulo, Mycroft alzó la vista y se encontró con Jack sobándose el puño.

-Escucha, Mycroft Holmes – escupió el pirata -. Escúchame bien claro: el “muerto viviente” es el hijo del hijo de mi hijo, así que a tu comentario lo tomo como una ofensa hacia mi familia. Hasta aquí hemos sido ecuménicamente educados. Pero si no ayudas a John Watson, no gastaré ninguna bala más y ordenaré que los cañones de mi niña que ves allí – le señaló el Pearl – te conviertan en un colador con patas, ¿savvy?

Sparrow alzó la mano y Mycroft pudo ver en la distancia cómo los cañones se movían. Palideció y más blanco que la camisa de su hermano, se levantó con la ayuda del paraguas.

-Bien – suspiró, ajustándose el nudo de la corbata. Miró a Sherlock con odio y luego a los piratas -. Acepto. Me comunicaré con el MI6 para que borre los datos de defunción y active a tu esposo. ¿Estás satisfecho, Sherlock?

El detective asintió.

-Otra exigencia más – William Turner tomó la palabra -. John me contó una vez cuánto lo acosabas para que abandonara a Sherlock. Esperemos que esa actitud no se repita, Mycroft Holmes, o el Pearl vendrá a visitarte y esta vez no mediará ninguna plática.

Sherlock sonrió, satisfecho, y John, con alivio.

Incómodo, Mycroft hizo girar su paraguas en la arena.

-Sabes que acepté tu relación con John, Sherlock – reconoció, dolido -. Esa amenaza es innecesaria. También mami lo ha hecho, gracias a que la convencí de que lo amabas.

John quedó maravillado y parpadeó, conmovido. Al fin la familia de su esposo lo había aceptado.

-Lo sé – contestó Sherlock con una mirada juguetona -. Pero necesitaba divertirme contigo. Ya sabes, hacerte pagar por fin las bromas pesadas que me jugabas cuando era niño y lo más importante, demostrarte que mi esposo, John Harold Watson Holmes, no es ningún advenedizo sin prosapia, ¿savvy?

John y sus dos antepasados estallaron en carcajadas. Viendo que el problema se había solucionado, los piratas guardaron sus pistolas y después de despedirse con una elegante floritura, que John William festejó con aplausos, partieron hacia su navío.

Mycroft los observó, tratando de disimular la indignación. Cuando el Pearl desapareció bajo el manto de bruma, Sherlock se acercó a su hermano e inesperadamente, le palmeó el hombro. Por la expresión del mayor, John dedujo que los hermanos jamás se habían tocado, o tenido un gesto de afecto.

-Sé que interviniste en Escocia para que mamá aceptara nuestra relación y te lo agradezco - . confesó Sherlock con una mirada agradecida -. Pero no te tomes esta broma muy a pecho. Somos los Holmes y tenemos que buscar diversión constante para no aburrirnos.

Sin responderle, Mycroft sacó su teléfono y llamó para que el helicóptero bajara a llevarlos a Londres.

………..

-¡No puedo creerlo! – exclamó la señora Hudson, cubriéndose la boca -. ¡Sherlock! ¡John William!

La anciana fundió en un solo abrazo a padre e hijo, riendo y llorando.

-¿Por dónde anduvieron? ¿Qué fue de ustedes, Sherlock? Tu hermano, Mycroft, venía con frecuencia. Yo le pedía noticias y me contestaba todas las veces lo mismo: que los estaba buscando incansablemente. También me aseguraba que estaban bien.

-Lo estábamos – le sonrió Sherlock. Ella le pellizcó la mejilla y el detective recordó que su abuela solía hacerle el mismo cariño de pequeño -. Fuimos de viaje inesperadamente y trajimos a alguien de regreso.

-¡A Ada! – exclamó Will, brincando.

-¿A quién? – interrogó la anciana.

-Señora Hudson, me parece adecuado que usted se siente – ordenó Sherlock -. Recibirá una sorpresa increíble.

-¿Qué me trajiste? – preguntó, intrigada -. De ti se puede esperar cualquier clase de regalo.

-Vino Ada – anticipó Will.

Sherlock le indicó un sillón de la sala y la señora tomó asiento.

Will se cubrió la boca entre risitas.

