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Better Days por midhiel

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El personaje de Sherlock Holmes pertenece a Sir Arthur Conan Doyle, mientras que los derechos de la serie de la BBC pertenecen a Steven Moffat y a Mark Gatiss. Sin embargo, el Sherlock de carne y hueso pertenece exclusivamente a John H. Watson.

Los personajes del Señor de los Anillos pertenecen al maestro J. K. R. Tolkien, aunque Aragorn es exclusivo de Legolas y viceversa.

Y Piratas del Caribe es de Disney. Pero el Capitán Jack Sparrow es de Will Turner y viceversa.

Hechas las aclaraciones, repito que no se recibe ningún crédito por esto.

La canción que le da nombre al título es de Eddie Vedder.

El fic va dedicado a una amiga que adora estos tres fandoms, y que me leyó y corrigió muchas veces, Prince Legolas. Hannon le, mellon nín.

Ahora sí, con ustedes, el capítulo.

Capítulo Veintiocho: Un Nuevo Caso Y El Mismo Destino

La mañana estaba nublada pero no llovía. La banda de los últimos tres asaltos a coquetas joyerías del centro de la ciudad estaba refugiada en un galpón ancho y alto, sin ventanas y con tejado gris. Por medio de su razonamiento, Sherlock había dado con el escondite fácilmente. A pocos metros del portón cerrado, agazapados él y John detrás de unos barriles, aguardaban la llegada de la camioneta azul para atraparlos con las manos en la masa.

-Podríamos haber llamado a Lestrade – opinó John, disgustado con el plan temerario de su esposo -. Desde que lo ascendieron a superintendente gracias al caso que lo ayudaste a resolver, te escucha como si tu palabra fuera el Evangelio.

-Scotland Yard es muy predecible – contestó el detective sin apartar la mirada de águila del portón -. Estos bandidos los olfatearían a millas de distancia.

John miró el reloj y se impacientó.

--Sherlock, Will sale de la escuela en dos horas – le recordó -. ¿Estás seguro de que acabaremos para entonces?

-William no fue a la escuela hoy – informó Sherlock -. Lo dejé con la señora Hudson.

-¿Will no fue a la escuela? – se enojó -. ¿Cómo que no fue? ¡Sherlock! Es la tercera falta en dos semanas.

-Baja la voz – lo amonestó el detective -. Tiene cinco años, John. ¿Qué se está perdiendo? ¿Física cuántica?

-Eres insufrible.

Sherlock lo observó con una sonrisa.

-Insufrible pero me amas.

-Eso está por verse – contestó el médico enfadado.

Sherlock rió y siguió controlando la entrada.

-Observa, John – murmuró después de un rato.

Una camioneta azul con las características que el detective había deducido estacionó frente al portón. Tres hombres encapuchados bajaron. Uno llevaba dos bolsos oscuros cargados al hombro con el botín del último asalto.

John cargó la pistola. Sherlock metió la mano en el bolsillo para palpar la suya.

-Es ahora o nunca, John – y antes de terminar la frase, ya estaba corriendo agazapado.

El abrigo le flameaba como una capa negra. Murmurando reproches contra su impaciencia, su marido lo siguió.

Corriendo en dirección a los asaltantes, Sherlock sacó la pistola y les apuntó.

-¡Alto en nombre de la ley! – fue la frase más trillada que se le ocurrió.

Inmediatamente una balacera lo obligó a refugiarse detrás de un muro de ladrillos.

John se le unió, pensando que su marido era inconsciente por naturaleza.

-Ahora que saben que estamos aquí y nos tienen en la mira, ¿cuál es tu plan genial, Sherlock? – reclamó con sarcasmo.

Con la espalda pegada a la pared, el detective intentó otear, sólo para que el zumbido de una bala lo intimara a esconder la cabeza.

-¿Tienes el número de Lestrade? – preguntó, mitad en serio y mitad en broma.

John miró hacia el cielo nublado rodando los ojos.

