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Concordanza por Rokyuu

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Notas del capitulo:

Quise tomar el hábito de actualizar durante el día, pero siempre termino haciéndolo por la madrugada :( Y esa es también mi mejor hora para escribir... Supongo que soy una criatura de la noche.

Dato curioso: Cuando concebí esta idea, Ray era mucho más frío y Mat tenía mucha más iniciativa. No sé cómo es que terminaron así, pero el cambio dentro de mi mente fue tan natural... No me di cuenta hasta hace poco :) 

Espero disfruten de este cap!

Pasé los últimos días del año encerrado en casa, enterrado bajo los cojines del sofá mientras veía televisión o hipnotizado con los videojuegos en mi habitación. Tan ensimismado estaba que ni me percaté de la primera nevada del invierno, que en ese año en particular había caído más tarde de lo habitual. Con el aumento del frío estuve tentado a aumentar la calefacción, pero ya que estaba solo en casa, decidí usar los guantes que Ray me había dado.

Sentí un poco de culpa y me puse también la bufanda que recibí de Lance.

Cuando Lana regresó a casa el jueves, me encontró ruborizado en mi habitación, luchando por quitarme la bufanda de encima y sacar mis manos de los guantes.

“¿Qué haces?”

“N-Nada. Solo, uh… No quería bajar y, pues… Hace frío.”

Lana me dio una mirada incrédula. “Holgazán,” dijo, sacudiendo la cabeza. “Bueno, aparte de eso… No me había fijado hasta hace un minuto pero, ¿qué sucedió con nuestra contestadora?”

Maldición.

Abrí la boca con la intención de decirle cualquier mentira que se me viniera a la mente, pero estaba en blanco. Apreté los guantes que sostenía en mis manos inconscientemente.

“Ah, eso. Pues… No, nada. Encontré una en oferta y no pude resistirme.”

De nuevo, mirada incrédula, y esta vez acompañada con algo de preocupación.

“No me mires así. Tengo mis razones, ¿sí? Deja a tu hermano en paz; sal de aquí.” Un poco molesto, me puse de pie para guiarla fuera. Lana no opuso resistencia alguna.

“A mí no me interesa, pero mamá se dará cuenta…”

Tomé la perilla de la puerta, con la disposición de volver a mi encierro. “Pues mamá ni siquiera frecuenta la cocina, así que no creo que suceda…” Por lo menos no pronto, pensé.

“Cena de Año Nuevo.”

De nuevo, maldición.

Suspiré, sintiéndome derrotado. No quería hablar sobre eso… No quería ser el que le explicara a Lana lo que había sucedido. Ella ignoraba gran parte del problema, y mi madre y yo siempre pensamos que era lo más indicado para evitarle cualquier tipo de acomplejamientos, aunque ella pareciera no haberse preocupado mucho por mí…

“No es el momento, Lana. Después. Lo prometo.”

“De acuerdo. Pero no lo voy a olvidar, Matthew. ¡Me debes una explicación!”

Ya son dos,’ dije en mis adentros. Mi hermana se alejó y yo cerré la puerta sin muchas fuerzas, como si el haber recordado la promesa que le había hecho a Ray drenara un poco de mi energía.

Personalmente, nunca había sido el tipo de persona que daba explicaciones, quizá debido a mi timidez. Este rasgo de mi personalidad me había traído infinidad de problemas que me habían hecho desear poder cambiar, pero abrir la boca y confesar las cosas parecía ser igual de problemático. Sacudí mi cabello, intentando liberarme de las preocupaciones…

La sensación de los labios de Ray sobe los míos regresó a mí como un escape a mis angustias. Sus manos en mi cuello, causándome un cosquilleo extraño que se extendía por todo mi torso. La lengua cálida que trazaba líneas pioneras por todo el interior de mi boca…

Creí que sucumbiría ante la necesidad de solucionar el habitual problema fisiológico al sur de mi cuerpo, pero, por suerte, el sonido del teléfono móvil me despertó  antes de pensar demasiado.

Saqué el aparato de mi bolsillo y contesté sin ver el nombre. Me alegré cuando escuché la voz de Ray del otro lado.

“Hey,” lo saludé, tratando de fingir calma cuando en realidad dentro de mí cabeza había un frenesí total.

“Hola,” contestó, en un tono bastante similar al mío. Eso me hizo sonreír. Escuché en el fondo el sonido de voces, probablemente provenientes del televisor.

“¿Estás solo?”

“Eh, por un momento. Mis padres tienen una cena con unos compañeros de trabajo que se comprometieron recientemente. Quieren obligarme a ir. Espero a que mi madre vuelva del salón de belleza y mi padre del almacén o lo que sea.”

Su tono amargo causó que la sonrisa se esfumara de mi rostro.

“Pues… Piensa que el lunes podré invadir tu casa.”

Escuché una suave risa. “No tienes idea de cuánto quiero que esta época pase ya. Me siento como un perro de exhibición, yendo de evento a evento…”

“Luego te sentirás como esclavo, pasando de trabajo a trabajo…”

“Ah, tienes razón… Poco más de seis meses para graduarnos, huh.”

Estuve de acuerdo. Era un poco increíble, en verdad; pensar que en cuatro meses había logrado uno de mis objetivos previos a la graduación… Pero no sabía hasta qué punto seguiría con estos avances. Sentía que a pesar de los besos, de cómo todo entre Ray y yo parecía fluir naturalmente, llegaríamos a un punto en el que él se tendría que dar cuenta de las complicaciones reales. Estábamos en la primera fase, se podría decir, y algo dentro de mí me decía que la siguiente fase era el verdadero reto, el fin del cuento de hadas…

“¿Mat? Lo siento, debo irme. Nos veremos el lunes, ¿de acuerdo? A eso de las cinco.”

Llevé mi mano libre a mi frente, cerrando mis ojos. Mis cambios de ánimo siempre serían un problema.

“Seguro. Ahí estaré.”

Estuve a punto de cerrar el móvil cuando escuché la vos de Ray llamarme. Acerqué el aparato a mi oído de nuevo.

“¡Ah, un momento, Mat!”

“¿…Sí?”

Hubo silencio por un par de segundos. Escuché a lo lejos una voz de mujer comentando sobre cuán tarde se hacía.

“Nada,” Ray dijo, en voz más baja, “cuídate. Ansío que venga el lunes.”

Cortó la llamada. Metí el móvil a mi bolsillo y me apoyé contra la pared, mirando arriba hacia el techo. Quizá Ray habría querido recordarme mi promesa. Cerré los ojos.

No estaba seguro si el primer lunes del año sería un día bueno o malo.

