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Un camino diferente. por lorienficachi

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Notas del capitulo:

¡Sorpresa!

Lamento haber tardado u.u Espero que les guste, y muchas gracias por leer. 

De pronto lo arrojaron otra vez a un suelo pedregoso. Era el principio de la noche, pero la luna delgada descendía ya en el oeste. Estaban al borde de un precipicio que parecía mirar a un océano de nieblas pálidas. Se oía el sonido de una cascada próxima.

-Los exploradores han vuelto al fin -dijo un orco que andaba cerca.

-Bueno, ¿qué descubriste? -gruñó la voz de Uglúk.

-Sólo un jinete solitario, e iba hacia el oeste. El camino está libre, por ahora.

-Sí, por ahora. ¿Pero durante, cuánto tiempo? ¡Idiotas! Teníais que haberlo matado. Dará la alarma. Esos malditos criadores de caballos sabrán de nosotros cuando llegue la mañana. Ahora habrá que redoblar el paso.

Una sombra se inclinó sobre Pippin. Era Uglúk.

-¡Siéntate! -dijo el orco-. Mis compañeros están cansados de cargarte. Vamos a bajar y tendrás que servirte de tus piernas. No te resistas ahora. No grites y no intentes escapar. Haríamos un escarmiento que no te gustaría, aunque el Señor aún podría sacarte algún provecho.

Cortó los lazos de cuero que sujetaban las piernas y tobillos de Pippin, lo tomó por los cabellos y lo puso de pie. Pippin cayó al suelo y Uglúk lo levantó sosteniéndolo por los cabellos otra vez. Algunos orcos se rieron. Uglúk le metió un frasco entre los dientes y le echó un líquido ardiente en la garganta. Pippin sintió un calor arrebatado que le abrasaba el cuerpo. El dolor de las piernas y los tobillos se desvaneció. Podía tenerse en pie.

-¡Ahora el otro! -dijo Uglúk.

Pippin vio que el orco se acercaba a Merry, tendido allí cerca, y que lo pateaba. Merry se quejó. Uglúk lo obligó a sentarse y le arrancó el vendaje de la cabeza. Luego le untó la herida con una sustancia oscura que sacó de una cajita de madera. Merry gritó y se debatió furiosamente.

Los orcos batieron las manos y se burlaron.

-No quiere tomarse la medicina -rieron-. No sabe lo que es bueno para él. ¡Ja!

Pero por el momento Uglúk no estaba con ánimo de diversiones. Estaba curando a Merry al modo de los orcos y el tratamiento parecía eficaz. Cuando consiguió de viva fuerza que el hobbit tragara el contenido del frasco, le cortó las ataduras de las piernas y tironeó de él hasta ponerlo de pie. Merry se enderezó, pálido pero alerta y desafiante. La herida de la frente no le molestaba, aunque le dejó una cicatriz oscura para toda la vida.

-¡Hola, Pippin! -dijo- ¿Así que tú también vendrás en esta pequeña expedición? ¿Dónde encontraremos una cama y un desayuno?

-Atención -dijo Uglúk-. Nada de charlas. Cualquier dificultad será denunciada en el otro extremo, y Él Sabrá seguramente cómo pagaros. Tendréis cama y desayuno, más de lo que vuestros estómagos pueden recibir.

La banda de orcos comenzó a descender por una cañada estrecha que llevaba a la llanura brumosa. Merry y Pippin caminaban con ellos, separados por una docena o más de orcos.

-¡Ahora en línea recta! - gritó Uglúk -. Hacia el oeste y un poco al norte. Seguid a Lugdush.

-¿Pero qué haremos a la salida del sol? - dijo alguno de los norteños.

-Seguiremos corriendo -dijo Uglúk-. ¿Qué pretendes? ¿Sentarte en la hierba y esperar a que los Pálidos vengan a la fiesta?

-Pero no podemos correr a la luz del sol.

