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Concordanza por Rokyuu

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Notas del capitulo:

¡Feliz Navidad! Tendría que haber subido esto hace un par de días, pero las fiestas me han absorbido todo el tiempo. Acabo de terminar de escribir el XIV, así que tendré que dedicarme esta semana de lleno a avanzar cuanto pueda... sino, podría ser desastrozo...

¡Gracias por leer y por los reviews recibidos! Disfruten el cap!

Desperté con un sentimiento extraño de no poder moverme. Intentaba elevar brazos y piernas, pero estaban aprisionados. Forcejeé durante unos momentos antes de escuchar un gruñido somnoliento a mi lado. Mis ojos se abrieron en sorpresa, sin poder ver mayor cosa debido a la completa oscuridad que inundaba la estancia.

Oscuridad.

Ray cambió de posición para liberar mi torso y piernas del abrazo en el que me tenía. Yo me senté de golpe, ubicando la ventana de la cocina y apreciando entre las cortinas un cielo azul oscuro en el cual brillaban unas cuantas estrellas.

“…Ray,” dije, escuchando el eco de mi voz y entrando aún más en un mini-pánico, “¿qué hora es? ¡Ya es de noche! ¡Ray!”

Sacudí sus hombros hasta que despertó. Pasó una mano por sus ojos y se sentó junto a mí. De cierta manera, la calma con que había despertado él me molestaba.

“En el microondas,” dijo, señalándolo, “dice que son las 8:30…”

Lancé el mantel que nos cubría a un lado y me puse de pie, encendiendo la luz y reuniendo mi ropa desperdigada por el suelo. Mi cuerpo cansado protestaba a mis movimientos agitados, pero si no me iba de inmediato corría el riesgo de que los padres de Ray nos encontraran abrazados, dormidos sobre el piso de su cocina, desnudos…

Miré hacia abajo, a mi propio cuerpo. Incliné la cabeza a un lado, como gesto de confusión.

“Ah… ¿Ray?”

“¿Si?” Él acababa de ponerse de pie y estaba recogiendo sus prendas, tranquilo. Reparé de igual manera en su cuerpo.

“Podría jurar…” pausé al sentir mi rostro volverse un rojo vivo, “podría jurar que estábamos… pues… desnudos, cuando nos quedamos dormidos…”

“Sí, sí, así fue.”

“Entonces… ¿por qué tengo puesta la ropa interior? Y tú también…”

Ray dejó escapar una risilla y caminó hacía mí, alborotando mi cabello con su mano. “Me desperté hace un rato para beber algo y de paso te vestí.” Mantuve mis ojos fijos sobre los suyos, como reclamándole la invasión de privacidad… Aunque luego de lo que habíamos hecho, no estaba en posición de hacerlo…

“En todo caso, termina de vestirte. Caminaré contigo hasta tu casa. ¿No quieres pasar comiendo algo en el camino?”

Sin importarme estar en medio de la cocina, me puse la ropa ahí mismo. “Comeré algo en casa… Y no es necesario que me lleves.”

“¡Claro que sí! Con todo lo que ha pasado, es lo mínimo que puedo hacer. Además, estamos a mitad del torneo y quién sabe cuándo te podré volver a ver…”

El tono serio con que dijo esas palabras fue suficiente para calmarme. Sin más discutir, nos preparamos para dejar su casa e ir hacia la mía, con esperanza de que pudiera llegar antes de que Lana o mi madre aparecieran…

Ya muy adentrados en la primavera, solo quedaba una suave brisa refrescante como recuerdo del frío invierno durante el cual Ray y yo habíamos vivido tantas cosas… El camino a casa fue silencioso, pero ambos entendíamos que las palabras no eran necesarias por el momento.

Paramos frente a la esquina de mi condominio. Ray miró dentro y señaló la ventana, y yo noté que había luces encendidas.

“Seguro es Lana. Tengo que entrar…”

“Sí, lo sé… Entraría contigo, pero supongo que tu madre sigue siendo estricta con las visitas, ¿no?”

Suspiré con algo de amargura. El comentario de Ray me recordaba todo lo que tenía que confesar antes de poder estar en paz conmigo mismo. Sin embargo, recordando las palabras dichas hace unas cuantas horas, mi confianza pasaba su mejor momento en años. Me sentía capaz de decirle todo, palabra por palabra, y sabía en el fondo de mi mente y de mi corazón que Ray entendería…

“La próxima vez que nos veamos…” dije, viendo a Ray a los ojos para asegurarme de que recordara mis palabras, “entonces, te diré toda la verdad.”

Él me miró con ternura y un aire de anticipación. “Y yo escucharé hasta el último detalle.”

Ambos asentimos y nos miramos durante un momento más, antes de que la luz proveniente de mi casa me recordara mis prioridades. Aunque no deseara hacerlo, tenía que entrar y llamar a Lance para averiguar en qué había terminado todo, y pensar qué rayos hacer para conseguir mi uniforme y mis libros…

“Entonces… Nos vemos,” me despedí, caminando hacia la primera puerta. Ray me sostuvo por el brazo y me volteó hacia él.

