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F es por Facebook y... por Marbius

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Ni Facebook ni TH me pertenecen; de ser así, sería millonaria.

1.-Follar.

 

—Mmm, Tomi... —Gimió Bill con abandono, aferrándose a la cabecera de la cama y apoyando la frente contra la dura superficie de madera. Detrás de él, el mayor de los gemelos marcaba el ritmo de sus embestidas como un reloj acelerado, el tic-tac de su pelvis al mismo compás de su corazón que bombeaba al máximo de su potencia.

Con las manos sobre la cadera de Bill, Tom dejó la impresión de sus dedos sobre la pálida piel, empujando en ritmo y forma para que el cuerpo de su gemelo se moviera en vaivén con el suyo, coordinando sus embestidas para maximizar el placer.

—¿Te gusta? —Preguntó con satisfacción, más por ego que por verdadera necesidad de saber. Si los gemidos de Bill eran un indicador fiel, bien podía suponer que a ese ritmo lo iba a matar de placer.

—Uh-uh —gimoteó Bill, temblando de pies a cabeza como una hoja a merced del viento. Su cuerpo ardía como una brasa e incluso a través de sus ojos cerrados, rojo era todo lo que podía ver—. Si-ah-gue —se estremeció cuando la mano de Tom se deslizó de su cadera a su entrepierna, atrapando su pene con una mano firme y bombeando con una delicadeza no propia de él.

Ocultando su sonrisa de satisfacción, Tom aceleró el ritmo de sus embestidas, haciendo lo propio con la mano que tenía entre las piernas de Bill, llevándolos a los dos al cabo de unos segundos, a un orgasmo compartido que aprovechó para ambos.

Presionándose lo más posible contra el cuerpo de Bill, apenas sintió que éste eyaculaba en su mano, las almohadas e incluso unas gotas en la fiel cabecera que le había servido de apoyo, él también se dejó ir, moviéndose dentro de su gemelo tres veces más hasta que sucumbir al orgasmo y derrumbarse sobre Bill.

En una maraña de brazos y piernas, los dos jadeando para recuperar su aliento, el mundo a su alrededor pareció detenerse.

—Wow —murmuró Bill de pronto, cuando los minutos entre ambos se extendieron al punto de la relajación total—. Esto debe ser un nuevo récord, ¿no, Tomi?

Con la mejilla apoyada sobre el húmedo omóplato de su gemelo, los ojos cerrados y una leve sonrisa de complacencia, Tom sólo atinó a soltar un ruido, mitad de molestia, mitad de curiosidad. —¿Qué? —Inquirió al fin cuando no le quedó de otra.

—Digo que apenas es mediodía y ya lo hicimos, ¿qué? —Rodó Bill los ojos—. ¿Tres veces?

Con una mano recorriendo la cintura desnuda de su gemelo hasta el pequeño trasero y de vuelta, Tom se encogió de hombros. —Ni idea. No llevo la cuenta, sólo… lo siento y lo hago.

—Idiota —se intentó Bill incorporar, pero el peso de Tom encima del suyo era más del que había calculado en un principio; pese a ser técnicamente idénticos, su gemelo era más músculo que él.

—A ver —empezó el mayor de los gemelos a enumerar—. Una vez cuando regresamos del restaurante, otra en la ducha, mmm, ¿cuenta lo que hicimos en el vestidor?

Bill carraspeó. —Supongo…

El menor de los gemelos se abochornó una pizca de sólo recordarlo. Luego de hacerlo dos veces consecutivas, listos para ir a la cama y dormir por lo menos doce horas, los gemelos habían procedido a vestirse con los pijamas, sin mucho éxito. Tom había culpado al enorme espejo de pared que decoraba el vestidor, porque en sus palabras, cuando Bill se había inclinado y la toalla se había deslizado por sus caderas hasta el suelo, la vista doble de su trasero había sido demasiado provocadora como para resistirse y Tom no había encontrado cómo detenerse, tampoco como si lo hubiera querido.

Resultado: Un 69 frente al espejo, que los dejó igual de sudados que antes del baño.

