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Semtiminifi por Marbius

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AMOR

 

Tres semanas planeando todo y se había ido al garete por…

—Wow, de verdad está lloviendo. –Bill se llevó una mano a los ojos y se cubrió lo mejor que pudo. Su maquillaje en definitiva se iba a escurrir por sus mejillas y estropearse sin más remedio que quitar y volver a aplicar de nuevo, pero no era cosa de recorrer las últimas calles que los separaban del apartamento con la cara manchada y pinta de mapache. Eso ni pensarlo.

—Soberana mierda –masculló Tom. Le daban ganas de quedarse pegado a la acera y mojarse hasta pescar una buena gripe.Que todo aquello valiera al menos la pena.

—Te esforzaste, Tomi. –Bill se le acercó y muy cerca, le tocó el rostro con una mano—, eso es lo que cuenta. Oh… —Alejó la mano con rapidez y se contempló los dedos. Tom vio manchas negras en las yemas—. Perdón –se disculpó el menor. Lucía avergonzado y también fastidiado.

—Ok, la cita es totalmente un fracaso. Vayámonos a la mierda o a donde sea, pero hagámoslo ya.

Empezó a caminar a grandes zancadas y a Bill sólo le quedó la opción de seguirlo de cerca, salpicando el agua por las banquetas mientras con pesadez lamentaba una nueva cita arruinada.

 

Bill rodó en su cama y cuando al fin quedó boca arriba y con el cuello al borde del colchón, se dio por satisfecho al menos para quedarse en esa postura un minuto, lo que ya era un logro si tomaba en cuenta cuánto tiempo le había tomado decidirse. Suspiró con su más hondo pesar y miró a un costado. Gustav estaba con él en la habitación, pero era como quedar solo. El baterista se amodorraba lo bastante en esos días de lluvia, que hablar con la pared era una comunicación mucho más eficaz.

Abajo, en algún lado, que posiblemente era la cocina o el sofá de la sala, estaban Tom y George. Por los ruidos que hacían, era de suponerse que la consola con la que jugaban no iba a sobrevivir mucho tiempo. Sus gritos eran lo único apreciable, además del granizo a veces golpeteando en las ventanas.

—Estoy aburrido –murmuró para sí. Dio una patada al aire y su calzado casi salió volando. Tristemente, eso era divertido. Para muy su pesar, tal vez lo mejor que tendría para hacer en días si es que la lluvia no paraba.

Luego de meses de tour, entrevistas, sesiones de todo tipo a diario y demás quehaceres propios de una banda y de la farándula, el regresar al viejo departamento donde pasaban no más de dos meses al año era la muerte. Una tortura sin precedentes porque nada podía ser tan deprimente como estar encerrado y obligado a hacer nada por un tiempo que no parecía tener final. Hasta una cita con el dentista podría ser excitante dadas las circunstancias.

Pateó de nuevo y en esa ocasión su zapato marcó una perfecta curva cayendo con estruendo en el regazo de Gustav, quien despertó de sus ensoñaciones y le dirigió una mirada de muerte tras sus lentes. Leía o al menos eso hacía antes del golpe y no parecía nada contento con la interrupción.

—Bill… —Comenzó con su peor tono de advertencia. Se detuvo cuando vio que para nada asustaba al aludido quien agitaba ahora su otro pie y parecía dispuesto a hacer una meta de dar dos veces en el mismo sitio.

—Estoy muy aburrido –repitió. Quería imprimir un tono de queja madura y coherente en su voz, pero lo que salió fue el lloriqueo de un niño que pasa en cama y enfermo, un día en casa—. Me van a salir telarañas si no hago algo.

—Lee algo. –Negación de lado a lado—. Ve televisión. –Mueca de disgusto—. Duerme un rato. –Puchero. Gustav se encoge de hombros y prosigue a leer, pero apenas y localiza la línea en la que se había quedado, y el otro zapato le da de lleno en el pecho.

—Sigo aburrido, Gus. Hagamos algo. –Bill rueda ahora sobre su vientre y con ambos pies descalzos, gatea por su colchón hasta quedar en el borde. Mira al baterista como esperando que se ponga a dar giros y saltos para divertirlo—. Lo que sea, pero matemos el tiempo.

—Tú dispárale, yo lo remato –murmura, antes de hundirse entre las almohadas en las que descansa y leer con más ahínco.

A Bill le quedan dos opciones. La primera es rendirse. Gustav se podía poner del peor humor jamás antes visto y realmente parecía concentrado en su lectura. Molestarlo parecía demasiado egoísta, incluso para él. Quedaba tenderse de nueva cuenta y tratar de esperar a que el tiempo pasase. Mala idea. La segunda opción era ponerse necio hasta el hastío. Podría conseguir un golpe en el peor de los casos, pero incluso una pelea sonaba atrayente cuando estaba tan aburrido.

—No, juega conmigo. Anda, lo que sea… —Empezó a implorar—. Cualquier cosa estará bien, pero hagamos algo, Gus. Por favor.

El baterista se quitó el libro de enfrente y pareció considerar unos segundos la propuesta antes de volver a leer o fingir que lo hacía.

—Convénceme –fue todo lo que dijo.

Bill sólo sonrió. Ya iba por buen camino.

Se inclinó por el borde de su cama y apoyado en una mano, sacó la maleta de donde la solía meter. Bajo la base de la cama, ahorraba espacio y también la molestia de desempacar. Más cuando sus esperanzas eran que en cualquier momento su manager diera aviso de que ya habían descansado lo suficiente y pateara sus traseros de nuevo a la carretera o al aeropuerto rumbo a un nuevo sitio.

