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Encuentros fortuitos. por Seiken

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Encuentros fortuitos

Capitulo 5.

Al otro lado de la nave Bengalí, el segundo al mando de las fuerzas especiales estaba asustado, Lord Mum-Ra esperaba recibir el informe de su misión de la boca de su Capitán, no de uno de sus subalternos.

Tygus había desaparecido en la nave, no podían encontrarlo porque su comunicador estaba abandonado donde se escondieron los lagartos que intentaron sublevarse y algo, alguna extraña maquina de la cual no tenían conocimiento estaba interfiriendo con el localizador que tenía implantado en su ojo mecánico.

Así que era imposible llegar a él y eso dejaba como resultado a un Lord Mum-Ra furioso por presenciar el primer acto de desobediencia de su soldado más leal.

— ¿Dónde está? ¿Dónde está Tygus? — Pregunto por decima vez consecutiva.

Bengalí sabía que este acto imprudente tenía que ver con ese león de pacotilla, su supuesto comandante, quien veía de una manera demasiado insistente a su amigo y capitán.

— No podemos localizarlo, parece que algo debió ocurrirle.

Lord Mum-Ra guardo silencio, mirándole con una expresión de molestia y no era para menos, uno de sus soldados más leales había desobedecido órdenes directas así como abandono su comunicador en el lugar en donde se escondieron esos miserables reptiles.

— Retírate.

— ¡Sí Lord Mum-Ra! — pronuncio Bengalí golpeando su pecho con su mano derecha antes de partir.

Todavía pasaron varios minutos antes de que Leo ingresara en la sala del trono con su tableta bajo el brazo y con una expresión tranquila, concentrándose en sus labores cotidianas.

Mum-Ra al verle sonrió pensando, enfocando su mirada en los movimientos del comandante, recargando su barbilla en sus nudillos, preguntándose porque se veía tan orgulloso de sí mismo.

Desde unos meses atrás parecía que el león había encontrado algo o alguien que le estaba haciendo especialmente feliz, y eso no le gustaba, lo distraía de sus deberes o tal vez el pequeño comandante fuera como él lo sospechaba, un traidor y estaba a punto de iniciar una revuelta.

Era una lástima porque perdería la vida y hasta el momento era un gran soldado, lo que le recordaba la promesa que le había hecho a Tygus, de volverlo el comandante cuando obtuvieran la piedra de guerra que le faltaba.

Pero Tygus no estaba hecho para ser un comandante, ambos lo sabían, aun así no estaba de más prometerle algo que siempre había deseado, sólo para avivar las llamas de la codicia y empujarlo un poco más en la dirección correcta.

Leo era hermoso, tanto como no lo había visto antes, también era inteligente, lo único que le molestaba era su sentido del honor, la indeseable bondad que mostraba con todos los animales, eso tendría que cambiar si acaso se equivocaba y ese felino no era un traidor.

De pronto las puertas se abrieron y Tygus ingreso en la cámara con un semblante tranquilo, ninguna clase de sentimiento se reflejaba en su rostro cuyo implante parecía tener una modificación casi imperceptible, el localizador había desaparecido.

— Lord Mum-Ra — Tygus realizo el saludo correspondiente y se agacho, mirando el suelo.

Mum-Ra dejo de admirar a Leo y poso sus ojos en el cuerpo de Tygus, quien parecía tan leal como siempre, sólo que había desobedecido la orden directa de darle su informe apenas llegaran de ese planeta que no contuvo la piedra de guerra.

Dejándolo a la expectativa, creyendo que podía decidir sobre la vida y la muerte de los traidores, sobre el uso de su tiempo.

— Llegas tarde. — Fue la respuesta de su señor, quien se levanto del trono con lentitud.

Leo al escuchar las puertas abrirse vio a Tygus entrar en la sala del trono, parecía completamente ajeno a su existencia, su mirada estaba posada en Mum-Ra, como si solo existiera la momia para él.

No estaba asustado por lo que podía ver, aun así Leo temía que Mum-Ra castigara a Tygus solo porque intentar salvar las vidas de los suyos.