—Ok, si han sido más de tres veces —admitió Tom cuando además sumó lo que habían hecho a primera hora de la mañana. En su defensa, alegando que si ya estaban en la cama y a medio vestir, ¿por qué no hacerlo?

Bill iba a replicar que él estaba durmiendo cuando Tom lo había despertado, presionando su erección matutina contra sus muslos y frotándose ahí insistentemente, pero aquello se quedó en intenciones, cuando su gemelo empezó a prodigarle pequeños besos en la espalda y a moverse contra su pelvis.

—Tomi, no… —Gimió con una desgana tan falsa que hasta él mismo se dio cuenta. Su propia entrepierna se lo hizo saber, su miembro ahí endureciéndose de vuelta—. Mmmah...

—Vamos, yo sé que tú también quieres —presionó Tom la palma de la mano con la nuevamente formada erección de su gemelo—. ¿Ves? No te resistas. Es más fácil ceder.

Dispuesto a negarse, Bill abrió la boca, pero de ella sólo salieron ruidos guturales y no palabras, cuando Tom se tomó en serio su tarea de disuadirlo y con su mano libre, jugueteó con el piercing en su pezón, tironeando del metal y la piel circundante hasta lograr que la pequeña punta se irguiera erecta y enrojecida, para su vergüenza por la falta de autocontrol.

Bill soltó un suspiro entrecortado. —Bien, una vez más…

Agradeciendo el gesto, Tom se dedicó a ello por horas y horas… Y más horas…

 

—Ugh —se dejó Bill caer en el sofá, poniendo especial cuidado en donde aterrizaba su trasero. Su pobre trasero, como venía pensando en él desde días atrás.

No, al diablo con eso. Semanas atrás.

De seguir así, se le caería a trozos por el abuso al que lo sometía. Y si bien la idea sonaba de lo más ridícula, al ritmo en que Tom lo disfrutaba, se entregaba a él, lo colmaba de atenciones y pasaba tiempo con él, pronto sería él la primera persona en el mundo que requiriera de un trasplante de trasero porque el suyo estaría hecho trizas por el exceso de uso.

—Diox —gimió Bill cuando con cuidado se acomodó sobre el sillón y poniendo atención extra a su postura, se recostó de costado.

Vivir en Los Ángeles tenía sus ventajas. El clima, por una. La costa oeste tenía sus pros con un cielo despejado, un sol que brillaba más de la mitad de los días del año y la brisa marítima que soplaba desde la cercanía, en lugar del frío polar que les llegaba de Escandinavia cuando vivían en Alemania. El casi estado de anonimato por otro lado, también era digno de mención. Bill adoraba las tardes libres en que podía salir de compras al supermercado más cercano sin necesidad de guardaespaldas que lo protegieran de las fans o los paparazis. Poder pasear a los perros sin el peligro de ser secuestrado o atacado por una horda de personas, fueran fans o enemigos de la banda, también se sumaba a la lista.

Bill podía, por lo menos, dar una buena razón por cada dedo de sus manos y pies, pero al mismo tiempo, también podía mencionar un par de desventajas.

Extrañaba a su familia, a sus amigos, el glamour europeo, la vida ajetreada de las ciudades, y en sus peores momentos, hasta el condenado frío. En su cabeza, una Navidad sin nieve no podía ser una Navidad que valiera la pena celebrar.

Y claro, se mordisqueó Bill el labio inferior con saña, estaba ese asunto…

Tom y su instinto sexual que desde su llegada a Los Ángeles, parecía haberse disparado por encima de la marca habitual como champagne al descorcharse la botella.

Bill lo admitía, nunca antes se había tenido que quejar al respecto. Tom era… Tom. Fuerte, firme, deseoso de sexo como si todo el año fuera primavera y sus hormonas hablaran por el 90% del tiempo.Tom que podía hacerle el amor con ternura a la luz de las velas y en la siguiente ocasión sorprenderlo con sexo casual en el probador de una tienda.

