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Lazos de amor por Hotarubi_iga

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Notas del capitulo:

Disclaimer: Gravitation no me pertenece. Es propiedad de Murakami Maki.

— Capítulo 4 —

Contacto

 

Shuichi se vio de pronto empequeñecido frente a la familia de Yuki. La mirada fría y crítica que recibía particularmente de Seguchi Tohma le incomodaba. Aquellos fulgurosos ojos verdes lo escrutaban de pie a cabeza, viendo cada imperfección, cada detalle que pudiese servir para recriminar, desacreditar y reprobar la revelación de Yuki, quien no tardó en reparar en la expresión desconcertada y analítica de Tohma y Mika. De pronto, sintió una repentina e inexplicable incomodidad, luego de volver el rostro y advertir la expresión abstraída de Shuichi.

Era un hecho que la familia no aprobaría a Shuichi, pero para Yuki eso no tenía la más mínima importancia. Desde el principio había estado dispuesto a correr el riesgo de presentarlo como su hijo sin escatimar en consecuencias.

—E-Eiri-san... —logró articular Tohma, una vez que recobró el aliento.

—Hablemos en tu oficina —interrumpió Yuki.

—¡Pero Eiri! —intervino Mika al ver la disposición de Tohma para salir de la sala.

Shuichi no dijo nada; sabía que Yuki debía arreglárselas con su familia y explicar cómo y por qué había llegado a su vida. Pero la mirada desdeñosa que Mika y Suguru le arrojaban duramente le incomodaba. El sentimiento que plasmaban en ella le contrariaba al punto de temer que su inevitable capacidad energética pudiera llegar a causar problemas. Pero Mika en ese momento habló, diluyendo la sensación de descontrol dentro de la turbada mente de Shuichi.

—Así que dices ser el hijo de Eiri —espetó Mika con recelo. Su mirada viajó de pie a cabeza sobre la figura de Shuichi, la cual no lograba convencerle.

—Sí, lo soy —respondió Shuichi con seguridad. Se sentía tranquilo; él no mentía. Pero el enfrentarse a su nueva familia lo contraponía a sus propios pensamientos. El temor de ser rechazado le trepaba por el cuerpo y trataba de hacer estragos en él.

—¿Cuántos años tienes?

—Quince —respondió Shuichi.

Mika en ese momento sacó cuentas mentalmente. Al instante soltó una risa burlona.

—¡Es imposible que seas hijo de Eiri! —reafirmó confiada.

—¿Por qué es imposible? Mi mami me dijo que ella y Yuki tenían catorce años cuando me concibieron.

Mika dio un respingo al recordar aquel acontecimiento de hace dieciséis años.

—Aun así —acotó Suguru—, todo esto parece muy extraño. ¿Dónde está tu madre para corroborar tu versión? ¿Por qué esperaron dieciséis años para aparecer y contar la verdad? ¿Acaso quedaron en banca rota y mi tío era el indicado para solucionarles la vida?

—¡Te equivocas! —espetó Shuichi, ofendido por las palabras de su insípido primo—. Yo no sabía que Yuki era mi padre. Mi mami me lo contó semanas antes de fallecer.

Mika y Suguru intercambiaron miradas con sorpresa y algo de inquietud por la situación en al que se encontraba Shuichi, quien los observaba serenidad y una cándida espontaneidad.

 

 

En la oficina de Tohma las cosas no marchaban bien. El ambiente era tenso y espeso. Tohma no cejaba en su lucha por hacer entrar en razón a Yuki. Estaba convencido que Shuichi era un impostor que buscaba su dinero, y nadie le haría pensar lo contrario. Era simplemente imposible que un chiquillo como Shuichi fuera su hijo.

—Sé razonable, Eiri-san. Te están engañando —pidió ante la necedad de Yuki, quien no parecía interesado en escuchar las peroratas de Tohma.

—¿Cómo estás tan seguro de eso?

—¿Y tú cómo estás tan seguro que es tu hijo?

—¿Sostendremos la conversación a base de preguntas estúpidas? Sólo lo sé y punto.

—Pero Eiri...

—No conoces la historia. No puedes pretender entrometerte en mi vida cuando no conoces una parte de ella.

