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La historia no contada por lizergchan

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Disclaimer: Los personajes de Harry Potter no me pertenecen, sino a su autora J. K. Rowling, este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Parejas: SiriusxOC, Harryx¿? (por el momento)

Aclaraciones y Advertencia: Este fic es YAOI (lo siento pero no me gusta el hetero), semi AU, Lemon, fantasía, gore, tortura y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

La historia no contada

 

 

Capítulo 17.- El llamado de los dioses

 

 

 

Un hermoso siervo se movía sigiloso por la hierba húmeda. El jaguar le observaba, agazapado entre los matorrales, aguardando el momento justo para atacar.

El sonido de una rama rompiéndose alertó al herbívoro, pero era demasiado tarde para escapar; el felino cae sobre él, pero logra zafarse; le golpea la cabeza con sus potentes patas traseras y el jaguar se tambalea desorientado.

El siervo amenaza a su atacante, balanceando sus astas, pero el jaguar no parece intimidado; gruñe. De pronto, ambos se detienen; han escuchado pasos y con el castillo tan cerca, no pueden darse el lujo de ser vistos. Se esconden entre los matorrales, aguardando. Una figura encapuchada bajó sigilosamente los escalones delanteros del castillo. Era evidente que no quería ser visto dirigiéndose a toda prisa hacia el bosque prohibido. Los ojos de los animales les permitieron reconocer fácilmente a la figura que se alejaba: Era Snape, escabulléndose en el bosque, mientras todos estaban en la cena... ¿Qué sucedía?

 

Ambas bestias se miraron a los ojos y asintieron. Deslizándose silenciosamente como sólo un animal podía hacerlo; siguieron a Snape y lo vieron entrando en el bosque.

 

El sigilo era una de las cosas por la que ambos hermanos se enorgullecían, debían serlo; Tonalli solía dejarlos en el bosque por una o dos semanas y ellos debían encontrar el modo de sobrevivir y al mismo tiempo, escapar de los guerreros que los buscaban.

 

Se subieron a un árbol —ya en su forma humana—. Abajo, en un espacio despejado y sombrío, vieron a Snape. Pero no estaba solo. Quirrell también estaba allí. No podían verle la cara, pero tartamudeaba como nunca. Ambos agudizaron sus sentidos.

 

—... n-no sé p-por qué querías ver-verme j-justo a-aquí, de entre t-todos los llugares, Severus...

—Oh, pensé que íbamos a mantener esto en privado —dijo Snape con voz  gélida—. Después de todo, los alumnos no deben saber nada sobre la Piedra Filosofal.

Harry se inclinó hacia delante. Quirrell tartamudeaba algo y Snape lo interrumpió.

—¿Ya has averiguado cómo burlar a esa bestia de Hagrid?

—P-p-pero Severus, y-yo...

—Tú no querrás que yo sea tu enemigo, Quirrell —dijo Snape, dando un paso hacia él.

—Y-yo no s-sé qué...

—Tú sabes perfectamente bien lo que quiero decir.

 

Una lechuza dejó escapar un grito y Harry casi se cae del árbol. Se enderezó a tiempo para oír a Snape decir:

—... tu pequeña parte del abracadabra. Estoy esperando.

—P-pero y-yo no...

—Muy bien —lo interrumpió Snape—. Vamos a tener otra pequeña charla muy pronto, cuando hayas tenido tiempo de pensar y decidir dónde están tus lealtades.

 

Se echó la capa sobre la cabeza y se alejó del claro. Ya estaba casi oscuro, pero Harry pudo ver a Quirrell inmóvil, como si estuviera petrificado. Aguardaron media hora, hasta estar seguros que ambos profesores ya estaban lejos; bajaron al suelo.

 

—Hay que ir con los otros —Harry asintió con la cabeza, debían contarle a Ron y Hermione lo que descubrieron.

 

 

 

 

Citlalli se paseó por el lugar; había optado por usar las ropas de las brujas inglesas. Sirius, la observaba desde el pequeño kiosco que coronaba el jardín público de la embajada de Tollan. La joven había perdido a su padre gestante; muerto durante su nacimiento; criada por su abuelo, durante los primeros años de su vida y posteriormente por su hermano mayor, era amada por su pueblo. Además, había heredado el don de Matlalcóatl: era un profeta. Los dioses hablaban a través de ella.

 

—Sirius —el aludido la observó con una sonrisa. —¿Cuándo puedo ir a ver a Yoltic e Iktan.

—En verano, ellos regresaran a casa —le respondió el animago. Ella hizo un gesto disconforme; tenía que hablar con sus sobrinos y comunicarles lo que los dioses le habían mostrado.

—Hora de entrar —dijo Citlalli acercándose a Sirius; debía hablar con su hermano para que le permitiera ir a ver a sus sobrinos.

