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Concordanza por Rokyuu

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Notas del capitulo:

Después de ocho capítulos, al fin, sucede algo! Tardé mucho en revisar este capítulo, pensando que iba a ser un esfuerzo de una vez, pero lo último que he escrito va por el mismo largo o peor vv...

Ray es un amor y este es probablemente el diálogo más largo que he escrito desde que empecé con este hobby!  Espero disfruten del capítulo y... pues... mi infinita gratitud hacia ustedes :)!

Minutos antes de las nueve de la noche, Ray despertó. Fingí no haberme dado cuenta, pero la verdad era que había estado pendiente de todos sus movimientos. Hacía unos momentos, había tenido que pellizcarme al escucharlo gemir mientras cambiaba de posición junto al sofá, intentando que la sangre no bajara de mi cabeza a otras partes...

Lo vi de reojo y sonreí. “Buenos días, bello durmiente.”

Me observó con ojos entrecerrados, que luego restregó con el revés de sus manos. “Ah, carajo… ¿cuánto tiempo me quedé dormido?”

“Pues ya casi son las nueve, así que… Cerca de una hora, más o menos.” Me levanté del suelo y estiré brazos y piernas, que había mantenido tensos por un buen rato. “Ah… Debo irme ya, Ray. Es tarde.”

“Lo sé. Lo siento, de verdad. Tanto decirte que eras mi invitado estrella y te dejé prácticamente solo al final…” Se paró y se dirigió a la cocina conmigo. Bostezó mientras tomaba mi bolso para dármelo. “Hm… ¿Ya te llamaron tus padres para saber dónde estabas? ¿O les dijiste que no esperaran despiertos?” preguntó, en broma.

Reí con cierta culpa. “Nah, mi madre ha de seguir en el trabajo, pero tengo ciertas cosas que terminar antes de poder dormir.” Hesité por un momento. Impulsado por los últimos eventos, decidí lanzar la pregunta.

“…¿Y tus padres? ¿Trabajan hasta tarde? Mientras estabas dormido pensé que entrarían de repente, pero…”

Ray bajó la mirada y metió una mano en su cabello, desordenándolo con cierta desesperación. “Eh… Algo así. Solo… Mientras estés aquí, no te preocupes por ellos.”

“Entiendo.” Eché mi bolso sobre mi hombro y le di un par de palmadas, como dándome por listo para emprender camino. “Pues… Ha sido un placer. Siento no haber sido de mucha ayuda en la cocina…”

“Para nada. Para ti no parece mucho, pero para mí… Me alegro de que hayas venido.”

Caminamos hacia la puerta. La noche ya hace tiempo se había tornado completamente negra, con unas cuantas de estrellas iluminando la extensión del cielo. Al salir al porche, me di cuenta, de la peor manera, de cuán cerca estaba el invierno. La sudadera deportiva con la que había dejado el instituto no era suficiente para protegerme del frío nocturno. Mis hombros se estremecieron un poco en contra de mi voluntad.

A mi lado, Ray se cubrió la nariz con su mano hecha puño. “Maldición. De verdad es tarde, huh.” Un vapor blanco proveniente de su boca se dispersó en el aire.

“Es el clima de Acción de Gracias, y de las fiestas de fin de año. Y no es que no me guste, pero esta sudadera no es exactamente de la colección invernal.” Una suave brisa me hizo estremecerme de nuevo. “Ah… Supongo que iré corriendo a casa. Un par de calles no pueden ser tan malas…”

Me dispuse a bajar los escalones y salir a la calle principal, pero Ray me detuvo tomándome del brazo. “Espera,” dijo, y entró a la casa rápidamente. Escuché una puerta abrirse y cerrarse, y vi emerger a Ray con una bufanda negra en sus manos.

“Toma,” dijo, rodeándome con ella. Tomó un borde de la tela y lo subió un poco para que cubriera mi nariz. Sonrió de lado y me pellizco suavemente la mejilla. “Desearía que pudieras ver cuán sonrojado estás. Tu piel blanca reacciona fácilmente al clima.”

Respiré hondo. Había más razones aparte del clima por las que sonrojarse, pero Ray parecía no reparar en ellas.

“Ray… Uhm, gracias. Por la bufanda y por todo. Uh… Yo… Yo… Será mejor que… Que me vaya, sí. Uh. Gracias de nuevo. En serio.”

Caminé con cierta pesadumbre hasta la calle principal. Ray me siguió. “Hey, Mat, ¿no quieres que te acompañe? Digo, son solo un par de cuadras…”

“¡No, no! Es decir… Ya, es suficiente con lo que me has dado… Me refiero a la bufanda, uhm… ¡Nos vemos mañana!” Sonreí, me di cuenta de que la bufanda escondía mi boca, y me sonrojé. A Ray le hizo gracia.

“Nos vemos mañana.”

Durante mi camino a casa, sentía todavía sus manos sobre mi mejilla, el olor a jabón de baño, a pasta cocinada, o simplemente a Ray que llegó a mi nariz mientras sus brazos me rodeaban con la bufanda. El usual cosquilleo en mi pecho se tornó violento, como si mi corazón quisiera que volteara y gritara “Por cierto, ¡te amo!”…

Cuando llegué a casa y cerré la puerta tras de mí, me encontré con una estancia completamente oscura. Sin nadie dentro, el frío de la calle había invadido todas las habitaciones. Sonreí amargamente, y recordé el gesto de Ray de hace unas horas.

Pensé “Ah, Ray, te entiendo…

No tienes idea de cuánto te entiendo…

 

-

 

El tiempo vuela cuando se está ocupado. Irónicamente, el tiempo pasaba dolorosamente lento cuando había eventos y torneos y cosas por el estilo que chocaban con el tiempo que podía pasar con Ray.

El lunes de la semana de Acción de Gracias, durante el descanso de almuerzo, Lance me había tomado como rehén para ayudarle con la repartición de sudaderas del equipo, que habían venido un poco tiempo después de las camisas.

“Estúpida empresa de impresiones,” murmuraba Lance, mientras caminábamos apurados a través de los pasillos, “dijeron que tendríamos estas porquerías hace dos semanas. Si hubiera sido cierto, podría haberlas repartido en las prácticas. Pero ahora tenemos los encuentros amistosos de Acción de Gracias y todos llegan con abrigos de cualquier cosa, porque solo el uniforme es demasiado frío en este maldito clima.” Revisó una clase, pero estaba vacía. Unos metros adelante, repitió la acción, pero tampoco había un alma dentro.

