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A los trece por Marbius

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14.- Interludio: Corte transversal.

 

Tom despertó de golpe apenas unas horas después. Tendido de espaldas, en un principio no razonó bien el por qué se encontraba desorientado, con la garganta seca y bañado en sudor; intentó recordar si había tenido una pesadilla, pero un ramalazo de placer recorrió cada uno de sus nervios y lo hizo olvidar sin mayor esfuerzo.

—Ahhh –gimió, más atento a su entorno, abriendo los ojos lo más posible y sólo distinguiendo en la penumbra sombras inconexas.

Unas manos que hasta entonces no había tomado en cuenta, presionaron sus muslos abiertos y el bulto de mantas que se amontonaba sobre su regazo, se movió hasta que de ellas saliera su gemelo, con la boca húmeda brillando a la escasa luz y el cabello en total desorden.

—Shhh –lo amonestó como si nada—. No hagas ruido.

Sólo entonces Tom se percató de que los pantalones de su pijama estaban en algún lado cerca de sus tobillos, acompañados de su ropa interior y los calcetines. Bill estaba recostado en medio de sus piernas y como si fuera normal entre ellos dos, al parecer había decidido que la mejor manera de despertarlo era con sexo oral.

No que estuviera muy desencaminado, pero…

—Espera –lo detuvo Tom con una mano, cuando vio que su gemelo parecía dispuesto a proseguir—. ¿Qué haces? ¿Por qué?

—Duh –dijo Bill y el mayor de los gemelos lo imaginó a la perfección rodando los ojos con fastidio, como si su pregunta fuera de lo más obvia—. Dormido parecías estar disfrutando.

Tom quiso reírse por lo absurdo de aquella situación. —¿Por qué? –Repitióde nuevo su pregunta.

¿Por qué Bill hacía eso? Horas antes los dos había caído dormidos en un abrazo íntimo pero carente de energía sexual; Tom necesitaba consuelo, compañía. No sexo, incluso si la erección que descansaba sobre su vientre bajo se erguía orgullosa demostrando lo contrario.

—Tomi… —El menor de los gemelos apoyó la cabeza sobre el muslo de Tom y éste se estremeció de placer por el contacto—. Voy a terminar esto y después vamos a hablar. Sólo déjame hacerlo, ¿de acuerdo? Hace tanto de la última vez y…

El mayor de los gemelos consideró la posibilidad de negarse, decir no y darse media vuelta para volver a dormir. Aquello estaba mal, incluso si era con lo que había fantaseado desde tiempo atrás. En lugar de decir no, dijo sí y con el labio inferior atrapado entre sus dientes, cedió su consentimiento en una palabra insegura e inhalada.

Bill no perdió tiempo.

Tomando el pene de su gemelo con una mano, abrió la boca y engulló el glande sin mucha demora. Usó la lengua para recorrerlo y el pulso se le aceleró cuando un poco de líquido seminal escapó directo a su paladar. El sabor era tal como lo recordaba y cerró los ojos, dejándose bañar en la cálida sensación del pasado.

La otra mano la usó primero para masajearle los testículos a su gemelo, pero al cabo de unos minutos, cuando Tom al fin pareció vencer su propia resistencia y logró relajarse, Bill se llevó dos dedos a la boca y de un rápido lametón, los llenó de saliva.

Sin mediar una palabra de permiso entre ambos, usó esos mismos dedos para acariciar levemente un camino por debajo de los testículos de Tom y deslizarse con suma delicadeza por la sensible área. Su gemelo se tensó en el acto y con la misma rapidez se estremeció de placer, aún sumido en el éxtasis de tener la boca de Bill entre sus piernas.

El menor de los gemelos dejó los preliminares y al tiempo que su boca engullía el pene de Tom hasta la base, sus dedos húmedos recorrían el perineo hasta encontrar la pequeña abertura que sabía encontraría ahí.

Tom apenas si opuso resistencia cuando con la punta del dedo índice Bill lo acarició en su lugar más íntimo. En lugar de ello, abrió las piernas casi inconscientemente a pesar de la resistencia de los pantalones de su pijama enredados en los tobillos y alzó la cadera.

Tomando aquellas señales como una pauta para continuar, Bill presionó su dedo más allá del estrecho músculo y un sabor intensó invadió su boca.

