Alcé el rostro y deje que el viento meciera con delicadeza mis plateados cabellos. Al fin era libre, después de tanto tiempo sufriendo en ese asqueroso lugar había llegado la hora, la hora de cumplir mi tan deseada venganza.
Recorrí las calles de la ciudad parándome en cualquier escaparate que veía, cuan niño pequeño. Aun no sabía adónde ir, no tenía a nadie en el mundo todo lo que me quedaba, amigos, familiares, conocidos, etc., me habían abandonado el mismo día en que el vendido juez dictamino mi sentencia. Con un suspiro me deje caer en el primer banco que encontré. Aquella enorme felicidad que me había embargado nada más salir de la cárcel se había esfumado. En todo aquel tiempo en que había estado planeando mi venganza no había caído en uno de los detalles más simples e importantes para llevar a cabo la ejecución de mi plan, necesitaba dinero, trasporte y lo más importante un lugar donde esconderme.
Por suerte para mi aun poseí a una cuenta privada a nombre falso. Esa cuenta fue creada por Tseng, cada vez que nos acostábamos me pagaba para asegurarse de mantener mi silencio, como si fuera una miserable puta, aunque ahora que recuerdo siempre signifique eso para él. Nunca había tocado un solo centavo por tanto eso aun debía de estar ahí, cavia la posibilidad de que hubiera vaciado y borrado la cuenta, pero conociéndolo no se habría tomado la molestia de hacerlo por miedo a ser descubierto.
Me dirigí al banco central. Un imponente edificio que imitaba un antiguo tempo griego. No pude evitar mostrar una sonrisa bastante arrogante ante aquella imagen, los políticos y su asquerosa manía por acabar destruyendo la historia conseguía sacarme de quicio. Entre por la enorme puerta de cristal y me dirigí a la primera ventanilla disponible que encontré.
Una mujer me observo con cara de asco desde detrás del mostrador. Le dedique una de mis más falsas gentiles sonrisas. Ella abrió los ojos debido a la sorpresa y en cuestión de segundos esa cara de asco paso a una llena de lujuria.
-Buenos días, señorita- le dije sexualmente.
Ella se sonrojo y me dedico una chillona risita a modo de saludo.
-Vengo a substraer todo el dinero de mi cuenta.
-Claro, claro. Dígame sus datos personales y muéstreme…
-Discúlpeme por ser un tonto despistado, pero resulta que me deje la cartera con toda mi identificación en mi casa y tengo bastante prisa…¿no podría decirle tan solo mis datos y mi contraseña de seguridad?
-Lo sentimos mucho, señor, pero no puede sacar nada sin un carnet de identificación.
-¿Y…- dijo acercándose a la mujer hasta quedar a la altura de su rostro-…no habrá nada que yo pueda hacer para convencerla?-le dije sensualmente al oído.
La mujer me sonrió y saco un pequeño cartel que coloco delante de su mesa, el cual rezaba “CERRADO” en letras doradas.
La mujer camino con paso decidido hacía los aseos de señoras del segundo piso, que solían estar más vacios que los de la primera planta. La mujer entro al lavabo mientras yo me recargaba contra una pared y vigilaba que no pasara nadie por allí en ese momento. La cabeza de la mujer se asomo por la puerta y me indico con señas que entrara. Hice un rápido vistazo a mi alrededor para terminar de cerciorarme que no había nadie cerca y la seguí dentro.
En unos segundos ya me encontraba sentado en unos de los bidets, con mis pantalones bajados hasta mis rodillas y a esa , sinceramente hermosa aunque no mi tipo ya que soy gay, mujer encima de mi gimiendo como una loca desesperada.
