Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

¡Viva Las Vegas! por Hotarubi_iga

[Reviews - 44]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Disclaimer: Gravitation no me pertenece. Es propiedad de Murakami Maki.

— Capítulo 2 —

Impulsos

 

Un beso... ¡Yuki Eiri lo estaba besando! Estaba recorriendo su boca, avasallándolo con su lengua ávida y descontrolada. Arrancándole, sin permiso, jadeantes suspiros que estremecían su interior.

Shuichi sintió en un principio un tormentoso asco que lo sacudió por completo; quiso apartar a Yuki, golpearlo por su atrevimiento, pero cuando intentó hacerlo, se dio cuenta que estaba disfrutando del beso, y que sus manos instintivamente se aflojaban de la solapa de la costosa chaqueta que Yuki lucía.

El mundo a su alrededor desapareció; sólo podía sentir su corazón prácticamente latir en su garganta y un calor intenso abrigarlo hasta el grado de sofocarlo. Sus piernas perdieron fuerza y control, temiendo caer al suelo si no se sujetaba de algo y con firmeza. Su temor también se focalizaba en dejar de sentir esos labios y esa lengua agasajada dentro de su boca y que con maestría lo sometía. Pero todo aquel maravilloso y sorprendente momento terminó; la realidad volvió a Shuichi de golpe y el ruido del chispeante ambiente invadió sus sentidos, escuchando, a lo lejos, su nombre, y viendo fijamente los ojos de Yuki cuando sus labios finalmente se separaron y sus manos lo dejaron.

No hizo nada, no dijo nada. Shuichi sólo pudo ver como Yuki se marchaba y perdía entre la multitud que ni cuenta se dio de lo sucedido, pues nadie se habría imaginado que dos personajes famosos se estaban besando tras una estatua de mármol.

—¡Shuichi!

Volvió a escuchar su nombre, sin la capacidad de atinar para hacerse notar. Por instinto llevó su mano derecha a sus labios y rozó con la yema de sus dedos la calidez que Yuki dejó en ellos, mas ese inexplicable y exquisito sabor que aturdió sus sentidos, y que fue el principal responsable de no dejarle reaccionar y defenderse del repentino encuentro.

—¡Shuichi! —Hiro, su amigo, logró encontrarlo. Vio su estado azorado, con evidente extrañez. —¿Qué te pasó? ¿Por qué estás tan colorado?

Shuichi no respondió; estaba aún sumido en el recuerdo del beso que Yuki le había dado. Repasaba sobre sus labios sus dedos, como si éstos reemplazaran la agradable sensación que la boca de Yuki le había brindado. Su corazón no dejaba de latir con presteza, retumbaba beligerante en su cabeza, hasta el grado de aturdirlo y no permitirle atinar a nada. Escuchando aún de lejos el llamado de Hiro, como un eco distante.

—¡Hey, Shuichi, reacciona!

—¿Qué le sucede? —preguntó Fujisaki, al acercarse y ver el estado de Shuichi.

—No lo sé, lo encontré así —contestó Hiro, preocupado por el mutismo y perturbación de Shuichi.

—Es su turno de salir al escenario —habló el mánager de la banda, acercándose para jalar a Shuichi del cuello, sin importarle lo aturdido que estaba—. No es momento para tonterías. Ahora deben brillar y demostrarles a todos que son los mejores.

Bad Luck apareció entre la multitud, la cual los ovacionó con alegría y expectación, mientras Shuichi, aún sumido en su propio mundo, repasaba una y otra vez el beso que yacía grabado en sus labios cálidos. K, el mánager del grupo, lo arrojó al escenario sin siquiera preguntarle si podía cantar, y esperó «muy paciente» que Hiro y Fujisaki comenzaran con la intro de la canción que iban a presentar.

—Oye, Shuichi... reacciona —pidió Hiro con insistencia, al ver que estaba frente al micrófono sin decir nada.

La costumbre de un músico era, por  lo regular, saludar al público, decir algunas palabras y mencionar el título de la canción que iba a cantar. Sin embargo, Shuichi estaba mudo, estático, sin la más mínima intención de reaccionar.

—¡Shuichi!

«Me besó... ese hombre me... besó...», exclamó la mente confundida y turbada de Shuichi. El público lo observaba curioso; esperaba que Shuichi hablara y comenzara con su espectáculo. Pero los segundos transcurrían a prisa en ese preciso instante, y no había indicio alguno de escuchar aún su voz. «¿Por qué lo hizo? ¡¿Cómo se atrevió a hacerlo?! ¡No soy homosexual!». Su corazón confundido se sacudió con furia al ver entre la multitud, al final de éste, al responsable de su turbación. Sintió miedo y su cuerpo vibró, su respiración se vio alterada y sus labios trémulos se abrieron para expresar lo que sentía, pero por más que lo intentaba, de ellos no salía absolutamente nada.

La música comenzó a sonar, la introducción de su último gran éxito se dejó escuchar en sobre el escenario. Hiro y Fujisaki decidieron salvar la situación y pusieron un poco de ritmo al momento, pero ni aun así, Shuichi reaccionaba.

—¿Qué le pasa? Está arruinando mi fiesta —protestó el anfitrión del casino a K, molesto y preocupado.

—Descuida —contestó el mánager—, no te defraudará —sonrió, viendo fijamente a su joven y talentoso representado, al cual había jurado proteger olímpicamente, velando por su fama e integridad hasta las últimas consecuencias.

«No me mires así... ¡Deja de hacerlo!», exclamó Shuichi. Cerró los ojos y sintió su cuerpo perder el control ante el palpitar furioso de su corazón. La mirada de Yuki lo perturbaba, y sentía que ya no podía escapar de él.

El bullicio de su alrededor pareció tomar fuerza en él. La realidad poco a poco comenzaba a yacerse en su interior, reactivando sus sentidos. La música de su canción llegó a sus oídos y el llamado insistente de sus amigos cobró más fuerza que hace unos momentos.

Determinado a no dejarse llevar por lo que aquel irrespetuoso e impulsivo hombre significaba para él y representaba desde que lo había conocido. Decidido a tomar el micrófono y demostrarle a Yuki y a todos que era un profesional.

Se atrevió a dirigir una última y desafiante mirada a Yuki. Separó los labios y comenzó a cantar. La gente aplaudió ferviente. Shuichi se movió dinámico y seguro por el escenario. Recobró la confianza que Yuki le arrebató con sus labios; ahora era capaz de mirarlo sin sentirse desnudo ante él, ante esa delirante y avasalladora mirada que lo enceguecía y deslumbraba a cada contacto visual. Y se sorprendió, mientras cantaba la primera parte de Super Drive, que la letra parecía describir el encuentro de los dos.

No lograba comprender cómo era posible que aquella canción compuesta hacía un año por sus propias manos, idealizando un posible y verdadero amor, reflejara lo que ellos habían comenzado a vivir desde que sus hombros se rozaron, desde que sus miradas se encontraron fugazmente en las puertas del ascensor y desde que Yuki había comenzado a perseguirlo. Sin embargo, y a pesar de todo, el destino fue —y es— caprichoso, porque aunque negase una y otra vez lo que aquellos ojos dorados representaban para su corazón, ya no podía escapar de ellos. Fue atraído hacia la órbita gravitacional de Yuki. Una y otra vez, sus caminos se cruzaron, a pesar de negar las sensaciones que lo dominaron a cada instante, a pesar de negar los susurros de su corazón.

La gente ovacionó la primera parte de la canción cuando la voz de Shuichi se alzó y vibró con fuerza, deleitándolos a todos; encandilándolos con su destreza sobre el escenario, maravillándolos con su voz y potencia.

Los ojos de Shuichi brillaban intensamente, dirigidos hacia Yuki, que yacía aún al final del tumulto, cauteloso y juicioso de la letra que los labios de Shuichi pronunciaban. Y comprendió —al igual que él— que sus destinos se habían cruzado con un único propósito.

Al terminar la canción, los ojos de Shuichi se posaron en los de Yuki una vez más, y el público aclamó a la banda, más aún al vocalista de esta, que los fascinó al jugársela el todo por el todo en el escenario. K tuvo razón: no defraudó a nadie. Y ahora, Bad Luck sería reconocido sin dudar del talento innato de su vocalista que había enamorado al público con su voz y su encanto.

 

 

El resto de la velada se llevaba a cabo bajo el toque del glamour, la opulencia y la fiebre del juego que atrapaba cada vez más a los invitados y turistas que tenían el privilegio de compartir el mismo recinto que las celebridades. Shuichi, que desde aquel beso parecía estar en las nubes, probaba su suerte en la mesa de los dados (Craps), tirando cada vez que tocaba su turno y llevándose siempre el doble de lo apostado. Hoy era su buena racha, y no cabía la menor duda.

—¡Hoy es mi noche de suerte! —gritó emocionado al ver que cada vez que lanzaba los dados, éstos apuntaban al número de punto impreso, marcado por el «tiro de entrada» que uno de los apostadores había fijado. Siendo éste, el número nueve.

—Si que lo es, joven —sonrió el banquero, encargado de repartir las fichas, recoger los dados y marcar sobre la mesa el nuevo número de punto a jugar. Con gran entusiasmo, invitaba a los apostadores a triplicar sus fichas pues, al parecer, Shuichi traía suerte a todos—. ¡Hagan sus apuestas, hoy todos ganarán!

—¡Es mi turno, es mi turno! —chilló Shuichi, esperando los dados para volver a tirar.

Bebió de su margarita para darse valor, pero cuando tomó los dados, su cuerpo se sacudió por completo al sentir en su trasero una mano que lo agarró con firmeza y que hasta lo alzó con ligereza. Dio un respingo y soltó inevitablemente un gemido, preocupando a los presentes que curiosos lo observaron.

—¿Se encuentra bien? —preguntó uno de ellos al advertir el rostro sonrojado de Shuichi.

—S-Sí... —logró articular. Giró su rostro con nerviosismo y se estampó con el culpable de su reacción. Sorprendido e inquieto, Shuichi vio los inconfundibles ojos de Yuki frente los suyos.

—Yo también quiero jugar. Probaré mi suerte —dijo él, con su arrogante sonrisa, la cual dejaba en evidencia una perfecta dentadura.

—Me parece excelente, señor —abaló el banquero—, pero deberá esperar su turno.

—No hay problema, no tengo prisa. —Su perfecta sonrisa estremeció a Shuichi, quien no dejaba de sentirse incómodo por el descaro de Yuki al agarrarlo del trasero. Y sintió como sus manos temblaban al punto de no ser capaz de lanzar los dados.

—Su turno, joven Shindou —habló el banquero al verlo vacilar.

Shuichi asintió. 

—Eh... eh, sí... —Perturbado ante la sensación que experimentaba con insistencia en su trasero, se atrevió a mirar a Yuki, quien parecía estar muy cómodo con su mano puesta en uno de los glúteos de Shuichi—. Suéltame —murmuró lo más discreto posible; no quería que los apostadores alrededor de la mesa se percataran de su irreverente escena.

—Estoy muy cómodo así —contestó con naturalidad, esperando tranquilamente su turno.

—Esto es bochornoso —reparó Shuichi, sintiendo como el calor de su cuerpo ganaba más peso, y una presión extraña en su pecho se dejaba sentir con insistencia.

—Si te quedas quieto nadie lo notará —susurró Yuki con discreción cerca de su oído.

—Pero...

—Joven Shindou, es su turno; no haga demorar a los jugadores. —Shuichi lo miró nervioso, tragando con dificultad y conteniendo la respiración para que su trasero y la mano de Yuki no interfirieran en su jugada.

Logró tirar y ganar una vez más, sacando aplausos a pesar de que se sentía morir en esos instantes

—Felicidades, joven Shindou. Ha sido un juego fabuloso. Es su turno, señor —habló el banquero, recogiendo los dados para entregárselos personalmente—. ¿Sabe las reglas del juego? —Yuki no respondió y agitó los dados en su mano derecha, procurando afirmar y ejerciendo mayor fuerza en su mano izquierda, la cual se encargaba de atender el trasero de Shuichi en esos momentos. Y, arrojando los dados a la mesa, esperó los resultados. De inmediato, recibió un aplauso y la ovación de los apostadores y manzanillos que observaban con emoción el juego—. ¡Muy bien, señor. Tal parece que nuestro joven cantante estrella le ha traído suerte a todos esta noche!

—Estoy seguro de eso —sonrió Yuki con petulancia, dirigiendo su mirada sensual y estremecedora a Shuichi, quien se sacudió por tan intenso mirar.

—Déjame en paz —pidió con discreción, pero perdiendo ya el control ante la atención en su trasero; estaba empezando a perder las fuerzas de sus piernas, pues estas temblaban y a penas lo contenían.

—Tu trasero me está dando suerte, así que no lo soltaré —contestó Yuki, observando a los demás apostadores que jugaban tras tocarles el turno de tirar—. Deberías sentirte a gusto; no todos los días alguien como yo te toca así el trasero. Además, lo tienes muy firme y es imposible no caer en la tentación. Deberías agradecer en vez de andar quejándote como mujercita.

—Cállate, idiota —protestó, sujetándose del borde de la mesa de juego, respirando presuroso y errático. Temblaba de pies a cabeza bajo la tensión de su frenético palpitar. Pero se atrevió a soltarse para tomar de su vaso de Margarita.

—¿Qué mierda estás tomando? —preguntó Yuki al distinguir el contenido del vaso—. Ese trago es para mujeres. ¿No crees que es poco varonil de tu parte comportarte como niña?

—El que actúa poco varonil eres tú. Asqueroso pervertido y homosexual —contestó Shuichi, sintiendo como el alcohol en la sangre le daba más valor para hacerle frente a Yuki, aunque eso significara, sentir su cuerpo adormilado y sus sentidos muy confundidos.

—Mira quien lo dice —contestó Yuki, llevando sus dedos a la entrada de Shuichi, por sobre la tela del pantalón, para ejercer presión y demostrarle quién mandaba.

—¡Ah! —gimió, llamando la atención de los presentes que con sorpresa le miraron.

—¿Se encuentra bien? —peguntó uno de los apostadores que desde hacía rato notaba algo raro en él.

Shuichi no pudo evitar gemir ante esa extraña, pero agradable sensación expandirse por todo su cuerpo. La temperatura se le subió súbitamente, agolpándose en su pecho y en su cabeza, sintiendo que ésta iba a estallar, al igual que su corazón por cada latido desenfrenado que le hacía arder de agitación. Sus manos temblaron, su cuerpo se sacudió una vez más y no fue capaz de soportar más todo aquello que Yuki le hacía sentir contra su voluntad. Salió corriendo y abandonó el juego. Y Yuki, con una sonrisa de satisfacción, lo miró hasta que desapareció entre la multitud.

Shuichi corrió hasta que sus piernas le dijeron basta y se ocultó en los baños. Sentía que todo se le estaba escapando de las manos y que su corazón y cabeza ya no podían más con la presión. Se aferró de los brazos y se reclinó frente uno de los lavabos. Su respirar era frenético, y temía lo que comenzaba a sentir. No podía evitarlo.

—No... no puedo sentir esto. No puedo... —sollozó confundido, atreviéndose a verse frente al espejo, reflejando lo que su corazón estaba experimentando—. ¿Por qué me siento así? ¿Por qué me hace sentir todo esto? —Volvió a sollozar. Llevó sus manos a su pecho, apretando la tela de su traje, obligando a sus pulmones a recuperar el aire que desesperadamente había escapado de su interior por su descontrolada agitación.

