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Y en inicio igual que en final por Marbius

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3.- Caleb vivía tan al fondo del clóset que casi era fauno de Narnia.

 

Georg podía enumerar mil y un razones de ida y vuelta de por qué Caleb no era el adecuado para Gustav, pero a su modo de verlo, por encima de todas, la que más contaba era que el nuevo novio del baterista vivía tan dentro del clóset, que era difícil no ceder a la tentación de preguntarle cómo estaba el clima en Narnia cada vez que lo veía.

Claro que dentro del departamento, en el estudio de grabación o en realidad, en cualquier lugar que tuviera una puerta y cerrojo, era otro caso totalmente distinto. Caleb pasaba de fauno en el armario a pulpo con ocho brazos contantes y sonantes, siempre asegurándose de que por lo menos uno de ellos estuviera en la cintura del baterista o palmeando su trasero.

Los gemelos no paraban de hacerles burla, alegando que siempre era divertido ver cómo Gustav enrojecía y apostar si era gracias a su mofa o a que Caleb le estaba metiendo mano bajo la mesa. Cualquiera de las dos opciones, siempre lograba poner en el rostro de Georg una mueca de desagrado.

Sin embargo, ahí estaba, ese brillo que Gustav no podía evitar tener en los ojos cada vez que se enamoraba. Tan entregado estaba a esa nueva relación luego de largos seis meses de soltería (superar a Bruno había sido difícil pero no tanto como en el caso de Adrian), se había entregado en cuerpo y alma a lo que él llamaba su ‘tercera y es la vencida’.

—Vamos, Gus —le recriminó Georg una tarde mientras el baterista se alistaba para salir con Caleb a una salida en grupo, una más donde lo presentaría como su amigo en lugar de su novio de seis meses—. ¿En verdad no estás ni un poco enojado? Porque yo en tu lugar… Digo, por lo menos me molestaría o le dejaría saber cómo me siento.

Atusándose el cabello hasta dar con ese look salvaje pero no desaliñado que buscaba, Gustav le dirigió al bajista una mirada reprobadora a través del espejo en el que se veía.

—¿Y eso por? Caleb me trata bien, nos divertimos y aunque sé que después vas a hacer algo ridículo como cubrirte los oídos y fingir que no quieres escuchar, igual voy a decirlo: Es bueno en la cama. Muy bueno. El mejor hasta el momento.

—Pf —desdeñó Georg el título honorífico que su mejor amigo le había dado a su novio. Bien, quizá Caleb podría ser el mejor que jamás se hubiera colado dentro de su cama, pero tampoco era para tanto si se tomaba en cuenta que el colchón de Gustav, más que el sitio de moda para la comunidad gay de Alemania, era más bien la perdida tierra mítica de la que todo mundo hablaba sin llegar jamás a poner un pie ahí.

No que el baterista fuera un mojigato temeroso del sexo, nada más lejos de la realidad. Si de algo servía ser testigo, si no presencial en cuerpo al menos de oído gracias a lo delgadas que eran las paredes del departamento que compartían como banda los cuatro, Georg podía atestiguar por el libido de su amigo era de media hacia arriba y sin límite de ningún tipo. Lo cual era sano, nada de qué sentirse avergonzado, más bien un tanto… Extrañado.

Georg seguía sin comprender como así la lista de los chicos con los que el baterista había dormido no llegaba ni a las dos cifras, a diferencia de su edad, que ya rozaba los diecinueve y casi un cambio de década. Bien podría ser porque -sin estar en contra de los rollos de una noche- Gustav prefería conocer un poco antes a la otra persona que llevársela a la cama. “Por seguridad, ya sea que me birle la billetera en un descuido, sea un fan desquiciado que me robe un mechón de cabello para hacerme vudú o después resulta que pillé algo con dientes, mejor espero el momento y a la persona adecuada”, dicho de la propia boa del baterista y Georg tenía que darle la razón por tener la sensatez que a muchos les faltaba.

Como siempre, los gemelos no paraban de burlarse, pero en lugar de seguirles la corriente como normalmente haría, Georg aprendía de la sabiduría del baterista lo más que podía. Para él, que los ligues de una noche sí eran una opción, al menos intentaba mantener presentes las palabras de Gustav lo más posible cerca de la sensatez y el sentido común.

