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Encuentros fortuitos. por Seiken

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Encuentros fortuitos

Capitulo 20.

— Mum-Ra ha sido derrotado.

Le informo con un tono de voz grave, distante, Tygus sonrió con esa clase de sonrisa que nunca alcanza los ojos del perdedor, sino que realza su conmoción, el dolor de saber que sería traicionado por la persona que amaba, a quien se entrego completamente.

— ¿No tienes nada que decir?

Pregunto Leo, como si su sonrisa lo enervara, Tygus no tenía nada que decirle, nada que su amante quisiera escuchar al menos, su cuerpo no hablaba de comprensión, ni de piedad, por alguna razón le recordaba la forma en que se movía esa criatura cuando estaba a punto de lastimarlo, así que simplemente negó con un movimiento de la cabeza que sorprendió a Leo, tal vez esperaba ser maldecido por haberlos liberado del régimen de terror del inmortal.

— ¿Esto es necesario?

Pregunto Tygus mostrándole sus manos esposadas, esperando de todo corazón que Leo lo liberara, que le dejara hablar con él antes de que lo condenara por su lealtad a esa criatura.

— No quiero que huyas.

Fue su respuesta inmediata, era graciosa por qué no podría huir sin importar que tuviera esposas o no, las celdas tenían un campo de energía que lo evitaba y sus soldados no serian abandonados en esa tumba a la merced de los otros animales.

— Sí huyo no podrás condenarme… muy listo, Leo.

Tygus estaba seguro que pronto serian condenados por sus crímenes, no había forma alguna de salvarse, no cuando ellos habían sido los carceleros de los otros animales y su lealtad era incuestionable.

Leo introdujo en ese momento la clave maestra para poder abrir la celda que lo contenía, entro en ella y de pronto Tygus se sintió pequeño, indefenso ante el león que volvía a colocar las barreras energéticas en su lugar.

— ¿Condenarte?

Pregunto confundido, dándole esperanzas a Tygus, quien de todas formas trato de mantener tanta distancia entre Leo y él como esa celda se lo permitía, de pronto se sentía perdido, como si aquello ya lo hubiera vivido antes.

—Porque permitiría que alguien tocara uno solo de tus hermosos cabellos, Tygus.

Leo se detuvo a unos cuantos pasos de su cuerpo, sus ojos azules brillaban en la oscuridad y el tigre podía sentir la energía proveniente de la espada, el ojo del augurio, llamándolo, un escalofrió recorrió su cuerpo al recordar que parte de la energía de esa piedra lo atravesó unas cuantas horas antes, tomando sin que se diera cuenta residencia en su cuerpo.

— ¿A que más has venido entonces?

Leo recorrió su cuello con las puntas de su dedos, donde se encontraba la marca de su mordida, la cual mostraba su posesión, Tygus aparto la mano de su amante sin mirarle siquiera, aun seguía asustado por la mirada que recibió hace apenas unos minutos.

— Quiero recuperar lo que es mío, quiero lo que tú me prometiste.

Leo alejo su mano cuando Tygus volvió a rechazarla, se daba cuenta que estaba asustado y se preguntaba cual era la razón de aquello, su amante no tenía nada que temer en su compañía, la bestia estaba muerta, él lo había rescatado.

— ¿Quieres mi cuerpo?

Susurro Tygus al mismo tiempo que Leo trataba de guiar su rostro en su dirección, necesitaba ver sus ojos dorados.

— Quiero a mi compañero de vuelta.

Tygus se relamió los labios al escuchar esa palabra que debía tener un significado cálido, hacerlo sentir querido y protegido, a salvo, no aquello que Leo le hacía sentir con ese tono de voz posesivo.

— ¿Qué hay de esa pantera? Yo te vi besarla.

Leo sonrió al recordar aquellos besos y el último que tuvieron cuando estaban a punto de chocar contra el hermoso planeta que les daría un lugar donde residir, era soleado, era verde, era todo lo que Tygus quería.

— Pensaba que podría dejarte ir, aceptarla a ella como mi pareja pero apenas pude verte descendiendo de esa nave de caza supe que no podía abandonarte, aunque tú no me ames como a esa criatura se que lo que tuvimos fue hermoso, se que tú me deseas.

Tygus estaba confundido, parecía que Leo hubiera perdido la razón, aun quería tenerlo consigo creyendo que su lealtad era verdadera, seguía pensando que pudo desobedecer las órdenes de esa bestia y que tendría que obligarlo a quererle, que lo forzaría a entregarse a él como esa cosa había hecho.