Permaneció así por unos instantes, observándose fijamente al espejo mientras sus manos se asían fuertemente de su pecho. Se aferraba a la tela con insistencia, con necesidad, intentando hallar las respuestas que buscaba y que lo llevaban directamente a la imagen del arrogante personaje de dorado y avasalladores ojos.

«No es posible, ¿verdad?». Sonrió frente a su reflejo, barajando la posibilidad de darse una oportunidad para dejarse llevar y permitir que sus sentimientos e impulsos lo guiasen hasta Yuki, aunque eso pareciese a simple vista una reverenda estupidez. «No soy homosexual, no me gustan los hombres... pero ¿por qué él...? ¡¿Por qué precisamente él?!». Se sintió un completo idiota por experimentar aquello, sin poder negarlo más. «No puedo apartarlo de mi cabeza...».

Decidido ya a terminar su sufrimiento, Shuichi se lavó el rostro, quitándose el sopor del alcohol y salió del baño, dispuesto a darle una oportunidad a Yuki y ver qué clase de intenciones tenía para con él. Caminó tranquilo, aunque aún podía sentir los latidos presurosos de su corazón y los vagos efectos del margarita que había bebido durante su juego con los dados. Su cuerpo a veces lograba sacudirse, pero aun así tenía la fuerza necesaria para caminar hasta Yuki y aceptar sus intenciones; fueran buenas o malas. Quería sacarse a como fuera esa espinita que se había plantado en él desde que sus hombros habían chocado en las puertas del ascensor.

Shuichi llegó hasta el tumulto disperso por todo el casino y buscó con su inquieta y ansiosa mirada a Yuki, pero su mundo se vino abajo y su corazón se apretó con amargura al ver como ese hombre que logró colarse en su pecho y aturdir sus sentidos y prudencias, estaba coqueteando con una mujer de voluptuosa figura y ostentosa facha. En una mesa de Black Jack, Yuki Eiri intentaba seducir a una mujer que no parecía molestarse por las insinuaciones que él con descaro ejecutaba.

Shuichi frunció el ceño, empuñó sus manos y devolvió sus pasos hasta refugiarse en una de las tantas barras de licores que ofrecía el lujoso casino. Se sentó frente la barra, y tras ser atendido por uno de los bármanes, pidió el whisky más fuerte y costoso que podía ofrecer el soberbio recinto.

—Maldito cretino —masculló mientras bebía una y otra vez del fuerte licor, quemándose la garganta en el proceso. Pero la ira era más que el dolor.

Se sentía burlado, tonto, humillado por ese arrogante y vanidoso actor de cuarta que lo había usado para divertirse a costas de su inocencia que ahora parecía tan tonta e insulsa como él.

—Te odio grandísimo idiota. ¡Te odio! —Volvió a tomar, pidiendo esta vez al barman que le dejase la botella de whisky para no tener que pedirle a cada rato un vaso del agrio licor.

 

 

La siguiente hora, Yuki se vio forzado a platicar con productores y actores que intentaron negociar con él para una próxima película; morían por tenerlo en el elenco y, sobre todo, como protagonista. A Yuki se le hacía interesante la propuesta, pero todo ese asunto protocolar lo tenían que tratar con su mánager que, a su lado, escuchaba con atención el film a rodar. No obstante y, pese a sus propios deseos, Yuki quería escapar de allí y buscar a Shuichi, que desde que se le había escapado en la mesa de Craps, no había podido encontrarlo. Una mujerzuela se le había insinuado cuando intentó ir tras él, pero haciendo amago de su fama de casanova y galán, se tuvo que quedar con ella y aguantar; no tenía la más mínima intención de llamar el interés de la prensa amarillista y convertirse en la comidilla de éstos para que fotografiaran su persecución de Shuichi.

De vez en cuando lo buscaba con la mirada, intentando encontrar entre la multitud su llamativa cabellera que ya comenzaba a dudar que fuera falsa, pues estando tan cerca de él como cuando lo había besado y cuando había tocado su trasero en la mesa de juegos, no había visto ni la más mínima marca que le indicara un teñido o algún otro indicio que dejara en evidencia su falso color. El color rosa oscuro, casi como la ciruela, crecía y resplandecía perfectamente hasta la punta de su cabello sedoso y oloroso. Un olor exquisito a frutas silvestres que le daba un toque cítrico y dulce a la vez, por lo que Yuki, en definitiva, dudaba que ese color fuera una tintura barata que se había plantado en el cabello al regirse por la moda de los adolescentes de hoy.

—¿Qué opina de la propuesta? —preguntó un connotado productor de Hollywood, especializado en historias románticas con un toque erótico.

Yuki simplemente no le prestaba atención; sus ojos estaban puestos en las principales mesas de juego, por si divisaba a su revoltoso y tonto cantante de rosados cabellos.

—Yuki Eiri no aceptará ni responderá ninguna propuesta por el momento —habló su mánager. Parecía comprender que su representado tenía sus sentidos puestos en otra cosa, o mejor dicho... en otra persona, por lo que permitió marcharse en busca de eso que tanto ansiaba encontrar.

Y no le tomó demasiado tiempo a Yuki hallar su objetivo, pero sí lo suficiente como para pensar que se había retirado de la fiesta por el bochorno que le había hecho pasar. En medio de la multitud, vio a Shuichi caminar con cierta dificultad cerca de la barra de licores. Le sorprendía verlo en ese estado sin ser asistido por sus amigos que parecían no dejarlo ni a sol ni a sombra.

Ambos se alejaron lo suficiente del estruendoso casino, llegando hasta los solitarios jardines del recinto, ocupados principalmente por lujosas fuentes de agua que ambientaban el lugar, dando un encanto de opulencia y estilo sofisticado inconfundible. Yuki se preocupaba de ver cómo Shuichi se tambaleaba y tropezaba cada vez que un escalón se cruzaba en su camino.

Él también había bebido demasiado, pero su tolerancia al alcohol le permitía todavía mantenerse estable y lúcido como para distinguir un adorno del suelo y un escalón de piedra. Y no se sorprendió al ver a Shuichi tropezar y caer de rodillas al suelo, negándose a soltar la copa que llevaba en sus manos y que probaba cada vez que podía.

Yuki decidió finalmente acercarse a Shuichi al verlo tan complicado para ponerse de pie, pese a que estaba siendo asistido por el borde de una de las fuentes de agua iluminadas del lugar.

Caminó hacia él y lo sujetó de los brazos para ayudarle, recibiendo un «gracias» muy mal entonado.

—Uy~... creo que... estoy muy mareado~ —rió Shuichi, intentando recobrar el equilibrio sin dejar caer ni un poco del contenido de su copa.

—¿Mareado? Yo dirías que completamente borracho, mocoso —contestó Yuki. No pudo evitar callar por más tiempo; le divertía burlarse de él y ver su expresión desencajada y furibunda por su causa.

—¿Eh? —Shuichi volteó con dificultad, pero lo necesario como para encarar a Yuki—. ¡Tú... maldito pervertido! —balbuceó con enfado, enderezándose para propiciarle un duro golpe, pero que no surtió efecto alguno; ante el más mínimo movimiento su cuerpo perdió el equilibrio, yendo a parar directamente en los brazos del hombre que era el principal culpable de su coraje y borrachera.

—Estás completamente borracho. ¿Qué mierda estás tomando?

—¡Cállate y suéltame! —Shuichi forcejó como pudo, a pesar de estar libre para escapar del agarre de Yuki, pues éste ni siquiera lo sujetaba, tan sólo lo sostenía para que no pasara directo al suelo—. ¡Suéltame, mentiroso!

—¡Oye! ¡¿Qué te pasa?! —Shuichi lo golpeaba en el pecho, protestando y montando un absurdo berrinche por algo que hasta ahora Yuki no lograba comprender y que ni parecía tener sentido.

—¡Te odio, te odio maldito mentiroso! —balbuceó con toda la rabia posible, manoteando sin soltar su copa, que Yuki logró identificar como una de Martini.

—¡¿Qué estás diciendo, mocoso tarado?! ¡Y deja de golpearme!

—¡Cállate, cretino! ¡Eres un idiota si piensas... que me tendrás! ¡Eso nunca!

Yuki lo apartó, sujetándolo de los brazos, consiguiendo así detener sus arranques de rabia que desquitaba contra él.

—Creo que te equivocaste de persona, crío imbécil. No sé de qué me estás hablando.

—¡No te hagas el idiota porque sé que no lo eres! —gritó Shuichi, sintiendo que se sacudía dentro de una centrífuga; todo le daba vueltas—. ¡Te vi, te vi maldito mentiroso... coqueteando con esa mujerzuela!

Volvió a propiciarle un golpe, pero éste no le atinó a nada; sólo pasó de largo y agitó el aire.

Yuki sonrió y acomodó a Shuichi de tal modo que se pudiese sostener por si mismo para explicarle lo que realmente había sucedido con esa mujerzuela. La situación le parecía hilarante y le permitía sentirse feliz al ver que sus intentos por conquistar a Shuichi habían dado muy buenos resultado; Shuichi ahora le reclamaba atención y sus celos se dejaban ver y sentir claramente en cada acción y cada palabra; en cada mirada y cara respiro.

—Oye, oye... —lo calmó—. Antes de que termines por matarme con esos rudos golpes —bromeó—, déjame explicarte que lo que viste no fue más que un mal entendido. «Esa mujerzuela» como tu bien le dices, se me insinuó a mí, no al revés. Yo te fui a buscar luego de que te agarré el culo en la mesa de los dados, pero esa tipa se me cruzó en el camino y para no levantar sospechas de lo que ocurrió entre los dos le seguí el amén.

Shuichi parpadeó sorprendido.

—Lamentablemente nos vistes, pero eso no significa nada. Ella no significa nada, ni siquiera supe su nombre.

Yuki creía que su explicación había funcionado; Shuichi sin embargo, parecía no convencerle.

—¡No te creo, idiota arrogante! —bramó. Intentó nuevamente golpearlo, pero resbaló y fue a dar directamente a los brazos de Yuki.

La copa de Martini impactó en el suelo, haciéndose añicos. Yuki procuró sostener a Shuichi, sintiendo su calor tan intenso, que su cuerpo se sacudió víctima de ello.

—No podría mentirle a alguien tan bobo como tú. No te lo mereces —comentó complaciente, sintiendo los sollozos de Shuichi contra su pecho. Supuso que había pasado inevitablemente del estado de ira al estado del llanto; etapas muy típicas en los ebrios inexpertos como Shuichi.

—¿De... de verdad? —gimoteó.

—Claro... en todo caso —continuó—, me parece muy lindo de tu parte ponerte celoso. Eso no quita lo molesto que estoy porque desde hace un par de horas y, hasta este momento, me has llamado pervertido y puesto los más feos sobrenombres existentes para alguien como yo. Debería castigarte por eso, pero creo que ya has sufrido bastante.

—Cretino —sollozó Shuichi, calmándose entre los brazos y el pecho de Yuki, sintiéndolo cálido y exquisito. Su mejilla ruborizada estaba expuesta a la piel tras la camisa abierta de Yuki, disfrutando de una textura fascinante y fresca. El aroma de su piel invadió sus sentidos al percibir el olor de su varonil y adictiva loción.

—Eres muy tonto; me sorprendes, ¿lo sabías? —Se atrevió a acomodarlo entre sus brazos, a posar sus manos en la curvatura de su estrecha cintura y a sentir el olor de su cuerpo al acomodar su rostro en su cuello, impregnándose de esa fragancia que lo embrujó desde el instante en que lo conoció—. ¿Ya te calmaste? —Shuichi asintió en silencio, respirando más sosegado, pero siempre con ese estremecido vaivén que deleitaba cada vez más a Yuki. Sin embargo, un pequeño quejido por parte de Shuichi lo inquietó. —¿Qué te pasa?

—Quiero vomitar.

Yuki lo apartó y dejó que corriese a un costado de los jardines; era un hecho que no alcanzaría a llegar al baño y echarlo todo por el escusado. Minutos más tarde, luego de ir a refrescarse y enjuagarse la boca, reapareció con un mejor aspecto. Yuki le esperaba sentado en la fuente de agua, fumando un cigarrillo; llevaba minutos sin prender uno. Vio a Shuichi caminar hacia él y sonrió de su triunfo rotundo. No obstante, se instó a controlarse, pues no quería cantar victoria tan pronto ni mucho menos dejarse en evidencia.

—¿Mejor? —preguntó, viendo como Shuichi traía el cabello revuelto y el pecho de su camisa mojado, dejando entrever parte de su bronceada y exquisita piel.

—Sí, boté todo, pero aún me siento un poco mareado —confesó, sentándose a su lado y buscando algo en los bolsillos de su pantalón.

Yuki miró al cielo, viendo una que otra estrella que se dejaba ver entre las luces artificiales que auspiciaban los casinos y hoteles de la ciudad. Le pegó una calada a su cigarrillo mientras Shuichi se echaba a la boca una goma de mascar sabor sandía.

El silencio entre los dos gobernaba el ambiente.

—Partimos con el pie izquierdo —articuló Yuki, mirando por el rabillo del ojo a Shuichi, quien lucía una timidez que contrastaba completamente con lo que solía mostrar en el escenario al cantar.

—Tú te empecinaste en que las cosas fueran así. Recuerda que yo intenté ser amable contigo, pero tú me trataste mal.

—Reconozco que tengo un poco de culpa.

—¿Un poco? —comentó incrédulo, mirándolo con sorpresa y suspicacia—. Te esmeraste mucho en fastidiarme. Si querías ser mi amigo o conocerme mejor, créeme que no ibas a conseguir nada así.

Yuki volteó a verlo y le sonrió con arrogancia.

—Pero lo más bien que ahora me hablas. Creo que algo de efecto surtió en ti mis fastidios.

Shuichi se ruborizó, sintiendo sus mejillas arder, y redirigió su mirada al suelo, el cual parecía ser mucho más entretenido que ver las facciones perfectas de Yuki, quien alzó su mano derecha y le sujetó de la barbilla, obligándole a que lo mirase directamente a los ojos.

—Dime algo, ¿te pasaron cosas cuando te besé?

Shuichi se sacudió por completo e intentó apartar la vista de la avasalladora mirada de Yuki. Pero estaba preso de sus encantos, preso de su lujuriosa y sensual mirar, resultándole imposible escapar de él.

—No... yo no soy homosexual —contestó nervioso. sintiendo como el calor tomaba control de su rostro, más aún al sentir la respiración de Yuki acariciar su piel y la tibieza de sus dedos en su mentón.

—Eso no fue lo que te pregunté —aclaró Yuki, disfrutando como nunca de las transparentes expresiones de Shuichi—. Te pasaron cosas, ¿cierto? —Los ojos de Shuichi titubearon y respondieron a sus dudas. Lo soltó para darle un respiro y esperar a que confesase sin presiones. —Esta es tu oportunidad de escapar, no pienso ir detrás. Eres libre de hacer lo que quieras. Pero no dejaré de pensar que sí te pasaron cosas con mi beso, mocoso homosexual.

—¡No lo soy! —chilló Shuichi, viendo la sonrisa petulante de Yuki taladrar sus sentidos—. Eres de lo peor, ¿lo sabías?

—Me lo han dicho muchas veces, así que tomaré tus palabras como un cumplido.

Soltó el humo de su cigarrillo y permaneció quieto sobre el borde de la pileta, manteniendo un silencio roto solamente por la caída del agua que daba un encanto mágico al momento y al lugar.

