Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Semtiminifi por Marbius

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

CULPA

 

Bill salió de la ducha envuelto en una toalla y despidiendo humo y gotas de agua. Precariamente, ésta colgaba de sus caderas y dando saltitos presurosos desde el frío azulejo hasta la alfombra, fue que encontró a Tom, acostado sobre su estómago y con los ojos entreabiertos en la que oficialmente era su cama, pero que tenían compartiendo ya varios días. Al menos en ese hotel.

—Te bañaste –declaro. Su brazo entero colgaba por un lado de la cama y Bill apreció que estaba con las mantas hasta por encima de los hombros. Sólo esa porción de piel y parte del rostro era lo que dejaba salir fuera. Era evidente que estaba desnudo y también que tenía frío, pues su piel lucía erizada.

—Genio, Tom. Claro que me bañé. –Sacudió un poco su cabeza y gruesas gotas cayeron de las puntas de su cabello. Se estremeció cuando recorrieron su espalda y se cruzó de brazos por encima de su pecho. Con impaciencia, comenzó a mover con un ritmo acelerado su pie, mientras se sentía observado.

Sabía que Tom le escudriñaba sin reparo y eso aumentaba sus nervios, pese a que en tiempos recientes se habían conocido cada rincón de su anatomía como propia, aunque de manera irónica esto era cierto en parte.

—Igual apestas –le molestó, mientras reía por lo bajo.

Escondía su cuerpo entero bajo las cobijas y se arrellanaba como lo haría un gato mimado en el tibio interior. Daba un alarido exageradamente agudo cuando segundos después Bill se montaba encima de él y lo destapaba hasta exponerlo del todo.

Con una pierna a cada lado de su cadera, la toalla se vio perdida, pero ninguno de los dos pareció notar demasiado su ausencia, menos cuando Bill, tras morder su labio con una timidez que apenas sentía, se inclinó en su regazo y lo besó son suavidad.

—Sabes a calcetín –dijo el menor con los labios aún unidos. A Tom el beso le supo a pasta dental, pero no dijo nada de eso, porque calcetín era lo menos ofensivo que podía oler su aliento a esa hora de la mañana y tras doce horas de sueño reparador.

Tom hizo una mueca y soltó las manos que se habían afianzado en las caderas de su gemelo para quitarse los cabellos húmedos que le cepillaban el rostro en cada vaivén en el que Bill se acercaba y alejaba.

—¿Cuándo has comido calcetín? –Preguntó con un arqueamiento de cejas. Esperaba que su ocurrencia ocasionara un mohín en Bill pero en lugar de eso le vio hacer uso de memoria unos segundos antes de responder.

—Tanto así como comer, pues no. Pero una vez, George… —Pausó el inició de lo que parecía una anécdota poco didáctica y arrugó la nariz—. Joder, hace frío aquí.

No fue necesario decir más, pues al instante era envuelto en fuertes brazos y tumbado en la cama. Recuperando el aliento, se dio cuenta de que su gemelo no era lento, y ya había intercambiado los papeles hasta tenerlo bajo su merced y devorando la suave piel de su cuello. Una incipiente barba le cosquilleaba al rozar por todo el rostro.

—Uhm –articuló a duras penas y con una fuerza de voluntad que no se creía capaz de tener, escapó de lo que parecía ser el inicio de una intensa sesión de magreos. Pensarlo así le sonaba vulgar, pero Tom había usado esa palabra antes y ya no la podía sacar de su mente. Magreo le sonaba a algo relacionado con la carne (quizá una carnicería o algo referente a ello) pero no se había tomado la molestia para comprobarlo y se estaba bien sin la certeza de asegurarse—. Lo estás… Lo estamos haciendo de nuevo.

Desvió la mirada y tragó con dificultad. Tom se podía volver impredecible cuando detenía sus atenciones.

Le escuchó suspirar y alejarse un poco, lo que equivalía a la mejor reacción posible que había demostrado en los dos meses que tenía todo de haber comenzado, así que hizo lo propio y se relajó. Se dejó caer con pesadez contra los mullidos almohadones y no pudo evitar extender su mano y tomar el rostro de Tom, quien se había ensombrecido repentinamente.

—No. –Agitó la cabeza y se alejó del suave toque.

—Tom… No compliques las cosas. –Bajó la mano y experimentó una inusitada frialdad al no tener el cuerpo cálido y juguetón de su gemelo encima. Se removió inquieto y extrañamente abochornado—. Tom, hum, sólo ven acá…

No estaba dispuesto a iniciar de mal modo aquella mañana, así que haciendo acopio de un valor que representaba un peligro para ambos, rodeó su nuca con ambos brazos y lo acercó de nueva cuenta. Tom no dijo nada, ni se opuso, pero cuando tuvo su mejilla en su pecho y sus dedos jugando en torno al pezón que alcanzaba, Bill supo de manera inmediata que era una mala idea.

Tom lamía de manera obscena toda la piel a su alrededor… Una excelente consecuencia, pero en definitiva, una pésima idea.

—Ah, Tommm… —La voz se le perdió en un bajo ronroneo y desapareció por completo cuando su hermano se tendió cuan largo era por encima de su cuerpo y se deslizó con una asombrosa suavidad.

No era algo muy distinto a lo que habían hecho la noche anterior o las últimas semanas, pero a la luz del día, aunque ésta sólo fuera una que se colase por las rendijas de los gruesos cortinajes, parecía algo demasiado lujurioso para ese momento.

