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Concordanza por Rokyuu

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Notas del capitulo:

Waaah, mueroooo! Me alegra ver que el cap. anterior fue bien recibido :) De aquí en adelante los capítulos andarán más o menos por la misma longitud. Intentaré escribir cuánto pueda antes de que la universidad me trague viva vv

La historia de estos dos está apenas en su punto medio :D Gracias por leer y espero que disfruten :)!

Nada más llegar a casa y cerrar la puerta tras de mí, la realidad cayó sobre mis hombros como un pesado manto. Me apoyé contra la puerta y mi cuerpo se fue deslizando poco a poco, hasta terminar sentado en el piso, tirando las compras a mis costados y cubriendo mi boca con ambas manos, sonrojado.

No había señales de Lana, y así estaba bien. Si hubiera visto mi conducta, no deseaba ni pensar en qué ideas se le ocurrirían.

Saqué las compras de sus bolsas y las puse en el lugar que habíamos elegido con Lana para poner el árbol de Navidad. Recordé la promesa que había hecho con ella esa mañana, y me sentí un poco mal de tener que esconder el violento oleaje de emociones que sentía durante todo el día siguiente.

Antes de darle tiempo a mi mente para formar conjeturas pesimistas –todo era un sueño, Ray simplemente se había dejado llevar por el momento, etcétera- me dirigí a mi habitación y me dispuse a dormir.

Este de verdad ha sido el mejor cumpleaños de toda mi vida,’ pensé, soterrándome bajo gruesas mantas.

Casi como si se estuviera convirtiendo en una costumbre, mi móvil sonó a los pocos minutos. Sin poder conciliar el sueño, alargué mi mano para alcanzarlo en la mesa de noche y abrirlo. Una vez más, se trataba de un mensaje de Ray.

“Buenas noches, Mat. Te llamo después.”

Me sería muy fácil acostumbrarme a dulces detalles como esos. Deseé tener un par de neuronas menos para que no me fuera posible pensar negativamente.

Esa noche soñé con Ray, quien preparaba un pastel de queso para mí.

 

-

 

Hundido entre los cojines del sofá, alterné entre observar el árbol de Navidad y la televisión. Era 24 de diciembre y no tenía nada planeado para ese día, esa noche o la mañana siguiente. Lana había prometido traer comida de casa de sus amigas y mi madre, una vez más, no tuvo descanso para ese día. Suspiré y vi de reojo mi móvil, sobre la pequeña mesa frente al sofá.

Desde aquel día, no había ocurrido mayor cosa. Hacía tres días, Ray me había invitado a su casa para decorar su árbol, pero sus padres estaban prontos a llegar y solo pasamos una hora juntos. Hubo un poco de incomodidad al principio, pero antes de irme, él volvió a besarme y nos despedimos en la calle principal.

Sin embargo, luego de eso, solo había recibido un par de mensajes de él. Se disculpaba por no poder reunirnos, pero sus padres aparentemente tenían mucha vida social durante las fiestas. Pasaban más tiempo en casa por gozar de vacaciones, pero la mayor parte de ese tiempo se les iba en cenas de alta sociedad o en clubs de asociados a los que Ray siempre se rehusaba a ir.

Quise verlo de nuevo para desearle una feliz navidad en persona, pues un mensaje de texto parecía poco apropiado, pero sabía que si sus padres estaban ahí, era imposible. Ray estaba decidido a que no los conociera, posiblemente porque creía que me verían de menos, o que me manipularían de alguna manera. Agradecía su preocupación por mí, pero el hecho de rehuir de ellos combinado con la soledad de mi pequeña casa en la que estaba encerrado había terminado por matar mi optimismo.

Me sentía, hasta cierto punto, como la amante prohibida de Ray. Con el agravante de ser hombre, por supuesto. Había sido fácil pensar que todo era mariposas y canarios y color de rosa luego del primer beso, pero luego seguía el ‘¿y ahora qué?’ que me asfixiaba en plena víspera de Nochebuena.

No podía decirle a nadie sobre lo que fuera que habíamos empezado aquella noche. Ni siquiera estaba seguro de qué era lo que estábamos haciendo. ¿Acaso nos habíamos convertido en pareja? ¿Éramos novios? Tenía demasiado miedo como para preguntárselo a Ray hacía tres días. Definitivamente, él no se había puesto a pensar en todas las implicaciones cuando me besó. Si lo pusiera a pensar seriamente en el tema y su respuesta fuera negativa, moriría de tristeza.

