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Semtiminifi por Marbius

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DECEPCIÓN/DESILUSIÓN

 

—Esto es erótico… —Murmuró por lo bajo Tom. Sacaba la punta de su lengua por un costado de sus labios fuertemente apretados y con la precisión de un experimentado barbero, pasaba la navaja por la pierna de Bill.

Enjuagaba y comenzaba de nuevo en una imaginaria línea nueva. Estaba divertido tanto con hacerlo como con el resultado.

—Ugh, aunque también caluroso –comentó. Siendo del tipo de persona que prefería un regaderazo fresco y limpio a una hora en la bañera hirviendo, el cambio no le sentaba de la mejor manera. Era como una sauna, pero su presión sanguínea bajaba más rápido y no le habría extrañado si se desmayaba.

Acunó un poco de agua caliente con su mano libre y la vertió sobre la pantorrilla mientras se detenía a admirar su trabajo. Asentía del más puro gusto.

Palmeó un poco en el muslo y Bill abrió un soñoliento ojo mientras contemplaba el trabajo de su gemelo. “Liso”, comentó pasando una mano y antes de cerrar los ojos de nueva cuenta para luego ponerse una pequeña toalla de tocador sobre el rostro y abstraerse a sus pensamientos de nueva cuenta.

A Tom no le sorprendió en lo más mínimo su poca atención. Ya desde siempre Bill tomaba sus largos baños en tina hasta que su madre lo sacaba alegando que los demás también querían bañarse o que el agua se tornase fría. Pasados los años, y eliminado el primer impedimento, bien podía Bill hacer caso omiso de la ecología y abrir la llave de nueva cuenta mientras dejaba escapar un poco de lo que ya estaba.

No era quién para recriminarle si quería estar tres horas en el agua y salir como pasa al final, pero quería su atención esa noche, así que con una sonrisa traviesa, no sintió nada de remordimiento cuando salpicó un poco de agua y Bill gruñó como toda  respuesta coherente y posible.

—Tom –barbotó—, quiero…No, yo necesito mi baño de belleza. Haz lo tuyo y déjame, ya sabes, ponerme hermoso.

Dicho eso, sacó los brazos a ambos costados de la bañera y con laxitud los dejó colgar. Hizo lo propio con sus pies y estirándose hasta donde la bañera alcanzaba, dio contra el estómago de Tom, quien atrapó una de sus extremidades y con calma, laacarició en un suave masaje.

—Eso es bueno –dijo alzando la esquina de su toalla y mirando por encima del vapor con un gesto de agradecimiento.

—Es mi manera de decir gracias –contestó con sencillez el mayor, pero se explicó mejor cuando comprendió que la ceja alzada de Bill era una pregunta sin formular—. Ya sabes, por decir que sí.

—Yo no he dicho que sí todavía –contestó el aludido, tomando la barra de jabón y frotándola contra sus brazos con un movimiento un tanto rudo—. Ni sí ni no –agregó al ver que Tom se disponía a protestar—. Es sólo que… —Dejó sus palabras inconclusas y se hizo de nueva cuenta un ovillo. Cubrió con sus brazos sus piernas y apoyando su barbilla en sus rodillas, miró a Tom quien seguía esperando—. ¿Por qué era que teníamos que ir a ese maldito lugar?

Cerró fuertemente los ojos aunque no hacía falta. No habían encendido la luz del baño y la de la habitación estaba apagada de la misma manera. Lo único que procuraba un poco de nitidez era el televisor y su brillo apagado que apenas llegaba hasta el baño. Pero de todos modos, era una necesidad. Lo poco que distinguía, principalmente a Tom ansioso por convencerle de salir esa noche, no le agradaba.

—Bill –dijo el mayor con un tono de advertencia que no pudo el aludido menos que prestar su dispersa atención y prepararse para una retahíla de argumentos. Fueran los que fueran, al final sabía que iba a terminar cediendo. Ambos lo sabía, pero el protocolo era tan marcado entre los dos, que saltar un paso ocasionaba infracciones contra el otro aunque el resultado fuese el mismo sin él que con él—. Me voy a volver loco si tengo que dormirme temprano hoy.

—Pues no lo hagas –musitó contra su piel. Bajo el agua, sus dedos de los pies tamborileaban contra el mármol y eran más nervios que otra cosa—. Podemos ver películas, comer algo e ir a la cama… ¿Es que no basta con eso? –Preguntó con un tono infantil y aniñado. Su intención era tan obvia que Tom tuvo que reír ante lo bajo de su truco y tirarle con un chorro de agua.

—Chantajes no. Sabes que no funcionan. –Y apenas lo dijo, se acercó apenas moviendo el agua caliente a su paso y se quedó frente a Bill.

Éste se sonrojó violentamente y no supo si eso se debía al agua caliente y al vapor que lo estaba mareando o al hecho de que Tom estaba desnudo y su miembro duro le rozaba un poco contra el muslo.

Abrió un poco las piernas y subiendo los brazos en torno al cuello de Tom, se abrazó un poco a él—. A veces lo hacen –susurró malicioso. El agua que se derramó y que sonó contra las baldosas le hizo tomar un poco de conciencia de lo que hacía y se alejó un poco cortado.