Saberse gimiendo en tonos tan altos cuando todos en el hotel debían estar despertando le dio la fuerza necesaria para sacudir la cabeza con energía para despejarse y detener del todo sus atenciones. Las manos en el trasero de Tom, quien detuvo los vaivenes de su cadera para mirarlo con una ceja alzada, se afianzaron más cuando dejaba pasar esa cuestión y enterraba el rostro en su cuello para besarlo.

—Hay que parar o… —Instintivamente ladeó la cabeza y una lengua traviesa le recorrió la barbilla hasta los labios y de regresa al cuello.

Unos dientes que raspaban con cuidado su garganta y sus uñas se enterraban con más fuerza de la debida en la piel de Tom, quien daba un quejido y se la hacía pagar con un rudo movimiento de caderas, o de cuerpo entero, en todo caso, que así Bill lo sintió cuando segundos después, el estupor se alejaba de su aletargada mente.

—¿O qué? Vamos, —ojos turbios—, un ratito…

—¿Cuánto? –Bill lo miró pensando entre los cinco minutos o toda una vida solos en esa habitación, pero como sabía con antelación que la última opción era la que Tom tenía en mente, se puso más firme—. Mejor no.

Tom le miró con los ojos entrecerrados.

—Quiero tener sexo –mordió su labio inferior con nervios— contigo…

—Sí. –La garganta de Bill se cerró del todo y apenas pudo articular ese monosílabo.

No que el tema no se hubiera tocado antes o que no hubiesen estado a punto de hacerlo, pero Bill permanecía reticente a ello. No como considerándolo algo muy importante, pero sí simbólico y de alguna manera, nunca parecía lo correcto en algo que no fuera sus fantasías, las cuales siempre llegaban fuera de la cama y en momentos en los cuales era imposible satisfacerlas.

Luego el silencio se hizo absoluto a excepción de una aspiradora que iba por el pasillo o así se escuchaba.

                Se mantuvieron abrazados, uno al lado del otro, pero sumidos en cavilaciones. Lo mismo o quizá con ligeras diferencias, pero todo regresaba a lo que habían dicho y que se desvanecía como estela de polvo succionadas por la recamarera que tarareaba fuera de su puerta mientras posiblemente bailaba.

                —Supongo que… —Empezó Bill, pero Tom ciñó su mano con fuerza y optó por callar, pues igual no sabía exactamente como decirlo.

                —Sí, podríamos esperar. Más. –No con intención, pero Tom lo dijo en un tono ligeramente amargo, con regustos de resentimiento y luego no encontró la manera adecuada de corregirse.

                Se levantó de la cama y desnudó cruzó al otro lado de la habitación, justo hacía donde su maleta yacía, abierta de par en par y en un inusitado desorden.

                —Tomi –Bill se giró de costado para verle la espalda y quedarse con las palabras colgando de los labios sin manera de salir.

                —Me voy a duchar…

 

                Cerca del mediodía, dieron lo que sería la segunda entrevista del día y si bien no representaba algo especial, su manager la recalcó lo suficiente como para ponerlos nerviosos del todo, al decir que era para un especial a su trayectoria que se iba a presentar por paga el fin de mes en un exclusivo canal privado.

                Dijo, en palabras textuales: “No la vayan a cagar. No hay dobles tomas para los profesionales” y los despidió con palmaditas en la espalda que pretendían ser alegres pero que a cada uno le parecieron plomazos y por eso la primera toma en la que aparecieron, fue rechazada.

                El segundo intento dio mejores resultados.

Sin la presión de un público y con dos entrevistadores, un calvo cuarentón y una rubia platinada que era la favorita de la cadena, la naturalidad con la que las preguntas fueron formuladas y las respuestas contestadas, fluyó de manera asombrosa.

Bill incluso se repantigó en el asiento y se olvidó del todo de las cámaras mientras sonreía con el encanto que le caracterizaba y apoyaba una de sus manos en la rodilla de su gemelo.

—¿Entonces en los nuevos planes se contempla el lanzamiento de un disco inédito o una recopilación de las nuevas canciones? –La mujer agitó sus pestañas y el micrófono, que en ese momento se encontraba en las manos de George, fue usado.

Dio los segundos necesarios para que Bill se perdiera en ensoñaciones bastante fuera de lugar y que incluían a Tom y a él desnudos del todo, al grado que cuando al fin un agente externo captó su atención, y parpadeó súbitamente alerta, se encontró con el micrófono rozando sus labios y una pregunta que no recordaba haber oído.

—¿Sí? –Sintió las orejas tornarse rojas y carraspeó—. Perdón.

 

Bill contempló maravillado la pequeña pantalla y se asombró de cuán rápido los equipos televisivos transformaban las grabaciones en videos que mostraban la magia que en definitiva, no había ante los foros al momento en que las entrevistas se realizaban.

Se observaba a sí mismo con un ligero puchero y con un ligero temblorcillo de manos, apenas evitando que el café con leche que Gustav le trajese minutos antes, se derramara encima suyo. También a Tom y luego a la mano que le había puesto encima y que la cámara dos había remarcado con un placer morboso.

El ceño que frunció podía tener las bases asentadas en ese descuido suyo, pues desde que todo había comenzado con su gemelo, se cuidaba muy bien de sus gestos y ademanes en público como nunca antes. Por ello, el error le pareció tan estúpido que al ladear la muñeca con la bebida, la quemadura que sufrió, le pareció un justo castigo.

—Hey –Tom llegó desde atrás y con una lata de coca—cola que colocó contra su mejilla y le hizo dar un repentino brinco—, ¿torturándote con las pruebas?