“¿Ray?”

“Quiero besarte.”

Miré al suelo, avergonzado, “Dios, Ray, ¿no puedes ser más cursi?”

“Claro que sí.”

Plantó un beso tierno sobre la palma de su otra mano y luego cubrió mi boca con ella. En su rostro podía ver una sonrisa traviesa y me causó gracia el hecho que incluso sus mejillas se ruborizaron con el gesto que él mismo había hecho.

“No seas tonto… Nos veremos mañana. Adiós.”

“Adiós, Mat.”

 

-

 

Luego de despedirnos esa noche, toqué el timbre para que Lana abriera la puerta de mi casa. Entré y ella señaló una esquina de la sala de estar donde estaban mis cosas apiladas, explicando que Lance las había ido a dejar momentos antes de que yo llegara. Hice el apunte mental de agradecerle cuando le llamara. Lana preguntó por las heridas de mi rostro, y yo me limité a decirle que había tenido una riña durante el juego.

Después de llamar a Lance, de escuchar sus regaños y amenazas en contra de Ray en silencio, sin derecho a protestar, y haber terminado con mis obligaciones de estudiante, terminé ese día con una noche de sueño pacífico, similar al de la siesta de unas horas atrás. Pensaba en cuán feliz sería a partir del día siguiente, cuando pudiera deshacerme de la carga más pesada que había sobrellevado a lo largo de toda mi vida…

Como regla general, la vida nos juega bromas que no son graciosas. En lo más mínimo.

Luego de aquel jueves, parece como si todos los eventos del instituto hubieran conspirado para que Ray y yo no pudiéramos vernos. El Torneo de Primavera, los horarios enredados de prácticas, trabajos, proyectos, lecturas, ensayos, reportes, reuniones del equipo con Lance, fiestas de los padres de Ray a las que él tenía que asistir… Luego de poco más de dos semanas completamente frenéticas, seguía sin haber dicho una palabra de lo que había prometido revelar.

Añadido a la carga horrenda de obligaciones estaba el hecho de que Lance se rehusaba a dejarme pasar con Ray en horas del instituto. Estábamos a semanas de que nuestras labores en el equipo llegaran a su fin y ciertamente me llenaba de melancolía pensar que dejaría el lugar donde había creado tantas bellas memorias, pero me habría gustado poder crear nuevos recuerdos junto a Ray…

Como era de esperar, Lance estallaba en rabia cada vez que yo mencionaba el nombre.

“Imbécil. Se mete donde no le incumbe. ¡Él tiene parte de la culpa de que te hayan sancionado por dos juegos!”

“Entiendo, entiendo, pero al final logramos ganar incluso cuando yo no participaba, y él fue quien me curó las heridas…”

Lance había escuchado con obvio escepticismo cuando le dije que aquella tarde, Ray y yo habíamos ido a que me trataran las cortadas y luego habíamos tenido una charla seria en su casa. Decía que si hubiera tenido una charla seria, Ray no sería tan insistente en saludarme desde lejos cada vez que cruzáramos caminos, ignorando la presencia de Lance.

“No me cae bien. En esa tu charla, ¿se te olvidó decirle eso? Es fundamental, Mat.”

Suspiré, aceptando mi derrota. Al parecer tendría que esperar a que apareciera una oportunidad perfecta para cumplir lo que había prometido. Aún así, mi principal preocupación era el hecho que el cumpleaños de Ray se acercaba cada vez más, al punto que estaba a una semana de llegar, y no quería decepcionarlo, especialmente luego de la sorpresa que él había preparado para mí…

Podría coordinar y planear cuanto quisiera, pero no tendría sentido a menos que supiera el horario de Ray.

Ese día, Lance yo estábamos ocupados coordinando los eventos de cierre del equipo. Uno que otro encuentro amistoso –sin Clayton High, por supuesto-, una ceremonia que el director quería realizar y la premiación de la temporada a nivel estatal, en la cual, luego de muchísimo esfuerzo y sacrificio, estaríamos en primer lugar. Nuestra reunión improvisada llegó hasta las 5:30, hora a la que Ray ya se había ido.

Caminé directo a casa con el móvil en mi mano, paseando mi vista por su número. Aunque pareciera raro, Ray y yo no manteníamos mucho contacto a través de llamadas. Probablemente debido a su incomodidad en su propia casa, y a mi temor de que se diera cuenta de algo, o que mi comportamiento mientras hablábamos fuera muy obvio y Lana sospechara algo. Pensé, con algo de esperanza, que eso podría estar a punto de cambiar…

Una vez en casa, subí a mi cuarto sin reparar en la mirada seria de mi hermana, quien seguía molesta. Aparentemente, la correspondencia de aquel imbécil seguía llegando, siempre sin ningún nombre aparte del mío escrito en el sobre. Quería buscar una manera de dispersar las tensiones que surgían entre Lana y yo, pero mi lado más egoísta quería poner a Ray primero, pensando a la vez que cuando él supiera todo, quizá me sería más fácil averiguar qué hacer sobre toda esa situación…

Me senté frente al pequeño televisor de mi habitación y lo llamé. Encendí la consola y empecé a jugar distraídamente mientras contestaba.