Tratando de sacarse de la cabeza aquel recuerdo, Bill encendió el televisor, decidido a olvidarse del asunto, pero sin mucho éxito. Bajando el volumen de un programa en inglés que a veces veía en su tiempo libre para practicar el idioma, su mente volvió a llevarlo al asunto que de días atrás lo venía preocupando hasta el punto de la molestia: Tom y su, al parecer, insaciable necesidad de tenerlo desnudo y comprometido en cualquier actividad que se pudiera considerar no apta para menores.

Casi con placer malsano, el menor de los gemelos había anotado el número de veces que lo habían hecho en la última semana, seguro de que quizá era su imaginación, que estaba exagerando todo el asunto hasta convertirlo en algo que no era, ¿verdad? Probablemente lo suyo era una magnificación de la realidad y la cifra final no era tan gigantesca como venía pensando.

Bueno, al menos eso había pensando. Pero esa misma mañana, luego de que Tom se lo hiciera sobre la mesa de la cocina, una vez antes de comer y otra después, agregando con ello dos marcas a su lista, el número final había sido…

—Mierda —había exclamado Bill, abriendo grande los ojos al punto en que pensó se le caerían de sus cuencas—. No puede ser…

Treinta y cinco había sido la cifra final.

Lo que daba, porque Bill lo había pasado a estadísticas, cinco veces al día. Eso sin contar los orgasmos totales, porque entonces, pensó, estarían jodidos del todo. En su lista sólo había anotado el número total de veces en las que habían tenido sexo completo, no sólo tontear o preliminares.

—Quizá sí tenemos un problema aquí —murmuró en voz baja, recostándose sobre su espalda y olvidando por completo el televisor.

—¿Problema de qué? —Apareció Tom de pronto, eludiendo el respaldo del sillón gracias a un salto y cayendo sobre su gemelo, presionando sus cuerpos de los pies hasta el pecho—. ¿Bill, pasó algo?

El menor de los gemelos enrojeció del cuerpo, seguro de que lo que Tom empujaba contra su bajo vientre no era precisamente el teléfono móvil, sino algo más…

—¿Sabes, Tomi? —Empezó, desviando los ojos a un punto por detrás de la cabeza de su gemelo, seguro de que si lo miraba a los ojos, iba a olvidar lo que quería decirle—. Últimamente he notado que… No sé, pueden ser imaginaciones mías, o no… Bueno, corrígeme si me equivoco, que puede ser lo más probable… Digo, puedo fallar, también soy humano y tengo mis defectos… Tampoco quiero que te enojes o lo tomes a mal, pero… Es que no tengo ni la menor idea de por donde empezar… Te va a sonar a locura mía —barbotó frase tras frase, sin llegar a ningún lado.

Tom soltó una risita. —Eres adorable, ¿lo sabías?

—¡Tom! —Refunfuñó el menor de los gemelos—. Lo que te quiero decir es serio.

—Seguuuro —ironizó Tom—. Tanto que casi tartamudeas para decírmelo. Bill —se inclinó para besarlo con suavidad tal en los labios, que el menor de los gemelos se convirtió en un charquito de gelatina por completo a su disposición—, sólo dilo.

—Pero no es tan fácil —susurró Bill.

—Entonces… —Metió Tom la mano por debajo de la camiseta de su gemelo—, cuando llegue el momento, lo harás. Hasta entonces, tengo ideas de qué podemos hacer, ¿uh? —Le guiñó un ojo, y con eso Bill supo que estaba perdido.

—Oh Diox —gimió.

Muy perdido, oh sí…

 

Un par de días más tarde, Bill declaró que necesitaba un poco de tiempo a solas y escudándose con ello a modo de pretexto, se encerró bajo llave en la habitación que él y Tom pomposamente llamaban ‘el estudio’. Si bien le daban el uso como tal, al mismo tiempo el cuarto estaba bastante vacío y sin utilizar la mayor parte del tiempo. A excepción de un escritorio estilo antiguo que Bill había encontrado en un bazar algunas calles debajo de su casa y comprado por encontrarlo a un excelente precio a pesar de ser una reliquia de coleccionista, además de algunas sillas a juego y un librero donde los escasos libros que les pertenecían estaban acomodados, se podría decir que el estudio carecía de mobiliario. Incluso las paredes desnudas hablaban de ello, que en los meses que tenían viviendo en ése, su nuevo hogar, la decoración no había ocupado un lugar importante en sus vidas, más allá del dormitorio, la sala y la cocina.

