Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Better Days por midhiel

[Reviews - 39]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

El personaje de Sherlock Holmes pertenece a Sir Arthur Conan Doyle, mientras que los derechos de la serie de la BBC pertenecen a Steven Moffat y a Mark Gatiss. Sin embargo, el Sherlock de carne y hueso pertenece exclusivamente a John H. Watson.

Los personajes del Señor de los Anillos pertenecen al maestro J. K. R. Tolkien, aunque Aragorn es exclusivo de Legolas y viceversa.

Y Piratas del Caribe es de Disney. Pero el Capitán Jack Sparrow es de Will Turner y viceversa.

Hechas las aclaraciones, repito que no se recibe ningún crédito por esto.

La canción que le da nombre al título es de Eddie Vedder.

El fic va dedicado a una amiga que adora estos tres fandoms, y que me leyó y corrigió muchas veces, Prince Legolas. Hannon le, mellon nín.

Ahora sí, con ustedes, el capítulo.

Capítulo Veintisiete: Navidad Con El Clan Holmes

-¿Qué es esto, John William?

Sherlock observó con su mirada penetrante el desorden estratosférico en la recámara de su hijo. Había juguetes esparcidos por aquí y allá, la ropa estaba revuelta en los cajones abiertos y en el suelo, y había una mezcolanza de papeles, lápices, vasos, libros de cuentos y cojines en los rincones. Sobre la cama estaban varias bolsas cargadas con ropa y juguetes. Will se acercó a ellas con una sonrisa triunfal.

-Toy listo para viajar, papá.

Sherlock rodó los ojos entendiendo al fin la causa de tal desorden.

-Entonces, empacaste tú solo.

-¡Tí!

Con una paciencia sólo reservada para John y su hijo, el detective llegó hasta los paquetes. Will había guardado muchos, muchos juguetes y algunas prendas. Una sola camiseta de algodón, un pantalón, dos calcetines que no combinaban, y apenas un suéter fino de otoño para protegerse de la nevada pronosticada en Glasgow para estas fiestas.

La familia Watson-Holmes viajaría a recibir la Navidad y el Año Nuevo en Escocia, en la mansión de Francesca con Eva, Mycroft y Athenea, el resto del clan y, de paso, presentarían a John a la parentela.

-No se empaca en bolsas, hijo – explicó Sherlock, mientras volcaba sus contenidos en la cama.

-¿Ah no? – preguntó el niño confundido.

El detective fue hasta el armario y quitó una maleta, que por estar guardada en la parte superior se había salvado de la revuelta.

-Se empaca en esto, Will. Maletas – volvió a la cama -. Veamos. Los calcetines están muy bien pero un solo par no es suficiente. Mira, éste es de color naranja y este otro tiene perritos azules.

-Me gutan los perritos.

-Lo sé. Pero no pertenecen al mismo par. Dios mío – suspiró en dirección a los cajones revueltos -. Hay que encontrar los calcetines y sus respectivos pares en este desorden.

Will quitó su lupa del bolsillo para ayudarlo.

-Encuentra los calcetines, mientras yo me encargo de tu ropa – ordenó su padre.

-Ti, papá – exclamó, corriendo hacia los cajones.

Sherlock observó el contenido de las bolsas, aparte de la ropa ya mencionada, el resto lo componían toda clase de juguetes.

-No necesitas tantos muñecos, William. Recuerda el salón de juegos de la abuela.

-¡Tí! – acordó el niño, revolviendo con una manita los cajones y con la otra observando a través de la lente.

Sherlock se dedicó a recoger las prendas del suelo y apilarlas en la cama. En eso estaban cuando John se recargó en el umbral, acariciándose el vientre de seis meses. Terminaba de llamar a Sarah para desearle felices fiestas. La joven se había casado hacía poco más de un año con un colega que conoció en la clínica de Manchester, y ahora esperaban a su primer hijo. La pareja le había pedido a John que fuera el padrino.

-¿Qué ocurrió aquí?

-William decidió empacar él solo – explicó Sherlock, recogiendo algunas camisetas.

-Con Harry hicimos eso un verano – recordó su esposo, divertido -. Claro que yo tenía ocho, no tres como Will.

-Interesante – murmuró su esposo, fastidiado.

-Traten de acabar para esta noche, que a las ocho partimos. ¿Qué estás buscando, Will?

-Calcetines.