Su esperanza, ilusión o lo que fuera, pero no había sucedido en los casi diez días que tenían ahí y parecía que se iba a cumplir el mes libre, muy para su pesar.

Desechó ideas deprimentes fuera de su cabeza y al final encontró la correa para dar un tirón certero y extraer su equipaje casi listo para un nuevo viaje.

Lo que sacó de dentro de sus bolsas laterales no convenció a Gustav, pero Bill era persistente.

—Vamos. No nos queda hombría que defender así que podemos ser libres –alegó mientras abrazaba a Gustav por detrás y hacía intentos desesperados por despojarlo de su camiseta de una buena vez.

La opción era ‘una total mariconada’, en palabras textuales del baterista, quien se sujetaba el borde de su camiseta inútilmente por lo propenso que era a las cosquillas y por lo bueno que era Bill en provocárselas. Segundos después, se encontraba desnudo de cintura para arriba y riendo como loco.

Y no que un baño en esencias aromáticas, una sesión de manicura y pedicura y alguna otra cosa de chicas no tuvieran sus ventajas, pero una cosa era hacerlo en la ebriedad y la burla y otra sólo porque afuera llovía y Bill se moría de aburrimiento.

—Ugh, Bill. –Gustav se rindió—. Pero si George su burla, diré que fue tu idea.

—Bill giró los ojos. –Ok.

 

—Tengo que admitirlo: esto es… —Suspiró y el vapor se arremolinó en su boca —, simplemente genial.

—Yep –murmuraron al mismo tiempo Gustav y Bill. Tendidos en el suelo del cuarto que los cuatro compartían y con los pies metidos en ollas de agua caliente, comían una enorme bolsa de papas fritas.

Afuera seguía lloviendo y el ritual extendiendo. Luego de dos días silenciosos donde George y Tom no habían sido molestados en sus inagotables luchas con el Guitar Hero, el primero había deducido que algo turbio y oscuro ocurría escaleras arribas si Bill no gritaba o hacía ruido de algún tipo, ya fuera cantando o quejándose y George le respondía con gruñidos exasperados.

Así que había hecho lo que creía conveniente y los había atrapado en plena acción. No propiamente una que mereciera gritos escandalizados, reproches coléricos o bocas abiertas, pero en todo caso, lo había hecho cuando los atrapó con una mascarilla de un lindo tono azul impregnada por todo el rostro y tendidos cada uno en su cama envueltos en sendas batas afelpadas.

—Yo también quiero, chicos. No es justo –había alegado.

Ni una palabra de cuán poco varonil resultaba todo aquello, pero poco importaba. Luego de su indigestión compartida, la camaradería sólo había aumentado y estaba de más el hacer el comentario. “Castraciones gratis para todos” como habían brindado a la segunda salida del hospital de Gustav, con sendos batidos de leche con chocolate y una pajilla.

Bill se había limitado a señalar con un dedo largo una bata de las que colgaban en el baño y así George se les había unido.

Tenía que admitirlo, para bien. El maquillaje y las uñas de negro no eran precisamente lo suyo, pero pensaba que le daban estilo y al final había accedido sin necesidad de que le rogasen mucho.

Así fueron encontrados por Tom, quien se había hartado de dos días consecutivos en soledad en el piso inferior y los había encontrado con rebanadas de pepino en cada ojo y sin saber realmente qué decir. Optó por cerrar la puerta suave tras sus pasos y no hacer bulla. Sólo ellos tres se entendían en cuanto a los rituales de belleza y cuidado personal.

 

El inicio de la tercera semana los sorprendió sin víveres y con una gotera en la habitación. Llamar al plomero había sido la primera opción, pero la gracia había sido encontrar a su regreso con las bolsas repletas de comida, que la solución del hombre, un tipo fornido de casi dos metrosy vestido con overol, era cobrar con tres cifras antes del cero y dejar un par de cubetas justo encima de las camas de Bill y Tom.

Murmullos de tubería nueva y piezas faltantes que llegaban un lunes nada prometedor. “¡Pero si hoy es lunes!” había gritado Bill, fuera de sus cabales y a punto de darle al hombre con una llave de tuercas oxidada si se atrevía de nuevo a repetir su cantaleta de fiestas patrias y días no laborables.

—Partes difíciles de conseguir –y esa era su respuesta. Llevándose todo consigo, el hombre se había retirado y con una promesa de volver al día siguiente, los dejaba con la tarea de cambiar cada tanto los recipientes si no querían una inundación.

Y días de paz arruinados… Seguía la lluvia y los turnos de tirar el agua se hicieron rutina en el transcurso del día sin protestas por parte de nadie.

 

—¿Sigues pensando que las goteras son malas? –Susurró Tom al oído de Bill y el menor tuvo que admitir, en una pequeña y tímida parte dentro de sí mismo que odiaba no tener la razón, que era una afirmación del todo correcta.

Pero era Bill a fin de cuentas… —¡Claro que sí! Este sofá tiene malos resortes y huele a anciana.

Tom se reía con ligereza. Era obvio cuándo su gemelo mentía y esa era una de las ocasiones. Le gustaba, lo podía molestar sin temor de que montara en una irracional cólera al respecto porque era cierto.