“¿Hola?” Escuchar su voz al otro lado de la línea me calmó instantáneamente.

“Hola, Ray.”

Una suave risa. “Hey, Mat. Uh… dame un momento, ¿si?”

“Claro.”

Esperé mientras escuchaba sonidos de llaves, puertas abriéndose y cerrándose y pasos apresurados. Luego de un minuto, Ray suspiró en alivio.

“Listo. Lo siento por eso…”

“¿Desde dónde estás hablando?”

“Pues…” Ray aclaró su garganta, apenado, “desde el cobertizo en el patio. Yo, uhm… No quiero que mis padres escuchen.”

Asentí inconscientemente. Entendía perfectamente por qué Ray haría eso… Parecía que ambos teníamos el mismo temor de que nos descubrieran. Y estaba seguro que no era por pena, sino más bien por miedo a que alguien más se entrometiera en algo que tanto nos había costado lograr…

Ray rió de nuevo. “Y tu, ¿estás jugando?”

Me sonrojé. “Eh… Sí.”

“Bájale el volumen, puedo escucharlo hasta acá…”

“Si hago eso, pierde sentido…” Yo también había pensado en una táctica para que Lana no alcanzara a escuchar la conversación.

“Ya veo. En fin… Es raro que me llames. ¿Sucede algo?”

“No, no es… Bueno, sí. Tenía que consultar algo contigo.”

Ray cambió su tono de voz a uno un poco más serio.

“¿Si? ¿Sobre qué?”

Preguntarlo de esa manera dejaba bastante claro cuál era mi intención, pero decidí que estaba bien siempre y cuándo Ray no supiera exactamente el plan…

“¿Tienes algo que hacer el 25 de abril?”

Ray meditó por un momento. “¿Es martes, cierto? Eh… Una práctica liviana para el encuentro del día siguiente, y creo que mis padres tienen un evento de caridad por la noche e insisten en que vaya. Probablemente porque es mí… Oh. Ooh. Oooh.”

Ignoré el tono animado con que Ray había terminado de hablar.

“Eh, ya. Pues… Dime a qué hora terminarás tu práctica y supongo que te esperaré en el instituto…”

“¡Mat! ¿Me prepararás algo? ¡Mat! ¡Hey, Mat! ¡Dame una pista! ¿Qué planeas hacer?”

Su emoción era similar a la de un niño a quien se le ha prometido un regalo. Y quizá, pensándolo bien, esa era exactamente la situación.

“Si te lo dijera, sería un fracaso de mi parte, ¿no crees?” Pensé rápido en una manera de pasar tiempo con Ray, a pesar de que sus compromisos no nos dejaban mucho espacio. “Tu agenda se escucha un poco apretada. Aún así, te esperaré luego de tu práctica, ¿de acuerdo? Pero no en el instituto; te esperaré cerca de tu casa.”

Ray pareció confundido. “¿Mi casa? Entiendo… Me estás llenando de curiosidad con todo esto, ¿sabes?”

Sonreí. “Eso era justamente lo que quería.”

Ambos nos quedamos en silencio por unos segundos. Escuchaba la respiración pausada de Ray al otro lado de la línea, y me preguntaba si él podría escuchar la mía, mientras deseaba que los días pasaran más rápido…

“Ray, tengo que escribir un reporte…”

“Y yo un ensayo. Apaga esa cosa, ¿sí? Si por mí fuera, reprobaría todo para estar contigo, pero…”

“Empiezas de nuevo con tus cursilerías, Ray…”

“Déjame. Si me pongo cursi es por tu culpa.”

Silencio de nuevo.

“Nos veremos pronto.”

“Será una larga semana, huh…”

“Y que lo digas. Adiós, Ray.”

“Adiós, Mat.”

Me tomó horas alejar la voz de Ray de mi mente para empezar a escribir ese maldito reporte.

 

-

 

El instituto se encargó de que tuviera suficientes tareas en las cuales ocupar mi tiempo mientras llegaba el ansiado 25 de abril. Entre una presentación, una charla y los últimos encuentros con el equipo, me las arreglé para preparar algo especial para Ray. Sentía que mi gesto con él sería mil veces más pequeño que el que yo había recibido, pero había puesto todo mi empeño en él para que por lo menos fuera memorable.

El día en cuestión, me aseguré de ser el primero en llamar a Ray. Él contestó medio dormido, pero feliz. Repasamos el plan para esa tarde y luego nos dispusimos a hacer que las clases pasaran lo más rápido posible.

La práctica de Ray duraría hasta las 5 p.m. Luego de clases, pedí disculpas a Lance por dejarlo solo, diciendo que tenía un compromiso importante en casa. En sus ojos pude ver que no me creía una sola palabra, pero se encogió de hombros, sin ganas de protestar.

