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Amor Obsesivo por camau

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Notas del capitulo:

La decepción amorosa de Erick

Espero que les guste ovo -huye [?]-

 

P.O.V. Erick

 

Me encontraba en la Universidad, acompañado de Juan y Salomón, mis dos amigos. Juan era extrovertido, fiestero, el chico deportista de nuestra clase. Salomón era algo más tranquilo, era como el filósofo.

Juan era sin duda un Heracles, pues sus marcados músculos y su fuerza física lo hacían casi invencible en competencias de atletismo y halterofilia. Él era de una belleza tan masculina que costaba creer que era gay. Tenía un novio de 18 años que aún cursaba el último semestre de preparatoria. Eso solo lo sabíamos Salo y yo.

Salomón era más relajado, no hacía deporte ni aunque le amenazaran con cortarle el suministro de marihuana. Se la pasaba con las narices metidas en algún libro y tenía la manía de vestirse un tanto "hippie". Había veces en las que no se bañaba por un mes entero, pero siempre cedía su lado "civilizado", por así decirlo, y aparecía un día completamente arreglado e impecable.

Yo creo que era de esos días en los que reaccionaba y no se drogaba por unas semanas. Pero siempre volvía a hacerlo.

A mi hermano no le agradaba que tuviera un amigo drogadicto, pero Salo siempre había sido muy respetuoso con nosotros y no nos trataba de inducir a los vicios que, estando limpio, aborrecía.

Bueno, la historia de Salo es algo aparte, solo sé que sufrió mucho en su infancia, como yo. Juan, por su parte, tenía una razón de ser. Su padre siempre lo había tratado de "marica" y eso lo había orillado a hacer cosas "demasiado masculinas" para demostrarle de alguna manera a su padre lo equivocado que estaba... o quizá porque no aceptaba lo que era... quizá para satisfacer a su padre y que tuviera esa imagen de "macho" que él quería de su hijo.

Como fuera, los tres parecíamos totalmente incompatibles, pues yo era un chico bastante retraído, solitario. Era como una mezcla que en cualquier momento explotaría, pero jamás ocurrió. Era como si nos complementáramos. Yo era como el árbitro entre los dos. Si bien yo no tenía ningún vicio similar al de Salo ni la afición deportiva de Juan,  tenía la manía de pasarme el rato pegado al internet como ellos.

Eso había sido lo que me había ayudado a salir de mi depresión, supongo, y posteriormente conocer a Alex. Él había sido el ángel que había guiado mis pasos durante casi un año, y haberlo conocido había sido el placer más grande de toda mi vida.

Mandé mensajes casi toda la mañana, entre clases. Mi ángel me mantenía más feliz que nunca y quería verlo cuanto antes. No podía creer cuán lento se pasaba el maldito tiempo cuando no estaba con él, e irónicamente al estar con él se pasaba tan rápido que lo odiaba.

Bien dice la canción: "Maldito el tiempo que se acaba, cuando estoy contigo, maldito, maldito el tiempo en que tú no estás..."

Bien, esa canción la oí alguna vez en el autobús de camino a mi casa. No era mi género preferido, pero cuánta razón tenía esa canción.

Me ocurre muchas veces que una canción se me queda pegada todo el día... Esa canción se me pegó toda la mañana. Después me vino a la mente algo así como "Si lo sé, mi vida, que tú y yo estaremos juntos solo un instante que, callados miraremos el cielo en la ventana, este mundo que despierta..."

Quería estar con él... ¡Cuánto quería estar con él! Sentir sus manos, sus cálidos labios sobre los míos, sobre mi piel...

Le conté a Juan y a Salo lo que había pasado...

-Oye, creo que deberías de calmarte un poco... Es decir...- Salo quiso advertirme lo mismo que mi hermano, pero solo sonreí y asentí.

-Lo sé, te prometo que todo va a estar bien. Sé que él es la persona con la que estaré el resto de mi vida. Yo sé que estaremos juntos hasta el fin de nuestros días. -respondí con gran devoción.

-Amigo, en serio...-me palmeó la espalda Juan. -Confío en que tú sabes lo que haces, pero... Si necesitas algo, aquí estamos, ¿va?