—Bien, manos a la obra —jaló Bill de una silla y se acomodó frente al escritorio, donde colocó su computadora portátil. Apenas la enchufó a la corriente eléctrica, presionó el botón de encendido y esperó a que el sistema operativo entrara en funciones—. Listo —presionó en el usuario y escribió la contraseña, ‘burguer-king’, sugerida por Tom cuando había comprado el portátil tantos meses atrás, alegando que era su restaurante de comida rápida favorito antes de volverse vegetariano y también sus iniciales.

Luego de un minuto, la máquina estaba lista para usarse. Bill sonrió un poco al ver el wallpaper donde él y Tom posaban para la cámara del portátil, probando la resolución y calidad de las imágenes. La fotografía había sido una tan íntima, tan personal, que el menor de los gemelos no había cambiado de imagen desde entonces por simples razones emotivas.

Borrando la expresión bobalicona de su rostro, Bill se palmeó enérgico las mejillas, recordándose a sí mismo que tenía trabajo por delante y lo mejor era concentrarse en ello.

Iniciando sesión en su cuenta de msn como No Conectado para evitar que sus contactos lo interrogaran sobre su nueva vida en Los Ángeles, revisó en la lista de sus contactos hasta que encontró a Andreas como No Disponible.

—Y un cuerno… —Murmuró, dando doble clic sobre su icono y escribiendo:

“Bajo el sol de California dice:” Hey Andi!!! Te necesito!!!Estás ahí?

Al cabo de unos segundos, la respuesta no se hizo esperar.

“SÆRDNA dice:” Woah, una aparición milagrosa. Eres un fantasma o el verdadero Bill Kaulitz se digna a contestar mis mensajes?xD

Bill soltó un bufido.

“Bajo el sol de California dice:” Idiota. No soy yo el que se pone como No Disponible.

“SÆRDNA dice:” ¿Lo dice el No Conectado? Uhm, detecto hipocresía o qué?xD

“Bajo el sol de California dice:” LQS! Necesito tu ayuda… Es importante…

Bill esperó cerca de un minuto antes que de Andreas le respondiera en un tono más serio al que venían manteniendo:

“SÆRDNA dice:” Es muy importante?No prefieres que te llame por teléfono?

El menor de los gemelos se apresuró a responder.

“Bajo el sol de California dice:” Prefiero hablarlo por aquí. Es complicado. Es de ya sabes quién…

“SÆRDNA dice:” ¡LORD VOLDEMORT!

Bill se resistió a darse en plena frente contra el teclado del portátil. Andreas era conocido no sólo por ser el mejor amigo de los gemelos, sino además por su lado friki, especialmente por su gusto a la lectura y los libros de Harry Potter, entre otros.

“Bajo el sol de California dice:” Hablo de esa persona cuyo nombre empieza con T ¬¬ Es algo IMPORTANTE, y de gran SERIEDAD!

Bill se apresuró a enfatizar, capitalizando las palabras claves para que su amigo entendiera de una vez por todas lo serio que era todo.

“SÆRDNA dice:” Ok, ok, lo siento. Es de Tom, no? Soy todo oídos.

Ahorrándose la broma de que serían ojos y no oídos, Bill empezó a desgranar su problema de las últimas semanas frente a la pantalla, seguro de que Andreas era la persona indicada para ayudarlo.

No era ningún secreto para su mejor amigo que él y Tom mantenían una relación más allá de la legalmente admitida en la unión europea. Luego de una noche de mucho beber y divertirse irrumpiendo en la piscina pública de su pequeño pueblo, el mismo Andreas se los había hecho saber años atrás. Con una lata de cerveza en la mano de las que le habían robado a Gordon de su refrigerador en la cochera, su rubio amigo había pataleado un poco en el agua antes de informarles que sabía toda la verdad, que no era necesario esconderse de él porque lo entendía y de alguna manera extraña que ni él mismo comprendía, los apoyaba si ésa era su decisión final.

