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Concordanza por Rokyuu

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Notas del capitulo:

Me da miedo la rapidez con la que se me están acabando los capítulos que ya tenía escritos! Los siguientes son capítulos mucho más largos, que me tomarán más tiempo revisar, pero intentaré mantener un ritmo.

Gracias por leer :) Cada vez que actualizo y veo los reviews siento que lloraré. Waaaah, soy demasiado novata como para merecerme esto :')!

 

Soy hombre, y ese es un hecho innegable. También es innegable que, fruto de la juventud y las hormonas, surgen ciertas necesidades… Incómodas, cierto, pero necesidades al fin y al cabo.

En la mañana del lunes, una de esas necesidades fisiológicas anunciaba su presencia desde muy temprano. Medio adormitado, me di cuenta del problema y, desesperado, tuve que buscar una solución.

Corrí al baño con la toalla cubriendo mi problema y cerré la puerta detrás de mí con un estruendo, seguido por el cerrojo y el agua de la ducha que empezó a caer casi de inmediato.

Con una ducha como excusa, sacié esa necesidad del cuerpo que había dejado desatendida desde hace algunas semanas atrás. Entre mis piernas se habían reunido la frustración, estrés y montaña rusa emocional de los últimos días, y me pedían casi a gritos ser aliviadas.

Apoyé una mano sobre los fríos azulejos frente a mí. Me incliné sobre la pared hasta descansar la frente en ella. El agua, tibia y confortante, me había empapado por completo. Mi mano libre se dirigió a mi miembro, rodeándolo, acariciándolo con un leve movimiento de cada dedo, independientes al empezar y luego en conjunto, de arriba hacia abajo, lento al principio e incrementando su velocidad poco a poco. La mano sobre los azulejos se convirtió en un puño que temblaba y tenía espasmos repentinos. Mi cuerpo entero ardía lentamente.

Respiré por la boca, lamiendo gotas perdidas de agua que bajaban por mi rostro hasta llegar a mis labios. La moción se volvió más rápida, el sentimiento más cálido y la necesidad mayor. Los sonidos del choque de piel contra piel, la humedad, la fricción que parecía no ser suficiente para satisfacerme; todo era como un estimulante, como una melodía que agudizaba las sensaciones con la intención de hacerme perder el juicio.

Mis piernas temblaban. Todo mi cuerpo temblaba. Daba boqueadas de aire de un momento a otro. Daba golpes con el puño que seguía libre. Gruñidos salían del fondo de mi pecho. Sonidos ininteligibles, muecas de placer, un cuerpo retorciéndose; eran señales de que estaba cerca, tan maravillosamente cerca y tan desesperado a la vez.

Arqueé mi espalda. Sentí que el oxígeno no llegaba a mis pulmones, que un rayo caliente y asesino me había consumido. Mi mano realizó movimientos más lentos e intensos y, finalmente, llegué.

Mi mente fue cubierta por una manta blanca. No pude controlar los retorcijones de mi torso y pelvis. Todos mis músculos se contrajeron y relajaron en un segundo. En un disparo de sensación de placer, acabé en mi mano mientras entre los gruñidos y gemidos sin sentido aparecieron su nombre y en mi mente, su rostro.

“Ah… Ah, Ray…”

Caí de rodillas.

El agua siguió corriendo. Luché para alzar una mano y cambiar el agua tibia a helada, para salir del estupor en que me encontraba.

Recuperé la cordura lentamente, y pensé en cuánto asco sentiría Ray si supiera durante qué tipo de acto había mencionado su nombre… Bajo qué circunstancias había pensado en él.

“Soy lo peor…”

Incluso yo sentí asco de mí mismo. Ni siquiera una larga ducha pudo quitarme ese sentimiento.

 

-

 

Lana no escuchó su alarma. Tuve que despertarla, apurarla mientras se duchaba para que no se quedara dormida de pie y prepararle un desayuno a la velocidad de la luz. Las mañanas y yo no éramos exactamente muy buenos socios, pero en ese lunes en particular me sentía como nuevo, y sabía por qué…

Agradecí en secreto el hecho de que Lana se hubiera atrasado, pues de otra manera habría visto –o, más bien, escuchado- un lado de su hermano que no le habría gustado.