Si eso pasara, pensé, no lo dejaría de nuevo; me mantendría a su lado. Pero por dentro, estaría muerto.

Me hundí aún más entre los cojines. ‘Joder,’ dije en mis adentros, ‘¿por qué rayos se me da tan bien esto de pensar?’

En medio de mi frustración, luché por dormir. Una llamada entrante me hizo levantarme del sofá en un solo movimiento, alcanzando mi móvil y contestando sin siquiera ver la pantalla.

“¿Si?” dije, en un tono mucho más animado de lo que había querido sonar.

“¿Puedes salir?” preguntó la voz del otro lado. Para mi decepción, era Lance.

“Claro, supongo. Estaba a punto de ser cubierto en moho por la falta de actividad.”

“Abre la puerta, entonces.”

“¿Eh?”

“Que ya estoy frente a tu casa, lento. ¡Sal!” Lance cortó la llamada, y yo me quedé perplejo por un par de segundos. Tomé mi abrigo, unos guantes, una bufanda –deseando, en secreto, todavía tener la de Ray-, mis llaves y mi billetera. Salí lo más rápido que pude, pero aún así Lance parecía molesto por mi tardanza.

Me acerqué a su auto y subí al asiento de copiloto, luchando por ponerme los guantes correctamente y acomodarme el abrigo. Mi capitán arrancó de inmediato, dando un pequeño resoplo.

“Al fin. Estamos al filo con el tiempo, estaba a punto de dejarte.”

“Lo siento, lo siento. No pensé que estarías ya afuera. ¿Y a dónde vamos, de todas maneras?”

Lance se limitó a señalar el asiento trasero. Volteé y di un silbido de admiración al ver la cantidad de regalos que había. No había reparado en ellos al entrar al auto.

“Wah. Nunca me imaginé que eras Santa Claus,” dije en tono de burla.

“Pues tu eres mi Señora Claus, entonces,” respondió él, señalando con un gesto de su cabeza la guantera frente a mí. “Ya tracé la ruta anoche, pero ve dictándome las direcciones porque no me las puedo de memoria.”

Saqué de la guantera una tabla con una hoja donde estaban listadas las direcciones de todos los miembros del equipo de fútbol. Junto a ellas había un número ordinal que, supuse, era el orden de las casas que visitaríamos.

“¿Desde cuánto tenemos fondos para repartir regalos de navidad?” pregunté, ubicando al primero.

“Desde que conseguimos un patrocinador con espíritu navideño. Son puros productos promocionales, pero hey, el detalle es el que cuenta.” Lance volteó hacia mí, mostrándome una sonrisa parecida a la de un niño, “Además, extraño ver a los pollitos.”

Reí con tono irónico. “¿Aunque siempre les grites conjuros del demonio a tus pollitos?”

“Aún así. Y son tanto mis pollitos como son tuyos, vice-capitán.”

Por fin sentí que mi ánimo de ese día mejoró. Sonriente, asentí con la cabeza y dicté la primera dirección de la lista, hacia la cual nos dirigimos para empezar la repartición.

Reparé en cuánto admiraba a Lance. En verdad, era un capitán formidable, un entrenador en funciones excelente, y muy buen líder. El ir a la cabeza de un grupo le iba de maravilla. Al verlo mientras manejaba, concentrado en la carretera y con cierto sentimiento de paz en el rostro, no pude sentir otra cosa que no fuera respeto.

Las palabras de Ray hicieron eco dentro de mí de manera repentina.

Desvié la mirada de Lance y me sentí un poco incómodo. Lo que sentía por Ray y lo que sentía por Lance eran cosas completamente distintas. Mi admiración por una buena persona y mi amor hacia una persona única, fenomenal, increíble… Esperaba que Ray pudiera comprender la enorme diferencia.