-Ya veo. Sherlock, no olvides las cuatro calzas que le compré el otro día y los guantes con monitos que son los más abrigados. Su chaqueta roja quedó en la cocina y no olvides sus botitas para la nieve.

-¿Por qué no empacas tú? – se quejó el detective.

John lo observó con su sonrisa más tierna.

-Porque cuando quise hacerlo, dos días atrás, me dijiste que empacar para un niño era lo más sencillo del mundo y me llamaste exagerado, mi amor. Bajaré a entregarle el regalo de Navidad a la señora Hudson. Nos vemos en un rato.

Sherlock refunfuñó frases incoherentes y sólo la presencia de su hijo impidió que descargara patadas en los muebles.

……

Finalmente John tuvo que ayudarlos a completar la maleta de Will y a las ocho y cinco abordaron un taxi hacia el aeropuerto. Era un veintitrés de diciembre y había mucho tráfico pero llegaron a tiempo.

Al llegar a Glasgow, Mycroft envió su limusina para traerlos a la mansión.

John soltó un suspiro de admiración al ver la imponente estructura iluminada, mientras que Will le enumeraba los juguetes del salón de juegos. Era una noche helada con una nevisca intermitente desde la tarde.

Mycroft y Athenea habían salido. Se casaban dentro de un mes y la joven estaba tan enloquecida que su prometido la acompañó a respirar aire fresco.

Eva los esperaba ansiosa en la sala, junto al gran árbol de Navidad que Francesca preparaba cada año. Ya su hijo mayor le había descripto a John cientos de veces, usando adjetivos que lo enaltecieran porque lo último que Mycroft deseaba era una nueva visita del Pearl. Al reconocer que Sherlock amaba a John, la señora Holmes había decidido flexibilizarse y poner de su parte para que su yerno ingresara en el clan.

Sherlock entró en la casa, tomando a su esposo de la mano. Jerves los llevó hasta Eva.

-Por favor – suplicó John antes de que el mayordomo abriera la puerta de la sala -, no deduzcas a tu madre.

El detective lo miró con arrogancia.

-¡Sherlock! – exclamó el médico -. Hablo en serio. Así veas lo más evidente, resérvate los comentarios.

-Está bien, John – aceptó de mala gana.

Jerves abrió la puerta y los invitó a pasar.

-¡Sherlock! – saludó la señora Holmes y se acercó a abrazarlo -. ¿Cómo estás, cariño? ¡Tanto tiempo! Al menos, esta vez respondiste mis llamados y aceptaste venir. Mycroft me contó que hiciste un viaje largo y lo – maravillada, se volvió hacia John, junto a su esposo -. . . lo trajiste.

El detective besó a su madre y, con una sonrisa de orgullo, abrazó a su consorte.

-…ste es John Watson Holmes, madre.

Enseguida, Eva notó su vientre abultado.

John observó a su suegra y le pareció idéntica a Mycroft, o, mejor dicho, Mycroft le pareció idéntico a ella.

-Buenas noches, señora Holmes.

-Buenas noches - respondió Eva, asintiendo -. Sherlock me contó que estás de seis meses. ¿Ya saben qué es?

-Es un niño aunque aún no acordamos el nombre – explicó el médico, acariciándose el vientre.

-Una posibilidad es el nombre del padre de John – añadió el detective.

-¡Abela Eva! – exclamó Will con los bracitos extendidos -. ¡Te etrañé!

-¡Oh ternurita! – se conmovió la mujer y se agachó a abrazarlo -. También yo te extrañé, John William. ¿Por dónde anduviste?

-Etuve en un badco, un catillo – enumeró con los deditos -. Conocí efos, un rey y midé mucho con mi lupa mágica.

-Ya puede decir mágica sin atorarse – comentó Sherlock a su madre -. Su pronunciación progresó bastante. Ya temía tener que enviarlo con una fonoaudióloga.

-¡Qué tonterías dices, Sherlock! – se quejó Eva -. Tú eras igual que él. Un genio en muchos aspectos, pero no aprendiste a pronunciar correctamente hasta los cinco años. Tu hermano, por su parte, podía dar una conferencia a los tres.

Sherlock lanzó a John una mirada de “¿Necesitas más pruebas de que lo mío no son celos sino que Mycroft es realmente su predilecto?” En cambio, el detective lo era de su abuela.

-¿Dónde está la abuela Francesca, mamá?