-Sí, gracias. -sonreí. Entendía el sentir de los que me querían. -De verdad, no se preocupen. Si algo surgiera, sé que cuento con ustedes, como siempre.

Ellos habían sido quienes me habían detenido en aquel momento en que... En que sucedió eso que me llevó al psiquiátrico por un mes. Pero no sucedería de nuevo, lo sabía.

En aquella época, tenía yo 18 años y acababa de entrar en la universidad donde los había conocido a ellos. Ahí había conocido también a Luis, el que pensé que era el chico de mi vida, el chico perfecto... Era un chico bastante apuesto, de complexión media, cabello castaño claro, ojos miel y piel aceitunada. Era unos cuantos centímetros más bajo que yo solamente. En aquel momento yo creía que nuestro amor era tan hermoso, eterno, invencible...

Pero no fue así...

Quizá era hora de olvidar aquellas cosas tan horribles, porque si bien había salido del hospital psiquiátrico porque ya estaba suficientemente bien como para afrontar al mundo, no había olvidado su traición y me dolía, pero al menos yo sí podría verlo a la cara. Él incluso se mudó a otro estado, pues todo el mundo sabía que había sido culpa suya que yo hubiera querido quitarme la vida.

Si mal no recuerdo, habían pasado solo dos meses de que habíamos comenzado nuestra relación, e incluso teníamos sexo frecuentemente. Él me juraba que me amaba... Realmente nunca supe cuál fue la razón de que me hiciera aquello... ¿Se cansó de mí? ¿Por qué? Yo lo amaba con todas mis fuerzas... Le había entregado todo mi ser...

FLASH BACK

-Nos vemos mañana amor, descansa. -le besé la frente y después los labios. Salí de su casa y me dirigí a la mía. Eran casi las nueve de la noche y mi hermano saldría de trabajar hasta las 10, pero conociéndolo, seguro lo haría hasta las 11.

La casa de Luis quedaba relativamente cercana a nuestro departamento y solo debía caminar seis cuadras, cruzar una avenida por el puente peatonal y una cuadra más.

Esta noche me había vuelto a casa porque mis amigos, Salo y Juan, habían quedado de ir a mi casa para terminar un proyecto. Les llevó mucho rato convencerme pero al fin lo hicieron y me marché a casa, ellos se quedarían ahí en el departamento, a dormir.

Iba a penas a mitad de camino cuando recordé algo: había dejado mi mochila en casa de Luis y, si bien podía recogerla por la mañana, debía volver porque ahí tenía el libro que había sacado de la biblioteca para terminar nuestro proyecto.

Pensé en enviarle un mensaje a Salo y Juan para que supieran que tardaría unos minutos más y así lo hice. Regresé a la casa de Luis y justo me faltaban unos cuantos metros para llegar cuando vi una sombra frente a la puerta.

Con la oscuridad como cómplice, me quedé vigilando, curioso de saber quién era. Según lo que sabía de Luis, él no tenía familia en la ciudad, así que pensé que sería algún amigo suyo. Me dispuse a seguir y pedirle que me diera mi mochila, pero vi entonces que una segunda sombra salía y se abrazaba a la primera. Se fundieron en un beso muy largo e intenso que me dejó helado.

-No... Es otra persona... tiene que ser otra persona...- traté de convencerme, pero miré las casas que había a mi alrededor. No podía equivocarme, era la casa de Luis. Él no tenía compañeros de piso, vivía solo en una casa que sus padres rentaban para él.

Comencé a respirar agitadamente y me acerqué lentamente. Unos metros más adelante, la luna llena salió de tras unas nubes e iluminó todo tenuemente, aclarando mi panorama.

-L-Luis...- me detuve a unos tres metros de aquellos dos. Se separaron de inmediato y Luis me miró, completamente anonadado. Juraría que se puso pálido, pero realmente no veía con claridad.

-E-Erick... Y-Yo... P-Puedo...-trató de articular.

-¿Quién es este?- inquirió aquel muchacho que era más o menos de mi estatura, de complexión más delgada que la mía y de piel pálida, cabellos castaños y... no pude ver sus ojos, pero su voz decía todo, estaba molesto.