Me tomó unos momentos darme cuenta del verdadero impacto de Lance en mi vida del último par de años. Sentí mis ojos abrirse un poco en sorpresa. Jamás me había percatado de qué tan solitario habría sido si él no hubiera estado ahí. Mi vida, ya de por sí tendiendo a la solitud, se habría convertido en un agujero negro. Tal vez era por su misma personalidad, pero igual me sentí muy agradecido de haberlo conocido.

“De verdad eres mi amigo,” dije, inconscientemente.

Lance frenó en una luz roja con más brusquedad que la de costumbre. Volteó a verme de inmediato, confundido. Yo correspondí su mirada pero la desvié rápidamente, sintiendo, por alguna razón, que mis mejillas estaban a punto de ruborizarse por la vergüenza.

Sentí la mano de Lance posarse sobre mi hombro, dando un par de palmadas firmes y relajantes. “Somos más que eso,” dijo, en un tono más serio de lo que esperaría de él. El rubor de mi rostro se intensificó.

“A… ¿A qué te refieres con eso?”

“A que somos colegas, ¿o no?” respondió tranquilamente. Parecía divertido por ver mi reacción. Uno de sus dedos sobre mi hombro se alargó hasta alcanzar uno de mis mechones de pelo y empezó a jugar con él. “Jamás te había escuchado decir algo con tanta honestidad. Es un buen cambio.”

“Lance, la luz verde,” dije, escondiendo mi desesperación y agradeciendo el cambio que no podía haber sido más oportuno. Lance volvió su atención a la carretera y yo dejé salir el aliento que había sostenido casi por instinto.

El resto del viaje transcurrió normal, sin incomodidades, pero no pude sacarme de la cabeza la expresión irritada en el rostro de Ray mientras hablaba de Lance, y cuán solo se había sentido durante nuestro distanciamiento. De repente me invadió cierta culpa de la que no pude deshacerme por el resto del día, pensando en que aquella conversación entre mi capitán y yo jamás debería llegar a oídos de Ray.

 

-

 

“Bien, estás servido,” Lance frenó el auto frente a mi condominio. Ya el cielo estaba oscureciendo, y habíamos logrado completar nuestras entregas con éxito.

“Gracias, Lance,” dije, abriendo la puerta del auto y disponiéndome a salir, pero una mano me sostuvo por el brazo, con un agarre firme. Volteé y vi a Lance sonriendo, con el último regalo en su otra mano. “¿De dónde sacaste eso?”

“Bajo el asiento. Eres muy lento, Mat; creí que lo verías tarde o temprano.” Lo acercó a mí, y yo lo tomé con un poco de pena, todavía afectado por mis ideas de hace un par de horas. “Feliz Navidad, Mat. Gracias por ser un gran amigo.”

Ahí estaba de nuevo, esa mirada seria sobre mí. Los ojos verdes de Lance me intimidaban, pero más que eso, me recordaban a Ray y me hacían sentir en el pecho una presión extraña, sofocante.

Bajé la mirada. “G-Gracias… Ah, lo siento, pero yo no… No te traje nada, yo…”

“No es necesario. Me acompañaste y eso es más que suficiente. Sabes que no manejo bien esto de relaciones humanas; las familias de los demás pueden resultar muy molestas, pero no tanto contigo a mi lado. Calmas un poco mi rabia; eres un buen vice-capitán.”

Subí la mirada por un segundo, pero no pude mantenerla.

“No soy tan bueno. Feliz Navidad,” dije, soltándome de su mano. Bajé del auto y cerré la puerta, caminando hasta mi casa sin voltear.

Pude escuchar el vidrio de la ventana bajando, y la voz de Lance diciendo: “¿Sabes, Mat? Desearía que te quisieras un poco más.”

Entré a casa, apenas encontrando las ranuras en las puertas para introducir la llave correcta.

Dentro, Lana ya estaba de regreso. Comí, lavé los platos, y me fui a mi habitación para dormir y ahogar el murmullo dentro de mi mente que me ensordecía y causaba dolor de cabeza.

Si hubiera tenido un poco más de calma, habría visto el mensaje de Ray deseándome una feliz noche, aunque ‘feliz’ era el último adjetivo que ocuparía para describirla.

 

-

 

El 25 de diciembre fue domingo. Más lánguido que lo habitual, arrastré mi cuerpo fuera de las cobijas al escuchar los llamados de Lana desde la sala. Entreabrí los ojos para ver el reloj junto a mi cama, que leía las 10:13 a.m.