 

-

 

Poniendo mi pesimismo aparte, tuve que aceptar que había sido un día fenomenal. Especialmente al compararlo con cómo había despedido el año anterior. Durante la cena de Año Nuevo mi madre decidió quedarse en casa, y había evitado la cocina exitosamente hasta justo antes de empezar a comer, cuando alguien decidió llamar.

Lana y yo estábamos sentados en silencio. Ambos sabíamos que se daría cuenta.

Regresó al comedor y tomó asiento, pero su rostro denotaba ya cierta molestia. Inclinándose hacia atrás, hasta apoyarse sobre el respaldo de la silla, mi madre cruzó sus brazos y guardó silencio por unos momentos. Luego volteó hacía mí, y supe que había empezado.

“Esa no es nuestra contestadora.”

“Lo sé, mamá. Tuve que cambiarla.”

“Bien,” asintió, antes de dirigirme una mirada interrogante, “¿Y por qué tuviste que hacer eso, Matthew?”

Lana cogió interés por el rumbo que llevaba la conversación. Mientras tanto, yo mantenía la vista baja, clavada en el plato de comida frente a mí. No conteste y empecé a cortar el pollo en su lugar.

Mi madre carraspeó.

“Matthew, dime la razón.”

Su tono empezaba a enfurecerme. El tema no era exactamente fácil de sacar a la luz, y su manera de manejarlo me parecía mucho menos que adecuada. Dejé atrás la consideración y el motivo de ‘celebración familiar’.

“Por la misma razón por la que cambiamos de casa hace tres años.”

Lana nos miraba confundida, mientras la mirada de mi madre se apagaba y sus ojos perdían la determinación que acababan de mostrar. En cambio, decidió verme con un aire a lamento, a pena. Tal vez, incluso a lástima. O vergüenza.

Me sentí increíblemente incómodo, por lo que tomé mi plato y caminé hasta la sala de estar, donde comí solo. Luego subí a mi habitación y recibí el año viendo programas de variedades donde hacían el conteo regresivo, exaltando la cualidad familiar de esa celebración en particular.

Ah, por supuesto,’ había pensado, con cierta ironía.

Sin embargo, todo ese recuerdo se diluía hasta esfumarse por completo cuando días después me encontré sentado sobre la alfombra, con mi espalda apoyada sobre la parte baja del sofá de cuero, luchando por lograr que mis manos no temblaran de la emoción y del placer. Desde que habíamos entrado y decidido ‘ver una película’, Ray y yo nos habíamos perdido en pequeños besos sucesivos que parecían no terminar nunca.

Al principio cuestioné la situación, deseando saber de dónde había surgido tanta necesidad. Pronto dejé de pensar y solo dejé que los labios húmedos y cálidos de Ray se apoderaran de toda mi mente. Un poco más acoplado a la evolución de las cosas, volteé mi cuerpo hasta quedar frente a él. Me puse de rodillas y me incliné sobre él, obligándolo a que tomara mi posición previa contra el sofá. Con mis manos sobre sus mejillas, ladeé su cabeza levemente para poder profundizar el beso.

Intercambiando así las posiciones constantemente, no nos dimos cuenta del tiempo yéndose como arena entre los dedos. De repente estaba oscuro afuera, las luces de la sala de estar seguían apagadas y estoy seguro que ambos teníamos la sensación de que nuestros labios estaban adormecidos por el sobreuso.

Fue el hambre la que nos hizo pausar la actividad. Dado que era ya muy tarde como para cocinar, Ray y yo decidimos ordenar una pizza.

Mientras comíamos, me percaté de las miradas de Ray puestas sobre mí. Extrañamente, no eran miradas tiernas o satisfechas como a las que me estaba acostumbrando. En su lugar, era como si demandara algo de mí, y yo sabía exactamente qué era. Pero no tenía intención de dar explicaciones, todavía no. Ni siquiera había podido decirle algo concreto a mi madre o a mi hermana… Aunque, en definitiva, era mucho más tranquilizante estar con Ray.

Traté de ignorar esas miradas, por más difícil que fuese. Después de comer, nos sentamos a hablar de todo y nada y las horas se pasaron volando. Antes de darnos cuenta, los padres de Ray ya estaban en camino y nos habíamos apoyado contra la puerta del pequeño closet cerca del recibidor, besándonos de nuevo.

Era casi ridículo cuán estúpido me volvía cuando Ray me tenía a su merced. Era también un momento feliz, pero no podía ignorar el mundo de complicaciones que mi mente me traería como recordatorio una vez el efecto tranquilizante de los besos se pasara.

Nos despedimos, lamentando que el tiempo pasara tan fácilmente.

“Es como aquel dicho, ¿no?” Ray comentó ya sobre la calle principal, “el tiempo vuela cuando la estás pasando bien.”

Sonreí, mirando hacia la nieve, consciente del rubor que había subido a mis mejillas. Ray recorrió el puente de mi nariz con un dedo, lentamente.

“Has estado sonrojado toda la tarde, ¿sabías, Mat?”

Escondí mi rostro en el cuello alto de mi abrigo. Ray volvió a reír.

“Espera a que se derrita toda esta nieve; entonces ya no podrás esconderte.”

Lo miré con aire orgulloso. “Pues cuando la nieve se derrita, volvemos a la temporada de competencias estudiantiles. Tendremos que reconfigurar los horarios…”

Ray asintió. Acarició mi cabello y partimos por direcciones diferentes, él hacia su casa y yo hacia la mía.

Agradecí que no me hubiera hecho preguntas sobre lo de la vez anterior. Aparentaba tener la voluntad de ser paciente y esperar a que estuviera listo, aunque podía notar fácilmente que el deseo de saber qué sucedía era muy grande. Me sentí culpable y ansioso a la vez. Tracé la línea de mis labios con mis dedos, reparando en la levísima inflamación y sonrojándome de nuevo.

Fase 1,’ pensé.

Esperemos que las competencias no provoquen el paso a la fase 2…

 

-

 

Las clases iniciaron de nuevo, al igual que las prácticas. Más pronto de lo que cualquiera de nosotros hubiera deseado, Ray yo nos encontramos con muchas complicaciones de horarios, en especial por las constantes reuniones que tenía con Lance debido a la apertura de un nuevo torneo. Estaba seguro de que Ray tendría que prepararse para algo similar, pero la situación del equipo de fútbol, debido a la falta de entrenador, empeoraba todo.

Lance estaba, una vez más, emanando furia. Era la hora del almuerzo y nos encontrábamos en la solitaria sala de audiovisuales, viendo, frustrados, el plan de encuentros para el torneo apertura de primavera.

“Se aprovechan de nosotros, ¿sabes, Mat? Mira este plan. Claramente piensan que somos imbéciles.”