Shuichi no quiso irse; algo en él le impedía ponerse de pie y salir corriendo de allí. Una fuerza interior lo dominaba y enceguecía; le hacía desear quedarse junto a Yuki, a pesar de que el pecho se le quemaba cada vez que respiraba y sentía su corazón latir. Comenzó a mover sus pies con inquietud, aguardando la calma que los ambientaba mientras su boca comenzaba a masticar con insistencia la goma de mascar. Pero Yuki no tenía paciencia como para soportar tal ruidito, más aún al sentir cómo Shuichi reventaba una y otra vez la goma al formar interminables globos en su boca.

—¿Quieres cortarla de una puñetera vez? No soporto ese ruido.

Shuichi lo miró sorprendido, pasando de aquel estado a uno de evidente enfado.

—Si tanto te molesta, mejor vete a otra parte. Yo llegué primero a este lugar.

Yuki hizo un ademán con sus hombros y siguió fumando, ignorando por completo el reproche de Shuichi.

—Eres muy irritante —dijo.

—Y tú muy petulante —le respondieron.

—Gracias —contestó finalmente, escuchando el gruñido de Shuichi.

—¡Eres de lo peor! No sé como te sigo soportando, pero eres tan guapo que me aguanto. —Shuichi se tapó la boca sobresaltado tras haber confesado eso que retenía tan oculto en su interior. Vio la sonrisa pintoresca y triunfante de Yuki Eiri frente a él, y se sintió un grandísimo idiota por haberse ido de lengua sin medir las consecuencias.

—Así que... te parezco guapo. ¿No se supone que no eres homosexual?

Cada centímetro que eliminaba, Shuichi se encargaba de encontrarlo y aplicarlo, manteniendo la distancia. Trataba de evitar todo contacto con Yuki, evitando incluso todo contacto visual.

—No porque sea hombre, significa que no puedo encontrarte guapo.

—¿Lo dices de verdad, o sólo para salir del paso?

El rubor en las mejillas de Shuichi le respondía a Yuki limpiamente, despertando en sus labios un calor que ansiaba apagar con insistencia, con prontitud y eficacia.

—Lo digo de... de verdad.

—Déjame decirte que no te creo. —Se acercó nuevamente, posando su mano en la barbilla de Shuichi. La acarició sutilmente, consiguiendo estremecer cada rincón de su esbelto cuerpo.

—No... —murmuró Shuichi, e intentó apartar el rostro, renuente a lo que Yuki le hacía sentir. Pero por más que intentó negarse a él, su cuerpo cedió y no pudo evitar ser besado nuevamente. Su voluntad y consciencia lo traicionaron; yacían ambas dormidas en su cabeza, doblegadas, y sólo el instinto permaneció intacto, ganando terreno, pues al sentir aquellos labios y aquella lengua invasora surcar con desenvoltura su boca, sus brazos, por inercia, rodearon el cuello de Yuki, intensificando y estrechando el encuentro que les hizo jadear de pasión.

Aquel agasajo intenso, que duró segundos, se vio interrumpido por el aire que escaseó en ambos. Se vieron en la obligación de distanciarse, pero no lo suficiente para romper por completo el adictivo contacto de sus labios, que rozaban ante cada jadeo presuroso. Sus miradas se encontraban y brillaban al descubrir que éste era el comienzo de algo nuevo; diferente, pero nuevo.

Shuichi sonrió con satisfacción al ser preso del placer de aquellos labios expertos sobre los suyos. ¿Qué más daba que fueran los de un hombre si con ellos lograba sentirse en el cielo? Lo cierto era que aquella boca impregnada de deseos y pasión desenfrenada moría por sentirla de nuevo. Intentó masticar su goma de mascar en el proceso, pero ésta no se encontraba en ningún rincón de su boca.

Un globo salió de la boca de Yuki, producto de la goma de mascar que Shuichi segundos antes mascaba. Shuichi sonrió nervioso y con el rubor furiosamente apiñado en sus mejillas por la osada acción de Yuki.

—No solamente tú puedes ser irritante —comentó Yuki, mordisqueando tranquilamente el chicle sabor sandía, para luego volver a besar a Shuichi y pasarle así su dulce.

 

 

Permanecieron sentados en el borde de la fuente de agua por casi hora y media; conociéndose, enamorándose, enalteciendo la pasión que los estaba llevando rápidamente a límites insospechados.

Shuichi volvió a jadear entre los labios de Yuki; ya no se negaba a ellos, le gustaban, los disfrutaba y se excitaba al sentirse prisionero de ellos, prisionero de esa lengua que jugueteaba traviesa y decidida con al suya, enredándose y recolectando su adictivo sabor. Sus manos bailaban al compás de las de Yuki, que decididas, recorrían su cuerpo por sobre la tela de sus ropas, resultando éstas estorbosas al momento de querer sentirlo un poco más, precisando de ello con insistencia a medida que el calor se apoderaba de ellos con una fuerza peligrosa.

—Ah... —exclamó Shuichi con inquietud al estar preso entre los brazos de Yuki, que lo tenía levemente inclinado, en una pose encantadora y hasta digna de una película romántica.

Se sentía sofocado, aturdido, extasiado. Teóricamente se considera cien por ciento heterosexual, pero ahora, dudaba de ello. Yuki le había algo que no logra comprender y que pesaba en su consciencia adormilada por los efectos del alcohol y los labios de quien le abrazaba.

—¿Dónde quedó el mocoso que pregonaba de su heterosexualidad? —bromeó Yuki, tras distanciarse lo suficiente como para ver los ojos fulgurosos de Shuichi. Estaba embelesado; sabía que el color de ese mirar era único y natural.

—Algo me hiciste, porque hasta eso lo olvidé —confesó Shuichi, victima de la borrachera que le dio valor para contestar con entera honestidad.

—¿Algo? —preguntó Yuki con curiosidad, encandilado por el rostro de Shuichi y de lo mucho que éste lo confundía.

En ese momento se dio cuenta que, a pesar de los trucos sucios que había empleado para burlarse de él y capturar su atención, había caído en su propio juego. Sus emociones lo habían traicionado, le habían hecho ver algo que de cierto modo le parecía natural; jugar con un mocoso, con un crío inocente, se había convertido en su desafío personal por el sólo hecho de haber sido atrapado con sus encantos infantiles y exóticos. Y movido por ese mismo deseo vengativo, por esa necesidad de castigarlo por atreverse a encantarlo, terminó cayendo en su propia trampa: Shuichi lo había hechizado; lo había atrapado en sus redes, y sabía bien que era demasiado tarde para escapar de ellas. Sabía que no sacaba nada con intentarlo; la atracción física era inevitable. Demasiadas emociones de por medio le hacían imposible todo intento de escape, a ambos.

—Yuki... —musitó Shuichi, muy cómodo en su regazo al sentir el compás de su respiración tan placentera, que parecía ser una dulce tonada, como una suave melodía.

—Me gustas —le confesó Yuki, sin poder aguantar más esas ansias de comérselo por entero, de saberse deseado y amado sin miedos, de sentir que el cuerpo de ese chiquillo escandaloso le pertenecía por completo y que no habría nadie que pueda impedirle consumar sus deseos.

—¿D-De verdad? —Shuichi preguntó sorprendido y lleno de emoción. Yuki acarició sus mejillas, llegando hasta la comisura de sus labios, delineándolos con suavidad y una lentitud exasperante y persistente. No pudo evitar sonreír debido a esa exquisita atención; sus cabellos húmedos cayeron sobre su rostro al inclinarse hacia delante, y Yuki tuvo la oportunidad de colar sus dedos en ellos.

—Ahora yo digo... no sé qué me hiciste, pero ya no puedo seguir ocultándolo.

Sin advertencia alguna, aprisionó entre sus labios los de Shuichi. Atrayéndolo contra su cuerpo, repasó cada parte asequible a sus manos afanosas, disfrutando de su agitada y errática respiración al sentir cómo se derretía como mantequilla entre sus brazos.

Shuichi gimió agitado entre los labios de Yuki; sus caricias lo estaban llevando por un peligroso camino que no sabía si tomar o detenerse antes de echarlo todo a perder. Sin embargo y, desde el principio, sus nublados sentidos y la agradable experiencia por la que pasaba su cuerpo le habían hecho desistir de sus miedos, apartando sus inseguridades y aferrarse al deseo que se había arraigado y expandía en su interior regocijado y vigoroso.

Yuki se apartó de sus labios, contemplando el trabajo realizado en Shuichi, y de un brusco movimiento se puso de pie, alzando a Shuichi con una de sus manos en el proceso. Procuró asistirlo, pues éste aún se encontraba bajo los efectos del alcohol.

—Hey, ¿a dónde vamos? —preguntó Shuichi con un dejo de curiosidad en la voz. Vio su mano izquierda, presa en la derecha de Yuki mientras intentaba seguirle el paso, porque todo parecía dar muchas vueltas a su alrededor, como si estuviese viendo todo dentro de un turbulento espiral—. Yuki... ¿a dónde me llevas? —Entraron al casino para tomar un desvío hacia el vestíbulo y de allí ir directamente a los ascensores—. Yuki~

—Silencio, mocoso —ordenó Yuki, tomando las precauciones necesarias para no ser visto por la prensa. Pero para su mala suerte, uno de los paparazzi que siempre buscaba conseguir una imagen de él, lo vio cruzar uno de los pasillos. Yuki reaccionó rápido, y se dio a la fuga con Shuichi, sujeto a su mano—. ¡Corre!

Doblaron por cientos de corredores; la prensa entera los había sorprendido en su intento de escape y no habían dudado en darles alcance para tener la primicia del momento. Shuichi, de la mano de Yuki, tropezaba cada vez que podía debido al agitado trote que se veía forzado a realizar en su estado alcoholizado. Gimoteaba y protestaba de vez en cuando al verse en esa bochornosa situación, por tener su muñeca fuertemente sujeta por Yuki y porque su estómago lo tenía completamente revuelto por tanto jaleo.

—Yuki... voy a vomitar si sigo corriendo —advirtió inquieto mientras salían del casino luego que la prensa acaparara y rodeara los ascensores para que no pudieran subir—. Yuki... detente por favor.

—¡Argh, que chillón y fastidioso eres! —masculló, deteniéndose en medio de uno de los jardines que conducía directo hacia las canchas de golf y a la capilla nupcial.

Shuichi se detuvo y se dejó caer de rodillas al suelo. En verdad se sentía muy mareado; si daba un paso más devolvería lo que le quedaba del estómago.

Yuki lo vio y la culpa taladró en su pecho ante el estado vulnerable de Shuichi. Se le acercó y le tendió una mano para ayudarle a seguir.

—Anda, ponte de pie. Yo te ayudaré. —Le ayudó a levantarse, asiéndolo de los brazos. Pero cuando logró estabilizarlo el bullicio de la prensa y la algarabía se hicieron presentes. Yuki se vio obligado, nuevamente, a huir, y lo primero que vio como posible escondrijo tras un breve trote, fue una figura de piedra ubicada a un costado de la capilla. —Agáchate —le ordenó a Shuichi cuando se escondieron a tiempo.

La presa pasó de largo y avanzó hasta los jardines posteriores del hotel.

—Ya se fueron —sopló aliviado, dejándose caer al suelo para apoyarse contra la muralla de la capilla. Vio a Shuichi arrodillado y un tanto agitado. Se preocupó—. ¿Estás bien?

Shuichi negó.

—Quiero vomitar.

—Que desastre eres. ¿Para qué tomaste tanto si sabes que luego lo devuelves?

—Es tu culpa, estaba lo más bien pero esta absurda carrera me dejó en estas condiciones —protestó, sujetándose el estómago mientras respiraba con profundidad; una y otra vez.

—Mira si serás todo un estropajo cuando te lo propones. Ahora no pareces tan adorable.

—¡Pues si no te gusta lárgate y déjame solo! —Shuichi se tapó la boca al sentir una arcada apoderarse de él. Sintió una mano de Yuki posarse sobre su hombro derecho, mientras la otra frotaba un poco su espalda.

—Anda, si quieres vomitar, hazlo. Es mejor que lo eches todo para sentirte mejor.

Shuichi volvió a negar, y respiró un poco más calmo, permitiendo que Yuki lo acomodase en su pecho para que controlase sus náuseas.

—¿Nos buscarán toda la noche? —preguntó, mientras Yuki revolvía sus dóciles cabellos húmedos.

—Supongo que sí; los periodistas son persistentes —explicó, manteniéndose alerta por si alguien se encontraba cerca.

—Rayos, y yo que quería seguir jugando en el casino.

Yuki pudo apreciar el puchero en los labios de Shuichi, y sonrió por ello.

—Claro, prefieres tirar unos dados y beber tragos de maricas que estar conmigo.

—¡No son tragos de marica! —chilló Shuichi, apartándose de Yuki con un manotazo contra su pecho—. Para que sepas me embriagué con whisky y Martini.

—Y lo dices como si fuese digno de enorgullecerte. Has hecho el soberano ridículo todo borracho. Debería darte vergüenza, mocoso.

—¡Jódete!

Shuichi intentó ponerse de pie, pero un tropiezo le hizo perder el equilibrio y cayó bruscamente contra el pecho de Yuki, quien con agrado recibió el impacto.

—¿Qué no te ibas? —comentó jocoso del comportamiento de Shuichi. Valía mucho la pena burlarse en todo momento de él; explotaba por cualquier cosa.

—Cállate, me tropecé. Eso es todo. —Una vez más probó levantarse, pero Yuki se lo impidió, fue retenido entre sus brazos, contra su pecho cálido y agitado. Y permanecieron así, los dos en silencio, escondidos entre el muro de la capilla nupcial y la escultura de piedra.

—No parece que te hayas tropezado, de lo contrario, ya me habrías lanzado uno de tus mejores golpes para que te soltara... —pronunció Yuki luego de una pausa.

—¡No me moles...!

Una vez más: silenciado por un beso. Shuichi sintió de inmediato ese exquisito calor en su piel arrasando su interior, como una potente descarga que lo sacudió por completo y lo adormiló sobre los brazos de Yuki, que se dedicó a recorrer su espalda, ejerciendo presión contra su cuerpo, demandando una necesidad que lo inquietó.

—A ver si aprendes a quedarte callado, mocoso hablador —susurró Yuki. Su encantadora sonrisa embrujó a Shuichi, quien respondió de igual manera, dejándose llevar por el momento.

—¿A dónde me ibas a llevar cuando nos descubrieron?

Yuki lo miró con picardía; una ladina sonrisa se apoderó de sus labios, enarcándolos de manera muy comprometedora.

—No querrás saberlo —dijo.

—Anda... dime —insistió Shuichi. Se incorporó para ver de frente a Yuki y sonsacarle la verdad.

—¿De verdad quieres saberlo? —Shuichi asintió con expectación. Yuki se le acercó y le sujetó de la nuca y lo arrimó contra su cuerpo para susurrarle en su oído la verdad.

Tras un par de segundos, Shuichi se apartó espantado y perplejo. Apoyó sus manos contra el pecho acompasado de Yuki y lo miró fijamente, sintiendo como sus mejillas estaban a punto de hacer ebullición.

—¿Por qué me ves así? —preguntó Yuki.

Shuichi bajó la mirada con nerviosismo, evitando parecer tan bobo e inexperto. Pero le resultaba imposible ocultar sus sentimientos.

—¿Sabes? —habló una vez más Yuki, logrando generar un ambiente mucho más apacible para un Shuichi embargado por los nervios—. Precisamente ahora me resultas muy encantador.