—¿Es un sí, entonces? –Preguntó el mayor, no cejando de su empeño.

Para toda respuesta, Bill extendió su otra pierna y la puso en su regazo. Tom tomó de nuevo el rastrillo y el jabón y procedió a terminar su labor.

—Sí. Demonios –masculló—. Pero me voy a arrepentir…

 

Bill no sabía si estaba o no en lo incorrecto cuando había aceptado noche de juerga con los chicos, pero se sentía bien. Alegre, con todo lo que la palabra significaba. Festivo, si quería un adjetivo más a la colección de emociones que bullían en su pecho con el calor del alcohol y los golpes sordos que sentía por todo el cuerpo a causa de la música a todo volumen.

Para ello, levantaba los brazos con una bebida en cada mano y cruzaba desde la barra hasta donde los demás estaban sentados, sintiendo un impulso tremendo e irrefrenable de bailar aunque luego se arrepintiese de haberlo hecho. Vergüenza por su parte, burla por la de los demás, y sin embargo no pudo evitar contonear sus caderas mientras avanzaba entre la gente que sí bailaba. Se sentía sexy.

Luego vio a Tom y cruzó los restantes metros que los separaban con un poco de rubor en su piel.

Las ganas de bailar como loco eran del mismo tipo que le daban de acorralar a su gemelo contra el asiento y besarlo. Por fortuna, tanto la una como la otra se encontraban en un grado fácilmente reprimible pues ni estaba tan ebrio ni era tan tarde como para que las cosas más malas ocurriesen.

Tragó duro. El codo de algún danzante poco coordinado le dio en pleno costado y detuvo su mente teñida de rojo. Todo se volvió azul y la música dio paso a un cambio de ritmo que lo deprimirse ligeramente. La tanda de canciones melosas daba inicio y no estaba seguro de querer mirar a las parejas bailar.

George, a quien veía mirar a la pista con la boca abierta y un gesto entre aversión y disgusto con una pizca de morbo, le convenció más de ello y tras sentarse y dar la bebida a quien correspondía, miró sus manos con fingido interés.

—Eso es… Wow, le hacen pensar a uno que no conoce de la verdadera vida nocturna hasta venir aquí –exclamó el bajista de pronto.

—Tú dijiste que venir sería genial –le dijo Tom con un tono de burla y dando un sorbo de su bebida. La miró unos segundos y dio mate empinando el resto y tragando con un movimiento rápido.

—Es genial, ¿o no? –Preguntó dirigiéndose a Gustav y a Bill quienes se veían opacados uno al lado del otro y con rostros serios.

—Pues verás –comenzó Gustav— mi definición de lo genial no incluye chicas que están deseosas de otras chicas.

—Vamos, que no es tan distinto de cuando vengo yo –guiñó un ojo Tom.

—Tienes a Monique –le recordó George, al tiempo que lo apuntaba con un dedo—. Toma el venir aquí como un escarmiento para no engañarla.

—No pensaba engañarla –dijo al tiempo que giraba los ojos y desviaba su vista de la pista de baile. Lo que ahí pasaba, no le atraía en lo más mínimo—. Pero eso no implicaba que no pudiera mirar un poco sin tener que sentirme fuera de lugar.

—De cualquier modo, Tom ha secundado la noción de venir aquí y como machos alfa y beta de la manada, nuestra palabra es ley. –George ignoró el silencio de los tres y continuó—: de paso veremos si su retorno a la heterosexualidad es una pantalla de humo o no. A Bill eso le puede interesar.

Y claro que lo hacía. Bill tenía pruebas contundentes de que no lo era, más cuando Tom pasaba las noches a su lado, pero le gustaba aparentarse el despistado mientras intercambiaba una mirada con su gemelo y con todo el disimulo que era capaz de conseguir, reprimir las risitas de confidencia.

Había algo de prohibido en todo ese asunto de visitar un nuevo bar gay. George había dicho que como no eran tan nuevos en el asunto, dar un vistazo, bailar y beber no podía ser tan grave. Que incluso eso podría volverse una costumbre si lograban que Tom no se desmadrara de nuevo. Descontando eso y la siempre reticencia de Bill a salir a cualquier sitio, la única cuestión era vigilar que el trasero de Gustav no terminase literalmente en malas manos y todo solucionado.

Eso había alegado George y contrariamente a lo que una horda de obsesivas fans podía especular, era él y no Bill quien más pesado se ponía a la hora de hacer imponer tanto sus ideas como su voluntad.

“Su jodida voluntad” como decía Bill.La maldecía con todas las ganas que tenía, pero admitía cuando se equivocaba. Pasaba un buen rato y todas las piedras de duda que un inicio había sentido, ya habían caían bajo su propio peso dejando sólo lo bueno y agradable de beber y divertirse como el los viejos tiempos sin la patraña de los medios como pasaba en cualquier otro sitio.

Y quizá por eso o muy ciertamente por eso, sonreía como loco. Fue por una nueva ronda de bebidas y regresó con dos botellas en lugar de las habituales copitas. Tomó una para su uso privado y dejando la otra sobre la mesa, se dedicó a observar el lugar… Muy brillante. A Tom… Deslumbrante.