—Conozco lo suficiente como para saber que ese niño y su madre te están engañando. ¿Que no ves que es una vil estafa para sacarte dinero?

—A fin de cuenta es lo único que te importa —resopló Yuki—. Ese mocoso ni siquiera parecer saber qué es una tarjeta de crédito, y tú esperas que crea que es un estafador profesional.

—¿Y qué hay de su madre? De seguro supo inventar una conmovedora historia para hacerte caer.

—Su madre está muerta.

Tohma parpadeó sorprendido.

—¿Muerta? —repitió incrédulo.

—Akari falleció hace un par de semanas.

—Hablas de ella como si la conocieras.

—Claro que la conozco —declaró Yuki—. Ella fue mi primer amor.

—Quieres decir que ella era...

—Sí, ella es la persona por la cual mi padre me marginó de la familia.

Tohma conocía los detalles de la historia en la que Yuki se había visto envuelto en su juventud, y en la que Akari había tenido gran participación. En aquel entonces Tohma ya estaba casado con Mika, y formaba parte de la familia Uesugi.

—Ya entiendo —suspiró Tohma—. Ahora entiendo todo...

Yuki entornó la mirada con desconfianza.

—Esa familia se quiere vengar, y qué mejor que usar al chiquillo para hacerte caer.

Yuki apretó el cigarrillo que instantes atrás había encendido luego de instalarse frente al escritorio de Tohma.

—Esa familia ni siquiera sabe que Shuichi está vivo —aclaró con un dejo de rabia mal llevada.

—¿Y eso te consta? —cuestionó Tohma—. ¿Te consta que esa mujer está muerta? ¿Ese niño te mostró algún documento que lo acredite? Dime, Eiri-san... ¿ese niño te ha dado pruebas fehacientes de que lo que dice es cierto?

Yuki no respondió. De pronto, su mente fue invadida por dudas respecto al pasado y a la verdad que salía escrita en la carta de Akari.

¿Y si lo que dice Seguchi es cierto?

«No es imposible», pensó Yuki. Él había hurgado en las cosas de Shuichi y había leído su diario de vida; allí salía escrita toda la verdad. Shuichi no podía mentir con la muerte de Akari; sería algo muy retorcido y cruel.

Yuki empuñó las manos al pensar que Shuichi podría estar burlándose de él. Eso sería algo imperdonable. Imaginar a Shuichi como un mentiroso y un estafador era imposible.

—No es posible que me esté mintiendo —respondió finalmente, viendo la expresión de Tohma ante sus palabras.

—¿Y por qué no? ¿Por qué estás tan seguro de ellos? —le cuestionó fríamente.

Yuki se incorporó del sillón en el que se encontraba y dio media vuelta.

—Porque yo lo digo y punto —soltó, y caminó hacia la salida de la oficina.

—Eiri-san —dijo Tohma sin moverse de su escritorio—. ¿Qué será de tu reputación al descubrirse que ese niño es tu hijo?

Yuki detuvo su paso y volvió el rostro hacia Tohma. La mirada que le ofreció fue flemática e indolente.

—Me importa una mierda lo que la prensa amarillista pueda decir. Por mí, que digan lo que quieran. Ellos deberían pagarme por todo el trabajo y prestigio que ganan a costa mía.

—¿Pero te harás el examen de DNA?

—Le daré mi apellido, es lógico que haga el examen. A ver si con eso cierras tu boca y no dejas de entrometerte en mi vida.

Tohma quedó boca abierta ante el agravio de Yuki, y salió tras él para poder llevar a cabo la cena de bienvenida a Mika.

Una vez que Yuki llegó al salón donde Shuichi le esperaba, su sangre saltó disparada e hirvió súbita y extrañamente al reparar en la postura abrumada y silenciosa de Shuichi en uno de los sillones mientras era escrutado por Mika y Suguru, que le veían con desconfianza y desprecio.

Yuki se vio abordado por una repentina ira ante la irritante escena. Se acercó a Shuichi y lo cogió bruscamente del brazo.

—Nos vamos —espetó.

Shuichi se mostró sorprendido pero no dijo nada. La presión que ejercía Yuki en su brazo derecho no era dolorosa, pero le transmitía sentimientos de impaciencia y frenesí.

