Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Semtiminifi por Marbius

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

PAZ

 

—Quiere hablar contigo –Bill extendió su mano con el teléfono móvil en ella y al instante fue repelido de un manotazo duro por parte de su gemelo—. Bien, pero si no quieres hablar con él, al menos díselo tú mismo.

—Esa es la cuestión; hablar para decirle que no quiero hablar. Duh, Bill. Pecas de idiota. –Tom se cruzó de brazos e hizo intento de ignorarlo por completo de la misma forma en la que estaba siendo pasado por alto. Le habría bastado volverse a colocar los audífonos a cada lado y subir el volumen al máximo, pero quería enterarse y no estaba de humor para fingir gran cosa…

—¿Papá? Sí, el no quiere… —Tomó su lápiz de ojos y se inclinó sobre el espejo del pequeño pero iluminado camerino. Su camerino. Exclusivamente suyo. Tom pateó su silla y se alegró de no tener la punta cerca del ojo o se lo habría sacado con ella. Apenas le dirigió una mirada de reproche por medio de los reflejos y su encogimiento de hombros le dejó deseando que realmente fuera su camerino más allá de los títulos, que Tom tenía desde su llegada ahí con él.

—Ya lo escuché. –Al otro lado de la línea, Bill apreció un suspiro bajo y cansado.

Se preguntó cuánto duraría todo eso o cuánto más se podría sostener la tensa situación entre ambos, pero razonó que quizá el tiempo que tardasen en regresar a casa y que su padre se animase luego de ello a contactarlos. A hacerlo con Tom.

—Ahí lo tienes. Hace su berrinche. –Ignoró una nueva patada pero se dijo que la siguiente era la vencida. Tanto para su ojo como para Tom, quien lucía entre molesto y ansioso por verle colgando. No le iba a dar el gusto—. Podemos vernos los tres en Berlín. La próxima semana estaremos ahí y… ¡Auch!

Dio una mirada de muerte y sin mediar otro gesto, le tiró con lo primero que vio a la mano: su rimel. Casi le brincó en el rostro cuando Tom lo bateó lejos y con tan mala puntería que resquebrajó el espejo a espaldas de Bill.

—¿El viernes estaría bien? –Bill apenas supo murmurar un sí y una disculpa para finalizar la llamada. Prometió confirmar dos días antes y cuando finalmente dejó su celular contra el tocador atestado con sus cosméticos, no encontró la manera de pronunciar ni una palabra cuando segundos antes tenía la boca atestada de ellas.

Respiró con fuerza y un dedo largo se extendió hacía la puerta de salida.

—Largo –musitó con frialdad. Tom arqueó una ceja y se repatingó al tiempo que con un pie marcaba un ritmo imaginario—. Dije largo, Tom. Para nada estoy jugando.

—¿Por favor, quizá? –Le sacó la lengua, pero no se movió ni un centímetro del lugar en el que estaba y eso a Bill le bastó para crisparle los nervios.

A toda respuesta, se dio media vuelta y se enfrascó de nueva cuenta en su arreglo personal. Ignoró la cuarta patada y se dijo que si ya había dejado pasar las anteriores, había errado desde un inicio.

—No seas infantil, Tom. –Levantó la mirada y ahí estaba su reflejo partido en al menos siete trozos. Se preguntó con un poco de angustia y superstición si la mala suerte caería sobre él, su gemelo o ambos.

—Es sólo un espejo –respondió bostezando—. Podemos decir que fue un accidente y ya. Nadie murió.

Bill dio un largo suspiro. –Él sólo quería hablar contigo. Es tu…

—Padre. Yada, yada, esa ya me la sé. También es el tuyo pero no incluye que hables con él más de una vez, ¿Qué? ¿Cuánto fue esta vez? ¿Dos meses? Eso no es justo para nadie, Bill. –Pasó sus manos por detrás de su cabeza y dio una vuelta rápida en la silla giratoria en la que estaba—. En ese tiempo pueden pasar tantas cosas y no se compensan para nada con cinco minutos por teléfono.

