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Concordanza por Rokyuu

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Notas del capitulo:

Releyendo el primer capítulo, me di cuenta de que no pasó mayor cosa... Lo siento! No tenía planeado actualizar tan rápido pero, bueh, aquí está!

 

No es que nunca hablara con Ray. Era solo que había una cierta distancia, casi como una barrera transparente, entre él y yo. Habíamos estado juntos en el equipo de fútbol, pero él había decidido que el baloncesto era el deporte más indicado para él. Fue a partir de ahí. Al final del noveno grado, que comenzó a crecer la distancia.

Cuando él me dijo que trataría de calificar para el equipo de baloncesto, sonreí y le dije “¿En serio? ¡Muy bien! ¡Más te vale que entrenes como desquiciado!”. Y no hubo vuelta atrás.

Supongo que simplemente lo dejé pasar.

Los años que siguieron fueron una tortura. Pertenecíamos al mismo curso, durante dos de tres años tocamos en la misma clase, las prácticas de fútbol fueron movidas a las tardes y tuve que verlo dos días a la semana sin posibilidad de evitarlo. Normalmente, me forzaba para ignorarlo, pero hasta alguien acostumbrado al enamoramiento no correspondido y con tres largos años de experiencia como yo tiene un límite. A veces, como había sucedido el día anterior en mi encuentro cercano con el balón durante la práctica, me quedaba perdido en mi pequeño mundo de pesimismo; era como una habitación amplia, oscura, en la que solo me encontraba yo sentado en el piso y en la pared frente a mí, como algo inalcanzable, la película de él, despidiendo una luz que aclaraba toda la estancia. Perdía mi conexión con la realidad. Una vez lograba poner los pies de vuelta sobre la tierra, estaba Lance a mi lado, gritándome maldición tras maldición sobre aspirar a ser un vice-capitán que no sueña despierto en pleno campo de juego.

Últimamente, había tenido muchos más de esos episodios, y de manera más frecuente. ¿La razón? Probablemente era que, por más que me quejara de tener que verlo, ese era nuestro último año juntos en el instituto. Cierto, fuimos amigos muy cercanos durante un tiempo, pero no sabía a qué universidad iría, qué deseaba estudiar, si seguiría practicando deportes, o si tenía una de esas tipas a las que todos llaman “querida”, “cariño”, “amor”, “preciosa”… Una novia. No sabía nada de él, y lo más natural sería perder todo contacto.

Estaba pensando esto cuando Brook, otro compañero del equipo de fútbol, me dio dos golpecitos en la espalda.

“¡Matthew! ¡Ya terminaron las clases! El profesor tiene que cerrar el aula, y tú tienes práctica conmigo. Si no te apuras, el capitán te va a…”

Ah.

“¡Maldición!” grité. Tomé mis cosas y salí disparado de ahí, esquivando a otros estudiantes que caminaban a ritmo de ganado en los pasillos. Bajé las escaleras con rapidez, evitando tropezar –pues si llegaba tarde y con golpes, además de llamarme “maldito impuntual”, Lance me llamaría “vice-capitán imbécil” frente a todos- y corrí hacia los vestidores. Cuando llegué al campo de juego, Brook ya estaba posicionando una serie de conos naranja a lo largo del campo, y los demás habían empezado a dar las respectivas vueltas al campo para calentar.

Lance me lanzó una mirada asesina.

“Lo siento,” dije, con una sonrisa fingida, del tipo que confiesa a gritos “es mi culpa, pero no te enojes, ¿sí?...”

“Y una mierda,” Lance tomó los cabellos que cubrían mi frente y tiró de ellos levemente, “te distraes demasiado. No sé a qué venga, pero tienes que darles un buen ejemplo a todos ellos. Ya es suficiente que nuestro entrenador haya tenido que renunciar y la responsabilidad de las prácticas haya caído sobre nosotros, ¿sabes? Hemos pasado a ser las figuras de autoridad. Trata de cumplir con tu papel.”

No hay muchas palabras con las que responder a tal reprimenda. Y si las había, yo no las conocía.

“…Entiendo,” dije en voz baja, con cierta pena.

Lance sonrió. Para sorpresa mía, soltó mi cabello y me dio dos palmadas suaves en el hombro.

“Sabes que si sucede algo, puedes hablarlo conmigo. Eres demasiado cerrado… Ten un poco más de confianza.”

