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Better Days por midhiel

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Better Days

El personaje de Sherlock Holmes pertenece a Sir Arthur Conan Doyle, mientras que los derechos de la serie de la BBC pertenecen a Steven Moffat y a Mark Gatiss. Sin embargo, el Sherlock de carne y hueso pertenece exclusivamente a John H. Watson.

Los personajes del Señor de los Anillos pertenecen al maestro J. K. R. Tolkien, aunque Aragorn es exclusivo de Legolas y viceversa.

Y Piratas del Caribe es de Disney. Pero el Capitán Jack Sparrow es de Will Turner y viceversa.

Hechas las aclaraciones, repito que no se recibe ningún crédito por esto.

La canción que le da nombre al título es de Eddie Vedder.

El fic va dedicado a una amiga que adora estos tres fandoms, y que me leyó y corrigió muchas veces, Prince Legolas. También quiero agradecerle el haberme sugerido y prestado el nombre de Auril.

Ahora sí, el capítulo.

Capítulo Siete: El Otro Mundo

Lestrade quedó de una pieza al ver quien irrumpía en las oficinas.

Sherlock llegó acompañado de una mujer menuda con mirada amable, y le hizo una seña al inspector para que entrasen en el despacho. Lestrade obedeció y cerró la puerta a sus espaldas.

-Aquí está la doctora Amanda Cullen – la presentó el detective -. La obstetra de John. Ella nos acompañará en una ambulancia para atenderlo apenas lo saque del castillo de Bolingrove.

-¿Obstetra? – se asombró Lestrade.

-John está esperando un hijo – confesó Sherlock -. Mi hijo. No voy a entrar en detalles ni perder el tiempo dándote una explicación medianamente lógica del asunto pero debes saber que mi esposo está gestando a nuestro hijo. Es ésa la razón por la que Moriarty lo secuestró y goza teniéndome en vilo. La doctora lo atendió y conoce su situación mejor que nadie.

Completamente en shock, Lestrade abrió la boca para decir algo, pero Sherlock lo detuvo.

-Ahora lo importante. John está secuestrado desde ayer en el castillo de Bolingrove, propiedad de Ernst Reichenbach, un rico empresario de ascendencia alemana que tiene fuertes conexiones con Moriarty. Se encuentra al norte de la ciudad y lleva décadas deshabitado. Antes de venir, recorrí el área y vi que se trata de una torre de ciento noventa y seis pies de altura y ciento treinta de diámetro. Está situada en una zona despoblada, con pocas viviendas y muchos árboles. Está a una legua de un barrio residencial que se está terminando de construir. Hice averiguaciones entre los pocos pobladores y me dijeron que. . .

-Sherlock, aguarda – lo detuvo el inspector, mareado -. Vamos por puntos. ¿John está esperando un hijo tuyo?

La doctora quiso responder, pero el detective tomó la palabra.

-¿Todavía sigues pensando en eso? – increpó, exasperado -. Es mi esposo, tendremos un hijo y punto. Antes que nada, aquí está el nombre de tu traidor – extendió un papel sobre la mesa. Lestrade leyó el nombre de Michael Anderson -. Sabía que ese neuronal me las tenía jurada pero nunca pensé que además de bruto sería un criminal. Tienes que apartarlo del equipo con sutileza, que no sospeche nada, y cuando hayamos rescatado a John, se le presentarán los cargos correspondientes. Si sigues mis instrucciones, podríamos tomar la torre por asalto esta misma noche y. . .

-Sherlock, espera – interrumpió Lestrade por segunda vez. Estaba abrumado con la cantidad de información que el detective le soltaba -. Vamos por partes. ¿De dónde sacaste estos datos?

Sherlock lo miró intensamente.

-¿Alguna vez te fallé? ¿Alguna vez te proporcioné información errónea? ¿Alguna vez mis deducciones te hicieron perder un caso? O por el contrario, siempre acudiste a mí porque soy el mejor y nunca me equivoco. Te estoy presentando el caso que puede reivindicarte, Lestrade. ¡Aquí mismo! – golpeó el papel -. Moriarty se está burlando de ti porque tiene a un soplón entre tu gente. Acabas de leer su nombre. Si vas a hacerme perder tiempo exigiéndome pruebas, me alejaré y rescataré a John por mis propios medios. Pero nunca regreses a mi departamento a pedirme consejo. Sin embargo, si me ayudas y obedeces, el crédito será para ti y podrás solicitar mis servicios todas las veces que necesites. ¿Qué me dices?