 

 

 

 

—¿Chicos, dónde estaban? —preguntó Hermione con voz aguda. Se preocupó al notar los raspones que ambos hermanos tenían

—Ahora eso no importa —dijo Harry sin aliento—. Vamos a buscar una habitación vacía...

 

Se aseguraron de que Peeves no estuviera dentro antes de cerrar la puerta, y entonces les contaron lo que habían visto y oído.

—Así que teníamos razón, es la Piedra Filosofal y Snape trata de obligar a Quirrell a que lo ayude a conseguirla —habló Iktan frunciendo el ceño —. Le preguntó si sabía cómo pasar ante Fluffy y dijo algo sobre el «abracadabra» de Quirrell...

—Era obvio que habría otras cosas custodiando la Piedra, además de Fluffy, probablemente cantidades de hechizos, y Quirrell puede haber hecho algunos encantamientos anti-Artes Oscuras que Snape necesita romper...  —agregó Harry.

—¿Quieren decir que la Piedra estará segura mientras Quirrell se oponga a Snape? —preguntó alarmada Hermione.

—En ese caso no durará mucho —dijo Ron.

 

 

Sin embargo, Quirrell debía de ser más valiente de lo que habían pensado. En las semanas que siguieron se fue poniendo cada vez más delgado y pálido, pero no parecía que su voluntad hubiera cedido. Cada vez que pasaban por el pasillo del tercer piso, los cuatro apoyaban las orejas contra la puerta, para ver si Fluffy estaba gruñendo, allí dentro. Snape seguía con su habitual mal carácter, lo que seguramente significaba que la Piedra estaba a salvo.

Cada vez que los dos príncipes se cruzaban con Quirrell, le dirigían una sonrisa para darle ánimo, y Ron les decía a todos que no se rieran del tartamudeo del profesor. Hermione, sin embargo, tenía en su mente otras cosas, además de la Piedra Filosofal. Había comenzado a hacer horarios para repasar y a subrayar con diferentes colores sus apuntes.

 

—Hermione, faltan siglos para los exámenes.

—Diez semanas —replicó Hermione—. Eso no son siglos, es un segundo para Nicolás Flamel.

—Pero nosotros no tenemos seiscientos años —le recordó Ron—. De todos modos, ¿para qué repasas si ya te lo sabes todo?

—¿Que para qué estoy repasando? ¿Estás loco? ¿Te has dado cuenta de que tenemos que pasar estos exámenes para entrar al segundo año? Son muy importantes, tendría que haber empezado a estudiar hace un mes, no sé lo que me pasó...

 

Ambos hermanos se miraron a los ojos y se encogieron de hombros, cada uno ocupando un lugar a cada lado de Hermione; si no pasaban los exámenes con notas altas, su padre con seguridad los haría lamentar haber nacido.

 

Pero desgraciadamente, los profesores parecían pensar lo mismo que Hermione. Les dieron tantos deberes que las vacaciones de Pascua no resultaron tan divertidas como las de Navidad. Era difícil relajarse con Hermione al lado, recitando los doce usos de la sangre de dragón o practicando movimientos con la varita. Quejándose y bostezando, Harry, Iktan y Ron pasaban la mayor parte de su tiempo libre en la biblioteca con ella, tratando de hacer todo el trabajo suplementario.

 

—Nunca podré acordarme de esto —estalló Ron una tarde, arrojando la pluma y mirando por la ventana de la biblioteca con nostalgia. Era realmente el primer día bueno desde hacía meses. El cielo era claro, y las nomeolvides azules y el aire anunciaban el verano. Harry, que estaba buscando «díctamo» en Mil hierbas mágicas y hongos no levantó la cabeza hasta que oyó que Ron decía:

—¡Hagrid! ¿Qué estás haciendo en la biblioteca?

Hagrid apareció con aire desmañado, escondiendo algo detrás de la espalda. Parecía muy fuera de lugar; con su abrigo de piel de topo.

—Estaba mirando —dijo con una voz evasiva que les llamó la atención—. ¿Y ustedes qué hacen? —De pronto pareció sospechar algo—. No estarán buscando todavía a Nicolás Flamel, ¿no?

—Oh, lo encontramos hace siglos —dijo Ron con aire grandilocuente—. Y también sabemos lo que custodia el perro, es la Piedra Fi...

—¡¡Shhh!! —Hagrid miró alrededor para ver si alguien los escuchaba—. No pueden ir por ahí diciéndolo a gritos. ¿Qué les pasa?

—En realidad, hay unas pocas cosas que queremos preguntarte —dijo Harry— sobre qué cosas más custodian la Piedra, además de Fluffy...

—¡SHHHH! —dijo Hagrid otra vez—. Miren, vengan a verme más tarde, no les prometo que vaya a decir algo, pero no andén por ahí hablando, los alumnos no deben saber nada. Van a pensar que yo les he contado...