Sus palabras, sumándoles a ellas una tibia caricia, lograron hacer de Shuichi un personaje con mayor valor y fuerza. La confesión sincera de Yuki le había brindado energías para mirarlo a los ojos y ver a través de ellos, descubriendo mucho más que pasión. Y, debido a ello, sintió la necesidad de expresarse y retribuirle de igual manera aquel sentimiento que crecía dentro de él. Se aventuró a lo que sus emociones le transmitían: rodeó con sus brazos el cuello de Yuki, reduciendo sus distancias para encontrarse con sus labios colmados de sed.

—Tú también me gustas, y mucho —confesó atrapado la boca experta de Yuki. Sintió sus caricias sobre su espalda y la adrenalina lo invadió por tan excitante experiencia. No lograba creer todavía que todas esas emociones las estaba sintiendo con un hombre.

—Debería pensar entonces que estás dispuesto a todo para estar juntos.

Shuichi no comprendió de buenas a primeras esas palabras, pero tras seguir la mirada de Yuki al posarse fijamente en la fachada de la capilla, logró interpretarlas y llegar a una conclusión. Impresionado por tan osada propuesta, se estremeció y buscó la mirada de Yuki.

—¿Qué me dices? ¿Te atreves? —preguntó Yuki.

—Eh... yo... —Shuichi se sintió incómodo, nervioso y muy ansioso. Su pecho latía frenético, se sacudía ante la sola idea de cometer semejante locura, pero su consciencia desinhibida le permitía aferrarse a esa irreverente posibilidad.

—No te espantes; tampoco es para que te pongas a llorar —dijo Yuki al verlo cómo lágrimas se agolpaban en sus ojos.

—Es que... jamás me habían propuesto algo así. Es... mi primera vez —confesó Shuichi abochornado.

—Siempre hay una primera vez para todo. ¿Quieres o no?

Shuichi dudó tan sólo una fracción de segundo; su mente aturdida le había hecho obviar todo juicio y prudencia. Y, enceguecido por el deseo y la pasión que sentía en ese instante por Yuki, sonrió con agitación y se lanzó a sus brazos, contestando con desembozo y entusiasmo.

—¡Sí, sí quiero! ¡Quiero casarme contigo!

Yuki sonrió victorioso. Al igual que Shuichi, moría por consolidar una unión mucho más íntima y exclusiva. El alcohol en su sangre le impedía ver la locura que estaba cometiendo, llegando a estos extremos a causa de la excitación que palpitaba en todo su cuerpo, más aún, en su entrepierna. Pero en estos momentos cualquier consideración era insubstancial e superflua.

Se pusieron de pie, ambos, intentando no perder demasiado el equilibrio debido a la ingesta de alcohol. Permanecieron cautelosos, por si algún periodista los pillaba detrás de la escultura de piedra. Yuki sacó su teléfono celular y realizó una llamada.

—¿A quién llamaste? —preguntó Shuichi con curiosidad.

Yuki observaba por un costado de la figura que los ocultaba.

—A mi mánager. Le pedí un favor.

—¿Tardará mucho?

—No, no lo creo. Él siempre cumple muy rápido las cosas.

Aguardaron unos momentos en silencio, esperando una llamada que no tardó en llegar.

—Bien, iré en seguida —Yuki colgó, guardando su celular en el bolsillo de su pantalón y se atrevió a salir detrás de la estatua, luego de comprobar que todo estaba en calma. —Quédate aquí y no te muevas.

—¿A dónde vas? —preguntó Shuichi con temor, angustiándose al dejar de sentir las manos de Yuki sobre las propias.

—Si vamos los dos nos descubrirán más rápido. No tardo.

—Pero dime a dónde vas.

—Es una sorpresa —dijo Yuki. Le regaló una sonrisa a Shuichi y se alejó rápidamente, escabulléndose entre los arbustos y las sombras hasta adentrarse en el hotel, a un costado del casino.

Shuichi aguardó a su regreso, guarecido tras la efigie de piedra. Tenía mucha curiosidad e intriga; también una preocupación malsana se habría paso a su pecho. Y sólo pensaba en quién podría ser esa persona con la que Yuki había hablado.

De vez en cuando un grupo de reporteros se paseaba por el lugar; no cejaban la búsqueda para dar con el paradero de Yuki y a Shuichi.

«Por suerte que Yuki fue solo», pensó Shuichi, convencido del tino de Yuki al haberlo dejado allí para evitar ser pillados infraganti.

Suspiró sintiendo un pequeño vértigo. De manera displicente, masticaba la goma de mascar que Yuki había tenido la osadía de robarle en contadas ocasiones cuando se besaban; sonrió travieso por ese particular hecho, y más al descubrirse enamorado de aquel arrogante personaje que en cuestión de horas había robado su corazón.

Miró el cielo, y distinguió los reflectores de los casinos y hoteles que empañaban el manto estelar que tanto le gusta. Por un momento, deseó regresar a su tierra natal; allá el cielo en las noches era hermoso. Las estrellas, salpicadas de manera intencional y artística, fulguraban con mayor fuerza. Y la luna parecía ser más grande.

—Muero por regresar a casa... —suspiró. Unos pasos llamaron su atención—. ¡Yuki! —exclamó con emoción. Se puso rápidamente de pie, olvidando incluso el mareo a causa de su embriaguez.

—¿Me extrañaste? —preguntó con esa malicia tan innata de él. Se acercó a Shuichi y lo capturó entre sus brazos.

—Te tardaste mucho —protestó Shuichi, haciendo un mohín pueril.

—No seas exagerado. Sólo fui por el encargo que le pedí a mi mánager.

—¿Qué le pediste?

—No preguntes tanto y vamos.

Se tomaron de la mano y salieron detrás de la estatua. Yuki guió a Shuichi a la capilla e ingresaron rápidamente para que la prensa no los descubriera. El recinto estaba desocupado y un solemne silencio revestía sus paredes de piedra marmoleada. El aroma de las flores que adornaban a lo largo de la capilla impregnaba el ambiente con una dulce esencia. Shuichi contemplaba los detalles con fascinación a medida que caminaba hacia el pomposo altar.

—Aguarda un momento —dijo Yuki. Fue hacia una puerta posterior al púlpito y cruzó por ella para hablar con el encargado de oficializar las ceremonias nupciales.

Segundos después, el comisionado civil de los matrimonios express de la capilla hizo su aparición en compañía de Yuki. Se instaló tras el púlpito y dejó sobre él unos documentos. Acomodándose los anteojos de marco grueso, analizó fijamente a la joven pareja dispuesta a unir sus vidas en el sagrado vínculo del matrimonio.

—¿Tienen su licencia de matrimonio?

Shuichi miró con sorpresa y ansiedad a Yuki, al saber que estaba dispuesto a cometer una locura de amor con él.

Yuki sacó del bolsillo de su pantalón un sobre y se lo entregó al comisionado, quien procedió a abrir para leer el documento en su interior y comprobar su veracidad.

—Todo en orden; procedamos a la ceremonia —dijo—. Sus nombres, por favor.

—Yuki Eiri.

—Shindou Shuichi.

—Bien... Yuki Eiri, Shindou Shuichi, se han reunido esta noche para unir sus vidas bajo el vínculo del matrimonio. ¿Están aquí, ante este acto solemne bajo el consentimiento de ambos; acordando efectuarla sin ser coaccionados, siendo así, libre y voluntariamente?

Yuki y Shuichi se vieron a los ojos y entrelazaron sus manos.

—Sí, venimos libremente —contestaron al unísono.

—¿Están decididos a amarse y respetarse mutuamente, durante toda la vida?

—Sí, estamos decididos.

—De este modo, ya que quieren contraer matrimonio, unan sus manos y manifiesten su consentimiento. Yuki Eiri, ¿aceptas contraer matrimonio con Shindou Shuichi, aquí presente, de acuerdo con la legalidad vigente?

Yuki volvió su rostro y sus ojos se encontraron con la expresión radiante de Shuichi. Su corazón latía desbocado en su interior, y, conforme pasaban los segundos, se sentía más seguro de la decisión que había tomado. Sabía que lo único bueno que había hecho a lo largo de su solitaria y amargada vida había sido conocer a Shuichi.

Y decidido a manifestarle ese amor solemne que había surgido de su corazón desde el primer momento que lo vio, respondió:

—Sí, quiero.

—Y tú, Shindou Shuichi, ¿aceptas contraer matrimonio con Yuki Eiri, aquí presente, de acuerdo con la legalidad vigente?

Shuichi no dudó ni un segundo, asintió mientras le regalaba una hermosa sonrisa a Yuki y contestó:

—¡Sí, sí quiero!

El comisionado no se sorprendía por tan peculiar pareja; demasiados años ejerciendo su empleo le habían hecho inmune de toda estupefacción al ver las parejas más insólitas precisando de sus servicios.

Con calma, le pidió a Yuki que recitase textualmente los votos nupciales, haciendo más fidedigna la unión. Y, a medida que hablaba, Yuki repetía.

—Yo, Yuki Eiri, te recibo a ti, Shindou Shuichi como esposo. Y prometo amarte, respetarte y serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad; todos los días de mi vida, hasta que la muerte nos separe.

Shuichi, de igual manera, repitió aquellas palabras. Sostenía su mirada intensa en la de Yuki, mientras el rubor en sus mejillas cobraba fuerza.

—Yo, Shindou Shuichi, te recibo a ti, Yuki Eiri, como esposo. Me entrego a ti —agregó—, y prometo amarte, respetarte y serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad; todos los días de mi vida... hasta que la muerte nos separe.

El comisionado le solicitó a Yuki las sortijas para realizar finalmente la unión. Yuki sacó del bolsillo de su chaqueta una pequeña argolla que deslumbró a Shuichi. Tomó su mano izquierda y ubicó el anillo de oro blanco en su dedo anular.

—Ahora —dijo el comisionado civil—, repita lo siguiente: «recibe esta alianza en señal de mi amor y fidelidad».

Yuki observó los ojos refulgentes de Shuichi y enlazó la sortija en su dedo.

—Recibe esta alianza en señal de mi amor y fidelidad.

La argolla embonó perfecta.

Shuichi sintió una profunda emoción al ver su dedo con semejante sortija, pero no pudo evitar abrumarse al ver que no tenía una para Yuki. No obstante, sus ojos se iluminaron cuando Yuki sacó de su otro bolsillo una argolla de similar diseño pero de mayor tamaño.

—¿Creíste que no había pensado en ello?

Shuichi sostuvo entre sus temblorosas manos la sortija de oro blanco y la ubicó en el dedo anular izquierdo de Yuki. Y recitó las palabras que el comisionado le indicó.

—Recibe esta alianza en señal de mi amor eterno y fidelidad.

Shuichi, en ese momento, sintió que su amor por Yuki se había convertido en una poderosa llamarada en su interior.

—Firmen el acta nupcial; de esa forma se dará por concluida la ceremonia.

 Yuki y Shuichi inscribieron en el papel sus firmas con las emociones a flor de piel.

—Y por el poder que me confiere la ley del condado de Nevada, Las Vegas, yo los declaro esposos. Pueden... besarse.

Finalmente, el momento que Yuki y Shuichi tanto esperaban había llegado; era el instante de concluir con un beso digno de película que el comisionado no se molestó en contemplar. Una vez que el beso fue consumado, Yuki y Shuichi se tomaron de las manos y abandonaron la capilla para celebrar el inicio de su matrimonio.

Tan fácil es dar el «sí» en Las Vegas; tan fácil como jugar con un tragamonedas. Los procedimientos burocráticos —como muestras de sangre— no existían en esta ciudad, facilitando a los ansiosos novios llevar a cabo sus impulsos y voluntades fuera de control. Posiblemente, haber decidido casarse en algún otro lugar, les habría resultado a Yuki y a Shuichi tan o más difícil que en Las Vegas. Comprar en esta ciudad un acta de matrimonio no tomaba más de cinco minutos; Yuki le había solicitado uno de esos documentos a su mánager, quien sin hacer preguntas la consiguió, consciente de las acciones de su representado. Y, a pesar de que no le sería tan fácil ocultar ese misterioso y sorprendente hecho dada la popularidad de Yuki, su mánager estaba convencido que sus acciones no serían tan perjudiciales para su carrera. Incluso, estaba seguro que esto catapultaría su fama y popularidad, pues casarse en La Ciudad del Pecado era pan de cada día para los aclamados actores y celebridades de Hollywood.

Llenos de emociones, de ilusiones y esperanzas, Yuki y Shuichi salieron corriendo de la capilla rumbo al hotel. La dicha y la excitación de su locura de amor los tenía al borde del delirio; no paraban de mirarse, de sonreír y disfrutar lo que sus impetuosos sentimientos les había inducido a cometer.

Tomados de la mano, decidieron arriesgarse e ir hasta los ascensores del hotel para subir lasta la suite de Yuki, y allí, consumar el matrimonio; era un hecho que el alcohol se les había subido a la cabeza y no les permitía pensar con claridad. Sus irreflexivos actos los estaban exponiendo peligrosamente.

Cuando estaban a pocos metros de llegar a los elevadores, tras cruzar el vestíbulo, uno de los periodistas que tenía un pase especial a ese sector VIP los descubrió. De inmediato, alertó al resto de la prensa, que no dudó en correr tras Yuki y Shuichi, luego de que estos dieran a la fuga una vez más y se escabulleran hacia el otro grupo de elevadores del edificio.

—¡Nos van a pillar! —exclamó Shuichi muerto de la risa, mientras Yuki pulsaba insistentemente el botón del ascensor, esperando que uno de los tres que había en ese sector abriera sus puertas.

—Descuida, no nos pillarán.

Finalmente el ascensor del costado derecho se abrió primero y de su interior emergieron cinco personas. Yuki se acercó precipitadamente a él con Shuichi de la mano. Vio al ascensorista que parecía muy solícito a preguntar a qué piso querían subir, pero Yuki lo echó con un tajante «¡bájate!» luego de cogerlo de la solapa de su chaqueta para lanzarlo fuera del elevador.

Abordaron el elevador y Yuki presionó rápidamente el botón «32» del tablero. La prensa sólo alcanzó a tomar algunas fotografías mientras las puertas se cerraban. Shuichi se despidió de ellos, sacándoles la lengua y riendo a carcajadas; con eso tendrían para la portada de algún periódico sensacionalista para mañana.   

—¡Los burlamos, los burlamos! —chilló emocionado. De pronto, su cuerpo fue arrojado súbita y ansiosamente contra la pared del fondo del elevador. Intentó resistirse, pero las manos y los labios de Yuki, recorriendo su cuerpo de manera vehemente, terminaron por doblegarlo—. Ah... Yu-Yuki... —gimió.

—Este ascensor en muy lento; tengo que adelantar un poco el trabajo —contestó, recorriendo el cuello con sus labios. Lamió su piel tibia y erizada, mientras sus manos comenzaban a desabrochar la estorbosa camisa de Shuichi.

—Pero... ¡Ah!

Víctima de la excitación y las ansias por probar el cuerpo de Shuichi y hacerlo suyo, Yuki mordió su cuello y redujo la distancia de sus cuerpos.

 

 

Hiroshi había alcanzado a ver la algarabía que se había formado desde hacía más de una hora por culpa de la prensa. La gente rumoreaba con descaro sobre las especulaciones que se dispersaban en el aire; todas y cada una de ellas más insólitas que otras. Se acercó a K, el mánager del grupo, atreviéndose a preguntar si tenía algún conocimiento sobre esas habladurías que no dudaba que fueran del todo falsas.