-Pepe, te puedo explicar...- musitó y le sujetó el brazo al notar que pretendía irse. Volteó a verme. -Erick... -quería articular algo, pero no podía.

Yo me quedé ahí, de pie frente a ellos, como idiota. Sentía cómo mi corazón se rompía en miles... millones de pedazos... sangraba... Mis piernas empezaron a temblar y mis lágrimas empezaron a desbordarse.

-Pues explícamelo ya.- le exigió aquel chico.

Yo me di la media vuelta, olvidándome de por qué había vuelto. Corrí lo más rápido que pude y hasta que me ardió tanto el pecho que sentí que moriría... Pero solo recordar aquella imagen... ¡Quería morir!

Llegué al puente peatonal y miré hacia abajo. No tenía más que una baranda de un metro y medio de alto, no sería nada difícil subir a ella y tirarme... Unos 7 metros o más era la distancia de ahí al suelo. No pasaban muchos autos, pero no importaba, quizá la sola caída me mataría.

Me subí por la baranda y casi llegué hasta arriba cuando sentí unas manos sujetándome.

-¡Suéltame! -le grité a pesar de que no sabía quién era.

-¡Erick! ¡Reacciona!- oí la voz de Salo. Él me sujetaba tan fuerte como podía.

-¡Erick! ¡Por favor!- la voz de Juan se hizo apremiante. -¡Por favor, basta! - parecía haber llegado a penas. Él, que era más fuerte que Salo, me sujetó y me bajó sin problema. -¡¿En qué diablos estabas pensando?!- me regañó, pero Salo lo reprendió.

-¡Déjalo! -Salo me abrazó. -¿Por qué querías hacer eso? -preguntó más suavemente y me sujetó con fuerza, pues yo todavía forcejeaba. -Erick...

Me dejé caer de rodillas y él siguió abrazado a mí. Ya no tenía fuerzas, en parte por mi carrera y en parte porque había forcejeado bastante con ellos. Luego me dijeron que habían sido los quince minutos más largos de sus vidas.

-Vamos, Erick... amigo, vamos a casa.- habló Juan y me sujetó entre sus fuertes brazos, levantándome.

Pronto estuvimos en el departamento y Salo se encargó de llamar a mi hermano, quien no tardó en llegar.

-Por Dios, Erick, ¿qué te pasó?- me abrazó con fuerza. -Erick, ¿por qué? -ahogó un sollozo.

Yo no respondía a sus preguntas, por más que los tres querían saber qué sucedía. Simplemente no podía articular palabra.

Resolvieron quedarse a cuidarme y por la mañana llevarme con algún doctor. Yo me quedé acostado en mi cama, con las lágrimas saliendo como si no tuvieran fin, pero sin expresión alguna. Estaba como ido... Absorto en aquella pesadilla que me estaba consumiendo.

Salo estaba dormido a un costado de mi cama, era el más cercano a mí, pues era el del sueño más ligero. Juan estaba al otro costado y mi hermano estaba al pie de la cama.

Me levanté tan sigilosamente como pude, esperando que Salo no despertara. Fui al baño y miré que Salo se levantaba y cerré la puerta de golpe.

-¡Erick! -golpeó la puerta a sabiendas de que no había entrado ahí precisamente para hacer mis necesidades. Nuestras miradas se habían encontrado un segundo antes de que yo cerrara la puerta.

Me miré en el espejo del baño, mis ojos estaban completamente enrojecidos y seguían brotando de ellos amargas lágrimas... Si bien eran transparentes como el cristal, me parecía que eran de sangre.

-Luis... -musité y oí un golpeteo en la puerta.

-¡Erick! ¡Abre la puerta! -oí la voz de Juan.

-Luis...- abrí la casilla tras el espejo. Había una navaja pequeña, de afeitar. -¿Por qué?- musité y me apoyé en la pared, deslizándome hasta llegar al suelo y quedar sentado. Tomé entre el índice y el pulgar aquella fina navaja y la miré. -Ya no quiero que me duela...-aquella imagen de Luis con aquel chico regresó a mi mente por enésima vez. -Yo sí te amo... ¿Por qué? ¿Por qué me hiciste esto?- pregunté al aire casi sin voz.