—Te vemos más tarde, entonces —dijo Harry Hagrid se escabulló.

—¿Qué escondía detrás de la espalda? —dijo Hermione con aire pensativo. —¿Creen que tiene que ver con la Piedra?

—Voy a ver en qué sección estaba —dijo Ron, cansado de sus trabajos. Regresó un minuto más tarde, con muchos libros en los brazos. Los desparramó sobre la mesa. —¡Dragones! —susurró—. ¡Hagrid estaba buscando cosas sobre dragones! Miren estos dos: Especies de dragones en Gran Bretaña e Irlanda y Del huevo al infierno, guía para guardianes de dragones...

—Hagrid siempre quiso tener un dragón, nos lo dijo cuándo padre lo llevó a montar alebrijes—dijo Harry.

—Pero va contra nuestras leyes —dijo Ron—. Criar dragones fue prohibido por la Convención de Magos de 1709, todos lo saben. Era difícil que los muggles no nos detectaran si teníamos dragones en nuestros jardines. De todos modos, no se puede domesticar un dragón, es peligroso. Tendrían que ver las quemaduras que Charlie se hizo con esos dragones salvajes de Rumania.

—Los alebrijes son una especie de dragón, pero no están prohibidos en los reinos místicos —habló Iktan. —Son de hecho muy amigables, aunque no gustan de cualquier persona. Viven en el reino de los sueños y sólo vienen a este mundo, si un mago les invoca.

—¿Hay dragones salvajes en Inglaterra? —preguntó Harry

—Por supuesto que hay —respondió Ron—. Verdes en Gales y negros en Escocia. Al ministro de Magia le ha costado trabajo silenciar ese asunto, te lo aseguro. Los nuestros tienen que hacerles encantamientos a los muggles que los han visto para que los olviden.

—Entonces ¿en qué está metido Hagrid? —dijo Hermione.  

 

 

 

 

 

Citlalli suspira; está molesta, su hermano no le ha permitido ir a Hogwarts. Tonalli no confía en Dumbledore y ella sabía que sus instintos son correctos; ¿cómo confiar en alguien que tuvo la oportunidad de evitar que Sirius fuese a Azkaban y no hizo nada?

 

La joven princesa de Tollan veía oscuridad en el director de Hogwarts; estaba congelada. Citlalli reconocía al buen hombre dentro de Dumbledore, sin embargo, en muchas ocasiones (como en el caso de Sirius), era su otro yo quien actuaba.

 

—Sí Albus Dumbledore no logra destruir por completo la maldad que mora en él… muchas vidas se perderán —susurró Citlalli; sus ojos, completamente blancos y su voz era como la combinación de muchas otras. Los dioses habían dictado su veredicto. —Estrella. Guía al Jaguar que ha de ayudar al Ciervo en su misión. La Serpiente debe caer o un terrible mal asolará la tierra.

 

La princesa cae de rodillas, respirando con dificultad; estaba sola en su habitación, lo que agradecía profundamente «De saberlo, Tollani y Sirius, sacarían a Yoltic e Iktan de Hogwarts, condenando no solo a los países mágicos, también a los reinos místicos, sin mencionar a los muggles». Pasado un momento, se puso de pie; necesitaba averiguar algunos detalles y para eso, debía auto inducirse un estado de trance.

 

Bajo los efluvios del copal y hierbas de agradable olor; Citlalli se dejó arrastrar a la tierra de sus dioses, donde el mismo Quetzalcóatl «su ancestro», la esperaba.

 

 

Una piedra, un espejo… el hombre de ojos tristes, la serpiente disfrazada… Ketsalkuetspalin… Hogwarts. La princesa comprendió, debía encontrar una forma de permanecer dentro de sus murallas. Los dioses así lo mandaban.

 

—He de hablar con mi hermano.

 

 

 

 

 

No podían creer su suerte. Habían ido a visitar a Hagrid para aclarar sus dudas sobre Fluffy, la piedra filosofal y Snape, en cambio, ahora tenían algo más de qué preocuparse: lo que podía sucederle a Hagrid si alguien descubría que ocultaba un dragón de forma ilegal en su cabaña.

 

—Me pregunto cómo será tener una vida tranquila —suspiró Ron, mientras noche tras noche luchaban con todo el trabajo extra que les daban los profesores. Hermione había comenzado ya a hacer horarios de repaso ella y sus tres amigos. Los estaba volviendo locos. Entonces, durante un desayuno, Hedwig entregó a Harry otra nota de Hagrid. Sólo decía: «Está a punto de salir». Ron quería faltar a la clase de Herbología e ir directamente a la cabaña. Hermione no quería ni oír hablar de eso y e Iktan, parecía estar de acuerdo; últimamente, Ameyatzin parecía querer estar pegada a él y lo mismo sucedía con Tleyotl con su hermano, los mellizos tenían algo entre manos.