Éste le guiñó un ojo por encima de la cubeta de huelo e incluso con los destellos que una enorme esfera de cristal soltaba por todo el local, era apreciable cuán fuerte Bill se había coloreado en las mejillas.

—Eso se llama incesto, Bill –le comentó George, al parecer un poco ido a la perdición por el alcohol y por fortuna de esa manera, que no apreció el susto que le había metido al menor de los gemelos—. Si tienes ganas de diversión puedes buscar algo.

—No gracias –respondió, y mirando sus manos, acomodó uno de sus anillos para desviar la atención—, Gustav arrasa con todo.

—Seh, no deja nada para los demás –y tras eso, el bajista se levantó de su asiento y se perdió entre la multitud. Quizá con rumbo al baño o…

—Hey. –Era Tom, eso por descontado, pero a Bill le gustaba hacerse el requerido. Seguía contemplando sus manos con un interés totalmente falso, pero todo con planeación. Por ende, cuando sintió el toque posesivo de Tom en uno de sus muslos, se dio por satisfecho y fue todo ojos y oídos para su gemelo, aunque fuese una tontería o nada importante y banal.

—¿Sí? –Pestañeó al decirlo y se cuestionó con un poco de auto censura si sus ademanes eran o no acordes al lugar. No le importaban, o no tanto como la mano que reptaba por su cadera y se tornaba firme ante sus toques.

—George es un genio –declaró el mayor—. Estos lugares me encantan. Hay buena música, excelente bebida y el coñazo de las fans no existe. –Se acercó un poco más y Bill casi sentía su calor de manera palpable. El anhelo de un beso era apremiante, pero no se atrevió a nada estando el lugar tan abarrotado—. ¿Me estás escuchando? –Ante sus palabras, asintió.

Cierto era que estaba un poco embotado, pero nada grave. Se sentía seguro en donde estaba y motivado por ello, se atrevió a acercarse lo más posible y con ojos amodorrados, besarle con delicadeza la punta de la nariz. Se apartaba casi al instante y tras comprobar que nadie los había visto, cubrirse el rostro con ambas manos. Era bochorno, pero también diversión y quería eso último.

—Bill, compórtate. –El apretón que sintió en torno a una de sus muñecas no fue precisamente rudo, pero el tono de advertencia sí. Correcto, se estaba pasando de la línea. Más en un sitio público.

—Ok –murmuró—, pero no me arrepiento.

Sólo entonces fue que se percató de que haber tenido una botella para su uso privado no era precisamente lo correcto, si bien no dejaba de ser una buena idea. Eso creía, más cuando su gemelo lo seguía con la vista y se burlaba un poco de su estado. Creía no estar más allá de un poco achispado, pero no podía asegurarlo si tenía tantas ganas de bailar y más que nada, hacerlo encima de Tom.

—Tomi –farfulló de pronto—, puede que esté un poquito –hizo un gesto con sus dedos y Tom entendió a la primera.

—¿Ebrio? –Aventuró. Bill asintió repetidas veces y apoyó su cabeza sobre su hombro. En manos, aún la botella, pero no se atrevía a darle un sorbo, por mínimo que fuera, pues ya oía a su gemelo reprocharle eso.

En lugar de eso, perdió el tiempo mirando alrededor.

Gustav, quien al parecer se había resignado finalmente del capricho que todos habían tomado por el lugar y la reticencia a retirarse, charlaba con un par de lesbianas que se abrazaban de costado con manos en el trasero. Parecía un poco incómodo, pero hablaba, al parecer, muy divertido, pues usaba ademanes y visajes extraños mientras conversaba y reía.

No muy lejos de él, George se divertía bailando y la cuestión era identificar si quienes lo tomaban de la cadera eran… Algo del mundo que habitaban. Bill alzó una ceja escéptico en tener que elegir entre los dos géneros que conocía y la opción de inventar uno nuevo. Era sumamente intrigante y no perdió oportunidad de comentárselo a Tom, quien le quitó la botella y la empinó entre toses y golpes de pecho.

Al final, enjugándose la barbilla con el dorso de su muñeca, se levantó de su asiento y sin importarle que Bill le sujetara con aprensión el dobladillo de su camiseta, se fue a la pista.

Bill le siguió con la vista muy de cerca, pero no más. Ir detrás de él era imposible si consideraba un temblor en el estómago y del que se sentía responsable por media botella y un puño de botana que había sido su comida en todo el día. Lo iba a lamentar en la mañana cuando la resaca le hiciera sentir que se había tragado una enorme bola de pelos imposible de escupir, pero en ese momento no era lo que clamaba su atención.

Ese lugar lo ocupaba Tom, quien tras intercambiar algunas palabras con George, se le había unido y bailaban uno muy cerca del otro a miedo de tener un encuentro cercano con alguien más.

Bill quiso reír al respecto, pues de alguna manera esos dos se lo habían buscado en su empeño de ir a semejante lugar, pero se trastocó todo de mala manera olvidaron lo negativo de ello y las canciones se sucedieron una tras otra. Pasada media hora o sin duda, más tiempo, eso comenzaba a fastidiarlo.

Su modorra había dado paso a algún tipo de sentimiento amargo que no le dejaba ni la dignidad de irse, ni la de ir por su gemelo, quien bailaba con lo que esperaba fuera alguna lesbiana, pero no muy seguro de que lo fuera.