— ¿Qué ocurrió con Lord Mum-Ra?

Quiso cambiar el sentido de su conversación, hacer que Leo pensara en algo más que en él, debía asegurarse que ese monstruo pudiera morir, que al menos ya era libre de su constante acoso, de su esclavitud.

— No preguntes por él Tygus, Mum-Ra ha sido encerrado, jamás volverá a tocarte.

Leo pronuncio aquellas palabras con una sonrisa que en otro momento lo hubiera hecho sentir seguro, acercándose a su cuello, aspirando su aroma con una expresión de deleite.

— ¿Lo destruiste? ¿Destruiste a Lord Mum-Ra?

Los labios de Leo respondieron besando su cuello, tratando de tener acceso al punto en donde se encontraba en el pasado la marca de su mordida, desgarrando su uniforme cuando tiro de él con demasiada fuerza.

— Ya no es tu señor Tygus, será mejor que lo olvides.

Tygus trago un poco de saliva al sentir los labios de Leo sobre su cuerpo, lamiendo el lugar donde pronto lo mordería, tratando de plasmar su marca en su cuerpo.

— ¿Quién será mi señor ahora?

Pregunto el tigre sintiendo como Leo comenzaba a desabrochar los seguros de su uniforme, al menos la luz estaba apagada, sus soldados no podrían verlos juntos, aunque como si el comandante recordara que no estaban solos repentinamente se detuvo.

— Yo, yo soy tu señor ahora.

Tygus sintió como Leo lo tomaba de los brazos para conducirlo a otra celda, por un momento quiso rehusarse a seguirlo, convencerlo de su lealtad pero sabía que sus soldados dejarían de confiar en él, ellos eran demasiado orgullosos para aceptar que su lealtad por esa criatura inmortal era una condena.

— Ven conmigo Tygus.

Tygus caminó al paso acelerado de Leo, escuchando como su clan trataba de amenazarlo, evitar que se lo llevara, creían que lo ejecutaría por sus crímenes, le juraban que lo pagaría muy caro por su traición, algunos intentaron abrir la celda recibiendo una descarga eléctrica, otros tantos mantuvieron la calma.

— Déjame hablar con ellos primero, podre convencerlos de unirse a ti, Leo no hagas tonterías, comandante espera.

Leo no lo escucho, solo siguió caminando ignorando como los soldados leales a Mum-Ra, los tigres y los pocos que eran de otras razas lo maldecían, creían que mataría a su compañero, pero cuando Tygus aceptara su mando su clan lo seguiría.

— No, Tygus, lo único que deseas es huir.

Su amante no lo escucharía, podría jurarle que lo amaba y que lo único que quiso fue mantenerlo vivo, decirle la verdad como Panthera se lo sugirió, sin embargo, Leo pensaría que solo estaba mintiendo, que trataba de comprar su libertad para poder escapar nuevamente, llevarse a sus soldados, liberar a Mum-Ra.

— No lo hare, te prometo que no lo hare.

Al cerrarse las puertas detrás de ellos por fin estaban solos, Leo escucho sus palabras pero no hizo caso de ellas, le enfurecía esa actuación de buen samaritano, como trataba de salvar la vida de esos tigres, quienes habían destruido un clan sin siquiera pensarlo, sin mostrar piedad o arrepentimiento alguno.

Esos tigres que hicieron de su vida un infierno, que casi logran destruirlo, parecía que lo único en lo que pensaba en ese momento era estar a solas con él, volver a dejar su marca en su cuerpo, destruir el trabajo realizado por su viejo amo.

Leo lo empujo en una celda oscura provocando que Tygus casi callera al suelo, pero lo sostuvo del brazo apresándolo contra la pared.

— Ahora entiendo.

Tygus trato de alejarse pero Leo lo sujeto del cuello con fuerza, le costaba trabajo respirar.

— Las palabras de Mum-Ra, él tiene razón…

Leo acaricio con su otra mano su mejilla, esta vez con delicadeza ignorando que comenzaba a sofocarse.

— La belleza que hay en destruir, en poseer lo que otro ha creado…

Tygus comenzó a temblar ligeramente recordando el día que mato a su primera víctima, como esa criatura lo acorralo en la sala del trono y le dijo que él lo amaba, por eso había asesinado a su maestro, la mirada de color rojo recorriendo su cuerpo acompañando a sus manos que destrozaban su uniforme.