Bill negó con exasperación, pero por dentro sabía que su gemelo estaba en lo cierto. Que refutaba por el afán de hacerlo. Prefirió entonces al menos hacer a un lado su tozudez y permaneció callado mientras se terminaba de alistar, pero hacía nota mental de comprar un paquete de bizcochosde chocolate glaseados para el viernes.

A su padre le encantaban.

Miró por encima de su hombro y Tom seguía ahí; a él también le encantaban.

Y a Bill, Tom le encantaba.

 

Era una pequeña mesa circular y aunque sus rodillas colindaban, no fue eso lo impacientó. Fue el hecho de que teniendo un modo, por decirlo de esa manera, de evitarse mirar directamente de frente, lo hacían. Esperando a un cuarto comensal invisible, Bill se había visto reducido en un punto de la mesa en el cual miraba al frente vacío y su padre y Tom se miraban uno al otro con incomodidad.

El cuarto en discordia obviamente jamás iba a aparecer pero la tensión en el aire se cortaba al menor movimiento y el par de gruñidos que se intercambiaron como saludo luego de meses sin verse la cara, parecían constituir la materia incorpórea de ella. Bill podía nombrarla como ‘la mitad de mi vida es un abandono de mi padre’ pero era dramático; muy ido de olla. Falso, que no era abandono si tomaba en cuenta que la relación no podía ser catalogada de cercana, pero no era precisamente una de frialdades e insultos. Sólo tensos momentos y palabras amables y suaves que siempre eran la muestra más factible de que estaban bien, pero no del todo.

Además, era un nombre muy largo.

—¿Qué van a ordenar? –Bill contempló unos segundos a la chica rubia que los atendía y el chicle que mascaba, casi se lo tragaba del susto cuando lo reconoció. Con todo actuó discreta y si bien tartamudeó, Bill tuvo que agradecer que no le pidiera autografiar su block de pedidos en ese mismo instante.

—Tres cafés –dijo el hombre mayor.

—Dos y una cerveza –rebatió Tom. Su padre parecía a punto de decir algo respecto a tomar alcohol antes del mediodía y en el desayuno, pero se lo pensó mejor apretando los labios fuertemente y alzando las cejas.

Un gesto puramente heredado por Tom y para Tom en exclusiva. A Bill el aliento se le cortó con la idea, porque jamás se había atrapado haciéndolo, pero tuvo la presencia de ánimo para hacer un segundo cambio a la orden.

—No, como en un inicio; son tres cafés, por favor. –Su gemelo se mostró desafiante con unas palabras airadas a punto de ser expresada pero se quedó a medias de decirlas porque Bill sacó el contenido de la bolsa que venía cargando y mostró lo que había traído—. Los bizcochos jamás van con cerveza, Tomi.

El aludido carraspeó, pero se abstuvo de decir algo más.

—Mis favoritos –dijo su padre con una jovialidad verdadera. Sus ojos resplandecieron de la misma manera en la que sucedía Tom antes de cada concierto o muy venido a la ocasión, cuando miraba el panecillo glaseado salir de su empaque plástico y el aroma dulce le llegaba de golpe.

Ambos sintieron la base de la lengua hacerse agua y a Bill el nuevo parecido no se le fue de largo. Sacó otro y tras entregarlos, los cafés estuvieron servidos y humeantes ante los tres.

—Los de Tomi también –e ignoró su brillo peligroso en ojos cuando lo dijo. Era cierto y que le mandasen cortar la lengua si mentía. Con todo, los dejó comer en paz absteniéndose de agregar algo más.

Se perdió en ensoñaciones de cuánto se parecían ellos dos y cuánto él a su madre. Podrían ser gemelos, pero también pertenecían en cierto modo a sus padres y era evidente cuál hijo pertenecía a qué progenitor. La idea le hizo soltar una sonrisa que disimuló lo mejor que pudo tomando un sorbo tembloroso de su taza de café y mordiendo un poco del pan que había sacado para sí.