-No dudo de tus habilidades. Pero si vamos a movilizar a un escuadrón hasta una torre abandonada, propiedad de un empresario, necesito tener buenas razones.

-Mi fuente es fidedigna – aclaró Sherlock y por el tono cortante, la doctora y el inspector entendieron que estaba perdiendo la paciencia -. Obedéceme esta vez y todos saldremos ganando.

-Quiero pruebas – sostuvo Lestrade, cruzando los brazos en el pecho -. Entiende que esto funciona burocráticamente, Sherlock. No puedo movilizar hombres y equipo por lo que para algunos podría parecer un capricho tuyo.

-¿La vida de mi esposo es un capricho? – se enojó el detective -. ¿Quieres pruebas, George Lestrade? Aquí las tienes – extendió otro hoja, esta vez se trataba de un documento. Lestrade quedó estático por el asombro -. ¿Reconoces el sello que encabeza la nota? – el inspector asintió -. Bien, mi fuente es el Servicio Secreto Británico. ¿Ahora se te apetece otra prueba más?

Lestrade sacudió la cabeza y con un suspiro, decidió poner manos a la obra.


………


Arda. La Tierra Media.

En el corazón de Eryn Lasgalen o Bosque Verde, antiguamente llamado Mirkwood cuando la sombra de Sauron lo invadía, se levantaba el reino élfico del Rey Thranduil Oropherion. Las casas y el palacio consistían en laberínticas cavernas que nacían de las entrañas del suelo y se elevaban hasta superar las copas de los árboles más altos. En el aspecto exterior, las grietas de las cuevas habían sido bellamente esculpidas para darles la forma de elfos y plantas, y en el interior había espaciados corredores que servían de ventilación y conectaban distintas habitaciones, todas iluminadas artificialmente. El arte ornamental constituía principalmente motivos silvestres y aunque era más rudimentario que el Imladris o Rivendell, no dejaba de guardar cierta sobriedad y elegancia.

Día y noche, dos soldados custodiaban el único portón que permitía el acceso a las cavernas.

Legolas Thranduilion y su esposo, Aragorn Telcontar, Rey de Gondor, descendieron de sus corceles en la entrada. Habían sido convocados por el Consejo de los Pueblos Libres, que se reuniría esa mañana en el Salón del Trono.

-¿Supones que pueda tratarse de tu hermano? – inquirió Aragorn, mientras entregaban sus caballos -. ¿O de tu cuñado? – alzó una ceja con un mohín burlón.

-Es tu concuñado – respondió Legolas, frotándose el vientre abultado. Llevaba casi nueve meses de embarazo y a pesar de las protestas de su marido y dada su anatomía élfica, había podido hacer el viaje cabalgando -. No lo olvides, melleth.

Aragorn suspiró, mitad receloso y mitad resignado.

Los guardias reconocieron a su príncipe y al Rey de Gondor y les abrieron el portón. Aragorn sintió un ligero escalofrío. No temía la oscuridad de las cuevas y de hecho, para reunir al Ejército de los Muertos, había entrado en una encantada con su esposo y Gimli. Sin embargo, habiendo sido criado en los aireados pasillos de Rivendell, ingresar en un palacio cavernoso le producía una sensación molesta. Legolas lo sabía y por eso le sonrió condescendiente a la luz de las antorchas. Aragorn le devolvió el gesto con una caricia en la mejilla.

Después de ascender y descender por diferentes corredores que conectaban las diversas viviendas de los pobladores, los esposos entraron en el palacio y, tras recorrer más pasillos, desembocaron en una sala cuadricular de piso marmóreo, sin ventanas ni cortinas. Estaba decorada con dos hileras de estatuas posadas en pedestales, que, enhiestas, sostenían antorchas y conducían a un trono de roble, ricamente tallado con motivos silvestres. Las paredes refulgían con gemas incrustadas. En el centro, se hallaban reunidos en círculo los personajes más ilustres de Arda: Galadriel, Gandalf, el Mithrandir, Lord Elrond y Thranduil, acompañado de su amadísimo Príncipe Consorte y Ada de Legolas, Lilómea.

-Adar – murmuró Legolas, y dobló una rodilla con una profunda reverencia ante el rey, su padre. Aragorn extendió la mano hacia su suegro.