-Correrás y yo iré detrás vigilándote -dijo Uglúk- ¡Corred! O nunca volveréis a ver vuestras queridas madrigueras. ¿De qué sirve una tropa de gusanos de montaña entrenados a medias? ¡Por la Mano Blanca! ¡Corred, maldición! ¡Corred mientras dure la noche!

Toda la compañía echó a correr entonces a los saltos, con las largas zancadas de los orcos y en desorden.

Cada uno de los hobbits iba vigilado por tres orcos; Pippin corría entre los rezagados, casi cerrando la columna. Se preguntaba cuánto tiempo podría seguir a este paso; no había comido desde la mañana. Pero por ahora el licor de los orcos le calentaba todavía el cuerpo y de algún modo le había despejado la mente. Una y otra vez, una imagen espontánea se le presentaba de pronto: la cara atenta de Trancos que se inclinaba sobre una senda oscura y corría, corría detrás. ¿Pero qué podría ver aun un montaraz excepto un rastro confuso de pisadas de orcos? Las pequeñas señales que dejaban Merry y él mismo desaparecían bajo las huellas de los zapatos de hierro, delante, atrás y alrededor.

Habían avanzado poco más de una milla cuando el terreno descendió a una amplia depresión llana.

-¡Atención! ¡No tan rápido ahora! -gritó Uglúk a retaguardia.

Una idea se le ocurrió de pronto a Pippin, que no titubeó. Se apartó bruscamente a la derecha y librándose de la mano del guardia, se hundió de cabeza en la bruma; cayó de bruces sobre la hierba, con las piernas y los brazos abiertos.

- ¡Alto! -aulló Uglúk.

Durante un momento hubo mucho ruido y confusión. Pippin se levantó de un salto y echó a correr. Se tanteó el cuello con las manos atadas y desprendió el broche que le sujetaba la capa. En el momento en que unos brazos largos y unas garras duras lo alzaban en vilo, soltó el broche.

La cola de un látigo se le enredó en las piernas y ahogó un grito.

-¡Basta! -gritó Uglúk, acercándose de prisa- Todavía tiene mucho que correr ¡Que los dos corran! ¡Adelante!

Ni Pippin ni Merry conservaron muchos recuerdos de la última parte del viaje. Los malos sueños y los malos despertares se confundieron en un largo túnel de miserias; las esperanzas iban quedando atrás, cada vez más débiles.

El calor de la bebida orca se había desvanecido. Pippin se sentía otra vez helado y enfermo. De repente cayó de bruces sobre la hierba. Unas manos duras de uñas afiladas lo tomaron y lo alzaron. Lo cargaron como un saco una vez más y le pareció que la oscuridad crecía alrededor.

Durante un largo rato lo empujaron y lo sacudieron y luego la oscuridad fue cediendo lentamente, y así volvió al mundo de la vigilia y descubrió que era de mañana. Se quedó allí un momento, luchando con la desesperación. Un orco se inclinó sobre él y le echó un poco de pan y una tira de carne seca. Devoró ávidamente el pan grisáceo y rancio, pero no tocó la carne.

Se sentó y miró alrededor. Merry no estaba muy lejos. Habían acampado a orillas de un río angosto y rápido. Enfrente se elevaban unas montañas: en una de las cimas se reflejaban ya los primeros rayos del sol.

Había muchos gritos y discusiones entre los orcos; parecía que en cualquier momento iba a estallar otra pelea entre los del Norte y los Isengardos. Algunos señalaban el sur detrás de ellos y otros el este.

-Muy bien -dijo Uglúk- ¡Dejádmelos a mí entonces! Nada de darles muerte, corno dije antes; pero si queréis abandonar lo que hemos venido a buscar desde tan lejos, abandonadlo. Yo lo cuidaré. Allí está el bosque -gritó, señalando adelante- Id hasta allí, es vuestra mayor esperanza. Rápido, antes que yo derribe unas cabezas más para poner un poco de sentido común en el resto.

La mayoría de los norteños se separó de los otros y echó a correr hacia las montañas, entre ellos, Grishnákh.