Amargo y muy dulce. No le quedó sino hacer una maniobra con su servilleta y escupirlo lo más discreto posible por un costado de su boca.Luego atestiguar que aquellos dos que le acompañaban, parecían ya más cómodos que en un inicio y visiblemente más relajados en su mutua presencia. Y bien por ellos, pero Bill depositó su taza con un sonoro golpe y alzando la mano, pidió un pastelillo del mostrador y un vaso de leche a la misma chica que no se había alejado mucho de su mesa.

—El nene especial de mami –se burló Tom. Mordió su pan con fuerza y casi se atragantó con él. Su padre le palmeó un poco y ese toque disminuyó aún más tirantez que reinaba en el ambiente.

—Tu hermano puede pedir lo que quiera –dijo su padre para zanjar el asunto, pero Tom rodó los ojos—. Ambos pueden –agregó con una tímida contracción de sus labios. Empujó su taza hasta ellos y tragó aunque estaba muy caliente. El paladar se le escaldó, pero prefería eso a los escrutadores ojos de su hijo mayor, quien parecía dispuesto a la pelea o a querer que ésta aconteciera.

—Quiero un helado –dijo al fin—. Uno doble, con chispas de chocolate, con nuez y con jarabe de caramelo. –Suspiró y Bill lo hizo con él, pero el gusto no le duró más que unos segundos hasta que Tom siguió hablando—, pero no te pienses que eso soluciona que seas un pésimo padre.

Un intercambio de miradas de muerte.

—Mesera –accedió el fin. La chica llego a tiempo cuando tiró un par de billetes en la mesa y dejó su taza a medio terminar—. A mi honor como mal padre, pide lo que quieras. –Incrédula dio un paso atrás y junto con los gemelos lo vio marchar fuera del local a paso apresurado.

—Hum… —Tanteó. Bill tomó uno de los horrorosos bizcochos de chocolate que tanto aborrecía y deseó ahogarse con él en ese mismo instante—. ¿Me podrían dar su autógrafo, por favor?

 

— ¡Tom, eres… Increíble! Sólo tú, por Dios. –Se montó en el taxi y al instante su nariz se arrugó—. Mierda.

El conductor, un moreno alto y rapado con tatuajes en los brazos y parte de la piel del cuello que mostraba, mascaba algo irreconocible que al parecer escupía dentro del mismo taxi a consideración por las manchas en todo el tapizado interior. También fumaba y a juzgar por el cenicero rebosante de colillas y ceniza, lo hacía desde la era prehistórica. Ambos olores, y quizá “Su axila hedionda”, pensaba Bill al cubrirse la nariz con todo el tacto que podía reunir para no ser notado, eran lo que hacían del vehículo una bomba rodante de malos aromas.

El hombre lo miró por el espejo retrovisor y Bill saltó de su asiento espantado de la mirada dura que le habían dirigido. Era también algo de ‘te-pongo-en-cuatro-y-lo-meto-al-fondo’ que no quiso averiguar. Y sin embargo creía tener razón en cuanto a lo desagradable en el interior.

Al instante, Tom lo empujó del asiento y se vio apoyando la mano en una caja de unicel que alguna vez contuvo una hamburguesa o algo parecido y que al parecer guardaba los aderezos restantes. Conteniendo las ganas de vomitar, apenas y encontró manera de no sentarse sobre lo que había embarrado y aunque estaba a buena distancia de no mancharse, no creía que fuera la suficiente como para no sentirse asqueado.

—Mierda, un gato murió aquí adentro –masculló Tom, sin ver al conductor que casi sacaba humo de la nariz ante las ofensas. Intentaba abrir las ventanas, pero se topó con una puerta sin manijas y con unos cristales plagados de marcas de dedos y pringas ajenas por doquier.

De haber ido de mejor ánimo, podría haberse controlado, pero tras la huida de confrontación de su padre y la noticia de que no había helado, habían salido con prisas y silencios hoscos del lugar dispuestos a pasar el resto del día descansando.