Al verter los huevos en la sartén caliente, mi madre emergió de su cuarto y se dirigió a la sala. Tenía puesto otro de sus típicos trajes de ejecutiva y se había apoyado sobre un costado del sofá para buscar las llaves del auto en su bolso. El auto siempre quedaba en un estacionamiento a poco menos de una cuadra del condominio. Cuando encontró las llaves, mi madre me buscó con la mirada.

“Matthew,” dijo, “hoy regresaré tarde. No me esperes despierto. Si algo pasa, te llamaré. Cuida la casa”.

El sonido de su taconeo la siguió hasta la puerta, más allá del pequeño jardín y se alejó poco a poco hasta ser inaudible.

Estaba tan acostumbrado a sus salidas rápidas que ya desde hace tiempo me había rendido ante la idea de preparar desayuno para tres. Lana, que era la que se ocupaba de la cocina normalmente, también sabía que era imposible hacer que nuestra madre se sentara a comer.

Engullimos la comida rápido y Lana salió corriendo para tomar el bus a tiempo, pues ella asistía a un instituto un poco más adentrado en la zona urbana de la ciudad. Yo, por mi parte, me quede atrás un par de minutos. Vivía cerca de mi instituto, lo cual me resultada increíblemente conveniente y me ahorraba muchas cuotas de pases de autobús. Al parecer también vivía cerca de Ray. Eso no había cambiado, y me levantaba un poco los ánimos. Cuando ya fue hora de salir de casa, lo hice con una sonrisa distante en el rostro.

Años atrás, siempre caminábamos juntos de regreso a casa. Yo solía vivir al otro lado de la ciudad. Luego de mudarme, Ray y yo pasábamos más tiempo fuera, pues nuestras casas quedaban más separadas. Jamás fui a la suya, pero él sí había llegado un par de veces a mi casa anterior, antes de que mi madre se pusiera estricta respecto a las visitas.

La verdad es que nuestro lugar de reunión siempre había sido fuera, donde podíamos jugar a lo que quisiéramos, sin restricciones de espacio. Poco después de conocernos, encontramos un parque para la comunidad que contaba con canchas de fútbol, de baloncesto, de tenis y pistas para patinar, entre otras formas de entretenimiento. Podría decir, casi con toda seguridad, que Ray y yo monopolizábamos casi por completo esas canchas.

Una de mis partes favoritas de ese parque eran los lugares para esconderse. Dentro de unas estatuas cónicas de diferentes colores y niveles, solo, siempre me había gustado cerrar los ojos y escuchar al mundo ajetreado moverse alrededor mío. Era un lugar que encerraba muchas memorias felices, en su mayoría junto a Ray, y otras muy tristes y dolorosas, que pude superar gracias a él…

El parque quedaba muy cerca del instituto. El día en que había ido a cenar con Ray no pasamos por ese lado, pero me nació la curiosidad de saber  qué habría pensado él, qué memorias habrían emergido en su cabeza.

En mi caso, era una única memoria la que reinaba sobre todas las demás. No había duda en mi corazón. Pero para Ray… para él, ¿qué significaron tantos años?

Llegué hasta la puerta principal de la escuela, pero decidí desviarme para ir a visitar aquel sitio emblemático de nuestra infancia. Vestido con mi uniforme de alumno de secundaria, con mis pesados apuntes de tercer año dentro de un bolso que colgaba de mi hombro y una horrible culpa por haberme masturbado hacía poco más de una hora, me sentí terriblemente viejo. Como si el tiempo hubiera acelerado su paso al dejar yo de frecuentar esos estrechos senderos pavimentados.

Había perros corriendo por doquier, adultos mayores haciendo caminatas pasivas o con juegos de cartas y tableros sobre las mesas de concreto cubiertas con pintura de colores vibrantes. Vi el cielo claro, tan claro e inmenso, tan inalcanzable, un cielo que le abría paso a un sol radiante mas no asesino, como era característico en otoño.