Tenía el tipo de caderas estrechas que delataba a un travestido y su manera de entrecerrar los ojos y hacer pucheros con los labios le recordaba, para su desgracia, lo que solía hacer cuando quería tanto la atención de Tom, como sus favores.

Luego el requiebre y moviendo el cuello para ver por detrás de una pareja que le impidió la vista, los encontró bastante cerca y a George relegado mientras un tipo enorme afianzaba sus no menos gigantescas manos a su cintura y lo arrastraba lejos.

Maldijo el no poderse burlar de ello, pues George hacía mohines y parecía cómodo recargado contra el amplio pecho, por culpa de su gemelo. Tom ya hacía lo propio y quien le acompañaba le sujetaba de ambas manos para acercárselo más y conseguirlo, pues oponía la misma resistencia que George, apenas algo.

Indignado, Bill quiso desviar la mirada, pero era como apartar los ojos de una serpiente que hipnotiza. No sabía si sentirse traicionado o simplemente desdeñoso al respecto, pero fuera lo que fuera, no había cabida para algún sentimiento positivo, eso por descontado su apretaba los puños con fuerza y sentía sus uñas incrustarse en la piel de la palma de sus manos sin misericordia.

—Mierda –escupió casi con desprecio y a punto de ir con pasos torpes hacía donde se encontraba, se dio de frente contra Gustav, quien regresaba con no muy buena cara luego de estar charlando.

—¿Qué pasó? –Preguntó el rubio sin no mucho interés, mientras se palpaba la quijada y lo empujaba de regreso a su asiento, pues quería hacer lo propio. Sentarse le iba a ir tan bien como emborracharse y olvidar todo.

A toda respuesta, Bill señaló a la pista de baile con un dedo y a Gustav no le tomó más de un segundo localizar a sus amigos y otro más en darse cuenta de lo que pasaba y lo mucho que Bill detestaba eso.

Carraspeó no muy seguro de cómo proceder o de realmente hacerlo.

Las cosas entre Bill y Tom, si bien de alguna manera entendía que no eran del todo correctas o no de la manera en que a la mayoría en el mundo entero, sino es que de galaxias circundantes o todo el universo, yendo lejos, no eran más que suposiciones arriesgadas de su parte. Algo había oído, algo captado y una pequeña medida de lo que sabía o creía saber, pero en su totalidad o casi, eran elucubraciones. No estaba consciente hasta que punto todo había sido cruzado, pero podía al menos tener  la certeza de que fuera lo que fuera, hacía rechinar a Bill los dientes cuando veía a Tom abrazando a alguien más, fuera hombre o mujer.

Tenía que ser importante. Pero no sentía que lo fuera tanto como para inmiscuirse, o al menos eso tuvo en mente antes de bajar la botella que Bill se empinaba y darse cuenta de que más que rabia, lo que tenía era otro tipo de emoción más profunda y arraigada.

Discernir en sentimiento ajenos era sumergirse en arenas movedizas por propia voluntad y de evitarlo, Gustav siempre lo hacía. Era una regla de supervivencia que se debía de seguir a rajatabla para vivir en un mundo cruel y hostil donde cualquiera podía romperte el corazón y eso le quedaba claro, pero no tenía presencia de ánimo para rechazar a Bill, quien se tallaba la nariz con el dorso de su mano y lucía miserable y peligroso del mismo modo. Tanto para él mismo como para los demás.

—Sé que no me debo poner así, pero tengo ganas de golpearlo –comentó de pronto. Hizo una seña bastante peculiar con su mano y un camarero apareció de la nada y tras unos segundos y una orden muy segura al ser dada, regresó con una botella que abrió con un descorchazo y desapareció de la misma manera en que había llegado.

—Creo –dijo Gustav, mientras le hacía moderarse en los sorbos que daba al bajar la botella entre empinadas— que eso se lo deberías de decir a él. –Lo siguiente fue más incómodo—, y no beber tanto.

—Tienes toda la –arrugó la frente— jodida razón.

Dio un nuevo trago, largo y sentido que hizo a su nuez de adán subir y bajar con vida propia mientras engullía el alcohol y el baterista no estuvo tan seguido si se refería a una acción a tomar con Tom o con no emborracharse.

Posiblemente ambas, pero llevadas a cabo de la peor manera…

Con un desdeñoso tronar de dedos, se vio apartándose de su camino para salir de la mesa y tomándolo del codo para no verle de rodillas en el suelo y con el trasero al aire. En un lugar así, la idea no parecía tan graciosa, aunque admitía con amargura que quien tenía más pretendientes era él sin lugar a dudas, con Bill ebrio y desaseado, como sin él. Antes o después.

Eso le dio un suspiro de resignación y alzando al ebrio gemelo por un codo, atinó a recargarlo contra el borde de la mesa en la que estaban. Le palmeó apenas un poco el rostro y el maquillaje que traía por debajo, se tornó grumoso ante la humedad de la palma de sus manos. Bill podía recular por ello, pero no le importaba. En su lugar, perezosamente abrió los ojos e hizo una única pregunta.