Había pasado la noche anterior muriendo por los nervios. Sabía que el poco tiempo que teníamos apenas sería suficiente para una celebración y que mi confesión tendría que esperar, pero estaba ansioso por ver el rostro de Ray, por saber si lograría mi objetivo de hacerlo sentir cómodo, feliz…

Cuando llegó la hora, me preparé para aprovechar el tiempo al máximo. Al haber pensado constantemente en lo que haría, había logrado armar un horario bastante confiable. Contando, de nuevo, con la valiosísima ayuda de la señora Brand, me escondí en su tienda hasta ver a Ray correr por la calle principal con una enorme sonrisa en su rostro, en dirección a su casa.

“Ustedes dos son un caso especial, Matthew,” la tendera comentó mientras yo preparaba todo para salir. “Deséale un feliz cumpleaños a Raymond de mi parte, ¿sí?”

Volteé y sonreí, asintiendo. “Seguro, señora Brand. Y gracias por todo.”

“Ah, no tienes por qué agradecer. Me siento 10 años más joven solo con ayudarlos en cosillas como estas.”

Tomé el recipiente, similar a una hielera, con todo lo que había preparado dentro, y fui con él hasta el porche de Ray. Me escabullí hacia la ventana, viendo dentro para poder divisar a Ray, pero parecía que no estaba esperándome. Sonreí, emocionado y lleno de anticipación. Saqué una bandeja con cubierta de aspecto metálico y brillante y giré la perilla de la puerta principal, feliz de notar que Ray la había dejado sin cerrojos.

En silencio, avancé junto con el recipiente, que escondí en el closet, y tomé un CD que había copiado especialmente para la ocasión. Aún con la bandeja en mano, me dirigí a la sala, vacía, e introduje el CD en el aparato de música. ‘Aquí vamos…’ pensé mientras empezaba a reproducirse la primera pista.

Escuché ruidos en la segunda planta. Ahogué una risa nerviosa y corrí en puntillas a la cocina.

Ray corrió y bajó los escalones a toda velocidad. Incluso con la música, podía escucharlo. El CD tenía unas 2 horas de jazz ambiental, reminiscente al que suena al fondo en los restaurantes de cinco estrellas.

“¿Mat?” Ray llamó, dando pasos tímidos al explorar la sala. Escuché que se aproximaba más y más a mi escondite, y tomé la postura correcta…

“¡Bienvenido, Señor Pratt!” saludé, en un tono cortés, escondiendo la bandeja tras de mí y haciendo una pequeña reverencia. “Por aquí, por favor; su mesa de siempre está preparada.”

En efecto, había preparado apresuradamente un mantel y el lugar que ocuparía Ray en la mesa. Él obedeció y se sentó, confundido, sin quitar sus ojos de mí.

Me había vestido para la ocasión. Formé un conjunto que semejara lo más posible el atuendo de los meseros de los restaurantes de lujo; tenía puesta una camisa a botones blanca con mangas largas, pantalones formales negros con un medio delantal del mismo color al frente, finalizado con un chaleco y corbata negros.

Puse la bandeja sobre la mesa y la destapé, revelando una ensalada fresca. “Su entrada, señor,” dije, conteniendo la risa al ver a Ray completamente estupefacto, “hemos preparado un banquete para esta ocasión especial. Esperamos sea de su agrado.”

Ray, aún incapaz de formar palabras, se limitó a empezar a comer. Yo preparé los demás platos y los fui sirviendo a medida que él terminaba con el anterior.

“…¿Y usted no va a comer, señor mesero?” preguntó luego de probar los gnocchi del plato principal. Sonreí.

“¡Oh, no podría, Señor Pratt! Estoy aquí para servirle…”

“Entonces cumple mi capricho de tenerte a mi lado durante la cena, por favor.”

No pude contenerme más y estallé en risa. Ray hizo lo mismo. Alargó un brazo hasta alcanzar mi delantal y me acercó hacia él, halándome de la corbata para llevar mis labios a los suyos brevemente.

“Pensé que habías perdido ese creativo sentido del humor que solías tener.”

“Para nada. Simplemente estaba dormido, eso es todo.”

Nos besamos de nuevo. Con el jazz de fondo, el beso parecía tomar un valor particularmente romántico.

Fui por el resto de la comida y nos sentamos juntos a comer.

 

-

 

Luego de la comida, Ray y yo pasamos a la sala de estar, donde tomamos nuestra posición usual sentados sobe la alfombra, frente al televisor, aunque este se mantuvo apagado. El jazz continuaba reproduciéndose al fondo mientras Ray suspiraba, feliz y satisfecho.

“Estas ocasiones no serían lo mismo sin la señora Brand, ¿huh?” comentó, dándose un par de palmadas sobre el estómago. Yo lo empujé suavemente.

“¡Ayudé, sabes! Aprendí a hacer esos gnocchi. ¡Con mis propias manos!”

Ray volteó hacía mí, como enternecido. “Aw, ¿lo aprendiste por mí?”

Elevó una mano para pinchar mi mejilla, pero la alejé antes de que lo hiciera. “¡No te burles!”

Él me mostró una sonrisa malvada. “Te sonrojaste, Mat,” dijo, alargando la sílaba de mi nombre. Se inclinó hacia adelante para besar mi frente. “¿Sabes? No me cantaste antes del postre. Puntos menos.”