Si bien en un principio Bill se había quedado sin palabras por decir, petrificado de lo que aquello podía significar y asustado de haber sido tan obvios que no sólo Andreas, sino alguien más se hubiera enterado de su pequeño y volátil secreto; Tom por el contrario había intentado convencer a su amigo de lo contrario, aduciendo que eran ideas suyas, que su imaginación estaba alterada por el exceso de alcohol y que al día siguiente se daría cuenta de lo absurdo que era siquiera suponer que algo así estaba ocurriendo.

Andreas no había cedido y con una tranquilidad y una comprensión que no parecía propia de un crío de catorce años, les había prometido no decirle nada a nadie y al mismo tiempo, no permitir que eso se interpusiera entre ellos y su amistad.

Desde entonces, Andreas era el confidente de los gemelos y cuando uno de los dos tenía problemas con el otro, problemas que no se pudieran solucionar como cualquier pareja normal, era que acudían con Andreas y éste les ayudaba.

Agradecido de tener un amigo como ése, Bill terminó su perorata electrónica, finalizando el párrafo con un enorme ‘auxilio, creo que Tom es un adicto al sexo o algo así’.

—Vamos, apresúrate —tamborileó las uñas contra el escritorio, cuando el estado de Andreas se cambió por “SÆRDNA está escribiendo un mensaje” durante más de un minuto sin que ningún texto apareciera—. Escribe, escribe, escribe —repitió como si fuera un mantra milagroso.

“SÆRDNA dice:” Eso es… O_O está seguro? Cinco veces al día? Es una broma, tu manera de presumir o qué? De estar en tu lugar, no me quejaría en lo absoluto ¬¬

Bill resistió la tentación de darse en la frente con el teclado.

“Bajo el sol de California dice:” ANDI, hablo en serio! Mi trasero ya no puede más. No quiero tener que inscribir a Tom en sexoadictos anónimos, pero…

“SÆRDNA dice:” Pero???

El menor de los gemelos soltó un suspiro.

“Bajo el sol de California dice:” Pero no sería anónimo en lo absoluto. Saldría en las noticias media hora después y prefiero no pensar en los rumores. Ya bastante tenemos con las teorías de incesto (que son ciertas y todo, ugh, peor ya sabes) como para echarle más leña al fuego.

Sentado en su silla, Bill bufó malhumorado. —Ay Tomi…

“SÆRDNA dice:” Entonces…

Bill esperó atento a que Andreas prosiguiera.

“SÆRDNA dice:” No quería llegar a tal extremo, pero creo que he encontrado la solución perfecta a tu problema. No es agradable y no después no habría marcha atrás, pero es lo que hay.

El menor de los gemelos golpeó el escritorio. —Vamos, dilo ya…

“SÆRDNA dice:” Juegos. En. Facebook.

—¿Facebook? —Repitió Bill la palabra, dejando que rodara en su lengua un par de segundos antes de arquear una ceja con curiosidad.

“Bajo el sol de California dice:” Qué tienen de especial?Argh, Andi, necesito sugerencias útiles no tus tonterías de siempre.

“SÆRDNA dice:” Espera, espera…

Bill se contuvo de coger un tren a la tierra del malhumor. Al menos le daría una oportunidad a su amigo de explicarse, si es que podía.

“SÆRDNA dice:” Mi prima, Jena, la recuerdas? No importa, ella se sacó una cuenta en Facebook. Según me dijo, así podría estar en contacto con su novio que se fue de intercambio a Australia. Como sea, se volvió adicta a los juegos. Un día me estaba hablando de su granja y el mercado de mazorcas, no le entendía nada y cuando le pregunté si había dejado la escuela para irse a vivir con los Amish o yqs, me dijo que jugaba algo llamado FarmVille. La siguiente semana que la vi, estaba metida en el rollo de la mafia, adivinas? Mafia Wars. Lo último que supe de ella es que jugaba SororityLife, no me preguntes qué es porque ni yo estoy seguro =/

“Bajo el sol de California dice:” ... Ok… y tu punto es?...