No pude hacer más que coincidir. Nuestros encuentros en casa estaban muy dispersos y los encuentros para los que debíamos viajar amontonados. Los otros equipos se habían ideado planes que no cansaran a sus jugadores, mientras nos habían dejado a nosotros las sobras simplemente porque Lance no podía asistir a las reuniones del Consejo Estatal.

“Ya estamos a mediados de Enero. El torneo inicia en la segunda semana de Febrero, a menos de un mes… ¿Crees que aceptarán cambios?” Pregunté, utilizando el cuaderno de apuntes de Lance para garabatear un nuevo plan.

“Pues tienen qué hacerlo. De cualquier manera que lo veas, es injusto. Además, ¿ves esto aquí? Clayton, casa y visita, uno tras el otro. ¿Qué demonios pretenden con eso?”

Asentí, sin levantar la mirada. Trabajando lo más rápido que pude, ideé tres planes y se los entregué a Lance. Desde el principio, él tendía a ser la voz del equipo y quien imponía la autoridad, pero siempre recaía en mí el mantener la calma y tener paciencia por los dos, pues a mi capitán le ganaba la rabia muy fácilmente. Era nuestra dinámica.

Lance tomó los apuntes y revisó cada idea con cuidado, con el ceño fruncido. Suspiró. “En dos de estos seguimos teniendo a Clayton en la misma semana.”

Me encogí de hombros. “Si hago demasiados cambios, ni siquiera te escucharán.”

“Bien, está bien así. Algo es mejor que nada. Es a lo más que aspiramos… Sí, así definitivamente está mejor. Y hey, estás usando la bufanda.”

Su comentario repentino me tomó por sorpresa. Alcé una mano para jugar con uno de los extremos de la bufanda. Asentí dos veces, nervioso.

“Sí. Uhm… Gracias.”

“No hay de qué. La necesitabas, ¿no?”

“Claro. A mi hermana le encantó, por cierto.”

“Hermana… ¿Lana, cierto? ¿Cómo es eso?”

Empecé a limpiar la mesa sobre la cual habíamos trabajado. Lance guardó sus apuntes y tomó un refresco que había dejado en otro escritorio, llevándoselo a los labios para tomar un sorbo. No apartó sus ojos de mí.

“Pues, dijo que el color iba con mis ojos, o algo así. La verdad es que no estoy muy al tanto de esas cosas, así que no me di cuenta…”

“Oh. Pensé que te darías cuenta. Tus ojos se ven espectaculares con ella, ¿sabes?”

De repente me sentí demasiado cohibido como para seguir la conversación. Musité un ‘oh’ muy bajo y me apoyé contra un gabinete, ausente.

“Es en serio. Tienes piel clara, cabello negro, ojos claros. Se parecen a los de mi madre…”

Lance vio hacia afuera por la ventana. Aproveché para averiguar qué expresión tenía en el rostro mientras decía semejantes cosas. Me sorprendió verlo sonreír de una manera muy gentil, acompañada con una ternura sutil.

Mi capitán no se inmutó al escuchar la serie de golpes que alguien daba sobre la puerta. Decidí atender a ellos, dejando atrás la atmósfera de la conversación que acabábamos de tener.

Abrí y vi a Brook, de segundo año, frente a mí.

“Hola, Matthew. Uhm…” vio por sobre mi hombro, hasta encontrar a Lance. “Trafford, capitán, los profesores pidieron reunirse con usted…”

“Deja la formalidad. Entiendo. Gracias.”

Brook se despidió con un gesto de la mano.

“Hey, hey, Lance,” dije, viendo a nuestro compañero bajar por el pasillo y dirigirse a las escaleras, “¿cómo es que a mí me dice ‘Matthew’ pero a ti te llama por apellido y título? Mi puesto es casi igual de respetable…”

Escuché que Lance recogía las cosas mientras reía sarcásticamente, pero ver a Ray venir corriendo hacia mí me distrajo por completo. Había subido los escalones y visto a su alrededor, y cuando me encontró, su rostro de llenó de alegría casi infantil. Me pareció adorable.

“¡Mat! Me imaginé que estarías por acá, como aquella vez. ¿Estás ocupado?”

“No, no; ya terminé. ¿Qué sucede?”

“Pues, no mucho… Solo quería hablar. Ya nos dieron los horarios para el torneo de primavera. Busqué esa secundaria que habías dicho, y resulta que no tienen equipo de baloncesto. Raro, ¿no?”

“Ah, creo haberlo escuchado. Quizá por eso se tomen el fútbol tan a pecho…”

Lance haló la puerta hacia dentro, abriéndola por completo. Justo en ese momento, Ray llegó al frente de la entrada del salón. Ambos se percataron de la presencia del otro y se dirigieron una mirada de frialdad que bordeaba con el menosprecio. Lance salió y lo pasó de largo, sin desprenderle la mirada.

Ray bufó una vez se hubo ido. Reparé en su cambio de expresión; ahora se encontraba un poco molesto.

Carraspeé. “Uhm… ¿Decías?”

“Oh. Pues, bueno… la próxima semana hay que estudiar para las pruebas de la semana siguiente, y luego entraremos en un régimen estricto de entrenamiento… Pues, lo que decías la última vez. Tendremos que idearnos una nueva alternativa.”

Sentí una punzada de preocupación en el pecho, junto con otra de dulzura. Concluyendo que ni yo podía entenderme, dejé que mi peso descansara contra el marco de la puerta.

“No tengo problemas con vernos la semana que viene. Digo, podríamos estudiar entre… eh… pues, entre…”

Me sonroje y me di cuenta de que Ray lo había notado. Pensé que iba a reírse, pero pareció ruborizarse un poco también.

“Si crees que quedará tiempo, está bien. Muy bien.”

De nuevo, sentí que los ojos de Ray mostraban su vacilación en cuanto a algo que no se atrevía a decir. Suspiré. ¿Por cuánto nos duraría la fantasía, hasta que tuviera que aceptar la verdad de la situación?

“¿Ya almorzaste?” preguntó. Sacudí la cabeza y cerré el salón detrás de mí, empezando a caminar a su lado.

“No. Puedo acompañarte, si tú tampoco lo has hecho.”

Ray sonrió. “Hazme el honor.”

 

-

 

Me tomó una semana llena de noches de frustración darme cuenta cuánto de mi tiempo era absorbido por Ray. Podría recordar con lujo de detalle cada tarde que había pasado con él, pero cuando intentaba descifrar la fórmula adecuada para cada problema de matemáticas, mi mente parecía estar completamente vacía. Ray no parecía estar mucho mejor, y parte de mí deseaba pensar que sus razones fueran similares a las mías.