—Less, Gus. ¿Ellas lo eran? –Ni hizo caso de su gesto de extrañeza y se explicó lo mejor que pudo en ese caso—. Esas personas con las que hablabas hace un rato.

—Nunca supe. En este sitio, cualquier cosa es posible. –Se encogió de hombros al decirlo y eso le costó un descuido grave pues Bill se ladeaba de costado de nueva ocasión y soltaba risitas bobas—. Ten cuidado –le dijo.

Para dar más énfasis a su indicación, lo sentó en el borde del asiento y tras darle un último vistazo, fue al paso más rápido que encontró sin dar el aspecto de correr, hacía la barra. A deseo de Bill, por más bebida; a su conciencia, por agua.

Se sabía ebrio, pero también con atisbos de celo.

Tom a lo lejos seguía bailando y tras apoyar un momento su rostro contra una de sus manos y observarlo con fuera casi necesaria para desintegrarlo, se levantó a duras penas y comenzó a caminar en su dirección.

Iba con una mano en torno a su estómago, pues le dolía tanta ingesta de alcohol sin antes haber comido, pero también contaba con una determinación que le impedía, tanto por vergüenza como por aparentar rudeza, no vomitar. Así se acercó lo más posible, evitando con toda la coordinación que conservaba, no ser golpeado por nadie. Le salió de maravilla cuando llegó a un lado de su gemelo y palmeó su hombro una única vez para hacerlo voltear.

Ambos se intercambiaron miradas de muerte o de algo más lejano que eso; finalmente, Bill dio un empellón al o a la acompañante de Tom, quien con la nariz en alto y refunfuñando, se alejó. Bill le sacaba al menos quince centímetros de altura y el cabello crespo y alborotado le ponía otro tanto.

—Tenía tetas –farfulló con rabia Bill—. Y un culo espectacular, vale con eso, pero no te da derecho a… A… —Se cubrió la boca con la mano y su furia ciega se concentró en la sensación acuciante que le vino de devolver todo y después morir. En verdad morir, ya fuera de congestión alcohólica o de miseria.

—No eran de verdad. –Tom apoyó una mano en su hombro y se vio repelido al instante—. No era nada. Ven acá. –Y tras decirlo, lo abrazó con fuerza y a Bill no le quedó nada más que un llanto ahogado en la garganta y una mezcla de sentimientos que se volvían amargos con el galopante vómito que le subía como bilis.

Tom olía almizclado, a loción para después de afeitar y a algo dulzón que Bill supo instintivamente que era la fragancia de la persona con la que antes bailaba. La idea le hizo rodearle la espalda, abandonar las manos que antes estrujaba en su pecho y cruzando sus costados, estrujar la camiseta bajo sus dedos.

A ojos suyos, tanto como a ajenos, ese gesto suyo era de total desesperación y no andaban muy mal encaminados. Bill sentía eso y más cuando contraía el rostro y se abrazaba aún más fuerte contra Tom. Estaba ebrio, claro con eso, pero no achacaba la culpa de su comportamiento del todo a lo que corría por sus venas sino todo lo contrario; estaba agradecido del valor repentino que había tenido para hacerlo y la ayuda que no estar en cinco sentidos le estaba dando magníficamente.

Luego todo se empezó a poner más oscuro y las luces de neón de color rojo dieron paso a un cálido tono azul que redujo la luminosidad y le dio el empujón necesario para alzar los ojos del pecho de su gemelo y mirarle. Debía estar horroroso con parte del maquillaje corrido, pero en lugar de sentir pena por ello, atinó a hipar y ladear la cabeza para depositarla en uno de sus hombros.

La tanda de música romántica incluso tenía cabida en un lugar de ese tipo, pues los primeros acordes de una canción de moda se dejaron oír y Bill, quien en principio y por respeto suyo a las burlas, tanto como el ajeno a la lástima que daba, intentó alejarse. Se encontró atrapado en un estrecho abrazo, mientras Tom, quien sentía el rostro caerse a trozos por el calor experimentado, apenas se movía y lo balanceaba en el proceso.

De algún modo bizarro, bailaban. Lo hacían frente ana concurrencia y no parecía tan morboso como para separarse con torpeza y eludir palabras y miradas.

No eso. Bill aflojó el agarre de sus manos y un poco más tranquilo, encontró el ritmo apropiado para apenas girar en el sitio en el que estaban y de algún modo, bailar. Porque eso podía ser la definición de los dos peores bailarines del mundo, pero en ese lugar e instante, no importaba.

—Eres un estúpido, Tomi –murmuró y encontró que el agarre en su cintura temblaba un poco.

—Siempre lo dices –fue la suave respuesta. Claro. Pero era una verdad ineludible. Tom Potato hasta en eso era distraído.

—Hum –se convirtió en la única respuesta posible y lo último que dijo antes de sentir una mano extraña en ambos lados de su espalda y dar un salto de la impresión.

Era George. George ebrio, quizá más que el propio Bill y todavía acompañado por su gigantesco amigo que visto de cerca, parecía un enorme oso de peluche. Era abrazable y a Bill le dieron ganas de estrujarlo para ver si era cierto, sólo para comprobar que el relleno de algodón no le brotaba de los orificios.