— Yo fui herido… — Trato de explicarse con frialdad.

— ¡Silencio! — Mum-Ra lo interrumpió antes de que pudiera decir la razón de su retraso.

Tygus guardo silencio, enfocándose en el suelo al mismo tiempo que Leo trataba de realizar sus tareas como si no estuvieran a punto de castigar a su amante.

— Te ordene informarme de tus hallazgos apenas llegaras a mi nave, Capitán.

Tygus asintió, sin ver como la momia caminaba alrededor suyo, su molestia visible en su cara de color de pergamino.

— Pero tú decides que puedes contradecir una de mis órdenes, la primera que te di…

Tygus trago saliva, podría intentar interrumpirle, pero de nada serviría, el punto era que desobedeció las ordenes directas de la momia, no tenía otra opción que aceptar las consecuencias de su traición pensando que por lo menos no sabía que había dormido con el comandante.

— Eso me hace temer que tú no eres tan leal como quieres que lo piense, Tygus.

Tygus cerró los ojos creyendo que sería asesinado, era el fin de todo, lo único que le alegraba era que pudo conocer a Leo antes de morir.

Leo estaba a punto de tratar de defender a Tygus, cuando Mum-Ra lo noto le observo fijamente, con una mirada que parecía preguntarse por que defendería a un soldado que hasta donde sabía le odiaba.

— Retírate Leo.

Leo dudo por algunos segundos si debía hacerlo, sin embargo, arriesgaría la rebelión y temía que Mum-Ra con su milenaria existencia dudara de su lealtad, no podía arriesgar la vida de los demás por la de su amante, eso no sería justo.

— Sí, Lord Mum-Ra.

Cada paso se sentía como sí caminara en arenas movedizas, alejándolo de Tygus, quien seguía tranquilo, como si su vida no corriera peligro, aunque la mirada de Mum-Ra no auguraba nada bueno.

Las puertas se abrieron para que pudiera salir escuchando que Mum-Ra se alejaba un poco de su amante, no podía voltear pero lo hizo de todas formas, Tygus seguía hincado, resignado a esa vida y las manos de la momia comenzaron a brillar de color morado.

Leo dio el último paso y las puertas se cerraron detrás de su espalda, al mismo tiempo que podía escuchar un alarido de dolor proveniente de Tygus, Mum-Ra había decidido castigarlo por eso.

El comandante cerró los ojos recordándose que la rebelión tenía que ser exitosa, que si lograba derrotar a ese viejo pedazo de carne podría liberar a Tygus y a toda la nave de su esclavitud.

Aunque temía que su amante pereciera ese día si sus gritos de dolor eran una indicación de lo que le estaban haciendo.

— Esto es tú culpa, espero que estés orgulloso.

El desprecio que sentían por él era palpable, Leo podía sentirlo en el aire y tampoco necesitaba voltearse para saber quien le estaba hablando con semejante insubordinación.

— Aléjate del capitán, solo le vas a causar problemas.

Leo sabía quién era ese soldado, su nombre era Bengalí, se trataba de uno de los soldados que servían a Mum-Ra sin hacer preguntas, a diferencia de Tygus, este si era una manzana podrida.

— No sé de qué estás hablando soldado.

Bengalí se quito la máscara, él era un tigre blanco de su misma edad, quien le miraba con desprecio, como si se tratase de alguna alimaña, de una sombra opacando un día soleado.

— Miras al capitán de una forma demasiado insistente y lo único que ocasionaras es que lo lastimen por culpa tuya.

Leo gruño entre dientes, ese tigre olvidaba su rango, le trataba como si pudiera decirle que hacer, pero Tygus le había pedido que sus encuentros debían pasar desapercibidos, que no quería que nadie lo supiera y debía respetar los deseos de su amante.

— No sé porque me molestaría en perseguirle sí sé que Tygus me odia. — Fue su respuesta, recordando cómo le trataba el capitán antes de que ocurriera el atentado en su contra.

— Siempre deseas lo que no puedes tener. — Fue la respuesta de Bengalí, quien poso sus ojos nuevamente en la puerta.