Nuestro polvo no duro más de diez minutos. Me arregle lo máximo posible dentro de aquel pequeño cubículo y en cuanto la mujer me dijo que podía salir sin problemas me deslice y me encamine al aseo de los hombres. Allí termine de asearme y me dirigí hacía la mesa de aquella mujer. Para mi sorpresa ninguno de los otros trabajadores noto su ausencia. Me senté y me quede mirándola mientras rellenaba y firmaba unos papeles. A mi mente vinieron las imágenes de aquella mujer sentada junto a mí en un porche rodeados de niños, nuestros hijos. Sonreí para mis adentros como me gustaría poder tener una vida así. Pero eso era imposible por varias razones, la primera , y más importante, soy gay, la segunda no me gustan los niños, sobre todo después de haber sido acusado de maltratar a uno de ellos y tercera, era un ex presidiario, que mujer en sus santos cabales iba a querer casarse con un ex preso acusado de haber propinado una paliza a un menor.
La mujer me tendió los papeles.
-Fírmalos.
Me dedique a firmar todos y cada uno de ellos, con mi nombre falso claro está. Después se los devolví a la mujer quien les hecho un vistazo rápido y los deposito encima de la mesa.
-Identificación y contraseña- me pidió.
-Adalberto Gómez. 1997-masume.
La joven tecleo los datos en el ordenador.
-Tiene 27.340 euros en la cuenta.
-Retírelo todo. Si puede ser que sea en efectivo.
La mujer desapareció por cuestión de más de media hora y volvió con dos mochilas.
-Aquí tiene.
Cogí las mochilas y me dirigí hacía la puerta. Pero la mujer me retuvo del brazo.
-Lo que ha pasado hoy no debe salir de aquí ¿Entendido? Y no ilusione esto nunca más volverá a ocurrir, así que olvídese de volver y menos de que lo nuestro vaya más allá de un polvo.
-Tranquila. Soy gay- dije tranquilamente viendo la cara de asombro de la mujer.
Salí de allí lo más rápido posible. Y ya fuera deje que una modesta sonrisa saliera de mis labios.
El dinero que había conseguido me ayudaría con algunos gastos, pero prefería no gastarlo en cosas que podría conseguir por otros medios.
Me quede plantado delante de la pequeña puerta de madera. Toque varias veces, lo había intentando con el timbre pero no funcionaba. Un hombre trajeado salió a recibirme. Me miro de arriba a abajo y después hizo un intento de cerrarme la puerta en las narices al son de “No deseamos nada, vaya a fastidiar a otros”.
-Busco a Ricco Pterllio- dije, mientras interponía mi pie para que no se cerrara la puerta.
El hombre me miro durante unos segundos y después me invita a pasar. No había dado no cinco pasos cuando fui asaltado por varios hombres. Dos me tomaron de las muñecas y otro me registro en busca de algún tipo de arma. Cuando corroboraron que estaba limpio me condujeron, aun sin soltarme de los brazos, a un despacho muy poco iluminado. Solo había una mesa de caoba en el centro de la habitación, una butaca de cuero negro y una alfombra.
La silla se giro dejando ver al hombre que andaba buscando.
Era un hombre mucho mayor que yo de unos 58 o 60 años. Su pelo era completamente gris, aunque aún quedaban vestigios de lo que debía ser una larga cabellera negra, era de piel blanca y ojos verdes, unos de los cuales llevaba un parche. Un enorme puro salía de entre las comisuras de sus labios, levaba puesto un traje con corbata, rematado por una gabardina, un sombrero y unos guantes
-Mi querido amigo Sephiroth ¿Ya te soltaron?- dijo sonriente.
-Ya era hora no crees.
-Claro, claro… ¿Qué tal va todo por allí? Me habría gustado acercarme para ver a mis chicos pero los malditos polis me lo prohibieron, menudos cabronazos están hechos.
-Pues todo estaba bastante bien cuando yo me fui. Alexander ocupo bien el mando y todos le hacían caso, pero desgraciadamente hubo una pequeña pelea y el joven Tomas callo.
-Pobre tomas- dijo quitándose el sombrero y dejándolo en la mesa en señal de pésame.
-Siento mucho ser yo el partidario de tan dolorosas noticias, se que le tenias un gran cariño al chico.
