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Y en inicio igual que en final por Marbius

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7.- Y al final, estaba Georg.

 

—Gustav…

—¡No!

—Sólo… Abre la puerta. Podemos hablarlo, siempre lo hemos hecho, ¿o no? —Georg se presionó el tabique nasal entre dos dedos y volvió a la carga—. Gus, por favor…

Por desgracia para el bajista, Gustav ya no le respondió, y un segundo portazo le dejó en claro que se había encerrado en el baño de su habitación, así que tardaría un muy buen rato en salir.

—Joder… —Maldijo Georg por lo bajo—. Puta suerte…

¿Cómo un plan tan detallado como el suyo había fracasado? Poniendo especial atención en lo que le gustaba y no al baterista, había comprado tulipanes lilas, convencido no sólo de que eran de buen augurio (en internet había leído que simbolizaban las declaraciones de amor; “mi amor por ti es sincero”) sino de que Gustav los adoraría apenas verlos a la mesa, puesto que eran sus favoritos.

La cena también había sido idea suya, más no de su mano porque a diferencia de Gustav, Georg no cocinaba tan bien, así que había pedido una orden completa de un exclusivo restaurante francés y la había servido sobre la inmaculada vajilla nueva que había comprado especialmente para la ocasión. La decoración romántica corría a cargo de las velas que iluminaban la mesa del comedor en lugar de un par de prosaicas bombillas. Una botella de champagne hundida hasta el cuello en hielo y dos copas de fino cristal remataba el escenario perfecto que Georg había planeado para formalizar lo suyo con el baterista.

Claro que después de su confesión amorosa esperaba un ‘sí’ al que después seguiría una fogosa sesión en la cama, en lugar del ‘¡¿Qué diablos te pasa?! ¡Estás loco, joder!’ y el consiguiente desaire que le había seguido cuando Gustav había salido de la habitación y se había ido a encerrar en su recámara. De eso hacía ya media hora y para Georg era obvio que no iba a salir al menos por unas horas más.

—Gusti, uhm… —Le habló a la puerta, inseguro de su el baterista lo escuchaba, pero haciéndolo de todos modos—. Yo te amo, ¿sí? En eso no mentí. Es más, no mentí en ningún momento. Todo lo que te dije hace rato es verdad. Yo… quiero que lo intentemos juntos. Como pareja. Lo que no sería nada nuevo, ¿sabes? Ya casi vivo aquí, como lo que quiero de tu refrigerador, pago mi parte de las cuentas, la mitad de mis cosas ya están por todos lados, mi ropa en el armario y eso. Uhm…

Presionando con la frente contra la madera, Georg respiró un par de veces para calmar su acelerado corazón.

—Sé que tus relaciones en el pasado han sido… caóticas, por decir lo menos. Tampoco puedo prometerte que no te lastimaré algún día de alguna manera, pero… Podemos intentar que funcione esto. Lo nuestro. Tengo mis defectos, no los voy a ocultar, ya los conoces y la lista no es corta. Seguido olvido bajar la tapa del retrete, cuando me hago sándwiches siempre dejo destapada la mayonesa, ah, y también está el que me guste dormir con el televisor encendido mientras que tú lo odias porque necesitas silencio total, pero incluso así podría funcionar entre nosotros. Tengo el presentimiento de que sí. —Pausa—. Y ahora voy a dejarte para que lo pienses y erm, tomes una decisión. Esta noche dormiré en el sofá y si es un no, bueno… Mañana podemos actuar como si nada hubiera pasado. Mmm, descansa, sí…

Georg esperó un par de minutos más, pero dentro de la habitación, Gustav no hizo ningún ruido que delatara si lo había escuchado o no.

Con la cabeza gacha, el bajista bajó las escaleras y se preparó para una larga noche de espera.

 

Sentado en el sofá de la sala y con el control remoto en la mano, Georg pasó las siguientes dos horas saltando de canal en canal con la espera de que así se hiciera más corta la espera. Lo contrario ocurrió. Luego de la vigésima tercera vez que consultó la hora en su reloj, el bajista se lo quitó y lo lanzó lo más lejos posible para ya no tener que seguir viendo lo lento que avanzaba la manecilla del minutero. Bebiendo además directo de la botella de champagne que había comprado especialmente para la ocasión, el tiempo pareció volverse una masa informe y pegadiza que se le adhería a la piel y retrasaba la hora de lo inevitable al grado en que pronto comenzaría a mordisquearse las uñas, un mal hábito que sólo tenía en momentos de gran estrés.