— Tienes razón Tygus, pasaras el resto de tu vida junto a tu verdadero compañero y aunque no tenga el linaje adecuado, yo no sea uno de los tuyos, tú serás mío.

Apenas podía respirar, estaba aterrado y sabía que si trataba de detener a Leo, este lo lastimaría, no tendría piedad ni clemencia, no servía de nada suplicar, pedir que se detuviera, no sirvió la primera vez que ocurrió lo mismo, sólo fue más doloroso.

— Tu cuerpo, tu alma, tu lealtad serán mías.

Los labios de Leo se apoderaron de los suyos mordiéndolos, introduciendo su lengua dentro de su boca, sujetándolo del cabello para que no se moviera, haciéndolo sentir como un cachorro asustado nuevamente.

— ¡No le perteces a él, me perteneces a mí!

Tygus trato de pensar en algo más, perderse en sus propios pensamientos como lo hacía cuando su amo lo tomaba, así era más fácil, pero por mucho que trataba de ignorar las posesivas manos de Leo arrebatándole su uniforme, sus labios apoderándose de su cuello, sus palabras cargadas de odio, no podía hacerlo.

—Comandante…

Trato de pronunciar, siendo silenciado por Leo, quien cubrió su boca con su mano izquierda con suficiente fuerza para que le causara dolor e inmediatamente introdujo dos dedos en su boca.

— Guarda silencio, no quiero escuchar tus mentiras.

Tygus cerró los ojos al sentir los dedos de Leo en su boca y comenzó a lamerlos, eso era lo que se esperaba de él, su viejo amo eso habría querido, el nuevo no podía ser diferente.

— ¡Basta!

Pero este amo no era la criatura de mirada llameante, este era Leo, su dulce león que ahora imitaba a esa criatura milenaria y tratando de alejarlo de su cuerpo mordió sus dedos, suplicando que se detuviera.

La piedra seguía brillando en esa espada maldita, las otras le imitaban en el guantelete, cuya creación estaba encadenada a la destrucción de una galaxia y se dio cuenta que si la espada que portaba su amo era maligna, esta no podía ser diferente, fue creada con sangre, con la muerte de millones de almas, era un ente oscuro que tal vez estaba afectando a Leo de alguna forma.

— Tú no eres así.

Trato de pronunciar pero Leo volvió a besarlo con fuerza, mordiendo su labio provocando que un chorrito de sangre escurriera por su boca, los ojos de Leo se posaron en la sangre y la lamio con lujuria introduciendo sus manos en el interior de su ropa.

Thundercats-Thundercats-Thundercats

Panthera aun no comprendía el cambio que había ocurrido en Leo, su amigo estaba casi enloquecido, esposó a la persona que decía amar y la llevo a una celda aislada, ella creía que lo estaba haciendo por el bien del tigre.

Pero en la reunión que tuvieron con sus aliados fue claro en sus condiciones, se quedaría con la espada, las piedras de guerra y con Tygus.

A nadie le importo, si quería vengarse del capitán para muchos estaba bien, Shen parecía molesto, dijo que todos ellos cometieron actos detestables y que no serían mejores que Mum-Ra si castigaban a los que no formaron parte de la rebelión.

Tykus guardo silencio pero se limito a sonreír, Rezard estaba de acuerdo, debían castigar al líder de los tigres, los demás actuarían por miedo a las represalias, sería un ejemplo perfecto.

Akbar parecía triste, decepcionado al escuchar las palabras de Leo, quien simplemente se levanto sin decir una sola palabra, abandonando esa reunión sin importarle que los otros siguieran tratando de llegar a un acuerdo.

Thundercats-Thundercats-Thundercats

Los gemidos de Tygus podían escucharse por todo el pasillo, una de las manos de Leo acariciaba su sexo al mismo tiempo que con la otra lo mantenía quieto contra la pared, sus labios besaban y lamian su cuello.

Tygus sentía las manos de Leo sobre su cuerpo, parte de su uniforme había sido desgarrado, su coraza estaba en el suelo y sus pantalones apenas le llegaban a los muslos, el comandante no había escuchado sus palabras, no se había detenido cuando le pidió que lo hiciera, en vez de eso rodeo su sexo con su mano derecha, provocando que gimiera, su cuerpo reaccionaba a sus caricias como cada una de las ocasiones anteriores.

— Eres hermoso.