“Infelices, ¿a dónde rayos se esconden durante el almuerzo? Tengo que darles estas estupideces antes del encuentro de hoy en la tarde. Ah. ¡Ah! ¡Agh! ¡Mat! ¡Voy a matar a alguien!”

Le ofrecí un par de palmadas en el hombro. Lance se encontraba bajo un enorme estrés en esa época del año con los encuentros amistosos y el Mini-Torneo Navideño que se disputaba en las dos primeras semanas de Diciembre. Iba de una reunión informativa a la siguiente, soportando los comentarios de los demás entrenadores respecto a su edad.

“Sabes que por lo menos yo admiro lo que haces, ¿verdad?” pregunté, deseando reafirmar su confianza. Él paró de caminar y suspiró con los ojos cerrados.

“Supongo. Pero dilo otra vez, para estar seguro.”

“Ah, lo que digas. Eh… Admiro lo que haces por el equipo, capitán.”

“Repite eso último.”

“Capitán.”

“Hm, no. Está incompleto. A ver, inténtalo de nuevo…”

“Capitán… ¿Entrenador?”

“¡Eso!” Lance pareció volver a la vida de golpe. Riendo por la seguridad que le habían dado mis halagos, buscamos a alguien en el último salón del tercer piso, pero sin éxito.

“Esto es inútil. Tendré que darles esto de último momento en los vestidores… A todo esto; hey, ¿Mat?”

“Ah,” Volteé hacia Lance, un poco sorprendido. “¿Si?”

Él me examinó de arriba abajo. Luego reparó en mi cuello, y entrecerró los ojos como intrigado por algo. Nervioso bajo su escrutinio, me encogí de hombros y bajé la mirada. “¿Qué sucede?”

“Esa bufanda,” alzó una mano para tomar uno de los extremos, “también la llevabas puesta el viernes pasado. Creo que lo haces inconscientemente, pero la acaricias todo el tiempo. ¿Es nueva? No parece nueva, pero no te había visto con ella…”

Las piezas se conectaron en mi mente. “¡Ah, carajo!” gruñí, poniendo ambas manos en ambos extremos de la prenda. “Tenía que devolvérsela el viernes y lo olvidé por completo… Me he pasado recordando mentalmente de esto pero…”

“Oh, ¿así que es prestada? ¿De quién?” La mirada de curiosidad de Lance se volvió rápidamente en una de picardía. “¿Alguna chica que viste después de clases, hm?”

La sangre subió a mi rostro y me cubrí con la bufanda. “No exactamente…” murmuré. “No es importante, la verdad…”

Lance acercó su rostro al mío. “¿Hm? Quítate eso del rostro, Mat, no escucho bien lo que dices…”

Me maldije por mis nervios tan frágiles. Con mi mente llena de Ray y de su aroma acarreado en la tela cálida contra mi piel, y el rostro de Lance tan cerca, podía sentir sudor empezándose a formar en mi frente…

“¡Hey, Mat!”

“Ah. Alguien te busca, Mat.”

Escuché ambas voces a lo lejos. Me tomó unos segundos distinguir que una pertenecía a Ray y otra a Lance. Para cuando salí de mi pequeño ataque y me di vuelta, Ray ya estaba frente a mí. Me sentí pequeño entre esos dos, y me reprendí por pensar en estupideces así cuando tenía cosas más importantes que pensar.

“Ray, ¿qué haces acá?” pregunté, con genuina curiosidad. Su clase quedaba en el segundo nivel, así que no tenía razón por qué estar en el tercero con nosotros.

“De hecho, te estaba buscando. Escuché que tienes un encuentro hoy en la tarde, ¿es cierto?”

“Ahem,” intervino Lance, “sí, es muy cierto. Hay encuentros hoy, mañana y el miércoles. Hasta tarde. Y ahora mismo estábamos terminando ciertas preparaciones…” dijo, levantando la bolsa con las sudaderas y moviéndola en el aire, como mostrando la evidencia.

Ray tenía una expresión de indiferencia en el rostro. “Ah, ya.” Volteó hacia mí y cambió de cara al instante. “Los de baloncesto estaremos ocupados martes, miércoles y viernes.” Hizo una pausa, parecía que buscaba la manera adecuada de decirme algo. No quise ni imaginar mi propio rostro en ese momento. Me sentía más nervioso de lo usual, y fue hasta que Lance hizo sonar de nuevo la bolsa con las sudaderas que me di cuenta que todo se debía a su presencia.

“No he almorzado todavía, Pratt. Deja ya a mi vice-capitán y déjanos terminar de repartir esto.”

Me quité la bufanda en un impulso por romper la tensión que crecía entre nosotros. “Gracias por esto,” le dije a Ray, doblándola y ofreciéndosela. “Fue muy útil. Siento la tardanza, pero en verdad se me escapó devolvértela…”

“Ah, ah, no fue nada,” La tomó de mis manos y jugó con ella un segundo. “Supongo que no puedes acompañarme para almorzar, entonces… Estás ocupado.”

“Sí, sí está ocupado.” Lance había cruzado los brazos, impaciente. “Y no hay excusas. Aún sin repartir las sudaderas, tienes un plan de ataque que discutir conmigo, Mat. A menos que la eminencia del baloncesto todavía recuerde sus viejos días, dudo que pueda sernos útil, así que…”

Lance verdaderamente estaba tensionado. Pude ver en el rostro de Ray que empezaba a irritarle su actitud, por lo que lo tomé del brazo y lo alejé un par de pasos, pidiéndole un momento a mi capitán.

En voz baja, pedí a Ray que se acercara para escuchar lo que iba a decirle, sin que Lance pudiera hacerlo. “Lo siento,” empecé, “pero él se estresa mucho en estos días.”

“¿Qué, síndrome pre-menstrual?” él preguntó, sarcástico. Inconscientemente le di un leve codazo. “Ouch. Ya, ya; entiendo. Nuestro entrenador ha de estar igual, pero lo que sea. Hoy no podrás acompañarme a casa.”

“No, no podré… Espera, ¿tu casa de nuevo? Bueno, ese no es el punto. Solo… lo siento, pero creo que no podremos juntarnos hasta la próxima semana.”