Iba a comentárselo a Tom, cuando Gustav lo haló y sin darle oportunidad de replicar, lo llevó hasta su mesa y lo sentó. Le tendió una bebida que a juzgar por su color y aroma, podía explotar en cualquier instante y con una advertencia seca, lo hizo tragarla de un bocado.

Era, como aspirar una letrina después de diez minutos sin aire. Le ardió al bajar y el eructo que le ocasionó, le quemó la nariz al subir. Extrañamente, náuseas no le dio.

—Dios santo, ¿qué porquería es eso? –Barbotó dejando el vaso con un golpe en la mesa y con la base del estómago solidificándose al instante. Tenía la impresión de haberse tragado un ladrillo y el miedo de tener que expulsarlo le llevó a la realidad.

—Nos tenemos que ir de aquí ya –dijo el baterista como toda respuesta. Se coló entre las parejas que bailaban o hacían algo más en la pista y fue por George, quien parecía tan poco potable, que si el peluche, como Bill lo nominó, lo invitaba a una noche de sexo loco y bestial, no se negaría.

Bill los vio enfrascarse en una discusión leve y amohinada de si se iban ya o antes de ya, pero su atención se desvió con facilidad hacía Tom. Tom, con manos ocupadas bajo una falda y expresión de estar en la novena nube. O la séptima, carajo, que daba lo mismo. El número no afectaba nada.

Sin mediar palabra o sin hacer escena, entonces se puso de pie y sin esperar a nadie, salió del lugar dando traspiés.

 

—¡Si no te explicas, no te entiendo! –Tom se cruzó de brazos y la camioneta llegó. Pero el estacionamiento era un desastre; taxis circundando la zona y por indicación del guardaespaldas que los había acompañado, los cuatro chicos esperaron un poco alejados de la entrada mientras el espacio se despejaba un poco.

Seguridad ante todo, era el lema de rigor.Todos lo conocían como mantra a seguir, pero a Bill le bailaba en la cabeza. Sobrio de golpe con el brebaje que Gustav le había dado, se encontraba aborreciendo todo y a todos. A Tom, concretamente y para colmo de todos, lo decía en voz alta.

Conservaba la parte del habla bastante despierta y aunque sentía que se tropezaba con algunas palabras, el resto de sus groserías salían perfectamente claras y audibles a los oídos de todos, quienes escuchaban y lamentaban la suerte de Tom sin comprenderla del todo y sin ganas de hacerlo realmente.

Así por algunos minutos hasta que el había estallado y los dos se habían comenzado a gritar tan de cerca que cuando los empujones e intentos de golpes se hicieron presentes, George y Gustav tuvieron que interceder tomando tanto a Tom como a Bill, en ese orden, desde un brazo para evitar que algo peor pudiese ocurrir.

De los cuatro, sólo George era el que se sentía fuera de lugar y como mirando un rompecabezas al que le faltase una pieza pero una que únicamente él no veía. Tampoco que quisiera saber antes, pero en ese instante, parecía crucial.

—¡Ustedes dos…! –Empezó con tono airado, pero no sentía nada de furia con qué gritarles. Todo lo contrario; se tambaleaba por su propia culpa y lo que quería era dejar ir a Tom, que Gustav hiciera lo propio con Bill. Si se partían la cara con los puños sería asunto de ellos, porque él ya se quería dormir. Mañana, todo podría esperar a mañana.

—¡Tú, tú! –Gritaba Bill entre dientes mientras el brazo que Gustav intentaba retenerle se agitaba casi en el rostro de Tom y lo arañaba.

—Suéltalo, Gustav –dijo Tom con los ojos brillantes y un gesto de desdén; estaba rabioso y también achispado—. Las nenas como Bill no pueden más que golpearme con el bolso y arañarme la cara. Marica –escupió con saña y se arrepintió apenas lo dijo.

Bill dio un tentativo paso hacía atrás y casi se caía con Gustav, quien era más bajo que él. Se deshizo de su agarre con una sacudida y sin una última mirada atrás, enfiló en sentido contrario.

Estaba tan herido, al punto en que en lugar de pelear, prefería huir para curar sus heridas. Todo eso le dolía más de lo que podía soportar o de lo que dejaba a todos ver.

De la impresión, George no fue lo suficientemente rápido como para evitar que Tom se zafara y no lo alcanzó hasta que ambos estuvieron cerca de Bill a una distancia bastante alejada de la entrada del lugar.

Por ende, le tocó más de lo que no entendía cuando Tom detuvo a Bill y éste le propinó un empujón al tiempo que vomitaba su rabia verbal.

—Dime marica cuando no hagas lo de hace rato, Tom Kaulitz.

Y se alejó a grandes zancadas. Muy ciertas sus palabras. George, quien había oído todo, a diferencia de Gustav, quien apenas los había alcanzado, fue el que dio el puñetazo en el brazo de Tom y lo hizo quejarse por ello.

—¿A ti que te pasa? –Preguntó alzando la camiseta y sobando la zona—. No recuerdo haberte hecho nada. Ow.

—¿Te dolió?

—Sí.

—Algo así sintió Bill por dentro –se encogió de hombros—, creo…

 

El silencio en el vehículo era más alarmante que los gritos que Bill solía propinar cuando estaba enfurecido. En cierta medida, era escalofriante que la carencia de ruido fuera como una navaja debajo de sus cuellos y dispuesta a rebanar y hacer rodar cabezas a la menor oportunidad.