—¡Pero Eiri! —exclamó Mika, saltando del sillón en el que se encontraba.

—Eiri-san —intervino Tohma—, no hay motivo alguno para que te vayas.

Yuki lo taladró con la mirada.

—Quedarme en un ambiente como éste no es de mi agrado; mucho menos para él —respondió, señalando a Shuichi.

Tohma clavó sus ojos en los de Shuichi.

—No pretenderás arruinar la cena familiar por... él —dijo Mika, viendo con desaprobación a Shuichi.

—Ustedes arruinaron esta absurda reunión por sus prejuicios moralistas e hipócritas —soltó Yuki.

—¡Eso no es cierto, Eiri! —exclamó Mika. Conocía el carácter y la falta de sutileza de Yuki, pero en esta ocasión no estaba dispuesta a aceptar sus duras palabras.

—No trates de parecer ofendida, Mika —señaló Yuki con un dejo de ironía en la voz—. Mi único interés en asistir a este circo fue para presentarles a mi hijo. Ya lo hice, ahora me largo.

Ante el desconcierto de Tohma, Mika y Suguru, Yuki abandonó el salón con Shuichi. Salió de la casa y fue hasta su auto. Arrancó de los terrenos de la familia Seguchi apenas encendió el motor, y no redujo la velocidad hasta que se sintió lo suficientemente lejos del lugar.

Durante el trayecto, de vuelta al pent-house, Yuki logró recapacitad en su actitud y vio a Shuichi. Él le había permanecido en silencio y sin chistar, pero había observado todo; cada detalle, y analizado cuidadosamente la situación. El viaje se estaba volviendo inevitablemente incómodo. El ambiente al interior del carro era asfixiante. Shuichi iba sumido en el silencio, y muy de vez en cuando veía a Yuki. A pesar del poco tiempo que llevaba conociéndolo, era capaz de sentir sus emociones. Ahora podía percibir tensión e irritabilidad manando de su cuerpo, lo que le obligaba a mantener distancia.

—No debí llevarte a ese desagradable lugar —dijo Yuki, rompiendo de pronto el silencio abrumador.

Shuichi volvió el rostro con sorpresa pues había sentido la sinceridad en sus palabras.

—Yo lamento haber sido la causa de la discusión.

Yuki negó sin apartar la vista del camino.

—Los que están errados son ellos, con sus ideas clasistas y moralistas tan irritantes —masculló mientras doblaba por una esquina y salía hacia la avenida principal.

Shuichi observó de manera contemplativa y habló con serenidad.

—Seguchi-san quiere la prueba de DNA, ¿no es cierto?

Yuki apretó casualmente el volante y se atrevió a desviar la mirada hacia Shuichi.

—No le daré en el gusto —respondió volviendo la vista al frente.

—Pero harás que se moleste más.

—¿Y me ves preocupado por eso?

Shuichi soltó una risita que logró amenizar un poco el ambiente dentro de vehículo.

—¿Entonces no me harás el examen? —preguntó.

—No.

—Deberías de hacerlo.

—¿Por qué debería? —cuestionó Yuki.

—Porque así le taparás la boca a quien quiera decir lo contrario y de esa forma dejarán de molestar.

Yuki se mostró sorprendido por la astucia de Shuichi, y le fue inevitable sentir que la idea de ser su padre no parecía ser del todo desagradable. La personalidad y el carácter de Shuichi resultaban muy interesantes. Yuki se dio cuenta de ello y comprendió que tal vez la relación que estaban construyendo podría ser simple y llevadera.

 

 

Tras media hora de viaje llegaron a casa y con hambre. Yuki había tenido la vaga esperanza de comer algo en casa de Tohma porque los grandes y ostentosos banquetes que él mandaba a preparar en cada ocasión especial eran imposibles de rechazar, pero se había marchado ante el mal recibiendo que le habían dado a Shuichi. Era algo inevitable dada la súbita presentación, pero no estaba dispuesto a permitir que le trataran mal; a fin de cuentas, Shuichi no había pedido nacer.