Fruncí el ceño y me crucé de brazos, un poco molesto. “Me harás sentir mal, Ray…”

“Ah, vamos… Solo era un comentario en broma. Lo siento. Me encantó aún sin el canto.”

Me puse de pie y fui a la cocina. Ray me siguió con la mirada.

“¿Qué sucede?”

Regresé a la sala de estar con una pequeña caja escondida atrás de mí. Caminé lentamente hasta el sitio donde había estado sentado, cuidando que Ray no pudiera ver lo que tenía a mi espalda. Él intentaba echar un vistazo pero yo se lo impedía.

“Hey, hey, ¿qué llevas ahí?”

De repente sentí un poco de ansiedad. Moría de la curiosidad por ver la reacción de Ray, pero al mismo tiempo no sabía si le gustaría lo que había llevado…

“Si te burlas, me voy.”

Ray me sostuvo por los hombros. Nos sentamos uno frente al otro. “No me burlaré, pero déjame ver qué es…”

Bajé la mirada. Mis mejillas se ruborizaron. Respiré hondo y le ofrecí la caja, sin suficiente valor como para verlo a los ojos.

Ray tomó la caja, emocionado. No tenía mayor decoración aparte de una tarjeta que leía ‘Feliz Cumpleaños, Ray; mi mejor amigo.’ La destapó lentamente, como anticipando qué habría dentro…

“Mat… No puede ser… “

Dentro había un pequeño álbum de fotos rotulado ‘¡debut!’, junto con un par de medallas con nuestros nombres escritos en ellas. Eran las fotos del primer año que habíamos jugado juntos como titulares en el equipo de fútbol, cuando ambos teníamos 11 años de edad. Era, también, el año en que nos habíamos convertido en mejores amigos. Las medallas nos habían sido entregadas en la ceremonia final de esa temporada, por ser los jugadores más valiosos del equipo de la escuela.

Ray tomó las medallas y las observó de cerca, pasando sus dedos sobre su nombre en una de ellas, y sobre el mío en la otra. Sus ojos estaban abiertos en admiración y sus labios se movían como buscando algo qué decir, sin éxito.

A continuación sacó el álbum de fotos y empezó a hojearlo cuidadosamente. Dentro había fotos de nosotros dos a lo largo del año escolar, en torneos, en el parque, en el instituto. Era casi como una documentación de nuestros primeros momentos.

“¿Tú tenías esto?” Ray preguntó, sin dejar de ver las fotos.

Asentí. “Sí. La cámara era mía, ¿recuerdas? Siempre se me olvidó mostrarte las fotos, pero mantuve el álbum guardado. Y no sé cómo terminó tu medalla entre mis cosas, pero la encontré hace más o menos un año…”

“Ah, qué nostalgia, Mat… Recuerdo todos estos momentos. Fue el mejor año, ¿no crees?”

“Claro. Nos convertimos en titulares, ganamos esas medallas…”

“Pasábamos juntos todo el tiempo.”

“Sí…”

Un año atrás, cuando había encontrado esas fotos y medallas, pasé una noche entera maldiciendo el día en que me había enamorado de Ray, pensando que si no hubiera tenido esos sentimientos podríamos seguir siendo mejores amigos. Tiempo después, viendo a Ray frente a mí observando esas cosas con tanto cariño, parecía como si todas mis preocupaciones habían sido caprichos míos. Como si había desperdiciado tiempo valioso. Y, sin embargo, pensé que fue necesario. Si no nos hubiéramos separado, la dulce reunión jamás habría ocurrido. Y sin la reunión, quizá Ray no sentiría por mí lo que sentía ahora…

“Ray… Quiero que te quedes con eso.”

“¿Eh?” volteó hacia mí, “Pero son cosas de ambos, ¿no?”

“Solo… quédatelas. Así sabrás que durante los tres años en que nos distanciamos, jamás me olvidé de ti. Te recordaba todos los días. Cuando salía al campo de juego, en los vestidores, mientras estudiaba… Siempre pensaba en ti. Nunca quise sustituirte, ni mucho menos olvidarte, es solo que… Pues, yo… Ray, yo…”

Dejando la caja a un lado, Ray se inclinó sobre mí. Me rodeó con sus brazos y me sostuvo firmemente. Me dejé llevar y simplemente acerqué su cuerpo al mío, disfrutando de la comodidad que encontraba en él, de esa calidez reconfortante sobre mí.

“Yo también pensaba en ti. Te lo había dicho, ¿no? Que pensaba en cuánto extrañaba los días en que pasábamos juntos desde la mañana hasta la noche. Ah, Mat… Somos unos estúpidos.”

Nos separamos. Lo vi directo a los ojos, curioso. “¿Por qué lo dices?”

Ray bajo la vista. Había un aire de amargura en su tono de voz. “Si lo que tenemos ahora pudiera haber empezado desde antes… ¿No te parece estúpido habernos negado esto?”

“Entiendo tu punto, pero… Ray… Éramos más jóvenes. Es normal cometer estupideces.”

“Supongo. Pero ahora…” Estiró sus piernas hasta rodearme con ellas. Me haló hacia él, descendiendo poco a poco hasta estar acostado sobre la alfombra, y estar yo sobre él.

