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Y en inicio igual que en final por Marbius

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5.- François era perfecto en todo sentido.

 

El nuevo novio de Gustav resultó ser tan perfecto, que por primera vez en muchos años, Georg tuvo que dar su brazo a torcer y admitir que tal vez era el indicado, aunque quizá no con el entusiasmo que su amigo esperaría de él...

—François quiere que vivamos juntos —le confesó Gustav una mañana que desayunaban juntos y respiraban la paz y tranquilidad que sólo el haber finalizado el Humanoid Tour podía dar. Era lo que Georg no podía entender, si apenas dos semanas antes habían terminado con un proyecto de tal magnitud, ¿cómo era posible que el baterista tuviera ya un nuevo novio y entre sus planes estuviera el mudarse de departamento con un casi desconocido? No le cuadraba en la cabeza tanta premura por irse a vivir juntos de la misma manera en que no le cuadraba que alguien tan perfecto como François existiera y fuera de carne y hueso en lugar de una criatura celestial caída del cielo específicamente para Gustav.

—Uhhh —murmuró, taza de café en mano—. ¿François, eh? Ese chico vaya que sí se mueve rápido.

Gustav ignoró su comentario malintencionado y bebió de su propio vaso de jugo. —No te digo que lo vaya a hacer. Es sólo que él lo sugirió y… No parece una mala idea.

—¿Porque es rico, guapo y tiene un condominio en Berlín? —Ironizó el bajista—. Bueno, así yo también me mudaría con él. Si el precio es un poco de sexo gay, bien vale la pena.

Gustav lo fulminó desde el otro lado de la mesa con sus ojos. —Sabes que no es así. François es dulce, me trata bien y me hace feliz. Aún es pronto para decirlo, pero sería muy fácil llegar a amarlo. Por supuesto que consideraría mudarme con él, sé que nos iría bien.

—Plus, no es un ladrón, tampoco un virgen, ni mucho menos vive en el clóset con su hijo demonio, oh sí, es perfecto para ti.

Ante aquella bofetada de guante blanco que era una clara burla a sus fallidas relacionadas pasadas, Gustav dejó caer su tenedor sobre el plato en un repiqueteo de metal y cristalería que hizo estallar la tensión reinante en la habitación.

—¿Es que no puedes sólo estar feliz por mí? —Inquirió Gustav en voz baja y Georg se sintió tocado por las palabras de su mejor amigo—. Él me quiere y me respeta, me ofrece lo que nadie más me ha ofrecido. ¿Qué si antes hubiera cometido errores a la hora de enamorarme? Con François es diferente, e incluso si no funciona, yo soy un adulto responsable que toma sus propias decisiones. Pago mi renta, cocino mi comida y vivo mi vida a mi modo, así que yo elijo si me voy a vivir con François o no.

Acalorado por su discurso, se puso en pie, plato en mano y enfiló directo al fregadero, donde abrió ambas llaves del agua y se inclinó al frente para no demostrar cuánto le afectaba que su mejor amigo en todo el mundo no pudiera apoyarlo en esa etapa de su vida porque al parecer sólo era en las malas y nunca cuando una buena llegaba al fin a su puerta y tocaba.

—Gusti… —Con un nudo en la garganta que asemejaba una obstrucción de gran calibre, Georg apenas si encontró las palabras adecuadas—. Yo te apoyo, sabes que sí. Ya sea que te quieras teñir el cabello de verde o en verdad ir a vivir con François, tú sabes que te apoyaría incondicionalmente. Es sólo que… Me preocupo por ti como un amigo debería hacerlo —mintió a medias, porque la verdad era que estaba enamorado del baterista y su recién descubierto sentimiento era aún muy frágil como para exponerlo a la luz—. No quisiera que te apresuraras a entregar tu corazón como otras veces porque-…

—Es eso, ¿uh? Que crees que no he aprendido nada de todas esas ocasiones en que me hicieron añicos. —Cerrando las llaves de vuelta, Gustav se dio vuelta para enfrentar a Georg—. Tú ya lo conoces, François no es ese tipo de persona.