Y luego eso…

—Oiga, ¿Usted sabe lo que es un cliente feliz? –Ignoró el gruño como respuesta que recibió—. Puto taxi de mierda si se atreve a cobrar un paseo en él —y abriendo la puerta, salió arrastrando a Bill, quien pese a estar con la boca abierta de la impresión, agradecía salir del interior del vehículo. 

Lo vieron derrapar y la seña poco amistosa que el conductor les hizo antes de partir a toda velocidad por la calle.

Se quedaron unos momentos en silencio.

—Cabrón de mierda –siseó Tom con desprecio—. Me ha puesto de un humor…

—Ya se fue –exhaló Bill con alivio. Casi creía que el tipo iba a sacar algún arma y a dispararles a quemarropa por insultarlo. Se miró la mano… O por arruinar lo que sería su desayuno o cena; lo que fuera.

—Vaya manera de irse. –Bill miró a Tom y a sus puños fuertemente apretados. La mandíbula dura y posiblemente su rabia bullendo—. Tirar el dinero en la jodida mesa y… Y Sólo largarse. ¿Quién carajos se cree que es?

Bill sólo atinó a cubrirse el rostro con ambas manos y comenzar a caminar sin importarle nada ni nadie. No era el taxista, claro, era su padre de quien hablaba y debía haberlo supuesto. A los pocos segundos Tom resollaba a su lado y lo detenía por un hombro, extrañamente delicado.

—Qué –barbotó.

—No sé por qué, pero lo siento. –Bill lo miró y era interesante como se encogía de hombros por nada y pensaba que todo podía olvidarse.

—Tú nunca sabes nada. –Alzó la cabeza y se dio cuenta de que estaban en un sitio que no conocía. La ciudad era grande o más de lo que estaba acostumbrado y su única manera de regresar era en taxi e indicando la dirección con fe de que el conductor pudiera llegar. Se sentía perdido y ridículo por la edad que tenía y la dependencia que lo mantenía atado a cualquiera que lo pudiera regresar de vuelta al hotel—. Falta que empiece a nevar y nos asalten –murmuró para sí mismo, enumerando desgracias y empezó a caminar sin rumbo, pero Tom lo detuvo tomando su mano.

—Ya es primavera, Bill –apretó su mano y a Bill su pecho fue el que sintió la presión—, no va a nevar. –Lo soltó y fue como perderse de nuevo.

—Hum, sí. Puede ser –respondió categóricamente. Quiso parecer despreocupado, pero no hallaba la manera—. Y en vista de que te has cargado la salida, queda regresar al hotel, creo.

—¿Crees? –Tom sonaba divertido—. Bill, yo no me cargué nada.

—Él sólo estaba ahí, Tomi. Por nosotros estaba ahí y tú… Ah, sólo olvídalo. Las cosas ya son difíciles por sí mismas y vas y las haces peores.

—Él… —Tom alzó los brazos con fuerza y era como su intento más grande de expresarse en torno a ese tema en mucho tiempo. Bill ya sabía a donde iba a desembocar todo: la nada más absoluta y una discusión interminable con gritos, reclamos y palabras soeces al por mayor.

Tom era como su padre, ni más ni menos. Los dos, a su manera, sentían, pero tampoco gran cosa. Eran un par de patatas así que Bill los tenía que querer por lo que eran y no esperar más al respecto. Eran vanas esperanzas desear tener algo imposible y era realista al respecto porque no había otra manera de afrontarlo. Tanto el divorcio de sus padres, como su propio rompimiento con Tom, apenas unos días antes.

La idea dolía y también las comparaciones. Lo uno era tan absoluto que lo segundo lo tenía que ser por igual y eso lastimaba.

Miró por encima de su hombro y Tom seguía ahí, farfullando cosas y no comprendiendo, para variar, que él y su progenitor eran la prueba más certera para Bill de que las cosas eran como eran y que aceptarlas, en algunos casos, sin una lucha previa, podía estar bien por ser el orden de la vida.

—Él es como tú, Tomi. Vámonos ya de una vez –le interrumpió—. Los pies me están amenazando con doler y nieve o no, quiero estar bajo un techo. –Se estremeció y llegó a la conclusión que las cosas, especialmente esa salida, no eran como quería, pero igual que con los demás hechos, no las podía cambiar y eso constituía una paz extrañamente cálida y acogedora.