-Aquí estoy, leoncito – sonó la voz melodiosa de la anciana desde la escalera de mármol.

John se volvió hacia ella y se encontró con una mujer mayor, alta y elegante, que tenía un parecido increíble con Maggie Smith. ¿Se habría fijado Sherlock alguna vez que su abuela parecía la gemela de aquella actriz británica?

Francesca bajó lentamente la escalera, mientras su mirada azul escudriñaba al esposo de su nieto. John no era un hombre apuesto y su altura era menor que el promedio general, pero tenía un aire que ella definió como interesante. Su postura erguida revelaba su pasado militar y había una serenidad en su mirada que demostraba que era un médico acostumbrado a salvar vidas. Estaba vestido de manera informal y a simple vista no tenía nada de extraordinario para haber conquistado a su nieto. Sin embargo, en su simpleza estaba la respuesta. Las personas más sencillas resultan ser las más interesantes porque en su naturalidad reside su misterio. John Watson no dejaba de sorprender a su nieto y él lo tomaba como al único acertijo que no podría resolver. “Interesante”, pensó la anciana.

-Señora – saludó John, besando la mano que la anciana la tendía -. Es un honor conocerla finalmente.

Antes de que Francesca le respondiese, Eva interrumpió.

-El honor es nuestro, John – se volvió hacia su hijo y jalándolo de la manga, lo apartó del resto -. Sherlock – murmuró -, tu hermano comentó que John desciende de un príncipe, hijo de reyes, que llegó a Inglaterra desde un reino lejano. Tu marido lleva sangre real.

-Así es, madre – confirmó el detective con arrogancia -. También la de un temerario pirata, el capitán Jack Sparrow, que fue harto conocido en el Caribe y dio dolores de cabeza a uno de nuestros ancestros.

-¡Dios santo! – Eva se cubrió la boca, escandalizada -. ¡Piratas!

-Pero aún así fuiste muy amable al invitarlo a pasar estas fiestas – alzó una ceja, burlón -. Mira, la abuela parece entusiasmada con él.

En efecto, Francesca sonreía afectuosamente a John.

-¡Abela Francesca! – interrumpió Will -. Voy a tened un her-ma-ni-to.

-Ya puedo verlo – comentó la anciana, observando a John.

-¿En serio? – exclamó el niño, mirando hacia los costados -. ¿Dónde, abela?

Enternecida, Francesca rió y tendió la delicada mano hacia su nieto.

-Sherlock.

El detective y su madre se acercaron y él le besó la mano. La anciana lo abrazó.

-Tanto tiempo – le susurró al oído -. Estaba preocupada por ti pero bien valió la pena que lo hayas traído de regreso. A propósito, es un muchacho muy apuesto.

-Gracias – sonrió Sherlock, orgulloso.

-Sherlock, John – llamó Eva -. No han comido nada. Hay bocadillos en la otra sala, si gustan pasar, mientras esperamos a Mycroft y Athenea.

John y Sherlock asintieron. Will tomó la mano de Francesca y los cuatro enfilaron hacia la recámara contigua, mientras el niño le contaba a su bisabuela que había estado en barcos, castillos y tenía un amiguito elfo con “odejas con puntas”.

………

Esperaron a que Mycroft y Athenea regresaran para cenar. La joven fue presentada a John, que le pareció un sujeto común y, por ende, lo saludó con indiferencia.

John ya sabía de boca de su esposo lo vanidosa que era y poco o nada le importó.

Sin embargo, Eva se escandalizó, llevó a su futura nuera a una esquina y la amonestó mientras le explicaba que John Watson Holmes descendía de reyes y príncipes, y se reservó su ascendencia pirata por razones de protocolo.

De forma instantánea, Athenea se transformó en el ser más dulce del planeta y corrió a adularlo. Pero ya John estaba conversando con Francesca y después de saludarla gentilmente, no le prestó mayor atención.

Se sentaron los siete a la mesa y la comida transcurrió amenamente. Sherlock no hizo un solo gesto de aburrimiento y John se dividía entre las atenciones de Francesca, las adulaciones de Athenea y los comentarios que le hacía su hijito. Mycroft platicó con su madre sobre la boda que sería a mediados de enero. Finalizada la cena, Will insistió en enseñarle el salón de juegos a su Ada. Mycroft se acostaba religiosamente a las diez y se fue a dormir seguido de su prometida para horror de su madre y de su abuela, que hasta ese momento creían que él llegaría virgen a la noche de bodas. Sin embargo, lo que ellas ignoraban es que ambos continuaban durmiendo en aposentos separados y sólo se marchaban juntos para desearse las buenas noches en el pasillo.