Leo comenzó a acariciar sus nalgas, apretando su cuerpo contra del suyo, Tygus se recargo en su hombro, mantenía sus ojos cerrados, limitándose a sentir las caricias del comandante, tratando de olvidar que esta no era como las otras ocasiones, que este león solo quería poseerlo, no lo amaba ni se preocupaba por sus deseos.

Leo lo cargo sentándose en el suelo, hincándose para poder quitarle las partes faltantes de su uniforme, dejándolo desnudo, recorriendo su piernas separadas con ambas manos, su pelaje era suave, casi como el de un gatito, las rayas que adornaban sus piernas eran delgadas contrastando con los músculos torneados debajo de su piel.

—Perfecto.

Tygus abrió los ojos por unos instantes sintiendo que la energía que las piedras de guerra emitía aumentaba, su don le permitía ver lo que los otros ignoraban, Tigris le decía que nunca había nacido alguien tan poderoso como él, que su don si no podía controlarlo se volvería una maldición y en esta ocasión, se daba cuenta que era verdad, su don era su más grande maldición, porque podía ver le energía manando de las piedras de guerra, como esta influenciaba al comandante de alguna forma, orillándolo a tomar lo que deseaba.

— La espada…

Trato de pronunciar siendo interrumpido cuando Leo lo recostó en el suelo acomodando sus rodillas sobre sus hombros, forzando su espalda en una postura incomoda, sentía que todo el peso de su cuerpo era sostenido por sus brazos, los que comenzaban a dormirse.

— Leo…

Leo beso su abdomen sujetando sus caderas con ambas manos acercándolo a su hombría, por un momento creyó que el comandante lo empalaría de un solo movimiento, sin embargo, se detuvo unos instantes, no había nada que funcionara como lubricante, el león parecía no querer perder tiempo, aun así introdujo tres dedos en su cuerpo, de un solo movimiento.

Tygus se quejo al sentir la intrusión en su cuerpo, la mano de Leo sosteniendo su cadera, sus labios rodeando su hombría y sus dedos abriéndolo en un movimiento de tijeras.

— ¡Basta! ¡Ya basta!

Leo sonrió al escucharlo y se detuvo, lamiendo uno de sus muslos, el que estaba más cercano a su rostro, restregando su mejilla contra este poco después.

Tygus perdió el habla, no entendía como Leo estaba haciéndole eso, porque no lo escuchaba, que había pasado con el dulce león para que no respondiera a sus plegarias, este no era a quien amaba, ni siquiera se le parecía un poco.

— Todo estará bien.

Nada estaría bien y ni siquiera se daba cuenta de eso, Tygus trato de retorcerse para soltarse, pero Leo no lo permitió sujetándolo de las caderas, acomodándose para poder invadir su cuerpo de un solo movimiento.

El tigre se mordió los labios para no gemir al sentir la dolorosa intrusión de la hombría de Leo en su cuerpo, sus dedos encajándose en su piel, el cual lo recibió en su interior con naturalidad, Tygus miro en otra dirección que no fuera Leo.

Unas lagrimas se escaparon de sus ojos cuando los movimientos de Leo aceleraron su ritmo, cuando sus uñas comenzaban a cortar su piel, cuando Leo beso sus labios, introduciendo su lengua en su boca, cada movimiento con lentitud, hasta con delicadeza, como si aquel encuentro fuera planificado por los dos.

Tygus no sabía que era peor, parecía que últimamente no comprendía porque su suerte había empeorado tanto, como cada criatura que conocía parecía volverse en su contra, convertirse en un monstruo que solo deseaba algo de él, a quien no le importaban sus deseos en lo absoluto.

Los embistes de Leo cada vez eran más fuertes, más rápidos, los gemidos de Tygus aumentaban con rapidez, sus labios estaban hinchados, adoloridos, su cuerpo estaba perdido en un mar de dolor y placer.

Su próstata era acariciada sin piedad, sus ojos comenzaban a ver puntitos de colores, su pelaje estaba mojado por el sudor y Leo, los ojos azules de su comandante parecían perdidos, no eran los de un hombre cuerdo, tal vez había perdido la razón.

Leo al sentir que su cuerpo estaba a punto de llegar al orgasmo, que Tygus lo seguiría pronto, mordió el cuello de su compañero con fuerza, provocando que la piel se abriera y un hilito de sangre brotara de la herida, en esta ocasión su marca permanecería en el cuerpo de su amante, ya nadie podría quitárselo.