 

Bill pasó los primeros tres días de su rompimiento con Tom en un mutismo personal. No precisamente encerrado en su habitación del hotel, enfurruñado, con la misma ropa y llorando sus particulares mil mares, pero sí deprimido.

Para romper más aún en esquema, el primero que se presentó a su puerta no fue Tom con disculpas y arrepentimiento o Gustav con palabras de ánimo y comprensión siendo sabedor de su condición, sino George, con unas latas de cerveza y una pizza que aún humeaba por lo caliente.

Le había abierto la puerta descalzo y arrastrando los pies por la alfombra mientras se sentía empequeñecido y pueril con el cabello desarreglado, el pijama a punto de caer por sus piernas y los dientes sin lavar. Ojos secos y nada hinchados, pero una cara que no parecía decir lo mismo.

Casi le había ladrado en la entrada, pero George era el que mejor solucionaba todas esas cuestiones. Zanjaba diferencias ajenas mejor de lo que hacía con las propias y posiblemente estaba a un nivel más alto que Gustav en ello pues no en balde era un poco mayor. La diferencia entre ellos dos radicaba en su manera de consolar; Gustav con palabras suaves y el cariño materno que instintivamente producía un derrumbamiento total en el individuo; George, como el padre que era en la banda, platicando como hombres y muy hombres.

Lo había golpeado en el hombre y lo había repetido mientras se bebía la quinta cerveza e instaba a Bill a darle un nuevo sorbo a la única que había abierto y que seguía bebiendo a tragos ligeros.

—Sea lo que sea, háblalo con Tom y… Y… —Su dedo acusador y que usaba para subrayar y dar énfasis en sus afirmaciones tembló un momento—. ¿Qué te decía?

—Ser un hombre –murmuro Bill. Con la cabeza apoyada en una de las patas de la cama y tirado en la alfombra todavía con un trozo de pizza a medio comer, lo que quería era un consejo maravilloso que no se le hubiera ocurrido antes y que arreglase toda esa mierda de un modo milagroso e indoloro—. Eso también lo pudo haber dicho Gus; no es nada de hombres y nada nuevo.

—Es de hombres –afirmó apretando la lata y eructando. Bill hizo una mueca de asco—. Es de hombres hacer, lo que los hombres hacen.

—Creo que ya estás ebrio y…

—No me interrumpas –carraspeó—, que esta que viene es buena. Quiero decir, hombre es quientiene, hum, ya sabes, Bill. –Ignoró los ojos que rodaron—. Así que por lo tanto, aunque te guste ver películas románticas, oler las flores y maquillarte, sigues siendo hombre.

—¿Hablas de mí? –No espero respuesta—, porque a mí no me gusta oler flores.

—Lo que sea –desdeñó el bajista—. De lo que hablo es hacer las cosas como hombres. Llorar como hombre, tanto como pelear como tal.

—Hombres –musitó Bill. Lo hizo con un anhelo que le hizo sentir las orejas calientes y George se rió con disimulo de ello.

—¿Lo ves? Muy de hombres. Mi gesto es de macho –y se golpeó con el puño el pecho; nuevo eructo—. Pizza, cerveza y una charla masculina que eleva en diez, no, mil millones de grados tu masculinidad. Si haces eso con Tom, todo se va a solucionar y quizá tengas suerte de conseguir algo de pelo en pecho.

—Ugh –fue lo que dijo Bill ante la idea de una zona más que depilar.

Luego George se escupió en la mano y la extendió a Bill, quien muy a su pesar se la sujetó y la apretó haciendo un saludo que solían hacer antes siquiera, de que todo lo de la banda hubiera dado comienzo. Entonces parecía genial, pero en ese momento le dio asco ver la saliva escurriendo por su dedos.

Le siguió un nuevo toque a su puerta y Bill agradeció eso. Se incorporó de un salto y mientras se limpiaba la palma contra el borde de su pantalón, giraba la perilla y se encontraba a Gustav, quien traía chocolate caliente y donas a juzgar por el aroma que exhalaba la bolsa blanca que traía en brazos.