Tendidos uno al lado del otro en el sofá, miraban una película antes de tender un par de edredones en el suelo, tirar unas cuantas almohadas alrededor y... Ya se vería lo que seguiría a continuación. Con pretexto de no dormir abrazando a las cubetas, su vida sexual y su intimidad se había reanudado a ese ritmo agradable que les permitía acostarse juntos sin la pesadilla de tener que brincar de cama a medianoche y de madrugada con nervios de ser atrapados.

—Admítelo –le picó un costado—, extrañabas esto –y sin mediar muchas palabras, se inclinaba a besarlo.

Bill correspondía a sus labios con una fuerza similar y al separarse se encontraban con las mejillas rojas y una tenue agitación al respirar.

—Esto sí, pero creo que lo cambiaría por dormir en un sitio decente –se quejó—. Dormir en el suelo mata mi espalda.

—Eso no es por el suelo, es porque… —Se inclinaba de nueva cuenta a su oído y le susurraba unas pocas de palabras, pero las suficientes para hacerlo jadear de la sorpresa.

—¡Tomi, no digas eso! –Exclamó con todo escandalizado. No era ningún virgen, pero a veces le costaba la idea de que lo que hacían juntos ya no era lo mismo de antes. Y era un cambio para bien, podía jurarlo, pero simplemente no podía hacer nada contra la vergüenza que lo invadía. Tom podía decir las cosas más sucias y aunque era un golpe a su estómago, lo era de un modo agradable. Una especie de dolor que presagiaba tiempos y situaciones buenas.

—Oh, pero si es verdad— la chanceó—. Tanteaba una mano traviesa bajo el borde de su camisa y la piel que encontraba era suave y cálida al tacto—. Estaba harto de tener que, ya sabes, hacerlo a un lado de la cama de George.

—Ronca como la muerte –comentó Bill y la imagen mental de su gemelo masturbándose enseguida del bajista le arrancaba una sonrisa—. ¿O me dirás que su sinfonía nasal le daba emoción al momento?

—Mmm, sólo cállate –fue la respuesta del mayor. Con cuidado, se tendía un poco más encima de Bill y con el más lento de los gestos, besaba sus labios una y otra vez. Sus manos, ya firmemente afianzadas al borde del pantalón del pijama de su gemelo, jaloneaban la tela y sus nudillos callosos tras la mitad de su vida entregada a la guitarra acariciaban la piel con insistencia.

Algo en la humedad del momento competía con el frío de la ininterrumpida lluvia y pronto se encontraron gimiendo uno en labios del otro y presas de una urgencia por desnudarse y hacerlo ahí mismo aunque no fuera demasiado tarde en esa noche. Dudaban que alguien estuviera despierto, que no pasaba de medianoche pero había sido un día cansado.

Planes que se vinieron abajo cuando la escalera rechinó y Tom casi saltaba al otro lado del sillón para cambiar el canal del televisor y carraspear con rudeza. Ambos miraron con horror, que eran George y Gustav con almohadas en mano y sus cobertores arrastrándose detrás de sus pisadas.

—Esa maldita gotera –masculló el bajista. Daba un gran salto y brincaba el respalda del sillón hasta caer en medio de los gemelos quienes estaban con gestos hoscos—. Si ese techo se cae encima esta noche, no me sorprenderé para nada.

Alargó su mano y sin importarle la pasividad que Tom mostraba o sorprenderse por ella, tomó el control remoto y cambió de canal para luego inclinarse a la mesita donde un par de botanas estaban dentro de un enorme tazón. Comió de ellas y bebió de una lata de refresco que ya estaba abierta mientras se quitaba los zapatos y se rascaba el vientre con total confianza.

Era ver una grotesca escena de algún desempleado que se resignaba a su suerte y gastaba su vida haciendo nada. Un vil vagabundo.

—¿Van a dormir aquí? –Preguntó Bill con voz pequeña. George no notó nada, pero Gustav escuchó el atisbo de esperanza de que no fuera así y a juzgar por las piernas cruzadas de Tom y el rubor de Bill, podía deducir qué hacían y qué querían seguir haciendo. En cierto modo, quería disculparse y de ser posible sin mostrarse muy obvio o comprometerlos, habría arrastrado al bajista de nuevo al piso superior aunque eso hubiera implicado dormir en un charco y amanecer con reumas por el frío.

—Pues si antes no se inunda la casa entera, sí. –Cambió de nuevo de canal y Bill se enfurruñó. Reflejado en su rostro el resplandor de la pantalla denotaba cuánto le jodía todo aquello al baterista no le quedó duda de que sus anteriores sospechas eran ciertas.

Pero cierto también era el agujero en el techo y no era momento de querer darles intimidad a aquel par. La situación no dejaba más opciones que aquella.

—No pueden –rebatió Bill y Gustav se encontró en una incómoda situación cuando le miró con ojos que rogaban por la soledad. Él lo entendía pero no estaba de humor para nada. Era toda una desgracia haber roto su efímero sueño de amor con algo tan mundano como alguna gotera, pero el daño ya estaba hecho.

A manera de confirmación, George se arropaba y con la manta que había traído hasta la barbilla, entrecerraba los ojos muy dispuesto a dormir.

 

—No puede ser –balbuceaba Bill entre temblores. Se frotaba con brazos con insistencia y maldecía al clima tan trastornado que los tenía usando ropa gruesa y encerrados en el calor tibio de la cocina. Aún así, se podía estremecer del frío.