Trastabillé, medio adormitado, hasta la puerta de la habitación de mi madre. Toqué a la puerta un par de veces y la llamé, pero no recibí respuesta.

“¿Y mamá?” le pregunté a Lana cuando terminé de bajar los escalones, ya un poco más alerta de mis alrededores.

“Anoche salió a una fiesta con Krystal. Dijo que no vendría hasta hoy por la tarde.”

Suspiré. “Seguramente fue una gran fiesta. Tan grande que le tomará medio día regresar a sus cabales. Increíble…”

“Lamento no habértelo dicho ayer, pero parecías estar de mal humor…”

“Está bien. Olvidémonos de eso. ¿Empiezas a abrir los regalos?”

Ambos nos sentamos frente al árbol de navidad, mirando las etiquetas de cada caja para escoger los que pertenecían a cada uno. Desde que nos habíamos mudado a esa casa, mi madre siempre se iba de parranda con su mejor amiga. Al principio, quizá porque Lana era menor, regresaba antes de medianoche y hacía el intento de estar ahí con nosotros para la repartición de regalos. Era la primera vez que decidía quedarse en casa de alguien más.

“¿Qué hacemos con los de mamá?”

“Apártalos. Se los daremos cuando regrese.”

“De acuerdo.”

Sin querer, mi mente empezó a trabajar. Aún sabiendo que mi madre no era exactamente la que tenía el mayor espíritu familiar entre nosotros, me era difícil imaginar que no quisiera vernos. A menos que…

“¡Matthew! ¡Empieza con este!” Lana levantó una caja y la puso frente a mí. Reconocí de inmediato que era el regalo que Lance me había dado. Estuve a punto de lanzarlo a un lado, pero con Lana tan cerca tenía que hacerle frente y fingir que no me molestaba.

Leí la tarjeta, sin poner mucha atención. ‘Espero haber escogido bien. Feliz Navidad, Mat.’ Y su firma garabateada en una esquina. Desganado, rompí el papel del envoltorio y levanté la tapa de la pequeña caja. Al ver el contenido, me quedé congelado.

“¿Matthew?” Lana se arrodilló frente a mí, moviendo su mano frente a mis ojos. “¿Qué sucede? ¿Qué es?”

Respiré hondo. “Una bufanda.”

Levanté la prenda fuera de su contenedor. Era una bufanda de lana, de color verde musgo. Lana la vio emocionada y me obligó a cubrirme con ella.

“Te ves bien,” dijo, “el color de verdad va bien con tus ojos, ¿sabías? Deberías usar más ropa en ese tono de verde…”

“¿Eres mi modista, acaso?”

“¿Por qué te molestas? Solo tenías una bufanda vieja; es un regalo muy útil.”

No pude negarlo.

Lo que me molestaba no era el regalo en sí, sino el trasfondo de todo el asunto. Jamás le comenté a Lance que solo tenía una bufanda vieja, ni él había preguntado algo acerca de ello en los últimos días. Lo único que se me podía ocurrir para explicar su acierto era el hecho del otro día, cuando Lance vio que Ray me había prestado una bufanda que yo había usado casi todo el tiempo.

Obligué a que Lana continuara con un regalo de sus amigas, aunque no presté mayor atención. Estaba concentrado en oler la suave tela que rodeaba mi cuello.

Olía a nuevo.

Qué olor más aburrido,’ pensé.

Al fin de todo, yo había recibido la maldita prenda esa, un bolso deportivo y un par de zapatos casuales. Sabía que era un poco estúpido, pero quise contar también en esa lista el regalo de Ray de la noche de mi cumpleaños. Me ruboricé un poco mientras ayudaba a Lana a deshacerse de los envoltorios rotos.

Ella había recibido un DVD con el concierto de una de sus bandas de chicos preferidas, algunas faldas, camisas y joyeros de madera tallada.

“¡Quiero ir a ver esto ahora mismo!” Lana daba pequeños saltos mientras miraba fijamente el DVD.

Le ofrecí una sonrisa cálida. “Ve, entonces. Disfruta tu regalo. Yo ya calentaré algo para comer, no te preocupes.”