“No te dejaré ir.”

Vio mis labios con ternura antes de besarme. Yo correspondí lo mejor que pude, acomodando mi cuerpo sobre el suyo, encontrando mi lugar. El beso no tardó mucho en tornarse más apasionado, húmedo, cálido, profundo. Su lengua y la mía se entrelazaron tan pronto nuestros labios cedieron el paso. Mis suspiros y los de Ray eran ahogados por el jazz que, al mismo tiempo, parecía marcar el ritmo con que nuestras caderas empezaban a moverse.

Los instrumentos al fondo nos guiaban a un ritmo pausado, melódico, profundo. Incluso a través de la tela de nuestra ropa, podíamos sentirnos el uno al otro creciendo gracias a la placentera fricción de la cual necesitábamos más y más a medida que avanzaba el tiempo…

Sin previo aviso, la música paró. De repente, nuestros cuerpos se encontraron solos, en un frenesí de movimientos desarticulados. Nuestros gemidos eran audibles y hacían eco contra las paredes de la sala de estar. Incluso el sonido del roce entre las telas de nuestros pantalones podía escucharse en toda la estancia.

“Ngh, mierda, Ray…” logré gruñir mientras me erguía sobre mis rodillas, intentando retomar mi compostura. “Es tarde, Ray, tus padres…”

“Al demonio con ellos…” Elevó sus caderas para continuar frotándose contra mi entrepierna, pero yo me puse de pie como pude, sintiendo de inmediato que mis rodillas no aguantaban mi propio peso y que mi cuerpo entero temblaba y mis músculos eran atacados por espasmos repentinos. Sabía que interrumpirnos de esa manera cuando apenas habíamos empezado era bastante cruel, pero sabía aún mejor que si no cumplíamos con nuestras obligaciones y con el secretismo, no habría más oportunidad de volver a ponernos ‘íntimos’…

Me desplomé sobre el sofá de cuero, mordiendo mi labio inferior, tratando de suprimir la urgencia con la que mi cuerpo me exigía ser satisfecho. Todavía sobre la alfombra, Ray estaba en una situación similar. Intentaba despejar su mente al morder los nudillos de una de sus manos echa puño.

“Maldita sea, Mat,” gruñó luego de unos momentos, levantándose y tomando asiento junto a mí, “un día de estos me vas a pagar todas estas interrupciones, ¿me escuchas?”

Me aventuré a verlo cara a cara mientras preguntaba, en una voz tentadora: “¿Qué tal mañana, luego de tu encuentro? Pero tendría que ser luego de que te diga un par de cosas que tenemos pendientes…”

“¡Cierto! La última vez habías prometido que me dirías, y desde entonces he estado muriendo por la anticipación…” El ánimo que había revivido en Ray pareció desplomarse de nuevo.

“…¿Pero?” pregunté, aún sabiendo, al fondo de mi mente, por dónde iría la respuesta…

“…Mañana tengo otra cena. Con el señor Hammond. Se dio cuenta el fin de semana que hoy era mi cumpleaños y le dijo a mi padre que mañana… Pues… ¿Lo siento?”

Negué con la cabeza, poniéndome de pie y preparando mis cosas para marcharme. “No estoy molesto,” dije. Tomé el recipiente con que había venido y lo llevé hasta el recibidor. “Solo siento que voy a explotar antes de tener la oportunidad de decírtelo todo…”

Ray me siguió, su rostro mostrando seriedad. Pensaba en algo.

“Debo irme, y tú debes ir a prepararte. Suerte mañana.”

Me adelanté para besarlo, pero él detuvo mi rostro con sus manos y me vio a los ojos.

“Haré cuanto pueda para poder escucharte lo antes posible, ¿sí? Me interesa escucharte, conocerte más…”

Nos besamos por un momento y luego nos separamos. Ray arregló mi corbata, alineándola con la v de mi chaleco. Sonreí.

“Este día era sobre ti, ¿recuerdas? Feliz Cumpleaños, Ray.”

“Gracias, Mat.”

Salí rumbo a mi casa, pensando en cuánto detestaba a ese tal Hammond, a pesar de no conocerlo.

 

-

 

Al día siguiente llegué a casa minutos después de haber terminado una de nuestras últimas prácticas. El director del instituto había visitado el campo para darnos unas palabras de agradecimiento, felicitar a Lance y animarnos a apuntar más alto. Sin embargo, durante todo esto, mi mente estaba en otro lugar. Lance lo notó, pero se limitó a murmurar ‘Dios, Mat; envejecerás rápido’.

“Mira quién habla,” contesté irónicamente, sin deseos de ahondar en el asunto. Era curioso cómo mi amigo cercano de los últimos dos años había insistido en saber más de mi pasado y yo siempre me había mostrado hermético, pero tan pronto Ray pedía que hablara, me era más fácil aceptar.