Leo tenía que fingir indiferencia por lo que comenzó a alejarse ignorando al gato de pelaje blanco, no creía que Tygus estuviera muy contento si acaso se atrevía a darle una lección, castigarlo por su insubordinación.

— Y el no será tuyo.

El león se detuvo por algunos segundos antes de sonreír pensando que su deber era mantener una fachada y esta solo podría lograrse si actuaba como el comandante de los ejércitos de Mum-Ra.

— Yo soy el comandante, tu solo un soldado… — pronuncio Leo golpeando el rostro de Bengalí, quien cayó al suelo por el impacto. — La próxima vez que me hables en ese tono te mandare a los reactores.

No se detuvo para escuchar cual era la respuesta de Bengalí, puesto que Panthera solicitaba su presencia en uno de los lugares seguros, aparentemente había obtenido algo de la información que le solicito.

Debía localizar a Shen, el líder actual de los chacales después de la sospechosa muerte de su padre, quien aparentemente a diferencia de Rezard no tenía un odio fanático contra los felinos.

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Tygus despertó algunas horas después en un ala de la enfermería, lo último que recordaba era el lacerante dolor de haberle fallado a su señor con una orden que pensaba era demasiado fácil de seguir.

Si tan siquiera los lagartos no se hubieran escabullido se habría encontrado con su amante y logrado informarle a Lord Mum-Ra cuales fueron los resultados de su búsqueda.

Una completamente inútil por supuesto, pero no era su culpa que la piedra de guerra no estuviera en ese planeta, sino de los rastreadores que fallaron las coordenadas.

— ¿Dónde está tu león ahora?

Era demasiado temprano para eso pensó Tygus levantándose de la cama en donde había sido depositado después de su castigo, el cual había sido ejemplar.

— ¿Qué león? — pregunto tratando de fingir ignorancia.

— No te hagas el tonto Tygus, nos conocemos desde cachorros y sé cuando estás tratando de mentirme.

 Bengalí era su amigo, pero a veces creía que se interponía demasiado en sus asuntos privados, como para decirle que se suponía que debía hacer.

— ¿Qué es lo que quieres saber?

Tygus no estaba de humor para esa clase de preguntas, el era un felino adulto, conocía perfectamente sus obligaciones y hasta la fecha las había cumplido cabalmente, sin embargo, en esta ocasión no iba a escuchar las palabras de Bengalí.

— Ese león te mira demasiado, se que está escondiendo algo y tu también lo sabes. — Fue la respuesta de Bengalí, quien estaba genuinamente preocupado.

Tygus suspiro al ver que su amigo aun no sabía nada concreto, de lo contrario podrían correr peligro al saber que se acostaba con su comandante, esa relación debía estar prohibida.

— Se cual es mi deber Bengalí, no importa que ese mocoso me observe, yo no caeré bajo sus encantos.

Aquella respuesta provoco que sonriera, porque se prometió que después de la primera noche no volvería a verlo y aun así lo hizo, en ese momento estaba ansioso de verle otra vez, usar su camuflaje de ser preciso.

— Yo no le veo la gracia. — Bengalí siempre había sido demasiado centrado aun para sus estándares. — Leo puede hacer lo que le plazca.

Eso era cierto, pero su comandante sería incapaz de forzarse en alguien en contra de su voluntad, aquello iba en contra de su naturaleza, por lo que la idea le pareció ridícula.

— Podría intentar darme alguna orden, pero yo ya no le sirvo a él y tú lo sabes Bengalí.

Tygus se levanto de la cama con una sonrisa en sus labios, nada podría salir mal después de ese día, su objetivo de mantener esa relación en el anonimato se había cumplido.

Ni Mum-Ra, ni Bengalí, ni nadie sospechaba lo que había entre su comandante y él, Leo estaba a salvo.

— Vámonos, seguramente Lord Mum-Ra tiene órdenes para nosotros. — pronuncio con lo que fuera una convincente actuación del viejo Tygus, por lo menos el Tygus antes de conocer a Leo. — Ya pase suficiente tiempo en esta cama.