-¿Cómo me convenciste de dejarte venir sin Scotland Yard?

-Todo lo haces porque me amas, John. No lo olvides.

Sonó otro disparo y Sherlock alargó el brazo para disparar dos.

-Creo que le di a uno, John – se enorgulleció.

De pronto se oyeron cuatro estruendos más, que ambos esposos reconocieron provenientes de armas del siglo XVIII.

Voltearon y vieron a Jack y a Will corriendo en dirección a ellos. Los piratas se refugiaron con la pareja detrás del muro y comenzaron a preparar sus dos pistolas cada uno. Antes de que Sherlock exigiera “!Qué rayos hacen aquí!”, el impertinente Jack le colocó el índice en la boca para silenciarlo.

-Dos bandidos contra dos ciudadanos decentes y dos piratas – señaló el capitán Sparrow Turner, preparando sus pistolas -. Los tenemos en la mira. Ah, felicitaciones, Sher por voltear uno.

-Gracias – murmuró el detective escuetamente y le indicó un ángulo para disparar.

Los cuatro intercambiaron miradas de aprobación y la balacera volvió. Un rápido intercambio de tiros dejó a los dos asaltantes restantes fuera de juego. Sherlock y John corrieron hacia ellos. El médico se inclinó y comprobó que no estaban heridos de gravedad. Conclusión, les esperaba un rápido juicio y una no rápida estadía en prisión.

Sherlock le envió un mensaje a Lestrade.

-La policía estará aquí en quince minutos – informó Sherlock a los piratas -. Ocúltense por aquí cerca. John y yo responderemos a las preguntas de rigor y los buscaremos.

Jack y William asintieron y corrieron a buscar un refugio.

John miró a su esposo.

-Buen tiro, Sherlock.

El detective le dedicó su sonrisita de autosuficiencia y acto seguido, le estampó un beso.

…………….

Una hora más tarde Jack y William entraban en el 221 “b” de Baker Street por primera vez. El viaje en taxi había resultado una odisea, no por convencer al conductor de llevar un par de piratas a bordo porque lo habían persuadido de que iban a una fiesta de disfraces, sino porque Jack, apenas sintió que el vehículo se movía sin caballos, comenzó a exclamar que eso era cosa de la bruja Calypso. Una prisión móvil para secuestrarlos y enviarlos al Averno.

Sherlock murmuró que quién era esa Calypso, mientras que William le pedía a su matelot que se calmara y John lo tranquilizaba asegurándole que los coches eran algo absolutamente normal en este siglo.

Los piratas observaban las calles con los ojos abiertos como cacerolas. En varias ocasiones, Jack se frotó los párpados para cerciorarse de que lo que veía era cierto. Ya habían vivido muchas aventuras estrafalarias y visto cosas nada comunes pero el Londres del siglo XXI superó sus expectativas.

Al llegar a Baker Street, los recibió la señora Hudson con el pequeño Will recién levantado de su siesta. Jack y su matelot quedaron maravillados de cuánto había crecido. Con sus cinco años recién cumplidos, tenía más altura que un niño de su edad, era esbelto como un junco y de mejillas sonrojadas. Su cabello claro se había convertido en una maraña de rulos rebeldes, igual al de su papá Sherlock. De su Ada conservaba el carácter dulce y perennemente alegre.

Jack lo cargó a caballo en sus hombros y así lo llevó a la cocina. Ambos piratas observaron el ambiente asombrados del mobiliario moderno.

Mientras tanto, John fue a buscar al bebé y regresó a la sala con el pequeño dormido en sus brazos.

-John – murmuró la señora Hudson al oído de su inquilino -. ¿Quiénes son estos caballeros? ¿Por qué están disfrazados de piratas?

-No están disfrazados, son piratas – aclaró Sherlock con su habitual franqueza -. Amigos nuestros.

-¡Oh! – exclamó la anciana, cubriéndose la boca -. ¿Toman té?