Creo que me quedé perdido por un par de segundos, repitiendo esas palabras en mi mente. Lance era mi único amigo cercano luego de que todo se desmoronara entre Ray y yo. Sin embargo, mi amistad con él era diferente, y nunca había logrado sentir la misma libertad que había sentido antes…

Asentí con la cabeza, y Lance me ordenó que corriera con el resto.

La práctica transcurrió pacíficamente, como debería ser. Era un jueves por la tarde, día en el que el equipo de fútbol tiene práctica, pero el de baloncesto no. Era el único día en el que lograba enfocarme únicamente en el fútbol y dejar el tema de Ray descansar, aunque fuera solo por un rato.

Iniciamos el juego corto con el que dábamos fin a todas las prácticas. Esa vez yo era mediocampista, como de costumbre. El hecho de que los defensas fueran un poco faltos de experiencia me forzó a correr un poco más, pero disfrutaba jugar. Hacia el final del juego, vi una oportunidad clara de acercarme a la meta. Sonreí en mis adentros.

Conduje el balón de manera casi perfecta, si se me permite decirlo. En verdad, mi error no tuvo nada que ver con mi manera de jugar, sino con un pensamiento que tuve justo al dejar atrás un defensa del equipo contrario.

“Quién sabe si podré volver a jugar así una vez me gradúe…”

Y solo con esa frase, todos mis pensamientos antes de la práctica volvieron a conectar dentro de mi mente. Aunque él no estaba ahí, aunque había logrado evitarlo a lo largo de todo el día, aunque había logrado separarlo de la práctica… se había escabullido dentro de mi cabeza.

Otro defensa vino hacia mí. Pateé el balón hacia adelante justo antes de que se barriera.

Pensé que era estúpido seguir deliberando sobre el mismo asunto. Pensé que era débil de carácter. Pensé que, tal como había dicho Lance, era demasiado cerrado, y todo se debía a que era de carácter débil, frágil por naturaleza. Más de alguna vez Lance había bromeado con mis inseguridades y dudas diciendo que eran como “las preocupaciones de una chica” y me dio un poco de miedo la verdad que había en sus palabras.

El guardameta ya estaba preparado.

¿Y qué si Ray tenía novia? ¿Y qué si Ray seguiría practicando baloncesto o no? Si eso quería, lo haría, de la misma manera que yo podría seguir jugando con solo decidirlo. ¿Y qué si no sabía qué quiere estudiar, si es que continuaría estudiando? ¿Y qué si no tenía la más mínima idea de adónde iría él luego de graduarnos?

No había más defensas. Me preparé para disparar. Busqué el ángulo indicado.

¿Y qué con todo eso? No significaba nada. ¡En absoluto! Simplemente significaba que no lo volvería a ver.

…No lo volvería a ver.

Nunca más.

No volvería a ver a Ray.

El guardameta gruñó mientras el balón pasó por arriba del travesaño. Todos vieron el balón volar mas allá del campo, hasta los arbustos que rodeaban las mesas y bancas de concreto en el área verde que había a un lado del edificio principal.

Yo solo vi el césped bajo mis manos. El sudor empapaba mi camiseta, el chaleco color neón, mi rostro, cuello, cabello. Pensé que era un poco complicado respirar, así que abrí mi boca e inhalé el aire por bocanadas exageradas.

Dentro de unos 8 meses y un par de semanas, ya no vería a Ray.

Era obvio, sí, pero nunca lo había pensado de manera tan directa, tan cruda. Era un hecho que había luchado por mantener tácito, justamente porque era demasiado pesado para manejarlo sin preparación.

Lance se apresuró a mi lado. Se arrodilló junto a mí y me miró fijamente, preocupado.

“¿Mat? ¡Mat! ¿Qué sucede? ¿Qué tipo de tiro fue ese? ¿Tienes algo en el tobillo? ¿Te lesionaste durante los ejercicios? ¡Mat!”

Todos esas insinuaciones de que mi tiro se debía a una lesión tenían el mensaje escondido de “fue un tiro de mierda, Mat; tú eres mejor que eso”. Y tenía razón, sí. Sin embargo, no se debía a nada físico. Era algo mental. Cosas del corazón, diría, pero me haría parecer más aún como una adolescente enamorada.

“Me… me distraje,” dije, y me puse de pie. “Solo una distracción. Ya se me pasó, no te preocupes”. Sacudí mis rodillas y manos y me dispuse a volver a mi posición.