El detective bajó a la calle a los saltos y la señora Hudson oyó que subía con alguien más.

-¿Qué se trae tu padre entre manos? – preguntó al niño.

Will se cubrió los labios con el índice.

-Es un sequeto.

Sherlock entró.

-Señora Hudson, prepárese usted para la sorpresa de su vida. John, entra, por favor.

-¿John? – repitió la anciana -. ¿Quién es John?

-John Watson Holmes, señora Hudson – respondió el médico, entrando campante en la sala de Baker Street.

-¡Dios mío! – gritó la anciana y brincó a abrazarlo y besarlo.

John le devolvió el abrazo afectuosamente y ella lo retuvo sin deseos de soltarlo.

-¡Dios mío! – continuó exclamando la anciana -. ¡Dios mío! ¡John! ¡Estás vivo!

-Le dije que se trataba de una sorpresa increíble – comentó Sherlock con las manos en los bolsillos.

-Teno sed – avisó Will.

Mientras inquilino y casera continuaban fundidos en un abrazo de oso, el detective llevó a su hijo a la cocina y le sirvió agua del grifo. Después de dos meses de ausencia no se atrevía todavía a abrir el refrigerador.

-¡Oh, John! – suspiró la anciana -. ¿Qué te sucedió? Te dimos por fallecido. Yo misma asistí a tu funeral y también Sherlock – recordó con tristeza.

-Es una historia larga de contar – replicó el médico -. Lo importante es que estoy vivo y de regreso con ustedes.

La señora Hudson se apartó apenas para limpiarse las lágrimas.

-Sherlock te extrañó tanto – susurró, emocionada -. Te necesitaba, querido, también tu hijito. No imaginas cuánto.

John sonrió, conmovido. Bien que sabía la falta que les había hecho como ellos a él, pero siempre era grato volver a escucharlo.

Sherlock regresó a la sala con Will bebiendo.

-Tenemos otra sorpresa – guiñó un ojo a su esposo -. John, haz los honores.

-¿Otra sorpresa más? – exclamó la casera -. Ustedes dos van a infartarme.

-Señora Hudson – John tomó la palabra -. Será tía nuevamente.

-¿De qué hablas?

-John está de encargo nuevamente, señora Hudson – explicó Sherlock -. Lleva dos meses de embarazo.

La anciana se alegró y horrorizó al mismo tiempo.

-John, es maravilloso. Pero. . . pero tu salud.

-No se preocupe, señora Hudson – intervino el detective -. Esta vez no habrá problemas. Se lo aseguro.

-Mi cuerpo sufrió algunos cambios que me permitirán afrontar un embarazo a término – explicó John brevemente.

Con gran alivio, la anciana suspiró acariciándose el pecho.

-¡Cuánto me alegro por ustedes! Por los tres. Se merecen esto. Realmente se lo merecen – y sin poder contenerse, volvió a llorar.

John la abrazó y le masajeó la espalda.

Sherlock cerró la puerta para quitar su sobretodo y su bufanda del perchero, que buena falta le habían hecho durante el viaje. Después bajó corriendo para traer el equipaje que tenían y sacó un paquete de uno de los bolsos.

-Casi lo olvidábamos, señora Hudson – se lo entregó a la casera -. Esto es para usted.

-Otro regalo más – suspiró la anciana. Lo desenvolvió y descubrió un chal dorado finísimo, de un material más suave que la seda, que había sido bordado por las doncellas de Arwen -. ¡Sherlock! – le besó la mejilla -. ¡No te hubieras molestado!

-Sabíamos que le gustaría – contestó el detective.

La señora Hudson agradeció a John con otro beso y después de recibir otro regalo de Will, el dibujo de flores observadas minuciosamente a través de su lupa, se despidió de sus inquilinos, prometiéndoles prepararles para la cena el plato favorito de John: lasaña de pollo con salsa blanca.

-¿Qué quieres hacer ahora? – preguntó Sherlock a su esposo cuando quedaron solos -. ¿Visitar el departamento? Salvo tu antigua recámara, que convertí en la de William como decidimos cuando lo esperábamos, el resto se mantiene igual.

-Simplemente esto – contestó John y fue a sacudir el cojín de “Union Jack”, lo acomodó en el respaldo de su sillón favorito y se sentó en él.