Para colmo, la gotera se había convertido en un trozo de techo caído y en un posible tragaluz si es que el plomero se dignaba a aparecer y cumplir con su trabajo. Habían intentado llamar a alguien más pero habían sido los mismos resultados infructuosos que reducían las opciones a dormir en el suelo de la sala los cuatro juntos y no más. Sexo nulo, eso ya por descontado, entre él y Tom.

Ni siquiera una llamada de la disquera había llevado a unasolución decente con el problema y el único consejo que habían recibido era soportar unos días más. Las vacaciones casi llegaban a su fin y eso había reducido las trazas de paciencia de Bill en virutas de papel quemado lanzado al viento con dejadez.

—Tiene que ser una maldita broma –mascullaba como mantra y a manera de auto consuelo. Se mecía en una de las sillas y con las rodillas sostenía su mentón maldiciendo todo y a todos. Repetía sus palabras y Tom dejaba su puesto frente al fogón para darle una tenue caricia en la coronilla. Estaba harto del mismo sonsonete.

—Te tienes que callar, es por mi salud mental –decía con voz dulce, pero su agarre se tornaba duro y Bill se sentía abandonado a la mala suerte.

No eran pobres, se suponía que eran pertenecientes a una gran banda que ya triunfaba ya por algunos de los rincones más alejados e impensables del mundo. No pasaban apuros económicas y todo parecía indicar que su carrera despegaría aún más y sin embargo, para mucha de toda la amargura que lo venía carcomiendo de días atrás, estaban atorados y sin escapatoria en una pocilga horrible y maloliente.

Con todo en contra, estaba seguro de que se mojarían menos afuera, parados en la calle, que en el segundo piso. Las dos cubetas que necesitaban cambio dos o tres veces al día en un inicio, con el pasar de los días habían dado camino a cambios de diez o más ollas, botes e inclusive una bota de caucho, que se llenaban a los pocos minutos y que los tenían en turnos frenéticos por lanzar el agua fuera por las ventanas, por los drenajes o por donde fuera.

Era miseria pura todo aquello y a Bill no le quedaban más que ganas de sentarse a llorar porque quería salir corriendo de ahí dentro.

Lo único que le quedaba era envolverse más fuerte con la cobija y temblar sin control para irónicamente, tratar de controlarse. Un poco más y se desquiciaría sin remedio por todo.

Tomar bebidas calientes también ya parecía un lujo y más cuando las hornillas de la estufa dieron un brinco y con un plop audible en el reducido espacio, se apagaron. “Adiós gas”, pensó e hizo oídos sordos a las maldiciones de su gemelo que pateaba la línea que conducía a los tanques y mascullaba ‘un poquito más’ repetidas veces.

—Bien, se murió la estufa. –Tom suspiró y miró al techo dejándose caer en la silla al lado de Bill sin mediar otra palabra. ¿Qué quedaba por decir? ¿Qué todo iba a resultar mejor en cualquier momento? Ya estaba más que comprobado que tener una buena cantidad de euros en el banco no solucionaba nada y que lo único que parecía hacer era estar de adorno y no más gracias—. Al menos no te gusta el chocolate caliente así que no es gran pérdida.

Bill le dio una mirada fría y agitó los hombros con ademanes torpes. Casi podría jurar que…

—Mierda, mierda, mierda… —Tom se levantaba de golpe de donde estaba y señalaba el techo que se desprendía a trozos visibles y a la mancha húmeda que crecía con una rapidez apreciable.

Bill siguió el camino de su dedo justo a tiempo para recibir una gota justo en el ojo y sacarla fuera con lágrimas verdaderas. Todo era una soberana mierda, Tom tenía la razón en eso.

Los pasos apresurados de Gustav bajando los escalones de dos en dos dio verdadera situación de emergencia a todo con sus palabras.

—Los drenajes –hizo una mueca de asco—, están vomitando…

 

—¿Verdadera situación de emergencia? –Preguntaba Bill del todo incrédulo por lo que escuchaba, pero optó por callarse y hacerse un pequeño bulto en el último asiento de la camioneta que la disquera había mandado en su búsqueda con tintes de rescate, que al final se habían visto reducidos a una habitación y trepados precariamente en un sillón porque el agua subía y subía por todos lados.

—Dijeron gotera, pensamos gotera. –El representante de su manager, un joven de unos treinta años y de un rubio artificial tomaba notas rápidas y se explicaba—. Si hubieran dicho que ese techo se caía de tal modo, habríamos hecho algo antes.

—¡Dijimos jodida inundación! –Casi gritó Tom. Era comprensible su enfado y sus vociferaciones. La maleta que almacenaba su colección de gorras de viaje o al menos las más indispensables, rebosaba de agua y era evidente que la tintorería no iba a salir nada barata, eso sin contar con las pérdidas y los estropicios que quedaban—. Llamamos al condenado fontanero y… —Se estrelló la palma de la mano contra el rostro. Estaba exasperado y llegando a límites de irritación inexpresables. Bill, quien lo veía de reojo, lo podía asegurar.

—El retrete… —George hizo una mueca al recordarlo— sacaba agua y otras cosas… Si eso no era una emergencia, yo no sé cuál lo sería.

—Bien, bien. –El asistente parecía de poca paciencia o en todo caso, de pocos ánimos para estar oyendo quejas que no le venían a caso. No era exactamente su asunto y su única labor era llevar a los chicos a algún buen hotel, dejarlos en sus habitaciones y regresar para dar un informe detallado.