—Si es Tom, abrázalo y si es Gusti, dile que hace falta cerveza aquí adentro –se escuchó la voz de George de fondo. Ebrio con certeza y la misma seguridad de ello en que se había desplomado por el golpe seco que se escuchó.

—¿Gusti? –Preguntó Bill enarcando una ceja y recibiendo la bolsa mientras Gustav pasaba y contemplaba el espectáculo de George semi inconsciente, con una boba sonrisa en labios y su cerveza ladeada peligrosamente en su regazo—. ¿Desde cuándo te llama así? Y más importante, ¿Por qué?

—A que suena lindooo –Canturreó George.

—Suena gay –fue toda la respuesta que dio Bill. Ignoró que Gustav pusiera mala cara ante ello siendo él quien era y en la situación que estaba con Tom, pero era lo único que se le venía en mente mientras tenía a sus dos amigos ahí mismo y a su miseria personal subiendo como ácido por su garganta.

Los tres días que había pasado en solitario apenas y había tenido ganas, fuerzas y ánimo para moverse, respirar y cumplir sus funciones básicas, llorar no incluido, pero apenas y estaba acompañado, le entraba la apremiante sensación de hacerse bolita en un rincón y lloriquear como nena.

Con George y Gustav ahí eso parecía imposible, a la vez que muy viable y optó por lo segundo acercándose a Gustav y tras engancharse en su brazo, apoyar la barbilla en su hombro, la frente en su cabeza y soltar un quedo y tímido sorbido de nariz.

—Ay no, dijimos cosas de hombres, Bill. Mariconadas a… Con Tom, ya vimos que a él le dan un morbo que te cagas –balbuceó aún en el estupor de su borrachera—. ¡Gustav! –Volvió a rezongar, cuando el rubio se giró y abrazó a Bill y lo dejó llorar cuanto quisiese ya envuelto en sus brazos. Realmente parecía su madre—. Le doy al crío este una lección de hombría y vienes a consentirlo. Largo –lo pateó y recibió lo mismo a cambio por parte del baterista, quien acariciaba la espalda de Bill con manos firmes—. Arruinas el efecto de mis palabras.

—Tú fuiste el que dijo Gusti –le disparó Bill, pasándose un brazo por los ojos y queriendo reír ante la idea de semejante apodo—. Eso no es de hombres.

—Cierto –secundo Gustav, pero entonces se cruzó de hombros e hizo su pregunta—; perdón, ¿Pero de qué hablaban?

—Cosas de hombres –respondieron Bill y George al mismo tiempo, para luego soltar una carcajada.

—Ok, ya entendí. –Gustav se encogió de hombros y tomó la bolsa que traía en un principio para sacar su contenido y curiosamente eran tres vasos de chocolate caliente no dos como Bill pensaba. Gustav los alivió de dudas—. Vi a este idiota comprar las cervezas, también… —Sacó algo más—, traje aspirinas contra la cruda y muchos pañuelos.

—Presiento que esto será una noche entre chicas –dijo George cubriéndose los ojos con el brazo y resoplando aire con pesadez—. Adiós hombría –comentó de pronto al tiempo que se sentaba con todo el equilibrio que le quedaba y se comenzaba a quitar los zapatos ante sus dos incrédulos amigos; Bill tomando un sorbo de su café y Gustav engullendo un resto de pizza que aún quedaba. Ambos intercambiaron miradas de no entender, pero George lo dijo con resignación… —Bien, para pintar mis uñas de negro, la condición es que sean manos y pies o no es nada…

 

Y pasada la noche en que habían amanecido unos encima de los otros y con la habitación volteada a como estaba en un inicio, “O quizá más ordenada que en un principio”, pensaba Bill bostezando.