-No se preocupe, señora Hudson. Yo me encargaré de atenderlos – sonrió John caballerosamente -. Muchas gracias por cuidar de Will y de Arthur.

-No digas eso, querido – exclamó -. Sabes cuánto adoro a ese par de ángeles y los dos son tan parecidos a ti en su carácter.

-Gracias – murmuró John orgulloso y la acompañó hasta la puerta.

La señora Hudson agitó la mano hacia los piratas.

-¡Hasta luego, señores! ¡Arriba las velas o como se diga! – exclamó entre risas.

Jack y William le devolvieron el saludo con una sonrisa mientras se sentaban junto a la mesa de la cocina. El pequeño Will quedó sentado en el medio de los dos y Sherlock permaneció de pie, buscando noticias en su teléfono.

John llegó y les enseñó el bebé.

-Es precioso – sonrió William, mientras el médico se lo acomodaba en los brazos -. ¿Cómo se llama?

-Arthur Conrad – contestó Sherlock, orgulloso -. Es el nombre de mi abuelo materno.

-Hola Connie – saludó Jack, tocándole la nariz.

El bebé respondió con risitas.

-Su nombre es Arthur Conrad – corrigió Sherlock, exasperado -. Con John decidimos que no le pondríamos apodos – su esposo le apoyó la mano en el hombro para calmarlo y Sherlock rodó los ojos -. Dile cómo quieras, Jack Sparrow.

John y William intercambiaron miradas divertidas y el médico se dispuso a preparar el té para todos.

John William le comentó a Jack al oído que había galletas de miel y que eran sus favoritas. Más tarde, los cuatro degustaron la infusión sentados, menos Sherlock que bebió de pie.

-No podemos tardarnos mucho – apuró William Turner, trozando una galleta para el bebé -. Hemos dejado a nuestros hijos en el Pearl.

-¿Hijos? – repitió John asombrado -. ¿Ya tienen más de uno?

-En realidad tenemos gemelos – aclaró Jack con su sonrisita taimada.

John quedó paralizado en tanto Sherlock dejaba de escribir en su teléfono.

-Según los estudios, la concepción múltiple se hereda por el lado materno – explicó el médico -. Lo que significa que al descender de ustedes, yo también puedo llegar a tener gemelos.

Sherlock se atoró con el té y comenzó a toser compulsivamente.

-Vamos, Sher – lo alentó Jack -. Dos hijos al precio de uno no es tan malo. Ya tienes dos y podrían llegarte dobles. ¿Por qué te poner así? Todavía recuerdo tus consejitos sobre la paternidad aquella tarde en la bodega real.

El detective se golpeó el pecho para calmar la tos. John lo observó con su mirada admonitoria de “No seas melodramático.”

-Tenemos un hijo y una hija – declaró Will Turner orgulloso -. Henry y Pearl.

-Pearl salió toda una pirata – comentó Jack, henchido de orgullo -. Adora la vida en altamar y heredó todas mis mañas. Si vieran lo manipuladora que se vuelve cuando quiere conseguir algo.

-Debe ser todo un encanto de niña – murmuró Sherlock con sorna. Leyó un mensaje y guardó el teléfono -. Lestrade me necesita para que declare sobre los asaltantes. John, encárgate de nuestros invitados. William, Jack, siéntanse como en su casa, o su barco, o su niña, o como lo llamen. John William, termina tu té y las galletas. Volveré en un par de horas y podremos partir hacia Minas Tirith. Hasta pronto – se envolvió en su sobretodo negro, se anudó la bufanda azul y después de besar a su esposo y acariciar las cabecitas de sus hijos, salió.

John se levantó.

-Empacaré para el viaje. William – se dirigió a su hijo que acababa su té con un ruidoso sorbo -. ¿Deseas acompañarme o prefieres quedarte aquí con Jack?

-Quiero jugar con Jack, Ada – contestó el niño feliz.

El pirata le acarició los rulos rebeldes y el pequeño soltó risitas.