Era viernes, y durante toda la semana nos habíamos reunido en la biblioteca. Ray me había explicado el lunes que sus padres seguían en la etapa de fiestas y reuniones, por lo que todavía no se sentía seguro de invitarme a su casa.

“Eso no es problema, ¿cierto?” me había preguntado.

Yo negué con la cabeza, a pesar de que sí había un problema, pero jamás me atrevería a decirlo: mis labios empezaban a sentirse solos.

Ese día en particular, la biblioteca parecía rebozar de estudiantes. Había quienes se dedicaron a estudiar desde el inicio de la semana, mientras otros habían inundado el lugar justo hasta ese momento por aplazar los deberes.

“Seis meses, Mat. Seis meses y me despediré de estas fórmulas.” Ray buscaba entre las páginas de un enorme libro, desesperado, como si escondida entre las páginas estuviera la solución a todos los problemas.

“Comparto esos sentimientos. Pero mírale el lado bueno,” me acerqué un poco más, asegurándome de que me escuchara a pesar de la baja voz en la que estábamos hablando; “la prueba de matemáticas es el lunes. El lunes por la tarde estaremos solo a dos pruebas más de la libertad.”

Ray abrió los ojos, como asaltado por un recuerdo repentino. “¡Cierto!” dijo, en voz alta. Una cuantas cabezas se voltearon hacia nuestra mesa para silenciarlo. Ray se encogió de hombros y yo ahogué una pequeña risa en mi mano.

“Eh… Mat. A lo que iba; mis padres tienen otra fiesta por el compromiso de uno de sus socios este lunes por la noche. Sé que es el día antes de Literatura, pero… ¿quieres venir?”

Me quedé en silencio por un par de segundos, considerando mi respuesta. Literatura no era exactamente mi fuerte, pero no iba tan mal. Y tenía más de una semana de no poder estar a solas con Ray… Aunque fuese un poco egoísta, moría de ganas por volver a besarlo. Con cada roce de nuestros labios, me sentía un poco más preparado para decirle todo cuánto me había guardado por años. Al mismo tiempo, y paradójicamente, me sentía un poco más fuerte, como reuniendo valor para luchar por estar con Ray…

“Seguro. Iré.”

Ray sonrió de nuevo. “¿Sí? ¡Genial!”

Todos volvieron a silenciarlo, y tuve que ahogar mi risa una vez más.

 

-

 

Mi madre había tratado de indagar más sobre el asunto de la contestadora durante el fin de semana. Le había dicho que ya había pasado mucho tiempo, que simplemente lo olvidara, pero ella se molestó y yo huí a mi habitación. Una vez ahí, empecé a recordar los sucesos del pasado y mi humor fue de mal en peor. Incluso mi reunión con Ray al día siguiente y el mensaje de recordatorio que había recibido de él no sirvieron para animarme mucho.

Al salir de la prueba de matemáticas, mi ánimo estaba por los suelos. No me había ido tan bien como había deseado. Me decepcioné a mí mismo.

Cuando el día terminó, Ray y yo fuimos al parque durante un rato, esperando a que sus padres se fueran. Estando ahí, hablamos de muchas cosas, pero él debió haberse dado cuenta de que mi atención no estaba ahí por completo.

“Mat, ¿pasa algo?”

Vi a los niños jugando, correteándose de un lado a otro. Cerré los ojos y pensé que no era justo que pasara mi tiempo con Ray de esa manera. En mi mente estaba librando una lucha interna, pero aún así logré sonreír.

“Nah, solo pienso en… varias cosas, de hecho.”

Cosas del pasado. Una suave brisa jugó con el cabello de Ray. Lo vi perdidamente, y sentía como si la brisa acarreara los errores de mi pasado y los estuviera estrellando contra mi rostro. Mis errores consistían, mayormente, en omisiones que había hecho, cosas que no me había atrevido a decir. Pensaba que, quizá, al igual que mis otros problemas, el confesarle a Ray todo lo que sentía por él podría ser una solución. Pensaba que si ese era el patrón, quizá todo ese reencuentro, el cruzar la línea trazada de la amistad y entrar a ese limbo de ‘algo más’ terminaría siendo la oportunidad de encontrar un nuevo sendero, uno más brillante. Pero mi indecisión me ganaba.

Ray se acercó un poco más a mí, aún guardando cuidado de cuán cerca era demasiado en un lugar público. Subió sus pies a la banca y, con los brazos apoyados sobre los rodillas, señaló el sauce péndulo bajo el cual me había besado hace un mes, cuando aparecí llorando frente a su puerta…

Lo vimos por unos segundos antes de que Ray escondiera su rostro entre sus rodillas.

“Hey, ¿Mat?” preguntó, en voz baja. Yo contesté con un gemido grave.

“¿Recuerdas lo que hice bajo aquel árbol?”

Su voz era tan baja... Cerré los ojos y no pude responder, como si ambos estuviéramos sintonizados en una misma melancolía. Ray no esperó contestación de mi parte.

“Desearía poder hacerlo justo en este momento…”

Y luego de eso, nos hundimos en el silencio de nuevo. El silencio duró hasta que el móvil de Ray vibró, y él me dio dos palmadas en el hombro para dejarme saber que nos íbamos.

Caminé tras él, admirando la figura de su espalda sin poder dejar mis pensamientos atrás. No supe ubicar, ni tres años atrás ni en aquel instante, qué hacía tan especial a la persona que tenía frente a mí. Sabía que, por naturaleza, yo estaba condenado a divagar en las ideas más pesimistas, por razones que ni siquiera me atrevía a cuestionar. Sin embargo, con Ray, siempre tuve momentos en los que sentí que podía hacer cualquier cosa, siempre y cuando pudiera tenerlo cerca de mí.

Él apresuró el paso a medida que nos acercábamos a su calle. Una vez frente a su casa, Ray me tomó por el brazo y me haló por el camino que llevaba al porche. En un arrebato, sacó sus llaves y empujó la puerta, halándome dentro y cerrándola con una patada.

Nos quitamos los abrigos y los arrojamos dentro del closet. Ray no dejaba de verme fijamente. Aún así, se mantuvo en silencio hasta que hubimos bebido algo y caminado hacia la sala de estar, rodeados por una tensión casi palpable en el aire.

Ray se quedó de pie bajo la división entre esta y la cocina. Yo no volteé. Sabía exactamente qué palabras saldrían de su boca…

“Estás deprimido de nuevo, Mat. Y supongo que seguirás pensando que no podré entender la razón.”

Bajé la mirada antes de contestar.

“Ray, no es por eso…”

“Pues por la razón que sea, ¿cómo esperas que me quede tranquilo cuando estás así? Estaba dispuesto a esperar siempre y cuando no te afectara tanto, pero al verte…” Se acercó a mí poco a poco. “Al verte así, se me agota la paciencia.”