Respiré hondo. Esperé hasta que no hubo mucha gente a mi alrededor para ser testigos de mis estupideces. Me acerqué a una de las estatuas cónicas, a su entrada, y me agaché frente a ella. A pesar de estar consciente que las clases estaban a punto de iniciar, y aún sabiendo que mis pantalones de uniforme se ensuciarían de tierra semi-húmeda, no pude resistirme y entré en mi vieja guarida.

Sentí como un resurgir de mi juventud dentro de mí, como si se me fueran un par de años y un par de amarguras de encima. Me senté y cerré los ojos, dejando que solo los buenos recuerdos me hicieran compañía ahí dentro; reviviendo todo lo que vivía cuando me encontraba allí…

Estaba llorando. Tenía doce años y estaba llorando, escondido en mi lugar de siempre, que a pesar de ser lo de costumbre era aún desconocido para mi familia, e incluso para Ray. Lloraba como los niños que han sido regañados; me mordía los labios y respiraba hondo mientras lágrimas caían sobre mis rodillas flexionadas. Mi mano izquierda sostenía una vara, con disposición de blandirla en caso de que un invasor disturbara mi solitud al asomarse por la entrada circular.

Estaba atardeciendo. Desde donde estaba, con ojos vidriosos, reparaba en el naranja del paisaje de fuera. Me preguntaba qué tan tarde sería. Giraba mi cabeza hacia la entrada para analizar la situación cuando Ray había aparecido hincado justo frente a mí. Una confusión de felicidad, alivio y enojo me invadían.

“¡Mat, te he estado buscando por horas!” me avisaba un preocupado Ray. Creía sus palabras al ver las gordas gotas de sudor bajar de su frente y sienes.

“No te vi al salir de clases. Pensé que te quedarías para la práctica pero jamás apareciste. ¿Sucedió algo?”

Ray hacía el intento de entrar, pero yo y mi vara se lo impedíamos. A su mirada preocupada se le sumaba la confusión.

“No te acerques,” decía yo, entre sollozos contenidos, “¡quédate donde estás!”

“Mat, ¿qué pasa?”

Respiraba hondo. Con mi mano izquierda apoyada sobre la tierra, me daba vuelta lentamente hasta quedar frente a frente con Ray. Sus ojos reparaban inmediatamente en mi brazo derecho, el cual yo levantaba con dificultad debido al peso del yeso que lo rodeaba.

“Mat… Te fracturaste el brazo… Pero, ¿cómo?”

Ya no podía contener los sollozos. Estallaba en llanto mientras trataba de explicar la situación, entrecortado y difícil de entender, pero desahogando el deseo de hablar con alguien.

“Fui por mi-i uniforme… La-Lan-nah… ¡Ella-ah! ¡Por culpa de- de sus jugué-eh-tes! Mi muñeca-ah…” suspiro.

Aún sin habérselo dicho, Ray entendía enseguida mi dolor.

“No podrás jugar en el torneo de la próxima semana con la muñeca así… Mat, lo siento mucho…”

Ray se acercaba a mí, haciendo caso omiso de mis protestas. Se sentaba a mi derecha, y me miraba a mí, luego mi brazo cubierto por un odiado yeso blanco.  Rodeaba mis hombros con su brazo y me acercaba a él, sonriendo.

“Hablaré con el entrenador. ¡Ya decidí! ¡Vamos a ganar, Mat! Quizá no seamos campeones del torneo, pero te prometo que llegaremos lejos. ¡Ya verás! Lo que haces tú por mí en el campo… Simplemente tendré que hacerlo yo también, sin ningún otro acompañante en las jugadas. Solo prométeme que irás y nos apoyarás, aunque sea desde las bancas, porque si mi socio no está presente, ¿cuál es el punto de jugar en su honor?”

Mis lágrimas paraban.

“¡Y para todo lo demás, seré tu mano derecha! ¿Qué te parece?”

Una sonrisa aparecía en mis labios.

“De acuerdo… Gracias, Ray…”

Luego de ver un poco más del atardecer desde el que luego pasaría a ser nuestro escondite, caminamos a casa. Ray iba a mi lado derecho en todo momento, cumpliendo su parte del trato. Ese año logramos llegar hasta el séptimo lugar en un torneo de 25 instituciones participantes.