“SÆRDNA dice:” Sé que eres idiota, pero no abuses. Mi punto es que si consigues que Tom se vuelva adicto a esos juegos, podrás hacer que se olvide un poco de su… uhm, ya sabes, esa necesidad que tiene de… eso! No me hagas decirlo.

Bill se mordisqueó el labio inferior. ¿Funcionaría…? Sonaba a una tontería, muchos de los planes de Andreas lo eran, pero al mismo tiempo, la idea parecía de lo más factible. Tom bien podría encontrar en esos juegos un pasatiempo para el día y así darle tiempo de descansar para lo que viniera en la noche.

“Bajo el sol de California dice:” Voy a intentarlo. Medidas desesperadas para situaciones desesperadas, no? Eso dicen…

—¡Bill! —El menor de los gemelos se paralizó a mitad de la frase, los dedos tiesos por encima del teclado.

“Bajo el sol de California dice:” Me tengo que ir, es él, ya te contaré qué pasó, adiós, bye :)

Justo a tiempo para evitar que su gemelo viera la pantalla, Bill alcanzó a bajar la tapa antes de que Tom entrara en el estudio y en tres zancadas estuviera abrazándolo por la espalda como un koala a un árbol de hojas de eucalipto.

—Hey —lo besó Tom en el cuello—. Estaba aburrido sin ti. ¿Qué hacías?

—Un poco de esto, otro tanto de aquello, ya sabes—le restó Bill importancia, sacudiendo la mano en un movimiento de muñeca que era desdeñoso—. Nada que valga la pena mencionar… ¡Oh! —Gimió, cuando los labios de Tom pasaron de su cuello al lóbulo de la oreja—. Tomi… ¿Qué haces?

—Mmm —respiró el mayor de los gemelos contra la curva de su quijada—, te lo dije, estaba aburrido.

—Corrige eso, estabas caliente y quieres sexo, otra vez —rodó Bill los ojos, muy a su pesar, sintiendo como los pantalones le quedaban cada vez más y más apretados—. No, ya lo hicimos en la mañana, ¡dos veces además! —Se resistió, infructuosamente. Cuando a Tom se le metía una idea en la cabeza, nadie podría disuadirlo, ni siquiera su gemelo con el argumento más válido existente.

—¿Y qué con eso? A la tercera es la vencida —se apoderó Tom de sus labios—. Además —prosiguió con sus bocas separadas por escasos milímetros—, no hay nada mejor que esto.

—Mmm —tuvo que convenir Bill. Incluso con el cansancio y el dolor que llevaba en el trasero, no tenía con qué refutarle a Tom su afirmación—. Ok, ok, hagámoslo.

—Esa es la actitud que me gusta —se lanzó Tom sobre él, en un segundo quitándole la camiseta y yendo en pos al cinturón de su pantalón.

—Espera —apoyó Bill la palma de la mano contra el pecho de su gemelo—, ¿aquí?

Los ojos de Tom relampaguearon con malicia. —¿Y por qué no?

«Si, ¿por qué no?», pensó Bill, cuando cinco minutos después se encontró a su mismo con las piernas sobre los hombros de su gemelo y éste dentro de su cuerpo. De momento, parecía el mejor curso a seguir.

 

—Ow, ow, ow—se desplomó Bill sobre la cama, cabeza contra la almohada, dispuesto a dormir por lo menos doce horas antes de pensar en saciar cualquier otra necesidad vital, fuera ir al baño, comer o beber.

—Exageras —se dejó caer Tom a su lado, menos ceremonioso y al instante rodando para quedar con el rostro apoyado en el hombro de su gemelo—. No es para tanto. Lo que pasa es que eres un bebé llorón.

—Jódete.

—… un bebito que no aguanta nada.

—En serio, Tom, corta el rollo —rechinó Bill los dientes, más furioso consigo mismo por ser tan débil y ceder, que contra su gemelo por instigarlo al punto en que su resistencia había flanqueado.