—Pediré comida por teléfono —dijo Yuki desde el pasillo del pent-house que daba directamente al dormitorio principal. En el camino se quitó la chaqueta y se desanudó la corbata—. ¿Qué sugieres? —preguntó.

Shuichi que le seguía unos pasos más atrás.

—¡PIZZA! —exclamó.

Yuki bufó molesto una vez que salió del dormitorio.

—Todos los malditos mocosos son iguales. No conoces el buen gusto por la comida. Siempre se alimentan de puras porquerías, por eso se les agusana el cerebro y son tan idiotas.

Cogió teléfono de la sala y marcó los primeros números que había encontrado en el directorio telefónico. Pero pensó en los ingredientes que podía agregarle a la pizza, y sintió curiosidad por saber los gustos de Shuichi. En ese momento Yuki se dio cuenta que ahora no sólo podía pensar individualmente, y que tenía que ver también los intereses de Shuichi.

«Así que esto es ser padre», pensó caminando hacia el corredor para preguntarle a Shuichi los ingredientes que deseaba para la pizza. Caminaba con una extraña sensación en el estómago, como si de pronto algo pesado le hubiese atenazado.

—Oye —le habló al verlo salir del baño con tranquilidad—. ¿De qué ingredientes la prefieres?

—De piña —respondió sin dudar.

Yuki le miró contrariado.

—¿Piña? —articuló—. ¿Cómo le puedes poner piña a una pizza? ¿Estás demente?

—¿Qué tiene de malo?

—A mi no me gusta la piña —protestó Yuki con cara de fastidio.

—Pero tú me preguntaste de qué ingredientes la prefiero.

Yuki emitió un gruñido al verse derrotado.

—Está bien —gruñó—. Una mitad de piña y la otra a mi gusto.

—De acuerdo —respondió Shuichi con tranquilidad.

Yuki llamó por teléfono, dio su orden y, quince minutos después, una humeante pizza de piña y pepperoni (entre otros agregados) yacía sobre la mesa de la cocina.

Shuichi se relamía los labios y Yuki disponía en la mesa platos, cubiertos, vasos, una botella de zumo de manzana y una lata de cerveza. Una vez que se sentaron a la mesa y comenzaron a degustar la pizza, Yuki creyó necesario entablar una pequeña conversación con Shuichi para empezar a conocerlo un poco mejor. Porque haber leído su diario no le era suficiente para descubrir todo el universo que Shuichi ocultaba tras sus ojos.

—¿En qué grado escolar vas? —resolvió preguntar luego de beber dos tragos de cerveza, como si con eso pudiera darse un poco de valor.

—Cursaba tercero de secundaria —respondió Shuichi con espontaneidad luego de sacar un segundo trozo de pizza de la caja.

—¿Cursabas? —preguntó Yuki. En ese instante, recordó la plática que tuvo con Shuichi cuando llegó a la casa y lo que leyó en su diario de vida.

—Congelé mis estudios para cuidar a mi mami —explicó Shuichi mientras quitaba los trocitos de champiñones que traía la masa de la pizza y los arrojaba al plato.

Yuki no pudo evitar pasar por alto la expresión de desagrado de Shuichi ante la presencia de champiñones en la pizza, pero prefirió abstenerse de emitir algún comentario mordaz y se limitó a expresar:

—Así que dejaste los estudios... ¿y qué piensas hacer ahora? ¿Qué planeas ser en el futuro?

Shuichi tragó el trozo de pizza que masticaba y respondió:

—Tengo pensado ingresar a una escuela pública y terminar el año.

—¡¿Una escuela pública?! —masculló Yuki con desagrado—. ¿Quieres ser un fracasado el resto de tu vida?

Shuichi se encogió de hombros.

—¿Sugieres algo mejor? —cuestionó—. No tengo muchas oportunidades. Para estudiar se necesita dinero. Así que me conformo ahora con los que pueda optar. —Bebió un poco de su refresco y continuó comiendo.

—No digas estupideces —protestó Yuki—. Ese es un pensamiento mediocre. Pagaré tus estudios, así que ve buscando mejores opciones que una escuelucha pública.

—Pero yo no te he dicho todo esto para que...

—Te costearé los estudios y punto. Fin del tema.