Sherlock le sonrió, complacido. No podía tener mayor prueba de que su esposo volvía a sentirse en su casa. Más tarde, Will quiso enseñarle sus juguetes y su Ada lo acompañó a la que había sido su alcoba en otro tiempo para disfrutar de su hijo.

-Mantuviste todo igual – observó el médico cuando terminada la cena, continuaron haciendo la sobremesa, con Will dormido en su regazo -. Nada cambió en Baker Street.

-¿Y eso te gusta o desagrada? – indagó el detective.

John pensó antes de contestarle.

-Extrañaba el departamento y quería volver a encontrarlo igual. Pero a quienes más extrañaba eran a ti y a Will – acarició la frente de su hijo, que se sacudió en sueños -. Sin embargo, la vida cambió. Estamos esperando otro hijo y William crece día a día. Formamos una familia y las cosas no volverán a ser igual. Están cambiando para mejor, Sherlock, están mejorando.

-Resumiendo, te gusta que algunas cosas se mantengan igual y que otras cambien.

-¿No es acaso eso lo que vuelve a la vida interesante? Si no fuera así, te aburrirías.

-Cierto – congenió el detective y miró hacia la pared de la sala, donde aún se conservaba el “smiley” con los agujeros que le había hecho en sus horas de aburrimiento.

-Me imagino que en estos tres años, con William tan pequeño, no habrás descargado tus frustraciones contra la pared – indagó el médico en tono admonitorio.

-¿Con un niño creciendo? – replicó Sherlock, levantándose y retirando los platos -. Se nota que todavía no conoces a fondo lo que implica educar a un hijo. Sin embargo, aprenderás, John, y te aseguro que no vas a aburrirte.

-Lo sé, Sherlock – le sonrió su esposo.

John se levantó con Will, con cuidado para no despertarlo, y se dispuso a llevarlo a que se enjuagara los dientes y luego acostarlo.

Sherlock permaneció en la cocina, limpiando solo. Los quehaceres domésticos no eran su actividad favorita pero quería homenajear a su esposo, que regresaba después de tanto tiempo.

Más tarde, cuando se acostaron juntos en su lecho después de cuatro años, John lo recompensó. A decir verdad, se recompensaron mutuamente.

……

Al abrir los ojos por la mañana, John se reconoció por primera vez en casa. El tapizado oscuro de las paredes, el cortinaje pesado, los muebles, el acolchado escocés y los cojines color crema le recordaron dónde había pasado la noche después de cuatro años.

Sherlock ya no estaba. Miró el reloj digital sobre la mesa de cama. Eran las siete y media y su esposo se levantaba habitualmente antes de las siete. Con un suspiro remolón, John extendió los brazos y piernas para disfrutar de la suavidad de las sábanas.

-John, baja a desayunar – le llegó la orden de su esposo.

Cómo desde la cocina Sherlock sabía exactamente cuándo su esposo se despertaba era un misterio más de sus habilidades, o una prueba más de lo bien que lo conocía.

John se estiró el pijama, se calzó las pantuflas color vino, que habían sido un regalo navideño de la señora Hudson, y entró en el baño. Quince minutos más tarde bajó y se encontró con el desayuno servido. Sherlock había preparado el té y las tostadas, y había puesto un bol vacío y la caja de cereales para que Will desayunara más tarde. El niño se despertaba a las diez.

El detective estaba sentado a la mesa, consultando su computadora, no la de John, y bebiendo el té.

-¿Qué tal, dormilón? – apartó la vista de la pantalla para saludarlo con una sonrisa.

John llegó hasta él y le besó la cabeza.

-¿Y esto? – indicó el desayuno.

-No esperes que te reciba así cada mañana, John – aclaró Sherlock rápidamente -. Considéralo un gesto de bienvenida.

John rió y se sentó. Examinó las tostadas, que estaban en su punto justo, ni demasiado blancas ni extremadamente quemadas, a decir verdad no era complicado poner la rebanada de pan dentro de la máquina, pero Sherlock era capaz de carbonizarlas. Su esposo le sirvió el té, que no estaba demasiado dulce y sabía bien.