Incluso a mí me dolió decir eso. Aún teniéndolo frente a mí, sentía como si Ray me haría una inmensa falta durante los próximos días en que estaría demasiado atareado como para verlo…

Él se encogió de hombros, resignado. “Así son las cosas. Buena suerte con todo, supongo. Anota un par de goles por mí.”

Sonreí. “Claro. Suerte a ti también, anotador estrella.”

Ray dio la vuelta y se dirigió hacia los escalones sin dirigirle la mirada a Lance. “Qué buenos modales,” comento fríamente, y me guió de nuevo a la habitación del equipo visual para almorzar en paz y discutir el juego de esa tarde. Participé en la discusión, pero mi mente estaba concentrada en otras cosas.

Esa era una de las únicas ocasiones en que Ray se había acercado a mí en el instituto. Había esperado tanto ese momento, pero al final no pude acompañarlo. Todo por estar en diferentes equipos…

Pensé que la vida se reía de mí.

 

-

 

Debido a lo irregular del torneo, nos reunimos el primer día de diciembre, un martes, en casa de Ray. Ambos habíamos asistido a la inauguración el día anterior, y nuestros encuentros no iban sino hasta después de la apertura del equipo de tenis. Mientras caminábamos hacia su casa, Ray había ido detallando los horarios en que nos reuniríamos durante las próximas dos semanas.

“Creo que el viernes podemos reunirnos de nuevo. Luego, tendríamos que esperar al siguiente jueves. Y luego es el descanso de invierno y de las fiestas.” Me rozó con el codo. “¿Qué harás durante esas tres semanas?”

Miré al cielo gris, pensando. “Pues… Creo que me quedaré en casa para no perder calor. Quizá vaya de compras por nuevos adornos para el árbol de Navidad. Jamás hago mayor cosa, la verdad…”

“Ah, ¿si? Estamos en la misma situación, entonces.”

La señora Brand se había sorprendido de los elogios que expresé hacia la comida de Ray de la otra noche. Reímos un poco, y por fin me sentí capaz de superar la incomodidad de la última vez. Era extraño, pero esa ocasión me sentía más cercano a Ray, con más espacio para relajarme al hablar de él, o mientras él hablaba sobre mí. Sin embargo, cada vez que veía la bufanda que él usaba, me sonrojaba y trataba de esconder mi rostro ruborizado.

De nuevo sentados en el desayunador disfrutando de la cena, la conversación entre nosotros fluía sin problemas.

“¿Cómo te fue en los amistosos? Escuché que habían ganado dos de tres encuentros. ¡Cuéntame!” Ray preguntó, entusiasmado.

“Pues… Sí, dos de tres. Ganamos el martes y el miércoles. El lunes perdimos algo penosamente, pero creo que lo solventamos con los siguientes dos días...” Saboreé los vegetales y patatas gratinados en queso que había preparado Ray. El queso formaba largas mechas que tenía que atrapar con la lengua para que llegaran hasta mi boca. Ray parecía mirarme de reojo cuando hacía esto, y reía. Comencé a cubrir mi boca con una servilleta para evitarme la pena.

“Nosotros ganamos los tres. Pero no me fue tan bien, personalmente.”

“¿A qué te refieres?”

“Desempeño. Empecé jugando fenomenalmente, 28 y 22 puntos en juegos que habíamos ganado con 50 o más. Luego de Acción de Gracias, el viernes, estaba completamente perdido. Hice 6 puntos y fallé un par de tiros libres. Salí del instituto ya pasadas las siete de la noche luego del sermón que me dio el señor Liemann. Un infierno.”

“Ha de haber sido una distracción, nada más. Quizá te excediste con la cena de Acción de Gracias.”

Ray rió sarcásticamente. “Como si había algo en qué excederse…”

Su comentario me hizo querer cambiar de tema. Me había encontrado con que era extremadamente difícil dirigir una conversación con Ray sin que ese tono amargo y con cierto resentimiento surgiera, usualmente cuando hacia referencia a los días que él pasaba en casa, o trataba de indagar sobre sus padres. Lo mejor era replantear la discusión, y mi mente se había vuelto más rápida para poder ahorrarle esos momentos. Quería que, por lo menos mientras estaba yo con él, pudiera olvidar cualquier tristeza que esa casa le causara.

“Por mi parte,” dije, “mantuve la promesa.”

“¿Promesa?”

“Sí. La del día que no pude acompañarte durante el almuerzo…”

“¡Ah!” los ojos de Ray se iluminaron, “¿anotaste?”

“Sí. En el juego del miércoles, dos goles. Y fue contra la secundaria Clayton.”

“Hm. Esos tipos siempre nos han detestado.”

“Y que lo digas. Ambas anotaciones surgieron de errores de uno de sus defensas. El tipo es mucho más alto que yo, pero no maneja bien las piernas. Luego de cada gol, si las miradas de todo el equipo eran rencorosas, las del defensa eran asesinas.”

Reímos por un momento. Luego de tomar un sorbo de su bebida, Ray pareció irritado. Fruncí el ceño, sin saber por qué él había cambiado de ánimo tan repentinamente.

“¿Sucede algo?” pregunté.

“Pues… Ahora que mencionas miradas asesinas… Parece que no le caigo muy bien a Trafford, ¿no crees?”

Oh.

“¿Lance? No te lo tomes tan a pecho. Lo del otro día fue por el estrés, nada más. Usualmente, Lance es un tipo maravilloso. Es muy paciente, aunque no lo parezca. Por lo menos así es conmigo… Y siempre hace las cosas bien. Es increíblemente responsable y se preocupa porque las cosas vayan bien.” Hice una pausa, sin estar seguro si debía continuar o no. Ray se percató y me miró fijamente, como exigiendo algo.

“¿Pero…?”

“Pero…” dudé, hasta decidir decirlo sin anestesia, “simplemente no es muy aficionado al baloncesto. Más bien, lo detesta.”

Ray abrió los ojos en sorpresa. “¿En serio? ¿Y no sabes cuál es el motivo?”

Me pareció extraño que Ray mostrara tanto interés por Lance. Sabía que estaban en la misma clase, pero nunca pensé que existiera tanta animosidad entre ellos.

“Creo que se fracturó el brazo de pequeño, durante una práctica de baloncesto. Luego de eso, tuvo que dejar el equipo y sus viejos compañeros siempre lo molestaron. Aparentemente, de joven era bastante frágil. Como yo.”

“Pero tú sigues siendo frágil. Es porque no tomas suficiente calcio, yo lo sé.”