Francesca se retiró más tarde para finiquitar la cena de Nochebuena, a la que asistiría el resto del clan.

Sherlock quedó solo en el comedor con su madre.

-Así que John desciende de reyes y de piratas - comentó Eva, cruzando las piernas en la misma postura que su hijo mayor había heredado -. Una mezcla interesante, querido.

-Ya lo creo – murmuró el detective distraídamente, mientras leía las noticias en su teléfono.

-¿Cómo se puede descender de reyes y piratas al mismo tiempo?

-Un misterio más de la vida, madre – contestó su hijo sin mirarla.

-¡Sherlock Holmes, deja de ignorarme! – protestó Eva. Sherlock se volvió hacia ella con su mirada altanera -. Sólo busco platicar contigo. Eres tan diferente a tu hermano. …l me escucha siempre y es tan servicial, educado. . .

-El hijo perfecto – cortó Sherlock indignado -. Gracias madre. Es muy amable de tu parte recordarme tus virtudes que Mycroft heredó pero yo no.

-¡Qué muchachito impertinente!

El detective guardó su teléfono y se levantó, dispuesto a marcharse.

-Sherlock, quédate – le ordenó Eva con autoridad -. Estoy harta de tus desplantes. Al menos en Navidad, ten la decencia de comportarte correctamente.

-Y tú, madre, por una vez en la vida deja de compararme con Mycroft. Mírate – la estudió de pies a cabeza y enviando a las fauces del Kraken la promesa a John de no deducirla, comenzó -. Su boda te pone los nervios de punta. Ganaste siete libras desde la última vez que te vi, y tú sólo subes de peso cuando algo te altera. Obsérvate las uñas, están carcomidas. El tono de tu vestido no te favorece. Ese rosa escandaloso te aumenta de peso y no le sienta ni a tu cutis ni a tu pelo. ¿Por qué te lo pusiste? Para llamar la atención de alguien. No mi atención, obviamente, porque sabes que ese color no me gusta. ¿De la abuela? Lo dudo y no es el tono favorito de Athenea. Tampoco se trata de John porque si hubieras buscado su atención, habrías usado los encantos que despliegas con los desconocidos, como enumerar tus virtudes y tu prosapia. Así que, por descarte, la única persona que te interesa es Mycroft. Su boda te altera porque estás celosa. Temes perderlo, que se aleje de ti. ¿Qué hijo a su edad sigue llamando mami a su madre? Sólo Mycroft, que vive colgado de tu falda. Es un manipulador pero tú lo controlas, y perder ese poder es lo que te tiene preocupada.

-¡Qué sarta de mentiras estás diciendo! – acusó Eva, roja de indignación, y sacó su abanico para soplarse en pleno invierno.

-Estoy harto de que me compares con él, frustrada porque no has podido controlarme nunca – continuó desahogándose el detective -. Pasé mi infancia y mi adolescencia escuchando lo bondadoso y servicial, o debo decir servil, que era Mycroft a diferencia de lo revoltoso y rebelde que era yo. Todo lo que él hacía era perfecto, mientras que mis logros no significaban más que desastres para ti. ¡Qué importa que él haya hablado correctamente antes de los tres años! Ahora, de adulto, no puede dar un discurso si no se lo escribe Anthea. Sin embargo, lo que no estoy dispuesto a tolerar es que compares a John con ese pavito real resentido de Athenea. Así que si piensas usar a nuestras parejas. . .

-No era mi intención comparar a tu John con su Athenea – rebatió su madre, mortificada -. De hecho, mi intención era felicitarte por la maravillosa familia que has conseguido, pero luego me soltaste tu filípica envenenada de celos – cerró su abanico -. Guárdate tus felicitaciones, Sherlock. No gastaré ni una palabra más en ti.

Su hijo quedó de una pieza.

-¿Ibas a felicitarme por John y John William?

-Por supuesto – replicó su madre, aún molesta -. Quería decirte que descendiera de reyes o de piratas, es una persona encantadora y se nota a leguas de distancia lo enamorados que están los dos.

-Gracias – murmuró Sherlock, asombrado como pocas veces.

Eva se suavizó y lo observó con su sonrisa pedigüeña.