Porque no contento con hacerlo en el estudio dos veces consecutivas, Tom había repetido la hazaña una vez en la tina y otra contra el lavabo, casi aflojándolo de la pared, que sumadas a las dos de la mañana y a las tres del día anterior… De sólo pensarlo, a Bill le dio vértigo. Al paso en que iban, pronto su récord de cinco sesiones diarias sería cosa del pasado y el número se exponenciaría como multiplicado por infinito. Eso, si su trasero vivía para contarlo.

—Tomi, te amo —dijo Bill de la nada.

El mayor de los gemelos frunció el ceño. —Cuando dices eso, siempre escucho un ‘pero’ por venir.

—Sí —admitió Bill—. Mi ‘pero’ es, me estás matando.

Riéndose por ello, Tom perdió la preocupación en sus facciones para dar paso a la broma. —¿Matando, uh? ¿Y con qué si se puede saber?

«Con tu espada de carne», pensó Bill con acritud, pero aquello era demasiado vulgar para decirlo en voz alta sin sufrir de una embolia o por lo menos de un ataque de sonrojos.

Optando por otro camino de acción, el menor de los gemelos se aclaró la garganta un buen rato antes de hablar. —¿Sabes?... Lo que tú y yo tenemos es único. Especial a nuestra manera.

—Nada nuevo —besó Tom la piel de su brazo, trazando un camino desde su hombro hasta su codo, por poco haciéndole perder la concentración de lo que decía.

—No, déjame terminar —se retiró Bill un poco, esbozando una mueca de dolor; no sólo le dolía el trasero, también el resto del cuerpo por complacer a su gemelo y a su manía de probar nuevas posiciones a cada mínima oportunidad que se presentaba—. Lo que quiero decir es… —La menté se lo puso en blanco.

—¿Y bien? —Inquirió Tom cuando al cabo de un largo minuto, su gemelo no hizo nada que no fuera respirar. Hasta los ojos se le quedaron inmóviles, fijos en un punto a la lejanía—. ¡Bill!

—Lo siento —saltó este fuera de su trance—. Es el cansancio.

—Lo puedo notar.

—… un cansancio del que eres culpable —susurró Bill en un mismo aliento, deseoso de que Tom no lo escuchara y así no tuviera que explicarse; por desgracia...

—¿Perdón? —Se atragantó Tom con su propia saliva—. ¿Qué yo soy el causante, dices?

—Algo así —refundió Bill el rostro en la almohada sin mucho éxito, porque Tom tiró de él por el brazo hasta quelos dos quedaron de frente a frente.

—Explícate —exigió el mayor de los gemelos, sin un rastro de la felicidad que lo inundaba menos de cinco minutos atrás—, porque me estás asustando.

—Tomi —inhaló Bill a profundidad—, me estás matando con tu deseo sexual —barbotó en una vorágine de palabras—. Ya no puedo más. En serio. Me siento como un pastelito horneado relleno de glaseado, tu glaseado especial, si sabes a lo que me refiero... Si lo hacemos una vez más, voy a morir reventado o deshidratado o de cansancio, yo que sé. De lo único que estoy seguro es de que aunque adoro hacerlo contigo cada vez que podemos, esta rutina de despertar-hacerlo, comer-hacerlo, ver televisión-hacerlo, pagar las facturas-hacerlo, me va a llevar prematuramente a la tumba. —Soltó el aire que había tomado—. ¿Lo entiendes, verdad? ¿Qué es como comer tanto tu platillo favorito que terminas vomitando y aborreciéndolo hasta la muerte?—Se mordió el labio inferior, arrepentido de haber explotado, pero no del todo—. ¿Estás enojado?

El mayor de los gemelos pareció desinflarse, lo mismo que su maltrecho y vapuleado ego, o lo que quedaba de él. —¿Es que no te gusta… hacer el… amor conmigo? ¿O es por alguien más?—Preguntó con una voz pequeña, temerosa de lo que la verdad podría ocultar para él.