“Tomo cuanto calcio quiero, déjame en paz.”

“Bueno, ya dejemos de hablar de ese tipo. Me indigestaré si seguimos.”

“De acuerdo,” pensé en otro tema. El único que vino a mi mente fue Acción de Gracias.

“¿Qué hiciste el jueves?”

Ray soltó su tenedor, que cayó con cierto estruendo contra el plato de cerámica. “Yo, no mucho. Cociné, y ya. Como cualquier otro día.” Sacudió la cabeza, alborotando su cabello. “Los feriados ya no son lo mismo. ¿Qué tal tú?”

Mordí el interior de mi mejilla. “Pues… Tampoco hice mayor cosa. Mi madre trabaja en un almacén y no tuvo descanso. Lana fue a algunos desfiles con sus amigas y sus familias. Ya en la noche, trajo algo de comida que recalenté y comí en mi habitación. Hasta ahí llegó la fiesta.”

Ray hizo un puchero. Quise morir de la ternura que me causó, pero tenía que tragarme el sentimiento.

“Si hubieras venido, te habría cocinado un pavo. Puré de patatas, ensalada. Pastel de carne y pie de calabaza. Un menú completo.”

“¿Tanto? ¿Solo para nosotros dos?”

“No necesitamos a nadie más…” Ray levantó las cejas. “A menos que quieras invitar a Trafford…”

Esta vez fui yo quien soltó el tenedor.

“Pensé que no querías hablar sobre él… Si no te cae bien o si ustedes tienen sus diferencias lo entiendo, pero es mi capitán. Es… Es mi amigo.”

Ray no dijo nada.

Una vez más, me sentí incómodo.

Por dentro, sentí un miedo inmenso. Maldije mi lengua. Pensé que acababa de lanzar a la basura el progreso de los últimos meses. Tal vez estaba repitiendo esa actitud que tomé cuando fuimos por rumbos distintos. ¿De verdad era tan imposible jugar diferentes deportes y llevarse bien, sin roces ni disputas?

“Ray… Yo solo… Solo te pido un poco de respeto para…”

“Y lo tienes,” me interrumpió. “Respeto lo que hace por ustedes. No me imagino qué sería del equipo sin el señor Liemann, pero…” No se atrevió a verme a los ojos. Los nervios ya habían hecho que mi respiración fuese fuera de ritmo.

“Ahora me toca a mí preguntar: ¿Pero…?”

El silencio que siguió fue extraño.

Varias veces, Ray pareció querer decir algo y arrepentirse justo al abrir la boca para hacerlo. No apuré su respuesta, en parte porque no quería discutir, y en parte porque sentía que mi propia voz ya no podía elevarse más.

“Mi problema no es que sea tu capitán, o que odie el baloncesto. Eso me puede importar poco, la verdad. ¿Terminaste de comer?”

Nuestros ojos se encontraron. Ambos mantuvimos la seriedad. Asentí con la cabeza y Ray tomó nuestros platos, y los llevó al lavadero. De espaldas hacia mí, pensé que había metido la pata como nadie jamás lo había hecho. Fue como si algo crujiera y los dos nos hubiéramos dado cuenta de inmediato. Luego de un par de minutos así, me puse de pie para ir a tomar mis cosas e irme.

“Ve a la sala y busca una película cualquiera,” Ray me detuvo antes de ponerme a andar.

¿Me estaba forzando? No era exactamente como si yo quisiera irme y dejarlo así, pero no podía soportar que Lance fuera un problema. Era quien me había dado un apoyo que me era muy necesario en los momentos cuando menos creí que lo recibiría. Me dolía aún más que fuera Ray quien estuviera molesto.

“¿Estás seguro?”

“Sí. Más que nunca. No quiero que te vayas todavía.”

Asentí de nuevo, aunque sabía que él no podía verme.

Caminé hacia la sala, me senté sobre la alfombra y encendí el televisor, buscando cualquier película que pareciera medianamente decente.

Pasando los canales, me di cuenta de cuánto poder tenían las palabras de Ray sobre mí. Si él decía que no quería que me fuera, no podía irme. Más que cualquier otra cosa, deseaba que me diera una explicación. Había algo más.

Mencioné que nuestra relación se había estrechado un poco en cuanto a confianza, pero éramos una mediocre sombra de lo que una vez fuimos. Su familia tenía problemas, pero no me decía cuáles. La culpa no era completamente de Ray, claro está; también yo me había guardado muchas explicaciones, acortándolas por pura conveniencia.

Podía ser que ambos tuviésemos miedo. Por lo menos en mi caso, varias veces me había encontrado perdido en mis pensamientos, imaginando qué podía y no podía decir mientras estaba con Ray, limitándome, trazándome fronteras que, de ser cruzadas, lanzarían todo al abismo, esta vez de manera que nada pudiera ser recuperado. Hacía una lista mental de palabras o temas prohibidos, y de ahí nacía mi reticencia: del miedo.

Aún siendo ese el caso, ¿compartiría Ray mis mismos miedos? No terminaba de entender su conducta. Las insinuaciones de que quería regresar a lo de antes, de que nunca me había dejado de considerar como amigo, de que verdaderamente me había extrañado; todo eso me hacía temblar de la expectativa. Me hacía desear cosas que sabía que nunca vendrían. Estar con Ray me dañaba, pero me hacía bien a la vez. Era la más dulce tortura que podía sufrir, ¿pero qué sentía él?

Te lo ruego, Ray, dime qué rayos sientes, y quizás así pueda calmarme aunque sea un poco, antes de que los nervios me consuman.

Escuché el grifo del lavadero cerrarse, y los pasos de Ray acercándose a la sala de estar. No volteé a verlo cuando se sentó junto a mí.

Simplemente empezamos a ver la película en silencio.

Rodeé mis rodillas con mis brazos. Mi inseguridad aumentaba con cada segundo. Creo que ninguno prestaba atención a la estúpida película en la pantalla.

Finalmente, Ray habló. Me preparé para escuchar todo lo que se dispusiera a decir.