-¡Abre la puerta!- oí la voz de Jorge, estaba desesperado. Un sonido metálico me hizo saber que él estaba probando varias llaves para abrir la puerta.

-¡Háganse a un lado!- Juan empezó a golpear la puerta con el hombro.

-Adiós...- Presioné aquella navaja contra mi muñeca izquierda, cortando lenta y profundamente. Aquel dolor me parecía mitigar el que sentía mi corazón... mi alma entera... La sangre comenzó a brotar de aquella herida y mantuve mi muñeca frente a mí, mirándola... -Cuánta sangre... ¿Así sangra mi corazón?- ya no podía ni hablar, solo tenía esos pensamientos. -Tiene que sangrar más...- me hice un segundo corte, ahora en la otra, aunque este fue menos profundo porque comenzaba a sentirme sin fuerzas.

Miré mi regazo, estaba completamente anegado en sangre al igual que el piso. Era tan rojo y tan brillante que sonreí.

-Ojalá lo estuvieras viendo...

La puerta se abrió de golpe y estuvo a centímetros de golpearme, pero eso no me importó. Juan respiraba agitadamente y Jorge entró de prisa.

-¡Erick! ¡Erick! ¡¿Qué hiciste?! -me sujetó entre sus brazos. -¡Salo, llama a una ambulancia! - oí pasos alejarse, supuse que era Salo que había ido a buscar su teléfono. El sonido de tela rasgándose llamó mi atención. Jorge había rasgado su camisa y había atado alrededor de mis antebrazos unas tiras de tela, tratando de contener la hemorragia.

Juan se hincó a mi lado y trató de mantenerme despierto, dándome ligeras palmadas en la cara. Pronto sentí que Jorge me alzaba y me llevaba fuera del baño, supongo que hacia la calle para que en cuanto llegara la ambulancia me llevaran al hospital. Perdí el conocimiento en algún punto entre el baño de mi habitación y la puerta de entrada al departamento.

Cuando desperté, estaba en el hospital, con las muñecas vendadas y una enfermera me estaba haciendo una transfusión. Me sentía realmente cansado, mareado, con frío e incapaz de coordinar mis propios pensamientos. Al menos no recordaba en ese momento la razón de mi intento de suicidio.

Un rato después me quedé dormido de nuevo. Creo que así pasó todo un día, despertándome y durmiéndome a cada rato.

-Hola...- me saludó Jorge y me tomó de la mano suavemente. Me soltó en cuanto vio mi mueca de dolor. -Lo siento.

-¿Qué pasó? -pregunté casi sin voz.

-Hermanito, después... Ahora solo recupérate, ¿sí?- me besó la frente. -Vas a estar bien.- su voz estuvo a punto de quebrarse. -¿Sabes? Ya tenías dos días dormido, ni siquiera te dabas cuenta de que aquí estábamos... Pero ya estás mejor, ¿no? ¿Cómo te sientes?

-Mareado... Cansado... Pero me alegra mucho verte.-sonreí sin fuerzas. -¿Y Luis? -Realmente no recordaba nada en ese momento. El semblante de mi hermano cambió por completo y no me respondió. -Tengo sueño...- quería decirle algo más, pero el sueño me venció nuevamente y estuve otros dos días en el mismo estado de letargo. Las transfusiones me estaban recomponiendo, pero quizá era mi inconsciente estado depresivo el que no me dejaba salir adelante.

Luego de dos semanas y media de estar en el hospital, de recordar lo sucedido y de llorar hasta cansarme, de tratar de abrir mis heridas y de forcejear contra las correas de la cama, me trasladaron al hospital psiquiátrico de la ciudad. Nunca olvidaré la imagen de mi hermano cuando me tuvo que dejar ahí. Estaba completamente abatido, desesperado, cansado... Y todo por mi culpa...