Lo sentí detenerse muy cerca de mí. Sentía sus ojos clavados sobre mi espalda, como queriendo penetrar la piel y buscar las respuestas a sus preguntas dentro de mí. Tragué saliva. Mis manos, frías aún por el invierno que todavía se rehusaba a irse, temblaban levemente. Di media vuelta, lento, invadido por una mezcla de miedo y valor, por las contradicciones que me ataban de manos en las ocasiones más importantes, cuando en verdad contaba…

Confesar y confiar en Ray, o confesar y huir, esta vez para siempre. De una manera u otra, parecía que todo empezaría a decidirse tan pronto abriera la boca para hablar sobre el por qué del distanciamiento, el por qué de mi mudanza, el por qué de mi ira de hacía un mes. Quizá por eso sentía que debía hermetizarme, guardármelo todo; por temor.

Me sentí más cobarde de lo usual. Quise despegar la mirada de la de Ray, pero algo me lo impedía. Viéndolo fijamente, quise llorar, pero igualmente algo me lo impedía.

¿Cuánto tiempo habremos pasado en silencio, simplemente observándonos, luchando por entendernos? Sentí que pasaban horas mientras sus ojos y los míos batallaban entre sí, y ambos nos dábamos cuenta de que aún para los mejores amigos siempre hay algo nuevo que aprender el uno del otro.

Ray se acercó. A diferencia de sus acciones del pasado, esta vez sus movimientos eran tímidos, cuidadosos. Alzó su mano hasta sostener mi mejilla. La acarició con ternura hasta que  supe leer lo que deseaba hacer, y lo tomé gentilmente por la nuca, inclinando su rostro para besarlo.

“¿Sientes miedo?” me preguntó, antes de besarme una vez más. Gemí y luego asentí de nuevo, instintivamente dando un paso hacia atrás.

“Yo también,” Ray sonrió, pero esta fue una sonrisa melancólica, culpable. “Miedo a que después de esto, vuelvas a irte.”

Fue dando pasos hacia adelante, de los cuales yo huía dando pasos hacia atrás. Pronto, nos encontramos frente al sofá, y yo ya no tuve escapatoria. Sin dejar de ser gentil conmigo, Ray me empujó hacia abajo por los hombros, hasta sentarme sobre el sofá. Guió mi torso hacia un costado, dejándome tendido a lo largo y posicionándose sobre mí. Sus rodillas estaban a mis costados, y sus brazos se apoyaban sobre el respaldo para brazos sobre el cual yo descansaba mi cabeza.

Sus besos de esa ocasión fueron diferentes. Sentí culpa y cierta complacencia al darme cuenta de que Ray y yo, en ese momento, estábamos casi en sincronía. Los movimientos de sus labios iban en harmonía con los míos. Su lengua danzaba con la mía, lentamente, dejándonos a ambos sin aliento.

Pronto, llevó sus manos hasta mi cabello y se sostuvo por los codos, acercándose más a mi rostro, jugando con los mechones de cabello negro, apartándolos de mi frente para plantar suaves besos contra ella, sus labios cálidos creando un contraste increíble con el frío de mi pálida piel.

Por mi parte, mis manos subían por sus costados, acariciando su piel por sobre la tela de la camisa de uniforme. Luego, mis palmas recorrían su piel hasta llegar a su espalda, dejándose llevar por el egoísmo de quererlo más cerca de mi cuerpo, halándolo hacia mí.

Instintivamente, alcé mis piernas e intenté acariciar el interior de los muslos de Ray con los míos. Él se movía sobre mí, aumentando la intensidad de los besos, si es que era posible. Sin siquiera darnos cuenta, la estancia se había llenado de mis gemidos y los pujidos de Ray, tan peligrosamente cerca el uno del otro sobre el sofá, al punto de que nuestros cuerpos ya estaban al tanto, y pedían más.

Olvidé todo. Lancé todo por la borda. Simplemente había perdido por ese rato la habilidad de razonar. El único pensamiento coherente en mi mente era una pregunta que, en realidad, era bastante estúpida. Me preguntaba si era posible saciar la necesidad de los besos de Ray, esos besos que sabían enmudecer las crueles voces de mi mente con un solo movimiento de sus labios. La respuesta era un obvio ‘no; eso es imposible’.

Una de mis manos había subido hasta la nuca de Ray, adentrándose en su cabello, intentando tomar control del beso en ese instante. Halé gentilmente, exponiendo su cuello y gimiendo en respuesta al gruñido que él emitió. Besé los músculos de su cuello tensado, subí por la línea de su mandíbula, por su mejilla, llegando al pequeño lunar bajo su ojo, besándolo también.

En ese momento, con mis ojos abiertos, pude ver a Ray abriendo los suyos, dirigiéndolos hacia mí. Ambos parecíamos ver a través de una cortina de placer, pasmados por las sensaciones que recorrían nuestros cuerpos…

Aún así, Ray logró retomar su lucidez por un segundo. Separó sus labios, no para besarme, sino para decir mi nombre, en un tono agridulce que me sacó del trance en el que me encontraba.

“Mat…”

Él debe haberlo notado. De repente, todos nuestros movimientos pararon, y nuestros ojos se fueron abriendo más y más hasta volver a estar conscientes del todo de la situación.

Mi miedo no era solo a lo que podría destruir si revelaba mis verdades, sino también a que Ray no lograra entender la gravedad de la línea que habíamos cruzado.

Suspiré. Cerré los ojos, intentando llenarme de cualquier fuerza y coraje que me quedara dentro.

“Ray,” comencé, en una voz que parecía más un susurro, “¿qué somos?”

Él no se sorprendió. De hecho, su mirada pareció intensificarse, casi iluminarse más, como si hubiera derribado uno de los muros que yo había construido.

Sonrió, me besó sobre los labios, me vio con seguridad y firmeza a los ojos.

“Lo que tuvimos que haber sido desde el principio. Para evitarnos tanto tiempo buscándonos, sufriendo… Debimos haber estado juntos, como estamos ahora.”

Esa respuesta fue más que suficiente para mí.

Volví a rodearlo con mis brazos, atrayéndolo, deseando poder saborear hasta el último rincón de su boca, la comisura de sus labios. Paseé mis labios por sus ojos cerrados, por su cuello; abrí los primeros dos botones de su camisa, muriendo del deseo de conocer más de él, más de su cuerpo.

Ray, a su vez, había deslizado sus manos desde mi cabello, por mis mejillas, por mi cuello, por mis hombros y pecho hasta mi abdomen. Sus pulgares acariciaban mis músculos mientras el resto de sus dedos amenazaba con llegar a mi espalda, causándome un cosquilleo que subió rápidamente por todo mi cuerpo y me hizo estremecerme al tacto, aún sobre la tela de nuestra ropa.