“Nunca fuiste muy bueno con las multitudes. Eres el tipo de persona a quien le va bien en encuentros de uno contra uno, e incluso entonces te cuesta dejarte ir un poco, y espero que lo que estoy diciendo siga siendo cierto. Es solo…”

Pensé ‘No pares. No pares ahora, Ray, por favor…

“Solo… Pensé que era muy afortunado, ¿sabes? De… De ser el elegido, por decirlo de alguna manera. No pensé que me dejarías atrás por alguien más tan fácilmente. Me haces desear no haberme ido del equipo… Pero tampoco puedo imaginarme aún usando ese uniforme…”

Mi pecho era un descontrol total. Agradecía a las voces lejanas en la televisión que ahogaban los latidos salvajes de mi corazón. Sentí todo mi cuerpo temblar, no por frío, sino por confusión. Me volví a dibujar los límites que me había establecido. Intenté obligar a mi mente, a mis oídos, a mi cerebro, a que no tomaran las palabras de Ray como esperanzas del cumplimiento de mis deseos reprimidos. Ray es heterosexual, yo no. Él ve las cosas de una manera, usa las palabras de cierta manera, y yo soy diferente. Pero aún así, debo pensar como él, y decir cosas que no pueda malinterpretar.

“No fue inmediato. De verdad… Si piensas que te dejé olvidado… No lo hagas. No fue así. No fue simple. Y Lance no fue un reemplazo. Simplemente se convirtió en mi amigo… Pero no fue un reemplazo, si eso es lo que insinúas.” Mi voz tembló durante cada oración. Rogué porque Ray no lo notara.

Él tomó aire y juntó sus palmas frente a su rostro, enterrándolo en ellas, con los ojos cerrados.

“Pregúntale a cualquiera, y te dirá que me llevo con todas las personas de igual manera. He ido a los hogares de varios compañeros, he dormido en sus casas, hemos ido a todo tipo de eventos, pero nada se comparaba con tener un mejor amigo. Siempre te quise invitar aquí. Pensé que quizá podría invitarlos a ellos, pero era inútil, ¿sabes? Inútil. Y no te podía hablar porque… Porque simplemente no podía… No sabía cómo…”

“Ray…”

“Incluso tuve novias. Un par de chicas. Pensé, ‘qué demonios’, y aceptaba las invitaciones que me hacían después de clases. Creo que fueron mi mayor error. Dos o tres chicas que actuaban dulces al principio y luego se me tiraban encima. Sentía como un asco de mí mismo y salía de sus casas inmediatamente, gritando maldiciones detrás de mí. Y aún así, venía a este estúpido lugar, me sentaba aquí mismo con el teléfono en mis manos y no podía convencerme de marcar tu número.”

Me sentí a punto de colapsar.

Seriamente estaba a punto de sufrir un ataque de pánico genuino, sin hipérboles ni exageración alguna.

Pensé que mis dudas se confirmaban. Ray había tenido novias. Ray era heterosexual, completamente, y sentiría asco de saber que su mejor amigo, en quien pensó que podía confiar siempre, era un imbécil homosexual que buscaba acercársele como aquellas chicas. Quise preguntarle si era virgen, porque tenía la urgencia de saberlo para borrar cualquier ilusión de mi mente. No pude.

Me había hecho una promesa al inicio del año. Me había prometido ignorar lo que yo necesitaba. Si Ray había querido que estuviera a su lado, si estos años de distanciamiento lo habían dañado así, pues para mí no quedaba nada más que darle lo que no había podido buscar por su cuenta.

Tuve que morder mi labio para dar el trago amargo de silenciar por cuánto fuera necesario.

Su felicidad a costa de la mía.

Acaricié su cabello negro. Él se sorprendió cuando lo toqué, pero no abrió los ojos. Mi mano no era suficiente para hacerle llegar todos mis sentimientos, mis deseos de verlo feliz.

“Ray…

Aquí estoy.”

El silencio de antes fue suplantado por uno nuevo, más tranquilizante, como bruma que se dispersa.

“Y por eso, te doy gracias.”

De nuevo, sus palabras fueron más que suficientes.

¿Para qué desear un beso, una caricia, si son imposibles?

Pero su gratitud era real. Su suave cabello entre mis dedos era real.

La película terminó sin que ninguno de nosotros supiera de qué se trataba.

 

-

 

Parte de mí agradeció que el Mini-Torneo Navideño estuviera ahí. El ritmo lento de nuestras reuniones luego de aquel día decisivo nos dio oportunidad de acoplarnos más fácilmente, de volver a buscar nuestro lugar. Durante las tardes de esas dos semanas, habíamos encontrado una nueva manera de existir.

Nos sentábamos en el asiento colgante del porche, abrigados hasta estar completamente seguros de que no nos resfriaríamos. Mirábamos la luz del sol invernal descender hasta esconderse entre los techos de las casas del frente. Por momentos hablábamos, por momentos nos quedábamos en un silencio pacífico. A veces sentía los ojos de Ray sobre mí, sin analizarme ni deseando hacer una pregunta, sino simplemente comprobando que era yo quien estaba junto a él.

Me encontré dejando su casa lo más tarde posible. Me quedaba despierto hasta la madrugada por atrasar los trabajos, pero no sentía una sola onza de culpa o arrepentimiento. Lo hacía con gusto. Lo hacía por Ray, por no dejarlo solo.

Al final, el viernes en que salimos libres durante el descanso de invierno y fin de año, pasamos el día de igual manera. La única diferencia, y muy significativa, fue que los padres de Ray hablaron a casa a eso de las ocho.

Ray tomó el teléfono y se dirigió al comedor, donde habló lo más bajo que pudo. No pude escuchar nada, y nunca fue mi intención saber de qué hablaban; no era ese tipo de persona entrometida, aunque sí me picara la curiosidad.

Luego de la llamada, Ray había regresado diciendo que sus padres llegarían a casa en una hora. Esperamos hasta el último momento antes de despedirnos en la calle principal.

“Camina rápido. No quiero que te encuentres a mis padres por la calle.”

“Vendrán en auto, ¿no? No podría verlos. De todas maneras, ¿por qué te preocupas por eso? Los saludaría y ya.”

“Simplemente me preocupo.”

“Si me dijeras por qué, quizá lograría entenderte…”

“Espero que lo hagas… Pero ese día no es hoy. ¡Ve, ve!”

Un par de horas después, acostado boca abajo en mi cama, sentí la vibración de mi móvil. Al abrirlo, vi un mensaje enviado por Ray, que decía:

“No estaré disponible por estos días, pero eres mío el 17!”

Sorprendido, respondí rápidamente con un mensaje preguntándole por qué el 17 exactamente. No recibí respuesta.