Tygus trato de separarse al sentir los dientes de Leo sobre su cuello, sintiendo como un poco de sangre brotaba de esa herida, comprendiendo que jamás seria libre, que no había nacido para otra cosa que no fuera obedecer.

Leo permaneció con él durante algunos minutos, mirándolo fijamente, acariciando la piel alrededor de su herida, delineando sus rayas, admirando su cuerpo como quien admira una mariposa o un objeto, así era como se sentía, después de todo Tigris tenía razón, no importaba que promesa le hicieran, siempre era una mentira.

— No tienes nada que temer Tygus, yo voy a cuidarte.

Susurro a su lado, besando su mejilla, quitándole las esposas con un tono de voz parecido al que usaba en el pasado.

— No dejare que nadie te haga daño.

Tygus no dijo nada, solo se limito a observar como Leo se marchaba con una de las espadas gemelas en su cinto, las piedras de guerra brillaban, un aura roja rodeaba el cuerpo del león, Akbar podría explicarle que era esa energía, porque parecía que Leo no podía verla, pero sentándose para comenzar a recoger su ropa se recordó que seguía siendo un esclavo y que la poca libertad que poseía en esa nave se había ido junto con Mum-Ra el inmortal, su nuevo amo no le daría la oportunidad para escapar de su cuidado.

Thundercats-Thundercats-Thundercats

Panthera ingreso en el área de los corrales donde habían dejado a Tygus al no poder encontrar a Leo por ningún lado, pensando que tal vez su amigo cometería una locura de la que se arrepentiría el resto de su vida.

Akbar dijo que un inocente sufriría ese día, que Leo seria traicionado por quien más amaba y tal vez eso era cierto, pero para el elefante a quien más amaba su amigo no era al tigre, sino a él mismo, convirtiendo a Tygus en el inocente que sufriría por esa traición.

Estúpidos elefantes con sus acertijos imposibles, si acaso no podían advertir con claridad lo que veían, porque lo pronunciaban, porque hacían que personas como Leo cumplieran su propia profecía.

Ese anciano dijo que Leo seria traicionado y su amigo le creyó, pensó que Tygus era el traidor, ella lo pensó de la misma forma, pero ese tigre no era como todos lo pensaban, no era fiel a esa criatura, él era el que más ganaba con su derrota, podría ser libre, tener un compañero, un amante.

La celda estaba vacía, los tigres furiosos, tanto que parecía que lograrían liberarse de sus celdas, de pronto una voz controlada llamo su atención, era el tigre blanco, Bengalí.

— El comandante se llevo a Tygus hace más de una hora, si lo mata, prepárense para una guerra.

Los ojos de Panthera se abrieron casi desorbitadamente, Leo se había llevado a Tygus después de reclamarlo como suyo, todo porque ella acepto escuchar las descabelladas palabras del tigre y no le dijo todo lo que sabía a su amigo.

— ¡Maldita sea!

Tygus lo amaba, lo único que deseaba era ser libre, mantenerlo con vida y Leo estaba seguro que su amante era fiel al amo que odiaba, que tendría que obligarlo a permanecer a su lado.

— ¡No! ¡No, no, no, no!

Pronuncio corriendo en esta ocasión, utilizando una computadora portátil que ella siempre traía en un dispositivo parecido a una pulsera, esa máquina le señalaría que celdas estaban ocupadas, cual era la que Leo había utilizado para reclamar a Tygus, esperaba que no de la forma en que tanto temía que lo hiciera.

Thundercats-Thundercats-Thundercats

Tygus termino de vestirse con lo que quedaba de su uniforme, el cual estaba parcialmente desgarrado en el hombro, al menos su coraza cubría la mordida que Leo había dejado en su cuerpo como una marca de propiedad.

Ni siquiera trato de acercarse a los controles de la puerta, no le veía caso, lo único que lograría seria que Leo lo capturara y lo regresara a su celda a rastras, lo único que le quedaba era que Panthera cumpliera su palabra, que los dejara marcharse.

El capitán se sentó en el suelo, su espalda recargada contra la pared, su mirada estaba casi pérdida, enfocada en un punto al otro lado del pasillo, no dejaba de pensar en lo que ocurrió, como Leo había reclamado su cuerpo, tomado algo que él hubiera entregado con gusto.

Era cierto que Leo al derrotar a esa bestia lo rescato de sus manos pero también era cierto que ahora su amante se había convertido en su amo, un amo que no confiaba en él.