—El Pink Boy sabe lo que hace —contestó tajantemente. Estaba tranquilo, porque mientras nadie osara atentar contra la integridad de Shuichi, no tenía de qué preocuparse.

—Pero lo han estado persiguiendo desde hace más de una hora —protestó Hiroshi, exigiéndole a su representante que se hiciese cargo del asunto.

Calm, Shuichi sabe cómo burlar a la prensa. Si no lo han pillado hasta ahora, es porque ha sabido hacerlos lesos fácilmente.

—Pero dicen que lo han visto de la mano con Yuki Eiri. ¿Será verdad? —comentó Fujisaki, bebiendo un poco de piña colada junto a la barra del casino—. Shuichi se ha comportado muy extraño desde que llegamos a este hotel. Para ser más exactos, desde que conoció a Yuki Eiri.

—Shuichi tendría que ser muy bobo si se mete con alguien como él —acotó Hiro, bebiendo Vodka.

—¿Y por qué te preocupa tanto? Déjalo ser... si se jode, que aprenda de ello —expresó K.

—Como sea; no me gustaría ver a Shuichi llorar por los rincones. Sabes que se pone insoportable.

—Descuida, que de eso me encargo yo —sonrió K. Tomó su vaso de whisky y lo empinó en sus labios.

—Hiroshi —dijo Fujisaki, codeándolo en un costado—. Mira, esa chica desde hace rato no te ha quitado los ojos de encima.

Hiro volvió el rostro con disimulo para ver a la persona que lo miraba con descaro.

—¿La conoces?

—Se llama Usami Ayaka —indicó Fujisaki—; es una modelo muy famosa de nuestro país. De seguro anda de vacaciones. Dicen que no tiene pareja y que busca al amor de su vida.

—Oh… que romántico~ —se burló K—. Prueba a ver si tienes suerte y resultas ser el afortunado príncipe azul que tanto busca.

—No fastidies —gruñó Hiroshi. Se levantó y caminó hacia Ayaka para conocerla; inevitablemente había quedado fascinado con su belleza.

—Suerte —le deseó Fujisaki.

—Ah... a ver si otro más sale trasquilado en esta fiesta —comentó K, refiriéndose a Hiro, mientras miraba de manera displicente su vaso medio vacío.

—Veré si yo también encuentro algo bueno qué hacer.

Fujisaki se puso de pie y se alejó, perdiéndose entre la multitud.

—Que te vaya bonito —bromeó K. Volvió a mirar su vaso de whisky y le pidió otro más al barman—. Solo como un perro... que triste es mi vida —suspiró, sin tomarle importancia a sus palabras; incluso, se rió de las mismas.

Se levantó del taburete y vio cómo la fiesta se desarrollaba sin la intención de morir todavía. Bebió hasta el fondo de su vaso y movió luego sus brazos de arriba abajo.

—Como dicen: si se falla en el amor, se tiene suerte en el juego. Vamos por una ronda de Póker.

 

 

Las puertas del ascensor finalmente se abrieron en el piso treinta y dos. Del cubículo, y a traspiés, salieron Yuki y Shuichi con las ropas abiertas y pegadas al cuerpo por la humedad de sus pieles vehementes y colmadas de deseo. Shuichi rodeaba con sus brazos el cuello de Yuki, arrimándose a él con sus piernas alrededor de su cintura.

A medida que los pasos de Yuki llegaban con torpeza y agitación hasta las puertas de su penthouse, los besos y los gemidos saturaban el pasillo solitario. Una vez que chocaron contra la puerta de la suite, Yuki, con un poco de dificultad debido a su impetuosa labor en los labios de Shuichi, ingresó la tarjeta por la cerradura automática.

La habitación se encontraba en penumbras, pero gracias a las coloridas luces artificiales que ofrecía la ciudad, Yuki pudo orientarse sin perder el equilibrio y llegó presto a su dormitorio. Con una pericia admirable depositó a Shuichi sobre la cama y continuó con el mar de caricias y besos desenfrenados que los hacía gemir y jadear exaltados.

Yuki consiguió abrir la estorbosa camisa de Shuichi, casi arrancando los botones en el proceso. Recorrió su cuello y depositó provocativos besos en él, logrando sacar de su garganta sonidos tan incitantes, que su cuerpo entero convulsionó buscando un alivio rápido, pues su entrepierna completa necesitaba una pronta atención y desahogo.

Una vez que tomó una sugestiva posición sobre el cuerpo de Shuichi, abrió por completo su camisa, mas no se la quitó. Sus ojos, centelleando de deseo, se encontraron una visión perfecta de la piel perlada de sudor de Shuichi; su pecho subía y bajaba errático en busca de atención.

—No pareces asustado. Más bien, pareces caliente —comentó Yuki, esperando ver la reacción de Shuichi debido a su delatora expresión: lucía tan nervioso como la primera vez que había pisado un escenario.

—No te burles —clamó, sintiéndose ya desnudo bajo los ojos del hombre que parecía comerlo con la mirada; mostraba un fuego pasional que lo estaba incinerando.

—No me burlo... —comentó—. Sólo... quiero ver tu límite.

Situado sobre sus caderas, sin ejercer presión, Yuki llevó sus manos al pecho desnudo de Shuichi y lo recorrió para recolectar esa textura inigualable que ninguna mujer —ni hombre— había tenido el privilegio de tocar hasta ahora. Su nariz percibió la fragancia que destilaba la piel erizada de Shuichi al rozarla, como quien toca una flor y esta despide su exquisito perfume, y su cuerpo entero vibró.

—Eres delicioso —confesó, sonriendo ante el gesto tímido de Shuichi que, a pesar de esa pueril reacción, reflejaba una excitación inherente.

—Ah... t-tócame... tócame... hazlo...

Shuichi cerró los ojos, empuñó sus manos sobre las mantas y movió su pecho en busca de un mayor contacto con las palmas de Yuki.

Movido por ese ímpetu excitante que incendiaba su cuerpo, Yuki guió sus labios al pecho de Shuichi y se atrevió a rozar su piel delirante, impregnándose de su olor y sabor. Su entrepierna se disparó dentro de sus pantalones cuando su lengua acarició el pezón derecho de Shuichi. Y sin poder controlar por más tiempo sus deseos insanos, succionó y lamió aquel trozo de piel como si se tratase del más dulce de los caramelos. Lamió con hambre y deseo la aureola, y con sus dientes mordisqueó suavemente el pezón para estimularlo con su lengua y desatar los gemidos de Shuichi que no paraba de retorcerse en la cama e impregnaba la habitación con su erótica voz, lo cual resultaba para Yuki un verdadero bálsamo para sus oídos y sentidos.

Shuichi gemía, su juicio desinhibido le hacía confesar sus deseos, dejándose llevar por estos. Movía su cuerpo de manera ansiosa y frenética cuando Yuki osaba tocar más de lo necesario; quería ya desnudarse por entero y sentir la piel de él fundirse con la suya.

—Estás muy ansioso, cariño —bromeó Yuki al ver lo excitado que Shuichi se encontraba. Aunque no podía ignorar y desacreditar sus propias sensaciones y emociones; probar la piel de Shuichi lo estaba volviendo completamente loco—. ¿Quieres que te toque más? —Su pregunta era un claro ejemplo de lo que su retórica e imponente voz podía llegar a articular. Sin esperar respuesta, llevó con decisión sus manos a los costados de Shuichi. El descenso fue extremo; sus manos procuraron grabar muy bien en su consciencia sensitiva la piel de Shuichi hasta llegar al borde del pantalón. Jugueteó con la pretina descaradamente, mientras Shuichi movía su entrepierna al ritmo beligerante de su respiración.

—T-Tócame... tócame, Yuki... —pidió Shuichi, con esa chispeante necesidad que reflejaban sus ojos colmados de fulgor llameante y límpido.

Yuki sonrió; no esperaba tal reacción en Shuichi. Había imaginado un poco de timidez y e incluso rechazo de su parte al momento de tocarlo. Pero veía, con satisfacción, que se le estaba entregando libremente.

Con la excitación completamente disparada cuesta arriba, Yuki se arrimó a los labios de Shuichi y los devoró con ansias, con avidez y deseo, sintiendo sus gemidos morir en su boca. Recorrió con desesperación su cuerpo virgen e inexperto; lamió su piel a medida que descendía en búsqueda de un mayor y mejor provecho. No pretendía desperdiciar ni un centímetro de Shuichi, quien no paraba de sacudirse ante cada contacto, pidiendo, envuelto por la pasión, el máximo placer carnal.

—Ahora que somos esposos, puedo hacerte lo que se me antoje —comentó Yuki, deslizando su mano izquierda sin permiso hasta la entrepierna de Shuichi. De inmediato, el concierto de agudos gemidos se dejó sentir con mayor arrebato en la habitación; Yuki acaparó la mayor cantidad de tonos posibles a medida que comenzaba a desabrochar el pantalón, permitiendo disfrutar como nunca de cada acción que se habría paso de manera invasiva en los sentidos y deseos de ambos.

—¿Qué... piensas hacerme? —preguntó Shuichi, intentando tomar el control de su errática respiración. Pero a estas alturas, su psicomotricidad fallaba de manera alarmante, reduciéndose a cero.

Yuki se movió y ascendió, rozando en el proceso sus cuerpos infestados de calor. Con descaro, situó su rodilla entre las piernas de Shuichi, ejerciendo una exquisita presión con ella, lo que obligó a Shuichi a morderse el labio inferior para acallar el gemido que pugnó por salir de su sofocada garganta. No podía evitarlo, el aliento cálido de Yuki comenzaba a soplar sensualmente en su oído, susurrándole algo que nublaba su juicio y desataba inevitablemente un completo descontrol.

Completamente desinhibido, y embargado por una imperiosa necesidad de ser besado, Shuichi se inclinó y envolvió con sus brazos el cuello de Yuki para iniciar lo que sería el mejor de los besos que hasta ahora habían experimentado.

Yuki se terminó de acomodar sobre el cuerpo de Shuichi, correspondiendo satisfecho el contacto de sus labios, para dar paso a la «fase intermedia» de su noche de bodas.

Procuraría hacerlo sin prisas; aún le quedaba toda la noche por poseerlo y volverse uno solo con él.

 

 

El amanecer llegó más pronto de lo que Yuki y Shuichi hubiesen querido. Hicieron el amor hasta que sus cuerpos dijeron basta, celebrando su unión entre copas y sexo. Se prometieron amor eterno unas cientos de veces, alcanzaron el cielo en cada encuentro y sus cuerpos se volvieron presos del deseo infinito de la pasión, que los encegueció desde el primer instante en que se conocieron. Y al final... sus cuerpos sucumbieron al cansancio extremo y al sopor del alcohol que extasió su sangre y azoró sus sentidos.

Shuichi yacía cómodamente dormido entre los brazos de Yuki. Sentía su calor disgregado exquisitamente en su espalda y alrededor de su cintura; cómodo y completamente exhausto de tanto amar. Pero la claridad del día estaba abordando de manera pertinaz sus sentidos. La lucidez cobró vida en su cabeza y su cuerpo rápidamente comenzó a asimilar lo que estaba sucediendo a su alrededor. 

Un extraño calorcito impregnado entre sus piernas le hizo dudar un momento si debía moverse o permanecer calmo bajo las sábanas de ceda blanca porque, a pesar de todo, esa empalagosa sensación la sentía muy bien en su piel.

Sin embargo, cuando abrió sus pesados y adormilados párpados y enfocó su visión en la pequeña sortija que relucía en su dedo anular izquierdo, y la contempló completamente desorientado, se volteó mecánicamente al verse preso de un brazo masculino. El grito estridente que escapó automáticamente de sus labios consiguió repercutir por todo el edificio.

Yuki despertó espantando y sobresaltado por tan potente alarido. Con el corazón prácticamente en la boca, concentró su mirada en Shuichi y lo descubrió igualmente desnudo y completamente espantado, mientras se cubría con las sábanas a unos buenos metros de distancia. No entendía del porqué estaba en su cuarto ni por qué estaba con esa cara de horror. Pero como si se tratase de una dura bofetada, las escenas de anoche llegaron inevitablemente a su memoria, y su cuerpo tembló ante un gélido escalofrío cuando vio fijamente su mano izquierda con la reluciente sortija de oro en su dedo anular.

—¡¿Pero qué mierda pasó?! —exclamó espantado.

Shuichi le miraba aterrado.

—¡Eso mismo quiero saber! ¡¿Qué me hiciste, pervertido?!  —chilló.

Yuki lo miró ofendido, y levantándose de la cama sin importar lo desnudo que estuviese, se mostró ante Shuichi sin pudor alguno y lo encaró.

—¡¿Que qué te hice?! —exclamó ofendido. Intentó acercarse a Shuichi, pero el dolor de cabeza le impedía moverse con naturalidad.

—¡No te me acerques! —chilló Shuichi completamente espantado.

—¡Argh, no grites, carajo! —masculló Yuki. Masajeó sus sienes y trató de ordenar sus ideas—. Yo tampoco recuerdo lo que pasó anoche.

Prestó atención a su entorno y se sorprendió de las pruebas irrefutables que apuntaban a una noche ardua de duro sexo y alcohol.

—¿Qué me hiciste? —gimoteó Shuichi. Las lágrimas se le agolparon en sus ojos enrojecidos debido al desvelo que se había mandado—. No me acuerdo de nada.

—¿Y crees que yo sí? Estaba tan borracho como tú. Y por lo que veo, hicimos más que tener sexo.

Le apuntó la sortija que de igual modo ambos portaban y Shuichi lo comprendió todo.

—No... no puede ser. —Llevó sobresaltado sus manos a su boca, embargado por la conmoción. Debido a ello, las sábanas que recelosamente enroscaba en su cuerpo cayeron al suelo, revelando su desnudes y las marcas Yuki había dejado en su piel.

—No la pasamos tan mal. —Yuki sonrió arrogante y sensual, disfrutando de la visual privilegiada que tenía, pero advirtió el estado de shock de Shuichi y se preocupó. —Oye, no te pongas así.

—¡Cállate, violador! —gimoteó, cubriéndose nuevamente con las sábanas para ocultar su cuerpo de los descarados ojos de Yuki.

—No me digas así, mira que estoy muy arrepentido de toda esta estupidez. —Enredó sus dedos en su cabello y tironeó de estos con fuerza—. Mierda, mierda... cómo fui capaz de cometer semejante estupidez. ¡Qué mierda hice! —exclamó—. ¿Tan caliente estaba?

Shuichi lo vio fijamente, sintiendo cómo un pequeño resquemor comenzaba a merar duramente su pecho. Y antes de tener la oportunidad de protestar o quejarse por sus crueles palabras, la puerta del dormitorio se abrió de golpe. A la habitación ingresaron dos guardias de seguridad, el mánager de Yuki, los amigos de Shuichi y el dueño del hotel que precisó ser partícipe del enredo que despertó a todo el edificio y mantuvo a toda la prensa apostados en las puertas de los ascensores toda la noche.

—¡Shuichi! —exclamó Hiro, acercándosele preocupado para ayudarle.

—Eiri... —habló el mánager de Yuki. Se le aproximó diligentemente con un albornoz blanco y cubrió su cuerpo desnudo que parecía no querer ocultar.

—¡¿Qué le hiciste, infeliz?! —bramó Hiro a Yuki, ante el devastador estado de Shuichi.