“Mat…” Lance quiso decir algo más, pero lo que sea que fuere, no quería escucharlo. Quería seguir y lograr concentrarme en el fútbol de nuevo y por completo.

Ahí estaba mi debilidad de carácter. En lugar de enfrentarlo como hombre, quería mirar a otra parte para no tener que lidiar con el problema en sí.

“¡Hasta ahí llegamos! Brook, Sullivan: recojan todo y lo llevan al cuarto de equipo deportivo. ¡No coman nada de porquerías y nos vemos el lunes!”

Todos, con más que un poco de confusión, respondieron “¡sí, capitán!” y se fueron a las duchas. Yo me dirigí a Lance de inmediato, para reclamarle.

“¿Cómo que a las duchas? No hemos terminado de jugar…”

“Claro que sí. Tú eres el que no ha terminado, pero es más que inútil pedirte que lo hagas luego de ese tiro. Pensé que estaba viendo al mediocampista estrella que conozco, pero supongo que no.”

Golpe bajo.

“Mira, Mat,” Lance bajó un poco su tono de voz y suspiró, como si la frase anterior lo hubiera lastimado a él también, “en verdad no sé qué está sucediendo, pero me preocupo por ti. Sé que a veces eres despistado, pero también sé que siempre que te pierdes en tus pensamientos es porque algo te preocupa de sobremanera. Si no quieres decirme qué es, está bien, pero busca la oportunidad indicada para pensar acerca de ello. Por ahora, vete por ahí a aclarar tu mente y luego ve a las duchas. Nada ayuda más a relajar cuerpo y mente que una ducha fría. Aquí está la llave; tómate el tiempo que quieras”. Sacó una llave de su bolsillo y la puso en mi mano.

“Lance, no necesito…”

“¡Sh! No contradigas a tu capitán. Y más te vale aparecer con buena cara y buena puntería el lunes, vice-capitán estúpido”.

Se dio la vuelta y siguió a todos a las duchas.

Ya no tenía sentido seguir reclamando.

“Entiendo,” dije, derrotado.

 

-

 

Entré a las duchas cuando ya todos se habían ido a casa. Me desvestí, lancé los zapatos a un lado y tomé una toalla. Por un momento, admiré el vestidor y las duchas completamente vacías a excepción de mí, y suspiré, con cierto sentimiento de paz. Los vestidores eran compartidos entre todos los equipos, por lo que tenerlo deshabitado era raro, pero me daba oportunidad para relajarme.

Abrí el grifo, y gemí cuando el agua fría cayó sobre mi espalda. Me fui acostumbrando poco a poco a la baja temperatura, hasta que encontré placentero el correr del agua sobre mi cuerpo.

Mientras esperaba que se liberaran las duchas, no pensé en nada. Simplemente me lancé sobre el césped y miré al cielo, mientras el sol asesino de las primeras horas de la tarde se apaciguaba poco a poco. El color del cielo se hizo de un azul más intenso, y luego de un azul que en cualquier momento se convertiría en púrpura, en rosa, en naranja y de nuevo a un azul intenso, casi completamente negro.

En el reloj del vestuario se marcaban las cinco con veintitrés minutos. Suspiré de nuevo. Mi madre no regresaba a casa hasta las ocho y treinta, en ocasiones incluso más tarde, y mi hermana estaría haciendo una maqueta en casa de una amiga hasta tarde, por lo que se quedaría a dormir. Tenía tiempo de sobra.

Con cierto temor, me acerqué al hilo de pensamientos que había dejado colgando a la deriva. Ray, y cuánto me dolería no poder verlo, aunque fuera solamente dos o tres veces por semana. Incluso el solo encontrármelo en las escaleras, camino al auditórium para las asambleas informativas… Eso era suficiente para mí, pues sabía que él estaba, en cierta manera, a mi alcance. Supongo que, si quisiera, podría verlo todos los días. Tomaría un poco de valor e iría a su lado durante el almuerzo. Me podría sentar a su lado para charlar de cualquier cosa. “Ya van dos años que no tocamos en la misma clase, ¿huh? Cuéntame, ¿qué ha sido de tu vida?” o algo por el estilo.

Me reí con un tono amargo. Esas parecían más el tipo de palabras que diría él. ¿Yo? Quizá con alguien más, de manera más superficial, pero con él… Imposible.