Acercó su boca a mi oído, dejándome escuchar su risa juguetona. En contestación, me acerqué a la unión entre su cuello y su hombro y mordí suavemente su clavícula, divirtiéndome al escuchar su risa transformarse en un gruñido de placer.

Cruzamos miradas de nuevo. Nuestros labios volvieron a encontrarse. Su mano elevó el borde de mi camisa e hizo contacto con la piel de mi abdomen, acariciando lentamente y dejándome sin aire al sentir sus dedos directamente sobre mí…

Ambos reparamos en el teléfono de la casa, que sonaba con un timbre molesto por todo el lugar, haciendo eco contra las paredes.

Ray y yo nos inmovilizamos. El sonido del teléfono paró por unos segundos, pero luego volvió. No nos habíamos dado cuenta, pero nuestros pechos se elevaban, descontrolados, tratando de ganar un ritmo adecuado para nuestra respiración.

Entre jadeos, Ray alzó las manos y dio un puñetazo al respaldo del sofá.

“Maldito sea quien sea que esté llamando…” gruñó entre dientes. Me besó rápidamente sobre la frente y se puso de pie, trastabillando hasta el teléfono, que levantó con un gesto de molestia.

“¡¿Sí?! …Ah. Eh, pero no se supone que… ¿Ah? ¡¿Ah?! ¡No, no, para nada! El uniforme, pero qué importancia tiene eso… Sí, sí, ahora…”

Observé desde el sofá mientras la expresión de Ray cambiaba de molestia a confusión, de confusión a sorpresa y de sorpresa a pánico. Colgó el teléfono y se volteó hacia mí, llevando sus manos hacia su cabeza, sosteniéndola en un gesto de desesperación. Abrí la boca para preguntar, pero él se adelantó.

“Tengo que esconderte.”

No entendí.

“¿Esconderme? ¿Por qué?”

Ray corrió a la cocina. Escuché el sonido de trastos golpeándose entre sí, y un interruptor siendo presionado. Lo vi corriendo hacia mí. Me tomó por el brazo y me puso de pie, guiándome a toda velocidad hacia los escalones que llevaban al segundo piso.

“¡Espera, Ray, Ray! ¿Qué es esto, qué sucede?” en medio de la confusión, luché por admirar la parte de la casa que hasta entonces me había sido desconocida. En el segundo nivel había una segunda sala de estar, un enorme armario con docenas de libros, una computadora de escritorio, un largo pasillo con varias habitaciones y un balcón al fondo, donde podía admirar las esquinas de un tercer juego de muebles.

Ray volteó hacia mí, sin dejar de correr, y sostuvo un dedo sobre sus labios, silenciándome. Me sentí un poco molesto, pero me callé sin protestar más.

Fue entonces cuando escuché llaves y la puerta principal abriéndose. Dos voces de hombres entraron a la casa, riendo efusivamente.

Sentí que la sangre que había en mi cuerpo se tornaba fría, y que gotas de sudor igualmente heladas se formaban en mi frente.

Paramos frente a uno de las habitaciones del pasillo, cuya puerta Ray abrió antes de empujarme dentro, entrando conmigo. Cerró tras sí mismo, y me tomó por los hombros, mirándome fijo.

“Mi padre vino con un amigo. Cuando hablaron ya venían por la esquina, te habrían visto. No sé cuándo se irán, pero… ¿Qué hora es?”

Saqué mi móvil. Me sorprendió la hora. “7:30 p.m. ¿Qué hacen aquí tan temprano?”

Ray se encogió de hombros. “No tengo ni la más mínima idea. Solo… Escóndete aquí por un rato en lo que averiguo qué rayos hacer, ¿sí?”

Me tomé un momento para ver a mi alrededor. Nos encontrábamos en el cuarto de lavado. Ray movió algunas canastas y detergentes y me hizo señales para que me escondiera en un pequeño espacio entre la lavadora y la secadora.

“Si, por alguna razón inimaginable, a alguno de esos desquiciados se les ocurre entrar, solo cúbrete con ese edredón, ¿de acuerdo? Intentaré mantenerlos allá abajo, confía en mí. No dejaré que te descubran. Si lo hacen… Solo no dejaré que suceda, Mat. Tú escóndete y ya.”

Acarició mi cabello antes de salir de nuevo. Al cerrarse la puerta y escuchar los pasos de Ray por el pasillo, reparé en una pequeña ventana que había arriba. Dudé por un momento, pero terminé trepando sobre el gabinete que había junto a la secadora para lograr ver fuera a través de la abertura.

Podía ver el pasillo, solo un poco de la segunda sala de estar, y un mínimo espacio de los escalones. Divisé la sombra de Ray mientras bajaba por ellos y pensé que sería mejor quedarme ahí, vigilando en caso de que subiera su padre junto con quien fuera que había traído a casa.

El enorme tamaño y el espacioso diseño de la construcción me permitieron escuchar los ecos de las voces de abajo, a lo lejos y con mucho esfuerzo.

“¡Raymond! …Señor Hammond… quien te hablé… quería conocerte…”

Era difícil diferenciar todas las palabras, pero asumí, por lo poco que captaba, que quien hablaba era el padre de Ray.

Escuché a Ray riendo nerviosamente, presentarse, y su voz siendo ahogada por una carcajada estruendosa de quien, supuse, sería el tal Señor Hammond. Ray se disculpó, los hombres hablaron entre sí por un momento y Ray regresó para ser recibido por el vozarrón del tipo, comentando algo sobre el aroma del café.

Gotas de sudor se deslizaban por mi frente. Estaba más nervioso de lo que quería aceptar.

Abajo, los tres parecían estar iniciando una conversación animada. Entre los sonidos de las tazas y las risas, solo pude notar que Ray no intervenía mucho, sino solo con comentarios de una sola palabra.

Me senté sobre la lavadora y dejé salir un profundo suspiro. Mi situación era horriblemente extraña. Había tantas cosas pasando por mi mente que ni siquiera podía preocuparme por ellas.

Lo único que logré razonar fue que probablemente estarían sentados en el mismo sofá en el que acababa de estar con Ray…

Mi cuerpo volvió a calentarse solo con ese pensamiento.

 

-

 

Frustrado, intentaba explicarme a mí mismo cómo es que dos tipos lograban tardar cerca de una hora tomándose una maldita taza de café. El olor a detergente ya había penetrado en mi ropa, los momentos que había pasado con Ray habían perdido su efecto adormecedor en mi cuerpo y las preocupaciones empezaban a gobernar mi cerebro.