Shuichi lo miró con sorpresa y sonrió con emoción al ver que, pese a esa hostilidad que Yuki mostraba como una impenetrable coraza, era alguien muy humano y se preocupaba por él aunque no quisiera mostrarlo abiertamente.

—Yuki... —musitó suavemente.

Yuki le echó un vistazo desinteresado y continuó bebiendo su cerveza hasta vaciar la lata a la mitad. Shuichi lo observó atentamente y se atrevió a preguntar:

—¿Cómo era mi mami cuando la conociste?

Yuki dejó la lata vacía de cerveza sobre la mesa y vio la expresión acuciosa de Shuichi.

—¿Qué quieres que te diga? —cuestionó indiferente.

—Todo.

—¿Todo?

—Sí, todo. ¿Cómo la conociste, qué sentiste al verla...? Todo.

Yuki se sintió intimidado por las preguntas y no deseó responderlas. El ávido interés y la forma en la que Shuichi le miraba le incomodaba.

—¿Qué nunca te lo contó Akari? —resolvió articular para evadir la situación.

—Muchas veces después de que supe que tú eras mi padre. Pero quiero escuchar tu versión.

—Qué fastidio —masculló de mala gana. Pero no vio otro modo de eludir la situación. Se remontó en sus reminiscencias y se concentró en el día que conoció a Akari. Se revolvió un poco el cabello y dijo—: Nos conocimos en Kioto, en primavera y...

—Y mi mami había comprado un raspado de fresa y lo derramó por accidente en tu uniforme —interrumpió Shuichi evidentemente emocionado.

—¡¿Me vas a dejar terminar o sigues tú?! —protestó Yuki al verse interrumpido.

—Lo siento —rió Shuichi.

—En resumidas cuentas, fue amor a primera vista y, como éramos unos niños, no pudimos hacer mucho para que perdurara nuestra relación. Además, nuestras familias nunca se toleraron.

—Nunca entenderé eso —comentó Shuichi con tristeza.

—Es cosa de los viejos, nunca me interesó el asunto.

Shuichi no pudo evitar sonreír con sencillez.

—Te era más importante estar con mi mami, ¿no?

Yuki escupió se atoró con el trozo de pizza que había tragado.

—¡No digas las cosas de esa forma!

—No te preocupes —dijo Shuichi sin miramiento—. Mi mami me contó cómo fue que les prohibieron estar juntos.

—Era desquiciante ver cómo mi viejo y tu abuelo nos hacían la vida imposible. Por un momento me sentí como la obra de Romeo y Julieta —gruñó contrariado ante la ola de recuerdos que le habían invadido de pronto.

—¿Y qué piensas sobre eso ahora? —indagó Shuichi al ver la expresión melancólica de Yuki.

—Hasta el día de hoy el viejo me reprocha eso. ¿Puedes creerlo? —ironizó—. Me fui de casa para que no me jodiera la vida y ni aun así dejó de hacerlo.

—Tal vez sea porque el orgullo le impide ablandar su corazón —explicó Shuichi de manera suave mientras jugaba con los trocitos de champiñón que no comió.

—¿Y tu crees que ese viejo tiene corazón? —ironizó Yuki—. Tiene una roca en vez de un corazón. Me sorprende que siga vivo con eso.

—Pero te afecta su actitud, por lo que veo —señaló Shuichi sin dejar de jugar con los trocitos del hongo que no comió. Los alineaba sobre el plato, como si eso fuera más entretenido que mirar a Yuki.

—Me fastidia; eso es todo —dijo él—. Y deja de jugar con la comida, mocoso —protestó al ver lo inquieto que se volvió Shuichi de pronto.

—Pero si no me lo voy a comer —aclaró sin quitar la vista del plato. Parecía más entretenido jugar con los trocitos de champiñón que ver a Yuki.

—Aun así, basta.

—Eres muy corto de genio, ¿sabías? —resopló Shuichi clavando sus ojos en los de Yuki.

—¿Y qué si lo soy? Sino te gusta, te puedes ir.

Shuichi soltó una carcajada.

—Descuida —articuló—. A veces soy incluso, peor que tú.

—Algo mío tenías que sacar —sonrió Yuki y miró fijamente los ojos de Shuichi, perdiéndose en aquel brillo hermoso, infantil e inocente que éstos desplegaban.