Aquello provoco que Bengalí sonriera satisfecho, Tygus no era ningún iluso y sabía cuáles eran sus limitaciones, por eso se convirtió en capitán cuando era apenas un muchacho, por eso Lord Mum-Ra lo tenía en alta estima, porque era un soldado en el cual podía confiar.

Tigris le había dicho más de una vez que para poder mentir se tenía que imprimir cierta verdad en tus mentiras y que una persona, cualquiera que fuera, aun Lord Mum-Ra, preferiría creer una mentira a pensar que lo estaban engañando.

Bengalí prefería creer que Tygus era inocente, se daba cuenta de ello y lo había utilizado a su favor, culpando de todo al comandante, pero hasta donde sabía él estaba a salvo.

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Los días pasaron con calma, no había nueva información y la nave seguía moviéndose en el espacio buscando la última piedra de Guerra, lo que significaba que Tygus tenía relativamente demasiado tiempo libre para practicar sus habilidades, meditar y tratar de rastrear a Leo.

Su comandante parecía por el contrario demasiado atareado, le había visto encontrarse con la jefa de seguridad en más de una ocasión, Panthera era su nombre, una mujer muy alta, fuerte y demasiado atractiva.

Sus ojos verdes parecían haberlo visto en más de una ocasión, o eso creyó por algunos segundos, antes de recordar que estaba mimetizado con su entorno y que por lo tanto era invisible.

Cada una de esas ocasiones decidió retirarse preguntándose que estaba ocurriendo, no estaba enterado de que Lord Mum-Ra realizara operaciones internas, aunque no esperaba conocer todas las órdenes de su señor, probablemente era causado por su paranoia.

Era rara la ocasión en la cual Tygus podía escabullirse de Bengalí o de Torr, esa era una de ellas y en vez de visitar a su comandante, quien para su mala fortuna estaba en la sala del trono, decidió practicar su tiro en una de las alas reservadas para los oficiales de alto rango.

En la cual no solo practicaban los miembros activos, sino los pocos afortunados que habían llegado a viejos, uno de ellos, cuyo uniforme portaba varias condecoraciones estaba utilizando uno de los cubículos de tiro al otro lado del ala de práctica.

Tygus le observo de reojo pero no pudo reconocerle de momento y se enfoco a dispararle a los blancos, en la cabeza, corazón y en el brazo que portaba su arma, ninguno de los hologramas llego a él, cada uno fue destruido en cuestión de segundos, ya fueran lagartos, chacales o hasta felinos.

El anciano finalizo antes y en vez de salir en silencio, se detuvo a sus espaldas, observándolo fijamente.

Tygus se distrajo una milésima de segundo y su blanco logro disparar, un tiro que de ser una situación de combate real hubiera cegado su vida, como ocurrió durante el incidente de la rebelión, en el cual aun no comprendía quien había disparado en su contra.

El capitán frunció los labios y finalizo la práctica guardando su propia arma en su cinturón, volteando para ver quien le había distraído, que se suponía que deseaba el anciano de su persona.

Al voltear vio a un tigre viejo, de su estatura y como todos los felinos mostrando pocos signos de la edad, tal vez su cabello estaba un poco más enmarañado, tenía canas en su pelaje así como en su barba, varias arrugas marcaban su rostro que debió ser atractivo en su juventud, dando en su conjunto un aire distinguido.

No le preocupaba encontrarse con el anciano director de seguridad e inteligencia, lo que le molesto fueron sus ojos que le veían con conocimiento y con lo que Tygus creyó que era desaprobación.

Ese tigre no tenía por qué aprobar o desaprobar sus acciones, su puesto era mucho más alto que el suyo, pero aun así, tal vez por las muchas veces que tuvo la desagradable suerte de encontrarlo cuando aun estudiaba bajo la tutela de Tigris sabía que cualquier clase de discusión que pudiera tener con él estaría plagada de la sombra de la diferencia de edades y de un sentimiento de complacencia.

— Director Tykus. — Pronuncio Tygus antes de marcharse.

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Tykus no dijo nada, sólo seguía mirándole, sus ojos plagados de los fantasmas del pasado.