—Eso no está bien… —Mascullo Gustav. Inclusive él estaba rozando los límites de la cordura con todo aquel estropicio—. Exijo vacaciones de verdad.

—Muy bien, ya llegamos –dijo el conductor. La lluvia no dejaba ver más allá de un metro, pero era más que evidente que no estaban ante un gran hotel. Uno de los letreros neón estaba fundido y todo no parecía sino empeorar.

—Es por una noche –comentó el asistente. Se veía el nerviosismo que llevaba a cuestas de un par de gritos, pero era imposible conseguir algo mejor. La tormenta iba para largo y era el que estaba más cerca. El único vacante, si se tomaba en cuenta un centenar de cancelaciones de vuelo luego de más de dos semanas de lluvia continua.

—Me basta con estar seco –mascullo George, abriendo la portezuela y corriendo a la entrada.

Algo muy cierto. Los demás le siguieron a paso veloz hacía recepción y hacía algún sitio donde el viento y el frío no se remolinaran, a excepción de Bill, quien parecía dudar. Al final los siguió con un suspiro profundo.

 

—Ugh, quiero dormir –balbuceaba Bill antes de hundir el rostro en la almohada y apretar sus manos en puños contra la tela.

—Es hora de levantarse y brillar –le dijo Tom destapándolo y sentado encima de él. Ambas piernas a cada lado e inclinado sobre uno de sus costados para darle besos suaves contra la piel que encontraba—. Arriba.

—Llueve, no brilla nada. Yo no brillo, eso lo aclaro. –Bostezó y mostró su perfil deprimido del lado derecho mientras hacía esfuerzos vanos por quitarse a su gemelo de encima—. Pesas, tú, obeso.

Tom se apartó y le dio la oportunidad de torcer el cuerpo para quedar así ambos lado a lado y mirándose las caras con apatía.

Era el despertar del segundo día y si el reloj de pared no mentía, dentro de unas horas sería la tercera noche en un hotel que nada tenía que envidiarle al departamento del que habían salido casi huyendo.

Se podía tratar de exageración, pero lo cierto es que las manchas de humedad en el techo le quitaban a Bill el sueño mientras yacía tendido de espaldas en la madrugada y mataba su tiempo sintiéndose merecedor de todas las desgracias habidas y por haber.

No que la estadía en ese lugar pudiera competir con la semana anterior a ello, eso ni pensarlo, pero no había un televisor, no tina y no mini bar. Era como cualquier hotel y ellos no eran personas de las que se conformaban con cualquiera. Al menos no Bill, quien lo único que veía de bueno era dormir en una cama decente con sábanas limpias y sin aroma ajeno.

—Pero algo podremos hacer –comentó Tom de pronto. Bill lo miró sin entender y le llegó la comprensión de golpe: algo qué hacer. Era evidente que su gemelo tenía grandiosas ideas, pero no estaba con ganas para ninguna. Le parecía más viable, dado su estado, quedarse tirado hasta que todo parara. Cuando fuera.

—¿Sugerencias? –Murmuró entrecerrando los ojos.

—Niño sucio, quieres que las diga en voz alta. –Tom le palmeó el trasero y Bill se encontró gruñendo en tono bajo.

—Me duele la cabeza. –Giró la cabeza y se dispuso a dormir.

—Eso es muy de… ¿Sabes? Tokio Hotel se puede volver una banda de mujeres. Hace rato vi a George y sigue llevando las uñas de negro. Has obrado milagros en él… ¿Bill? –Apoyó la mano en su espalda pero era evidente que ya estaba dormido.

Doce horas de sueño continuo y su pequeño hermano podía seguir al mismo ritmo sin cansarse. Era Bill sin lugar a dudas…

—Dulces sueños –se inclinó sobre él y afianzando un brazo en su cintura, apoyó el mentón para hacer su intento de dormir.

 

—Genial, todo esto es… Genial. –Exhaló con fuerza y con una mano cubrió su potente estornudo. Le siguió otro y en unos segundos se encontró apoyando la cabeza en el marco de la puerta y mareado—. ¡Tomi –Chilló con voz gangosa—, ven a consentirme! –Moqueó un poco—. Me siento maaal.

Tom apareció al otro lado de la habitación, al parecer ya preparado, porque traía una taza humeante en manos y caminaba con todo el cuidado del mundo para no derramar ni una gota. Por el aroma que a Bill le llegaba, casi podía jurar que era té de manzanilla, con limón y una cucharada o dos de miel de abeja. La idea le recordaba a su madre cuando los cuidaba a los dos si caían enfermos y los dejaba acampar frente al televisor de la sala. Ella siempre les llevaba eso y lo bebían en cantidades ingentes.

—Eres tan amable –gangueó. Se limpió la nariz con el borde de su manga y dio pasitos torpes y tímidos hasta dejarse caer en su enorme cama de hotel.

El nuevo hotel. Uno mejor.

Afuera seguía lloviendo, pero eso importaba una soberana mierda mientras hubiera un techo en sus cabezas y una calefacción que funcionase.

Sonreía, pese a su repentino resfriado y tomaba un sorbo de la taza que tenía enfrente. Le sonreía a Tom y éste entendía su gesto.

Las cosas no podían ir mejor… Y no lo iban a hacer.

La habitación se quedó de pronto a oscuras y no pudo sino sentir un sobresalto en el pecho ante ello. Detrás de la puerta que conectaba el cuarto con el pasillo, se escuchaban algunos pasos y algunos cerrojos descorriéndose con prisa. Todo indicaba un apagón al menos en el piso.