Dejó la lata sobre la misma mesa en la que el pequeño televisor mostraba la entrevista y se sentó en el descansa brazos del sillón en el que Bill estaba. Se inclinó para mirar más de cerca y tras observar unos segundos, se viró de costado hasta mirar a su gemelo, quien lucía concentrado en lo que veía.

—¿Qué? –Tomaba de nueva cuenta la lata y la agitaba ante sus ojos sin obtener una gran reacción de su parte—. No es pepsi, eh –declaró.

—Gracias –le contestó Bill como autómata.

Soltó su café y lo dio por olvidado. Aunque Tom le hubiese traído matarratas o repelente contra insectos, habría cambiado igual la bebida. Así que tomó su coca—cola y tras abrirla, dio un sorbo bastante ruidoso a causa del gas y se la tendió a Tom, quien dio un pequeño trago y se la regresó.

—Vaya que Gustav se ha desinhibido en la entrevista –dijo de pronto el mayor, sólo para romper la tensión, más que por otra razón. Señaló la pantalla muda con un dedo y le dirigió una mirada de confirmación. Bill asintió con lentitud—. Ha dicho más de tres palabras e incluso parece que se divirtió.

Bill dio un nuevo sorbo y luego no dijo nada. Con el recipiente sujeto en sus dos manos y entre sus rodillas, hundió los hombros y bajó la cabeza.

Parecía deprimido por algo y al mayor no le pasó desapercibido, así que instintivamente puso una mano en su cabeza y sin importarle si después recibía una reprimenda, más de la estilista que de Bill, agitó sus cabellos con suavidad. Tomó un mechón entre dedos y bajó por él hasta sus orejas para detenerse ahí y acariciar con dulzura detrás de ellas.

—¿Tú crees que… no sé, quizá…? —Bill movió su cabeza y se apartó de la mano de Tom, a quien no pareció importarle el gesto y centró su atención en él unos segundos antes de darse cuenta que Bill no iba a decir nada más porque no sabía cómo hacerlo.

—¿Qué Gustav arrasará con todas las fans de la banda? Nah, lo dudo. –Rió de su broma, pero los ojos perplejos de Bill le hicieron apagar sus pullas.

—No sé de qué hablas. –Bill giró los ojos y de nueva cuenta miró la pantalla, al tiempo que jugueteaba con su lata apretando y soltándola de manera rítmica y haciéndola sonar en el proceso.

—Bien. –Tom entendió que no era momento y que posiblemente su gemelo no estaba de ánimos para nada, así que hizo amago de levantarse, pero se encontró imposibilitado de ello, cuando el menor apoyó su mentón en su rodilla y ladeaba el rostro hasta descansar ahí con sencillez de quien lo hace al grado de realizar el gesto con espontaneidad.

—No me gusta esta entrevista –fue todo lo que Bill dijo, pero no era necesario más. Fuese lo que fuese, Tom entendía que eso bastaba para tenerlo en ese estado.

Se acomodaba un poco mejor y así Bill pasaba un brazo por su muslo y jugueteaba con sus dedos a doblar porciones de su amplio pantalón al tiempo que seguía mirando la grabación.

—Apesta. –Presa de una repentina euforia, levantaba la cabeza y le miraba muy de cerca, atento a sus reacciones—. ¿Sabes por qué?

—No –ignoró la mueca de Bill ante la sola palabra—, ni idea.

—Mi mano estaba en tu… —Tom respingó su nariz con un repentino susto; por un instante contempló la idea de Bill diciendo algo comprometedor y no le gustó en lo absoluto –rodilla cuando me distraje. Esa jodida cámara parece, qué sé yo, remarcarlo. Faltaría que pusieran un recuadro o algunas flechas en rojo para señalizarlo más.

Desvió la mirada al decirlo y señaló con su pulgar por encima de su hombro. “Observa”, dijo y permanecieron unos minutos en silencio hasta que la escena en cuestión se repitió. Al parecer, en cabina, los chicos de producción tenían una predilección por esos segundos, pues Bill apreciaba inserciones de eso en particular a cada tanto de tiempo.

La mano que estaba ahí y que apretaba con sutileza. Destacaba de manera peligrosa por la manicura recién realizada y la delicadeza de la caricia; también un poco por la sonrisa entre labios que Bill tenía en esos momentos y la posterior mirada perdida que terminaba abruptamente cuando el micrófono pasaba de mano en mano hasta llegar frente a él parta una pregunta dirigida directamente a su persona.

—¿Lo ves? –Bill dio fin al último trago de su bebida y se golpeó ligeramente el pecho con el puño ante un repentino eructo que disimuló de la mejor manera en que pudo. El carbonato le ardió al salir por la nariz, pero aún así esperó la respuesta de su gemelo, quien parecía indiferente.

—No veo nada –aclaró son sencillez.

—Bruto.

—Síndrome premenstrual a la vista. –Ambos se dieron vuelta para ver a George asomarse a la pantalla al tiempo que comía un sándwich con voracidad y lo masticaba con la boca a punto de explotar. Soltó una sarta de palabras que ninguno entendió y que repitió apenas pudo pasar el bocado.

Palabras que confirmaron lo que Bill decía… en parte.

George habló de lo contrario: falta de chispa por parte de ambos o alguna frase de “amor eterno e imperecedero entre gemelos” como recalcó con sus manos haciendo comillas y dejando que el tomate y la lechuga de su emparedado se escaparan y dieran sin remedio contra el suelo.