Mis memorias con Ray siempre eran las más dulces.

Sentí una sonrisa cómoda y una calidez antigua invadirme por sorpresa. De pronto, me di cuenta de cuán incompletos se sentían mis días sin mi mano derecha ahí para  levantar mi ánimo cuando este se encontraba por los suelos.

Rodeado de silencio, me sorprendí con la dimensión de lo que había sacrificado con tal de no perjudicar a mi mejor amigo… A la primera persona a quien amé…

“Ah, mierda…”

Pero era todo menos el momento indicado para pensar en semejantes cosas.

“¡Mierda! ¡Las clases! Demonios, demonios, demonios…”

Corrí como si se tratara de un sprint olímpico, y aún así no llegué a tiempo.

Tan solo durante el inicio de una mañana, me había sentido avergonzado, asqueado y tonto. Qué sorprendente, el efecto de una persona sobre otra…

 

-

 

Lunes, miércoles y jueves son días de práctica de fútbol, a las 3:15 p.m. A las 3:45 p.m., en lunes, miércoles y viernes, son las prácticas de baloncesto. También había prácticas de tenis, de béisbol, de las animadoras y de corredores. Era obvio que los horarios para tantas actividades terminarían siendo un desastre entrecruzado.

Con la primera competencia del año acercándose, por lo menos para los de fútbol, había iniciado la creación de los uniformes de equipo. Durante un receso, Lance me hizo llegar una tablilla con los nombres de miembros de su clase, su posición, nombre que deseaban tener en su camiseta y número de su elección.

“Haz que todos la llenen y la traes completa para la hora de la práctica. Ya la pasé por dos clases, así que solo te quedan otras dos. ¡Agradéceme!” Lance se fue riendo.

Pensé en cuánto detestaba ser tomado como personal de Recursos Humanos por mi capitán, y salí deprisa en el siguiente receso para lograr mi objetivo. Pensé que tendría que pasar por la clase de Ray.

Pero hoy no me esconderé ni tendré que ignorarlo…

Mis pasos se hicieron más ligeros.

No había reparado en ello, pero hablar de nuevo con Ray me daba una cierta libertad en el instituto que ya había comenzado a extrañar. Era comparable con ver el sol luego de salir de un bosque sombrío.

Abrí la puerta del 3-C con impulso, sintiéndome aliviado de que la mayoría siguiera dentro. “Disculpen,” comencé, “necesito a los del equipo de fútbol, solo será durante un minuto”.

Los interesados se acercaron. Inconscientemente, mis ojos buscaron a Ray. Lo encontraron junto a la ventana, con la mano suspendida en el aire mientras pausaba la copia de unas instrucciones en el pizarrón. Cuando me vio, sonrió e hizo un gesto con la cabeza.

Sonreí de vuelta y devolví el gesto.

Luego de completar mi diligencia, ya casi todo el salón estaba desocupado. Solo quedaban un par de chicas que hablaban animadamente rodeando a otra que estaba sentada en su mesa, y Ray, quien se acercó a mí.

No lo esperaba. Me puse un poco nervioso. Solo un poco. Casi nada.

Mis palmas comenzaron a sudar.

“Hey, Mat,” dijo, sonriente, “todo un personal administrativo del equipo, ¿huh? Yo no podría hacerlo. Solo puedo jugar, nada más.”

“Todo nació de la necesidad;” contesté, fingiendo calma, “si no lo hago yo, dudo que Lance… que mi capitán quiera hacerlo. Seríamos un desastre”. Me encogí de hombros. “Ah,” agregué, “pero eso no significa que sea mal jugador. Para nada. Nuh-uh”

“¡Claro, claro! Ja, ¡jamás insinué eso!”

Reímos. Música para mi alma.

“Pero bueno, al punto…”

“¿Hm?”

“Quería hacerte otra invitación”

“Invitación… ¿a qué?”

Quise pellizcarme para confirmar que era verdad lo que parecía estar pasando.

“A cenar, por supuesto. Hoy, después de práctica. Espero que no te moleste esperarme unos minutos…”

“No, no, para nada. En absoluto. Jamás. Eh… no. Te espero, no hay problema,” maldije mis nervios.