—Tiene que ser obra del demonio –dijo Bill. Bebió un poco más de su té, pero se quemó la lengua y le dieron ganas de llorar por semejantes malos días. Se quería largar a la mismísima mierda por su propia cuenta a ver si de esa manera le iba mejor, pero se sentía ridículo haciendo queja por un poco de mala suerte.

—Voy a ver… —Bill oyó los pasos de su gemelo y el tanteo torpe con el que se dio de bruces contra una silla y algo más que no supo identificar.

Supo después que la puerta estaba abierta pero todo seguía igual de oscuro. Llamó a Tom con un tono vacilante y se encontró asustado de muerte por no recibir respuesta y no tener el valor suficiente para levantarse de la cama e ir en su búsqueda. En lugar de ello, los pies que lo colgaban por fuera, los atrajo contra su pecho y tras dejar la taza a un lado de la cama, se hizo un pequeño bulto contra la cabecera mientras esperaba…

—¿Tomi…? –Balbuceó al aire. Nadie le respondió y supuso que estaba a solas. No estaba al grado de la histeria, pero había algo inquietante en encontrarse solo y sentado en la oscuridad.

La imagen mental de loco con el hacha se le vino tan de pronto que se tuvo que cubrir la boca con la mano y no pudo hacer nada que no fuera morderse los nudillos. Era ilógico y tan infantil, pero sin embargo tan cierto. Estaba seguro que esos grandes hoteles tenían sus propias plantas eléctricas en el sótano y no creía tener la mala suerte de que sólo ocurriera en ese piso. Algo le decía que era por todo el hotel y a juzgar por las voces que rondaban por todos lados, era una prueba evidente de ello.

Por primera vez en largo tiempo, inclusive lamentó que George y Gustav tuvieran sus habitaciones en una plata diferente, porque tenía ganas de encontrar consuelo y sin Tom a su lado, no se atrevía a buscarlo.

Permaneció lo que creyó una eternidad así hasta que sus piernas se entumieron y una pequeño luz apareció a escasa distancia de donde creía estaba la puerta e iluminaba un poco. Apenas una llamita vacilante de un encendedor que Tom usaba para los ocasionales cigarrillos que fumaba, pero lo suficiente para hacerle soltar un poco de aire a causa de su alivio repentino. Un tenue quejido.

—¿Estás llorando? –El fuego desapareció por un instante y luego las chispas brotaron cuando la llama volvió a aparecer un poco más cerca y el rostro y parte del torso de Tom aparecieron a la vista de Bill—. No creerás lo que ha pasado.

—¿Cayó un rayo, hay un incendio y te ha orinado un perro al venir de regreso? Oh –se limpió la cara con cuidado y entonces apreció que Tom tenía razón: lloraba. No estaba seguro en qué momento había empezado, pero a juzgar por las gotas que resbalaban por su barbilla, tenía rato. Para colmo, su nariz goteaba y amenazaba con estornudar—, falta que de verdad haya un loco con un… —Estornudó con fuerza y la llama del encendedor se extinguió de nuevo.

—¿Hacha? –Probó Tom. Hizo saltar el fuego de nuevo, pero lo apagó apenas estuvo a un lado de Bill—. Dos de tres. O debería decir uno y medio. Al parecer se fue la luz en todo el hotel y el piso de abajo alguien intentó prender fuego para… Ugh, ¿Iluminarse? La estupidez de la gente no tiene límites.

—¿Lo apagaron? –Balbuceó Bill. Sus manos apretadas con fuerza en la camiseta de Tom y su nariz frotándose de arriba abajo para limpiarse. De ser otro momento, habría recibido un reclamo y un tirón no muy fuerte, pero sí firme para que no fuera cerdo con sus mocos y dónde los dejaba.

Pero era una situación especial y Tom lo abrazó… Con tan mal tino que se olió al instante el cabello quemado…

—Odio las vacaciones –chilló Bill, ya sin contenerse.

Luego las luces regresaron…

 

Fue el regreso al trabajo y Bill se encontró de nuevo en su ambiente.

La tensión, el ir de un lado a otro, las sesiones interminables en cabinas, las entrevistas y… Todo. Suspiraba, porque era un alivio todo eso y dejar de lado las más horribles vacaciones que alguna vez hubiese experimentado, si es que se les podía denominar con ese adjetivo.

La única marca de que todo eso había sucedido era un lado de su cabello apenas más corto que los demás y que una buena estilista había tenido la bondad de componer lo mejor posible con su talento. Bill en agradecimiento, le había dejado una propina que era el triple del ya caro corte, pero era una especie de inversión.

Así, sonreía de nuevo. Sin gripe, sin mala suerte, pero no sin lluvia…

—Los religiosos han de estar proclamando su arca de Noé –dijo George bajo su paraguas, segundos antes de que Bill se lo arrebatara y lo cerrara—. ¿Qué te pasa?

—Es de mala suerte abrir eso en lugares cerrados –decía entre dientes mientras luchaba con el seguro y lo trataba de cerrar.

—Bill cree en la suerte, ya saben –Tom apareció a un lado y tras arrebatarle el paraguas y cerrarlo, comenzó a enumerar—: el karma, los misterios de la cadena de la vida y la buena y mala suerte. –Se encogió de hombros—. Patrañas.

