Idiota.
La quinta vez que Natasha repitió la palabra “idiota”, estuve a punto de aplaudirle y decir que sí, su pronunciación del idioma era realmente buena y que podía empezar a repetir como loro alguna otra palabra hasta aprendérsela; pero decidí guardarme el comentario para mí mismo. De alguna forma creo que no le habría hecho mucha gracia.
—¿Cómo se supone que yo supiera que lo que quiera era proponerme matrimonio? —Pregunté encogiéndome de brazos —Soy un genio, no un adivino… Aunque sí que soy divino.
—Eres un completo idiota. —cascó Natasha palmeando la barra tras la que yo estaba. Gracias a todos los genios de la humanidad estaba la barra o me habría dolido el golpe. —Te propone una cena romántica, chocolate con fresas, ver las estrellas, hablar de su infancia y de su relación y tú no entiendes la indirecta. Ahora dudo que realmente seas un genio.
—¿Se supone que en alguna de esas frases venía implícita la palabra matrimonio? —pregunté no muy seguro. —Y es que vamos. Todas las cosas que dijo seguramente le gustarían a una mujer –del siclo pasado –no a un hombre como yo. Yo tengo necesidades físicas.
—Tú sólo piensas en sexo.
—Sí, es cierto, pero él también —me defendí —. Absolutamente adora jugar con mis pezones, muy en contra de mi voluntad. No puedes decirme que eso es que no le guste el sexo.
—Pero él no sólo piensa en eso. —Aclaró Nat no muy contenta —Él quería una noche romántica para declararte todo su amor y pedirte que pasaras el resto de tu vida con él. Mientras que tú te burlabas y lo alentabas a conectar su USB en la ranura de tu computadora.
Reí un poco ante el recordatorio de mi inventiva forma de insinuármele a Steve. Una lastima que no hubiera funcionado. De haberlo hecho habría sido muy divertido mostrarle las diversas utilidades de todo el hardware de mi equipo.
—Deja de sonreír como idiota y empieza a idear una forma de arreglar esto. —Cascó Natasha cruzándose de brazos. Levante las cejas, como intentando decirle que no tenía ni la más remota idea de como podría arreglar lo sucedido. —Tal vez podría planear la noche romántica tú mismo, mientras yo entretengo y busco a Steve para traerlo no sé a las siete.
—¿Pretendes que yo planee una noche romántica sin sexo para contentar a Steve? —Pregunté al borde de un ataque de risa —Quieres que planee una dulce cena, con un dulce postre, una dulce platica a la luz de las estrellas ahora, en enero, cuando hace un frio de los mil diablos y una proposición de matrimonio tan dulce que le saque lágrimas de los ojos. Eso suena tan poco yo…
—Y precisamente por eso lo vas a hacer —advirtió Nat tomando la palita con la que habíamos cortado el pastel y apuntándome con ella. Una palita sin filo en manos de una asesina era un arma en potencia. —. Vas a arreglar una cena romántica y pensaras que es lo que puede hacer muy feliz a Steve, porque eso es lo que él trata de hacer todos los días: hacerte feliz.
Solté un bufido y asentí con la cabeza. Ya no valía la pena decir nada, de todas formas acabaría haciendo lo que Nat dijera, más aun ahora que tenía un arma en las manos.
—Nat —llamé teniendo una descabellada idea que quería eliminar lo antes posible de mi mente —¿Tú también crees que la cosa más dulce del mundo es un bebé?
—Sí —murmuró un tanto sonrojada —. Son las cositas más hermosas del mundo, son tiernos, angelicales, puros… ¿Por qué?
—Amm —solté un suspiro ahogado —¿Crees que a Steve le gustaría si le propongo matrimonio con un bebé?
Sí, era una idea descabellada, bastante absurda a decir verdad. Pero, según tenía en los archivos de Jarvis, Steve había dicho no menos de cinco veces que le gustaría mucho un niño. Sí, la idea en sí era una locura, ahora llevarlo a la practica… Pero quizá y sólo quizá eso alegraría y mucho a Steve.