Aún así, sus palabras habían tenido efectos contradictorios entre sí. Por un lado, la idea de abrirme a alguien más y sacar todo eso de mi mente era reconfortante, casi como un paso necesario para dejar atrás aunque fuera un poco del dolor que había sentido entonces. Por el otro, una vez me puse a pensar en qué decir, en el orden de las cosas; una vez empecé a recordar lo ocurrido y a imaginar cómo me expresaría, no podía contenerme. Los pensamientos fluyeron naturalmente, y con tanta dificultad para ver a Ray y abrir la maldita boca de una vez, sentía que bordaba sobre la locura.

No fue hasta entonces que reparé en cuánto mal me había causado a mí mismo al callar. Era casi gracioso, considerando la raíz del conflicto en sí…

A las 4:35 p.m. Lana no estaba en casa. Al revisar la contestadora, encontré una nota escrita en su letra, diciendo que no llegaría esa noche y que dormiría donde Becca, estudiando para unos exámenes. Puse el papel en su lugar original y tomé un refresco del refrigerador. Estar solo nunca había sido problema, pero preferiría un par de minutos con mi hermana para no nadar en las decenas de ideas que fluían de mi cabeza.

Bebí el refresco sentado en el sofá de mi pequeña sala de estar, mirando la luz de la tarde entrar por las ventanas y reflejarse en las paredes vacías. No había fotos, solo un par de cuadros con pinturas de frutas y un paisaje otoñal. Bufé y me puse de pie, decidiendo que, sin duda, mi habitación era mucho mejor para estar solo.

Entré y me encerré, aún sabiendo que no había nadie más en casa. El simple acto de echarle el cerrojo a la puerta me daba cierta seguridad. Tomé mis libros e intenté concentrarme en resolver las que serían mis últimas tareas de secundaria, para poder ignorar todo lo demás.

Luego de un rato, me quedé dormido apoyado sobre el escritorio. Mi tarea estaba terminada, pero mi mente seguía inquieta, por lo que una siesta había sido la única solución para calmarla, tan siquiera por un rato. Cuando desperté, escuchaba el sonido del teléfono de la casa venir desde abajo. El sonido parecía lejano al principio, pero pronto me desperté por completo y reparé en él.

Corrí fuera de mi habitación, bajo los escalones y me abalancé sobre el aparato antes de que la contestadora se activara.

“¿Hola?”

“¿Matthew?”

Era mi madre. Un poco extrañado, retomé la compostura y me di cuenta de que toda la casa estaba inundada de una luz purpúrea, indicando que el atardecer acababa de pasar.

“Es raro que llames a casa. ¿Sucede algo?”

“No, no es… Bueno, no me sucede nada a mí, pero a Krystal- recuerdas a Krystal, ¿no?”

“Sí,” dije, notando la rapidez con la que mi madre hablaba.

“Pues su padre tuvo un accidente en su casa y está en el hospital, así que la acompañaré a visitarlo.”

Genial,’ pensé, sarcásticamente.

“¿Y qué tan lejos irán?”

“La ciudad donde vive el padre de Krystal está a unas 5 horas en auto. Tomaremos turnos para llegar en la madrugada y dormir un poco antes de las horas de visita.”

Me crucé de brazos, apoyando el teléfono contra mi hombro. Ya había terminado tareas, y pasar la noche sin Lana y sin el pensamiento de que mi madre eventualmente llegaría a casa era casi deprimente. Añadido al hecho de que, aunque quisiera, no podía llamarle a Ray, porque estaría ocupado…

“Está bien, supongo. ¿Cuándo regresarías?”

“Mañana por la noche. Tengo que irme, Matthew; dile a Lana también, ¿sí?”

“Sí, lo que digas. Ten cuidado.”

Y cortó la llamada. Puse el teléfono en su lugar, observé la nota de Lana a su lado y suspiré profundo. Volteé hacia el reloj de la cocina. Eran un poco más de las siete. Pensé en qué rayos me prepararía de cena, pues moría de hambre. Quizá ordenaría algo…

De repente, escuché voces afuera. Invadido por curiosidad – y porque no tenía nada mejor que hacer -  salí al porche para ver de qué se trataba el escándalo.

Los universitarios de la casa de al lado bromeaban y reían entre sí. Tomaban turnos para ir a la camioneta de uno de ellos y llevar adentro las cajas de lo que supuse serían cervezas que había en la parte de atrás del vehículo. Suspiré de nuevo. ‘Fiestas en un miércoles. Jamás entenderé en qué piensan esos tipos…

Terminé ordenando comida china. Para cuando el tipo de las entregas hubo llegado, la música de la fiesta ya había empezado a sonar y retumbar en las paredes. Engullí los tallarines que había pedido mientras escuchaba el eco ahogado del techno y las risas. Intenté disminuirlo un poco prendiendo la televisión y viendo cualquier cosa con el volumen alto, pero lo único que lograba era pensar ‘Estás evitando aquel tema, ¿no, Mat? Vamos, Mat, no lo ignores, no te reprimas; sabes cuánto mal te hace el reprimirte…

Hundido entre los cojines del sofá, a punto de ir a la casa de al lado para pedir cualquier licor que su amabilidad les permitiera donarme para simplemente relajarme y quedarme dormido, pensé escuchar el timbre.