Aunque podía recordar la conversación que había tenido con Panthera, esa chica amaba a su comandante y aparentemente su amor deseaba a alguien más, a nada menos que al capitán Tygus.

Esos cachorros tenían suficiente en que preocuparse para que además añadieran el amor a sus problemas, pero eran jóvenes y llenos de ilusiones, ya aprenderían, mientras tanto estaban a punto de vivir épocas muy interesantes.

Y todos sabían que se tenían que cuidar de los tiempos interesantes.

Tygus tenía un parecido asombroso con Tigris, aunque este felino era más alto que el anterior, así como más fuerte de lo que era el antiguo capitán de la guardia de Lord Mum-Ra, era difícil de creer que era el mismo cadete que conocía hacia por lo menos unos veinte años.

A su joven edad parecía estar orgulloso de sus logros, ahora sí sus viejos ojos no le engañaban, estos logros se habían convertido en una carga para el capitán de las fuerzas especiales de Mum-Ra, un titulo por el cual Tigris hubiera muerto, y de cierta forma lo hizo.

Aun ahora le era difícil imaginar en lo que terminaron, él aconsejando a unos felinos jóvenes para que se rebelaran antes de que fuera demasiado tarde y su amigo, muerto por la criatura a la que había entregado su vida.

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Tygus salió del cuarto sintiéndose un cobarde, no quería aceptarlo pero no le gustaba estar en la presencia del anciano chiflado, pensando que si Tigris aun viviera no lo dejaría tranquilo, le recordaría cuáles eran sus deberes y que estaba traicionando a Lord Mum-Ra con solo ver a Leo.

A diferencia de Claudius que le recordaba lo prescindibles que eran sus vidas, Tigris animaba su lealtad por la criatura de piel azul, diciéndole día con día durante sus entrenamientos que tan importante era su posición, como es que cualquier otro felino mataría por tener su atención, para su maestro el debía estar orgulloso de ser su soldado más leal.

— Tygus, preséntate.

Un día perfecto se fue a la basura pensó Tygus al escuchar la inigualable voz de su Señor, el comunicador siempre estaba prendido para ser llamado, sin importar hora, lugar o tarea que realizara.

— Sí, Lord Mum-Ra. — Sus órdenes no debían ser ignoradas.

La voz de Mum-Ra no parecía molesta y no había sido mandado llamar desde la última vez que vio a Leo, cuando fue castigado por su insubordinación y despertó en una cama del ala medica para ser reprendido por Bengalí.

Su amigo tenía buenas intenciones al advertirle del peligro, de eso estaba seguro, el problema radicaba que su preocupación podía llamar la atención de su señor y puesto que había ignorado sus ordenes, sería castigado por siquiera ver a Leo.

Atravesó varios pasillos en dirección de la cámara del trono, tal vez aquella sería la oportunidad que necesitaba para ver a Leo, como comandante siempre tenía que estar presente en la computadora central.

Tygus ingreso en la sala esperando ver a su comandante, sin embargo, su león parecía no estar presente en esa sala de momento, tampoco lo estaban Bengalí ni Torr, sólo quería verlo a él provocando que momentáneamente se sintiera nervioso.

Mum-Ra se encontraba de pie en la sala del trono, parecía esperarlo desde varias horas atrás, Tygus al verle inmediatamente pronuncio su nombre y le saludo con respeto, golpeando su pecho con su brazo derecho.

— Lord Mum-Ra.

Mum-Ra parecía estar meditando sus opciones, su rostro aparentemente no reflejaba emociones más allá de una ligera condescendencia, pero al servirle por tanto tiempo Tygus sabía que buscar y todas las señales de problemas por venir estaban grabadas en su rostro milenario.

Lord Mum-Ra no le dijo nada al principio, con sus ojos rojos podía notar que había ocurrido un cambio en él, que parecía nervioso cuando en el pasado solamente se veía resignado a su destino.

— ¿Qué opinas del comandante Leo?