Además, moría del hambre.

La voz profundísima del señor Hammond dijo algo similar en la sala de estar de abajo.

Volví a mi posición de antes, vigilando los escalones desde la ventana. Ray ofreció calentar algo que había pedido, y los hombres estuvieron de acuerdo.

Tuve la seguridad de que esa comida había sido de su propia creación, pero Ray no tenía el valor de decirlo. Quizá sus padres no sabían acerca de su hobby. Hice un apunte mental sobre eso.

Mantuve la compostura mientras sonaban los platos de porcelana y tenedores y los tipos discutían el sabor de cada cosa. Engañaba a mi estómago y repasaba jugadas de fútbol a manera de distracción.

“¿No gustas bajar la comida con un trago, Phil?”

“¡Lees mi mente, David! Muéstrame, ¿dónde guardas el licor en este lugar?”

Había escuchado eso fuerte y claro.

Igualmente, escuché pasos acercándose a los escalones y subiendo por estos.

Mierda,’ repetí una y otra vez, alargando el brazo para recoger el edredón que Ray me había dado del piso, intentando enrollarme con él. Hesité durante unos segundos que me parecieron eternos, pero no pude contenerme; volví a acercarme a la ventana.

“Ooh, tienes un hermoso mini-bar aquí. ¡Me gusta, me gusta mucho! ¡Veo que sabes como iniciar las negociaciones!”

Por fin pude apreciar de qué tipo de persona provenía aquella voz profunda que retumbaba en las paredes. El señor Hammond se detuvo a un par de pasos de los escalones, admirando algo a su izquierda, más allá de mi campo de visión. Si en la segunda sala de estar había un mini-bar, seguramente no me di cuenta de ello en la desesperación de hacía unos momentos.

Era un hombre de unos cuarenta y tantos, de piel blanca, cabello café oscuro con canas a los costados que descendían por sus pronunciadas patillas. Usaba anteojos, que se apoyaban sobre una nariz cómicamente redonda. Sus labios parecían no estar ahí; su boca podía apreciarse como una sola línea, que casi lograba confundirse con todas las líneas de expresión que confesaban a gritos que el pobre hombre sufría de un estrés enorme. Eso, y la panza completamente esférica escondida bajo la camisa formal que usaba bajo el traje de ejecutivo, y parecía ser independiente del resto de su cuerpo, ya que este no estaba particularmente pasado de peso.

Caminaron hacia donde supuse se encontraba el mini-bar, y por fin vi a Ray aparecer tras ellos. Miró nerviosamente hacia el pasillo, en mi dirección, y se tornó blanco cuando me vio asomado por la ventana.

Hizo un gesto exagerado con la boca diciéndome que me escondiera, y yo obedecí, cubriéndome con el edredón. Sin embargo, a los pocos segundos, descubrí mis oídos para seguir escuchando. Podía entender, en parte, el placer de las señoras chismosas de todos los vecindarios; escuchar las conversaciones era interesante, pero no eliminaba un sentimiento de culpa que se formaba en mi pecho.

Aunque ya no podía verlo, repasé la imagen que había captado del padre de Ray. Era, quizá, de la misma edad que el señor Hammond, o más joven. Su cabello no tenía rastros de canas, sino que mostraba su edad por las pronunciadas entradas y una distinguida falta de espesor. Tenía cabello igual de negro y lacio que el de Ray, pero el suyo era más corto y tosco. Su rostro era notoriamente impersonal; daba la sensación de ser un presentador, de talle prolijo y profesional pero también falto de emoción.

Su nariz era más amplia, su piel un poco más clara, sus ojos café oscuro y su cuerpo mucho menos esbelto que el de Ray, pero me percaté del parentesco de inmediato. Me percaté, también, de lo brillante de la tela de su traje ejecutivo, la exquisita corbata, los mocasines perfectamente lustrados, y caí en la cuenta de cuán fuera de lugar me encontraba.

Estrujé la tela del edredón entre mis dedos.

¿Qué hago acá?

Fue como si los nervios, la ansiedad, la desesperación y las dudas se mezclaran y se convirtieran en un desprecio a mí mismo que hervía dentro de mi pecho. Mis dedos temblaban.

Una voz distante me decía ‘Lo sabías, Mat; esto no tenía que haber pasado.

Una voz aún más distante hacía eco en mi cabeza, pero me negué a escucharla. Tenía que confiar en Ray. Confiar en lo que me había dicho hace unos minutos, aferrarme al brillo en sus ojos mientras me veía. Cerré mis propios ojos intentando recordarlo. Incluso bajo el edredón, sentí frío.

Ignorando el viaje en espiral por el que estaba pasando, los hombres siguieron charlando.

“Raymond, huh. ¿Cuántos años tienes?” El señor Hammond preguntó amigablemente.

“17, señor.”

“18 el próximo mes.”

“Abril, papá. Dos meses.”

Un silencio incómodo. Al señor Hammond no pareció importarle la obvia incomodidad entre padre e hijo.

“¿Estás en tu último año, entonces? Ya tendrás tu plan para el futuro. Supongo que irás a la universidad, ¿no?”

Ray pensó durante un minuto. Tuve la sensación de que le costaba encontrar la respuesta a tal pregunta. Yo mismo moría de la curiosidad por saber los verdaderos planes de Ray, sobre los cuales jamás tuve el coraje de indagar, pero dudaba que los revelara en un momento así. Su padre carraspeó, decidiendo contestar en su lugar.

“Por supuesto. A West Balk, como su padre. Él heredará el negocio, después de todo.”

Ray no dijo una palabra. Aunque no veía la escena, pude sentir que la conversación iba en picada, tanto para él como para mí.

“Papá, yo no…”

“¡Ah, estupendo!” el señor Hammond estalló en carcajadas, sirviéndose otro trago, seguramente, “tienes que perder la pena conmigo, Raymond. Tendremos muchas reuniones como estas en el futuro.”

Cada vez que la palabra ‘futuro’ era pronunciada, aquella voz que tanto detestaba se volvía a escabullir entre mis pensamientos. Se me hacía más difícil ignorarla.

“Las negociaciones siempre van mejor con un buen whisky y una charla amena, ¿no te parece, Phil?”

La risa del tipo me estaba resultando molesta.

“Por supuesto,” contestó, tomando un sorbo de licor, “y Ralph pretendía que arregláramos esto en una sala de reuniones. ¡Por favor! Esas están ahí solo para firmar contratos. Conocer a los involucrados, ¡eso es lo que yo busco!”

“Pero debes entender que era su fiesta de compromiso. Por eso se molestó un poco.”

Sus ánimos finalmente mostraron cambio. Ambos hombres bajaron de tono, mostrando un poco de molestia en sus voces.