La tensión era notoria al grado que el mismo chofer había apagado la radio y se había abstenido hasta de dar las buenas noches, tanto cuando subieron como cuando bajaron del vehículo frente al hotel.

Al hacerlo y encontrarse de nueva cuenta los cuatro solos, nadie se atrevió a romper el silencio que se había instaurado. Todos lucían cansados y deshechos por lo que podía ser la segunda peor idea de George en su haber, apenas a la par con la otra ocasión, sólo que de aquella Bill no se acordaba.

En el ascensor, luchaba por contener las ganas de llorar, no por el hecho de sentir avergonzado al respecto o alguna otra razón como esa, sino porque no tenía razón de ser. Su tristeza era escasa y estaba tan calmado que tanto la borrachera como el temblor de manos que experimentaba cuando se desvelaba, no estaban presentes. Todo tenía que ver más con la desilusión sufrida y la posterior decepción que le acongojaba.

Con Tom, siempre con Tom.

Presente eso en mente, musitó una despedida y sin esperar respuesta, entró en su habitación sin más.

 

Tom encontró dos cosas sorprendentes al tocar a la puerta de Bill casi cuando despuntaba el amanecer e iba con toda intención de disculparse.

La primera, que la puerta estaba semi abierta. No mal cerrada, sólo detenida por un viejo calcetín colocado con toda intención de evitar que se cerrase. Sus nudillos se detuvieron en el aire con eso y bastó para entender que Bill le esperaba.

La segunda fue un poco más compleja. Encontró a su gemelo recostado en la cama y atento al televisor, pero lo extraño del cuadro eran dos cenas pedidas al servicio de habitación y al parecer esperándolos a ambos.

Con desazón por dentro, apenas si atinó a apartar el calcetín, cerrar la puerta y acercarse. Para entonces, Bill ya había silenciado el televisor y gateando por la cama había llegado a ambas bandejas. Levantaba las cubiertas y abajo se encontraban las dos más apetitosas hamburguesas con papas que jamás hubiese visto.

—Sin mayonesa –dijo con sencillez y tomando una delgada papa, la hundió en la salsa de tomate y la comió—. Sabe bien.

Tom no supo exactamente qué medida tomar e hizo lo más sencillo que se le vino en mente: dio una mordida a la suya y sentándose a un lado de Bill, comenzó a comer con un poco de timidez.

 

— … sólo no quiero gritar.

—Bill… —Era la discusión que no parecía llegar a un final satisfactorio.

En lo correcto, Bill gritaba. Ya se había calmado dos veces y era el mismo número de ocasiones que había chillado, llorado y alejado a Tom, quien se intentaba acercar, y era repelido como leproso.

En cierta medida, lo comprendía. Bill podía estar tan furioso como quisiera, pero el sentimiento que lo acongojaba no era ese y era algo que Tom no comprendía aún. Para él, su gemelo rezumaba odio por dentro y todo iba a encontrar la mejor solución si se liberaba, armaba su escándalo particular y después iban a dormir, pero no contaba con que sus expectativas no le iban a dejar salirse con la suya tan fácilmente esa vez.

—¡Ya dije que lo siento! –Respondía con su propia exasperación. A su manera de ver las cosas, las disculpas necesitaban ser aceptadas para que todo funcionara de nueva cuenta, pero no veía más allá de su nariz, que si no eran honestas y servían sólo para repetir los mismos errores, no eran más que palabras vacuas—. Por Dios, ¿Es que quieres que me arrodille y bese tus pies?

—Yo no pido nada. Es que ni siquiera me escuchas, Tom. –Bill dio una patada al suelo y con pesadez se dejó caer sobre la cama. El colchón ni rechinó, pero para él era hundirse en una especie de nube. Le desagradaba—. Es que tú no tomas en cuenta lo que siento… Mis sentimientos.

—¿Me disculpé o no? –Rebatió el mayor con el ceño fruncido y acercándose a la cama. A su menor intento de sentarse y Bill saltó.

—Yo no quiero tus porquerías de disculpa. No cuando sirven para que repitas lo mismo y lo mismo… —Le dirigió una mirada muy dura y entonces le dieron las ganas de llorar que toda una mala noche habían ocasionado. El sentimiento lo inundó y subiendo las rodillas y apretándolas contra el pecho, bajó el rostro. Apoyó la frente sobre éstas y cerró los ojos con tanta fuerza que al instante las lágrimas le rodaron por las mejillas.

Estaba tan desolado, que no tuvo ni la presencia de ánimo para ahuyentar la mano de Tom que se apoyo en su hombro y que tentativamente, acarició. Ni de niños había sido bueno consolando, pero entonces Bill agradecía el gesto. En ese hotel y con un panorama desolado por delante, lo que le daban ganas era de darle un nuevo puñetazo, esta vez más fuerte.

—No hagas las cosas más difíciles, Bill. –Su toque se volvió más suave, más humano y Bill exhaló aire entre sus labios pensando que algo en toda esa conversación le parecía ir torcido y mal de la misma manera en la que las cosas entre ambos se habían arruinado. Quizá, irremediablemente.