El rey elfo se la estrechó y abrazó a su hijo. Lilómea se les acercó y fundió a Legolas en un abrazo más profundo. Ambos progenitores miraron la barriga redondeada de su hijo y el joven se la acarició tiernamente.

-¿Este llamado tiene que ver con Auril? – preguntó Legolas, preocupado.

Sus padres asintieron lánguidamente.

-No con él de forma directa – explicó Galadriel, que los había oído desde su sitio.

Aragorn sonrió, recordando la agudeza auditiva de los elfos. Lilómea lo abrazó con cariño.

-Legolas, Estel, acérquense – invitó Elrond.

Legolas se aproximó junto con su padre, en tanto Aragorn caminaba sosteniendo a Lilómea del brazo.

Gandalf les sonrió a modo de saludo, mientras que Galadriel y Elrond asentían con la cabeza y les hacían lugar dentro del círculo.

Los jóvenes saludaron a cada uno de los allí reunidos.

Presentados los respetos, Galadriel tomó la palabra.

-La situación que se presenta es grave – declaró, envuelta en su mirada seria e inaccesible -. La sangre de Thranduil Oropherion en el otro mundo se extingue. Su último descendiente varón morirá junto con su único vástago. Debemos actuar de inmediato.

Legolas y Aragorn la miraron sin entender.

-John Harold y Harriet Watson son los últimos descendientes directos de Auril en el mundo llamado Tierra – les explicó Galadriel -. Harriet se niega a procrear. De hecho, veinte años atrás, concibió y se deshizo del niño.

Legolas sufrió un estremecimiento. El aborto era considerado uno de los peores crímenes entre los elfos.

-John está esperando un niño ahora – siguió la Dama el hilo del relato -. Su anatomía humana no está preparada para afrontar una gestación a término, pero los conocimientos avanzados de los hombres en materia de sanación pueden ayudarlo en ese trance. Sin embargo, la maldad imperante en ese mundo va a acabar con su vida antes de que dé a luz.

-John Watson fue secuestrado cerca del sexto mes y se lo mantiene cautivo, sin cuidados ni atención, para que fallezca – comunicó Elrond sombríamente -. Ya le queda poco tiempo.

Lilómea apretó la mano de su esposo. Thranduil suspiró suavemente.

-¿Cómo podemos salvarlo? – preguntó Legolas angustiado.

-Es poco lo que se puede hacer – respondió Galadriel -. El cuerpo humano de John está sucumbiendo y aunque hoy mismo sea rescatado, las consecuencias serían devastadoras para él.

-Lo único que podemos hacer por él es traer su fear hasta aquí para preservarlo – expuso Gandalf, con ambas manos apoyadas en su vara blanca -. Mandos le otorgará un cuerpo élfico y lo cobijará en sus Salas hasta que Sherlock Holmes esté preparado para buscarlo.

-¿Qué será del niño? – indagó Thranduil -. …l también es mi descendiente.

-Lo urgente es salvar a John Harold Watson – explicó Elrond -. Su hijo estará protegido con su otro progenitor.

-¿Quién es el otro progenitor? – preguntó Aragorn.

-Se llama Sherlock Holmes – declaró Elrond en dirección a su hijo adoptivo -. …l y John Watson se casaron hace ya cuatro años y su matrimonio fue bendecido por Elbereth con la llegada de un hijo.

-Sin embargo, lo que debía ser motivo de alegría y esperanza se está convirtiendo en desesperación para ellos – suspiró Galadriel -. El corazón de los hombres a veces es oscuro como la sombra que cubría este bosque en otro tiempo. Un enemigo de Holmes, buscando venganza, secuestró a su esposo y lo está asesinando lentamente para crearles a ambos una dolorosa agonía. John Harold Watson no resistirá más allá de esta noche. El tiempo nos apremia. Debemos actuar enseguida.

Aragorn se adelantó un paso.

-Legolas y yo estamos dispuestos a viajar a ese mundo y traerlo hasta aquí – expresó con la mano sobre el pecho. Su marido asintió con firmeza.

Los reyes del Bosque Verde los miraron agradecidos.

-Mucho les agradecemos su ofrecimiento, Aragorn Telcontar– declaró Galadriel con su sonrisa enigmática -. Sin embargo, ya escogí a quienes irán a buscarlo.