“¿Sí?” sus ojos se iluminaron, “¡Gracias, Matthew!” me abrazó rápidamente y corrió hacia su habitación.

A los pocos segundos, pude escuchar a lo lejos la música pop que a ella, por alguna extraña razón, tanto le encantaba. Reí para mis adentros y llevé la basura a la cocina, para deshacerme de ella en el recipiente de la basura de allí.

Mientras me lavaba las manos, me di cuenta de la luz parpadeante de la máquina contestadora, sobre el pequeño desayunador.

‘Quizá mamá llamó en la mañana,’ me dije a mí mismo. Me acerqué y presioné un botón, escuchando la voz artificial de la máquina.

“Usted tiene dos mensajes nuevos.” Imaginé que mi madre había estado un poco fuera de sí y había dejado dos mensajes por equivocación. Presioné otro botón y me apoyé sobre la madera del desayunador, sin mayor preocupación.

“Primer mensaje: Hola, Matthew. Es –¡a él, a él, llámalo aquí! – eh, lo siento. Estoy un poco ocupada y llegaré tarde pero - ¿Qué? ¡No! No es tu tipo, - uhm, no se preocupen por mí. Abran los regalos y aparten los míos para cuando llegué. ¡Nos vemos!”

“Heh,” reí con algo de amargura al escuchar la voz de mi madre, borracha, “ya lo hicimos.”

“Segundo mensaje:”

Esperaba escuchar más de sus risas junto a su mejor amiga.

“Eh, ¿hola? Pensé que estarían en casa. Si tengo el número equivocado, lo siento…”

Esa voz.

Sentí que la sangre que corría por mis venas se helaba súbitamente. Todos mis músculos se tensaron, mis manos empezaron a transpirar y temblar sin posibilidad de controlarlas.

“Uh… Por cierto, este es Matt, su padr-“

Antes de que pudiera terminar de pronunciar esa odiosa palabra, di un golpe con ambas palmas sobre el desayunador, causando que el aparato saltara y el estruendo ahogara aquella voz.

“¿…-Matt ahí? Matt, si me escuchas…”

No pude soportar el asco que invadió cada centímetro de mi cuerpo cuando escuché mi nombre dicho por su voz. Lleno de rabia, de ira, del más puro odio que me era posible sentir, tomé la contestadora y tiré de ella con todas mis fuerzas, hasta desenchufarla. La voz calló, pero no era suficiente.

Lancé el aparato al piso con un impulso enorme. Agradecí que la música ensordeciera a Lana, porque así no podría verme en el estado deplorable en el que me encontraba.

Pude sentir gotas de sudor frío bajar por mi frente, mi cuello y mi espalda. Mis labios temblaban al igual que mis manos, mis piernas, todo mi cuerpo. Mis músculos se contraían como si desearan que empezara a correr, que huyera, que hiciera algo para dejar salir la ola de sentimientos negativos que amenazaban con asfixiarme, como si me hubiera hundido en un pozo lleno de brea.

Tomé la contestadora y la arrojé a la basura. Caminé con grandes zancadas hacia el cuarto de lavado, debajo de los escalones que llevaban al segundo piso. Abrí la secadora y saqué las primeras prendas que pude tocar.

Me vestí ahí mismo, todavía sin poder calmar el estremecimiento que dominaba mi cuerpo. Las lágrimas parecían anunciarse en mis ojos, pero respiré hondo y me dije a mí mismo que no podía dejar que él me causara más llanto.

Descolgué mi abrigo y me lo puse encima, luchando con las mangas. Arrebaté mis llaves del pin donde siempre las colocaba y consideré por un momento salir usando la nueva bufanda, pero desistí. La vieja era más indicada.

Pensé en dejarle una nota a Lana, pero mi cuerpo me lo impedía. Sentía un impulso que no podía parar. Dejé de razonar. Dejé de pensar en lo que convenía, en lo que debía hacer, en lo que me salvaría de problemas o complicaciones. No consideré nada más que la urgencia que sentía en lo más profundo de mi conciencia.

Salí de allí y corrí hacia la casa de Ray.

 

-

 

Una vez en la esquina de su calle, mi cuerpo pareció calmarse, por lo menos un poco. Mis manos estaban frías, muy frías, pues había olvidado tomar mis guantes en mi apuro por alejarme de casa. Además, todavía se sacudían, como muestra de la ansiedad que turbaba mi interior.