Entre tanto estruendo, me dije que quizá habría sido mi imaginación jugándome una broma.

Lo escuché de nuevo.

Lancé los cojines a un lado y me puse de pie, avanzando cuidadosamente a la puerta. ¿Quién podría estar buscándome a… cualquiera que fuera la hora en aquel momento? Miré el reloj. Faltaban diez minutos para las diez de la noche. Tenía las luces apagadas, así que ¿por qué estaría alguien llamando?

Podían ser los tipos de al lado. No tenían razón para llegar, pero estando bajo los efectos del alcohol eran capaces de hacer cualquier estupidez… Ciertamente no estaba de humor para lidiar con un par de borrachos…

Abrí la puerta lentamente. Me asomé un poco en contra de mi voluntad.

“¿Quién está…?”

Callé tan pronto vi a Ray parado al otro lado de la puerta de hierro, con una mano en un bolsillo y viendo su reloj en la otra.

“¿Ray? ¿Qué rayos haces aquí?” Salí rápido para abrir la otra puerta. Ray vio de reojo la casa de los universitarios antes de dirigirse a mí.

“…¿Me estás invitando a entrar?”

Asentí. En mi mezcla de confusión y alegría, simplemente no podía dejar que Ray se quedara ahí, mucho menos cuando estaba expuesto a los tipos de al lado…

“Siento la intrusión, entonces,” murmuró. Caminó hacia el porche y me esperó antes de entrar a mi pequeña casa.

Cerré la puerta de madera, y fue hasta entonces que los nervios me alcanzaron de golpe. Jugué con mis manos, ansioso, demasiado consciente de que era la primera vez que Ray entraba ahí. Encendí las luces y lo invité a pasar a la sala de estar.

“Ehm… ¿Quieres algo de beber?” Volteé al hacer la pregunta, pero Ray no estaba viéndome. Parecía estar analizando cada esquina de la casa, admirando los detalles con clara admiración en su rostro. Reparé en la ropa que llevaba puesta. Pantalones formales, una camisa manga larga de un verde pálido, corbata deshecha alrededor del cuello y el saco echado sobre un hombro. Cualquiera sabría que venía de un evento de gala.

“Sí, por favor. Cualquier cosa está bien.”

Tomé un refresco del refrigerador y se lo llevé. Hice un gesto para tomar asiento sobre el sofá, que seguía desordenado gracias a las horas que había pasado ahí hacia unos minutos. Él apartó los cojines y se sentó, bebiendo, sin apartar su mirada de todo lo que había en el lugar.

Parecía casi una mentira que Ray estuviera ahí. “¿Qué hay del evento del señor Hammond? ¿No eras tu el motivo de la cena?”

Ray rió de lado, sarcásticamente. “Lo fui, hasta más o menos el momento cuando sirvieron la entrada. De repente empezaron a hablar de negocios. Ni siquiera conocía a la gente que había llegado, aparte de mis padres, que tenían esa actitud profesional que tanto detesto. Todos la tenían. Solo terminé con el bolsillo lleno de tarjetas de presentación,” dio un par de palmadas sobre su bolsillo abultado para evidenciar sus palabras. “Luego de la comida solo quería marcharme. Me escabullí sin que se dieran cuenta y… Planeaba ir a mi casa y dormir, pero antes de darme cuenta, terminé frente a la tuya…”

Mantuve silencio, sin saber muy bien qué decir luego de escucharlo. Pensaba que era dulce que hubiera llegado sorpresivamente, pero me sentía mal porque incluso luego su cumpleaños tuviera que estar en ese mundo corporativo que odiaba.

La música de al lado seguía retumbando. Ray rió de nuevo e hizo un gesto para señalar la casa. “¿Qué celebran?”

Me encogí de hombros. “Creo que ni ellos mismos han de saberlo.” Sonreí.

Nuestras miradas se cruzaron por un momento. Sentí que iba a sonrojarme, pero Ray volvió a dirigir la vista alrededor de la casa antes de que pudiera ocurrir.

“Pensé que tu casa sería algo así como la guarida de Bruce Wayne, considerando cuánto se había empeñado tu madre en mantener su interior en secreto. ¿Trabaja hasta tarde? Sé que si no estuvieras solo, no me habrías dejado pasar…”

Asentí. “Volverá hasta mañana por la noche. Y Lana volverá hasta mañana después de la escuela. La guarida es mía por la noche… Aunque más que una guarida, es como un hostal vacío.”

Ray mordió sus labios. Su expresión y su postura tomaron una seriedad que, francamente, sabía que vendría pero me daba miedo enfrentar. Puso el refresco sobre la pequeña mesa al centro de la sala de estar y me miró fijamente a los ojos.

“Sabes por qué vine, Mat.”

No podía negarlo. “Así es.”

“¿Me explicarás por qué tu madre odia las visitas? Y de paso, ¿por qué no hay una sola foto en todo el lugar?”

Tragué saliva y me puse de pie. Respiré hondo.

“Hablemos en mi habitación.”

 

Notas finales:

Siento haberlo cortado aquí! Actualizaré antes de que acabe el año, pendientes y, de nuevo, ¡feliz navidad!


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