……………

Lestrade reunió a sus hombres y acompañado de Sherlock, declaró que finalmente habían descubierto la última guarida de Moriarty. Se trataba de una casa cercana a los jardines Lauriston en Brixton. Se asignaron los puestos y el plan de ataque, y el grupo se dispersó para prepararse.

Con mirada sigilosa, Anderson aguardó a que sus compañeros estuvieran los suficientemente distraídos para no reparar en él y se coló en el corredor que llevaba a un depósito, mientras escribía velozmente un mensaje en su teléfono. Entró, cerró la puerta sin encender la luz y cuando iba a oprimir la tecla de envío, sintió el caño frío de una pistola sobre la nuca.

-Lo envías y disparo – declaró la voz helada de Sherlock a sus espaldas.

Tal fue el susto, que el forense soltó el teléfono. El ágil detective se inclinó y lo atrapó antes de que se estrellase.

Lestrade encendió la luz. …l también le estaba apuntando con un arma.

-Arriba las manos, Anderson.

Viéndose sin salida, el forense obedeció y las cruzó en la cabeza.

-“Se dirigen a Brodington St. La ubicación sigue siendo segura” – leyó Sherlock el mensaje en voz alta y se lo pasó al inspector, sin dejar de encañonar al forense.

Lestrade se acercó y tomó el teléfono.

-¿Cómo pudiste, Anderson? – acusó, decepcionado.

El forense pasó saliva.

-¿Por qué lo hiciste? – reclamó Lestrade alzando la voz.

-¿Por qué? – repitió Anderson con desdén. La pistola le congelaba el cuello y aunque era un cobarde, el odio hacia el detective pudo más. A duras penas, Sherlock se contuvo de dispararle -. Porque este psicópata que hace con usted lo que quiere, no puede aceptar perder. Siempre tiene que ganar. ¡Siempre!

-Estás mintiendo – declaró Sherlock fríamente -. No juegues con mi paciencia, Anderson, y dinos la verdad. ¿Cuánto te está pagando Moriarty? ¿Quién es el nexo entre tú y él? Moran, ¿cierto? Apuesto a que no sabes quién es Moran y pasaste estos tres meses recibiendo dinero de un extraño.

El forense no respondió. El detective le acercó los labios al oído y murmuró.

-Estás acabado. Tu cerebro de mosquito no te salvará esta vez. Estás condenado, digas la verdad o mientas, así que no consumas más neuronas que son un bien escaso en ti.

-El condenado es tu marido, freak – se mofó Anderson -. ¿Cuánto tiempo crees que soporte hasta reventar como un sapo?

Sherlock se mordió los labios, mientras sus dedos se deslizaban por el gatillo. Lestrade vio lo que pasaba e intervino con rapidez.

-Sherlock, el tiempo apremia – sacó unas esposas de su bolsillo -. No malgastes energías en él.

El detective recapacitó y después de unos segundos, dejó que su cerebro prevaleciera sobre su furia y no disparó. Aunque siguió encañonando al traidor.

Anderson soltó un gemido cuando Lestrade le apartó las manos de la cabeza para esposárselas mientras que Sherlock le amartillaba el arma para que no opusiera resistencia.

Una vez esposado, el detective lo sacó de allí a los empujones y una vez que estuvo incomunicado dentro de una celda monitoreada, se dispusieron a partir hacia el castillo.

-Envía el mensaje de Anderson – ordenó Sherlock, mientras se acomodaban en el coche. Apoyó los codos en las rodillas y se acarició el mentón con los dedos en actitud reflexiva -. Que Moriarty crea que nos dirigimos a Brondigton St. Así el asalto será una verdadera sorpresa.

Lestrade oprimió la tecla de envío y guardó el teléfono.

………………..


John gimió de dolor. No soportaba más la tortura. Acostado de lado, se sacudía débilmente sin encontrar alivio. La respiración se le dificultaba cada vez más y el sufrimiento en las entrañas no le daba tregua.

La falta de aire y la hinchazón hicieron que perdiera el conocimiento. Uno de sus guardianes notó que se había desvanecido y corrió a avisar a su jefe.

Cuando recibió la noticia, Moriarty no pudo esconder la sonrisa de triunfo y enredando los brazos como hiedras en el torso curtido de su amante, le ordenó que lo poseyera como un último grito de victoria.


……………..

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