Ya era algo de rutina sentir mi pecho hundirse con la dicha y tristeza que estaban asociadas a Ray.

 

-

 

Desperté el 17 de diciembre a una hora inhumanamente temprana, considerando que no estaba en la escuela. Escuché que alguien daba duros golpes a mi puerta. Al levantarme, me topé con una enorme tarjeta llena de felicitaciones esperándome en mi escritorio. Todavía un poco adormitado,  la tomé, la leí rápidamente y abrí la puerta.

“¡Feliz cumpleaños, hermano mayor!”

Lana se abalanzó encima de mí tan pronto me vio. Logré aguantar de pie y correspondí su abrazo.

“¡Ya tienes 18, Matthew! Estás muy viejo, ya eres una reliquia.”

“Si tu hermano es una reliquia, yo soy un fósil.” Mi madre asomó por la puerta de mi habitación. La miré sorprendido, pues no acostumbraba a seguir en casa a esa hora.

“Mamá… Hola…” la saludé, todavía un poco inseguro de que se tratara de ella y no de un holograma.

“Matthew, felicidades,” me abrazó. Sostuvo mi cabeza unos segundos y me vio fijamente a los ojos. “No paras de crecer,” murmuró.

“Gracias, mamá.”

Lana me haló hasta el comedor, donde había preparado un desayuno digno de un presidente para mí. No me extrañé cuando mi madre salió corriendo al trabajo minutos después.

Fue al salir de la ducha que recibí un mensaje de Ray. Decía que pasaría por mí antes de la una, para poder ir a comer a alguna parte y escoger adornos para el árbol de navidad. No mencionaba nada de mi cumpleaños, pero algo me decía que Ray tenía alguna especie de plan.

Cuando ya casi era hora, bajé ya listo a esperar a Ray. Me senté en los escalones de mi pequeño porche, pensando que no se comparaba al amplio espacio que había en casa de Ray.

“Ah, Matthew, ¿vas a salir?” preguntó Lana al verme esperando.

“Sí, con un amigo. Eh… no tenías nada planeado, ¿o si?”

“Pues le pregunté a mamá si saldríamos por la noche y dijo que no podía, así que no. Iba a cocinarte todo el día…”

“Ah, no, no es necesario. Puedes salir si quieres. Con ese desayuno es más que suficiente.” Le ofrecí mi sonrisa más honesta. Aún si andaba con Ray durante el resto del día, me sentiría mal de dejar a mi hermanita sola en casa.

“Llamaré a Becca, entonces. Iremos al cine.”

“Yo escogeré adornos para el árbol. Podemos ir a escoger unos mañana, si quieres.”

“¡De acuerdo!”

Hicimos la promesa y mi conciencia pudo quedarse más tranquila.

A los pocos minutos, Ray apareció en la entrada. Pareció sorprendido de verme listo, e hizo un gesto con la mano para llamarme.

Volvimos a visitar la pizzería de la primera vez que habíamos ido a comer juntos. Ahora más relajado, la comida me supo mucho mejor. Luego, anduvimos un buen rato por el centro comercial sin rumbo definido. Entramos a varias tiendas a ver adornos, luces, listones y todo tipo de decoraciones. Fuimos también al cine y al supermercado. Sin embargo, Ray no mencionó en ningún momento algo sobre mi cumpleaños.

Al principio pensé que se trataba de un plan muy elaborado, pero luego empecé a dudar de su memoria.

Hacia las siete de la noche, deambulando por el centro comercial con las bolsas de compras, Ray pareció agitarse al ver la hora en el gran reloj sobre la fuente central.

“¡¿Las siete?! ¡Vamos tarde, Mat! ¡Apúrate!”

Me tomó del brazo y corrimos fuera del lugar. Íbamos riendo mientras atravesábamos las calles y los autos hacían sonar sus bocinas en protesta por nuestra temeridad. Le pregunté a Ray si podía dejar las compras en casa antes de ir a donde fuera que nos dirigíamos, pero él se negó rotundamente. “¡Hay que apurarnos!” decía, sin soltar mi brazo.

Al fin pude ver su calle, pero Ray me haló hacia la derecha justo antes de alcanzarla. Para mi sorpresa, entramos a la tienda de la señora Brand.

“¡Sorpresa!” gritó ella desde atrás del mostrador. En este, había colgado cadenas de papel de colores a manera de decoración. Del techo colgaban letras llamativas que leían “¡Felices 18!”. Los estantes y cestos de productos habían sido movidos hacia un extremo, y en el centro del lugar había una pequeña mesa de cuatro asientos, sobre la cual se encontraban varios platos con comida de apariencia exquisita.

Me asombré tanto que mis piernas se negaban a moverse.

“¡Feliz cumpleaños, Mat! ¿Creíste que lo había olvidado? Vamos, siéntate; haz de tener hambre.”

Ray me llevó hasta la mesa, donde se nos unió la señora Brand. Ellos empezaron a servir los platos. Me ofrecí para ayudar, pero me lo impidieron.

“Este jovencito lleva una semana planeando esta comida, ¿sabías eso, Matthew?” la tendera dijo una vez nos sentamos todos. “Se tardó una eternidad en elegir el menú. Estaba empecinado con que tenía que ser algo completamente espectacular. Al final no pudo escoger recetas y me dejó casi todo el trabajo a mí.”

“Hey, hey, no fue todo el trabajo. Hice varias cosas antes de irte a buscar, Mat. Dejé todo preparado. Espero que lo disfrutes.”

La sonrisa de Ray mientras decía esas palabras no tenía comparación. Dentro de mí, sentí una dicha tan grande que no podía contenerse en mi cuerpo. Supongo que se transmitió a mi rostro, porque vi a ambos anfitriones riendo mientras me observaban. “Veo que sí te gustó el detalle,” dijo Ray.

Luego de la comida, que fue una carne en una salsa absolutamente exquisita con acompañantes igualmente deliciosos, recogimos todo y ayudamos a la señora Brand a ordenar la tienda de  nuevo. Le agradecí profundamente su detalle y su gentileza conmigo.

“No lo menciones, Matthew. Tú y Raymond son jovencitos espectaculares, y son tan buenos amigos. Es lo menos que alguien como yo puede hacer por ustedes.”

“En verdad, señora Brand, ha sido de mucha ayuda durante estos tres años. Siento que me impongo sobre usted.”

