Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Y en inicio igual que en final por Marbius

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

6.- … hasta que decidió ser a tiempo completo Francine.

 

Dos años después en lo que parecía la relación más idílica del mundo y resultó que François no iba a ser más el novio de Gustav, sino su novia…

—Debí haber visto las señales, joder… —Gruñó al baterista, bebiendo lo que sería su quinto trago directo de la botella de tequila y en vano tratando de olvidar la devastadora noticia que François le había dado luego de dos años juntos en lo que parecía perfecta armonía hasta esa mañana—. Es sólo que…

—Dilo, te hará bien —lo pasó Georg el brazo por los hombros—. Habla mal si quieres de él, hazlo trizas. Si esto en verdad se terminó como dices, entonces estás en tu derecho de maldecirlo hasta la quinta generación. Adelante.

Gustav suspiró. —Esa es la cuestión, verás: Quitando el detalle de que él ahora quiere ser una ella, el resto es perfecto… Nos entendemos tan bien como siempre, todo marcha de maravilla en casa y en realidad, todo podría ser lo mismo excepto que yo quiero a François, vida con él y no con Francine, joder.

—¿Francine? —Hizo Georg una mueca muy a su pesar—. Eso suena demasiado cerca de-…

—Franziska, lo sé. Es terrible. No me atrevería a llamarlo así ni por todos los premios que hemos ganado. Sólo no puedo —rompió Gustav a llorar con la botella tan apretada en su mano, que los nudillos se le volvieron blancos—. Y me siento terrible porque… Es su sueño, ¿sabes? François también sufrió al decírmelo, y no quiero que por mi egoísmo él deje de ser quien es, o ella más bien. ¿Qué clase de novio sería si me negara a aceptarlo?

—Un novio no, pero quizá un amigo… —Le quitó Georg la botella de las manos antes de que le diera por estrellarla contra la pared más cercana y con ello encendiera dentro de sí una mecha destructiva que le costaría caro a la hora de ajustar cuentas con su casero—. ¿Crees que después de todo este proceso puedas seguir con él, digo, ella? Ya sabes, como… pareja —susurró lo último.

Enjugándose los ojos, el baterista denegó. —Lo dudo. Es más, estoy seguro de que no podría. Al menos de mi parte es imposible. Yo soy gay, Georg. Totalmente gay. Si François en verdad va a pasar por todo ese proceso con las hormonas, los implantes y después las cirugías… Yo no quiero estar ahí para verlo. ¡Él va a convertirse en una jodida chica! Es más de lo que puedo soportar.

—Gusti… —Sufrió también Georg al verlo así. Sin importar que tras largos dos años de mantener sus propios sentimientos a raya y sin mucho éxito para extinguir lo que él sabía, eran ilusiones vagas, el bajista tampoco quería ver a Gustav sufrir.

—Es que… ¿C-Cómo no me di cuenta antes de lo que François planeaba? —Arrebatándole la botella a Georg, bebió otro trago más y la garganta le ardió al pasar el líquido—. Te diré un secreto porque eres mi mejor amigo en el mundo, ¿sí? Especial para ti, sólo para que veas lo idiota que soy —rió para sí—. François, él… Bueno, a veces se ponía lencería fina y zapatillas para recibirme luego de cada gira o me sorprendía después de un largo día de trabajo usando esos pequeños negligés transparentes repletos de listones y encajes. Era sexy de cojones… Nada como llegar a casa y encontrarlo en la cama así, siempre oliendo a flores y a incienso. Encendía velas, tenía listas unas copas de vino y el aceite para los masajes. François siempre fue muy delicado con su apariencia, depilado por todos lados y oliendo a frambuesa… Ahora el aroma me da náuseas de sólo pensarlo… Fui tan estúpido, en serio.

Sin saber qué decir luego de aquella confesión, Georg sólo atinó a preguntar lo más obvio en todo aquello.

—¿En verdad no le darías una segunda oportunidad? Porque lo amas, ¿verdad? Debajo de toda la apariencia física se encuentra la persona de la que te enamoraste… Porque sigues enamorado, eso es obvio. Tal vez si lo hablan, puedan llegar a un acuerdo para ambos que sea satisf-…

—¡No! —Saltó el baterista—. Ya te lo dije. Yo soy gay, lo he sabido desde toda la vida, no me van las chicas. Aprecio su belleza, su redondez de formas y todo eso, pero no me ponen. Me gusta el pene, así de sencillo. No soy ni seré jamás un bisexual; sé lo que me gusta y lo que no, y lo que encabeza esa segunda lista es la idea de acostarme con alguien del sexo opuesto. Punto. Siempre he sido honesto conmigo mismo, también con el resto del mundo. François me mintió… Ni siquiera estoy molesto porque lo nuestro se fue al caño en menos de cinco segundos gracias a su ‘gran noticia’ —chilló al decirlo—, sino porque desde un principio me engañó. Así como si nada.