Los primeros días comencé a luchar contra los que yo veía como mis captores. Aquellos hombres vestidos de blanco que me llevaban a los lugares a los que tuviera que ir, ya fuera para recibir mi medicación y asegurarse de que la tomara, comer, para llevarme a mi habitación y atarme a la cama o para acompañarme a asearme, hacer mis necesidades; incluso para la hora en que me permitían salir al jardín.

-¡Déjame! - forcejeé con el enfermero. Él trataba de sujetarme lo suficientemente fuerte como para contenerme, pero cuidaba de no lastimarme. -¡Tengo que ver a Luis!

Otro enfermero se acercó y vi aquella jeringa a la cuál temía tanto. Era un tranquilizante muy fuerte, pues los anteriores no me habían detenido. El primero me sujetó muy fuerte y el otro me inyectó aquella sustancia.

-¡No! ¡No! -luché con todas mis fuerzas pero no fue suficiente. Pronto sentí que las fuerzas me abandonaban y el primero me llevó en brazos hasta la habitación, donde me ató a la cama de pies y manos.

Creo que el peor día de todos fue el día en que recordé lo sucedido de nuevo... Aquellos recuerdos eran tan reales que incluso me zafé del agarre de mi enfermero y salí al jardín, donde alcancé a arrancarme las puntadas de las muñecas antes de que él me diera alcance. Mi sangre comenzó a salir nuevamente, aunque no tan profusamente como la primera vez. Mi enfermero me llevó rápidamente a la enfermería y ahí me mantuvieron durante tres días, sedado.

Cuando el doctor lo consideró prudente, me enviaron a mi habitación de nuevo, ahora con dos enfermeros.

Cuando comencé a mejorar por efecto de la medicación, pude salir al jardín sin problemas, admirar aquel paisaje y sentarme en una banca a ver la gente pasar. Mi bata beige y mis pantaloncillos del mismo color me llegaron a parecer graciosos. Quizá esa medicación había sido demasiado fuerte para mí y comencé a preguntarme si era así como se sentía Salo cuando "viajaba".

Realmente me sentía muy bien, capaz de hacerlo todo, enfrentarme a un ejército o escalar la montaña más alta del país. Me sentía genial y a mis enfermeros les había dado un respiro.

-Hola... ¿Cómo te llamas?- me preguntó un muchacho de unos 27 años, de piel acanelada pero algo pálida por quizá haber dejado de comer, pues se notaba bastante delgado.

-Erick, ¿tú?-contesté alegremente.

-Pablo... -miró a todos lados antes de sentarse junto a mí. -¿Sabes qué les hacen a los tipos como tú y yo? Cuando todo comience a ir bien nos van a descuartizar... Me lo dijeron ellos...- señaló a un costado suyo y vi que no había nadie. -¿Sabes por qué? Porque no nos necesitan...-musitó. -Mis padres me dejaron aquí hace seis años... Ahora vienen unos sujetos disfrazados de ellos... Me quieren desaparecer... Pero mis padres van a volver por mí... Pronto van a sacarme de aquí, no les hagas caso a esos sujetos... Ellos están equivocados, te quieren matar.- comenzó a hablarle al inexistente ser a su costado. -¡Te dije que yo puedo solo! - se levantó y se fue sin decir más. -¡Ellos van a volver!

Una semana después supe que Pablo había sido enviado al hospital por la severa desnutrición que presentaba. Supe que llevaba ya más de treinta días sin comer porque una voz le había dicho que lo envenenarían y ahora era tan delicado su estado que había requerido hospitalización y se hacían esfuerzos desesperados por salvarle. Sus padres siempre habían asistido a visitarlo, pero él tenía una enfermedad que yo jamás había oído mencionar. Era esquizofrénico paranoide y realmente no tenía noción de la realidad.

No sé si mi medicación estaba perdiendo efecto, pero empecé a sentirme deprimido de nuevo, quizá en parte por la historia de Pablo. Sentía cierta compasión hacia él, pues aún en su estado, estaba "consciente" de que extrañaba a sus padres. Solamente me sentía triste, decaído, pero no tenía ganas de morir. Quería más que nunca ver a mi hermano, abrazarlo, saber que él estaba ahí, que sí era él, que me quería... que me perdonaba por mi estupidez...