La primer cosa que vio fue la cara de Gustav peligrosamente cerca de un pie de George; un pie con laca negra en sus uñas y luego la habitación entera. Estando tres días seguidos acostado y mirando penumbras iluminadas con el mudo televisor, no había apreciado cuánto desastre había por todos lados y que a pesar de lo que habían hecho la noche anterior comiendo y bebiendo sin parar, luciera no mejor, pero sí menos deprimente. Ya no estaba el aire de enfermedad que antes infestaba cada metro de la habitación del hotel.

La segunda cosa, o no cosa que vio, pues respiraba y lucía como él y a la vez no, fue a Tom. Y Tom lo vio a él.

Ni un respingo ante su inexplicable presencia o porque lo veía con ojos calmos y marcaba un ritmo imaginario desde su asiento, apenas dos metros de la cama.

Estaba completamente vestido y lucía como quien ha dormido doce horas de un pacífico sueño y hubiera despertado directamente en la primavera de su vida. Situación que era cierta, pero del mismo modo lo era que Tom no solía ser una persona de buenos amaneceres y eso lo confirmó cabeceando hacía la televisión.

Bill arrugó la nariz. El reloj de las noticias le indicaba que era casi mediodía y que el clima del día iba a ser soleado con nubes parciales y baja posibilidad de lluvia.

—Ugh –y ningún otro sonido salió de su garganta. No estaba sufriendo los estragos de una noche de juerga con alcohol y humo de cigarrillos incluidos, pero tal parecía por la pastosidad de su boca y la dificultad que tenía para enfocar más allá de un palmo de su nariz.

Sus ojos se sentían hinchados y ardían. Claro, porque había llorado y no había sido el único. George se había llevado el premio llorón en su primera celebración en ese hotel y aún lucía su corona, que no era más que un bulto de papel higiénico moldeado con agua y que había lucido en el transcurso de la noche.

—Tienes mal aspecto –fue lo que escuchó y parpadeó para dejar que el significado de sus palabras le entraran bien en el pensamiento.

—Me siento fatal, así que es justicia –pronunció en respuesta con voz baja y rasposa. Se libró del enredo de manos y piernas y salió de la cama con el cuerpo temblando y sintiéndose observado de manera escrutadora.

—Vaya, luces como mierda y lo eres. –Ante su comentario, Bill se encogió de hombros restando importancia.

—¿Qué haces aquí? Nadie te ha invitado.

Se apartó el cabello del rostro y entró al baño sin tomarse la molestia de cerrar la puerta. Se miró en el espejo y en efecto, sus ojos estaban rojos y plagados de venitas irritadas. Exhaló con fuerza y tras masajearse la cara con fuerza y palmearse las mejillas, se quitó la camiseta y abrió la llave en toda su capacidad.

Hundió las manos bajo el chorro y se limpió con ella la cara, el cuello y se talló con fuerza los brazos.

—Hey –era Tom, quien lo había seguido—, tenemos que estar listos dentro de poco. –Bill no se tomó la molestia de contestarle, pues eso lo imaginaba—. Y no luces tan mal, sólo un poco, ya sabes, jodido.

Seh –cerró la llave y tras mover un poco la puerta corrediza que separaba la regadera, tanteó sus laves hasta que abrió una. Miró por encima de su hombro y Tom seguía ahí, recargado contra el marco de madera y viéndole con atención—. Me voy a bañar –dijo con una voz pequeña.

—Eso parece. –Se cruzó de hombros.

Afuera se escuchó un estruendo y luego la voz de George diciendo algo respecto a sus uñas. Luego a Gustav riendo aún medio dormido.

Tom salió cerrando la puerta tras de sí sin mediar otra palabra.

 

—Me siento gay –comentó Gustav mientras ensayaban. Dejó sus baquetas a un lado de los platillos y extendió ambas manos con pintura negra en sus uñas suspiró pesadamente—. No, soy un gay por permitir esto.

—No sé, yo digo que le dan estilo a la banda. –George hizo un solo con su bajo pero desafinó y optó por dejarlo en una silla y aprovechar la corta pausa que iban a tener mientras Bill tomaba algo de beber e iba al baño—. De cualquier modo –continuó—, si estás fueran de gays, Bill no lo usaría con tanta confianza, creo. –Arrugó su nariz y buscó la aprobación de Gustav—, ¿No es así?