—Nada que él no quisiera —contestó sin menoscabo.

—Maldito...

—A ver, guardemos la calma y aclaremos este mal entendido —sugirió el dueño del hotel. No parecía sorprenderle del todo lo que estaba sucediendo; la fiebre del juego y el exceso del alcohol generaba este tipo de situaciones y para él era pan de cada día.

—Aquí no hay nada que aclarar —habló Yuki—. Simplemente me acosté con el mocoso y punto. Ambos somos adultos y somos conscientes de nuestros actos.

—¡Pero nos casamos! —chilló Shuichi, enseñando la sortija a todos los presentes—. ¡Esto va más allá de una simple noche de... sexo! ¡Creí que tú querías esto! —Sus ojos derramaron dos solitarias lágrimas que pasaron desapercibidas para la mayoría de los espectadores.

—¡¿T-Te casaste?! —saltó Hiro, mirando a K, que cauteloso observaba la situación—. ¡¿Te das cuenta de lo que pasó por no cuidarlo?! —le reclamó.

—Dudo que hayamos podido hacer algo para impedirlo —respondió con calma—. Shuichi es mayor de edad, y cuando la pasión es más fuerte, la razón pasa a segundo plano.

—Pero...

—De todos modos, no creo que este matrimonio sea legalmente válido, ¿o me equivoco? —agregó K, mirando al mánager de Yuki, que dando un paso adelante, habló para dar la respectiva explicación.

—Anoche, mi representado me solicitó una licencia de matrimonio y yo accedí a dársela. Conseguí el pasaporte de Shindou Shuichi y el de mi representado. Fui a la Oficina de Licencias Matrimoniales, en South Third y pagué por ella 35$ dólares. El resto lo hicieron ambos al dar el Sí en la capilla ante el comisionado de matrimonios civiles.

—¡¿Entonces es legal?! ¡¿Estoy casado con él?! —exclamó Shuichi, muy alterado y nervioso, señalando a Yuki. El rubor se le subió duramente a las mejillas, sintiendo como su piel ardía como dos brasas.

—Un momento —habló el dueño del hotel-casino—, no es legal si no consiguieron testigos. Firmar el acta no los deja oficialmente casados. Necesitan de dos testigos que abalen la unión. ¿Tuvieron?

Shuichi y Yuki se miraron, más no dijeron nada.

—Entonces no es legal.

—No lo es —interrumpió el mánager de Yuki—; mi representado firmó con su nombre artístico. Aquí está el documento. —Mostró a los presentes el acta de matrimonio que yacía tirado sobre la mesa a los pies de la cama—. Este matrimonio no es válido.

—Está claro que este matrimonio no es válido —interrumpió K—. Así que todo aclarado, podemos retirarnos de este lugar. —Se acercó a Shuichi y cubrió su cuerpo con un albornoz, ayudándole a salir del cuarto.

Shuichi le echó un último y disimulado vistazo a Yuki, que en silencio, y sin el mayor interés, permitió que se marchara.

—Nos encargaremos de anular este matrimonio y de no dejar rastro alguno de ello —articuló con preocupación el mánager de Yuki a éste, debido a la importancia e integridad de su imagen pública—. No te preocupes, controlaré a la prensa y nadie sabrá de esto.

Yuki no dijo nada; permaneció en silencio viendo la cama en la que había tomado a Shuichi hasta caer exhausto. A pesar de haber cometido semejante locura gracias a los efectos nocivos del alcohol, tenía vagos, pero muy claros recuerdos de los gemidos que habían aturdido sus sentidos, del calor que el cuerpo de Shuichi había impregnado en cada poro de su piel y su mirada que a hierro caliente se había grabado en su retina y en su corazón.

Luego de bajar un par de pisos y cruzar un solitario y frío pasillo, Shuichi entró a su suite en compañía de sus colegas de trabajo. Aún shockeado, se dejó guiar hasta su dormitorio y tomó asiento en el borde de la cama, mientras Hiro le facilitaba un vaso con agua y Fujisaki ropa. K, en la puerta de la habitación, realizaba unas llamadas desde su celular.

—Shu, ¿en qué estabas pensando que cometiste semejante estupidez?

—Hiroshi —articuló Fujisaki—, no deberías reclamarle. Está claro que lo hizo porque no estaba en sus cinco sentidos.

—Claro, borracho a más no poder, se dejó llevar por las palabras bonitas de ese actor de mala muerte —contestó Hiro.

—Eso nadie lo discute, pero...

Shuichi interrumpió la conversación al ponerse de pie y se dirigió al baño, ignorando las palabras de Hiro y Fujisaki que parecían incordiados zumbidos en sus oídos.

—Shu...

Hiro intentó ir tras él, pero Fujisaki se lo impidió. Su preocupada mirada recayó sobre K, que aún hablando por su teléfono celular, observaba con rigurosidad la situación.

Encerrado en el baño y, resguardado dentro de las paredes de la regadera, Shuichi dejaba que el agua fresca se llevara los restos de su locura. Su cuerpo se vio paulatinamente abandonado del aroma y la esencia de Yuki, perdiéndose en la coladera.

Con profunda tristeza, vio la sortija en su dedo, y un amargo nudo se abrió paso en su pecho. Su corazón dio un salto agitado y sus ojos de llenaron de lágrimas, derramándolas como un reguero por sus mejillas. Shuichi no lograba recordar con claridad lo que había hecho anoche; algunas y vagas imágenes comenzaron a invadir su mente y descubrió que realmente se entregó a Yuki, que le dijo Sí en el altar e hizo el amor con él toda la noche.

Sus dedos tocaron su sortija de oro blanco. Parpadeó abatido y un nuevo grupo de lágrimas se derramaron hasta morir en la punta de su fina barbilla. Lloraba, no porque había cometido una locura tan descabellada e insólita como casarse, sino... porque lo había hecho escuchando su corazón.

 

 

Yuki emergió del baño, con una inquietante y extraña sensación de vacío; nuevamente ese sentimiento se apoderaba de él. Su cuerpo ya no tenía el aroma ni el calor de Shuichi. Tras la ducha, el agua se había encargado de borrar de sus palmas lo que hasta el último instante recordaban de la piel que había tomado hasta el amanecer.

Ahora, de pie frente al balcón de la suite, y fumando el tercer cigarrillo de la mañana, Yuki miraba su mano izquierda. Su mánager en ese momento ingresó al cuarto con una bandeja de plata en las manos.

—Fijé la hora del vuelo; el jet sale a las dos de la tarde. —Depositó la charola a un costado y prosiguió. —Come algo, te hará bien.

—Sabías que me arrepentiría. Conseguiste el certificado sin siquiera preguntarme nada.

El mánager sonrió y tomó asiento a un costado del ventanal; en uno de los sillones de cuero. La brisa cálida del mediodía abordó su rostro.

—Te conozco bien; y desde hace muchos años. No te subestimo ni tampoco puedo cuestionar tus decisiones, pero me gusta ayudarte a superar los problemas en los que inconscientemente te metes.

—Redactaron en el documento mi nombre artístico. El matrimonio no es válido.

Yuki giró su rostro y vio la sonrisa pintoresca de su mánager. Aquella sonrisa que siempre le causaba irritabilidad.

—Eso dependerá si tú quieres o no —articuló el mánager.

—¿De qué hablas?

—Es muy sencillo. Está claro que no quieres disolverlo.

Yuki frunció el ceño y apagó de mala gana el cigarrillo a medio terminar sobre el cenicero de cristal que tenía a mano. Caminó por la habitación, alejándose de su representante.

—Por supuesto que quiero anular esta estupidez. No digas tonterías, Seguchi.

El mánager permaneció con sus labios curvados en una pintoresca sonrisa. Le encantaba ver las reacciones de Yuki; siempre tan evidentes e innegables. Y con una disimulada expectación, dirigió sus ojos color esmeralda a la mano izquierda de Yuki, descubriendo, con especial agrado, la sortija de oro blanco resplandeciendo silenciosa en su dedo anular.

 

 

Shuichi no quiso probar bocado alguno. Sus amigos le ofrecieron incluso sus golosinas preferidas, pero ni aún así lograron, siquiera, sacarle una palabra de sus labios.

—Se niega a hablar —comentó Hiro, sentado en el sofá de la sala en compañía de Fujisaki.

—Es lógico; está shockeado.

—Por lo general monta todo un escándalo, pero ahora... está completamente callado.

—Seguramente le ha afectado demasiado. O... no se arrepiente de lo que hizo y le duele demasiado la situación. —Hiro vio a Fujisaki con incredulidad.

K entró repentinamente a la sala e interrumpió la conversación.

—Alístense, partimos de regreso a Japón en una hora.

—¿Qué? —saltó Hiro—. ¿No se supone que nos quedaríamos un día más para presentarnos en otro hotel?

—Cancelé todo. La prensa ha armado mucho revuelo por la relación furtiva de Yuki Eiri y Shuichi. No será beneficioso, por el momento, exponer al Pink Boy a las entrevistas y el acoso periodístico.

—Oh claro, es preferible dejar todo en vilo y así ganar mayor expectativas e interés. Buen truco, K. Te felicito —aplaudió Hiro con ironía, poniéndose de pie para ir al dormitorio de Shuichi.

—Hiroshi siempre se molesta por este tipo de cosas —comentó Fujisaki. Suspiró resignado y se levantó del sofá para ir su dormitorio y empacar sus pertenencias—. Me hubiese gustado quedarme un poco más.

K observó reflexivo la reacción de sus dos representados. Las cosas estaban complicadas; eso era un hecho evidente. Pero bien sabía que todo tendría tarde o temprano una solución.

Media hora más tarde, la suite donde se hospedó Bad Luck, fue abandonada por el equipo. Los tres integrantes del grupo musical caminaban detrás de su mánager y una escolta personal que K siempre tenía a su disposición para la seguridad de sus representados. El joven botones, encargado de transportar el equipaje, empujaba un carro de acero con las maletas de la banda en su interior. Una vez en los elevadores, presionó el botón y esperó el arribo de uno de los cubículos.

Cuando las puertas doradas y bruñidas del ascensor se abrieron, con una calma imperceptible por el grupo, las miradas de Shuichi y Yuki se encontraron nuevamente.

Nadie se esperaba ese encuentro, ni siquiera el mánager de Yuki, quien le acompañaba al interior del cubículo. Todo quedó en su sórdido y perverso suspenso que se manifestó en el rostro pálido y abatido de Shuichi.

—Tomaremos otro —anunció Hiro al ver el estado de Shuichi, quien no apartaba los ojos de los de Yuki.

—No —contestó K, indicándole al botones que ingresara a la amplia cabina.

—K, esto es muy cruel de tu parte y muy desagradable —protestó Hiro mientras ingresaban al cubículo.

—Tenemos que tomar un vuelo, y no tenemos tiempo para perderlo con niñerías.

Shuichi, ajeno a toda discusión, observaba a Yuki a través del reflejo de las bruñidas paredes del ascensor; sus paredes de espejos le permitían maravillosamente distinguir sin problema alguno la silueta de Yuki y su mirada fija, oculta tras gafas de sol, sobre él. Su corazón se oprimió y ocultó instintivamente la sortija puesta aún en su dedo anular izquierdo. La conmoción le obligó a romper el contacto visual del hombre que tenía grabado en la piel y en su corazón estremecido y presuroso, y contuvo el pujante llanto en sus atribulados ojos.

El ambiente dentro del ascensor era muy espeso y tenso; casi tanto como para ser cortado con el filo de un cuchillo. Y la lentitud del descenso hasta el piso dos del subterráneo no ayudaba demasiado. Hiro no dejaba de sacar chispa por los ojos, y Yuki no dejaba de observar con mal disimulo a Shuichi, clavando su potente mirada en él.

¿Por qué no aclararon nada? ¿Por qué dejaron todo en nada? ¿Por qué no hablaron los dos a solas para solucionar el mal entendido? Para ninguna de esas preguntas Yuki encontraba respuesta. Rebuscó durante una hora, encerrado en su dormitorio, alguna luz, alguna sugerencia que le sirviese para darse el ánimo de hablar con Shuichi y explicarle el porqué lo mejor era separarse. Había pensado incluso en la posibilidad de seguir con esta locura, con esta farsa, pero por más que lo meditaba, más incoherente e insólito le resultaba, pues por mucho que le atrajera Shuichi, por mucho que le gustara y deleitara su presencia, lo de ellos era simplemente imposible.

Las puertas del elevador finalmente se abrieron, y los primeros en salir fueron el equipo de Bad Luck. El resto, descendió con prisa del cubículo y tomó rápidamente rumbo a la camioneta que los esperaba aparcado en uno de los espacios exclusivos del hotel, para dirigirse al aeropuerto McCarran.

—Démonos prisa, Eiri —habló Seguchi. Lo único que quería era salir de allí lo más rápido posible para burlar a la prensa que los esperaba a la salida del hotel.

—¡¿Por qué me dejas así?! ¡¿Por qué no das la cara y me enfrentas?! ¿Tan cobarde eres, que después de estar conmigo, huyes sin darme explicaciones?

Fuera de todo pensamiento premeditado, Shuichi se atrevió a levantar la voz y llamar a Yuki. Su voz había resonado potente por todo el recinto subterráneo.

Yuki, a sólo un paso de abordar la camioneta, se detuvo y volvió su rostro fríamente hacia Shuichi, viéndolo a través de sus oscuras gafas de sol. Seguchi intentó detenerlo y persuadirlo para que subiera al vehículo, pero Yuki simplemente no le hizo caso; no después que un cantante chillón como Shuichi lo humillara de esa forma.

Dando cinco zancadas sobre el frío asfalto, Yuki avanzó hacia Shuichi, pero se detuvo a una distancia lo suficientemente prudente porque vio las miradas agresivas y desafiantes de sus «perros guardianes».

—Yo a ti no tengo nada que explicarte —bramó—; lo que pasó, pasó. No hay otra explicación que esa —añadió arrogante y lleno de hostilidad.

Shuichi le miró angustiado.

—Te aprovechaste de mí —musitó, intentando mantener el control de su cuerpo que no paraba de sacudirse por la conmoción y la adrenalina.

—Ambos nos aprovechamos de la borrachera del otro. Fui un idiota al dejarme embaucar por tu cara de niño bonito, pero por suerte el matrimonio no es válido. Así que ya eres libre de hacer lo que quieras.

Shuichi, lastimado por la agresividad de esas palabras y, movido por la rabia y el despecho, se quitó bruscamente el anillo y se lo arrojó a Yuki, golpeándolo directamente en el pecho.

—¡Entonces quédate con esa mugre porque no la quiero! ¡Me arrepiento y me arrepentiré siempre de haberte conocido y haberme casado contigo! ¡Eres de lo peor! ¡Te odio!

No esperó una respuesta por parte de Yuki; dio media vuelta y se dirigió al vehículo que lo llevaría al aeropuerto, dejando a la comitiva de Yuki pasmada por sus duras palabras y perpleja por su brusca reacción.

—Eiri —habló Seguchi. Tocó su hombro y le indicó que era tiempo de marcharse del hotel.

Yuki aguardó unos momentos. Dirigió su vista al suelo y vio, con un aire de menosprecio, la sortija que Shuichi le arrojó.