-También quería pedirte que llamaras al bebé con el nombre de mi padre, tu abuelo.

-¿Arthur Conrad?

Su madre asintió.

-Es un nombre fuerte y varonil. Desafortunadamente, tu padre no estuvo de acuerdo con que los llamara así ni a Mycroft ni a ti. Pero sueño con que un nieto mío lleve ese nombre.

-Lo pensaré, mamá – prometió el detective -. Si John está de acuerdo, le pondremos ese nombre.

-Gracias, querido – suspiró Eva.

Sherlock miró su reloj.

-Son las diez y media. John ya debe haber acostado a Will. Buenas noches, mamá.

-Buenas noches, querido.

El detective besó a su madre, que quedó satisfecha, y se retiró.

………..

John cubrió a su hijito con doble cobija por el frío.

-¿Mañana hay regalos? – preguntó el niño ansioso.

-No Will – sonrió su Ada -. Los regalos se entregan pasado mañana.

“Se entregan”, nada de Santa Claus, ni renos, ni duendecillos mágicos. Sherlock no quería saber nada con esa clase de historias infantiles y desde su primera Navidad, le había explicado a Will que los adultos eran los autores de los regalos y que Santa y demás personajes eran meras leyendas para niños tontos.

John no estaba de acuerdo, precisamente porque Harry y él habían sido dos de esos “niños tontos”, pero habiendo estado ausente las navidades anteriores, no le quedó más remedio que adaptarse.

-¿Fata mucho para pasado mañana? – quiso saber el niño para quien el espacio temporal todavía era difuso.

-No mucho – le besó la frente -. Cuando menos lo esperes, tendrás el regalo que te compramos con papá.

-¿Qué me complaron, Ada?

-Eso tendrás que deducirlo, calaverita – desde la puerta, sonó la voz de barítono de su padre -. Es fácil. Te daré algunas pistas.

-A ved – se entusiasmó Will, sentándose en la cama.

Sherlock llegó hasta ellos y se ubicó junto a John.

-Piensa William. No trajimos ninguna caja extra de Londres y estuviste con tu Ada mientras preparaba el equipaje. ¿Eso qué significa?

Will se concentró, mientras se le formaba el hoyuelito de Legolas en el centro de la frente.

-Que mi regalo no etá ahí.

-Exacto – lo felicitó su padre -. ¿Eso qué te indica?

-No sé – el niño se encogió de hombros.

-Piensa hijo – alentó Sherlock -. Si vamos a entregarte el regalo pasado mañana hay dos opciones: o lo compraremos mañana, cosa que dudo porque pasaremos el día aquí, o el regalo ya está en la casa. Si ya está aquí, ¿cómo pudo haber llegado antes que nosotros?

Will volvió a pensar.

-Poque lo mandate antes, papá.

-Bien – sonrió Sherlock, e intercambió una mirada de orgullo con John -. ¿Recuerdas algún paquete que hubiéramos despachado en estos últimos días?

-¡El laboratodio! – exclamó el niño, aplaudiendo -. Gande como el de papá.

-Sí Will – contestó John, asombradísimo de cómo mediante la guía de su padre, su hijo había deducido y encontrado la solución al problema -. Te compramos un laboratorio para niños, para que hagas experimentos como los de tu papá.

-¡Tí! – brincó Will.

-Ya es hora de dormir – recordó John, masajeándole la espalda para que se tranquilizara y acostara de cuenta nueva.

-¡Mi regalo! – sonrió el niño, recostándose.

-Lo tendrás muy pronto – prometió su padre.

-Buenas noches, Will – lo despidió su Ada con un beso -. Que sueñes con los ángeles.

-Buenas noches, Ada.

-Buenas noches, calaverita – lo despidió Sherlock con una caricia en la cabeza.

-Buenas noches, papá.

Will se acomodó de lado, con las manitas sobre la almohada y apoyó la cabeza en ellas.

Siguiendo el ritual de cada noche en Baker Street, John volvió a envolverlo con las dos cobijas, mientras que Sherlock apagaba el velador.

En silencio, ambos padres salieron, en tanto John William se disponía a soñar con un mundo de juguetes, lupas mágicas, elfos, piratas y el laboratorio que recibiría.

-No pensé que se entusiasmaría tanto - comentó John sorprendido, después de que hubieran cerrado la puerta.