-No hay quejas – observó el detective, que había estado estudiando sus reacciones -. Te preparé un desayuno decente.

-Decente y digerible. Muchas gracias, Sherlock.

Sherlock volvió a concentrarse en su computadora.

-¿Buscas algo en especial? – preguntó John, untando mermelada en su tostada.

-Lo de siempre – y el médico entendió que se refería a las noticias policiales.

-¿Hay alguna novedad?

-Nada interesante – replicó el detective -. Sin embargo, nos daremos una vuelta por Scotland Yard. Tenemos que presentarte al bueno de Lestrade y a la gentil Sally.

John sacudió la cabeza, riendo.

-No cambiaste. El mismo niño travieso.

Sherlock alzó la cabeza para mirarlo.

-Así me amas.

-Es cierto – congenió el médico.

-Chicos – oyeron a la señora Hudson, que subía con una canasta -. ¿Cómo despertaron? ¿Qué tal pasaste la noche, John?

John fue a la sala para darle un beso.

-Dormí de maravilla. Muchas gracias, señora Hudson. ¿Qué es esto?

-Galletas de canela, tus favoritas – le entregó la canasta -. Recién horneadas.

-No se hubiera molestado – agradeció John, recordando las que Ioreth preparaba para los niños y solía convidarle -. Usted se pasa de amable, señora Hudson.

-No es nada, querido – sonrió la anciana -. Quise prepararlas ayer con la lasaña, pero no tuve tiempo. Sherlock, querido. ¿Cómo estás?

-Bien – contestó el detective, concentrado en la pantalla.

-Quería pedirle un favor, señora Hudson – recordó John -. Sherlock y yo tenemos que salir y quería saber si podía cuidar de Will por la mañana.

-Nada de eso, John – interrumpió Sherlock, cerrando la computadora -. John William vendrá con nosotros.

El médico se encogió de hombros.

-De acuerdo – aceptó, curioso por ver cómo Sally Donovan consentía a su hijo.

…………

La mandíbula de Sally Donovan, junto con las de otros oficiales más, azotaron el suelo. Lestrade estaba platicando con otro inspector en su despacho y se excusó cuando vio quiénes entraban. Primero Sherlock llevando a Will de la mano, los dos llevaban tres meses desaparecidos de la playa de Sussex, y luego John H. Watson, que llevaba tres años muerto oficialmente.

-Buenos días, George – Sherlock le extendió la mano con una familiaridad poco común en él, sólo para disfrutar de su expresión de desconcierto -. Ah, Sally. Te ves radiante esta mañana – olisqueó el ambiente -. Sólo percibo tu perfume habitual.

Sally suspiró, aliviada.

-Espera – el detective alzó la mano -. También percibo. . .

-Lestrade, Sally, ¿cómo están? – interrumpió John para salvarla.

-¿Qué hacen ustedes aquí? – preguntó el inspector, mirando atónito a cada uno.

-Una historia larga pero interesante de explicar – contestó Sherlock -. Te daremos las conclusiones en el despacho – se volvió hacia su hijo -. William, ¿por qué no le enseñas a la tía Sally los juguetes que trajiste? Quizás ella te enseñe el anillo de compromiso, que está escondiendo detrás de esos guantes rojos, que no le combinan con nada.

La mujer se ruborizó y todos quedaron boquiabiertos.

-Gracias por arruinar el anuncio, “freak” – le reprochó, furiosa. Observó las miradas demandantes y cedió -. Tony, mi vecino – se quitó el guante y descubrió un anillo con una piedra blanca -. Iba a enseñárselos en el almuerzo.

Dos chicas jóvenes se acercaron y la abrazaron. Sally se acercó a John.

-No sé qué sucedió pero me alegra que estés aquí, John.

-A mí también – replicó el médico con una sonrisa.

Will le enseñó un el barquito que William le había obsequiado cuando abordó el “Black Pearl” por primera vez.

-Mida tía.

La mujer que parecía sarcástica y amargada, alzó al niño y le besó las mejillas.

-¿Cómo estás, Will? ¿Por dónde anduviste todo este tiempo?

-Etuve en un badco pidata y con efos – explicó el pequeño -. Eadnil tene odejas así – imitó un triángulo con los deditos -. Y su Ada Legolas tambén. Conocí a un rey.