—Yo no hago nada –murmuró en un tenue quejido. Que le echara toda la culpa, le parecía lo peor entre todo—. Yo no hice nada, ese fuiste tú.

—Yo ya… —comenzó.

—Ya sé, tú ya te disculpaste. Pero resulta que no acepto nada de eso. –Se enjugó con el dorso de la mano el borde de los ojos y agradeció haberse desmaquillado temprano. Lo que menos quería era lucir patético, si ya se sentía como tal.

—Entonces no sé qué queda por hacer. –Tom retiró su mano y se inclinó sobre sus piernas con actitud defensiva. Bill sólo lo veía así cuando en verdad estaba harto y ese era un momento perfecto. De ahí, podía tanto huir como herir hasta sentir que estaban a mano y solía ser tan ruin, que optaba por lo segundo—. Eres un jodido egoísta que siempre, Bill, siempre quiere salirse con la suya. Todo lo que tocas lo arruinas. Te cagas encima de ello y los demás cargamos con la puñetera culpa. Es eso.

—Al menos sé que el que arruinó esto, fuiste tú y no yo. –La voz se le quebró y apenas pudo articular el resto de su pensamiento—, sea lo que sea lo que tenemos o teníamos, esto lo echaste a perder tú.

Y de haber sido más sensible, Tom habría entendido que era el momento de pedir disculpas de verdad. De verdad hacerlo. Con todo el corazón, abrazarlo y decir, y pensar y sentir que todo iba a estar bien si permanecían juntos, pero el orgullo siempre le había podido más. A veces, incluso más que Bill.

En lugar de todo eso, hizo un ruido que denotaba su desesperación y el ahogo que sentía y sin dar marcha atrás, salió de la habitación cerrando la puerta.

Final o no, bastó para que Bill rompiera en sollozos cada vez más fuertes, mientras se cruzaba de brazos y se sujetaba con fuerza, presa de la impresión de que el mundo se le caía y tenía que soportarlo.

 

Lo divisó de lejos y las ganas de regresar por donde había venido o simplemente hacer un hoyo en la tierra y esconderse en él, parecían por desgracia, muy buenas opciones. Bastaba con huir, pero Tom ya le había visto y si bien no había hecho un gran gesto de reconocimiento, no era como para emprender retirada como cobarde.

Eso lo entendió Bill a la perfección y con la frente en alto y sus gafas oscuras nuevamente ajustadas cubriendo sus ojos, entró el comedor.

Gustav y George parecían un poco somnolientos y acaso estaban parlanchines, pero normales en lo que todo cabía para preceder a una noche como la que habían tenido y a la que le rendían tributo con resacas. Tom por su parte, miraba su tazón de cereales con la impresión ajena de que quería ahogarse en sus cheerios apenas le agregase la leche. Apenas murmuró un buenos días aletargado que Bill le respondió de igual modo con vos rasposa y baja.

Clareó su garganta, pero para entonces ya tenía a Gustav diciéndole que una buena taza de chocolate caliente solucionaría cualquier mal. Declinó y entonces la opción de George llegó: té de manzanilla con limón y miel de abeja. También se zafó de ello y se excuso diciendo que era la modorra y no un catarro lo que tenía.

Apenas lo dijo, y Tom colocó su mano en su frente. Bill sintió las piernas temblar. Un golpe directo al estómago cuando su gemelo dio su veredicto.

—No es nada. –Ni le miró con el resto de sus palabras—. Nunca es nada importante con Bill. Jamás.

Y se sumió en su desayuno.

Nada, bah… Nada.

Bill mandó pedir un desayuno que alzó cejas por todos lados dado lo copioso que era y lo elaborado que parecía. Con ello, una jarra de limonada y un vaso enorme.

Tragó, más que comer, y con ayuda de dos litros de bebida pasó todo. Tanto su comida, como sus emociones. Todo raspaba mientras regresaba por su garganta a su interior y cada tanto se daba golpes de pecho con el puño mientras los chicos lo miraban incrédulos de cómo podía comer tanto.

Fue el panecillo final lo que les dio la respuesta.

Bill lo ingirió, pero al primer mordisco supo que no lo iba a terminar. Le ahogaba y entre toses y más toses, apenas pudo escupir un poco. Su bebida estaba acabada y Gustav se mostró solícito en traer un vaso de agua, que apenas llegó, Bill se lo bebió de un sorbo.

—Es la cruda realidad, pequeño niño –le chanceó George. Pensaba que estaba teniendo su peor resaca y por ello semejante desayuno y semejantes gafas de sol en un edificio cerrado. Erróneo, pero no por mucho.

Miró el panecillo y en definitiva el asco le ganó. Ya no tenía hambre, pero tampoco se creía capaz de mover su humanidad fuera de la silla. No con Tom tan indiferente. Bill había sentido que se ahogaba, pero también que no era grave. Quería que hubiese sido grave porque quería la atención de su gemelo y lo más que había obtenido era una palmada nada amistosa en la espalda en lo que Gustav iba por algo para beber. Eso no era suficiente.

Era decepcionante. Una enorme desilusión.

Quería algo grandioso con Tom, algo grandioso para él y frunciendo el ceño y cruzándose de brazos se enfurruñó hasta que fue hora de partir.

 

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