«Pero no soy yo», pensó el bajista con el pecho apretado acongojado, «y él no te merece sin importar que sea rico, guapo y tu hombre ideal».

En su lugar, fingió una sonrisa. —Entonces… Me alegro mucho por ambos, en serio. Ya era hora de que el karma te pagara por cuentas pasadas y te permitiera ser feliz.

Aliviando la tensión de sus facciones, Gustav se atrevió a sonreír. —¿De verdad lo crees?

—¡Por supuesto! Nadie lo merece más que tú, Gus. Estoy seguro que François y tú serán muy felices cuando vivo juntos. Quién sabe, tal vez por fin puedas ser el dueño de un perro ahora que tendrás el enorme jardín que tanto has deseado por años —fingió una felicidad que en verdad no sentía.

Gustav ni de lejos se olió que en realidad por dentro, Georg estaba que se ahogaba en un mar de desesperación. Incauto por completo de ello, redujo la distancia entre ambos y lo abrazó poniendo después la mejilla sobre su hombro.

—Gracias —musitó—. Estaba asustado de admitir que un cambio tan grande podría no ser lo mejor, pero con tu apoyo siento que hago lo correcto.

Apretando los labios en una delgada línea porque la habitación estaba dando vueltas, Georg hizo de tripas corazón y lo abrazó por igual, seguro de que si lo de Gustav con François funcionaba, él se iba a querer morir del dolor.

—Para eso son los amigos, ¿no? —Dijo en su lugar, abrazándolo más fuerte e ignorando el resoplido que Gustav dejó salir al verse estrujado hasta el límite de su resistencia. Él mismo presentía que Georg no era del todo honesto con lo que pensaba de François, pero sin siquiera llegar a imaginar el verdadero cariz que todo aquello tenía en realidad.

Convencido entonces de que nada malo pasaba y en realidad era su mente sonando alarmas donde no las había, Gustav remató sin querer con las peores palabras posibles.

—Entonces… Está decidido. Me iré a vivir con François. ¿Me ayudarás a empacar?

Usando toda su fuerza de voluntad (era eso o darse contra la pared hasta perder la consciencia), Georg soltó un “claro, por supuesto, tú sólo di cuándo y ahí estaré con cajas y cinta para darte la mano” un tanto hueco y exagerado, pero no tanto como para que Gustav creyera que se tratara de algo más que un simple caso de desconfianza hacia François. Ni por asomo se imaginaba que en realidad eran celos, tan verdes que podían ser considerados como radiactivos.

Aquel desayunó terminó después con Georg huyendo por la puerta principal, asegurándole a Gustav que no podía quedarse porque tenía algo qué hacer tan importante que no podía ser para otro día y el baterista lo dejó partir, sin sospechar siquiera que a Georg le tomaría diez minutos de llanto ininterrumpido dentro de su automóvil el poder salir del estacionamiento.

Por el bien de su amistad, pensó el bajista limpiándose la nariz con fuerza y listo para partir de una vez por todas, así era mejor.

 

Georg no se había dado cuenta de que estaba enamorado y que de paso amaba a Gustav como en las películas. Nada de una repentina revelación ni mucho menos, tampoco una epifanía disparada como por revólver en un momento crítico, sino despacio, con el transcurso de los años y a su propio ritmo.

Con una taza de café en la mano e incapaz de tomar una ducha y cambiarse por una vez en los tres días que llevaba encerrado dentro de su departamento, se preguntó no por primera vez qué habría pasado de haber tenido valor y haberse confesado con el baterista antes de que éste conociera a François.

«Probablemente nada, papanatas», se amonestó por tener aunque fuera una pequeña luz de esperanza. «Te habría rechazado e igual habría conocido a François, excepto que quizá todo sería tenso entre nosotros y nada volvería a ser igual. Eso habría pasado, idiota».

Fuera o no cierto, era a lo que Georg se aferraba para mantener la cordura y no romper su fachada a mitad del acto que se había convertido ser sólo amigo de Gustav y nada más.

Lo que era peor a ojos del bajista, era que simplemente él no era adecuado para Gustav.