—Los dos sabemos que eso no es mucho, Gus —le dijo Georg sin más a su amigo—. Pero si insistes, al menos dime qué se siente hacer el amor de pie y dentro del clóset. Debe ser oscuro a más no poder, ¿eh? E incómodo de cojones que las perchas se te claven por todos lados, ¿uh?

El baterista bufó. —Caleb es reservado con su vida privada, es todo.

—Yada, yada, ese cuento ya me lo sé —canturreó Georg desde su sitio—. Siempre es lo mismo; promesas de que no es buen momento, que su familia lo desheredaría, que sus amistades lo odiarían y condenarían al ostracismo. ¿Qué más? ¡Ah, claro! No olvides que su perro moriría en caso de declarar que en efecto, le gusta batear para el otro equipo.

Gustav rechinó los dientes. —No tienes derecho a hablar así de Caleb. Si lo nuestro aún es un secreto fuera de ti o los gemelos, es porque queremos esperar a que sea serio para dar ese gran paso. Sería ridículo anunciar algo tan importante ahora que apenas hemos cumplido tres meses.

—¿O sea que está bien que se lo monten en un hotel clandestino pero no que te tome de la mano en público? Por favor, Gus —frunció el bajista el ceño—. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

—¿Ver qué?

—No sé, dime tú. Es obvio de lo que hablamos.

—Caleb me quiere. Aún es pronto para decir ‘te amo’ pero estoy seguro de que él tiene sentimientos por mí de la misma manera que yo por él. Es lo que cuenta a fin de cuentas, le pese a quien le pese. Tú incluido.

—No si planea tenerte como su sucio secretito por el resto de su vida. ¿Cuántos novios ha tenido hasta ahora, sólo por curiosidad malsana? Porque hasta donde sé, Caleb tiene ya edad para ser libre de sus actos. Vive solo y se mantiene sin ayuda de nadie más como para depender de su opinión, así que, ¿a qué le teme realmente saliendo del armario?

Gustav resopló. —No quiero y no voy a tener esta conversación contigo ahora mismo. Caleb y yo tenemos una cita y tú no la vas a arruinar con tus comentarios negativos. Él me quiere y somos felices, así que te agradecería si no te inmiscuyes en lo mío por una vez. Ya estoy grandecito para cuidarme yo solo, ¿vale?

Casi exhalando humo de la nariz, Georg asintió una vez. —Vale, joder.

 

Para desazón de Georg, aquella noche Gustav no llegó llorando para colarse bajo sus mantas, abrazarlo desde atrás y decirle “oh poderoso Georg, tú todo lo sabes y Caleb es un idiota que no merecía ni mi atención. Jamás volveré a dudas de tus sabias palabras”. En sus fantasías, el bajista habría completado aquello con una voz repleta de sapiencia diciendo “te lo dije”, que sería el paso perfecto para… ¿Abrazarse más? ¿Quizá un beso casto en la mejilla? O mejor aún, ¿uno no tanto en los… labios?

Dando vueltas en su cama, Georg pasó entonces gran parte de las horas de la madrugada luchando contra el insomnio y los diversos escenarios idílicos que éste le presentaba en duermevela. En unos Gustav terminaba con Caleb y en otros, bueno, también, pero lo importante era siempre el desenlace, porque o bien el baterista regresaba al departamento desolado y Georg lo consolaba con suaves besos hasta terminar haciendo el amor o despechado y entonces era el propio Gustav quien lo besaba y tenían sexo salvaje.

Daba lo mismo, inicio y final resultaban de idéntica manera, mas no así el intermezzo y Georg estaba que babeaba por las jugarretas que le jugaba su mente al presentarle imágenes mentales tan subidas de tono, que sentía la piel del rostro arder como marcada por un hierro caliente.

Decidido a que al menos podría aprovechar la falta de sueño de algún modo, optó por bajarse los pantalones del pijama -bóxers incluidos- hasta pasadas las rodillas y mantener a raya esa erección suya que se imponía cuando por la cabeza del bajista desfilaba un Gustav vulnerable deseoso de un poco de ‘amour~’ para sobrellevar su dolor por el rompimiento de Caleb.

Tan concentrado se hallaba él en eso, que no fue consciente de que Gustav había regresado de su cita con Caleb y entrado a la habitación que compartían sino hasta que el baterista encendió la lamparita de noche y lo miró con una ceja arqueada.