“Ah, Raymond. No digas semejantes cosas. En lugar de eso, deberías acordarte de tu detalle principal.”

La tendera se dirigió a la trastienda, dejándonos a Ray ya mí solos. A los segundos, Ray pareció recordar lo que había olvidado. Cuando vio emerger a la señora, tomó la caja que llevaba de sus manos rápidamente, viéndola con alivio.

“Ah, gracias, señora Brand. ¡Casi lo olvidaba!”

“¿Qué es?” pregunté. Sabía que Ray no me diría nada, pero moría por preguntar.

Nos despedimos de la señora y nos dirigimos a la casa de Ray. Una vez ahí, me pidió que apagara todas las luces y entrara a la cocina. Un poco extrañado, obedecí y entré al lugar rodeado por nada más que oscuridad, sosteniéndome de las paredes.

“¿A qué estamos jugando, Ray?”

“Acércate un poco más.”

“No sé qué rayos tienes ahí y no seguiré hasta que me lo enseñes.”

“De acuerdo, entonces.”

Sobre el comedor, pude ver unos cerillos encendidos acercarse a pequeñas velas de colores para encenderlas. Una vez encendidas todas, la habitación se iluminó tenuemente y pude ver lo que contenía aquella caja: Un pastel de queso, con 18 velas encima.

“¡Tah-dah! ¡Felicidades! ¡Pide un deseo y sopla las velas!”

“¿No vas a cantarme?”

“Ya te canté durante la cena, Mat. No soy exactamente el mejor tenor, sabes.”

Reí y pedí mi deseo antes de soplar las velas. Sin complicarme mucho, simplemente pedí poder pasar mucho más tiempo junto a Ray.

 

-

 

Luego del postre, nos trasladamos de nuevo al desayunador. Se había vuelto en algo así como nuestro lugar para estar cuando solamente queríamos hablar. Nunca había pasado de la sala de estar de la casa, la cocina, el comedor, y el baño de invitados, pero no me molestaba. De hecho, me parecía mejor así. Sentados uno frente al otro, ambos tan cerca que nuestras manos podían chocar entre sí, sentía que no necesitaba nada más en el mundo.

Veía el cabello negro de Ray. Sus ojos igualmente negros, brillantes, viéndome de cerca.

“Gracias, Ray. Por todo. Fue mi mejor cumpleaños en… en mucho tiempo, créeme.”

Ray bajó la mirada.

“No es nada. Comparado con lo que tú haces por mí, esto no es ni una diminuta parte de cuánto te lo agradezco. Te mereces más.”

“¿Yo? No hago nada más que venir a disfrutar de tu comida. Abuso de tu hospitalidad. Incluso ahora, eso es todo lo que hago. Soy yo quien está en deuda contigo.”

Nuestras voces habían bajado de intensidad. Hablábamos solo para nosotros mismos.

“Te lo mencioné antes, ¿no? Que tú sientes que es poco, pero para mí, es algo inmenso. El simple hecho de no estar solo es ya más de lo que puedo pedir…”

Podía sentir la sangre llegar a mi rostro. Traté de forzarme a no sonrojarme por pura voluntad. No sirvió de nada, pues aún así Ray apartó mi mano y me vio fijamente a los ojos.

Bajé todas mis defensas. Ray ha de haberlo sentido también.

“También te dije que te revelaría algo, ¿cierto? De esta casa. Tal vez así entiendes por qué vales tanto…”

“No tienes que hacerlo si no quieres hablar sobre eso. No te quiero forzar…”

“No me siento forzado. Siento que es ahora que debo de decírtelo.”

Nuestras voces eran casi susurros.

Sentía su mirada tan cerca que podía penetrarme por completo. Estaba a la expectativa de algo que siempre había querido saber sobre Ray. Dicen que nuestro pasado es el que nos determina, y para mí, mi pasado había sido el punto clave en el que decidí que como Ray no había nadie más. ¿Qué me diría su pasado? ¿Qué aprendería? ¿Hasta qué punto confiaba Ray en mí? Pero, lo más importante de todo: ¿Cómo puedo ayudar a Ray a que sea feliz? ¿Más feliz de lo que jamás ha sido?

Ray dibujaba círculos en la madera con el índice. Estaba nervioso, pero también estaba decidido a confesar sus sentimientos acerca de su familia.

Empezó.

“Nos mudamos a esta casa hace tres años. Fue hace cuatro años que mis padres obtuvieron nuevos empleos. No podría definirte el tipo de personas que son… La verdad es que, aunque sean mis padres, no creo conocerlos lo suficiente como para describirlos. Mi padre es de los que van y consiguen cuanto quieren. Mi madre es igual.

Pensarías que son el uno para el otro, pero estarías equivocado. No podrían ser peores. Tienen esta competitividad entre sí mismos…  Un deseo de pasar sobre el otro, llegar a donde el otro no puede. Es casi enfermizo.

Supongo que de ahí nace que siempre estén fuera. Avanzaron rápido en su campo, cada uno por su lado, cubriendo su área, pero midiéndose con el otro. Negocios aquí, negocios allá, más negocios que tú, contratos de cifras con el mayor número de ceros. Nada más que eso. Siempre tuve el sentimiento de que vivía en un banco, o en Wall Street. Aunque supongo que allá los gritos se deben a los tratos, las cifras, las ventas. Aquí ya han pasado a otras cosas.

La verdad es que, al principio, el plan era inscribirme en un instituto privado, de esos a los que los niños van desde temprana edad y reciben clases de etiqueta, de esgrima, y porquerías así. Ese era el ideal, lo que esperaría cualquier persona de un hijo como yo, nacido de padres como los míos… Pero no fue así. Nunca prestaron atención a las fechas, requisitos, papeleos. Me fui quedando atrás, hasta que ya no hubo salida de los institutos públicos a los que terminaba inscrito.

¿No piensas tú, Mat, que eso fue lo mejor que pudo haberme pasado? Así te conocí. De no ser por esos institutos, no sería así. De cierta manera, me salvó la vida… La salvó, sí, pero no la cambió. Aquí en casa, todo sigue igual.

Antes teníamos una empleada que hacía todo por mí. La señora Brand me recuerda mucho a ella. Estuvo conmigo hasta que cumplí 10 años, y luego tuvo que dejarnos. Mis padres no se interesaron en entrevistar a otras personas. El dinero de su paga, me lo daban a mí como parte de mí mesada. Pero estaba bien, porque tenía amigos en la escuela con quienes pasar afuera perdiendo el tiempo en juegos infantiles, sin que mis padres se dieran cuenta, y sin que les importara. Entre ellos, siempre sobresalías tú, Mat.