“Lo sé,” gruñó Hammond, “pero sabes que las fiestas de compromiso han perdido validez. Son excusas. Las peores.”

“¿Perdido validez?”

Hammond gruñó de nuevo. “Incluso Leighton se comprometió. Y sabes en qué terminó ese tipo.”

“Ah,” el padre de Ray posó el vaso sobre la pequeña mesa con más fuerza de la necesaria, “ese marica traidor.”

Me estremecí.

Ray tartamudeó. “Papá, creo que…”

“No, no; escucha. Esto también te concierne a ti, Raymond.”

“Tu padre tiene razón. Los infelices como Leighton no tienen cabida en nuestro círculo de socios. ¡Prometía convertirse en un gran hombre de negocios! ¡Tan joven, y ya tenía una empresa a su mando! ¡Gasté una fortuna en su regalo de bodas! ¡Todo para que la cancelaran en el último momento!”

La indignación en sus palabras me dolía.

El señor Pratt dio otro golpe a la mesa. “¡Pobre Melissa! Intentó salvarse un poco de dignidad, pero era imposible. El novio de Leighton, un empleado de medio tiempo, apareció semanas después y ambos huyeron de la compañía. El imbécil hizo el trámite para dejarle todo a ella, pero dime, Raymond, ¿de qué rayos sirve eso? El daño esta hecho. Tu madre ni siquiera voltea a ver a la pobre mujer. Su ex-prometido arruinó su reputación.”

“Estos enfermos están invadiendo el mundo.”

“Es una verdadera plaga, Phil.”

Enterré mi rostro en el edredón. No quería llorar para no sentirme tan patético, pero no podía aguantar más.

“¿Y tu, Raymond? ¿Tienes alguna chica en especial?”

“…No, señor.”

Agradecí que la tela gruesa ahogara mi llanto.

Hammond rió de nuevo con esa risa insultante.

“Y aunque no la tengas, es mejor. Las chicas de ese instituto no te convienen, no están a tu nivel. Es una pena que no hayas podido transferirte. Una vez sepas un poco más sobre el negocio y te adentres en la vida de la alta sociedad, las chicas se te lanzarán encima. Las mejores. Te prometo que no durarás mucho tiempo soltero.”

“Señor, yo…”

“No te preocupes, chico. Me caes bien. No tengo hijos, pero sí tengo algunas sobrinas que son una dulzura… En un par de años, quizá…”

“Phil, pensé que habías dejado atrás tus días de casamentero.”

“¡Jamás! Raymond, ven a las fiestas más seguido. Nunca es tarde para empezar a construir relaciones profesionales. ¡Quién sabe! ¡Quizá hasta encuentres un socio bueno si tienes la misma suerte que yo tuve con tu padre!”

Con el rostro empapado en mis propias lágrimas y un estómago vacío, me quedé dormido. Las risas de los hombres se desvanecían en el fondo, mientras mi propia voz interna estallaba en carcajadas irónicas, repitiendo ‘te lo mereces, te lo mereces,’ una y otra vez.

No me di cuenta en qué momento se fueron. Cuando volví a despertar, Ray estaba frente a mí, mirándome con preocupación, dándome palmadas en el hombro para llamarme la atención.

“Mat… Se han ido, puedes salir…”

Y eso hice. Bajé del puesto que había ocupado sobre la secadora y salí del cuarto de lavado, caminando rápido, con pasos largos, hacia los escalones. Los bajé de dos en dos sin hacer caso a Ray que corría tras de mí, repitiendo mi nombre. Aún sumido en un cierto estupor, sabía muy bien qué tenía que hacer.

Atravesé la sala y busqué mis cosas en el closet del recibidor. Me disponía a irme cuando Ray apareció sobre mí, deteniendo la puerta con una mano y a mí con la otra.

Finalmente, las palabras de mi madre de años atrás volvieron a hacer eco dentro de mí.

Matthew, ¿por qué actúas como un imbécil? ¿Que no piensas en el futuro?

“¡Mat, contesta! Lo que esos tipos dijeron, yo no…”

Volteé, solo porque ya no podía contenerme más. Sonreí, y Ray pareció asustarse al ver la expresión en mi rostro. Estaba seguro de que era una mezcla de odio y burla, ambos sentimientos dirigidos a mí mismo.

“¿No querías que lo escuchara? No importa. Es mejor así. Un chico del instituto no te conviene, Raymond.”

Su mirada se endureció.

“Mat, no digas tonterías…”

Lo empujé lejos de mí.

“Tú deberías aprender a no decir tonterías. No, no; mejor dicho: deberías aprender a no seguir mis estupideces. Lo que hice hace tres años, lo lamento, pero quizá era lo mejor. Eso pensé en aquel momento, y créeme cuando te digo que veo por qué fui tan firme.”

Ray estaba congelado en su posición. Respiraba por la boca y yo podía ver su pecho agitándose con violencia, pero no callé. No podía. Mis pensamientos y mis propios argumentos tomaban posesión de mi lengua y se lanzaban al mundo, como si la historia del tal Leighton los confirmara y me diera la razón.

“Lo siento, Ray, pero en verdad no pertenezco acá. Los amigos de la infancia son buenos recuerdos, pero… No me idealices. No soy quien piensas. Es mejor que hayamos parado antes de cometer alguna estupidez.”

Intenté salir, pero él bloqueó la puerta de nuevo.

No nos miramos. Él habló bajo, en una voz que parecía pender de un fino hilo.

“Deja que te explique todo a ti. Escúchame. No te vayas de nuevo. Mat… No lo hagas…”

“Los maricas no tienen cabida en el mundo al que entrarás luego de la graduación, ¿no?”

“Mat, yo no…”

“Ray… Raymond. No te has dado cuenta de que soy hombre. Y no quiero que te des cuenta hasta que tus socios te vean de reojo y te usen de tema de conversación. No quiero que otros hablen de ti con indignación y pena.”

“Mat, por favor…”

Abrí la puerta. Ray ya no tenía fuerzas para detenerme.

“Yo solo te puedo traer problemas, Raymond.”

Después de todo, ese era el papel que estaba acostumbrado a interpretar: Mat, el que no puede hacer nada bien, que toma decisiones estúpidas. El que se enamoró de su mejor amigo y pensó que podría funcionar, a pesar de que las circunstancias que nos rodeaban eran diferentes. El que arruinó su familia.

Aunque la primavera estaba a punto de iniciar, me sentía marchito por dentro. Moría con cada paso que daba, alejándome de la casa de Ray, repitiéndome a mí mismo que jamás regresaría, por su bien. Soportaría ese dolor. Era lo único que sabía hacer.

 

Notas finales:

Ah, Mat vv...


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