“Entonces, ese es el plan. Te buscaré en los vestidores de nuevo, ¿de acuerdo?”

“Sí, sí; ahí estaré”

“Genial. ¡Nos vemos, secretaria del equipo!”

Jamás lograré comprender cómo es que la vida te lanza giros tan repentinamente, que parecen nacer de la nada. Hace menos de una semana no existía la más mínima posibilidad de que eso sucediera. Para mí era suficiente con poder moverme por los pasillos sin preocuparme por un encuentro indeseado; mi ambición no alcanzaba a siquiera soñar con otra invitación a pasar el rato juntos tan pronto.

En mi estupefacción, alcancé a gritar un “¡No soy una secretaria!” cuando Ray ya iba por el final del pasillo.

 

-

 

Una vez más, estaba vistiéndome cuando Ray me encontró. La única diferencia con la última ocasión era que ahora la gente del equipo de fútbol nos rodeaba, y los de baloncesto inundaban la habitación también, llenándola de una multitud. Aún entre tantos que estábamos ahí, sentía que la voz de Ray era clara como el canto de un ave, sin hacer caso a los demás sonidos.

“¡Si te sientas en la banca con la espalda arqueada de ese modo, es obvio que haya sido tan fácil no ubicarte entre tantas personas, pequeñín!” dijo, dándome una palmada en el hombro. Puse mi espalda recta de la manera más discreta que pude, pero sé que Ray se dio cuenta a través de la sonrisa burlona que me dirigió.

“Me ducharé rápido, ¿de acuerdo? Así podremos caminar un poco antes de que anochezca por completo…”

“¡Eh, Raymond! ¡Eres lento, viejo!” gritó uno de sus compañeros de equipo mientras se encerraba en la última ducha del recinto. Ray fue el único que se quedó fuera de todos los que acababan de entrar a los vestidores.

“¡Y un demonio, Blake! ¡Maldición! ¡Apúrate con tu ducha, infeliz!”

Ray gritó a sus compañeros, quienes solo reían. Los de fútbol observaban entretenidamente. Yo cubrí mi cabeza con mi toalla para que nadie viera mi sonrisa de tonto.

Cuando Ray salió de la ducha, ya todos los de baloncesto estaban saliendo por la puerta. Ray refunfuñó por un momento antes de vestirse, de mala gana. Yo estaba unos pasos atrás, para nada molesto por la oportunidad de estar solo con él.

Su entrenador entró brevemente a la habitación, con las llaves en la mano y sorprendido de ver a Ray todavía más empapado que seco. “Apúrate, Pratt. Tengo que cerrar este lugar ahora mismo.”

“Ya voy, ya voy. Dos minutos, nada más.”

Dicho y hecho, en cinco minutos ya estábamos saliendo del instituto. Caminando bajo el color naranja del atardecer, recordé mi impulso de esa mañana y reí para mí mismo. Ray se dio cuenta.

“¿Qué es tan gracioso? ¿Te causa gracia que el señor Liemann me haya sermoneado durante todo el camino hasta las puertas?”

“Nah, no es eso. Es solo…” duda. Pensé que le parecería inmaduro de mí. Extraño. Me haría ver como un loco.

“¿Hm? ¿Solo qué?”

Ah, maldición. No podía mentirle cuando me miraba fijamente, con sus ojos negros brillantes y llenos de genuina curiosidad.

“Extraño los atardeceres en aquel parque…”

“¿Parque? …Oh, ¡ya! El de aquí cerca, ¿no?”

“Sí, ese mismo”

Ray estalló en una risa armoniosa. Paramos de caminar.

“Vamos, entonces. Todavía queda un poco de tarde que gastar antes de pensar en comida. Sígueme; veamos si no he olvidado el lugar…”

Un poco inseguro, seguí sus pasos. Ray parecía más energético sobre el parque que por las soñadas zapatillas deportivas en el almacén que yo había previsto para nuestra salida. Una vez ahí, junto a él, me sentí un poco irreal. Tomamos asiento en una banca de concreto y vimos a nuestro alrededor, admirando el color cálido de todo lo que nuestros ojos podían captar. Los niños presentes haciendo burbujas de jabón, lanzando discos y bolas de béisbol y demás juguetes al aire. Los perros corriendo de aquí a allá, sacudiendo sus colas con emoción. Reparé un momento en las estatuas cónicas, pero tener a Ray a mi lado era suficiente. Revivir aquellos momentos solo resultaría en la pregunta obvia que no nos atrevíamos a decir en voz alta:

¿Qué pasó entre nosotros hace tres años?