Di pasos largos hasta llegar frente a la casa de Ray. No fue sino hasta entonces que reparé en cuán mal había estado mi decisión. Un 25 de diciembre, al medio día… Era obvio que sus padres estarían allí. Incluso si habían ido a una fiesta de alta sociedad, seguramente ya habían regresado. Sin importar cuán ausentes eran en la vida de Ray, las fiestas como las de mi madre no encajaban con el tipo de personas que Ray decía que eran.

Aún así, mis piernas me llevaron hasta el porche, frente a su puerta.

Tragué saliva, dándome cuenta de que estaba cayendo ante viejos hábitos.

Una voz interior me advertía que estaba a punto de usar a Ray para mis propios fines, que todos mis movimientos eran liderados por el egoísmo de hace poco más de tres años. Esta vez, con la posibilidad de ser una persona que cae tan bajo, las lágrimas inundaron mis ojos fácilmente. Empuñé una mano con gran fuerza, hasta que mi piel blanca se tornó roja cerca de los nudillos. Alcé la otra lentamente, viéndola agitarse en espasmos nerviosos mientras subía hacia el timbre.

Una llamada habría sido mejor,’ pensé, ‘no harías tanto escándalo. ¡Mat, eres un maldito imbécil, un cobarde, un estúpido! ¿Por qué no tomaste tu móvil?

Pero era muy tarde para eso. Presioné el botón del timbre y cerré los ojos, obedeciendo, una vez más, solamente a la voz de mis urgencias.

Luego de unos segundos, escuché unos pasos acercarse apresuradamente a la puerta. Pararon del otro lado y escuché la voz de Ray, sorprendida, diciendo mi nombre en voz baja.

Abrí los ojos tan pronto él abrió la puerta.

Ray estaba frente a mí, usando nada más una camiseta blanca y una sudadera por encima, con pantalones negros. La imagen de él con esa ropa me llevó atrás en el tiempo, a los días en los que estas urgencias eran más frecuentes, pero no tan intensas como la de ese preciso momento.

Sin tener la voluntad ni la fuerza de seguir conteniéndome, las lágrimas dejaron mis ojos y cayeron por mis mejillas, cálidas en contraste con mi piel fría. Mordí mi labio inferior en un intento por no gemir del llanto.

“¿¡Mat!?” Ray me llamó. Vi la expresión en su rostro cambiar de sorpresa a preocupación confusa en un instante. Vi, también, que el interior de su casa estaba vacío, por lo menos en la planta de abajo.

“¿Mat? ¡Mat! ¡Mat, di algo! ¡Mat!”

Escuchar la voz de Ray, de mi amado Ray, llamándome, diciendo mi nombre de la manera en que solo él era capaz de hacerlo, diciendo mi nombre con preocupación genuina y dulzura… Eso era lo que necesitaba.

Di un paso al frente y rodeé a Ray por la cintura con ambos brazos. Lo sostuve muy cerca de mí, hallando paz en su calor, en la sensación de sus brazos deslizándose por mi espalda, su mano escabulléndose entre mi cabello y acariciándome con una ternura increíble. Las lágrimas no dejaron de salir, pero pude sentir mi corazón calmándose poco a poco dentro de mi pecho.

“Mat…” Ray intentó separarse un poco de mí, pero yo no lo dejé. No podía soltarlo, todavía no. Él pareció entender y no volvió a intentarlo. En su lugar, plantó un suave beso en mi sien.

La constante moción de sus dedos entre mi cabello terminó parando mi llanto. No sé cuánto tiempo habrá pasado, pero sé que, de alguna manera, los latidos de mi corazón y los de Ray habían encontrado un solo ritmo.

Finalmente, solté a Ray y retrocedí un poco, alzando una mano para limpiar mis lágrimas con el dorso. Ray me miró de arriba abajo, consternado.

“¿Qué sucedió, Mat?”

Sacudí la cabeza. Suspiré profundamente e hice lo mejor por fingir una sonrisa. Una vez calmado, fui consciente de que estaba todavía en el porche de la casa, y de que sus padres deberían estar arriba, perfectamente capaces de escuchar cualquier sonido muy fuerte.