—Debí haber cerrado mi estúpida bocota —se recriminó Georg a sí mismo, la vista clavada en el canal de ventas por televisión que en esos momentos anunciaba una vaporera capaz de cocer la carne de res en treinta segundos—. Todo iba bien entre nosotros, de maravilla, pero tenía que arruinarlo todo por una estúpida palabrita. Dios…

Seis meses habían transcurrido ya desde el día en que François había anunciado su decisión de pasar a ser una ella y con ello, muchos cambios habían ocurrido en sus vidas. Así en plural, porque luego de aquella noche que habían pasado juntos en la cama y hecho el amor, habían pasado de mejores amigos a ser un ítem en conjunto. De pronto Georg había traído consigo maletas repletas de ropa a su casa con Gustav, a la vez que él baterista le había ofrecido espacio en su propio armario y en ello no había habido nada extraño, sino sólo reconfortante por ser hogareño de un modo un tanto peculiar.

Georg seguía pagando la renta en su viejo apartamento, pero se podía considerar exagerado decir que iba una vez cada semana, lo que daba un alquiler completo por un sitio al que sólo iba cuatro o cinco veces como mucho, al mes.

Incluso así, Gustav no dijo nada, y para no presionarlo, Georg tampoco.

Las semanas siguieron transcurriendo y con ello, su relación de sólo amigos también fue evolucionando.

De pronto no era raro que el baterista le llevara a Georg el desayuno a la cama y lo compartieran entre los dos, ya fuera leyendo el periódico y en silencio, o durante una amena charla que podría versar de cualquier tema; tampoco lo era el que el bajista abrazara a Gustav por detrás mientras lavaba los trastes del día y lo besara en la nuca hasta convencerlo de que no era necesario subir escaleras arriba al dormitorio porque traía lubricante y porque hacerlo en la cocina siempre había sido su fantasía.

Sin darse cuenta de ello, habían caído en el patrón de conducta reconocible como el de aquellas parejas que recién empiezan. Besos aquí y allá; silencios cómodos entre ambos seguidos de largas charlas tomados de la mano; una que otra pelea esparcida por entre sus días de dicha, peleas tontas como lo son todas en un inicio y que terminaban con uno de ellos dos de rodillas frente al otro y no precisamente para disculparse…

La amargura de antes había dado paso a una dulzura tal que Gustav se permitió ser él de nuevo, dejando atrás el ceño fruncido que había tomado por costumbre llevar y cambiándolo por una sonrisa grande en su rostro, que se intensificaba cada que Georg estaba a su lado.

Y el propio Georg se había permitido creer que lo suyo estaba llegando a algún lado. Con cada día que despertaba abrazado a Gustav y cada noche que se besaban antes de caer dormidos, creyó que era mutuo y la prueba indiscutible de que el baterista sentía por él lo mismo. Craso error.

Días antes de su desastrosa confesión, Georg había escuchado por accidente una conversación que Gustav mantenía con su madre y que versaba del tiempo transcurrido entre el desastre de François y lo mucho que le estaba costando al baterista en superarlo.

—Mamá, no soy tan débil como tú crees. Tampoco tan sensible, soy gay, no una mujer en su periodo —recordaba Georg las palabras dichas ese día—. Es sólo que no se ha dado la oportunidad de que conozca a alguien nuevo… Ajá… Aprecio tus intenciones pero preferiría que no lo hicieras. En serio, estoy bien. —Después había seguido un silencio tan largo que Georg llegó a creer que la conversación había terminado, pero entonces Gustav le demostró lo contrario—. Claro que no estoy roto, mamá… Y llegado el momento, llevaré a alguien a casa para que lo conozcas. Hasta entonces, ten paciencia, ¿sí? Confía en mí.

Georg no se había quedado a escuchar el resto. En su lugar había pasado la tarde jugando con Lukas y los otros nueve canes del baterista, interpretando a su modo la última parte de esa conversación, elucubrando si podría ser él quien Gustav llevara a casa y presentara como novio formal. La simple idea le hacía hervir la sangre y para bien; el cuerpo se le descomponía, porque sólo entonces se percató de que pese a lo íntimo de su relación (relación que de paso no había perdido nada en amistad, sino que la había enriquecido en amor), en título y oficial, seguían siendo Georg y Gustav, amigos de toda la vida, compañeros de banda e incluso compañeros de vivienda, pero nada más.