—Uhhhh, ¿Georg? —Pausa—. Dime que no estás haciendo lo que creo que estás haciendo.

El bajista al menos tuvo la decencia de sonrojarse. —No te lo diré si no quieres, que conste, erm…

—¡Oh por Dios, Georg Moritz Hagen Listing!

—Joder, ahora uno no puede meneársela a gusto en su cama, sólo eso faltaba —rodó Georg de costado dándole la espalda a Gustav, quien todavía seguía en una especie de shock—. Si pretendes decirme que es asqueroso o que debería avergonzarme de algún modo por algo que es natural, juro que te dejaré de hablar por un mes, Gustav.

El baterista denegó con la cabeza, aclarándose la voz antes de hablar. —Perdón, f-gue la sorpresa, es todo —le falló la voz, revelando lo nervioso que se encontraba—. Uhm, ¿quieres que…? Por lo de antes.

‘Antes’ bien podría significar muchas cosas, pero Georg entendió a la primera, recordando aquel día no tantos meses atrás cuando había encontrado al baterista en una posición similar y le había ayudado con su pequeño ‘problemita’.

—S-Sólo si quieres —fue su turno de tartamudear.

Lamiéndose los labios, Gustav se sentó al borde de su cama y con dedos lentos pero firmes —al menos Georg no vio ningún temblor perceptible—, tiró de las mantas hasta hacer con ellas un bulto a los pies del bajista. Sin darles tiempo a ambos de arrepentirse porque aquello estaba mal, muy mal (a pesar de que iba a sentirse bien, muy bien), Gustav los sorprendió a ambos al usar su boca y no su mano como se esperaba en un inicio.

Viendo como el baterista trabajaba la lengua por toda su erección, Georg gimió hasta quedarse ronco y al cabo de unos minutos finalmente correrse en la mano de Gustav.

—Perdón que yo no… No me pareció lo adecuado… Uhhh —murmuró el baterista con las mejillas arreboladas—. No está nada bien lo que hice, ¿verdad?

—Todo lo contrario —tiró Georg de él y le acarició la mejilla—. Gracias.

—No, idiota —volteó Gustav el rostro—. Me refiero a que yo no… Caleb no va a encontrar divertido que yo… Mierda —maldijo—. Sabes bien de lo que hablo.

—¿Infidelidad? —Dio Georg en el punto exacto—. No cuenta. No es como si algo hubiera pasado en realidad. Sólo… me corrí.

—En mi mano.

—Pudo ser en tu boca…

—Ugh… —Arrugó Gustav la nariz—. Fue el calor del momento. Una simple tentación. Porque Caleb…

—¿Sí?

—Él prefiere saltarse siempre los preliminares y no siempre, pero en ocasiones yo no estoy de humor para… penetración y eso. A veces un poco de sexo oral antes es…

—¿Maravilloso? —Aventuró el bajista. Gustav asintió una pizca solemne—. Lo sé. No tenemos por qué decirle a Caleb, si no quieres.

—¡Por supuesto que no quiero! —Bufó el baterista—. Fue algo de sólo una vez y así se va a quedar. Yo no soy ningún infiel.

«Pero lo eres», pensó Georg, «aquí y conmigo, hace no más de tres minutos». En su lugar, asintió.

—Mis labios estarán sellados —le aseguró.

Sin responder, Gustav se levantó de la cama y en tres pasos, cayó sobre su propio colchón. De un manotazo apagó de vuelta la lámpara de noche y ningún sonido más se dejó escuchar en la habitación esa noche.

Subiéndose los pantalones del pijama, Georg llegó a la conclusión de que eso no terminaba ahí, oh no, claro que no, pero al mismo tiempo, no sabía qué ocurriría ni cuándo entre ellos dos; con Caleb a la vista y Gustav incapaz de ver que algo estaba ocurriendo entre ambos, lo único que le quedaba era esperar.

El sueño no tardó en llegar y con ello la paz que sólo la inconsciencia daba.

 

Caleb también terminó con Gustav, pero al menos tuvo la decencia de hacerlo antes de que éste partiera en una nueva gira con el nuevo disco de la banda titulado Scream y no después, o peor, en medio del tour. Al menos ese punto bueno se le podía conceder.