“Simplemente… Ah, tenía que verte. Solo eso.”

Ray pareció no entender mis palabras. Eso era justo lo que esperaba.

“No me hagas caso. Estoy bien. Lo siento por la escena. Me iré antes de que tus padres bajen, ¿de acuerdo? Felices Fiestas…”

Caminé apresuradamente por el camino asfaltado que llevaba hasta la calle principal, sabiendo que Ray me había seguido. Volteé y lo vi acomodándose un abrigo más grande, la bufanda de la otra vez y sosteniendo unos guantes entre sus dientes.

“No tienes por qué seguirme, Ray. Ya estoy bien…”

Él sacudió su cabeza. Tomó los guantes de su boca con una mano y mis manos con la otra.

“Tus manos se congelaran en este clima. Ponte esto rápido.”

Me dio sus guantes. Empezamos a caminar, pero yo no me los puse, así que él lo hizo por mí.

Sonreí, melancólico. Ray se dio cuenta y bufó, claramente molesto.

“Y con esos ojos esperas que crea que estás bien…” dijo como para sí mismo, halándome de la mano y apresurando el paso.

“¿A dónde vamos?” pregunté, “Y suelta mi mano, alguien nos verá…”

“No hay una sola alma en las calles en un día como este. Aún si hubiera, no me importaría. Tú solo sígueme.”

Bajé mi cabeza y fijé la vista en nuestras manos entrelazadas. Pensé ‘¿qué hago?’ pero en ese momento, esa pregunta no tenía respuesta. Tenía experiencia de sobra como para saber que en mi estado, solo Ray sabía tratarme. Lo que él dijera, lo haría.

Tardé en darme cuenta de que habíamos llegado al parque cerca del instituto. En efecto, no nos encontramos con una sola persona durante todo el camino, aunque sí había vehículos transitando por las calles, aisladamente. Ray continuó caminando hasta que llegamos a una banca adentrada en el césped abundante del lugar, guardada por las largas y flexibles ramas de un sauce péndulo.

Puso sus manos sobre mis hombros para obligarme a sentarme antes de él tomar asiento a mi lado. Bajó la tela de mi bufanda para ver mi rostro completamente descubierto, Sus ojos negros penetraban en los míos, como exigiendo algo a lo que él tenía completo derecho. Por primera vez desde que había visto a Ray ese día, la sangre subió a mis mejillas, y agradecí sentir la agradable calidez bajo mi piel.

“Listo. No hay nadie.” Ray hizo señales a su alrededor. “Habla.”

No pude mantener la vista a su nivel. Mordí mi labio una vez más y observé sus manos, inusualmente blancas.

“Ray, yo no…”

Puso sus manos sobre mi rostro, obligándome a enfrentarlo. Sentí que respirar se me hacía difícil. Fue entonces que supe cuán profundo había metido la pata al hacer las cosas sin pensarlas primero. ¿Qué podría explicar? ¿Cómo?

“Dime qué sucede, Mat.”

Su voz sonaba a demanda, a orden, a autoridad. Incluso en ese tono, sentía calma solo escuchándolo, teniéndolo cerca de mí.

Era imposible. Si hablaba, empezaría a decir cosas de más, cosas innecesarias. Solo tenerlo así era más de lo que jamás había deseado. No lo arruinaría. Era demasiado fácil estropear algo tan especial. No quería abrumarlo con mis cosas.

“Ray, lo siento, pero…”

Bufó de nuevo. Se acercó sin advertencia y juntó sus labios con los míos en un beso repentino, hambriento, que iba de la mano con la exigencia de su voz hace unos momentos. Sentía sus manos bajar a mi cuello, estiró su espalda para poder besarme de manera más profunda, más convencida.

El calor y la humedad de su lengua rozaron mis labios entreabiertos. Sorprendido, no pude resistir y dejé que entrara en mi boca y explorara cada rincón por primera vez, pero con la dedicación de alguien que había esperado ese momento durante mucho tiempo. Mi pecho se elevaba con cada bocanada de aire que tomaba, ansioso, sintiendo que Ray me dejaría sin aliento.

“Hmm…” gemí, dejando que mis hombros se estremecieran con la onda de placer que su beso me producía. Para mi desesperación, Ray eligió ese momento para alejarse, no sin antes unir nuestros labios por última vez, con ternura.