—Entiendo…

—¡No, tú no entiendes nada! —Se cubrió Gustav el rostro con ambas manos—. ¡Me estafaron! Le entregué mi corazón a François pensando que por fin, por una jodida vez luego de tantas relaciones de mierda que he tenido, podría ser feliz al lado de alguien más. ¡Él también me vio la cara! —Jadeó por el esfuerzo de gritar—. ¿Tan difícil era decirme ‘hey, lo siento, en realidad soy una chica dentro del cuerpo de un hombre’ en lugar de esperar dos años antes de soltar la bomba? Ahora no puedo ni mirarlo a la cara sin sentir que sólo esperaba el momento adecuado para venderme su cambio de planes y esperar que le diera todo mi apoyo. Como si esperara que yo me quedara a su lado después de esto.

—Es tu novio, Gus. Él quiere tu apoyo…

El baterista rió, y en ello no había nada de humor. —¿Pues sabes qué? Su plan falló, porque ahora es mi novia y yo soy gay. Es definitivo, terminamos y para bien. No voy a dar marcha atrás y me voy a mudar, Lukas se viene conmigo y es todo.

«Es todo», repitió Georg las palabras del baterista, seguro de que en absoluto lo era.

 

Tal como había ocurrido hacía dos años pero a la inversa, Georg también ayudó en aquella ocasión a que el baterista se mudara de casa, esta vez del condominio donde tan feliz había sido hasta una semana antes, de vuelta a un deprimente departamento. No el mismo que tenía antes; triste de descubrirlo, Gustav se había topado conque su viejo edificio de viviendas era ahora uno de oficinas dedicadas a la asistencia social y regresar a su vida de antes resultaría incluso más complicado de lo que ya parecía. Tan buen amigo como era, el bajista le había ofrecido hospedarse en su propio piso sin costo alguno, pero Gustav lo había rechazado alegando que necesitaba estar solo para pensar y éste no había insistido después.

—Gusti, por favor…

—No lo hagas más difícil de lo que ya es, François.

—Pero…

—Sólo déjame ir.

—Vamos a hablar un poco…

—No.

—¿Es que no te preocupas por Lukas?

Georg escuchó a Gustav suspirar. —Volveré por él. Sabes muy bien eso. Lukas es mío.

—Te va a extrañar mucho, casi tanto como yo…

—Por favor, François…

—Ahora es Francine…

El bajista deseó cubrirse las orejas con ambas manos y ponerse a tararear en voz alta para no tener que escuchar su conversación, pero parecía imposible no hacerlo.

—Cuídate, ¿sí? Erm… Francine.

Por el rabillo del ojo, Georg vio el incómodo intercambio de abrazos que tuvieron y al cabo de unos segundos estaba Gustav a su lado cargando lo que sería la última caja con sus pertenencias.

—Es todo —murmuró éste con los ojos húmedos pero la voz firme—. Resulta que tiré más objetos de los que empaqué, pero… Lo único que me duele dejar atrás es a Lukas. Dios… Voy a volver por él lo antes posible, lo juro. —Una lágrima corrió por su mejilla, pero el baterista se apresuró a limpiársela—. Vámonos. No puedo estar más tiempo aquí. La atmósfera es tan deprimente que temo suicidarme —bromeó, y aquella fue la primera prueba de que iba en camino a superar a François.

O a Francine, porque en ese punto de su vida, daba lo mismo.

 

—Hey —se acurrucó Georg debajo de las mantas con Gustav y lo abrazó por detrás—. Esperaba encontrarte congestionado de tanto llorar.

—Ja-já —ironizó el baterista, con todo, dejándose envolver por el cálido cuerpo que lo sujetaba—. Estoy muy cansado de eso. Ya no me quedan lágrimas para seguir. Es de idiotas darle tu corazón a otro idiota y esperar que no lo rompa. ¿Y sabes qué es lo peor?

—¿Qué?