De pronto... recordó los de Akari.

—Tus ojos... —pronunció suave, sin apartar la mirada de ellos.

—Son los mismos ojos de mi mami —dijo Shuichi—. Pero los tuyos son también muy lindos. Podría haberlos heredado. Me gustan mucho —confesó con una espontánea sonrisa, sin percatarse de que Yuki lo miraba fijamente, perdido en un extraño recuerdo de antaño. Pero Yuki, incluso sumido en aquellos pensamientos, sintió la mirada de Shuichi y su cuerpo entró en una extraña y confortable sensación. Porque si bien la presencia de Shuichi en su mundo había sido una sacudida violenta e inesperada, entendía que ya no estaría más solo. Ya no sería más solamente él, su trabajo y su rutina; ahora debía compartir su vida con Shuichi.

 

 

La pizza desapareció tras una hora de conversación entre Yuki y Shuichi. Se habían dado cuenta que dialogar civilizadamente podía acelerar el proceso de aceptación y estrechar los lazos a los que inevitablemente estaban sujetos. Durante la plática, Yuki había descubierto muchas cosas de Shuichi; cosas que ahora comenzaba a entender y aceptar. Tal vez haber leído su diario le había acercado a Shuichi, pero escucharle y ver sus expresiones y gestos, había terminado por despertar algo muy poderoso dentro él.

Después de desocupar la cocina, Shuichi confesó tener mucho sueño. Yuki por su parte, argumentó que debía terminar de avanzar con su trabajo, por lo que pasaría gran parte de la noche encerrado en su despacho.

—¿En serio que no hay problema en que use tu cama? —cuestionó Shuichi viendo la anchurosa cama luego de salir del baño vestido con su pijama.

—Ya te dije que no. Tengo que trabajar. De todos modos, la cama es grande, así que no habrá problema por el espacio.

Restándole importancia a la situación, Shuichi se encogió de hombros y sonrió.

—De acuerdo. Buenas noches, papá.

Yuki se crispó y abandonó el dormitorio rezongando.

—Ese mocoso —gruñó camino a su oficina. Le molestaba la idea de ser llamado papá. No lo aceptaba; no lo asimilaba. No quería cargar con un título demasiado pesado y para el que no estaba preparado. Tal vez requería tiempo, pero Yuki ni siquiera estaba seguro de ello.

Se encerró en su oficina, dispuesto a no desperdiciar ni un minuto de trabajo. Y sólo después de las tres de la mañana sintió la necesidad de descansar. Sin embargo, la idea de compartir la cama con Shuichi no parecía animarle. Había tratado de trabajar hasta el amanecer, pero sus ojos pesaban y sentía su cuerpo acalambrado. Había resistido bastante.

Finalmente fue vencido por el cansancio. Apagó su computadora, las luces de su oficina y fue a su dormitorio. Al momento de abrir la puerta con pereza no imaginó que daría un brinco súbito al ver a Shuichi dormido en su cama; por un momento lo había olvidado. Lo contempló por unos momentos bajo el dintel de la puerta y luego se armó de valor y ganas para compartir la misma cama con él. Le fue inevitable, al momento de acercarse a la cama, ignorar la expresión pacífica que tenía Shuichi. Yuki apreció sus rasgos infantiles e inocentes e inevitablemente sonrió al descubrir que, gracias al producto de su amor con Akari, ahora Shuichi dormía en su cama y lograba amenizar poco a poco su solitaria vida.

—Es un tonto —murmuró y cepilló con sutileza las hebras color rosa que descansaban sobre el rostro de Shuichi.

Yuki se dio cuenta de su comportamiento y apartó la mano, como si de pronto la piel de Shuichi le hubiese quemado y su presencia le atemorizara. Confundido por su actitud, retrocedió dos pasos y dio media vuelta hacia el baño, recogiendo su pijama en el proceso. En su cabeza sólo estaba la idea de terminar su novela y concretar su cita con su editora para tratar los detalles que quedaban por ajustar de su trabajo, pero tener a Shuichi en su misma cama empañaba sus pensamientos. Normalmente compartía la compartía con amantes de una noche en los que no involucraba sentimiento alguno, pero con Shuichi tenía un vínculo importante; no podía simplemente ignorarlo y tratarlo como uno de sus tantos amantes de medio turno. Yuki se sintió contrariado y se reprendió frente al espejo del baño. Su reflejo no era en lo absoluto grato. En su mirada había confusión y caos. Y sabía que Shuichi era el culpable.