Lo frustrante de mi caso era saber exactamente la respuesta, ser el culpable, y no poder decir una sola palabra.

A pesar de haber pasado en silencio por mucho tiempo, era un silencio cómodo. Como respetando la paz del parque mismo.  Para cuando volvimos a abrir nuestras bocas, ya iba oscureciendo un poco más y el hambre se dejaba sentir. Dejamos el lugar con una cierta felicidad pequeña pero mágica renovada… O por lo menos, eso sentí yo.

Caminando uno junto al otro y hablando de cualquier pequeña cosa, llegamos al lugar de nuestro destino. Esta vez sería un establecimiento mediano cercano al centro comercial, pero independiente de este. Su especialidad eran los sándwiches de todo tipo de carnes. Entramos y tomamos asiento, y yo empecé a sentir una cierta incomodidad.

“Uh… ¿Ray?”

“¿Sí?”

Jugué con mis dedos. Moví mis pies bajo la mesa, nervioso

“Pues… ¿Invitarás tú? Porque, te debo ser honesto: no me siento cómodo dejándote pagar dos comidas una tras la otra, y con tan poco tiempo entre ellas…”

Ray rió. Alargó una mano para darme un par de suaves palmadas en la cabeza, las cuales me hicieron sonrojar un poco.

“No te preocupes, Mat. Hoy por ti, mañana por mí, ¿o no? Invitarás tú la próxima vez, y ya. No es necesario nada más.”

“Entiendo. Aceptaré con gusto, entonces.”

Abrí el menú y fingí concentrarme en él. La verdad era que, de nuevo, obedeciendo a mi naturaleza, había analizado sus palabras. El refrán podría implicar que habría una siguiente vez. La posibilidad de que Ray quisiera hacer de estas cenas una costumbre entre nosotros dos me llenó de una esperanza que me había sido desconocida por mucho tiempo. Sentí mis mejillas ruborizarse de nuevo.

…O podría ser simplemente un refrán y nada más” decía mi parte más lógica.

Decidí ignorarla por el resto de la noche.

 

-

 

En efecto, las cenas se volvieron una costumbre. Nunca me imaginé que ir a comer pudiera convertirse en una ocasión que me trajera tanta felicidad. De una manera u otra, los lunes y jueves se habían establecido como los días de nuestras “citas” –aunque yo las consideraba como tales quizá más por placer personal que por uso correcto del término- y luego de un mes, estábamos completamente conscientes de que esos días eran intocables y estaban reservados.

En ocho cenas, Ray y yo habíamos agotado los buenos lugares del centro comercial y pasado a los comedores más escondidos de nuestros alrededores, que no por ser menos conocidos eran de menor calidad. La rutina era la misma siempre: Ir luego de las prácticas, bolsos echados al hombro pero sin que nos importara mucho, y gastar el tiempo antes de la cena haciendo cualquier cosa. Habíamos visto un par de películas, ido a la biblioteca en una semana particularmente llena de cortas actividades evaluadas, paseado sin dirección hasta dar con un comedor por pura casualidad. Solo ocho fechas, y ya sentía que mi corazón había sido llenado con toda la felicidad que necesitaba para el resto de su vida.

Muchas veces me pregunté de dónde habría surgido todo esto. Me extrañó mucho que Ray se mostrara tan pronto a compartir tanto tiempo conmigo de nuevo. Me extrañó aún más que hubiera querido aumentar el número de noches que le dedicábamos a nuestras salidas, pero que no pudo ser por nuestras mesadas que no podían absorber el golpe. Sin embargo, tanta era la dicha de pasar parte de mi tiempo con él que estos pensamientos normalmente agobiantes y punzantes eran lanzados por la ventana tan pronto y veía a Ray acercárseme en el vestidor y decir “Listo; vamos”.