-Te dije que lo haría – replicó Sherlock con arrogancia, y su esposo recordó que según su visión de genio, él nunca se equivocaba -. Tú mismo notaste la curiosidad con que me observa cuando hago un experimento en la cocina, y para su seguridad, ya dejamos en claro que nunca abrirá la caja estando solo y todos los experimentos los realizará acompañado.

-Así es – concordó John, abriendo la puerta de su recámara.

Sherlock se arrojó de espaldas en la cama, fingiendo estar agotado. Era el juego que usaba para demostrarle a su esposo que esa noche harían el amor.

Sonriendo, John se sentó en una punta y se quitó los zapatos.

-Tu abuela me cayó muy bien.

Sherlock lo miró.

-También le caíste bien a mi madre.

-¿En serio? – se asombró John -. Eso es todo un logro. Aunque se comprende que si vengo de reyes y príncipes, se haya conmovido. Pero no sé qué opine de los piratas – añadió entre risas.

-No – negó el detective y apoyó las manos sobre el estómago, mirando hacia el techo -. Le agrada ver que nos amamos. Me lo dijo cuando quedamos solos en el comedor. Me felicitó por la familia maravillosa que tenemos.

John se alegró enormemente.

-¿Te diste cuenta de que contra todas tus deducciones, si te quiere?

-Yo nunca sostuve que no me quisiera – rebatió Sherlock, ofendido -. Sólo dije y lo sostengo, que Mycry es su favorito.

-Y tú eres mi marido favorito – bromeó John.

Ambos rieron. Sherlock abrazó a su esposo y lo empujó para que rodara encima de su cuerpo. Apoyándose en los codos, John lo fundió en un beso intenso. El detective gimió roncamente y después de alzar la crema que previsoramente había puesto sobre la mesa de luz, lo invitó a que disfrutaran de la noche como los Valar mandaban.

…………

Por la mañana temprano se juntaron los siete para desayunar y, más tarde, John fue al estudio y se sentó en una butaca a descansar. Afuera nevaba copiosamente y el tamaño del vientre lo incomodaba con frecuencia. Entretanto, su esposo y su hijo estaban recorriendo la mansión. Sherlock disfrutaba pasar el tiempo con su calaverita y cuando no había casos importantes, solía llevarlo a Hyde Park para que el niño observara y dibujara.

Un rato después, Sherlock entró con Will, que traía su lupa mágica y varios dibujos.

-Mida lo que encontamos, Ada.

-Con Will, recorrimos la casa y observamos con su lupa – explicó el detective y besó la frente de su esposo -. …l quiso dibujarte lo que más le gustó.

-Déjame ver, Will – pidió John. El niño le entregó los papeles -. Hum, esto parece un armario, esto es un florero, esto es una ventana donde se ve lo que parece un árbol, y esto es un insecto. . . A ver – lo estudió con más atención -. Una mosca.

-¡Ti! – aplaudió Will.

Sherlock sonrió con orgullo.

-Ya deduces todos sus dibujos.

-Mi Ada es inteligente como mi papá – exclamó Will alegremente.

-Es que nuestro hijo dibuja demasiado bien – lo halagó su Ada con una caricia de recompensa en la cabecita.

El niño quiso treparse a su regazo y ya entrenado, se acomodó con muchísimo cuidado para no estorbarle el vientre.

Sherlock miró su reloj.

-Con la puntualidad que nos caracteriza a los británicos, la abuela no tardará en llamarnos para almorzar.

Gladys pidió permiso para entrar. Traía un paquete dirigido a la familia Watson-Holmes.

Will saltó de las rodillas de su Ada para abrirlo, pero Sherlock, cauteloso, lo inspeccionó primero. Sin encontrar nada peligroso, le permitió romper el envoltorio. Adentro había tres cajas (dos doradas y una de madera) y una carta dirigida a John y a Sherlock. El detective estudió el sobre lacrado y notó que el sello tenía el dibujo de Nimloth, el Árbol Blanco de Gondor. Leyó minuciosamente la letra.

-La caligrafía es de Legolas – afirmó.

John se sorprendió de que habiendo leído la letra del elfo en sólo un par de ocasiones, pudiera haberla memorizado con tanta facilidad. Pero una vez más se dijo que estaba casado no sólo con el único, sino con el mejor detective consultor del mundo.

-¿Qué dice?

Sherlock abrió la carta.

-“Queridos viajeros de nuestro mundo y el vuestro.”

-Sí – rió John -. Definitivamente es de Legolas.