Ambas camionetas, de distinta marca y modelo, salieron del aparcadero subterráneo del Hotel Monte Carlo, burlando estoicamente a la prensa. El destino de ambos vehículos era llegar al lujoso Aeropuerto Internacional McCarran, situado a pocas millas del rimbombante hotel. Shuichi yacía sentado en un rincón, contra la ventanilla; callado y sumido en sus pensamientos. Contemplaba el dedo que sólo segundos atrás portaba el anillo que Yuki le había entregado y su corazón, a cada latido, inevitablemente se oprimía. Una lágrima traicionera rodó por su pálida mejilla hasta morir en el dorso de su mano izquierda. Sentía el pecho vacío, como si le hubieran arrancado el corazón, dejando en su lugar un hueco profundo y espeso.

Su mente turbada, poco a poco comenzaban a evocar los recuerdos de anoche. Y debido a ello, el llanto pugnó por emerger de su garganta. Con amargura secó su mejilla y esperó a que su corazón sanara, aunque le parecía prácticamente imposible.

«Quiero olvidarte... pero ya te echo de menos...».

 

 

Llegando finalmente al aeropuerto, tras burlar el asedio periodístico apostado en las puertas del recinto, Yuki y Shuichi, y sus acompañantes, descendieron de sus respectivos vehículos. Les resultaba muy incómodo tener que verse aunque sea a metros de distancia, porque sus mentes confundidas les jugaban muy malas pasadas. En reiteradas ocasiones sus miradas se encontraban de manera fugaz, pero rompían rápidamente el contacto; sus corazones no soportaban la presión de los sentimientos.

Ninguno de los dos lograban dimensionar el porqué estaban sufriendo o por qué estaban tan confundidos. Lo uno que parecía ser cierto era el hecho que ambos no parecían estar del todo arrepentidos de haber compartido la misma cama y el mismo sentimiento la noche anterior.

Sentado en una de los escabeles del aeropuerto, Shuichi aguardaba pacientemente mientras K realizaba los trámites pertinentes de abordaje. A pocos metros de distancia, Yuki se perdía junto a su comitiva por el sector VIP de la sala de embarque para abordar su Jet privado. Shuichi, echando una última mirada frugal hacia dicho sector, fue consciente que no iba volver a ver a Yuki nunca más.

—Oye... —habló Hiro. Se sentó a su lado y le ofreció una soda, la cual, Shuichi recibió sin tomarse la molestia de abrir—. ¿Estás arrepentido de haber contraído matrimonio con Yuki Eiri? ¿Lo que dijiste fue en serio?

Shuichi lo miró con molestia.

—¿Por qué me preguntas eso?

—Porque te conozco —contestó, reclinándose sobre el asiento en el cual se encontraba mientras distraía su mirada con las personas que transitaban por el lugar—. Eres de los que hace las cosas sin pensar, pero eso es porque las haces escuchando tu corazón. Y sé bien, que a pesar de lo borracho que estabas anoche, te casaste con Yuki Eiri porque realmente lo querías. No le veo otra explicación al asunto —Volvió su rostro a Shuichi, y éste desvió su mirada al suelo de loza moteada—. Si tanto lo quieres, deberías decírselo; no creo que él haya hecho todo este alboroto sólo para burlarse de ti. También está en juego su imagen.

—Él no hizo nada —contestó Shuichi, conteniendo el nudo en su garganta—, no le importó que el matrimonio fuese inválido; le da lo mismo lo que me pase. No me quiere... —Su voz se quebró ante esas últimas palabras. Cerró sus puños sobre la tela de su pantalón y contuvo la respiración para aplacar el llanto que le amenazaba.

—¿Se lo preguntaste? ¿Te dijo él a caso que no te quiere? —Shuichi se atrevió, esta vez, a dirigir su mirada al rostro de Hiro, quien le regaló una condescendiente sonrisa—. Deberías preguntarle lo que siente, tal vez así puedas cambiar esa cara de pescado que traes desde que salimos del hotel.

—Hiro~

Shuichi dejó que Hiro revolviera sus cabellos, como comúnmente solía hacerlo, antes de ponerse de pie para ir corriendo a la sala de embarque y hablar con Yuki antes que abordara su jet.

—¿A dónde fue? —preguntó Fujisaki, acercándose con una soda en su mano, mientras veía cómo Shuichi se perdía entre la multitud.

—Fue a preguntarle algo a su marido.

Shuichi corrió y esquivó cuanto obstáculo se cruzó en su camino. La loza para el abordaje de Jets privado quedaba en el otro extremo del aeropuerto. Y al cabo de cinco minutos de insufrible carrera, Shuichi llegó al salón de embarque VIP en dónde sólo se podía ingresar con un permiso especial.

—Lo siento, no puede pasar —habló el guardia, encargado de revisar y verificar los permisos de abordaje.

—¡Necesito hablar con alguien! —exclamó Shuichi con el percho agitado.

—Lo siento, necesita un permiso especial.

—¡Pero soy muy famoso, no me puede prohibir entrar!

—No puede entrar mientras no me muestre su credencial.

—¿Credencial? ¡No soy periodista, maldita sea! —chilló exaltado.

—Yo me haré cargo —habló de pronto Seguchi, tras aparecer por uno de los corredores del piso.

—Señor, por favor, necesito hablar urgente con Yuki —pidió Shuichi.

—¿Se le olvidó arrojarle algo más? —preguntó Seguchi con talante mordaz—. Tenga en cuenta que mi representado perfectamente podría demandarlo por daños morales.

—¡Pero si no le hice nada!

—Humillación pública; es perfectamente una acusación que podría manchar su carrera como cantante, Shindou-san.

—Pero...

—Ya suficiente problemas ha causado. Le pido que no se acerque más a Eiri y lo deje en paz. Usted le  dejó muy claro que no quiere tener nada que ver con él.

—Es que yo...

—Márchese por donde vino y olvídese de Yuki Eiri.

—¡No! —masculló Shuichi; finalmente había perdido la paciencia ante la majadería de Seguchi—. ¡No me moveré de aquí hasta que ese idiota me diga a la cara que no me quiere!

—No tengo ningún problema en responderte, mocoso —soltó Yuki, apareciendo repentinamente en la escena. Caminaba con más petulancia que otras veces y su mirada reflejaba resentimiento y frialdad.

—Yuki... —El corazón de Shuichi dio un súbito salto en su pecho. Las mejillas se arrebolaron de calor y su cuerpo se sacudió.

Yuki se plantó frente Shuichi y mostró el acta de matrimonio. Ante sus expectantes ojos, partió el documento en dos.

—Con esto creo que te queda más claro lo que significas para mí.

Shuichi quedó en shock. Simplemente no podía creer lo que sus ojos veían. Estos se abrieron como dos grandes platos y se escaparon dos traicioneras y amargas lágrimas.

—Y te agradezco que me hayas devuelto el anillo, así podré venderlo y recuperar el dinero perdido. Ahora... déjame en paz.

Yuki dio media vuelta y, por el mismo lugar por el que apareció, caminó y desapareció al doblar por un pasillo, dejando a Seguchi unos cuantos pasos atrás, y a Shuichi, completamente destrozado.

—Que tenga un buen viaje, Shindou-san —señaló Seguchi, retirándose de igual modo para seguir los pasos de Yuki.

Shuichi quedó a solas, estático, con los pies clavados al suelo alfombrado en un oscuro color azul. Sin decir ni hacer nada más al respecto, giró sobre sus talones y regresó al sector de embarque que le correspondía tomar. Tanto Hiro como Fujisaki le esperaban ansiosos, y se llevaron una gran —y no  muy agradable— sorpresa al ver su rostro completamente pálido e inexpresivo.

Hiro intentó preguntar qué sucedió con Yuki, pero Shuichi se negó a responder cosa alguna. Ubicándose en el mismo lugar en el cual se encontraba minutos antes de ir por Yuki, Shuichi permaneció con la mirada perdida en un punto intrascendente del suelo de loza moteada.

K interrumpió e indicó que ya era hora de tomar el avión. Sin preguntar u oponer objeción alguna, Shuichi abordó su vuelo y regresó a casa, con el corazón mutilado, con el alma desgarrada y las ilusiones deshechas y apuñaladas.

Llorando en silencio, Shuichi deseó no haber conocido a Yuki ni haber sentido por él algo más que pasión.

 

 

«El tiempo cura las heridas». Esa era la típica frase que las personas usaban normalmente para autoayudarse y aceptar sus miserias. Pero la verdad era muy distinta a lo que se pensaba o pretendía creer; jamás se lograba olvidar o superar por completo el dolor. A lo largo de la vida de cada individuo, estos buscaban con ansiedad vías despejadas para aprender a sobrevivir con el sufrimiento; a llevarlo a cuestas, a convivir con él sin importar cuánto tiempo les tomara, o cuántos años sucedieran. Lo único verdaderamente cierto era que cuando un corazón salía lastimado en un evento importante, éste jamás curaba por completo sus cicatrices, jamás se recuperaba, jamás olvidaba... y Shuichi ahora lo sabía.

Pasaron dos estaciones, las cuales le resultaron interminables e insufribles. Sumido en su trabajo, logró salir adelante, sobreviviendo por inercia, por instinto y por el incondicional apoyo de sus amigos que un mes después de tomar el avión en Las Vegas, supieron lo que Yuki le dijo e hizo en el aeropuerto.

Hiro fue uno de los primeros en querer salir en busca de Yuki para partirle la cara a golpes, pero todo quedó en nada; el principal foco de atención era Shuichi. Todos lo veían mal, y sabían que lo que había sucedido en Las Vegas lo marcaría de por vida. Porque por muy poco que hubiera durado ese matrimonio, por muy ingenuo que Shuichi había actuado en esa noche, lo que había sentido y hecho con Yuki había sido puro, verdadero y sincero.

Shuichi parecía haber superado el dolor; había dejado a un lado ese sentimiento para dedicarse a lo suyo, a su carrera; a su pasión por la música. Semanas después del acontecimiento en Las Vegas había vuelto a sonreír y a disfrutar de los pequeños detalles que le rodeaban. La prensa había dejado de insistir por su pseudorelación con Yuki Eiri luego de explicar que todo se había tratado un absurdo mal entendido; después de eso, su vida había continuado sin la presión y el asedio periodístico que no lo habían dejado ni a sol ni a sombra durante cuatro semanas.

—Shuichi, ¿quieres que te acerque al metro? —preguntó Hiro mientras salían del estudio de grabación en donde diariamente trabajaban para la producción de su nuevo disco.

—No gracias, hoy quiero caminar un poco. Me hace falta un poco de aire. Además, hoy tienes una cita con esa chica, ¿o me equivoco?

—Eh... sí. —El rubor se apiñó tímidamente en las mejillas de Hiro—. Y ya estoy muy atrasado. —Aceleró el paso para tomar el ascensor—. ¡Deséame suerte!

—¡Suerte~! —gritó Shuichi, despidiéndose de Hiro con un aspaviento divertido hasta que se perdió tras las puertas del ascensor.

Una vez a solas, Shuichi se acercó a uno de los baños del piso para refrescar su rostro. Estaba cansado; el día había sido muy movido gracias a las exigencias de K, pero estaba satisfecho por sus logros y los esfuerzos que había hecho durante esta última temporada, logrando cosechar muy bueno frutos.

Sus intenciones eran salir a caminar un poco, pese al frío que se dejaba sentir a esas horas de la noche en la ciudad. Procuró abrigarse para no pillar un resfrío; no podía darse ese lujo estando a prontas de sacar un nuevo disco. Envolvió su cuello con la hermosa bufanda que Hiro le obsequió para su cumpleaños, se puso el chaquetón y lo abotonó camino al ascensor.

Si bien Shuichi tenía un poco de sueño, su mente trabajaba de todas maneras; en nuevas ideas para sus canciones y nuevos proyectos de vida. Pensaba que podría tomar un curso de conducción y tener un auto; podría remodelar su departamento e incluso comprarse un perro, o un hurón; le fascinaban esos animalejos traviesos.

Tan enfrascado estaba en sus pensamientos, que no se percató de lo rápido que había arribado al vestíbulo del edificio. Las puertas del ascensor se abrieron y Shuichi bajó con descuido, impactando de de frente con una persona pretendía subir precipitadamente al elevador.

—L-Lo siento, yo... —Las palabras murieron en sus labios, al ver que la persona con la que había chocado era exactamente la misma por la cual llevaba llorando todas las noches desde hacía seis meses.

Su corazón dio un brinco y perdió incluso la noción del tiempo y espacio. Claras imágenes de momentos no muy lejanos abordaron su cabeza; en cada una de ellas, el rostro de Yuki se hacía presente de manera intensa, removiendo sentimientos enterrados y abandonados. La forma en la que se acababan de encontrar le parecía a Shuichi completamente irreal e incluso una suerte de broma de un muy cruel gusto.

Y como si hubiese sido zarandeado bruscamente de los brazos, su mente volvió a la realidad. Sus labios se sincronizaron con su pensamiento y consiguió gesticular la primera palabra que abordó su cabeza.

—Yuki...

Por un momento, Shuichi había creído tontamente que todo estaba superado; que había logrado dar vuelta la página y comenzar de nuevo. Pero al estar frente a Yuki, reviviendo en su cuerpo una vez más el poder de sus ojos, el sabor de sus labios, el calor de su cuerpo, la intensidad de su respiración y la delicia de sus palabras, sus sentidos se aturdieron y no pudo hacer más que verlo fijamente sin moverse.

Yuki, de igual manera, perdió el habla, pero no la suficiente consciencia como para quedar igual de azorado que Shuichi. Le resultaba completamente extraño encontrarse con el chiquillo atolondrado que tantos dolores de cabeza le había provocado desde su encuentro en Las Vegas. ¿Qué tenía que estar haciendo allí? Simplemente no lo entendía. Y movido por la curiosidad se atrevió a romper el silencio que durante fracciones de segundo se había apoderado de los dos.

—¿Qué haces aquí? —dijo con parquedad.

Shuichi reaccionó ante su voz, y se movió lo suficiente como para apartarse de su contacto y calor. Las puertas del elevador se cerraron; Yuki no alcanzó a abordar el cubículo.

—Yo... yo trabajo aquí —logró articular. Yuki, que en esos momentos se encontraba solo, no pudo creer lo que Shuichi le contestaba. Alzó con astucia sus cejas y sus labios se curvaron en un rictus poco modesto.

—¿No será que aún no superas lo de nuestro desastroso matrimonio y por eso me andas siguiendo?

Shuichi sintió cómo la herida de su pecho era removida, arrancando las costras de su cicatriz. Empuñó sus manos y su cuerpo se vio preso de una severa convulsión, reflejando todo su dolor y amargura en sus ojos cargados de lágrimas sin derramar. Movido por la ira y su bien acostumbrado arrebato, alzó su mano derecha y le propició una violenta bofetada a Yuki. El estruendo repercutió en el recibidor, lo que llamó la atención de quienes pasaban casualmente por el lugar.

La aglomeración se hizo inmediata; la prensa siempre estaba a la espera de «algún notición» qué robar y mostrar morbosamente a la audiencia fiel, más aún si se trababa de celebridades tan importantes como lo eran Yuki Eiri y Shindou Shuichi.

Ambos artistas al verse expuestos al flash de las cámaras y el lente de las cámaras de la prensa amarillista, decidieron en mutuo acuerdo tomar el primer ascensor que se abrió para ellos, consiguiendo escapar de los periodistas y paparazzi que aguardaban en las afueras de la casa discográfica en donde Shuichi trabajaba.

Los reporteros y camarógrafos no dudaron en seguirles el paso a Yuki y a Shuichi, pero una escolta especial, comandada por K, les impidió siquiera usar las escaleras de emergencia del lugar. Apuntando con armas de fuego al hostigoso grupo periodístico, amenazaron con disparar a matar a todo aquel impertinente que osara interrumpir y molestar a la pareja, que tenía que aclarar ciertas cosas después de tanto tiempo.