—Pasión, esa faltaba, chicos. Las fans lo piden a gritos y hay que saber corresponderles con gracia. –Sin importarle las miradas asqueadas que lo observaban con detenimiento, tomaba las verduras caídas y las colocaba de nueva cuenta en su comida, para dar otra hambrienta mordida—. Que me manden castrar si eso no es cierto –dijo al final y dio el último bocado. Unas migas quedaron alrededor de su boca y las sacudió mientras se inclinaba en medio de ambos y seguía atento lo que la pantalla mostraba una y otra vez.

—Voy por el cuchillo –masculló Bill.

Se quedaron unos instantes en silencio, lo suficiente como para que la escena comenzara de nuevo y Bill con los nervios crispados por todo y por nada, estuviera a punto de soltar un grito de frustración contra los editores y dar más razones de ser tratado como una nena caprichosa, cuando Gustav apareció de entre bastidores y tras mirar unos segundos la secuencia, dijo algo que lo calmó de todo.

Y como vino, se alejó. Torpemente, caminó alejándose y marcando un ritmo imaginario contra el aire con un par de baquetas invisibles.

—¿De dónde? –Preguntó George con una auténtica entonación de duda.

Se giró hacía Tom y apoyó su mano contra su rodilla. Apretó y el gesto de incomprensión se hizo más notorio.

—Diablos, tienes mayonesa en esos dedos sucios –Tom hacía un gesto de fastidio y se lo sacudía de encima, para luego hacer lo propio con el pantalón a sabiendas que de cualquier modo se iban a notar las manchas.

—Gustav está loco. –George seguía en sus trece y se puso a buscarlo con la mirada sin mucho éxito—. Eso que hice no puede ser… ¿Cómo? ¿Lindo? Mierda, que palabra tan… gay.

—Tierno –murmuró Bill, avergonzado y escondiendo su sonrisa con el cabello que la cayó sobre el rostro—. Gustav dijo que era tierno.

“No sé”, pensó para sí mismo, pero le agradó la idea. El adjetivo. La calificación. Agradeció a Gustav sin saber que se iba a arrepentir muy pronto…

 

Bill dormía siempre en un pequeño espacio. Era un desperdicio el rentar cuartos de hotel con suntuosas camas, pues solía simplemente dormir en un rincón y hacer de éste un diminuto sitio para sumirse en la inconsciencia, más aún cuando Tom le acompañaba. En conjunto, formaban en compacto bulto que resaltaba bajo las cobijas. Enredados en brazos y piernas, uno respirando encima del otro, bien podían dormir en una caja de zapatos en completa paz y sin respingar por ello. La idea de haber estado nueve meses así quizá era una explicación viable y posiblemente la única que podía haber si sólo así acataba la orden de dormir en un espacio de un metro cúbico mal distribuido a su parecer.

“Por lo tanto, no debería haber pegas si estoy aquí ahora…”, pensaba Bill. Estiraba la pierna izquierda y daba contra algo, o contra todo…

Odiaba el bus del tour. Su estrechez; las náuseas que le daban luego de doce horas de viaje; la molestia de tocar siempre la puerta del baño con insistencia, o ser incordiado de la misma manera cuando era su turno… Todo le irritaba. Le salían ronchas de sólo pensar en ello, pero cuando era necesario, lo era.

De eso estaba muy seguro y como un profesional lo aceptaba.

Claro que eso no impedía que frunciera el ceño al estar en su propia litera y darse cuenta de que desde la última vez que habían hecho un viaje de noche y que requiriese hacerles dormir ahí, quizá no mucho más allá de tres meses, había crecido unos cuantos centímetros. No muchos, pero sí los suficientes para reducir el ya de por sí pequeño espacio vital de su litera, en algo ridículamente estrecho.

Sus pies rozaban contra los muros que fungían de separaciones. O su cabeza. De cualquier modo, no cabía en tan pequeño espacio y no podía dormir por ello. Amargamente, imaginaba que Tom estaba a su lado, que era alguna anónima cama de hotel y que podrían dormir de nueva cuenta abrazados casi fusionados entre sí, pero al primer tramo de carretera mal asfaltada y las volteretas que eso ocasionaba, despertaba a la triste realidad de estar solo, frío y compactado en su contra.

Era una linda fantasía, pero no pasaba de ahí y no era posible eso cuando se trataba de acomodar en un costado y sus extremidades se empeñaban en golpear contra todo y doler.

—Bill, ya duérmete. –Al lado de su cortina, la voz adormilada de su gemelo le llegó y no pudo sino incrementar su malestar.

—No puedo –hizo un puchero al decirlo. Estaba oscuro, Tom no le vería y lo consolaría, pero igual lo hacía. Sentía por dentro una bomba de malhumor a punto de estallar y quería, necesitaba, ser aliviado—. Me siento como sardina enlatada.

—¿Sardina? –Cuestionaba. Al otro lado de su cortina, Bill escuchó un ruido y tras asomarse un poco por una pequeña abertura, vio a Tom apoyado en uno de sus codos y tallándose los ojos—. Si tienes hambre ve a comer. No… —Bostezó con fuerza y se dejó caer sobre la almohada—, no creo que haya sardinas, pero vi algo de atún.

—Idiota. Escucha lo que te digo. –Se exasperó en un instante pero no le duró nada. Cerró de golpe su cortina y esperó a que un ruido delator indicara que Tom había hecho lo propio para ignorarle y continuar con su sueño pero lo cierto es que no pasó nada de eso.

—Bill… —Tom carraspeó para quitar el tono amodorrado que traía—. ¿Estás molesto conmigo?

—No, eso no. –Volvió a mover un poco sus cortinas, apenas lo suficiente para ver algo y contemplar a Tom, quien estaba al otro lado y hacía un esfuerzo visible por no dormirse—. Estoy apretado aquí adentro –masculló.