Había empezado a caer en la cuenta de que, si hubiera tenido el valor hace tres años, podría haberle dicho algo como “¿baloncesto? ¡Seguro!

…Pero no dejes de hacer tiempo para mí”.

Habría sido un poco como confesar que me gustaba, que lo quería de la manera en que los tipos quieren a sus “preciosas” y a sus “muñequitas”, o quizá incluso era un querer que superaba a aquellos otros, porque yo no dije nada, solo lo animé para que siguiera su sueño del baloncesto, porque sabía que su inmenso talento sería mejor aprovechado allá.

Al final, callé porque no quería causarle ningún mal.

Enjaboné mi cuerpo y volví a abrir la ducha, repitiendo “solo quiero que estés bien” en mi mente, una y otra vez.

¿Era mi deseo de su bienestar una fuerza o una debilidad? No estaba seguro. La línea entre el quererlo tanto que no quería dejarlo, y el quererlo tanto que no había más solución que dejarlo ir… era demasiado fina. No dije nada porque no quería retenerlo, pero tampoco dije nada porque el solo intentar detenerlo habría sido demasiado para alguien como yo.

Alguien que piensa sobre ese tipo de cosas en la ducha porque su capitán se lo ordenó, que recibe golpes de balones directamente en el rostro y patea con la puntería de alguien que debería estar en el geriátrico. Qué estúpido. Qué débil. Qué poca determinación.

Pensé que era mi negatividad y mi falta de iniciativa la que me llevaría a pasar los siguientes ocho meses y semanas lamentándome cosa tras cosa, callándome lo que deseaba confesar a gritos, pasando su mesa de largo a la hora del almuerzo, y maldiciendo el momento en que fui concebido como hombre y no como mujer.

Apoyé mi cabeza contra los azulejos de la ducha. El agua cayó sobre mi nuca y mi espalda. De alguna manera, sentí que había perdido hasta la voluntad de moverme.

“Mierda,” dije.

Lloré unas par lágrimas que terminaron confundiéndose con el agua.

 

-

 

No vi el reloj cuando terminé de ducharme y empecé a vestirme, pero estoy seguro de que faltaban menos de quince minutos para las seis de la tarde. Pronto, el último profesor haría una ronda para confirmar que no hubiera alumnos tratando de escabullirse por ahí, y luego se cerrarían las puertas principales. Traté de apresurarme.

Metí los mocasines del uniforme en mi maletín y decidí irme a casa en pantalones deportivos y una camiseta cualquiera que encontré en mi casillero. Todavía con la mente en blanco, me dejé caer sobre la banca que había atrás de mí y cubrí mi cabeza con la toalla para secar mi cabello.

¿En qué mundo habré estado, que no me di cuenta de su presencia?

Escuché que se cerraba la puerta y se acercaban unos pasos hacía mí. Emergí de debajo de la toalla y lo vi a él, apoyando su espalda contra los casilleros del otro lado del estrecho pasillo, sonriendo cálidamente.

“¡Matthew! Así que eras tú… Pensé que alguien había dejado el agua de la ducha corriendo, y cuando vi que la puerta todavía no tenía puesto el cerrojo… ¿Qué haces acá?”

Yo le podría haber hecho la mismísima pregunta.

“Yo, uhm… Duchándome, nada más…” dije, tratando de obligar a mi lengua a funcionar bien. No era extraño hablarle. Ya habíamos hablado varias veces. Pláticas cortas, casi de cortesía. Buenos modales.

Aún así, ¿Por qué rayos estaba Ray ahí?

Rió suavemente y señaló mi cabello con un movimiento de cabeza. “Ya veo”.

De repente, me sentí estúpido con el cabello todavía goteando y probablemente con la apariencia de un perro que acaba de correr bajo la lluvia. Terminé de secarlo e intenté darle forma de peinado decente con mis dedos y un poco de crema que saqué de mi maletín. Iba a romper el silencio, porque me estaba sofocando, pero él lo hizo primero.

“Te duchaste muy tarde hoy, ¿no?”

“Pues… sí,” contesté. Me paré para tomar mis zapatillas deportivas y volví a sentarme para ponérmelas.

“Pero hoy no hay práctica de baloncesto. Debieron estar todas las duchas libres”.