Gustav entrelazó sus dedos por encima de su pecho. —Que está bien así. ¿Recuerdas cuando te dije que tendría diez gatos y viviríamos solos ellos y yo en un departamento? Pues lo voy a hacer. Pero en lugar de una simple buhardilla maloliente a las orillas de la ciudad, compraré una casa con un jardín enorme, y en vez de gatos, tendré perros, muchos perros, de todas razas y tamaños. Lukas será el primero y entonces, cuando todo regrese a la calma y aprenda que así puedo ser feliz sin tener que estar soportando novios ladrones, aún dentro del clóset, con hijos fastidiosos o el karma me salve, ¡otro jodido transexual!, me alegraré de que así sea… Mejor solo que mal acompañado. Después no sé.

—¿No sabes?

—Podría empezar a tejer, siempre quise saber cómo hacerlo. Tal vez hasta podría tomar clases de algo como pintura, aprender sueco, practicar yoga o…

—¿Una huerta como la que tenías antes? Tus tomates siempre eran gordos y muy rojos. Los mejores para las ensaladas —elogió Georg el trabajo al que el baterista se había avocado en los últimos dos años de descanso después del tour Humanoid—. Hasta podrías ampliar tu variedad de frutas y verduras.

—Seh, siempre quise tener sandías —murmuró Gustav—, pero como… Como Francine era alérgica, nunca tuve la oportunidad de hacerlo.

—Y ahora la tienes, ¿sí? Porque no hay mal que por bien no venga, ¿eh? —Repitió el bajista un viejo refrán familiar. Luego de una semana de ver a su amigo en ese estado, Georg estaba dispuesto a sacar el arsenal pesado, bromear con lo que fuera y apoyar a Gustav en cualquier idea descabellada que tuviera con tal de que saliera de la cama, se duchara y volviera a ser el de antes lo más rápido posible.

—Ok, lo haré. Sólo… No hoy. Mañana —suspiró Gustav con todo.

«Necesita tiempo, claro, aún es muy pronto», se dijo Georg.

—¿Quieres que me quede contigo? Puedo permanecer calladito, lo prometo, y si quieres puedo cocinar algo o pedir comida si te apetece algo más que mis tres recetas de siempre.

Sin darle una respuesta verbal, Gustav se giró y enterró su rostro en el pecho del bajista. En cuestión de minutos, ya estaba en el país de los sueños.

 

Si bien Gustav no aceptó la oferta de vivir con Georg, Georg sí que terminó casi viviendo en la nueva casa de Gustav cuando éste se mudó del diminuto departamento que había rentado después de su rompimiento con François y compró una propiedad que incluía una vivienda de dos plantas, piscina y un extenso jardín donde Lukas y sus otros nueve perros recién adoptados de la lista de próximos a sacrificar de la perrera corrían tan libres como les daba su regalada gana.

A su vez, el baterista empezó a tomar clases de cocina, a acudir al gimnasio tres veces por semana y a practicar de nueva cuenta su pasión por la jardinería. Aún quedaba lejos su camino a la recuperación por lo ocurrido con Francine, pero como él mismo decía, pronto llegaría ahí.

—Joder, esto es increíble —saboreó Georg la tarta de manzana con la que Gustav había cerrado la cena de esa noche en una comida completa de tres tiempos—. Estoy tan lleno que apenas puedo con un bocado más, pero al mismo tiempo es taaan delicioso que podría pedir otra rebanada más —se comió otro bocado y paladeó la exquisitez del sabor con los ojos cerrados para intensificar el sabor.

—No exageres —murmuró Gustav con modestia, las mejillas un tanto calientes, pero el pecho repleto de una sentimiento de orgullo que poco a poco había aprendido a aceptar—. Mejor espera a que prepare esa nueva receta de ternera al horno que vi en internet. Estoy seguro que será incluso mejor que esto.

—Fo fufo —dijo Georg con la boca comida—. Perdón —se disculpó una vez pasó el bocado—. Dije ‘lo dudo’. Es que… Woah, podría comer lo que cocinas por el resto de mi vida y no me quejaría, lo juro. Hasta las piedras cocidas te deben de quedar deliciosas, Gusti. Seguro que les agregas pimienta, las pones a dorar en el aceite y terminan siendo el plato fuerte de cualquier cena en un restaurante de cinco estrellas.

—Pfff. Dices eso sólo porque odias cocinar por tu cuenta.

—Nah —le sonrió Georg desde el otro lado de la mesa; buscando sus dedos, los entrelazó con los suyos—. Créeme por una vez. Al fin entiendo lo que me dijo Nana Listing cuando cumplí cinco años…

—¿Y eso es? —Inquirió el baterista, jugueteando con su pulgar sobre el dorso de la mano de Georg.