Aquello era culpa suya, fue su idea ocultar lo mucho que despreciaba servirle a la bestia, lo mucho que lo amaba, convencerlo de que en vez de eso amaba a Mum-Ra y a él lo repudiaba.

— Tygus.

Pronunciaron al otro lado de la celda, logrando que los ojos dorados se posaran en los ojos verdes de Panthera, quien utilizando la llave maestra abrió la celda donde se encontraba el capitán para ver con profundo horror el resultado de las acciones de Leo.

— ¿Qué ocurrió? ¿Qué te hicieron?

Tygus sonrió al escuchar esa pregunta, provocando que Panthera se agachara a su lado, notando la herida en el cuello del tigre, una mordida, una señal de pertenencia para algunos felinos, quienes utilizaban esa dolorosa marca como una forma de matrimonio en un régimen donde unir tu vida a la de la persona que amabas era un crimen, estaba prohibido.

— Cuando Leo sepa esto…

Tygus susurro algunas palabras que ella no pudo entender, pero creía que sabía lo que había querido decirle.

— Fue Leo…

Repitió después de despejar su garganta, tratando de que su voz no lo traicionara como lo hizo su cuerpo, el que hablaba de derrota, sus ojos habían perdido el brillo que hasta ese momento había logrado recuperar, parecían los ojos de un muerto, su rostro estaba impasible, pero sus mejillas estaban húmedas.

Tygus estaba recargado contra la pared, abrazando una de sus rodillas, su mentón recargado en uno de sus brazos.

— Ven, te sacare de aquí.

Tygus no se movió, permaneció en la misma postura, sus ojos estaban perdidos en el infinito, estaba cansado de intentarlo, nunca seria libre sin importar cuanto lo deseara.

— Levántate Tygus, debo sacarte de aquí.

Esta vez Tygus volteo a verla, sus ojos dorados se posaron en los suyos por un momento y al siguiente regresaron al mismo punto, aparentemente el tigre se había rendido.

— ¿Qué caso tiene?

Panthera por un momento sintió lastima y quiso asegurarle que todo estaría bien, que Tygus era libre, que ella se encargaría de su seguridad, pero eso no le serviría de nada al tigre, quien estaba segura no reaccionaria bien a la compasión.

— ¡Levántate, tu clan te necesita!

Tygus seguía sin prestarle atención, Panthera cumpliría su palabra, dejaría ir a todos los felinos que no participaron en la rebelión y creía que sus oportunidades aumentaban teniendo a los líderes indicados, uno de ellos era el capitán, quien debía recuperarse por el bien de su clan, por el bien de Leo.

— Los lagartos hablan de condenarlos a muerte, los ancianos serán los primeros en morir, después lo hará ese albino.

Tygus parecía empezar a recuperarse del transe en el cual estaba sumergido, su corazón estaba roto, lo que Lord Mum-Ra había tratado de lograr durante toda su vida Leo lo logro en cuestión de horas, había quebrantado la voluntad del orgulloso tigre.

— Muchos lo odian tanto como a ti.

La respiración de Tygus comenzaba a normalizarse, sus ojos ya no estaban posados en un punto invisible, sino que parecían enfocados en ella, escuchaba con atención cada palabra que era pronunciada.

— Leo no moverá un solo dedo por él, cree que fue Bengalí quien los entrego a Lord Mum-Ra, que su lealtad era genuina.

Tygus poco a poco se daba cuenta que Panthera tenía razón, su clan lo necesitaba, Leo no parecía sentir misericordia alguna por ellos y Bengalí era su amigo, podría decir que era su hermano, habían sido criados juntos, entrenaron bajo el mismo tutor, sufrieron los mismos tormentos.

Lo peor de todo era que Bengalí tenía razón, Leo lo único que deseaba era poseerlo y no quiso escucharlo.

Tygus no permitiría que ese león lastimara a su único amigo, a la única criatura que se había preocupado por el durante toda su vida, el único en el que podía confiar, quien siempre le decía la verdad y nunca le mentiría por hacerlo feliz aunque supiera que estaba en un error.

— Esta rebelión debe traernos libertad, no un régimen idéntico al de esa criatura, márchate, podrán llegar a la nave que me mostraste, yo detendré a nuestros aliados.

Tygus no dijo nada, solo se marcho de aquella celda corriendo, desapareciendo en el acto, utilizando su camuflaje para llegar a donde estaban los felinos prisioneros, esperando que no hubiera perdido demasiado tiempo por culpa de su debilidad.

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