Sí – dijo Uglúk con un gruñido- esos malditos palafreneros han venido detrás de nosotros. Pero la culpa es toda tuya, Snaga. A ti y los otros exploradores habría que arrancarles las orejas.

En ese momento Pippin vio por qué algunos orcos habían estado señalando el este. De allí llegaban ahora unos gritos roncos. Grishnákh reapareció y detrás una veintena de otros como él: orcos patizambos de brazos largos. Llevaban un ojo rojo pintado en los escudos. Uglúk se adelantó a recibirlos.

-¿De modo que has vuelto? -dijo- Lo pensaste mejor, ¿eh?

-He vuelto a ver cómo se cumplen las órdenes y se protege a los prisioneros -dijo Grishnákh.

-¿De veras? -dijo Uglúk-. Un trabajo inútil. Yo cuidaré de que las órdenes se cumplan ¿Y para qué otra cosa volviste? Viniste rápido ¿Olvidaste algo?

-Olvidé a un idiota -gruñó Grishnákh- Pero hay aquí gente de coraje acompañándolo y sería una lástima que se perdiera. Sé que tú los meterías en dificultades. He venido a ayudarlos.

-¡Espléndido! - rio Uglúk -. Pero si eres débil y escapas al combate, has equivocado el camino. Tu ruta es la de Lugbúrz. Los Pálidos se acercan.

Los Isengardos tomaron de nuevo a Merry y a Pippin y se los echaron a la espalda. Luego la tropa se puso en camino. Corrieron durante horas, deteniéndose de cuando en cuando sólo para que otros orcos cargaran a los hobbits. Ya porque eran más rápidos y más resistentes, o quizás obedeciendo a algún plan de Grishnákh, los Isengardos fueron adelantándose a los orcos de Mordor y la gente de Grishnákh se agrupó en la retaguardia.

-¡Larvas! -se burlaron los Isengardos-. Estáis cocinados. Los Pálidos os alcanzarán y os comerán. ¡Ya vienen!

Un grito de Grishnákh mostró que no se trataba de una broma. En efecto, unos hombres a caballo, que venían a todo correr, habían sido avistados detrás y a lo lejos, e iban ganando terreno a los orcos, como una marea que avanza sobre una playa, acercándose a unas gentes que se han extraviado en un tembladeral. Los Isengardos se adelantaron con un paso redoblado que asombró a Pippin, como si cubrieran ahora los últimos tramos de una carrera desenfrenada.

«Todavía lo conseguirán. Van a escaparse» -se dijo Pippin y torciendo el pescuezo miró con un ojo por encima del hombro. Allá a lo lejos en el este vio que los jinetes ya habían alcanzado las líneas de los orcos, galopando en la llanura.

-¿Cómo podría saber que no somos orcos? -se dijo- No creo que aquí hayan oído hablar de hobbits alguna vez. Tendría que regocijarme, supongo, de que quizá los orcos sean destruidos, pero preferiría salvarme yo. - Lo más probable era que él y Merry murieran junto con los orcos antes que los Hombres de Rohan repararan en ellos.

Unos pocos de los jinetes parecían ser arqueros, capaces de disparar hábilmente desde un caballo a la carrera. Acercándose rápidamente descargaron una lluvia de flechas sobre los orcos de la desbandada retaguardia y algunos cayeron; en seguida los jinetes dieron media vuelta poniéndose fuera del alcance de los arcos enemigos; los orcos disparaban las flechas de cualquier modo, pues no se atrevían a detenerse. Esto ocurrió una vez y otra y en una ocasión las flechas cayeron entre los Isengardos. Uno de ellos, justo frente a Pippin, rodó por el suelo y ya no se levantó.

Llegó la noche y los jinetes no habían vuelto a acercarse. Muchos orcos habían caído, pero aún quedaban no menos de doscientos.

-Bueno, aquí estamos -se burló Grishnákh- ¡Excelente conducción! Espero que el gran Uglúk vuelva a guiarnos alguna otra vez.

