Antes de la cena.
—No he podido localizar Steve —me dijo Natasha por el auricular, haciendo que algo dentro de mí se comprimiera violentamente. Y si ya no quería verme nunca más. Y si lo había herido demasiado.
—Sigue buscándolo —pedí con notoria preocupación impregnada en la voz. —. Realmente no puede haber ido muy lejos. No se llevó su moto…
—Cálmate, Tony —Me pidió Natasha. Suspiré y conté hasta diez tratando de guardar la calma. Steve no era del tipo que tomaba sus cosas y se iba para nunca volver… —. Seguro está en camino.
—Tony, ya regrese —escuché la inconfundible voz de Steve llamándome desde la puerta de entrada y entonces mi corazón saltó. —. Siento mucho haberme ido así. Fue muy infantil de mi parte.
—Llegó. —le comuniqué a Nat antes de colgar el teléfono y precipitarme hacia donde estaba Steve con una cuna de bebé en mis manos. —Steve.
—Tony, yo quería decirte que realmente te… —las palabras del rubio murieron en sus labios al advertir la cuna que llevaba en mis manos —¿Qué es eso? No habrás… Eso es…
Una hermosa sonrisa se formó en los labios de Steve, tan hermosa que me dieron unas inmensas ganas de besarlo con fervor y no dejarlo ir nunca.
Steve se acercó a mí, me besó en los labios y tomó la pequeña cuna de mis manos para analizarla él mismo. Quitó la pequeña sabana que cubría al pequeño retoño y entonces, con la sonrisa congelada, preguntó: —¿Qué es esto?
—¿Cómo que qué es esto? —Pregunté un tanto ofendido por la reacción del rubio —Es la cosa más tierna que encontré. Es un zorrito fenec, tiene tres meses y se llama… ¿cómo quieres que se llame?
—Pensé… yo pensé que sería…
—¿Un bebé? —Pregunté encogiéndome de hombros —Sí, esa era la idea, pero no pude adoptar. Se necesitan un montón de papeles y de cosas burocráticas, además de dos semas de trámites.
Steve sonrió ante lo que le acababa de decir y entonces tomó al pequeño zorrito en sus brazos y lo alzó —Hola, bonito… ¿cómo estás? —le preguntó al cachorro con un tono que se me antojó ridículamente dulce… —Te llamaremos Spencer ¿Te gusta Tony? A mí me gusta, suena lindo.
—Sí, me gusta. —contesté acercándome a Steve para darle un beso en los labios y acariciar la cabeza del pequeño animal. —Pero ¿ya viste lo que lleva en el cuello?
Steve parpadeó un par de veces y revisó el cuello del zorrito encontrándose con un par de anillos de oro. Cada uno con nuestros nombres impresos con un corazón en medio.
¿Quién dijo que el dinero no compraba la rapidez?
Un leve sonrojo tiñó las mejillas de Steve. Le quité los anillos y le puse el suyo dándole el mío para que repitiera mi acción —Steve ¿te casarías conmigo?
Una suave risa se escucho y el rubio asintió con la cabeza antes de darme un beso —Sí, todos los días. Te amo, Tony. No tienes idea de cuanto te amo.
—Yo también te amo —bisbisé contra sus labios —Y por esa razón hoy cenaremos a la luz de las estrellas, una cena irlandesa tradicional y… veremos las estrellas.
La sonrisa de Steve se ensancho —¿Hiciste todo esto por mí? —Preguntó y yo asentí con la cabeza —Sabes… estuve pensando. Ya no me interesa saber quien fuiste, me interesa saber quien eres y tenerte a mi lado… siempre.
—Steve —susurré no muy seguro de entender lo que quería decir el rubio —¿Eso quiere decir que quieres que tengamos sexo toda la noche para hacerme le hombre más feliz del mundo?
Steve giró los ojos y se palmeó suavemente la frente —Sólo si eso te hace el hombre más feliz del mundo.
Sonreí y le di un beso antes de jalarlo de la mano —Bueno, seré el hombre más feliz del mundo, después de hacerte el hombre más feliz del mundo con esta cena. ¿te parece?