Tygus no supo que responder al escuchar esa pregunta, era como si ya sospechara de su relación, pero era imposible se recordó, había sido especialmente meticuloso en limpiar su rastro, sólo una persona sospechaba de ellos y sabía que Bengalí no diría nada.

No por la seguridad del comandante sino por la suya, era su amigo, una persona en quien podía confiar, por lo que su lealtad era indiscutible.

— Hasta el momento ha hecho un buen trabajo. — Fue su respuesta segura.

Mum-Ra no parecía muy seguro de su sinceridad o tal vez sí y ahora se preguntaba porque había ocurrido ese cambio tan radical en su opinión, cuando un año atrás había hecho público su desprecio por el joven león.

— Cambiaste muy rápido de opinión, Tygus.

Era cierto, pero no era como si en otras ocasiones no hubiera cometido el mismo error, por lo que no perdió la calma, no se podía dar ese lujo.

— Aun pienso que es demasiado joven y que le falta experiencia, Lord Mum-Ra.

Mum-Ra le observaba fijamente, sus ojos rojos parecían atravesarlo como flechas ardientes, casi como si supiera lo que estaba pensando, pero Tygus tuvo que recordarse que era imposible, su señor no podía leer su mente.

— ¿Qué ha cambiado?

Tygus había esperado que nunca le hicieran esa clase de preguntas, pero ahora que era interrogado por su amo no podía más que responder con la verdad, una de ellas, todo lo demás sería adornado con mentiras.

— El comandante parece ser muy hábil manejando al personal, pero me temo que en el trabajo de campo lo único que lograría seria que lo mataran.

Mum-Ra entrecerró los ojos aun dudando de sus palabras y de su aparentemente repentino cambio de opinión acerca del comandante, Tygus lo sabía por lo que estaba usando eso a su favor.

— Y con eso retrasar sus planes.

Tygus se atrevió a observar la mirada de Mum-Ra, parecía que estaba creyendo sus palabras.

— Usted sabe lo que hace y ha dejado su tarea más importante en las manos indicadas mi señor, usted sabe que vivo para servirle.

Mum-Ra parecía complacido al escuchar esas palabras, Tygus había logrado convencerlo de su lealtad y por el momento creía que estarían a salvo, sin embargo, su falso sentimiento de seguridad estaba a punto de evaporarse.

— Yo en cambio Tygus, ya no confío en Leo.

Tygus al escuchar esas palabras sintió que su cuerpo era recorrido por una ola de terror, en su rostro podía verse la sorpresa y el miedo por la vida del comandante, ni siquiera su entrenamiento pudo ocultarlos.

— ¿Qué?

Mum-Ra volvió a entrecerrar los ojos, tal vez dudando de su lealtad, Tygus no quiso pensar en lo que podía significar esa mirada, solo sabía una cosa, la vida de Leo corría peligro.

— Pero confió en ti, Capitán Tygus.

Tygus asintió tragando saliva, enfocándose en el suelo, en el metal negro de la sala del trono tratando de no demostrar ningún sentimiento que lo delatara, no obstante, para Mum-Ra aquella expresión de terror había significado suficiente.

— Y se que tu no me fallarías si yo te mandara a espiar las acciones del Comandante.

Mum-Ra había cambiado de posición como si se hubiera saltado todos los pasos necesarios desde que estaba parado enfrente de la computadora maestra hasta que se situó a sus espaldas.

Tygus se forzó a mantenerse quieto, no era conveniente que su actitud pareciera la de un felino al que le han ordenado traicionar a su alma gemela, aunque eso era exactamente lo que había ocurrido.

— ¿No es así Tygus?

Tygus asintió tragando un poco de saliva, no estaba del todo seguro de que hacer, aun así recordando su entrenamiento se comporto como un fiel soldado de Lord Mum-Ra lo haría.

— Claro que no, Lord Mum-Ra, solo que…

Mum-Ra coloco una de sus gigantescas manos en su cabeza agachándose un poco, casi colocándose de cuclillas, era tal la diferencia de tamaños que Tygus se sintió como un cachorro nuevamente, justo como el día que su señor admiro su potencial por primera vez.

— ¿Qué cosa Tygus?