-Muy bien – aceptó John -. No me tardo.

El médico recogió a su hijo menor de brazos del pirata y se lo llevó con él.

El pequeño Will tomó de la mano a sus dos amigos y los llevó a la sala donde estaban sus juguetes para divertirse con ellos. Más tarde, la señora Hudson, entusiasmadísima de tener anfitriones piratas, los invitó al departamento refaccionado del 221c y John con su hijo mayor, los acompañaron.

Una hora después, John regresó al suyo donde ya Sherlock había regresado y lo esperaba mientras consultaba su propia computadora, no la de su esposo.

-¿Puedes creerlo? – exclamó John, acomodando su chaqueta en el respaldo de una silla -. Mis dos ancestros están jugando con nuestro hijo en el departamento de abajo.

-Ajá – respondió Sherlock sin prestarle atención.

Su esposo se le acercó, molesto.

-Sabes que lo que te estoy contando es más interesante que todos los casos que has resuelto en esta semana. Jack Sparrow y William Turner son mis antepasados, que vivieron hace trescientos años. Dime a cuántos de tus clientes les ha ocurrido algo similar.

-No sé, John – murmuró el detective, mientras escribía -. Yo desciendo del almirante Norrington, su archienemigo, ¿recuerdas?

John fue a la cocina a preparar la cena para Will y más tarde partirían hacia el “Black Pearl”.

-Eso no quita que trates de ser amable con ellos – amonestó el médico -. Después de todo, fue gracias a su ayuda que pudiste viajar a Arda a buscarme y fue gracias a ellos que conseguimos la ayuda de Mycroft.

Sherlock sonrió maliciosamente al recordar el susto que se había pegado su estirado hermano.

-¿Dónde está Will? – preguntó, cerrando la computadora.

-Ya te dije que quedó abajo jugando con Jack. ¿Te das cuenta de que no me escuchas cuando te cuento algo?

El detective hizo un mohín de desagrado. Como respuesta, oyeron los pasitos del niño subiendo a las corridas. Llegó a la sala vistiendo un paliacate rojo, igualito al de Jack, y albarolios de colores en el cabello. También tenía la cara maquillada como la de un pirata.

John rió enternecido pero a Sherlock no le gustó nada su aspecto.

-Increíble, John William. Vamos directo a darnos un baño.

-¡Sherlock! – protestó John.

-Mírale la cara. ¿Sabes lo nocivos que eran esos productos en esa época? ¡John! Eres un médico y deberías saberlo.

-Sólo es betún, Sherlock. Los marineros lo usaban para cubrirse los ojos del reflejo del sol en el mar.

-El betún impide que sus poros respiren. Vamos, William - y tomándolo del brazo, lo jaló hacia el baño.

-¡Ada! – pidió auxilio Will en dirección a John -. No quiero.

-Déjalo, Sherlock. Es sólo un niño y está disfrazado.

El detective se detuvo, rodando los ojos. Habiendo tantos disfraces, su propio hijo tenía que haber elegido uno de un pirata.

-Will, ven a preparar la mesa para tu cena – invitó John, mientras calentaba un plato de lasaña congelada en el microondas.

Sherlock liberó a su hijo, que corrió alegre hacia la cocina.

-El tío Jack es muy divertido – explicó alegremente y educado como era, buscó una bandeja, cubiertos y un vaso.

Sherlock suspiró. ¿Qué más podía hacer? Se sentó de cuenta nueva frente a su computadora y se dispuso a contestar emails para olvidarse del asunto.


………


Después de un baño de una hora, ya le daría Sherlock las excusas correspondientes a la señora Hudson cuando llegase la cuenta del agua y ellos regresaran de Arda, Will quedó despojado de cualquier rastro de maquillaje pirata y listo para dormir. Su padre lo vistió con su pijama de ositos y acomodó la ropa con la que se vestiría para el viaje: una camisa que tenía un auto bordado y era la preferida del niño, pantalones elegantes y zapatos. Le guardó la “lupa mágica” en el bolsillo y algunos caramelos para el travesía.