Con ello en mente, era que el bajista había planeado todo de su declaración, desde el ambiente, hasta las palabras exactas que iba a decir. Todo menos el detalle más importante: Las consecuencias, la posible respuesta de Gustav cuando luego de varios minutos exponiendo sus sentimientos, remató con un conciso “Entonces… ¿Quieres ser mi novio?”, tan formal, que Georg apenas si podía repetir el momento en su mente sin sentirse abochornado de su propia cursilería.

—No era entonces de extrañarse que la respuesta fuera tan drástica —murmuró Georg para sí, regresando a la realidad luego de un viaje por los tortuosos caminos del recuerdo y dándose cuenta que el televisor sólo mostraba estática. Un rápido vistazo al reloj de pared dejó claro que pasaba de medianoche y al menos por esas horas de oscuridad, Gustav no iba a aparecer como por arte de magia a darle una respuesta—. Diantres…

Recostándose de una buena vez, Georg abrazó uno de los cojines del sofá y cambió el canal hasta sintonizar caricaturas que recordaba de su infancia cuando todo era menos complicado.

Con la musiquilla de Rocko’s Modern Life, al cabo de un rato, cayó dormido en un intranquilo sueño.

 

—Hey… Despierta. Tenemos que hablar.

Arrancado de cuajo fuera del país de los sueños, Georg no tuvo ni fuerzas ni ánimos como para respingar cuando frente a frente, se encontró con Gustav arrodillado a un lado del sofá donde había caído dormido.

—Son las cuatro de la mañana —le respondió el baterista una pregunta aún sin formular—, pero tenía que hablar contigo antes de que olvidara lo que quería decirte.

Georg abandonó su posición supina y se sentó quedando con las piernas en el suelo y al lado del baterista. Por el tono serio de éste, dedujo que no podían ser buenas noticias.

—¿Sigues enojado? —Preguntó sólo para estar seguro.

—Yo… En ningún momento me enoje, ¿vale? —Apoyó Gustav la mano sobre su rodilla—. Perdón en todo caso si actué tan…

—¿Trastornado? ¿Histérico? ¿Desquiciado?

—Iba a decir alterado, pero creo que tú diste mejor en el clavo que yo —rió el baterista un poco—. No importa. No es eso de lo que vine a hablar contigo.

—Oh, Gusti —se inclinó Georg al frente y se cubrió el rostro con ambas manos—. Sólo olvida lo que dije, ¿sí? En algún momento de estos meses llegué a creer que podrías quererme de vuelta, que quizá podríamos estar juntos y no sé, ¿intentarlo como pareja? Ya te lo dije antes, pero pareció que no lo tomaste bien, así que podemos olvidarlo y ya, ¿ok? Sólo fingir que no pasó y darnos un tiempo si así lo prefieres. Es a tu elección, ¿uh?, tú mandas y yo obedezco. Di salta y preguntaré qué tan alto.

El baterista lo escuchó sin interrumpirlo, tardando unos segundos después en hacer una de las dos preguntas que iban a definir todo entre ellos dos esa madrugada.

—Antes de eso, dime… —Se humedeció los labios—. ¿Notas algo curioso en todo… pues, en todo esto? Con tu nombre, me refiero.

Georg lo pensó un poco, pero nada se le vino a la mente. —¿De qué hablas?

Gustav suspiró. —Me refiero a que eres Georg…

—Duh, Gustav, ¿estás seguro de que no te golpeaste la cabeza? ¿Qué clase de pregunta es ésa?

—Shhh, sólo escucha y entonces me dices. —Fijando la vista en su regazo, Gustav hizo tronar cada nudillo de sus manos antes de proseguir—. Eres Georg, y antes de ti estuvo François. Antes de eso eran Erik y Dominic. Previo a ellos dos fueron Caleb, Bruno.

—Y Adrian, lo sé —murmuró Georg—. Pero no seré como ellos y lo sabes. Te lo dije antes, no puedo prometer que lo nuestro será perfecto, pero te amo, Gusti… Mucho. Por años ya, y quiero que me des una oportunidad para demostrártelo.