Me la pasaba recostado en mi cama e incluso rehusaba salir al jardín. Pero no hacía más que estar ahí, echado boca arriba, mirando al techo. Repasé mi vida, las razones que me llevaron a tratar de suicidarme... Me dolía, me dolía como si mil dagas me atravesaran, pero tenía que salir. Seguro que Luis ahora mismo estaba muy tranquilo, disfrutando la compañía de aquel chico. Yo tenía que demostrarle que estaría bien, que era fuerte, que podía salir adelante sin él.

En cierto modo le odiaba. Cada que recordaba la expresión de mi hermano le odiaba infinitamente. Empecé a mejorar gracias a la medicación, pero también gracias a mi determinación por estar bien para volver a casa con mi hermano. Lo necesitaba mucho...

-¿Cómo estás?- inquirió mi hermano, que estaba sentado frente a mí en la sala común, el día de visitas.

-Mejor.- respondí y traté de sonreír, pero quería llorar. -Hermano... perdóname... por favor, perdóname.- me cubrí la cara con ambas manos y él se acercó a mí y me abrazó con fuerza. -Perdóname... Lo siento... -comencé a sollozar. -Fue una estupidez... Debiste pasarlo fatal por mi culpa...- no pude seguir, pues comencé a llorar.

-Tranquilo...- me palmeó la espalda. -Hermanito, no te preocupes, está bien, ya ha pasado.

-No hermano, ni siquiera merezco que vengas a verme.- alcancé a pronunciar antes de llorar desconsoladamente de nuevo.

-Ya, ya pasó. -nos quedamos abrazados durante un buen rato. -Me dijo el doctor que si seguías avanzando como hasta ahora, en unos días más te dan de alta.

-¿Eh?- me separé un poco de él.

-¿Crees estar listo para salir? -me palmeó el hombro.

-No sé... Pero me siento mucho mejor. -respondí mientras me limpiaba las lágrimas con la manga de mi bata. -Si quiero volver a casa. -aseveré. -Pero... no sé si voy a soportar... verlo de nuevo...- expliqué cabizbajo.

-Tranquilo, Juan y Salo me dijeron que se mudó a otro estado. Esta muy arrepentido según me dijeron... -me miró. -Hermanito, yo sé que eres muy fuerte, sé que lo lograrás. -me sujetó la mano firmemente. -Vamos a salir juntos de esta, ¿sí?

Asentí enérgicamente, amaba a mi hermano y por él iba a salir adelante.

Al salir del hospital psiquiátrico, permanecí un tiempo en casa, recuperándome, tratando de salir a la calle sin desmoronarme...Tomando puntualmente mi medicación. Mi hermano estuvo al pendiente todo el tiempo y se esforzó mucho por ser fuerte por los dos. Pude volver a la Universidad después de un par de semanas de haber salido, pero me ponía nervioso que todo el mundo murmurara a mis espaldas sobre lo sucedido. La mayoría solo sentía lástima hacia mí, pero les iba a demostrar que yo era fuerte, como mi hermano.

Comencé a conocer gente por medio de internet, casi nadie interesante o que me causara mucha emoción de haber conocido. Sin embargo, cuando estaba por dejar eso, conocí a Alex y ya no pude apartarme de él.

 

END FLASH BACK

-Erick, vamos, se nos hace tarde.- oí la voz de Salo. -¿Estás bien?- me pasó la mano frente al rostro. -La tierra a Erick, responde... ¡Órales, carnal! ¡Ya vuelas más alto que yo!- bromeó.

-Ah, sí, estoy bien... estaba... pensando.

-Pues deja de pensar, que vamos a llegar tarde. -me regañó Juan y nos dirigimos a la siguiente y última clase del día. Estaba ansioso por que terminara y pudiera ir a ver a Alex... mi ángel... Gracias a él olvidaría ese episodio horrible de mi vida y muchos otros más. Ahora era tan feliz... tan feliz...

Definitivamente mi pesadilla había acabado en cuanto lo había conocido, o eso era lo que yo creía...

Notas finales:

Gracias por leer -hace reverencia- :B


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