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A pesar de todo por Solin

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-¡Sasuke! -el agudo grito procedente de la puerta me saco de mis sueños de sensualidad con una velocidad de vértigo.

 

 

Me aparte de los labios de Sasuke, rodando a un lado cuando él me soltó. Salte de la cama y me arregle la ropa, rojo de vergüenza.

 

-¡Asqueroso prostituto! - me gritó Sakura mientras Sasuke se in­corporaba.

 

Sasuke le gritó algo en japonés, pero estaba tan ofuscado, que no entendí nada más que un comen­tario acerca de que no la esperaba tan pronto de vuelta en Nueva York. El resto de sus palabras hizo que Sakura volteara a verme como un marinero borracho mirandome con evidente odio. Se abalanzó sobre la cama, taconeando fuer­temente.

-¡Es obvio! ¡No toleraré este tipo de comporta­miento, Sasuke! ¿Me oyes?

Pensé que todo el personal médico debía haberla oído para entonces, pero no dije nada.

Justo antes de llegar a la cama, Sakura se volvió encarándome.

-¿Crees que no me doy cuenta de lo que está pasan­do? No soy tan tonta como para creer que fue Sasuke quien empezó esto. Es evidente que te has lanzado sobre él en un intento desesperado de hacerte notar, pero nunca serás suficiente para un hombre como él, incluso paralítico.

Cada una de sus palabras hirió mi vulnerable corazón. Sabía de sobra que no era el tipo de Sasuke, nunca lo había sido. Me sentía culpable por que Sakura  tenía razón: había sido yo quien se había lanzado sobre Sasuke, besándolo cuando él sólo me estaba dando buenas noticias.

Por supuesto, nada de eso explicaba el que él me hu­biera besado después, pero para un hombre tan varonil como Sasuke, esa podía ser una reacción automática.

Abrí la boca para pronunciar una disculpa, pero Sakura se giró y se dirigió a Sasuke.

-O mandas a este mocoso arrastrado a la calle o me voy para siempre.

 

Me quede helado. Con esas opciones, ya sa­bía cuál sería su elección. Ya había pasado antes, cuan­do Sakura se aseguró de que Sasuke no tuviera contacto conmigo hasta el punto de no dejarle ir al funeral de mi padre.

 

-¿Y bien, Sasuke? -dijo, arrugando los labios mientras lágrimas de cocodrilo afloraban a sus ojos.

-Ya sabes mi respuesta -replicó Sasuke.

Aquellas fueron las últimas palabras escuche es­cuche antes de salir corriendo de la habitación tan rápi­damente como mis temblorosas piernas pudieron hacerlo. Las mejillas me ardían por las lágrimas y aunque creí oír que Sasuke me llamaba, deseche la idea por fantasiosa.

Él ya había hecho su elección. Aunque desde el día anterior no tenía ningún lugar al cual ir, eso no me dolía ni la mitad que el modo en que Sakura había consegui­do apartarme definitivamente de la vida de Sasuke.

Me deje caer sobre la cama de mi habitación, aliviada de que Itachi estuviera en una reunión de ne­gocios en Japon. Así po­dría recoger mis cosas y llorar en privado.

Me sentía como cuando murió mi padre: solo, perdi­do y dolido. Y ahora también humillado. El recuerdo de mi vergonzosa reacción con Sasuke me mortificaba. ¿Cómo podía haber sido tan tonto? Sasuke probablemente pensaría que era un virgen ninfómano.

Gemí y enterré la cabeza en la almohada, pero eso no ayudó demasiado. Me había comportado como un completo idiota. El teléfono sonó, pero lo ignore para dejarme caer más en la depresión. Probablemente serían las limpiadoras o algo así. O tal vez los médicos de Sasuke. Maldición. Me obligue a levantarme y tomar el teléfono justo en el momento en que dejó de sonar. No me daba pena haber perdido la llama­da, realmente no quería hablar con nadie en este mo­mento.

Al pensar que podían ser los médicos, otros pensa­mientos vinieron a hundirme aún más. Si me iba, ¿quién iba a ocuparse de la rehabilitación de Sasuke? El fisioterapeuta, por más fuerte que fuese, se sentía inti­midado por el e incluso Itachi evitaba llevarle la contraria a su hermano en aquellos momentos. Es mas había sido él quien había accedido a instalar la línea de inter­net en la habitación del hospital.

Sasuke no tendría a nadie a su lado que se preocupase por canalizar sus energías hacia su recuperación en lu­gar de hacia sus negocios.

Las lágrimas me ardían en los ojos. Había sido un tonto y por ello Sasuke tendría que sufrir. No era tan arro­gante como para creer que él me necesitara a mí, pero... necesitaba a alguien que estuviese con él, y des­de luego Sakura no iba a hacerlo. Era demasiado ego­céntrica como para preocuparse por los demás.

Me acurruque en posición fetal y me concentre en dejar de llorar. Perdí la noción del tiempo que pase en esa postura, pero en un momento dado me levante y empecé a recoger mis cosas. El ruido de la puerta abriéndose me alertó de la vuelta de Itachi. No esperaba que volviera de la reunión hasta el día siguiente, pero en algún momento tenía que enfrentarme a él y contarle todo acerca del ultimátum de Sakura.

Salí a la salita de la suite y me detuve en seco, frotándome los ojos para asegurarme de que no le estaban jugando una mala broma.