No era gay, empezando por el primer gran impedimento. Además del baterista, jamás había sentido atracción por ningún otro hombre, y siendo honesto, dudaba que alguna vez fuera así. No que en ello hubiera algún deseo homofóbico secreto o negara su sexualidad, pero lo cierto era que la anatomía masculina no le encendía en lo absoluto a menos que imaginara a Gustav. Había intentado con porno gay (descargado con culpa y visto sin mucho interés) que ni una mísera erección le había conseguido sino hasta imaginar que el protagonista de la película era el baterista y entonces… En resumidas cuentas, no, no era gay, pero por Gustav podría fácilmente tomar una decisión que iba en contra de su natura.

Luego estaba el no tan pequeño detalle de que ellos dos eran amigos de más de la mitad de la vida, compañeros de banda además de todo. Y no sólo una pequeña banda de garaje que podía separarse si lo suyo no funcionaba, sino más bien una banda con varios discos de platino, premios al por mayor y una base de fans a nivel mundial. Si por culpa de iniciar algo que después terminaba mal acababan con Tokio Hotel, seguro que los gemelos los perseguirían hasta el día de su muerte con sendo par de cuchillos de carnicero para castrarlos, en parte por haber cedido a la tentación, pero seguro también porque ese par de bastardos encontrarían un placer malsano en hacerlo.

No menos importante en su lista de razones en contra, estaba el propio hecho de que Gustav jamás lo había visto con esos ojos, metafóricamente hablando de que luego de tantos años de amistad, lo que menos esperaría por parte del bajista sería una confesión de amor. Ni romántica, ni desesperada, ni de ningún tipo, sólo no. Cierto que en el pasado ellos dos habían tenido su par de ‘roces’ (a Georg aún le hervía la sangre con deseo de recordar los labios de Gustav succionando su erección) pero aquello había sido parte del mantra ‘haz, no digas jamás’ al grado en que ni habían ocurrido repeticiones así como tampoco alusiones verbales de ello. En el pasado se encontraban esos dos contactos íntimos y al parecer ahí se iban a quedar hasta el fin de sus días, acumulando moho en la oscuridad.

Georg podía seguir así por horas, enumerando cada razón por la cual lo suyo con Gustav no podría funcionar jamás y lo único que iba a conseguir era deprimirse más, pero no podía detenerse.

Desconsolado como estaba, en lo único que podía pensar era que de entre todos los posibles novios y pretendientes del baterista, él era el peor. Cierto, no tenía un hijo de seis años que pudiera venir a joderles la relación con sus subidones de azúcar y el mal comportamiento que éste le ocasionaría, pero no por ello era mejor de lo que Erik había sido. Tampoco le iba a robar a Gustav o a engañarlo, pero como para eso primero necesitaba tener una relación con el baterista -relación que él sabía, jamás pasaría de ser amistosa, casi de hermanos- entonces se aferraba a la lista de contras en las que ‘no gay, mejor amigos y todo eso’ encabezaban las razones de su tristeza.

—Y no olvides que él ya está con alguien más, el señor ‘yo-François-tan-perfecto-que-de-mi-culo-salen-doblones’ —gruñó el bajista en voz alta, viendo desde la ventana de su apartamento en el tercer piso a la lejanía. ¿De verdad podría ponerse peor de lo que ya estaba?

«Claro que sí», le hizo ver esa insidiosa voz dentro de su cabeza y que sólo salía a la luz para sumirlo a él más en la oscuridad. «Vivirán juntos y le darán un hogar a ese perro del que Gustav tanto habla. Tendrán después hijos, adoptados o de tubo, pero los tendrán; la parejita o incluso más. Envejecerán juntos y morirán juntos, y entonces tú te preguntarás qué habría pasado si tan sólo hubieras dicho algo, lo que fuera, en el momento correcto… Pero jamás llegando a saber la verdad».

Cerrando los ojos y dejando que las tibias lágrimas rodaran por sus mejillas, Georg bebió un sorbo más de su café, que sin darse cuenta, se había puesto frío.

El contraste fue pequeño, pero abrumador.