Aquello no era ni una plática por cortesía, ni mucho menos una plática corta. Era territorio desconocido. Decidí soltarme un poco, solo un poco, pues pensé que si callaba mucho, sospecharía algo.

“Sí, y lo estaban. Solo necesitaba algo de tiempo extra…” Me puse de pie y le di la cara, mirándolo tan fijamente como pude. “Por otra parte, si hoy no hay práctica de baloncesto, ¿por qué estás aquí en esas fachas?”

Ray bajó la mirada para verse a sí mismo, como si no recordara lo que tuviera puesto. Estaba vestido con pantalones deportivos, zapatillas de baloncesto, una sudadera deportiva y tenía un bolso colgando del hombro derecho. Era claro que también se había duchado hace poco, probablemente mientras mis compañeros habían estado ahí.

“Pues… Me quedé luego de clases para correr un poco y practicar mis tiros. Solo yo. Es costumbre mía,” cerró los ojos y volvió a reír. Tragué saliva y me esforcé por no perder la compostura.

“Ya es tarde”.

“Lo mismo te digo”.

“Exacto,” cerré mi casillero, tomé mi bolso, cerré la cremallera, lo colgué de mi hombro y le mostré las llaves. “Tengo que cerrar, Ray. Salgamos antes de que venga el profesor en su ronda”.

Empezó a caminar atrás de mí, y me relajó un poco pensar que pronto podría volver a estar tranquilo una vez partiéramos por caminos distintos al llegar a las puertas principales, pero tan pronto puse el cerrojo a la puerta de los vestidores, Ray pareció darse cuenta de algo de manera repentina.

“Ah,” dijo, y me vio fijamente.

“¿…Qué?” pregunté, aturdido.

“Me llamaste Ray,” dijo, y sonrió nuevamente. “Qué nostalgia… Eso significa que yo también puedo llamarte Mat, ¿verdad?”

Mi pecho luchaba por contener a mi corazón, que latía sin control como un animal. Primeramente, pensé que tendría que estar soñando. De ninguna manera podía ser normal que Ray viniera, se diera cuenta de algo tan superfluo como la manera en que yo lo llamaba, y pidiera llamarme Mat. Ni siquiera todos mis compañeros de equipo me llamaban Mat. Él lo sabía. ¿O no lo sabía? No podía saberlo. No. No podía ser. Se le habría olvidado, seguramente. Sí. No había duda.

“Seguro,” contesté.

“Entonces, Mat,” dijo, como cantando la sílaba de mi nombre. Suspiré, discretamente para que él no se diera cuenta, y empecé a caminar hacia las puertas principales. Él iba hablando sobre el ordenanza que le hacía el favor de abrir las puertas del gimnasio cuando no había práctica de baloncesto, solo para que él pudiera correr y practicar lanzamientos y lo que fuera. Lo escuché pacientemente, aunque por dentro sentía todo mi ser temblar de los nervios.

Ya la tarde era púrpura, con uno que otro tono rosa en la distancia. Llegamos a la calle principal y pensé darme la vuelta para despedirme cordialmente, y ya planeaba dentro de mi mente cómo guardaría este episodio aislado en mis memorias más preciadas, bajo el nombre de “la tarde en que me di cuenta de cuánto lo extraño, cuánto lo extrañaré, Ray se dio cuenta de que normalmente lo llamaba Raymond pero yo lo había llamado Ray, y él volvió a llamarme Mat”.

Ray parecía un poco nervioso. Veía el suelo, con la mirada perdida y una sonrisa insegura. Me sorprendió verlo así, por lo que guardé silencio por un momento. Tuve el presentimiento de que quería decirme algo. Sentí nervios y un poco de miedo.

No estaba listo para lo que diría después.

“Hey, ¿Mat?” empezó, levantando la mirada hasta alinear sus ojos con los míos. “¿No tienes hambre?”

Ah.

Ah…

…¿Qué?

“¿Por qué no vamos a cenar? Por aquí cerca hay un centro comercial. ¿Te parece si comemos pizza, o algo así?”

Al infierno con las dudas, y con la negatividad, y con cualquier otra porquería que había ocupado mi mente. Lancé la cordura al vacío y asentí con la cabeza, una y otra y otra vez, como un tonto.

“Claro,” dije. “Vamos”.

 

Notas finales:

Si han llegado hasta acá, gracias por seguir leyendo! Espero tener el 3 listo y revisado para antes del 10. Hasta entonces!


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