-¿Por qué no respondiste al teléfono? -preguntó Sasuke, furioso.

-No sabía que fueras tú -dije, tontamente.

Allí estaba él, en la suite. Aparte de la silla de rue­das, se parecía mucho a aquel fuerte hombre de nego­cios. Su pelo negro brillaba y su traje Armani le quedaba perfecto.

-Huiste -dijo él, casi intimidándome.

-Pensé que querías que me fuera -desde luego, su prometida quería-. ¿Dónde está Sakura?

-Se ha ido -dijo él, sin la más mínima expresión en el rostro.

-¿Por mi culpa? – pregunte, muy afectado de que mi  atrevido comportamiento le hubiera hecho perder a la mujer que amaba.

-Porque no permito que nadie me diga quiénes de­ben ser mis amigos.

Me mordí el labio hasta que note el sabor de la sangre.

-Siento haber saltado sobre ti de esa manera.

-Estabas contento por las buenas noticias, igual que yo.

-Pero... -reuní todo el  valor para pronunciar estas palabras- te besé.

-No es así como yo lo recuerdo, mi pequeño.

-Te... te ataqué.

-Te comportaste como el doncel cálido y apasiona­do que eres, que enfrenta la  inesperada cercanía física de un hom­bre que le atrae. No tienes nada de lo que avergonzarte.

-Pero... Sakura...

-Se ha ido -repitió él, y sus palabras sonaron defi­nitivas.

-¿Quieres decir, para siempre? ¿No le dijiste que no significaba nada? Ella ya sabía que la culpa era mía.

-Ella no desea atarse a un paralítico.

Sus palabras me golpearon como una explo­sión y me deje caer sobre las rodillas a los pies de Sasuke. Le tome de las manos y las puse contra mi pecho.

-No estás paralítico. Esto es sólo temporal. ¿No se da cuenta? ¿Le has dicho que esta mañana sentías los pies?

-Lo que le he dicho no es asunto tuyo. Ella ha sali­do de mi vida, acéptalo como lo he hecho yo -dijo con firmeza.

-Yo... -me sentía tan culpable, que no sabía qué de­cir.

Él giró la cabeza y miró a través de la puerta abierta de mi habitación. La maleta al lado de la cama se lo de­cía todo.

-¿Ibas a marcharte, verdad? -por extraño que fuera, parecía más enfadado por este hecho que por la partida de Sakura.

-Creía que era lo que querías.

-Pues no. ¿No te dije que quería que te quedaras?

-Sí, pero...

-No hay peros que valgan. Te quedas conmigo -¡qué arrogancia!

-Yo...

-No volverás a la universidad. Me lo prometiste.

-No podría aunque quisiera. Me han despedido –admití amargamente.

Entonces me di cuenta de dónde tenía las manos de él y las solté con la velocidad de un rayo al sentir que volvía a acosarlo. Sasuke me agarró posesivamente por la muñeca antes de que pudiera huir del todo y me colocó sobre su regazo, con las piernas colgando sobre sus fir­mes muslos.

-¿Te despidieron? -preguntó mirándome fijamente.

-Sí, así que soy libre como el viento -intentó sonreír ante mis perspectivas laborales. Conseguir la plaza de ayudante de profesor universitario había sido una suerte que no pensaba que se volviera a repetir-. Me puedo que­dar contigo tanto tiempo como quieras.

-¿Y Susan?

El nombre de mi madrastra no calmó mis ánimos en absoluto. Susan había dejado muy claro después de la muerte de mi padre que no tenía conmigo ningún lazo familiar o afectivo.

-Vendió la casa y casi todo lo que había dentro dos meses después de la muerte de mi padre. Ahora está en crucero por la Costa Azul con uno de los anti­guos alumnos de mi padre.

Los ojos de Sasuke se oscurecieron más aun.

-¿Vendió tu casa? ¿Dispuso de ese modo de las per­tenencias de tu familia? -parecía indignado. Como miembro de una familia tan unida, le resultaba imposible comprender el desmantelamiento del hogar de la familia y todo lo que representaba. Los Uchiha vivían en la misma casa en japon desde hacía más de cien años.

-¿Dónde has vivido hasta ahora?

 Cada vez me resultaba  más difícil poder concentrarme estando sentado sobre él.

-¿Qué? ¡Oh!, en un piso que me dejaba la universi­dad.

-¿Cuánto tiempo te han dado para mudarte?

-Ayer fui a recoger mis cosas. Están en mi coche.

-¿No tienes dónde ir? -parecía que estuviera vi­viendo bajo un puente.

-No. Me quedaré aquí por ahora, pero ya encontra­ré algo cuando vuelvas a caminar y ya no me necesites como animador.

-Eso es inaceptable.- yo solo le sonreí

-No te preocupes por eso. Soy mayor y puedo cui­dar de mí mismo. Lo he hecho desde que fui a la uni­versidad. Susan nunca quiso que volviera a casa, ni siquiera en verano.

-No me sorprende que pasaras las vacaciones con mis padres.

-Tus padres son maravillosos, Sasuke.

-Sí, pero tú también eres muy especial.

Sus palabras me hicieron sonreír de nuevo.

-Gracias. Yo también creo que tú eres muy especial.

-¿Te parezco lo suficientemente especial como para casarte conmigo?

 

 

 


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