Tom se cubrió el rostro con las manos, mordiéndose el dorso cuando el orgasmo le llegó de improviso y avergonzado de haber durado tan poco.

—Basta —murmuró con voz pequeña, jadeando por aire y asustado de sus propias reacciones.

—Tranquilo, Tomi. No es nada —retiró Bill su dedo con cuidado, lamiéndose los labios en un gesto casi felino. En la escasa luz que entraba a través de las cortinas, Tom lo vio como un depredador que se cernía sobre su presa y parecía dispuesto a atacar.

—Tú… —Tom se detuvo cuando su gemelo abandonó su anterior postura y ayudándolo con los pantalones, lo volvió a vestir de vuelta. Su erección evidente en el bulto que portaba entre las piernas y se presionaba contra su muslo a la menor oportunidad—. ¿Quieres que yo…? –Vaciló, inseguro si sería capaz de hacerlo. Más que eso, temeroso de ello.

Bill pareció entenderlo a la perfección, recostándose a su lado y tapándolos a ambos con las mantas por encima de la cabeza, creando un refugio para los dos como hacían cuando aún compartían habitación y cama.

—Te amo –murmuró el menor de los gemelos cuando al cabo de varios minutos de silencio, ninguno de los dos se vio capacitado de dar el primer paso—. Desde siempre y sé que tú también, ahora lo sé, pero antes…

—¿Antes?

—Mentiste –dijo Bill en un susurro, reduciendo el espacio entre sus cuerpos y tocándolo en el rostro y el cuello con manos temblorosas—. ¿Por qué mentiste? Dijiste que no me amabas, que no era cierto… Que lo que pasó entre los dos no tenía significado.

Aquellas palabras le daban vueltas a la cabeza a Tom y la migraña que desde el accidente padecía, apareció de golpe, como una aguja clavada en la coronilla y atravesando todo su cerebro.

—Tranquilo –le acarició Bill el rostro, atento a cualquier signo de dolor—. Ya pasó.

—¿Hace cuánto? –Trastabilló Tom con cada sílaba, el dolor aumentando de golpe y adquiriendo la forma de un punto ardiente justo en el centro de su cabeza. Cerró los ojos con fuerza y exhaló—. Bill, por favor…

—Casi un año –susurró Bill.

¿Menos de un año? Eso significaba que en esas mismas fechas, el año pasado estaban juntos. Él y Bill. Juntos en todos los significados que la palabra podía significar. La idea era abrumadora, maravillosa, triste porque ya no lo era más.

—¿Desde cuándo? –Exigió Tom saber, abriendo los ojos a pesar del dolor y viendo en los de Bill un dolor más pasivo pero igual de triste.

—Nuestra fiesta de cumpleaños número catorce.

—Oh Diosss… —Tom no quiso escuchar más. Apoyó la frente contra la almohada e intentó mantenerse en calma para no vomitar, para no sentir que el mundo daba vueltas a su alrededor.

—Voy a ir por tus medicamentos y agua –se movió Bill fuera de la cama que compartían y antes de que Tom tuviera oportunidad de asirlo por el brazo, ya no estaba. En su lugar, obtuvo un puño de sábanas arrugadas que estrujó con fuerza.

Tendido en la tibia cama y sufriendo por el dolor de cabeza más fuerte desde su accidente, Tom no pudo dejar de pensar qué había pasado exactamente entre ellos dos al final.

Ahora por lo menos, tenía dos fechas importantes, incluso si no recordaba nada más que eso.

 

Tom durmió un par de horas más antes de sentirse mejor y ya sin el acuciante dolor por dentro de la cabeza. En sustitución a su migraña, pinchazos de luz que resonaban dentro de su cráneo aparecían cada tantos minutos y le hacían esbozar muecas, pero al menos ya se podía levantar de la cama.

Aún con la ropa del día anterior, Tom bajó las escaleras con cuidado y se encontró con la casa sumida en un silencio agradable, pero que indicaba que eran sólo él y su soledad. Intrigado por ello, el mayor de los gemelos leyó una pequeña nota dirigida a su persona, colgada del tablero de corcho que su madre tenía en la entrada y contenía apenas un par de líneas:

“Fuimos de visita con la tía Enid (más tarde te contamos todo). Hay comida en el horno y Bill prometió helado de cena. Cuídate. Besos.”