 

—Ten —le entregó François a Georg una cerveza fría, perfecta para esa tarde calurosa en la que entre ellos tres habían cargado con cada pequeña pertenencia de Gustav al nuevo condominio donde vivirían juntos—. Gracias por todo, seguro que sin ti no lo habríamos logrado.

—Mmm —agradeció Georg de algún modo la bebida. «Y el cabrón es tan amable que casi duele odiarlo», pensó mientras bebía un largo trago y dejaba que el alcohol relajara la tensión de la tarde. La espalda estaba que lo mataba, pero peor era el dolor que llevaba aposentado en el pecho y que se parecía a una arritmia por la manera irregular en que su corazón latía cada vez que recordaba por qué se encontraba ayudando a ese par.

Ahí estaban, en el bello condominio nuevo que François había comprado en Hamburg luego de que Gustav le dijera que prefería no moverse de ciudad, por comodidad y gusto al clima del norte de Alemania. Georg quería creer que era porque el propio baterista no quería separarse de él, pero las apuestas iban tan en su contra que mejor bebió otro trago de cerveza para aplacar la bola como bala de cañón que amenazaba con subir hasta su garganta y asfixiarlo.

—Joder, y pensaba que Bill era el que más ropa tenía, pero ahora ya no estoy tan seguro —los alcanzó Gustav cargando la última caja del día—. Ahora sólo quiero recostarme y dormir por lo menos doce horas.

—Oh, tenía mejores planes para esta noche, Gus —le pasó François el brazo por la cintura y lo besó en la mejilla—. A menos que en verdad quieras descansar. Siempre podemos estrenar esa cama King-size que compré cuando te sientas mejor.

—Uhhh —enrojeció el baterista, con todo, halagado a más no poder.

—Hey, yo sigo aquí. Guarden sus asuntos de adultos para cuando baje el sol —les chanceó Georg con la mejor sonrisa que pudo conseguir dadas las circunstancias. Nuevo trago a su cerveza y se preguntó su podría emborracharse lo suficientemente rápido como para no tener que sufrir al ver a ese par reír y ser felices juntos. El estómago le temblaba de sólo pensarlo y lo que más deseaba era desaparecer y volver a refugiarse en su propio departamento por una semana completa—. Bueno, yo me tengo que ir…

—¿No te quedas a cenar? —Lo invitó Gustav—. Seguro que la instalación de gas aún no está conectada, pero podemos pedir algo para llevar. ¿Pizza? ¿Curry? —Consultó con François.

—Por mí lo que sea, todo sabe delicioso si estoy contigo —volvió a besarlo su novio.

«Claro, porque eres demasiado perfecto para ser real», pensó Georg ya sin la rabia de antes. Daba igual. Por dentro se sentía vacío y sin ánimos de nada que no fuera meterse bajo las mantas y llorar hasta caer dormido. «Qué bajo he caído…»

—Lo siento —se disculpó—. Ya es tarde para mí y ustedes necesitan un poco de tiempo a solas en su nidito del amor. Uhm, ¿te veo luego, Gus?

—Por supuesto —respondió éste, despidiéndose de su amigo sin sospechar lo mucho que a éste le dolía y le alegraba al mismo tiempo verlo así—. Te hablo en la semana y entonces te invitaré a comer como cada domingo pero esta vez en mi nueva cocina.

—Hecho. —Despidiéndose a su vez de François, Georg dio media vuelta y enfiló fuera del condominio, pasando por los dos automóviles estacionados en la entrada y la gran cantidad de macetas con flores que Gustav tenía planeado plantar en su jardín en el transcurso de la semana, en sus palabras “aprovechando que no estaban de gira y él siempre había querido sacar a relucir sus dotes de jardinero”. El bajista recordó que incluso en una ocasión le había dicho que fantaseaba con tener una huerta, así que… Quién sabría, tal vez al lado de François estaba la vida que Gustav merecía al fin luego de tantos romances fallidos.

—Lo nuestro no estaba destinado a ser —musitó Georg para sí, y con la esperanza hecha polvo, se convenció de que era así.

Sólo el tiempo se negaría a darle la razón.

 

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