—Hum –el mayor abrió los ojos de golpe y dibujó una sonrisa en su rostro—. Niño sucio, eso no se hace aquí…

A Bill le tomó una escasa fracción de segundo antes de entender el malentendido que sus palabras habían ocasionado, y encontrarle lo gracioso en lugar de molestarse. Lo que le hacía falta era eso precisamente, pero no le parecía el lugar adecuado. No con Gustav en la litera de arriba y a George roncando encima de la de Tom.

—Sucias tienes las orejas. Yo me refería a mi litera. Es tan pequeña que creo que voy a tener que dormir con las piernas hacía arriba.

Se hizo el silencio y Bill apartó un poco más la cortina. Tom estaba de costado y con los ojos entrecerrados, al parecer, pensando qué decirle.

—Sólo esta noche –murmuró—. Mañana hotel y… —Con naturalidad extendía una mano por al angosto pasillo que los separaba y de manera natural, Bill hacía lo propio con la suya para tomarla. Estaba helada, pero no importaba. Tom acariciando sus nudillos con suavidad no era algo de todos los días.

—¿Y…? –Bill percibió como sus orejas ardían ante lo más atrevido que había dicho en años, porque eso le parecía. Era una pregunta sencilla, pero las ansías de poner en un aprieto a su gemelo con ello, se le habían regresado. Ahora temblaba un poco y aguantaba la respiración en espera de una respuesta que dejara pocas cuestiones al aire—. ¿Qué pasaría en el hotel?

Hizo amago de retirar la mano, pero Tom la tenía sujeta con fuerza y de igual manera, temblaba de manera apenas perceptible.

—No sé… Eso es algo que tú tienes que dejar que pase, Bill. ¿Lo has pensado, no? –Tom parpadeaba con pesadez mientras lo decía y el temblor de su mano daba paso a una ligera sudoración. Bill fue consciente de eso y quizá más. El pulso acelerado entre ambos era palpable con cada bombeo de sus corazones frenéticos.

—Un poco –mintió—. En realidad bastante. Yo, mmm, lo he imaginado. Sabes, como sería y si… dolería. Mucho o poco.

—Un poco, sí. Eso supongo… Pero si no quieres, siempre las cosas pueden ser como antes. –Su voz se torno ronca y baja y si bien parecía una vil treta para convencer a Bill, en realidad no lo era. Esa era su manera de no presionar, aunque podía sonar como lo más horrible en el mundo por la indiferencia mostrada o a Bill esa terrible impresión le daba.

—Tomi imbécil –Bill manoteó lejos su mano y se acostó bocabajo hundiendo el rostro en la almohada.

En cuestión de segundos, Tom daba un largo suspiro y salía de su litera para arrodillarse al lado de la de Bill y posar una mano en su espalda. Acariciaba de arriba abajo al tiempo que se inclinaba y besaba lo que creía era su mejilla, pero no podía estar seguro por la oscuridad y el pelo que le cubría la cara.

—¿Estás llorando? –Preguntó con suavidad. Recibió en pellizco en la pierna por decirlo pero se contuvo de molestarse, pues de alguna manera, para Bill él tenía la culpa y años de convivencia cercana le habían enseñado que si su gemelo lo creía de esa manera, así tenía que ser. Tenía…

—No soy un niño para llorar… —Masculló con acritud—, o una mujer, así que abstente de hacer la bromita de rigor.

—Yo no dije nada malo –fue todo lo que respondió Tom. Continuó a su lado, apartando mechones de cabello de su rostro para finalmente encontrar a su gemelo con los ojos fuertemente cerrados y la boca apretada con fuerza.

—Dijiste que… —Bill tomó aire pero fue imposible expulsarlo hablando. En lugar de ello dio un largo suspiro que acabó con su irritabilidad. Luego de eso, sólo se sentía berrinchudo y torpe. También agradecido de tener un hermano con la paciencia de un santo, pero culpable de abusar de ello—. No podemos regresar atrás, Tom. Ya no, ¿bien?

—Bien –afirmó—, pero estamos atascados en el mismo punto y no quiero, tú sabes, presionar o algo para que lo hagamos.

—Tú nunca presionas –Bill hizo un leve gesto al limpiarse los ojos pues su pequeña conversación tomaba un cariz íntimo y propicio a la abertura emocional. Gesto que no fue pasado por alto a su gemelo, quien lo besó repetidamente en el rostro y entonces no le quedó otra opción que girarse para quedar en su espalda y darle libre acceso.

Los brazos que se ciñeron en torno suyo y que tantearon con timidez y luego arrojo bajo la vieja camiseta que usaba para dormir, le hicieron balbucear incoherencias que ambos acallaron con besos veloces y ligeros en labios, mejillas y frente. En todo caso, cualquier extensión de piel que quedase descubierta y factible a la mano.

Luego George dio un ronquido especialmente fuerte que asustó a Bill y que le hizo patear el techo de su litera. La atmósfera se rompió totalmente con ello.

El menor de los gemelos, con su camiseta por encima del vientre no podía lucir más apetecible que en esos momentos, pero la situación no se prestaba para algo más y ambos hicieron un ruido de insatisfacción simultáneo, que los hizo tener que callarse las risas entrecortadas que eso les producía.

—No deberíamos hacer esto aquí –dijo con un tono confidente el menor. Se echó un poco de aire con la mano al tiempo que se bajaba la camiseta y borraba la sonrisa maliciosa que Tom tenía en esos momentos. El beso con el que lo hacía se tornaba húmedo y cadencioso a pasos alarmantes y entonces perdía su intención de tranquilizar, por la de exacerbar la sangre de ambos.