-Papá – llamó el niño, mientras su padre buscaba un cepillo para peinarlo -. Ya sé que quiero ser de grande.

-Detective para atrapar a los malos – recordó Sherlock.

-No.

Sherlock comenzó la difícil tarea de desenredarle los rulos. Will tenía el cabello demasiado ensortijado. Igualito al suyo.

-¿Sabes qué quiero ser, papá? – insistió el niño.

Su padre lo miró.

-¿Qué quieres ser, William?

-¡Pirata!

Esto fue demasiado. Haciendo uso de toda la parsimonia heredada desde Norrington hasta su padre, Sherlock preguntó.

-¿Por qué quieres ser pirata?

-Porque quiero ser como Jack.

-¿No te querías parecer a mí acaso?

Will sacudió la cabeza.

-No. Me gustan más los piratas, ¿savvy? – y soltó risitas.

Sherlock rodó los ojos en el momento en que John entraba con el bebé.

-Un hijo pirata, ¿cómo lo ves, Sherlock? A propósito, sería mejor que nos apuráramos porque mañana tenemos que salir temprano. Según Jack, Aragorn te está esperando ansioso y no tuvo tiempo de darles detalles.

-Lástima que esos piratas no tengan información sobre el caso – se lamentó Sherlock, y con una palmada en la espalda, le indicó a Will que se metiera en la cama.

John acomodó a Arthur Conrad en la cuna.

Ambos padres besaron a sus hijos y después de leerles un cuento, que Sherlock improvisó en la mitad por considerarlo obvio y aburrido, apagaron el velador.


……..

-Es preciosa – exclamó John, cuando William depositó a la pequeña Pearl en sus brazos.

Jack hizo otro tanto con Henry en brazos de Sherlock. Los dos bebés eran la imagen de William con los ojos hechizantes del Capitán Sparrow. Se notaba que además de la mirada, Pearl también había heredado su carácter porque con las manitas trepó al hombro de John y le tironeó el cabello.

-Te dije que debías cortártelo – bromeó Sherlock porque su esposo seguía conservándolo al ras.

Justo en ese momento, Henry le jaló uno de sus rulos.

-Hijo de piratas – bufó el detective -. Ya quiere requisarme el pelo.

Los cuatro rieron, en tanto los bebés hacían globitos con la boca alegremente.


……
Dos semanas después.

El puerto de Osgiliath se mantenía igual. Ni la distribución de las calles, ni el mercado, ni el sendero hacia Minas Tirith habían cambiado ni una piedra. Durante una semana atravesaron los campos labrados ya que era la época de cosecha, y al séptimo día vislumbraron la Torre de Ecthelion.

Dentro de la ciudad, los guardias los esperaban para llevarlos hasta el rey.

Las tres familias se saludaron efusivamente. John tuvo la gentileza de proponerle a Sherlock que vistieran las túnicas que Legolas les había obsequiado en Navidad, y Will y Earnil se abrazaron y brincaron muy contentos. Enseguida el niño quiso enseñarle su hermanito y el elfito se sorprendió de ver un bebé sin orejas picudas.

-Sólo conoce al bebé de Arwen, que nació el año pasado, y no se ha fijado en las orejas de sus primos – explicó Legolas a John y a Sherlock, haciéndole una caricia a Arthur Conrad -. Eowyn está embarazada de su primogénito y no hay otros bebés en la Corte. La hija de Haldir y Undómiel es una niña preciosa. Se llama Luthiel y los que la hemos visto coincidimos en que heredó la belleza de esa antepasada.

-Interesante – fue toda la opinión de Sherlock, y esto le valió un inmediato codazo de parte de su cónyuge.

En ese momento, ni siquiera él pudo vaticinar que años más tarde, aquella bebé elfa de cabellos negros y ojos grises se convertiría en la esposa de John William Watson Holmes.