Sin mucho interés, Tom se guardó la hoja dentro del pantalón y con pies de plomo, enfiló rumbo a la cocina, llevándose una mano al estómago y comprobando que tenía un hambre voraz.

Inclinándose sobre el horno, en efecto, había comida dentro. Un pequeño vistazo le confirmó sus sospechas: Lasagna vegetariana. Tom no estaba seguro si el sabor era tan bueno como con la lasagna normal, pero decidido a no ceder a sus melindres alimenticios, optó por servirse una porción.

Justo cuando iba a abrir las puertas de la alacena en búsqueda de un plato sobre el cual servirse, miró la mesa de la cocina y encontró que todo estaba listo y preparado, desde el plato ancho, hasta el tenedor, cuchillo y un paquete de servilletas. Como decoración central, incluso un jarrón con una única rosa roja que reconoció como parte del jardín trasero de su madre.

¿Qué decía la nota? ¿Que Bill había salido por helado? Tom no estaba seguro, pero pensar requería de más de lo que él estaba dispuesto a hacer. En su estado, aún cansado y con una pesadez instalada en cada uno de sus miembros, se limitó a sentarse frente a la mesa y esperar.

Esperar, esperar y esperar…

 

—Mierda –gruñó Bill por lo bajo, cuando en la entrada de su casa se topó con dos adolescentes sonrientes en espera de un autógrafo. Como si la propiedad privada no significara nada para ellas, se acercaron con descaro a la ventanilla de su automóvil y a Bill no le quedó de otra que bajar el vidrio.

En otras circunstancias, jamás lo hubiera hecho. Por seguridad suya y para no crear futuras situaciones que no se pudieran manejar y terminaran por salirse de control, Jost les había aconsejado jamás ceder cuando estuvieran dentro de su propiedad. Y sin embargo… El menor de los gemelos se forzó a sonreír cuando el par de chicas lo saludaron y con una pizca de timidez, le extendieron un par de tarjetas.

—Para Tom –se explicó la más alta de ellas—. De parte de nuestro club de fans, le deseamos lo mejor. Yo soy Nadine y ella es Bertha –se señaló a sí misma y luego a su compañera, que dijo ‘hola’ en un chillido de emoción—. Y erm, eso es todo. Gracias –tomó a su amiga del brazo y corrió en dirección opuesta.

Sin molestarse en mirar las tarjetas, Bill entró en su garaje y cerró la puerta tras de sí, aliviado de que no hubiera llegado a mayores su idiotez de abrir la ventanilla. En gran parte, agradecido por el gesto de apoyo y porque ninguna de las chicas hubiera cruzado la línea del espacio personal, exigiendo un abrazo o un beso como solía ser.

Se sorprendió a sí mismo pensando que a pesar de todo, existían personas agradables en el mundo exterior. No todas las fans tenían que ser stalkers violentas, y no siempre el encuentro con ellas tenía que ser plagado de gritos y descaro; a veces, sólo a veces, había personas normales que querían desearles lo mejor y agradecerles por la música que hacían.

Con una apenas perceptible sonrisa en los labios, Bill tomó las tarjetas y las metió dentro de las bolsas de la compra, repartiendo el peso entre ambas manos y entrando a la casa.

La sorpresa se la llevó cuando él cuando al dar un pie dentro de la cocina, se encontró con su gemelo dormitando sobre la mesa, con aspecto cansado y la boca entreabierta emitiendo un ligero ronquido.

—Tomi –lo llamó despacio, atento a cualquier signo de dolor.

—¿Mmm? –El mayor de los gemelos se giró con lentitud, los ojos cansados y los párpados pesados sobre éstos—. Tardaste –le reprochó al final.

—Lo sé. –Bill se inclinó sobre él y le besó la cabeza como si lo ocurrido horas antes jamás hubiera cruzado la línea de lo fraternal—. Uhm, ¿quieres comer?

Tom tardó unos segundos en responder, por último asintiendo.

—Bien –se colocó Bill los guantes términos antes de acercarse al horno—, manos a la obra.

 

La comida transcurrió entre charlas corteses y largos periodos de silencio. De vez en cuando Tom preguntaba algo y Bill respondía, o viceversa, pero ninguna conversación entre ambos fue trascendental.