El ‘no eres tú, soy yo’ salió a colación, lo mismo que la sempiterna frase de ‘te amo, pero…’ que nunca terminaba bien, porque ese ‘pero’ en cuestión era la peor palabra de todas las habidas en el diccionario.

Apenas sorprendido porque se lo veía venir en los largos silencios y las infinitas negativas de salir del clóset, Gustav no pudo ni llorar o sentirse descorazonado como en veces anteriores. Caleb no había sido su mayor error en materia de parejas, pero sí iba a encabezar la lista a su modo.

Como siempre, Georg estuvo ahí para Gustav al ayudarle a recoger los pedazos de su corazón.

—No voy a decir te lo dije…

—Menos mal —se limpió la nariz el baterista.

—… pero…

—No más peros, ya no más, ni uno —cerró los ojos y dejó que las cálidas lágrimas cayeran libres hasta colgar por su mentón y entonces precipitarse al vacío infinito—. Esto demasiado cansando. ¿Tanto es pedir un tipo decente que no te robe, que te quiera, que sea bueno en la cama ¡y que por Dios santo!, no tenga vergüenza de besarte en público? —Gustav se aferró a la camiseta que Georg vestía y apoyó la ardiente mejilla contra su hombro—. ¿Tan terrible es estar conmigo que todo mundo quiere huir a la menor oportunidad?

—Gusti… No seas tan autocompasivo.

—No, en serio —hizo amagos el baterista de limpiarse el rostro con el dorso de la mano, pero lo dejó por perdido cuando más lágrimas acudieron a sus ojos—. Pareciera que soy yo y no ellos. Yo, Gustav Schäfer y nadie más. ¿Es que soy tan detestable que sólo atraigo imbéciles? Porque pasan los años y parece que me tropiezo con la misma jodida piedra…

Georg suspiró. —No exactamente. Al menos no has repetido. Aún te falta un adicto, un sexópata, un… ¡Ough! No seas violento, sólo quiero hacerte reír para que olvides a ese patán de Caleb —resopló el bajista cuando Gustav lo mordió en esa pequeña zona donde el cuello y el hombro se unían—. Ya habrá alguien para ti, tienes que tener fe en ello.

—Estoy harto de esperar —balbuceó Gustav—. Harto y muy cansado. Yo también merezco ser amado de la misma manera en la que entrego mi corazón. Es frustrante no recibir a cambio nada más que razones para creer que tengo una maldición gitana corriendo en línea paterna.

—Exageras.

—Quizá sí —concedió Gustav—, o quizá no. Da igual. Lo que necesito es alejarme de toda esta mierda, permanecer soltero por una temporada y ver a dónde me lleva esto, ¿no crees? Sanar y sólo olvidar.

Entristecido por el tono vacuo con el que su mejor amigo hablaba, Georg sintió cómo el pecho se le constreñía de dolor emocional.

—Sabes que cuentas conmigo, ¿verdad? Sin importar cuántas veces fracase lo tuyo con todos los Calebs y Brunos del mundo-…

—No olvides a los Adrianes de mi vida —gruñó Gustav, aún amargado por lo ocurrido casi tres años atrás.

—Eso —se tragó Georg la bola que llevaba atorada en la garganta—. Yo estaré para ti. Ellos pueden fallarte, pero yo siempre estaré ahí para levantar los despojos que queden de ti.

—¿Lo prometes? —Se distanció un poco Gustav, viéndolo a los ojos con sus oscuras pestañas bordeadas de humedad y con todo, sonriendo; apenas una leve curvatura en sus labios, pero era una sonrisa honesta.

—Lo juro, Gustav —asintió Georg—, para siempre.

Por encima de sus respiraciones agitadas, el único sonido que se dejó escuchar fue el de sus labios uniéndose en un corto beso. Apenas un roce, luego un sollozo por parte de Gustav que musitó “lo siento, no puedo” antes de ponerse en pie y abandonar la habitación que compartían en el departamento.

Esa noche el baterista durmió en la sala y al día siguiente, se negó a mirar a Georg a los ojos, pero al menos le dirigió la palabra.

La normalidad tardó después una semana completa en regresar, y en un acuerdo tácito, el tema (igual que su beso) quedó enterrado en el olvido.

Así era mejor.

 

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