-“Esta noche ustedes festejan la Navidad, como nosotros festejamos Yule Tide. Auril me explicó que la celebración guarda un profundo mensaje religioso y es una ocasión propicia para reunirse con la familia y los amigos. También que por la mañana se entregan regalos y por eso, con Aragorn, no quisimos dejar pasar esta oportunidad. Earnil envía saludos a Will y le agradece el haber encontrado su pelota esa vez.”

Ambos progenitores miraron interrogantes a su retoño.

-Hice como mi papá y buqué con mi lupa mágica – explicó el niño inocentemente.

John le hizo otra caricia en la cabecita, en tanto el detective continuaba leyendo:

- “Espero les gusten los humildes obsequios y no faltarán motivos para que volvamos a vernos. Con mucho cariño, Legolas.”

Sherlock dobló la carta y la metió dentro del sobre. Después se inclinó y levantó las dos cajas doradas. Una llevaba el rótulo de “Sherlock y John” y la segunda decía “John William”, escritas con la letra del elfo.

-…sta es para ti, calaverita – se la pasó a su hijo -. Y ésta es para nosotros, John.

John recibió la caja y la abrió. Adentro había dos túnicas del mithril más puro, con gemas bordadas en el pecho. Una tenía gemas verdes (el color favorito del médico) y las de la otra eran azules, el tono que tan bien le sentaba al detective.

-Son exquisitas – suspiró John, alzándolas.

No menos maravillado, Sherlock tomó la suya y la contempló.

Mientras tanto Will abrió su regalo.

-Una codona de rey – musitó, emocionado.

Efectivamente, era una tiara de mithril adornada con frutos y flores, una réplica exacta de la corona que había llevado el niño en el enlace de sus papás.

-Esto es obra de Legolas – sonrió John.

-Estos ancestros tuyos de otro mundo, no dejan de sorprenderme – comentó el detective -. Aunque me pregunto cómo habrá llegado el paquete hasta aquí.

-Quizás la respuesta esté en esa otra caja – opinó John, colocando la tiara en la cabeza de su hijo.

Sherlock abrió la de madera. Adentro había una botella de ron y una réplica en miniatura del “Black Pearl” con una tarjetita que decía: “Para el capitán John William”.

-Esto es para ti, calaverita – le entregó el barquito.

-Gatias – murmuró Will, sin salir de su asombro.

-Y esto – continuó Sherlock, alzando la botella -. Es obviamente el regalo de Navidad que nos mandó el capitán Sparrow a nosotros, John.

Su esposo rió con ganas.

-Esto es muy de Jack Sparrow.

-Esperaremos a que nazca el niño para compartirla juntos – decidió Sherlock -. ¡Ese pirata! ¿Quién obsequia alcohol a una persona embarazada? Seguro que lo habrá olvidado – sin embargo, tuvo que desdecirse inmediatamente porque en la botella había una etiqueta donde se leía “Para festejar el nacimiento del nuevo cachorrito de los Watson- Holmes, compañero”.

John sacudió la cabeza con una sonrisa cuando su esposo se la enseñó.

Enseguida Gladys regresó para anunciar que la mesa estaba servida. Sherlock le entregó las cajas para que las llevara a sus aposentos y después de guardar la carta de Legolas en su bolsillo, tendió la mano a John para que se levantara, alzó a Will, que no se había quitado su corona, y los tres enfilaron hacia el comedor.

-Me pregunto cómo nos habrán encontrado – adujo el detective -. Estamos en Escocia.

-Jack tiene una brújula mágica que siempre lo dirige hacia donde él desea.

-Interesante – opinó Sherlock, mientras imaginaba el uso que le daría él a tal artilugio para atrapar criminales.

Por la tarde, mientras esperaban al resto del clan, John y su esposo vieron en la tele una noticia interesante: algunos habitantes de Glagow afirmaban haber visto a un par de piratas pasearse por la ciudad con sus atuendos del siglo XVIII, portando una caja.

Esta vez Sherlock no necesitó desplegar sus habilidades para deducir tal misterio.

………..

Hola a todos:

Tal como lo prometí en los primeros capis, John está de regreso con Sherlock y los dos viven felices con su hijito en Baker Street.

Ya solo queda el epílogo, que estoy escribiendo. Espero que el fic les haya gustado y los haya divertido.

Muchas gracias por acompañarme.

Besitos

Midhiel

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).