Pregunto Mum-Ra sosteniéndolo del mentón, obligándolo a verle directamente a los ojos.

— El Comandante y yo no somos amigos, ni siquiera camaradas… — Mum-Ra parecía divertido al escucharle decir eso. — No… no encuentro la forma en la cual podría tener información de la que usted no posea ya.

Mum-Ra lo dejo ir alejándose apenas unos pasos, Tygus estaba genuinamente asustado, creía que tal vez su señor ya estaba enterado de su deslealtad o tal vez se había dado cuenta de la actitud de Leo por su persona.

— Por poco pensé que te estabas negando. — Pronuncio Mum-Ra, aun dándole la espalda.

Tygus aprovecho ese momento para expirar el aire que no sabía estaba conteniendo así como limpiar una gotita de sudor que se había formado en su frente.

— Eso nunca Lord Mum-Ra. — Respondió con seguridad, sintiendo que esa voz no le pertenecía.

— Lo sé, Tygus, tu eres el más leal de mis soldados. — Declaro Mum-Ra satisfecho y finalizo diciendo. — Por eso se que no me fallaras.

De todas sus tareas creyó que esa sería una de las peores, se sentía sucio de tan solo pensar en espiar al comandante, aun así, tal vez podría desviar la mirada de su señor en otras direcciones, convencerlo de la irrefutable inocencia de Leo, quien a pesar de ser un idealista no estaba tan loco para pensar en rebelarse.

Tygus sin pensarlo se despidió de Mum-Ra golpeando su pecho de la misma forma en la que lo hizo al entrar e intentando marcharse antes de recibir otra desagradable sorpresa.

— Todavía no te he dicho que te vayas, Tygus.

Era cierto, pensó Tygus tragando saliva, esperando que eso fuera todo pero seguro de que no lo era.

— Te noto distraído, como si tu mente estuviera en otro lugar. — Pronuncio Mum-Ra dirigiéndose a una habitación detrás del trono, una que pocos felinos conocían. — Ven conmigo, Capitán.

Tygus cerró los ojos por unos segundos para después abrirlos, observando los ojos rojos de Mum-Ra esperándolo al otro lado de la sala del trono, y caminar en la dirección que le indicaban.

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Leo tuvo que escabullirse para poder ver a Tygus en la enfermería, a donde Lord Mum-Ra le había mandado por desobedecer sus ordenes, por cometer el error de preocuparse por su gente en vez de ir a sus pies para explicarle que no habían tenido éxito.

Su amante estaba en muy mal estado, tenía quemaduras y varios golpes visibles en su cuerpo, marcas que le hicieron jurar que pronto caería esa bestia, que no permitiría que volviera a tocar a su tigre.

Le había hecho esa promesa la última vez que se vieron y no importaba sí Tygus le creía, le demostraría con acciones y no con palabras vacías que podía protegerlo, ayudarle a cumplir los modestos sueños de su tigre, quien a pesar de ser un guerrero añoraba vivir en paz.

Pero no debía distraerse, no en ese momento en el cual por fin había logrado encontrarse con Akbar, el líder de los elefantes, un anciano de unos aparentes cien años, que le miraba con una expresión difícil de describir.  

Muchos decían que los elefantes, algunos de ellos, podían ver el futuro, tal vez Akbar veía el suyo en ese momento, no podría saberlo, jamás había hablado con un miembro de aquella desmemoriada especie.

— ¿Dónde está tu consorte?

Leo volteo en dirección de Panthera, quien se encogió de hombros, sin saber a qué se refería, hasta donde él sabía no estaba casado con nadie y por el momento no tenía planes para estar con ninguna mujer.

— Lo siento, pero yo no tengo consorte. — Fue su respuesta, a lo que Akbar solo se rasco la trompa.

— Lo siento joven Claudius, a veces confundo el presente con el futuro. — Y parecía que también el presente con el pasado.

Leo se rasco la cabeza, le había mencionado unas tres veces en los últimos quince minutos cual era su nombre y aun así no podía recordarlo.