Como siempre, Will Turner se abrazó afectuosamente a su gemelo y le enseñó sus bebés, que se deshicieron en risitas en brazos de su tío elfo.

Los concuñados se saludaron con entusiasmo hasta que Jack le reclamó a Aragorn una nueva visita a la bodega. El rey se limitó a rodar los ojos.

-¿Cuál es el caso? – interrumpió Sherlock, impaciente, rompiendo, típico en él, el encanto del reencuentro.

-Por aquí – le señaló Aragorn.

Después de dejar a los niños y a los bebés con Ithil, las tres parejas se adentraron en uno de los tantos túneles del palacio. Llegaron hasta una recámara, donde sobre una mesa, yacía el cadáver desnudo de un hombre.

-Pudimos conservar el cuerpo incorrupto gracias a un proceso “químico” – pronunció Aragorn la palabra y miró a John, que asintió condescendiente -, que enseñó Lord Elrond a los sanadores.

-El proceso de embalsamamiento – tradujo Sherlock y quitó su lupa y se inclinó para estudiar el cuerpo. Estuvo examinando aquí y allá mientras que el rey continuaba explicando.

-Se trata de Lith, hijo de Edoren, un mercader muy reconocido de Edoras. Los embajadores de Rohan han confirmado su identidad y me han prometido más informes sobre su familia. Según los guardias que la han interrogado, su esposa está horrorizada y según afirma se trata de un crimen. Sostiene que lo asesinaron y pusieron el cuerpo en la bóveda para engañarnos.

-¿La bóveda? – interrumpió William, mientras que Jack se entretenía observando unos tapices coloridos que colgaban de las paredes.

Legolas tomó la palabra.

-La bóveda es un salón que está en el cuarto piso, de difícil acceso, donde se guardan las joyas de la Corona – John y Sherlock intercambiaron miradas pensando en las británicas que se conservaban en la Torre de Londres -. Hace un mes, los guardias que la vigilan sintieron ruidos extraños y al entrar, encontraron a este hombre juntando alhajas dentro de un morral. Le ordenaron que se detuviera y al verse rodeado, intentó escapar por la ventana. Uno de los soldados le disparó una flecha y el ladrón cayó los cuatro pisos. Murió instantáneamente.

Sherlock observó la herida de la flecha en el hombro derecho y después la profunda que tenía en la cabeza. La primera no era mortal pero la segunda sí lo había sido.

-Imagínense nuestra preocupación ante la violación de una sala tan importante – dijo Aragorn, cruzando las manos en la espalda -. Quisimos saber cómo hizo este sujeto para entrar, quién lo ayudó y encontrar a todos sus cómplices. El caso se nos escapó de las manos y por eso pedimos tu ayuda, Sherlock.

El detective terminó de examinar el cuerpo y se irguió.

-En cuanto al modo en que ingresó, sólo lo puedo determinar observando la bóveda en cuestión. Y este cadáver, aunque valoro el esfuerzo que hicieron en conservarlo, me da pocos datos. Es un hombre de cincuenta años, activo, que se mantenía en buena forma. Antes de llegar a Minas Tirith, pasó un tiempo en Osgiliath, posiblemente una semana, no – corrigió, mirando una mancha en la pantorrilla -, diez días.

-¿Cómo lo sabes? – preguntó el rey, intrigado.

-Esta mancha me lo dijo – la señaló -. Hay tierra roja acumulada, que sólo encontré en esa ciudad. La de la capa inferior data de diez días antes que la superior, de lo que se infiere que estuvo en ese lugar por ese lapso de tiempo.

-Osgiliath – murmuró Legolas, entrecerrando los ojos como ranuras -. Nuestros soldados están persiguiendo a una banda importante de forajidos que creemos que opera ahí.

-Suena lógico – admitió Sherlock -. Seguramente, no se habrán atrevido a venir a la ciudad y cerraron trato con este mercader, prometiéndole una suculenta ganancia.