Gustav sacudió la cabeza. —Es que, ¿notas el patrón? Uno tras otro siguiendo las letras del abecedario y cada uno de ellos me ha fallado de las maneras más horribles y miserables. Luego vienes tú y eres perfecto, en serio que sí. Yo también tengo años sintiendo algo por ti y desde lo de François, Francine o lo que sea, bueno… No me había sentido así de feliz con alguien, con ninguna de esas personas en realidad, sólo contigo, Georg, pero…

—¿Pero mi nombre empieza con G, es eso? —Inquirió Georg con un cierto dejo de frialdad, incapaz de creer que Gustav podría corresponder sus sentimientos pero que al mismo tiempo sería capaz de lanzar todo a la borda sólo por una estúpida superstición, que si bien resultaba escalofriante con todos sus detalles, sólo era eso, una superchería sin más.

—Sí —admitió el baterista—, así es.

—¿Entonces cuál era tu segunda pregunta?

—Ya la respondiste…

—Gustav, sólo dilo.

—Quería… Quería preguntarte si en verdad me amabas, pero ya me diste una respuesta.

—¿Y qué si hubiera dicho que no?

—Entonces hubiera sido más fácil decirte no. Ahora sólo es más complicado para ambos.

Georg apretó los labios en una fina línea, la única prueba de que estaba por perder la poca paciencia que le quedaba. Entendía a Gustav, sus temores porque ¡diablos, él mismo los había vivido como en carne propia! Todos y cada uno de ellos. Desde el robo de Adrian, hasta el cambio de sexo de François, él había estado desde el inicio lo mismo que al final. Porque aquello iba a tener un final, y ese iba a ser Georg con Gustav y nadie más.

—Hagen —gruñó—. Mi tercer nombre es Hagen.

Gustav levantó la cabeza de golpe, los ojos húmedos pero nada más. —¿Qué?

—Me llamo Hagen, así que después de la G, siempre tendrás una H —balbuceó Georg—. Lo que quiero decir es… Te amo y estoy dispuesto a demostrarte que no es necesario llegar hasta la Z para encontrar un final feliz. ¿Qué esperas, un Zahíd en tu vida o qué? ¿Zelmer? ¿Zeke? No sé me ocurren más nombres con Z, pero eso no importa, porque esto termina aquí y ahora con G, de Georg. De Grandioso igual que con G de Gustav, tienes que creerme, porque así será todo entre nosotros.

—No puedes prometerme eso —murmuró Gustav, la barbilla temblando, pero por lo demás ecuánime—. Y sé que nadie más en el mundo puede hacerlo, pero es que tengo tanto miedo. Me han herido bastante como para entregar mi corazón con tanta facilidad.

—Gusti… —Abandonó Georg su lugar en el sofá y se arrodilló de frente al baterista—. Durante estos últimos meses hemos sido una pareja, a nuestro modo y sin título, pero hemos estado juntos de esa manera, al menos no lo niegues. ¿Qué es entonces a lo que le tienes miedo? Aquí me tienes de rodillas frente a ti pidiéndote que des un salto de fe conmigo… Sé que no es poco, pero también sé que valdrá la pena.

—Grandes sacrificios para grandes resultados —susurró Gustav, extendiendo una de sus manos y tocando la de Georg—. Uhm…

—¿Es un sí? —Se atrevió Georg a sonreír un poco. Frente a él, Gustav asintió una vez—. Entonces estaremos bien. De eso estoy seguro.

—Pero no eres gay…

—¿Y qué con eso? Algún defecto debía de tener, ¿o no? Tampoco es como si me fuera a esconder en el clóset como lo hizo Caleb. O a negarte sexo como Bruno porque ya lo hicimos antes y no soy virgen ni nuevo en esto de hacerlo con otro hombre gracias a ti. Y hey, ¡no tengo hijos malcriados!, así que les llevo ventaja de algún modo.

—No seas estúpido —gruñó Gustav, con todo, trazas de alegría se veían en sus facciones—. Tú también tienes defectos.

—Seh —tuvo Georg la decencia de admitir—. Confieso que detesto lavar la ropa, me gusta dormir hasta tarde y comer habas me da gases como ningún otro alimento, pero ya lo dije, te amo, Gustav Schäfer, y haré que lo nuestro funcione. Esa es mi promesa, que lo intentaré hasta lograrlo. Sólo necesito tiempo para hacerlo, y por supuesto a ti…

Gustav se sonrojó un poco, pero decidido a darle una oportunidad a Georg (o mil, porque él también lo amaba como no había amado a nadie antes), lo dejó pasar y le hizo callar por medio de un beso.

Luego otro, y otro, y otro… Y después de eso, su mundo compartido fue simplemente perfecto.

 

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