Sally sonrió enternecida, pensando que todo era producto de su imaginación infantil.

-Pórtate bien, Will – pidió John y con Sherlock se dirigieron al despacho de Lestrade.

El inspector cerró la puerta y los tres se ubicaron alrededor del escritorio.

-Quiero saber qué pasó con lujo de detalles – exigió.

-Detalles no – dejó Sherlock en claro, desanudándose la bufanda -. Sólo las conclusiones. Contra todos nuestros pronósticos, John no falleció y vivió estos tres años protegido en otro mundo. Los pormenores resultarían fastidiosos, así que resumiendo, pude traerlo de regreso y aquí está, sano y salvo a mi lado. Mi hermano ya se encargó del papeleo para revivirlo dentro de la burocracia. Ah, John – se volvió hacia su esposo, ignorando al pasmado Lestrade -. Te conseguí turno con Amanda para esta tarde. Supongo que querrás que ella sea otra vez tu obstetra para el nuevo bebé.

-¿Nuevo bebé? – apenas pudo pronunciar el inspector. Miró interrogante a John -. ¿Estás otra vez. . . otra vez estás?

-No perdimos el tiempo – contestó Sherlock -. Fueron tres años separados.

-Lo siento – se disculpó John, que aunque disfrutaba del humor burlón de su esposo, le parecía que esta vez estaba yendo demasiado lejos -. Es complicado de explicar. Lo que sucedió fue. . .

-No te preocupes, George – cortó Sherlock, levantándose -. Una de estas noches, Cindy podría preparar uno de sus exquisitos platos galeses y cenaríamos y discutiríamos estas cuestiones más distendidos. Ahora tenemos que irnos, John.

-¿A dónde? – preguntó el médico, perplejo.

-A la morgue – contestó el detective, palmoteando -. La expresión vacua de Molly Harper no puede esperar.
…………..

John no supo cómo Sherlock lo consiguió pero al final acabó convenciéndolo de que le jugara la broma a Harry. El detective le dio el número que su hermana le había dejado en la última visita, y lo instó a llamarla.

Aunque John no pudo verle la cara detrás del teléfono, el temblor en la voz y el grito que lanzó estando en la oficina, le indicaron que la había sorprendido.

Y esta mañana, una semana después del llamado, John estaba en el aeropuerto con Will, esperando el arribo de su vuelo.

Sherlock se había detenido en Scotland Yard para asesorar a Lestrade. En realidad, John sabía que su esposo no toleraba a su cuñada y había evitado los gritos y el escándalo que armaría Harry al verlo vivo.

Era extraña la manera en que la gente había reaccionado ante su regreso. La más teatral había sido Molly. Cuando lo vio entrar en la morgue, había quedado tiesa cual palo de escoba y finalmente se había desmayado. Caballerosamente, John la había sostenido antes de que azotara el suelo y con Sherlock la habían sentado en una silla. Después habían buscado sal para reanimarla.

A partir de ese día, Molly había dejado de lanzarle directas al detective. También había dejado de arreglarse y cada vez que la pareja visitaba la morgue, los saludaba con el ceño fruncido.

No era más que una niña frustrada y malcriada, pensaba John, y mientras que su esposo la ignoraba, él se compadecía.

Pero regresando al tema de su hermana, John estaba feliz de volverla a ver. Cuando regresara de Afganistán, ocho años atrás (definitivamente el tiempo no corría sino que volaba), ellos se habían mantenido distanciados. Como Sherlock había deducido al conocerlo, él no aprobaba su adicción a la bebida, ni el maltrato a Clara Southmpton cuando estaba ebria.

Sin embargo, se trataba de su única familia aparte de Sherlock y John quiso acercarse. No fue fácil al principio pero los dos lo intentaron. Como primera medida decidieron aprender a tolerarse y con el correr de los meses, entre peleas y reconciliaciones de por medio, consiguieron una relación estable. Además Harry regresó con Clara después de pedirle perdón y prometer cambiar, y con su apoyo había dejado de beber, o al menos no se permitía más caer en un estado cercano al coma alcohólico.

Después les surgió a ambas el trabajo en Suecia y John dejó de tener contacto con ella.

Ahora estaba feliz e ilusionado con el reencuentro.