— El era mi padre, yo me llamo Leo…

La mirada del elefante volvió a nublarse, como si estuviera observando algo intangible, una imagen que parecía hacerle sonreír.

— Pensé que era tu hijo… pero, no lo sé… creo que ese también era el nombre de tu padre.

Leo estaba perdiendo la paciencia, Akbar era un anciano un tanto decrepito, sin embargo no podía irse de allí sin saber si los apoyarían, ya solo faltaba una piedra y cuando la encontrara esa bestia ya jamás podrían ser libres.

— ¿Nos ayudaran? — Le pregunto Leo, tratando de apresurar su respuesta.

— Sí, me gusta como se ve nuestro futuro… aunque las sombras de la traición se ciernen sobre ti Señor de los Thundercats.

Inmediatamente Panthera pensó en un nombre, pero Leo dudo que ese anciano supiera de que le hablaba, lo único importante era que los elefantes estaban con ellos.

Leo asintió complacido, eso era justo lo que deseaba escuchar, ahora solo era cuestión de tiempo para poder organizarse, forjar la espada que contendría la piedra de guerra que les faltaba, la única que no estaba en las manos de Mum-Ra, enfrentarse a esa criatura y encontrar un lugar seguro en donde fundar una civilización propia, sería pan comido.

— Sí las reconoces habrás triunfado, si no lo haces todo por lo que luchaste se habrá perdido. — Pronuncio Akbar, con aquella mirada soñadora, sin ser consciente de sus palabras y del efecto que estas tenían.

— ¿Quién? ¿Quién me traicionara? — Pregunto Leo pensando que si Akbar podía ver el futuro, entonces podría decirle el nombre de quien lo traicionaría. — ¿Sabes su nombre?

— ¿Cuál nombre? — pregunto confundido.

— Dijiste que me traicionarían…

El mayor problema de conversar con un elefante era que pronto olvidaban de que les estaban hablando o si no lo olvidaban, estos jamás decían nada concreto, siempre pronunciaban acertijos casi imposibles de descifrar.

Akbar medito su respuesta por varios minutos, sus ojos enfocados en los de Leo, como si no estuviera seguro si debía decirle lo que vio o callar, dejándolo en las sombras de la ignorancia.

— Serás traicionado por quien más amas y por eso un inocente sufrirá. — Fue su única respuesta.

Poco después se marcharon, Leo temiendo las palabras de Panthera, pensaba saber quien pensaba que lo traicionaría, pero era imposible, Tygus no era lo que ella le había dicho.

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Algunas horas después Tygus caminaba en uno de los pasillos, a esa hora la mayor parte de los gatos estaba en sus cuartos o en la cafetería, el esperaba llegar a su habitación antes de que cualquiera pudiera verlo, no quería tener que responder preguntas indiscretas.

Tygus cojeaba sujetando su costado, cualquiera que lo viera pensaría que había vuelto a ser castigado y no estaría equivocado, ese era el resultado de haberse distraído durante su encuentro con Lord Mum-Ra.

De pronto escucho unos pasos a su espalda, rezo a todos los dioses en el espacio que no fuera Leo, no quería tener que responder más preguntas como las de su último encuentro, esta vez no sabría que decirle.

Para su suerte quien lo espero pacientemente en el pasillo que daba a la sala del trono era Bengalí, quien sin hacer ninguna clase de pregunta paso su hombro sobre su cuello para ayudarle a caminar.

Tygus se sentía humillado, aun así acepto la ayuda que se le ofrecía, en esta ocasión Lord Mum-Ra había sido innecesariamente cruel y no creía poder llegar a su habitación por sí solo.

Cuando por fin se abrió la puerta de su cuarto Bengalí le ayudo a ingresar a él, quedándose el tiempo suficiente para que Tygus pudiera acicalarse, poco después salió para ver complacido una mirada de color azul que parecía sorprendida mirarles desde el otro lado del pasillo.

Bengalí lo saludo con respeto fingido, para poco después regresar a su puesto, riéndose de la expresión del león que aun seguía creyendo que podía hacer lo que le viniera en gana.  

Pero que esperaba pronto recibiera su merecido.


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