—Es peligroso –susurraba Tom contra su oreja y daba una lamida hambrienta que recorría su cuello y se detenía ahí para succionar un poco de su piel cálida.

—Sí, sí… —Repetía Bill, moviendo su cabeza de lado a lado contra su almohada. Sus piernas temblaban a cada lamida y no se creía capaz de permanecer silencioso por más tiempo—. Tom –dijo finalmente—, tienes que irte. Regresa a tu litera. Ugh, duerme un poco, ¿sí? –Abría un ojo y veía a su gemelo con una ligera patina de sudor por el rostro. Lucía excitado y en verdad lo estaba, pero no ocasionó problemas.

Con un último beso de labios se despidió y se acostó en su propia litera aún observándolo con deseo.

—Soy un niño bueno –dijo—. Buenas noches.

—Buenas noches –repitió el menor, extrañamente aliviado y a la vez deseando problemas, deseando que Tom regresara a su lado...

Tom cerró su cortina y Bill exhaló con fuerza. Aún temblaba un poco y su entrepierna saltaba un poco a cada beso que aún resonaba en sus oídos, pero se mantuvo quieto. Ahora que Tom no estaba encima de él y su cuerpo se encontraba solo, tenía un poco de frío. Lo suficiente como para envolverse en sus propias mantas y hecho un ovillo, acurrucarse estrechamente para olvidar que minutos antes estaba incómodo.

Si se estiraba, todo seguiría igual, pero ya no era necesario. Tom, a menos de un metro le daba la sensación de poder encontrar la comodidad en abrazar sus propias rodillas y apoyar la frente en sus rótulas.

Con ese pensamiento en mente, entró en un sopor que adquiría la profundidad necesaria para descansar pero que no podía ser llamado un sueño profundo.

Los bamboleos del autobús nunca le permitían dormir cual piedrajusto como en tierra firme, así que cuando escuchó su nombre siendo llamado silenciosamente, no pudo sino abrir los ojos y superar rápidamente en estado en somnolencia en que se encontraba.

—¿Tom? –Preguntó, con la sensación de pastosidad en la boca—. ¿Tom? –Repitió en un volumen un poco más elevado.

—No. –La voz provenía de arriba así que tenía que ser Gustav, pero por alguna razón eso hizo que Bill experimentará una extraña desazón.

—¿Qué pasa? –El reloj digital del reproductor DVD que tenía en su litera parpadeaba insistentemente mostrando que eran las cuatro y quince de la mañana y eso sólo aumentó su intranquilidad. El rubio jamás se desvelaba—. ¿Te sientes mal? –Esperó unos segundos antes de sentarse y golpearse la cabeza en el proceso. Maldijo algo en voz baja y un repentino dolor de estómago le atacó. Era la misma sensación de cuando había entrega de calificaciones en la escuela y sus pretextos para las notas que había obtenido, no eran buenos y creíbles del todo para su madre—. Gustav… —Empezó, pero fue interrumpido.

—Eso de hace un rato… —Bill vislumbró el techo de su litera moverse y casi era como ver a Gustav revolverse incómodo en su lugar por lo que pensaba e iba a decir.

—No sé de qué hablas –farfulló. Se cubrió la boca con una mano y los ojos se le abrieron como nunca antes. El dolor de su estómago había dado paso a un vórtice que devoraba todo a su alrededor y por el dolor agudo que sintió unos segundos después, casi podía jurar que ya no tenía intestinos o cualquier otro órgano interno pues habían sido succionados a su vacío interior.

—Yo tampoco sé de lo que hablo. Olvídalo.

Se hizo el silencio más absoluto. Incluso George había dejado de lado sus ronquidos y la calma se extendió sobre los dos chicos despiertos como un manto oscuro que asfixiaba.

—Creo que voy a… —Murmuró Gustav sin molestarse en completar la frase. Bill vio lo sombra moverse hacía el baño y presa de un impulso fue detrás de ella. Lo detuvo justo ante la puerta pero cuando el rubio se giró para enfrentarle, se quedó sin palabras. Su mano aflojó el agarre y se encontró parado ante la puerta cerrada y las manos apretadas en sendos puños.

Pasados unos minutos, cuando salió, Bill seguía ahí. Sentado a un lado y hecho un mar de lágrimas mientras se atragantaba con el aire que apenas podía respirar.

Gustav cabeceó un poco y tomándolo del brazo, lo llevó al reducido espacio que pomposamente era llamado el comedor y tras sentarlo ante la mesa sobre la que comían, le sirvió un vaso de agua al que le había agregado bastante azúcar.

Era algo que todas las madres del mundo solían hacer para quitar un susto y a Bill no se le pasó eso de la mente mientras se contemplaba reflejado en el fondo del vaso antes de hipar un poco y beberse el resto. Gustav realmente era como su madre o como una madre debía de ser, pues su carácter reposado eso daba a pensar, pero eso no significaba que en verdad quisiera ser amonestado por él.

Luego lo dejó sobre la mesa y el cristal hizo un ruido bastante fuerte con la madera que hizo a ambos sobresaltarse y darse un encontronazo de miradas de la cual ambos huyeron aterrados.

—Casi podría jurar que tú y Tom… —Quiso decir, pero era como querer hablar con una piedra aposentada en el pecho y subiendo por la garganta con cada sílaba—. No sé, George siempre ronca tan fuerte que pude oír mal y… —Hizo una torpe sonrisa que era de labios y no de ojos para aligerar la tensión pero cuando vio a Bill éste tenía gruesas lágrimas corriendo por sus mejillas y se estrujaba nerviosamente las manos.