—Creo en la puñetera mala suerte que pasamos, es todo. –Le arrebató el paraguas a Tom y se lo extendió a George, quien no se atrevió a decir algo negativo al respecto.

 

—¿Puedo preguntar qué es eso? –Cuestionó Bill apenas la puerta se abrió y encontró a Tom poniendo una improvisada mesa con un mantel que en realidad era un pliego de papel de china color negro y un par de platos acompañados de sus respectivos cubiertos. Tenedor y cuchillo, pero al final sui gemelo pareció dudar y los desechó—. En serio, Tom, ¿Qué haces?

—Cierra la puerta –indicó. Bill hizo caso dejando en su camino la pequeña maleta que Tom le había pedido empacar con ciertos artículos cuando le había llamado a su teléfono móvil y le había pedido presentarse a las diez en su habitación.

Ahí estaba. La maleta estaba. Todo parecía completo, pero en cierto modo, lo que se mostraba ausente era Bill, que no podía controlarse a pulsar su pie con movimientos rítmicos a cada segundo que transcurría y que las ganas de irse por donde había venido, le invadían.

Tras un día leve en cuanto a trabajo, no estaba precisamente cansado, pero moría por estar acostado en su propio cuarto de hotel. Si Tom lo visitaba, no tendría quejas al respecto, pero no era la misma versión de la historia si era él quien tenía que abandonar todo por compañía.

No le quedó de otra sino obedecer, pues Tom no admitía réplicas y era más sencillo ceder por las buenas que ser arrastrado a las malas.

Para cuando llegó a esa conclusión de porqué demonios había sido convencido de ir y esperar a que Tom terminase lo suyo, se encontró con un cuadro no del todo feo. Tosco sí con su mesa improvisada y una cena que consistía en un platón de su cereal favorito y leche bastante helada, porque en lugar de estar una botella de buen vino sobre el hielo, estaba un cartón con una vaca pintada.

De haber tenido unas mejores semanas pasadas, el detalle le habría parecido tierno y se habría desecho en agradecimientos y quizá en lágrimas emotivas, pero estaba tan exhausto de todo lo que no fueran sorpresas, buenas o malas, que su única reacción fue cruzarse de brazos y dar media vuelta.

—Hey, espera… ¿A dónde vas? –El agarre en su codo era firme, pero suave y a Bill le costó mucho negarse. Tanto, que no lo hizo y se dejó guiar a la cama donde fue sentado y en donde fue despojado de toda su ropa.

Luego Tom fue por la maleta y sacó lo necesario para un buen baño. Uno que tomaron juntos, pero en silencio.

Los dos eran conscientes de que para cita romántica, aquella podría considerarse una más a la lista de las fallidas, la última como intento y como el resto de las cosas. Desde aquel día de lluvia que nada parecía sonreírles con suficiente buena suerte. Entre todo lo acontecido, faltaba el meteorito cayendo en sus cabezas para cerrar todo con broche de oro y un listón negro y fúnebre.

—¿Quieres un masaje? –El ofrecimiento parecía tentador y fue lo único que inspiró a Bill a salir de su mutismo. Mirando por encima de su hombro, asintió y se sintió tremendamente culpable por ser un idiota de la peor calaña por al menos una hora que tenían sumergidos en el agua caliente.

Durante todo ese tiempo, Tom se había encargado del aseo de ambos y de un poco de atención extra mientras le pasaba una suave esponja con loción por el cuerpo.

—Eres muy amable –murmuró el menor, no muy seguro de su comportamiento. Creía estar justificado, pero con todo, era sensible a las atenciones que Tom le prestaba. No podía sólo comportarse malhumorado si no recibía el mismo trato.

—Uno de los dos tiene que serlo. –Apoyó sus manos en los hombros y comenzó con suaves círculos en torno a los omóplatos que se extendían más y más a cada vuelta hasta tocar toda su espalda y regresar al punto de partida.

Bill podía asegurar que Tom no tenía nada de práctica y que distaba a años luz del mejor masaje que existiera en el mundo, pero era algo tan íntimo y sensual en aquel baño de mármol rosado y niebla empañando los cristales, que gimió con gusto verdadero y se dejó llevar dando media vuelta y besando a Tom directamente.

Después le atacó una serie de estornudos y fue necesario salir de la bañera.

El agua ya no estaba tan caliente como en un inicio y Bill salió refunfuñando por como se había roto un buen momento. Estornudó más y entonces apreció cuando fastidiado lucía su gemelo.

Tom podía decir lo mismo de él y así, envueltos en toallas y aún goteando, se sentaron en la mesa a mirarse las caras sin saber qué decir o cómo proceder.

—Pienso que –Tom carraspeó para dar mayor énfasis—, deberíamos cenar e ir a la cama. Sexo, ya sabes. –Apreció el rubor en las mejillas de Bill y se explicó—. Si me intento poner romántico me va a picar algún mosquito africano y moriré en fiebres y vómito. Esto de la mala suerte me lo estoy creyendo.

Bill suspiró profundamente. Él ya lo creía, no había necesidad de explicarse, pero quería esa parte romántica, aunque no lo fuera desde un inicio. No había nada excitante en cenar cereal con leche sobre una improvisada mesa, pero si la buena suerte los abandonaba, pues…

—Si el destino te da la espalda… —Tom arqueó una ceja—, le tocas el culo. Algo así. –Se estremeció pensando que o se vestía o su resfriado se iba a convertir en una pulmonía—. Ríete, por favor.