Aragorn se frotó la barba.

-La banda de Osigiliath. Con estos datos el caso se encamina.

-Me alegra haberles sido útil – sonrió el detective con falsa modestia.

-Si el caso está encaminado sólo queda una cosa por hacer – interrumpió Jack, regresando de observar los tapices -. ¿Dónde están las fiestas de bienvenida tan famosas de Gondor?

-Si hay algo que nos enseñó Sherlock Holmes es a anticiparnos a las personas conociendo sus características – contestó Legolas, sonriente. Intercambió una mirada con su esposo, que no se cansaba nunca de derretirse con una sonrisa suya -. Si nos acompañan al salón de fiestas, tendremos una cálida recepción con nuestros hijos.

-¿Hijos? – se quejó Jack -. ¡Pero con los cachorrines sólo podremos tomar jugo de manzana!

Will rodó los ojos.

-Jack – lo amonestó por lo bajo.

Aragorn se acercó a su concuñado y lo abrazó con el gesto del pirata.

-Habrá recepción en el salón, Jack. Pero yo preparé otra para Sherlock y para ti más tarde en la bodega.

Sherlock miró a John.

-Puedes ir, Sherlock. De hecho, se me antoja acompañarte esta vez. El vino de Gondor es exquisito.

-Bien que lo dices – contestó Legolas con picardía -. Recepción con los niños en el salón de fiestas y luego los seis enfilaremos hacia la bodega. Después de todo somos padres responsables y sabremos comportarnos.

Los cinco, sí, hasta Jack Sparrow, estuvieron de acuerdo.

…………

Los años transcurrieron para la familia Watson Holmes entre viajes a Arda y estadías en Londres. John William creció y siguió la carrera de médico forense para ayudar a sus padres a resolver los crímenes. En una de sus tantas visitas a Arda, llegó a Lothlórien y conoció a Luthien. Se enamoró de sólo verla, y a la sombra del mallorn donde sus padres se habían enlazado, le pidió convertirla en su esposa. No fue difícil convencer a sus padres, especialmente a Arwen, que a John le debía el haber tenido a esa niña.

Con el correr de los años, el Príncipe Earnil se convirtió en la joya de Gondor, el orgullo de sus padres y su gente. Aunque era un joven responsable, se conservó divertido y libre de prejuicios gracias a la educación de sus progenitores. Por eso, a nadie asombró cuando haciendo a un lado a las ricas herederas de Minas Tirith, se casó con Pearl Jacqueline Turner Sparrow.

Jack casi sufrió un soponcio cuando se enteró de que su “Perlita Pirata” se convertiría en reina de Gondor y brindó con mucho ron y miruvor. William se sintió tan alegre que no sólo se lo permitió sino que se unió al festejo. De Henry sólo queda por contar que terminó siendo el pirata más famoso de los siete mares y se casó con una hermosa y dulce muchacha londinense y de esta unión, siglos después, llegaron al mundo John y Harriet.

En cuanto a Arthur Conrad, desarrolló un ingenio agudo que lo convirtió en el favorito de Mycroft y apenas terminó sus estudios, su tío lo llamó para trabajar a su lado en una, según él, “posición insignificante dentro del Gobierno”.

Sus padres continuaron resolviendo casos y amándose, amándose y amándose. Trabajaron para las personalidades más renombradas y para la gente más humilde. El detective se mantuvo fiel a su lema: sólo ocuparse de casos que despertaran su interés.

Sherlock Holmes y el doctor Watson se convirtieron en leyendas vivas. Aunque en la intimidad, en el departamento 221 b de Baker Street, acostados y desnudos en la cama de acolchado escocés de trazos azules y granates, fueron siempre Sherlock y John.

…………..

¡Aiya!

Aquí está el capítulo final de la historia. Espero se hayan divertido. Muchas gracias por sus comentarios y su apoyo.

Muchos besos a todos y gracias por leer.

Midhiel

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