Ya después de eso no quedaba nada por decir.

De haberlo negado y haberse aferrado a la mentira aunque todo apuntara a que era falso, inclusive así el resquicio que la duda dejaría, por mínima que ésta fuera, habría bastado, pero en lugar de ello se desmoronó en incontables sollozos. Se tapó el rostro con ambas manos y se sumió en su miseria personal. Eso era mucho más sencillo que mentir o al menos parecía lo más correcto, porque amar a su gemelo no era tan incorrecto en su escala de valores, como querer decir falsedades y que los demás las creyeran verdaderas.

—Tú en verdad que no sabes nada –escupió con desprecio pasados unos minutos en los que ambos se habían dedicado a asimilar lo que pasaba—. Tampoco espero que lo vayas a entender o…

—Ya te lo dije antes: no entiendo nada y no tengo interés en ello. –Mostrando una faceta nueva de él, tamborileaba con impaciencia sus dedos contra la mesa y evitaba todo contacto visual con Bill—. Que mierda contigo, harías bien en no llorar.

Bill se contuvo de rechinar los dientes en lugar de escupir algunas maldiciones con el veneno que había acumulado en un instante, pero no de expresar su incredulidad levantándose de su asiento y estrellando su puño contra el rostro de Gustav, quien se limitó a cubrirse con las manos la herida, para luego buscar un poco de hielo en el mini refrigerador.

Murmuró algo con amargura y pateó la puerta mientras se tallaba el ojo del lado en el cual había sido golpeado.

—Gustav, lo siento… —Bill se acercó por un costado y lo empujó con suavidad en un hombro hasta sentarlo de nueva cuenta—. En verdad –trago— lo lamento…

Evitó decir algo innecesario y buscó de mueca cuenta algo en el refrigerador pero estaba tan vacío a excepción de un frasco de medicina para el estómago que no pudo sino soltar un amargo suspiro.

Miró dentro de la nevera y sólo dio con una mustia lata de cerveza que quizá tendría ahí desde el último viaje y que al fin sería usada.

Luego de tomarla y envolverla en una toalla que usaban para secarse las manos, se la tendió con timidez a Gustav, quien había seguido sus movimientos con una expresión cerrada y los labios fuertemente apretados.

—Gracias –mascullo.

“Al menos me dirige la palabra”, pensó Bill. Se sentó de nuevo y consideró la idea de retirarse a dormir, pero extrañamente ya no tenía sueño. Ni miedo, ni vergüenza… Ésta última sólo como un recurso de la más baja estofa. Ya tranquilo únicamente quedaba esperar al rubio, pues de alguna manera era quien iba a decidir si iban a regresar a las literas o no.

Y como si le leyese la mente, Gustav al fin decidió mirarlo con el ojo que no estaba comenzando a hincharse manera alarmante y hacerle sentir como una cucaracha que mereciera el exterminio.

—No es mi asunto como para estarlo divulgando, si es lo que te interesa.Te puedes ir a dormir con eso seguro. Oh Dios… —Con la yema de sus dedos palpó la piel circundante al golpe y emitió una mueca que denotaba cuánto dolía—. No golpeas como niña, eres una vil estafa.

—Sí. –Bill se incorporó y se situó a un lado suyo. Tomó su cabeza y tras retirarle las manos con la lata, dio un vistazo.

No era algo tan grave como podía pensarse, pues por fortuna no requería sutura, pero la inflamación y lo amoratado iban a ocasionar problemas por unos días. Tanto a las maquillistas como con su manager, quien haría preguntas y gritaría como loco al menos por unas horas.

—Oh, Gustav, lo siento en verdad –murmuró por tercera vez en esa noche. Se sentía más que nada culpable, pero gran parte de esa culpa era por haberse mostrado alterado y no por lo que hacía con su gemelo. La idea le hizo arder las orejas y posiblemente se reflejó en su rostro, pues el rubio lo notó.

—¿Tan mal está? –Preguntó al tiempo que regresaba ya la lata a su herida, esta vez sin el trapo y siseaba ante la frescura. Alrededor del golpe, la piel le chisporroteaba del ardor que sentía y la frescura que experimentaba era el alivio más grande que jamás había gozado.

—Siempre pudo estar peor –dijo Bill no muy seguro.

—Sólo si me hubiese golpeado el bus.— Quiso reír un poco de su propia broma pero dolía así que mejor se contuvo.

Luego se quedaron en un momento pausado del tiempo que no era tan tenso como debía, pero tampoco relajado del todo. Era un punto medio bastante ambiguo.

En todo caso, ninguno de los dos pareció querer cruzar el limbo y regresar a la normalidad. De eso se encargó el paso de una concurrida ciudad que inclusive de noche tenía una alegre vida nocturna.

Eso y sus múltiples ruidos ocasionaron que en algún punto, Tom despertase y fuese por un vaso de agua, encontrando a Bill y a Gustav sentados uno frente al otro y con caras de total apatía.

Su presencia fue recibida con parcos buenos días que no correspondían a ningún amanecer a la distancia y contestó de igual manera mientras se acercaba al fregadero y bebía un poco de agua directamente de la llave mientras se inclinaba.

—¿Murió alguien? –Preguntó, no muy seguro. La tirantez del ambiente era palpable y densa, pero en vista de que las cosas ya estaban así antes de su llegada, no le parecía correcto entrometerse.

—Quizá George… —Dijo sin mucho entusiasmo Gustav—. Hace rato que está silencioso.