Se miró las manos y jugó con sus dedos antes de hacer la más tímida de sus peticiones. –Se cursi, ya sabes. Di algo bonito… Lindo.

De los nervios que le dieron, se rascó el cuello y esperó no lucir muy ansioso. Tom pareció entenderlo así que de debajo de la mesa sacó un par de velas, posiblemente para poner un poco de ambiente tenue, pero Bill lo detuvo con una negación de cabeza.

Sólo el demonio sabría que final tendrían si osaban encender fuego en la habitación. Con la maldición gitana que se cargaban esos días, no sería nada fuera de norma que existiera un incendio o que Bill pudiera emparejar su cabello de la peor forma posible en el mundo.

—Ok, sólo… —Bill esperó sus palabras mientras se rascaba una oreja y una rodilla. Estaba realmente nervioso—. Todo va a estar bien, ¿Sí?

Asintió. Sí, iba a estar bien. Si se tenían el uno al otro las desgracias ya no parecerían tan grandes… Se limpió un ojo y después tuvo que tallarlo porque lo sentía extraño. Aún así, trató de mostrarse agradecido. Tom intentaba que todo lo anterior y adverso quedase de lado. Buscaba su mano, pero antes se rascaba un poco el estómago.

—Ya sabes. –Estrechaba la mano de su gemelo por encima de la caja de cereal de colores y frotaba sus rodillas juntas. Unas ansías tremendas de frotarse contra el asiento porque la espalda le picaba—. Haz de cuenta que lo dije…

El mayor lucía avergonzado y Bill, en un estado que requería ambas manos, estaba urgido de que terminara todo aquello. No de mal modo, no por su egoísmo…

—Tomi, te amo. –Con su mano libre rascó su pecho—. Di lo propio.

Cerró los ojos y escuchó el suspiró. Su mano de nueva cuenta libre y aprovechó para frotarse los muslos con urgencia. Para colmo, le ardía la piel. No podía ser peor…

Y por primera vez en un tiempo, no lo fue. Tom le tomó el rostro entre ambas manos y lo besó con labios húmedos y llenos de contacto. Limpió sus lágrimas y lo volvió a besar.

—Ya, te amo. ¿Contento? –Bill asintió. Luego tragó con dificultad.

—Tomi –su voz tembló—, no quiero joderlo más ya que fue un buen intento y ha sido genuinamente romántico y eso, pero… —Intentó abrir los ojos, pero era evidente que ya estaban hinchados. Tarea imposible.

—¿Hospital? –Preguntó el mayor con ternura.

—Yep. –Intentó mostrarse alegre—. Mi trasero pica. Dios, todo pica.

—Esta cita fue mala idea…

—Y el baño…

—Pero no encendí las velas… Amén por ello. —Y aunque Bill no pudo verlo, estaba seguro que Tom estaba divertido—. Muy bien, urgencias nos espera.

—¿Quieres que te diga la parte buena de todo esto?

—¿La hay? –Bill casi visualizaba a su gemelo haciendo algún gesto afectado y muy inglés, correcto y fino, para hacerlo proseguir—. Por favor, sería interesante. Voy a llamar a alguien para ver a qué hospital ir…

—Tomi –aún con los labios hinchados pudo hacer un puchero—, todo va a estar bien. Te lo prometo; me lo prometo.

—Eso lo dije yo –y el tecleó de los números fue preciso. A primer número, su manager, quien dijo estar ahí en cinco minutos y colgó sin más. Luego a Gustav, quien se comprometió en darle la noticia a George y colgó—. Queda esperar.

—Estoy bien. –Bill se rascó las mejillas con ambas manos y a su paso dejó piel rojiza por la fuerza utilizada—. Pero no desvíes el tema…

—La pregunta es… ¿Lo bueno de todo esto? Me doy por rendirme. –Le tomó la mano y le dio un par de prendas de vestir—. La historia es: te duchaste, viniste a mí y… El resto no importa. No mencionemos nada de incesto, romanticismo o cualquier cosa que nos pueda comprometer…

—¡Tom Kaulitz! –Bill contaba los segundos. Se abotonó los pantalones con pesar y se pasó la playera por la cabeza con malestar porque la comezón aumentaba y Tom optaba por portarse como un chiquillo—. Dilo.

Se hizo un silencio y un suspiro bajo y parecido a un silbido, perforó la quietud de la habitación. Era Tom con los nervios a flor de piel aunque no quisiera demostrarlo, admitirlo o ser presa de ambas emociones.

—Que me amas. Dilo otra vez, porque es la única razón que tengo para creer que toda esta mierda va a salir bien. Auch –tomó una de sus manos y la colocó en su espalda media—, rasca. Me voy a morir si esto no para.

Se pasó el dorso de las manos por los ojos y por primera vez desde que todo había dado comienzo, era un gesto genuinamente ajeno a las lágrimas. Era picazón de la peor. Pero también la mejor solución a todo.

—Te amo, pero igual todo va a salir bien. Tienes que estar satisfecho con eso.

—Bésame. –Lo hizo y al separarse la puerta sonó con fuerza.

—Hora de irnos.

Bill asintió, pero no estaba seguro de si era visto o no. Antes de que sus ojos optaran por inflamarse y lloriquear con ardor, la habitación estaba a oscuras y no tenía certeza de nada excepto de que se le presagiaba una alergia de miedo.

Aún así tuvo fuerza para sonreír.

Con amor, todo se podía y a la mierda lo demás…

 

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