 

—Hermione, ¿cuántas veces en nuestra vida veremos a un dragón saliendo de su huevo?

—Tenemos clases, nos vamos a meter en líos y no vamos a poder hacer nada cuando alguien descubra lo que Hagrid está haciendo...

—¡Cállate! —susurró Harry. Malfoy y Tleyotl estaban cerca de ellos, aunque fingían hablar entre ellos. ¿Cuánto habían oído?

Ron discutió con Hermione e Iktan durante todo el camino hacia la clase de Herbología y, al final, ambos aceptaron ir a la cabaña de Hagrid con ellos durante el recreo de la mañana. Cuando al final de las clases sonó la campana del castillo, los tres dejaron sus trasplantadores y corrieron por el parque hasta el borde del bosque. Hagrid los recibió, excitado y radiante.

 

—Ya casi está fuera —dijo cuando entraron. El huevo estaba sobre la mesa. Tenía grietas en la cáscara. Algo se movía en el interior y un curioso ruido salía de allí. Todos acercaron las sillas a la mesa y esperaron, respirando con agitación. De pronto se oyó un ruido y el huevo se abrió. La cría de dragón aleteó en la mesa.

 

No era exactamente bonito. Parecía un paraguas negro arrugado. Sus alas puntiagudas eran enormes, comparadas con su cuerpo flacucho. Tenía un hocico largo con anchas fosas nasales, las puntas de los cuernos ya le salían y tenía los ojos anaranjados y saltones. Estornudó. Volaron unas chispas.

 

—¿No es precioso? —murmuró Hagrid. Alargó una mano para acariciar la cabeza del dragón. Este le dio un mordisco en los dedos, enseñando unos colmillos puntiagudos. —¡Bendito sea! Miren, conoce a su mamá.

—Hagrid —dijo Hermione—. ¿Cuánto tardan en crecer los ridgebacks noruegos?

 

Hagrid iba a contestarle, cuando de golpe su rostro palideció. Se puso de pie de un salto y corrió hacia la ventana.

 

—¿Qué sucede? —Alguien estaba mirando por una rendija de la cortina... Era un chico... Va corriendo hacia el colegio. Harry fue hasta la puerta y miró. Incluso a distancia, era inconfundible: Malfoy había visto el dragón.

 

 

Algo en la sonrisa burlona de Draco durante la semana siguiente ponía nerviosos a Harry, Ron, Iktan y Hermione. Pasaban la mayor parte de su tiempo libre en la oscura cabaña de Hagrid, tratando de hacerlo entrar en razón.

 

—Déjalo ir —lo instaba Harry—. Déjalo en libertad.

—No puedo —decía Hagrid—. Es demasiado pequeño. Se morirá.

 

Miraron el dragón. Había triplicado su tamaño en sólo una semana. Ya le salía humo de las narices. Hagrid no cumplía con sus deberes de guardabosques porque el dragón ocupaba todo su tiempo. Había botellas vacías de brandy y plumas de pollo por todo el suelo.

 

—He decidido llamarlo Norberto —dijo Hagrid, mirando al dragón con ojos húmedos—. Ya me reconoce, miren. ¡Norberto! ¡Norberto! ¿Dónde está mamá?

—Ha perdido el juicio —murmuró Ron a Harry.

—Hagrid —lo llamó Iktan en voz muy alta—, espera dos semanas y Norberto será tan grande como tu casa. Malfoy se lo contará a Dumbledore en cualquier momento.

 

Hagrid se mordió el labio.

 

—Yo... yo sé que no puedo quedarme con él para siempre, pero no puedo echarlo, no puedo.

 

Iktan se volvió hacia Ron súbitamente.

—Charlie —dijo.

—Tú también estás mal de la cabeza —dijo Ron—. Yo soy Ron, ¿recuerdas?

—Iktan se refiere a tu hermano. En Rumania. Estudiando dragones. Podemos enviarle a Norberto; él lo cuidará y luego lo dejará vivir en libertad

—¡Genial! —dijo Ron—. ¿Qué piensas de eso, Hagrid?

 

 

Unos toquilos los alertaron. Hagrid se apresuró a esconder al dragón y abrió la puerta; Ameyatzin se encontraba de pie, junto a una figura encapuchada.

 

—Gracias. Recuerda no decir una palabra de esto —Ameyatzin asintió, hizo una reverencia al desconocido y se fue.

 

La figura encapuchada ingresó a la cabaña. Una extraña y poderosa aura le cubría, impidiendo que alguno de los presentes pudiera, si quiera moverse. ¿Les habrían descubierto?

 

 

Continuará…

 

 

 

 


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