 

 

El ascensor se detuvo en el piso cuarenta del edificio; el último. Las puertas de acero bruñido se abrieron y tanto Shuichi como Yuki avanzaron raudos por unas escaleras que conducían directamente a la azotea del recinto. Shuichi, que desde que abordaron el elevador no pronunció palabra alguna, caminó rezagado tras de Yuki para salir a la terraza y allí ocultarse del asedio periodístico. Al menos por unos momentos.

El frío insoportable hizo que Shuichi se estremeciera y envolviera con apego a su chaqueta y bufanda que flameaba con fuerza ante cada ventisca. Yuki en cambio, lucía incauto, altivo y gallardo; como siempre. Un abrigo negro de costosa y fina tela lo protegía del viento polar que azotaba la ciudad a esas horas. No precisaba de bufanda alguna; un sweater del mismo tono de su chaquetón, con cuello largo, lo cubría perfectamente, resaltando sus rasgos finos y perfectos.

Casi estratégico y sincronizado, las miradas de ambos se encontraron, permaneciendo fijas la una a la otra. Intentaban revivir aquella reminiscencia que los había llevado a cometer una locura de amor en Las Vegas, pero que finalmente había sido el peor error de sus vidas.

Shuichi titubeó, y terminó por romper el contacto visual al sentir cómo sus ojos picaban y su corazón suplicaba por clemencia y desahogo. Yuki parecía esperar una explicación por la bofetada que aún repercutía en su mejilla colorada por el impacto.

Dio un paso hacia el frente.

—Pegas como niña —soltó. Su intención era «tantear el terreno» y ver la reacción de Shuichi.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Shuichi, dolido por sus palabras y por lo que hizo en el aeropuerto—. ¿Viniste para burlarte nuevamente de mí?

—No seas tan egocéntrico, mocoso. No vine a verte, si eso es lo que piensas. Tengo cosas mucho más importantes qué hacer, que estar buscándote para burlarme de ti —soltó Yuki con una hostilidad absorbente.

—¿Entonces qué haces aquí?

—El dueño de la discográfica me mandó a llamar; quiere hacer negocios.

—¿Y qué tienes que ver tú con la música?

—Eso no es asunto tuyo —respondió Yuki cortante y hostil, lastimando aún más el corazón de Shuichi.

Guardaron silencio unos minutos, mientras el frío comenzaba a ganar cada vez más terreno.

—Dime... —habló Yuki—. ¿Sigues dolido por lo que te hice? —Shuichi lo miró fijamente, pero sus amatistas temblaban. Inevitablemente, las lágrimas manaron de sus ojos y comenzaron a rodar sin permiso por sus mejillas, fundiéndose rápidamente con el viento. Yuki no perdió detalle de ese sublime momento. —Veo que sigues dolido.

—Fuiste muy cruel conmigo —confesó Shuichi con la voz quebrada; urgía por llorar, pero no quería mostrarse vulnerable ante Yuki. No podía.

—¿Y tú no? —preguntó desafiante—. Me aventaste la sortija que te di. ¿No crees que eso fue muy cruel también?

—¡No es lo mismo!

—¿Y qué te hace pensar que no?

—Porque tú me dijiste muchas cosas hirientes. Viste lo nuestro sólo como diversión, pero yo...

—¿Tú qué? —Yuki moría por escuchar confesión de Shuichi, pero dudaba que a estas alturas tuvieran algo de valor e importancia.

Shuichi respiró profundo y mantuvo cerrado los puños para darse valor y fuerza. Alzó el rostro y posó su trémula mirada en los ojos penetrantes de Yuki. Y sentía latir su corazón con la misma intensidad y fuerza que en aquel entonces.

—Cuando chocamos en el ascensor del hotel... yo... desde ese instante empecé a pensar en ti —confesó—. Me pareciste tan guapo, a pesar de que en aquel entonces me consideraba heterosexual. —Su voz era a penas un susurro, pero se lograba escuchar con claridad cada una de sus palabras—. Luego... al hablar en el jardín, tú mostraste esa antipatía tan insoportable que terminé por decepcionarme y quise olvidar lo que me provocabas cada vez que pensaba en ti o te veía.

Sus labios se curvaron en una sonrisa amarga.

—Pero por más que quise evitar lo que sentía, simplemente no pude. Te empecinaste en cruzarte en mi camino tantas veces, en fastidiarme, que al final... lograste conquistarme.

—¿Esto es una confesión? —preguntó Yuki con curiosidad, aunque su apariencia era simplemente parca y altanera.

—Tómalo como quieras —contestó Shuichi—, pero no quería seguir callándome esto que tengo en el corazón. —Se llevó la mano izquierda al pecho y apretó firmemente la tela de su chaqueta.

—Tú también me pareciste muy lindo cuando te vi en el ascensor —confesó Yuki, eliminando poco a poco la distancia que existía entre Shuichi—. Quise poner a prueba mi resistencia y ver si conseguía divertirme un rato; eso no te lo voy a negar. —Shuichi lo taladró con la mirada. —Pero después de conocerte mejor, de conversar contigo, me di cuenta de lo mismo que tú. Y todo lo que te dije antes de casarnos fue de verdad. —Un paso más, y la distancia que los separaba desapareció. Yuki situó ambas manos sobre los brazos de Shuichi y buscó su mirada. —Nuestro matrimonio no se ha anulado.

Shuichi levantó rápidamente el rostro. Sus sorprendidos ojos se encontraron con la mirada sincera de Yuki. No parecía mentirle.

—¿D-De qué estás hablando? ¡Rompiste el certificado en mi cara! ¡No puedes estar hablando en serio!

Yuki sonrió ante la ingenuidad de Shuichi.

—¿Qué cuesta sacarle copia a un documento? —Shuichi parpadeó confundido. —Lo que rompí delante de ti fue una copia; el certificado original de nuestro matrimonio lo tengo muy bien guardado en mi casa.

—Pero... aun así no es válido. No nos casamos con testigos —señaló Shuichi con un claro pesar.

—¿Crees que eso importa? —Shuichi negó dubitativo. —Tengo el poder suficiente como para hacer válido hasta lo más falso de este mundo. Un simple papel no es un gran desafío. Y mi mánager se ha encargado de eso todo este tiempo.

—Yuki...

—Te mentí cuando dije que lo nuestro no fue más que algo producto de una borrachera. Recuerdo cada detalle de lo que hicimos esa noche. No lo he podido olvidar...

Shuichi dejó que sus lágrimas fluyeran. Las palabras de Yuki las sintió en su cuerpo como una oleada poderosa de calor. Su piel se estremeció y el aliento se hizo de pronto insuficiente.

—Durante estos seis meses sin verte —articuló Yuki—, me di cuenta que fue un error haber dejado que nuestro matrimonio no se hiciera válido y que todo terminara mal. —Shuichi sentía que sus piernas comenzaban a flaquear. —Desperdiciar tanto tiempo sin ti me ha pesado hasta hoy... y hasta ahora. Y también te mentí cuando dije que vine a hacer negocios con el dueño de tu disquera; vine a buscarte.

—¿Qué?

—Seguchi, mi mánager; él planeó todo esto con el tuyo.

—¡¿Qué?! ¡¿Con K?! ¡¿Pero cómo?! —exclamó Shuichi.

—¿Cómo crees que consiguieron tu pasaporte para redactar el certificado de matrimonio?

—¡Se... han burlado de nosotros todo este tiempo! ¡¿Por qué lo hicieron?! —chilló.

—Porque vieron que nuestra unión sería beneficiosa para nosotros —contestó Yuki con una perfecta calma. Sin embargo, sus manos temblaban sobre los hombros de Shuichi.

—K me va a oír —gruñó Shuichi—. Me vio llorar tantas veces por culpa de esto, y resulta que él lo planeó todo con tu mánager. ¡No se lo perdonaré!

—En realidad, el que planeó todo fui yo. Recuerda que yo te propuse matrimonio. Seguchi sólo se aprovechó de la idea para generar más dinero a costa nuestra.

—Son muy crueles, nos hicieron sufrir a los dos —sollozó Shuichi.

—No pensaron que nosotros reaccionaríamos tan mal al estar ebrios esa noche. Pero sí sabían que tarde o temprano los dos nos reencontraríamos nuevamente.

Shuichi sonrió nervioso y lleno de ilusión. Las manos de Yuki viajaron hasta sus mejillas y las sujetaron con una ternura tan sublime que llenó de calor su corazón. Se contemplaron en silencio, embargados por la emoción del momento. Finalmente y, después de tanto tiempo, sus miradas volvían a reencontrarse como aquella noche en la que sus cuerpos se habían entregado por entero.

Yuki humedeció sus labios en un movimiento sutil con su lengua. Pero no se acercó aún a Shuichi; todavía tenía cosas por decir.

—¿Cuál es tu decisión de todo esto? ¿Qué harás ahora? —Shuichi se estremeció entre sus manos y sus labios temblaron. No sabía qué decir ni tampoco qué hacer. La pregunta de Yuki lo había aturdido y asustado, porque por más que hubiera llorado en las noches por su ausencia y por su burla, dar un paso importante en su vida conllevaba muchos cambios, fueran estos para bien o para mal. —Si no quieres hacer válido nuestro matrimonio...

—Yo sí quiero... ¡sí quiero! —confesó Shuichi con voz atropellada—. No mentí cuando dije Sí en el altar, Yuki. —Un sollozó agitado escapó de sus temblorosos labios—. Pero sufrí tanto que... tengo miedo que vuelva a pasar. De que esto no resulte.

—¿Y por qué no va a resultar? ¿A qué le tienes miedo?

Shuichi veía fijamente a Yuki, pero no se atrevía a responderle con la verdad. Temía hablar a través de su corazón y quedar vulnerable.

—Tengo miedo... porque te amo. Te amo mucho, y no quiero que me dejes —dijo al fin, permitiendo que un gran peso marchito en su corazón se marchara lejos.

Yuki sonrió, le resultaba imposible no hacerlo; había deseado tanto oír esas palabras. Su orgullo le había impedido confesarse primero, por lo que había querido tantear el terreno primero antes de lanzarse, sin embargo, Shuichi terminó por adelantársele. Ahora... eso le permitía avanzar seguro por el nuevo sendero que había decidido emprender con Shuichi a su lado.

—Eso era lo que quería oír... —confesó—. Oírte decir te amo; lo que esperé por tanto tiempo. Y ahora que lo has dicho me siento más tranquilo.

—¿«Tranquilo»? —repitió Shuichi—. ¿Tranquilo para qué? —preguntó confundido.

—Para decirte que yo también te amo. —Shuichi sintió el suelo desaparecer bajo sus pies. Creyó morir en ese preciso instante, por lo que Yuki tuvo que sujetarlo levemente para que no perdiera el equilibrio y pasara directo al suelo. —Y ya que estamos casados, no legalmente aún, podemos seguir juntos y esperar hasta mañana para firmar el certificado y hacer lo nuestro oficial —argumentó Yuki.

Las mejillas de Shuichi se tiñeron con un agudo color carmín. Las emociones las tenía a flor de piel.

—Pero... ¿tú quieres eso? —El temor se manifestó en su temblorosa y acuciosa voz.

—Si te escogí como la persona para pasar el resto de mi vida, es por algo.

Una nueva oleada de rubor se adueñó de las mejillas de Shuichi, lo que fascinó a Yuki, quien no dudó en sujetarlo de la cintura y atraerlo firmemente a su cuerpo.

—Yuki... yo... yo... —Shuichi no lograba articular las palabras; estas se enredaban en su labios.

—Cállate y bésame, baka.

Yuki no esperó que Shuichi reaccionara; éste parecía demasiado aturdido como para moverse por su cuenta, por lo que apegó sus cuerpos con intrépida vehemencia y capturó sus labios con una necesidad que se dejó sentir en los dos. Ambos jadearon presos del fuego que se desató en sus corazones ante el primer contacto de sus labios y luego de sus lenguas, que ansiosas se unieron y danzaron frenéticas por tanto tiempo de abstinencia. Shuichi se dejó envolver por el abrigo que Yuki complacientemente rodeó contra su cuerpo, y allí siguieron presos de esa pasión que no había muerto a pesar del tiempo que habían estado distanciados.

Sus bocas hambrientas, sus labios presurosos y sus lenguas acopladas en un solo encuentro hicieron que el tiempo huyera lejos y se volviera insubstancial.

Sus labios se replegaron un instante, pero sin romper el contacto, para acaparar aire y continuar.

—Oh, Yuki... —jadeó Shuichi tras separarse muy agitado de los labios de Yuki, pero sin romper el exquisito contacto—. Ya no tengo la sortija —dijo con tristeza y vergüenza por habérsela arrojado aquella vez.

—No te preocupes. —Yuki sacó la misma argolla de su bolsillo y se la enseñó. La deslizó por su dedo anular izquierdo, de la misma manera como cuando se casaron y dijeron Sí ante el comisionado civil. —La recogí cuando me la aventaste. Era el único recuerdo que me quedaba de ti.

—¿El único? —preguntó Shuichi con una pueril expresión de ofensa debido a su comentario. Detuvo su atención en la sortija que relucía en su dedo y la contempló con fascinación, pues simbolizaba un nuevo rumbo en su vida.

Yuki sonrió ante ese brillo e ilusión intenso en los ojos de Shuichi. Adoraba sus ojos.

—Bueno, no el único —dijo. Se le acercó sensualmente y le susurró en el oído. Su aliento cálido chocó contra el cuello de Shuichi—. Tengo también muy buenos recuerdos de tu cuerpo... —Inclinó su cabeza y sus labios húmedos rozaron exquisitamente su piel—. Ese exquisito cuerpo que recorrí por completo con mis manos y mi boca.

—¡Yuki~!

Shuichi se ruborizó hasta la orejas. Su pecho lo sentía a punto de estallar, preso de la excitación.

—¿De qué te extrañas? Esa noche fue inolvidable. Y... me encantaría repetirla. —Su voz, similar a la de un ronroneo, estremeció a Shuichi, quien no pudo evitar sacudirse entre los brazos que firmemente le sujetaban.

—¿Lo dices de verdad?

—Mi departamento queda a veinte minutos de aquí.

Shuichi sintió su cuerpo arder con la sola idea de imaginarse estar nuevamente unido a Yuki, piel con piel, por lo que sin negarse a semejante propuesta, se tomaron de la mano, como aquella noche en Las Vegas, cuando el alcohol les había hecho caer presos en el sopor sus verdaderos sentimientos, y bajaron de la azotea del edificio. Subieron al auto de Yuki y partieron rápidamente al penthouse donde celebrarían su reencuentro y reconciliación.

Partieron a prisa, dispuestos a dejar atrás el pasado. Comenzarían de cero, emprendiendo una nueva vida, un nuevo camino, un nuevo futuro; como esposos...

 

FIN

 

Notas finales:

Espero les haya gustado esta chiflada reedición y no me linchen por haber quitado el lemon (para quienes leen por primera vez esta bizarra historia: en su primera publicación tuvo alrededor diez hojas de puro sexo explícito. ¡Jesús, que enferma estaba!). Tanto sexo hace daño. Pero si aun así, después de leer casi 35 planas, se quedaron con las ganas de escenas sexosas innecesarias y mata-neuronas, mejor veánse una porno, supongo que eso las calmará.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).