Después de ponerse el pantalón de pijama —no solía usar la parte superior por simple costumbre—, Yuki salió del baño con renuencia y se acercó a la cama. Maldijo su suerte porque apostaba que no conciliaría el sueño en lo que quedaba de la noche. Pero al momento de sentir la suavidad de las sábanas de seda acariciando su piel, todos sus problemas desaparecieron. Suspiró profundamente, cerró los ojos y se entregó rápidamente a la somnolencia de la que comenzaba a ser prisionero. Pero no contaba con el movimiento súbito de Shuichi contra su cuerpo. De un momento a otro se vio rodeado por su brazo izquierdo, el cual terminó descansando sobre su pecho; la otra mano fue a parar directamente a la boca de Shuichi para chuparse un dedo. Shuichi actuaba como si estuviera abrazando una almohada.

Yuki dio un respingo; se tensó de pies a cabeza y trató de apartar a Shuichi.

—¡Oye ¿qué haces, maldito mocoso?! —exclamó, tensándose nuevamente cuando la rodilla de Shuichi impactó súbitamente en su entrepierna, estimulándola y frotándola inconscientemente. Yuki sintió ganas de gritar, pero sólo atinó a empujar a Shuichi, que parecía tener el sueño pesado—. ¡Aléjate de mí, maldito mocoso! —gruñó Yuki con la incomodidad a flor de piel. Shuichi prácticamente lo estaba masturbando con la rodilla y ni cuenta se daba—. Maldita sea.

Yuki no sabía cómo salir de la bochornosa situación. Su cuerpo se estremecía inquieto ante la cálida mano de Shuichi sobre su pecho y las caricias sutiles que le daba a su piel de su cuello con su acompasada respiración.

¿Qué podía ser peor?, pensó Yuki. Su entrepierna estaba reaccionando inevitablemente. Comenzaba a sentir calor y el constante roce del cuerpo de Shuichi contra el suyo no le ayudaba a relajarse.

Yuki volvió a empujar a Shuichi, esta vez un poco más fuerte, y consiguió quitárselo de encima. Pero Shuichi demostró, aún dormido, lo persistente que era; rápidamente volvió a acomodarse al lado de Yuki que, cediendo a su suerte, se dejó envolver por el calor de Shuichi y trató de pensar en otra cosa que no fuese la estimulación en su entrepierna. Sabía que no podía descargarse con Shuichi pegado a su cuerpo y no tenía ganas de levantarse para ir al baño.

Resignado, Yuki contempló el apacible dormir de Shuichi y sintió envidia porque, después de notar su erección sobresaliendo bajo las sábanas, sabía que Shuichi sería el único que dormiría bien esa noche. Suspiró profundamente y trató de conciliar el sueño, pero vio el rostro de Shuichi y algo sintió manar de su pecho. Ver su rostro bobo entregado a un plácido descanso provocaba un sentimiento extraño en Yuki. No sabía cómo explicarlo ni qué clase de emoción era, pero le hacía sentir bien y poco a poco le relajaba.

¿Qué les depararía el destino ahora que habían conocido? Yuki lo reflexionó luego de volver la vista al techo. No estaba seguro, pero tenía la esperanza de que la costumbre le permitiría aceptar a Shuichi en su vida. No quería abandonarlo; ignorar su existencia por casi dieciséis años había sido suficiente castigo. Yuki creí que, posiblemente, el destino le estaba otorgando este obsequio y debía aceptarlo como una clara señal que generaría un cambio importante en su futuro. Esto era sólo el principio.

Con ese pensamiento, Yuki cerró los ojos y se dejó embargar por el sueño, sintiendo el agradable y envolvente calor de Shuichi contra su piel, sin darse cuenta que sería la primera vez, después de mucho tiempo, que tendría un dormir completamente reparador y perfecto.

 

...Continuará...

 


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