—Eso es obra mía, gracias, gracias –chanceó Tom al tiempo que se enjugaba unas gotas de la barbilla con el dorso de su mano—. Al fin pude encontrar un lugar para meter su ropa interior sucia y estoy seguro que me lo agradecerá. En boca cerrada no entran moscas jamás.

Rió de su propia broma, pero en vista de las caras de fastidio que se giraban, optó por mejor sentarse al lado de Bill y contemplar por la ventanilla el paisaje de madrugada que aparecía y desparecía con rapidez.

Al hacerlo, éste dio un brinco y se apartó presuroso de su lado, cosa que no le pasó desapercibida, pero la ignoró. Más tarde haría preguntas al respecto.

—Chicos, voy a dormir un rato. –Gustav se puso en pie y llevándose la lata presionada aún, caminó hasta la zona de literas y desapareció en la suya no sin antes una última advertencia—: deberían hacer lo propio ustedes también –y al decirlo, miró particularmente a Bill, quien se mordió los labios.

—¿Pasó algo? –Preguntó Tom apenas el rubio hizo el característico ruido de cerrar sus cortinas y tomó la mano de Bill, la cual estaba fría y tensa—. Hey…

—Nada –balbuceó apenas.

Se envolvieron en una nueva oscuridad pues el autobús terminaba de salir de la ciudad y la negrura de las carreteras solitarias hacía acto de presencia.

—Pero estás bien –afirmó—, ¿lo estás, no es así?

—Sí. –Apoyó su cabeza contra el hombro de su gemelo y se dejó abrazar de manera totalmente posesiva. Hizo lo propio y se encontraron atravesando la oscuridad a una velocidad de cien kilómetros por hora y con el corazón palpitando de la misma manera.

Podía no ser la definición de la felicidad, ni ser lo correcto, pero de momento estaba bien. Muy bien, justo como Bill se sentía.

 

Era el mismo punto del cual no pasaban en hacía un tiempo.

El instante en el que se demostraba que siempre se podía dar marcha atrás y huir para esconder la cabeza entre las piernas; el rabo entre la cola. Era el momento…

Ya no como antes.

Luego de tantas pruebas de fallo y error, llegados a ello, Bill empujaba con gentileza el pecho de Tom y éste entendía.

Se incorporaba de entre las piernas de su gemelo y por mucho que su entrepierna ardiera y las ganas de proseguir fueran acuciantes, igual la separaba de la de Bill. Se alejaba lo necesario y con la reciente nueva confianza que habían adquirido, finiquitaban la cuestión con unas cuantas caricias profundas, porque hasta masturbarse mutuamente era algo increíble.

Así era y así seguiría al menos por un tiempo indefinido, pero esa noche fue distinto.

Bill alzó las manos de igual forma, pero atrapó la nuca de Tom que comenzaba a elevarse y lo atrajo de nueva cuenta contra su cuerpo. Pasó una pierna en torno a su cadera y empujó sólo un poco. Un gesto silencioso que Tom interpretó de la mejor manera al sacar sus dedos de su interior y empujar con gentileza. Una embestida que apenas fue un débil intento por parte de ambos. Algo nuevo y aterrador en maneras tan alejadas y a la vez tan pares que podía ser imposible.

Ambos gimieron y el instante se congeló para convertirse en algo que tenía tiempo de ocurrir y que siempre retrocedían como si de alguna cinta de video se tratase.

—Asiente, di que sí, por favor –siseó Tom contra la oreja de Bill, al tiempo que se arrodillaba y descendía sobre el cuerpo de su gemelo con una rudeza inusitada.

—Sí, sí, Tomi –balbuceó Bill en respuesta con un pequeño hipido.

Alzaba la cadera y al instante la sensación de ser invadido era total. Un golpe. Quizá el golpe que Gustav había recibido en pleno rostro porque tenía razón aun cuando no lo había dicho con claridad.

Había algo mórbido en todo aquello, algo que era malo… Algo que no debía pasar y sin embargo ahí estaba, en la siempre diferente habitación de hotel, entre la ropa desperdigada por todos lados y entre él y Tom. Siempre entre ellos dos amándose a su manera.

 

Propiamente no dolió.

Cuando todo terminó, Bill abrazó a Tom y lo besó repetidamente. Se alegró de ser correspondido y no pudo evitar ver borroso a causa de sus lágrimas por un rato.

Tembló cuando Tom se apartó y fue al baño por una toalla a la que humedeció con agua caliente y que uso para limpiarlos a ambos. El tacto fue tan agradable, tan íntimo cuando su área más privada fue tocada con todo el cuidado del mundo, que tuvo que cubrirse la boca con ambas manos para no gemir alto.

Bromearon un poco al respecto y procedieron a dormir…

Tom estaba dormido desde entonces.

Bill lo podía ver desde su lugar, un mullido sillón que estaba junto a la ventana y no suspirar era imposible.

En teoría, tenían que acontecer un cierto tipo de reacciones especiales en el pecho o al menos sentirlas de alguna manera, pero lo cierto es que estaba vacío. Drenado, era la palabra.

Tom dormía en paz porque estaba en paz y él se retorcía en su asiento con culpa porque sentía culpa.

No más, no menos al respecto.

Poco antes del amanecer sólo pudo llegar a la triste conclusión de que cualquiera que fuera la opción correcta, ya no tenía manera de retomarse un camino en retroceso. Uno que devolviera las cosas a la normalidad, cualquiera que fuera ésta.

Él con sus sentimientos y Tom con los suyos lo habían hecho y frente a Gustav quedaba saltar para morir o para volar.

 

/*/*/*/*


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).