Siempre pensé que eras mi mejor amigo. ¿Recuerdas? Cuando había que escoger parejas, siempre corrías hacia donde estaba yo. Solo tenía que darme la vuelta y estabas ahí. No pasó mucho tiempo antes de que sintiera que yo también debía estar ahí para ti, y supongo que es así como nacen las amistades.

Pero cuando nos distanciamos… No encontré la raíz del problema. Por más que busqué, no podía. Era como uno de esos nudos ciegos, que son increíblemente complicados pero no sabes por donde empezar a intentar. Y así me quedé por tres años: perdido.

Esos fueron los años más vacíos de mi vida, ¿sabes? Me di cuenta de cuán fácil había sido acercarme a ti, pero cuán complicado es hacer eso con los demás. Soy bastante malo para escoger analogías, no sé si te habrás dado cuenta, pero creo que es como si tu fueses la única persona a color y todos los demás fueran grises.

No sé qué habrá pasado, o por qué nos distanciamos… ¿El deporte? Tal vez íbamos por rumbos diferentes, nada más… Pero me alegró mucho que no me rechazaras cuando te invité a cenar por primera vez. Me alegró aún más que no hubieras cambiado mucho. Estar a tu lado se siente tan pacífico como antes. Y estás tan lleno de ese sentimiento que iluminas toda esta porquería de casa. Es increíble. Siento como si mis padres de verdad no importaran, siempre y cuando pueda pasar contigo.

En verdad, eres mi mejor amigo.”

No despegué mis ojos de su rostro mientras habló.

Me miró fijamente cuando hubo terminado, con una expresión seria. La habitación, la casa entera eran reinadas por silencio. El peso de sus palabras arremetía contra cualquier inseguridad que me quedara encima. Las nubes negras que pintaba en todos mis paisajes se esfumaron. Solo quise ser honesto, sin barreras, sin límites, sin contenciones.

Mi cuerpo se movió solo. Puse mis manos sobre sus mejillas. Primero intenté comunicarle con nada más que la mirada que todo estaba bien. Sentí mis ojos llenarse de lágrimas. De pronto, la imagen de Ray frente a mí se hizo borrosa, hasta que las lágrimas empezaron a salir.

Lloraba por arrepentimiento, pero sonreía al mismo tiempo. Sonreía porque sabía qué podía hacer ahora por Ray, por mi amado Ray. Tenía la oportunidad de serle útil, y lo aprovecharía.

“Ya no te dejaré solo,” dije.

Dicen que el miedo es más grande que el peligro, y es verdad.

Ray tomó mis manos en las suyas. Tan cerca como estábamos, solo unos cuantos centímetros separaban su rostro del mío. Lo sentí acercarse, pero no me opuse. ¿Por qué habría de hacerlo?

Cerré los ojos en cuanto sus labios rozaron los míos, tímidos, con cierta anticipación. Me dejé envolver por su calor, por la calidez tan característica de Ray que había deseado desde hacía años. Cada momento en que nuestros labios se encontraban era como un milagro, un sueño que se hacía realidad en el momento preciso, como un movimiento orquestado.

Llevó sus manos hacia mi cuello, estremeciéndome al sentir la piel helada de sus pulgares acariciando mi piel, que estaba ardiendo como nunca antes. El resto de sus dedos jugaba con mi cabello, y me acercaban más a sus labios.

No pude contenerme. Mis manos fueron de su pecho a su espalda, deslizándose a lo largo del camino y sosteniéndolo cerca de mí, como siempre quise hacerlo. El desayunador se nos interponía en el camino. Nos pusimos de pie, al mismo tiempo, buscando una manera de intensificar el beso, de comunicarnos a través de la piel porque las palabras ya no eran suficientes.

Si el mundo se hubiera acabado en ese preciso momento, no me habría importado.

Y tal vez el mundo no llegó a su fin, pero cuando escuchamos el tono del móvil de Ray, nos soltamos tan pronto como pudimos. Cubrí mi boca con mis manos y miré fijamente el suelo, sonrojado ya sin manera de evitarlo y luchando por procesar los últimos cinco minutos que habían transcurrido de mi vida.

La respiración de Ray parecía seguir agitada. Se dirigió hacia el comedor, sobre el cual el móvil no dejaba de vibrar y sonar contra la madera. Molesto, Ray vio el nombre en la pantalla y contestó con desinterés.

“¿Si? ¿Eh? Ah, sí. Sí, sí. Uh-huh. Lo que sea. Sí, lo que digan.”

Todavía sentía mis labios tibios cuando cortó. Me mantuve en mi misma posición, a expectativa de sus siguientes palabras.

“Mat…”

Tragué saliva. “¿Si…?”

“Mis padres vienen en camino. Dijeron que encendiera la cafetera para que el café estuviera listo tan pronto vengan.”

Parte de mí se preguntó por qué demonios aparecían esos infelices padres en ese preciso momento.

“Tengo que irme.”

“Sí. Rápido. Lo siento.”

Como si nada, Ray me ayudó con las bolsas de compras hasta la puerta, junto con un trozo generoso del pastel que habíamos comido. Una vez frente a la puerta, dejé escapar una risa.

“¿Qué sucede?”

“Oh, nada, solo… Ahora que ya me dijiste todo eso… Pues, en verdad siento que comprendo por qué no quieres que los conozca. Sería como si tus mundos chocaran, ¿no? Pero está bien. Haré lo que me digas.”

Compartimos una última sonrisa. Al vernos a los ojos de nuevo, volví a sonrojarme.

“Bueno, uh… Nos vemos.”

“Espera.” Ray tomó mi rostro con una mano y se inclinó levemente para plantar un último beso en mis labios.

“Feliz Cumpleaños.”

“El mejor de todos,” contesté en un susurro, y salí de ahí rumbo a casa.

Jamás me sentí más estúpido, al punto de no poder razonar, y jamás me sentí tan feliz, al punto de querer llorar.

 

Notas finales:

Ahora recuerdo que el día que escribí este capítulo, terminé yendo a dormir a las 6:30 a.m. Aún así, concilié el sueño con una enorme sonrisa en mi rostro! Espero haya sido de su agrado! Hasta el siguiente!


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