—Oh no, no tiene que ver con eso y por supuesto que no hay nadie más. Jamás lo ha habido y jamás lo habrá, eso tenlo muy claro—lanzó Bill los brazos alrededor de su gemelo, presionándolo contra sí lo más fuerte posible—. Adoro hacerlo contigo, en serio. Tener sexo sorpresa es divertido, probar nuevas posiciones siempre me emociona, tú eres la única persona en el mundo con el que he hecho esto y con el que lo haré hasta el final de mi vida, pero… A veces sólo quiero usar mi trasero para sentarme.

Tom pareció meditar aquella confesión un buen rato antes de hablar.

—Supongo que estos días lo hemos hecho un poco más de lo normal.

—‘Un poco’ es quedarse corto —dijo Bill con cuidado de no herir a su gemelo—. Yo sólo sé que dejé de contar cuántas veces lo hacíamos, después de llegar a las tres cifras…

—No es tanto —tanto Tom de matizar el número.

—… en las últimas dos semanas.

—Ah —exclamó el mayor de los gemelos—. Creo… Quizá tienes razón.

Bill soltó un bufido. —Claro que la tengo.

—Ok —concedió Tom, pasando una pierna por encima de su gemelo y abrazándolo más de cerca; en un principio, Bill se tensó, atento a cualquier avance de su parte para llevar la situación a otro nivel menos apto para audiencias infantiles e incluso juveniles, dado lo pervertido que podía ponerse en la cama, pero nada pasó. Tom se contentó con acariciarle espalda, de vez en cuando dejar un casto beso en su piel desnuda, pero nada más.

Cuando al cabo de casi una hora en esa postura y sin ánimo de romper el ambiente, Tom lo sacudió para llamar su atención, Bill por poco saltó fuera de la cama del susto.

—¿Qué propones? —Cuestionó el mayor de los gemelos—. ¿Quieres que me vaya de la casa o…?

—¿Q-Qué? —Trastabilló Bill con la palabra, incrédulo que de lo que escuchaba—. ¡Por supuesto que no!

—Es que… —Tom bajó la mirada—. No creo ser capaz de resistirme si estoy aquí contigo.

—Tomi…

—Apenas tuvimos tiempo en el último año. Estar a solas era un lujo y nunca podíamos saber cuándo se daría la oportunidad de estar juntos o si duraría. Ahora que vivimos por nuestra cuenta, que nadie nos va a molestar a menos que viaje catorce horas en avión, quiero hacer lo más que pueda de ese tiempo.

—Es lo más tierno que te he oído decir en meses —balbuceó Bill con el corazón repleto de un sentimiento cálido que lo envolvía por completo y fluía en sus venas.

Tom se abochornó, el color rojizo subiendo por su cuello hasta aposentarse en las mejillas. —Uhm, supongo.

—Hablé de esto con Andreas, ¿sabes? Y él me dio un par de ideas tontas, pero podríamos probar, si estás interesado… —Propuso Bill, atento a las reacciones de su gemelo.

Tom gruñó. —¿Andreas sabe? Ugh, supongo que… ¿Podría intentarlo?

—Sólo si tú quieres, no te pienso presionar.

Tom deslizó la mano a lo largo de la espalda de Bill hasta su trasero, aún desnudo después de la ducha. Con extremo cuidado, lo acarició un par de veces antes de regresar a su anterior posición.

—¿Duele?

—Un poco —admitió Bill.

El mayor de los gemelos tomó su decisión ahí mismo.

—Está bien, probaré la sugerencia de Andreas, pero con una condición.

—¿Cuál? —Bill cruzó los dedos, esperando no fuera una petición demasiado extrema y más allá de sus posibilidades de cumplir.

—Incluso si no hacemos nada demasiado, uhm, ya sabes, ‘directo’…

—¿Quieres decir hacer el amor?

—Sí, eso —enrojeció aún más Tom—. ¿Aún así podemos besarnos y dormir juntos en la noche?

El corazón de Bill hizo ahí mismo implosión, dentro de su pecho. —Claro que sí, Tomi, claro que sí.

 

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