-¡Mida Ada! – exclamó Will -. ¡La tía!

El médico alzó la vista y se encontró con su hermana. Sherlock ya le había anticipado que costaba reconocerla a causa de las libras que había ganado. Envuelta en un tapado oscuro de pana corría dejando atrás a Clara, una mujer lánguida y esbelta, de tez pálida y ojos y cabello negros. Cuando se la presentara diez años atrás, John se había admirado de cómo una persona tan reservada y seria pudiera congeniar con Harry, pero con Sherlock había aprendido que el amor no depende de la coincidencia de caracteres.

Will soltó a su Ada y corrió hacia ella. Harry lo cargó y besó antes de enseñárselo orgullosa a Clara.

-¿No es precioso? No sé cómo hizo mi hermano para darme un sobrino tan encantador.

Clara besó a Will y sacó de su bolso de mano un gran regalo envuelto.

Mientras el niño destrozaba el papel en brazos de su tía, Harry se acercó a John.

-Hola Harry – la saludó sonriendo.

Harry bajó a Will en el momento justo en que su sobrino descubría el camión gigante.

-¡Mida Ada! ¡Tene luces!

Harry quedó en suspenso, estudiando a su hermano. John se veía radiante, satisfecho y hasta rejuvenecido. Parecía como si hubiera pasado años en un spa recibiendo todas las atenciones. Su cutis tenía una luminosidad especial y sus ojos brillaban con una viveza que no habían tenido antes.

-John – murmuró, estupefacta -. No me digas que estás nuevamente. . .

-Lo estoy, Harry.

La mujer se prendió a su cuello, llorando como loca.

-¿Qué es? – reclamó a los gritos -. ¿Niña o niño? ¡Claro! Todavía es demasiado pronto para saberlo. ¿De cuánto tiempo estás? ¿Cómo te sientes? Si mamá viviera se las pasaría comentando que tú le das hijos por los dos.

John la apartó suavemente para observarla. Harry estaba llorando de alegría y él también tenía los ojos enrojecidos.

-Estoy de dos meses – respondió tranquilo -. Es demasiado pronto para saber el sexo. Lo importante es que el bebé y yo estamos bien de salud y ya no tendré complicaciones. Ayer tuve cita con mi obstetra y nos confirmó que todo marcha de maravilla.

-¡Cuánto me alegro! – le besó ambas mejillas con fuerza -. Aunque por otra parte es una pena. Ya sabes, John, al no poder hacerlo público por ser hombre, no tienes las ventajas de las embarazadas: los mejores asientos, evitar las filas y tener los lugares especiales para estacionar. ¡Pero qué digo si tú no conduces!

John rió.

-Tengo otras ventajas, Harry – y pensó en Sherlock que a partir de la noticia, de autoritario, se había transformado en el marido más servicial que se pudiera tener. Una muestra más de cuánto había cambiado -. Me alegra que hayas venido.

-También a mí – admitió Harry sinceramente.

Clara llegó hasta ellos y besó lánguidamente la mejilla de su cuñado.

-¿Sherlock no vino? – observó.

-Se retrasó en Scotland Yard – explicó John, aunque Clara sabía que al detective no le caía Harry y buscaría cualquier excusa para evitarla.

-Necesito beber algo – anunció Harry y al ver la mirada de pánico de su hermano, aclaró riendo -. Me refería a un café, tonto – y le dio un codazo brusco, igualito a los que le repartía de niños. A pesar de ser menor, Harry había tenido siempre una contextura robusta y John había sido más pequeño.

Los cuatro fueron a un bar dentro del aeropuerto y mientras que Will examinaba su camión luminoso, la pareja aprovechó para poner a John al tanto de su vida en Suecia. …l les contó de su embarazo y del último caso que habían resuelto con su esposo y todavía no había subido a su blog.

Más tarde, ya saciados de chismes, se dirigieron a Baker Street donde Sherlock, seguramente, ya los estaría esperando.

………..

¡Hola!

Ya falta muy poco para que termine este fic. Espero que les haya gustado.

Estoy preparando otro mpreg, pero esta vez de Sherlock para ser ecuánimes con el detective y su doctorcito.

Besitos y muchísimas gracias por seguir la historia.

Midhiel
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