—Pues… Me dijo, y cito textualmente para que no quede duda alguna: “Cásate con alguien que sepa cocinar”; dijo ‘alguien’, muy claro sin especificar sexo, raza o cualquier otro detalle que no fuera el que perteneciera a la misma raza humana, así que Gusti…

—Oh, por favor no —se soltó riendo el baterista.

—¿Te casarías conmigo? —Siguió Georg con la broma, aunque por dentro, su interior se retorcía de nervios. Pese a que sólo era un juego, un simple pretexto para ser bobos y reír luego de meses difíciles, si Gustav decía que no de manera tajante, se le iba a romper el corazón.

—No sé, déjame pensarlo —se frotó Gustav el mentón con la mano libre. Luego sonrió con picardía y arrugó la nariz—. Bueno, qué más da… Diré que sí, pero sólo si me prometes una pequeña cosita.

—Lo que quieras —se inclinó Georg al frente, las rodillas temblándole por debajo de la mesa.

—Tenemos que casarnos ahora mismo, ¿sí? —Le guiñó Gustav un ojo—. Y…

—¿Y?

—Después debes llevarme escaleras arriba en brazos. Un buen matrimonio siempre empieza así, ¿lo sabías? Y después de tantos noviazgos fracasados, quiero empezar mi primer matrimonio con el pie derecho.

—Primero y último —se puso en pie Georg y tiró de Gustav hasta que él también estuvo a su lado. Sin darle tiempo a terminar aquel momento, el bajista lo alzó en vuelo y por instinto, Gustav se aferró a él por miedo a caer y partirse la crisma en dos partes iguales.

—Jo, avisa al menos —escondió el rostro contra su cuello, enviando agradables cosquillas por toda su espalda cada que su respiración agitada le rozaba la piel.

Apenas sin esfuerzo, Georg subió las escaleras y con paso firme los llevó a ambos a la habitación del baterista. No era nada nuevo para ninguno de los dos puesto que Georg dormía más ahí que en el cuarto de invitados, ya fuera porque se dormían hasta tarde hablando de todo o nada, o porque a veces Gustav deseaba compañía y el bajista con gusto le ofrecía la suya.

—Henos aquí —murmuró Gustav un tanto decaído.

—Gusti…

—Oh, perdón. Es cierto, debo pesar bastante —hizo amago éste de bajarse, pero Georg lo sujetó con más fuerza y en lugar de permitírselo, cruzó el marco de la puerta al interior de la habitación.

Una vez dentro, se acercó a la cama y por impulso, depositó a Gustav sobre el colchón y después de lanzó encima de él.

—¡Georg! —Gritó Gustav, más alarmado por el extraño comportamiento de su amigo que enojado por verse de pronto bajo el cuerpo de éste y limitado de movimientos—. ¿Qué pa-…? —Calló cuando los labios del bajista rozaron los suyos y una de las manos de Georg le acarició la mejilla.

—¿Puedo? —Preguntó el bajista.

—¿Qué?

Como única respuesta, Georg volvió a repetir su movimiento. — Di que sí. ¿Puedo? —Inquirió de vuelta, esta vez presionando su cadera contra la de Gustav y arrancándole un gemido.

Con la impresión de que el corazón le iba a dejar de latir en el pecho si la respuesta era no, a Georg la cabeza le empezó a dar vueltas como si se hubiera bajado del carrusel cuando en lugar de darle palabras, Gustav redujo la distancia entre ambos y lo besó por iniciativa propia.

—¿Estás seguro? —Quiso saber Georg cuando la mano del baterista se coló por debajo de su camiseta y acaricio la piel que ahí se encontraba—. Ah, Gusti…

—Shhh —lo volvió a callar éste con más besos—. Hace tiempo que yo no… No después de Franç-Francine, así que si resulta ser una mierda, uhm…

—Hey —lo hizo callar Georg a base de deliciosos besos contra el cuello—. Después de la cena que hiciste, todo lo que venga después será magnífico.

—Entonces… —Se mordisqueó Gustav el labio inferior—. Hagámoslo.

Y porque era lo que ambos necesitaban incluso sin saberlo con certeza absoluta, aquella noche lo hicieron tres veces, seguido de una más en la mañana.

Con el sol saliendo por la ventana que habían olvidado cerrar y aún montados en el subidón que su último orgasmo compartido les había ocasionado, tendidos lado a lado y con los dedos de la mano aún entrelazados, Gustav miró a Gustav y sonrió, porque recostado a su lado, el baterista también sonreía.

El momento -ahí y para siempre en su memoria- era perfecto.

 

/*/*/*/*


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).