Abrí los ojos que había cerrado instintivamente y lo vi frente a mí, sin cambiar de postura por un solo instante.

“¿Puedes decírmelo ahora?”

Una risa culpable salió de mi boca.

“Ray…,” tomé una de sus manos con las mías y lo miré directamente, convenciendo a mi cuerpo de que dejara de temer, “Dices que no entiendo lo que significo para ti, pero yo creo que es al revés. El que no entiende eres tú. Lo que haces por mí es más grande que cualquier cosa de la que un pobre débil como yo jamás será capaz…”

“Déjame usar tus palabras, entonces. Quizá si me lo dijeras, podría comprenderte.”

Sonreí de nuevo, esta vez con más amor que amargura.

“Y yo te citaré a ti. Eso espero, pero ese día no es hoy.”

Ray apretó mi mano. Pareció luchar por dentro con una decisión, pero al final se puso de pie y me levantó a mí también.

“Prométeme que me lo dirás cuando estés listo.”

Ah, qué gran promesa. Mi corazón seguía debilitado por lo que había ocurrido. Me sentía presionado a decir que sí, porque Ray merecía saberlo, pero igualmente no podía hacerme idea de lo que significaría revelarle mi mayor secreto.

Quise preguntarle ‘¿Qué somos, Ray?’ pero no juzgué que fuera conveniente.

En contra de lo que yo mismo esperaba, asentí.

“Lo prometo.”

Ray pareció relajarse, aunque fuera un poco. Me abrazó, me beso, me tomó de la mano y caminó a mi lado, tranquilamente, de regreso a casa.

Durante todo el camino me pareció que ese día había sido irreal. Que no había pasado. Repasé mentalmente los hechos, viéndolos como cosas que, hasta ese día, había considerado imposibles.

“Ah,” dije, rompiendo el silencio, una vez caminamos sobre la calle de Ray, “necesito una contestadora.”

Ray arqueó una ceja, pero no hizo preguntas. Probablemente las guardaría para después. “Yo tengo una vieja, si la quieres. Funciona bien, es solo que mis padres se obsesionan por lo nuevo y… Pues…”

“Sería una enorme ayuda, Ray.”

Antes de despedirnos en su porche, Ray me dio la contestadora y se rehusó a aceptar sus guantes de vuelta. Un poco feliz, pero tratando de esconderlo, acepté quedármelos por un par de días.

“Odio que mis padres arruinen esta época.” Ray se apoyó contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados. “Quiero hablar más.”

Compartía ese sentimiento. “Pronto reiniciaremos las clases. Es… paciencia, supongo.”

Él me miró fijamente mientras hablaba. Nervioso, cubrí parte de mi rostro con la bufanda.

“El frío ha de estar haciendo estragos en mi piel de fantasma…” traté de justificarme, pero la risa divertida de Ray me dejó saber que había sido inútil.

“No es el frío.” Se inclinó hacia el frente y besó mi nariz. “Ten cuidado. Quiero que llegues y te arropes de inmediato.”

“De acuerdo. Nos vemos, Ray… Gracias.”

Me di la vuelta y di un par de pasos. Frente a los escalones del porche, escuché que Ray hablaba de nuevo.

“¡El 2 de enero! Te llamo con los detalles, pero reserva esa fecha, ¿sí?”

“¿Por qué la voz baja?”

“Ese día mis padres tienen una fiesta en la compañía. Sé que estarán ahí durante todo el acto, así que tendremos unas cuantas horas para nosotros.”

Volví a sonrojarme. Tener una fecha determinada para volverlo a ver, sin obstrucciones, me daba una nueva y buena razón para regresar a casa y soportar.

“Entendido. Esperaré tu llamada.”

“Cuídate.”

“Nos vemos.”

Repasé mi promesa de hacía un rato. Pensé que me había metido en un problema más grande que yo mismo. Había dado el primer paso para cavar mi propia tumba. Mis sentimientos hacía Ray eran tan preciosos, que temía que no se transmitieran bien en palabras.

Lo que Ray significa para mí no tiene equivalente en inglés, español, mandarín, ni ningún lenguaje existente.

 


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