-Lo quería como al hijo que nunca tuve. Bueno dejemos de hablar ya de cosas tristes que esto es un día para celebrar. Por favor siéntate no te cortes, chicos traernos una buena botella de vino y algo para picar ¿Quieres un puro?
-No gracia no fumo- dije mientras me sentaba.
-Bueno, bueno… ¿y qué te trae por aquí?
-Necesitaba pedirle un favor…
-No me trates de usted, creo que tenemos la suficiente confianza como para hablarnos de tu.
-Bueno la verdad es que necito un lugar.
-¿Un lugar? ¿Es que no tienes donde vivir?
-No, no es eso. La verdad es que yo nunca cometí ningún crimen, fui encerrado en aquel lugar siendo inocente.
-Nunca me pareciste inocente. Tenias, y sigues teniendo un aura que da miedo.
-Pronto ese “aura” desaparecerá en cuanto vea cumplida mi venganza.
-¿Una venganza? Esto pinta bastante interesante.
-Vera en mi vida pasada cometí el terrible error de enamorarme de un político.
-¿De un político? ¿Estabas loco o es que eras tonto?
-Más bien estaba ciego de amor. Bueno a lo que iba, resulta que el político estaba casado y tenía un hijo pequeño, yo lo sabía él nunca me oculto nada. Creí que me amaba- dije tristemente.- Un día, no sé porque, me dejo diciéndome que yo era como un puta. Eso me cabreo y le amenace con ir a contarlo lo nuestro a todos los medios de comunicación. Cabreado, el muy hijo de puta, me drogo y le pego una paliza a su propio hijo diciéndole a todo el mundo que yo había sido el que había cometido ese acto tan atroz. Cuando llego el día del juicio, yo pensé que me salvaría ya que era inocente y el pequeño corroboraría mi historia, pero el muy cabrón defendió a su padre e hizo que me enviaran a la cárcel.
-Wow… ¿Y qué piensas hacer?
-Me he pasado doce años en la carcel por tocar a un niño y ya que nunca lo toque pues he pensado cobrarme mi parte.
-O sea que te vas a secuestrar al hijo ¿Me equivoco?
-No
-¿Y necesitas un lugar para esconderlo?
-Aja.
-Creo tener el sitio perfecto. Se encuentra a las afueras de la ciudad. Es como un almacén abandonado…
-No quiero lugares donde lo pueda encontrar cualquiera, me juego mucho con esto.
-¡Déjame acabar! En el sótano del almacén hay una compuerta secreta que da paso a una habitación que al fondo tiene una enorme puerta de hierro blindada. Dentro hay una pequeña estancia acolchada, como en un manicomio.
-¿Y qué hace eso ahí?
-El tío al que se la compre me dijo que los antiguos dueños escondían ahí a la majareta de su hermana pequeña ¿Te sirve?
-Sí, es perfecto.
-Si lo necesitas también te puedo conseguir el trasporte y un pequeño piso donde mantenerte de incognito.
-¿Me harías esos favores?
-Claro que si chaval, somos amigos ¿No?
-Claro.
-Mira hoy mismo hablo con mi amiga Penélope que tenía un pisito pequeño en alquiler y haber si te lo deja por un buen precio y vehículos tengo un montón en el garaje, escoge el que más te guste.
Recorrí la ciudad en mi prestado coche nuevo. Estacione delante del colegio privado más importante de toda la ciudad. Espero durante más de dos horas, pero al final la espera dio un satisfaciente resultado. Un montón de chicos salían animadamente pero uno en concreto me llamo la atención.
Un chico de pelo rubio y grandes ojos azules salió solo y cabizbajo del centro. Una limusina paro frente a él y un hombre, que intuí que era el chofer debido a sus vestimentas, le abrió la puerta dejándolo pasar.
Antes de entrar el joven levanto la vista y se me quedo mirando. Nuestros ojos se encontraron a través del cristal.