A pesar de este lazo que había vuelto a crecer, tenía muy presentes dos hechos muy importantes que siempre nublaban mis días y me hacían pensar y pensar cuando me encontraba solo en mi habitación. La primera era que Ray parecía no estar interesado en mí mientras estábamos en clases. Era hasta después de la salida que la mayoría de nuestras conversaciones tenían lugar. En un mes, solo conté unas tres ocasiones en que almorzamos juntos; el resto de días simplemente iba hacia Lance.

Segundo, nuestras discusiones no habían pasado del mismo nivel de profundidad. Hablábamos de cualquier cosa, del clima, de las mascotas de la gente que pasaba por el parque, de la comida del otro día, pero jamás de lo que discutíamos antes. Ray nunca indicó estar interesado en mi vida durante los últimos tres años, aparte de mis funciones en el equipo de fútbol, mientras que yo fui muy cobarde como para preguntarle qué había sido de él luego de iniciar su nueva vida en el equipo de baloncesto.

Esto me preocupaba. Me preocupaba mucho, de hecho; me hacía ver la posibilidad de que todo esto, toda esta interacción y pláticas superficiales fueran solo una especie de método para curar remordimientos pasados, para hacer que los cabos sueltos de hace tres años se ataran forzosamente, y luego ya no habría que preocuparse por dejar asuntos pendientes en el instituto. Con una relación superficial, rutinaria, sería suficiente para avanzar hacia la vida universitaria sin mayor sentimiento de culpa acerca de lo ocurrido, o no ocurrido.

Yo solo, junto con mi mente que trazaba miles de tangentes, me autoinflingía penas e inseguridades.

Mi única salvación de este círculo vicioso de felicidad-ansiedad era la sonrisa de Ray, su voz mientras hablaba conmigo, sus ojos tan vivos que se concentraban en mí cuando estábamos juntos. Al verlos, algo dentro de mí, mi corazón, quizá, me decía que era imposible que esto fuera una farsa. Es más;  me hacían pensar que estas interacciones habían surgido de una necesidad de apaciguar algo más grande que la culpa por una amistad descontinuada.

Esos ojos…

Era algo más profundo, sin duda.

¿Pero qué?

La incertidumbre me trajo noches de insomnio.

Fue una semana antes de Acción de Gracias, justo un mes antes de mi cumpleaños, que vino el acontecimiento que me lanzaría dentro de una confusión mayor.

El jueves, mientras ataba los cordones de mis zapatillas, Ray estaba parado atrás mío con un aire más silencioso, casi nervioso, del que había tenido antes. Usualmente, su personalidad era más encendida, llevando siempre la iniciativa, pero ese día parecía tener algún tipo de duda que lo frenaba.

Me puse de pie y lo vi fijamente. Con la seguridad ganada luego de pasar más tiempo con él, tuve el valor de acercármele y verlo cara a cara. Sus ojos estaban concentrados en el piso. Moví mi mano frente a ellos, esperando tener una reacción.

“Ah, lo siento,” dijo, frotándose los ojos con una mano, “es solo… Ah, rayos… Eh… Pues, verás…”

Me preocupé. Ansiosamente, busqué una manera de relajarlo, de mostrarle que no debía sentirse nervioso por nada, de hacerle saber que podía decirme lo que fuera, porque yo estaba preparado para tomar cualquier cosa de él, sin importar si era en beneficio o detrimento mío…

Cuando escuché sus siguientes palabras, me di cuenta de qué tan inútil es pensar en qué es lo que sigue cuando estoy con Ray. Siempre será imposible de predecir.

“Pues, Mat…” empezó, levantando su mirada hasta alinearla con la mía.

“Yo me preguntaba si tu…

No sé…

Para el día de hoy… me refiero, para variar un poco…

Por qué…

¿Por qué no vienes a mi casa? Podemos comer algo allí.”

Eso…

¿Cómo diablos ver eso venir?

¿Y cómo diablos interpretarlo, relacionarlo con todo lo demás que había en mi mente?

Al diablo.

“Claro. Claro. Sí, sí… claro.

Vamos.”

 


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