-¡Bajen a los medianos! -ordenó Uglúk, sin prestar atención a Grishnákh-. Tú, toma otros dos y vigílalos. No hay que matarlos, a menos que esos inmundos Pálidos nos obliguen. ¿Entendéis? Mientras yo esté con vida quiero conservarlos. Pero no hay que dejar que griten, ni que escapen ¡Atadles las piernas!

La última parte de la orden fue llevada a cabo sin misericordia. Pero Pippin descubrió que por primera vez estaba cerca de Merry.

-No tengo muchas esperanzas -dijo Merry-. Estoy agotado. No creas que pueda arrastrarme muy lejos, aun sin estas ataduras.

-¡Lembas! -susurró Pippin- Lembas: tengo un poco ¿Tienes tú? Creo que sólo nos sacaron las espadas.

-Sí, tengo un paquete en el bolsillo -le respondió Merry-. Pero ha de estar convertido en migas. De todos modos, ¡no puedo ponerme la boca en el bolsillo!

-No será necesario. Yo he... -pero en ese momento un feroz puntapié advirtió a Pippin que el ruido había cesado y que los guardias vigilaban.

Los jinetes no hacían ruido. Más tarde en la noche, cuando la luna salió de las nieblas, se les pudo ver de cuando en cuando: unas sombras oscuras que a veces la luz blanca iluminaba un momento mientras se movían en una ronda incesante.

-¡Están esperando a que salga el sol, malditos sean! - refunfuñó un guardia- ¿Por qué no cargamos todos juntos sobre ellos y nos abrimos paso? ¡Qué piensa ese viejo Uglúk, quisiera saber!

-Claro que quisieras saberlo -gruñó Uglúk, avanzando por detrás - Quieres decir que no pienso nada, ¿eh? ¡Maldito seas! No vales más que toda esa canalla: las larvas y los monos de Lugbúrz. De nada serviría intentar una carga con ellos. No harán otra cosa que chillar y dar saltos y hay bastantes de esos inmundos palafreneros para hacernos morder el polvo aquí mismo.

Las palabras de Uglúk bastaron en apariencia para satisfacer a los Isengardos, aunque los otros orcos se mostraron a la vez desanimados y disconformes. Pusieron unos pocos centinelas, pero la mayoría se quedó tendida en el suelo, descansando en la agradable oscuridad. La noche había cerrado otra vez. Los jinetes, sin embargo, no se contentaron con esperar al alba, dejando que los enemigos descansasen. Un clamor repentino estalló en la falda este de la loma mostrando que algo andaba mal. Al parecer algunos hombres se habían acercado a caballo y desmontando en silencio se habían arrastrado hasta los bordes del campamento. Allí mataron a varios orcos y se perdieron otra vez en las tinieblas. Uglúk corrió a prevenir una huida precipitada.

Pippin y Merry se enderezaron. Los guardias Isengardos habían partido con Uglúk. Pero si los hobbits creyeron poder escapar, la esperanza les duró poco. Un brazo largo y velludo los tomó por el cuello y los juntó, arrastrándolos. Alcanzaron a ver la cabezota y la cara horrible de Grishnákh entre ellos. Sentían en las mejillas el aliento infecto del orco, que se puso a manosearlos y a palparlos. Pippin se estremeció cuando unos dedos duros y fríos le bajaron tanteando por la espalda.

-¡Bueno, mis pequeños! -dijo Grishnákh en un susurro sofocado ¿Disfrutando de un bonito descanso? ¿O no? No en muy buena posición, quizás; espadas y látigos de un lado y lanzas traicioneras del otro. Las gentes pequeñas no tendrían que meterse en asuntos demasiado grandes.

Los dedos de Grishnákh seguían tanteando. Tenía en los ojos una luz que era como un fuego, pálido pero ardiente.

- ¿Saben, pequeñas sanguijuelas? Hace mucho tiempo que Grishnákh no siente carne tan linda, y tan suave – con sus asquerosas manazas les tanteo los muslos – como la de ustedes. No está Uglúk aquí, para evitar que penetre sus cuerpos a mí gusto – se burló y se dispuso a hacer su tarea. 

 

 

CONTINUARÁ...

 

 

 


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