El mayor de los gemelos tenía muchas preguntas en mente, pero el efecto de los medicamentos parecía estar perdiendo su efectividad y para el final de su comida, apenas si podía mantener la cabeza erguida sin sentir que la habitación daba vueltas a su alrededor en una especie de juego macabro de feria.

—Estás pálido –dejó Bill caer su tenedor sobre el plato, atento a las reacciones de su gemelo—. ¿Quieres que te lleve a la cama?

Dispuesto a replicar que no era un inválido de ningún tipo, Tom estiró la mano por encima de la mesa y en lugar de sujetar el vaso con agua para beber un sorbo, derramó todo su contenido por la superficie. –Perdón –musitó con debilidad, los párpados cerrándosele contra su voluntad.

Aún en contra de sus débiles protestas, Bill lo llevó a cuestas hasta su habitación y con cuidado lo depositó de vuelta sobre el colchón. Indeciso de si su presencia era o no requerida, cedió al fin cuando Tom pronunció su nombre entre balbuceos.

—¿Quieres que llame a mamá o al doctor, Tomi? –Sugirió al cubrirlos a ambos bajo las mantas y abrazarlo contra su cuerpo. Tom no parecía tener fiebre ni tampoco otro síntoma, pero Bill estaba nervioso.

—No –balbuceó el mayor de los gemelos—. Es migraña, sólo… eso…

—¿Otra pastilla entonces?

Tom no respondió nada, en su lugar, relajó el cuerpo y quedó laxo. –Dormir –dijo por último, con un pequeño quejido que no tranquilizó en lo absoluto a su gemelo.

Aquel había sido un día perdido en su totalidad. Basado por completo en dormir y sufrir por la migraña, pero envuelto en los brazos de Bill y cuidado por él como el objeto más precioso del universo, Tom no podía más que sentirse querido como pocas veces en la vida.

Rodeado por dos brazos fuertes que no recordaba fueran así y sustituían al Bill pequeño y delgado como él mismo que recordaba, estaba protegido de cualquier daño.

Cerrando los ojos a la realidad, a lo que no comprendía, se dejó mecer por Bill cantándole una canción de la que no tenía memoria en lo absoluto, y sin embargo, al mismo tiempo, le parecía adecuada, hecha por los dos y para los dos únicamente.

Bill lo sujetó contra su cuerpo y habló y habló hasta quedar ronco. De sus vidas, de su tiempo juntos, de lo mucho que aún lo amaba; Tom no volvió a abrir la boca, pero con su mano sujeta a la de Bill, le hizo saber lo mucho que él también lo amaba.

Y cuando ninguno de los dos pudo permanecer más tiempo despiertos, se dejaron sumir en el sueño sin sueños.

 

Tom despertó con las primeras luces del lunes en que planeaban regresar de vuelta a su vida en la ciudad. Aún era demasiado temprano como para salir y el viaje de regreso estaba planeado para después del mediodía, así que consideró volver a dormir.

Con Bill abrazándolo por la espalda y sus piernas entrelazadas bajo las mantas, la idea sonaba de lo más…

El mayor de los gemelos se acomodó en su sitio como un gato lo hace, abriendo las manos sobre la tibia sábanas y encogiendo los dedos hasta caer dormido de vuelta.

Y sin embargo… Tom abrió los ojos con terror cuando algo no pareció estar en orden.

No, algo no estaba en orden.

Con cuidado al soltarse del abrazo de su gemelo, Tom se sentó al borde de la cama y en la semi penumbra se examinó cada dedo de la mano con cuidado, flexionando uno a uno con atención. Luego se miró los pies y frunció el ceño cuando vio que si bien sentía como doblaba los diez, sólo los del lado derecho se movían.

Intrigado por aquello, quizá aún no en pánico debido a que acababa de despertar, se dobló hacía abajo, tocándose el pulgar del pie derecho y presionando con fuerza sin sentir nada.

Ni una pizca de dolor, calor, frío o una sensación de contacto; la palabra era nada.

Tom consideró despertar a su gemelo y actuar con pánico, aterrado porque obviamente no era normal perder la sensibilidad y el control de una extremidad, pero en lugar de ello consideró que podía esperar.

Su cabeza aún daba vueltas y decidido a que posiblemente era debido al frío y no a una razón médica seria, se recostó al lado de Bill y volvió a caer en un profundo sueño.

 

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