—Mira a quién le preguntas –se burló Tom. Abría su botella de agua y daba un largo trago que se limpiaba con el borde de la manga de su camiseta.

—Wow, miren quién responde. –Ese era Bill quien traía una toalla de manos sobre los hombros y se limpiaba un poco la boca con una de sus esquinas.

—Bill… —Le previno Gustav.

—¿Qué? –Respondió con un tono irritado. En lo que a él respectaba, era la verdad y aunque estuviera interpretada a su manera, le parecía la correcta versión de todo eso—. Es de maricas pintarse las uñas pero no irse a follar travestís. Una visión muy interesante, Tomi.

—No me llames así –fue su respuesta. Sus puños apretándose con fuerza y la cara y la piel del cuello tornándose roja.

—¿Cómo, marica o Tomi? Ambas te quedan de maravilla –Escupió. Esperó una respuesta de su parte, pero Tom le dio la espalda y salió del estudio llevándose la guitarra consigo.

El silencio que se hizo fue extrañamente calmante para los tres que quedaron.

 

La sorpresa de Bill no fue recibir una llamada de su padre, sino rodar sobre su costado aunque apenas eran las ocho de la mañana de un día libre y preguntarle en verdad interesado cómo había estado en ese tiempo.

Le escuchó hablar al menos por cinco minutos en donde le preguntó por todo en su vida y cómo le iban las cosas, sin darse cuenta de que era lo que más habían hablado en un mismo tiempo desde hacía años. Y cuando al final terminó la llamada y tomó nota mental de que había durado el milagroso tiempo de casi treinta minutos, se tocó los labios pues en ellos había una sonrisa apenas formándose.

Pensaba justo que Tom y su padre se parecían. Que ya de antes la idea estaba en él, pero que necesitaba que tomara una forma más concreta si quería comprobarlo.

Ese mañana, por primera vez en los ocho días que tenía de estar en disgusto con Tom y durmiendo solo luego de un periodo de haberlo hecho juntos, tarareó en la ducha como solía ser.

 

En el transcurso de la siguiente semana, Tom atrapó a Bill hablando con su padre dos veces. La primera luego de un desayuno que habían tomado los dos y sin ninguna compañía por haberse despertado demasiado tarde y estar tanto George como Gustav saciados de waffles. Por primera vez desde que su ruptura no verbal había ocurrido, era la primera vez que se encontraban a solas y ciertamente el momento que pasaron juntos no dio para muchas palabras, pero algo de los rencores de días pasados se había evaporado y bajo la cortina de hostilidad quedaban las partes heridas y el dolor. Se podía sentir y ambos lo hacían, tanto el propio como el ajeno mientras cortésmente y con algunos titubeos se pedían la miel, la mantequilla o la jarra con leche.

Después de ello, la llamada. Y Tom no había hecho sino alzar una ceja al entender que realmente era su padre quien hablaba con Bill y con quien hablaba un poco tímido, pero feliz. Asombrado por su iniciativa a marcar su número, más de cariño que de compromiso.

No se había atrevido a interrumpir y agachando la cabeza se había ido sin ser notado, pues él jamás había hecho eso y dudaba que llegase a suceder.

La segunda ocasión fue apenas unos días después.

Bill resoplando mientras arrastraba su pesada maleta por los pasillos del sitio donde darían un pequeño concierto y Tom conmovido del esfuerzo que hacía, pero convencido de que sería inútil por culpa de la suela de sus zapatos. De suela lisa en un suelo pulido. Se burló con ligereza y colgándose la maleta de un hombro, había seguido a Bill hasta donde le había indicado.

Un limpio y reducido camerino con su nombre colgado. Apenas anotado rápido con algún marcador negro sobre una cinta que habían pegado horas antes, pero Bill parecía orgulloso de ello y a Tom la idea se le hizo tan parecida a cuando regresaban del jardín de niños y mostraba sus dibujos a su madre, quien siempre daba elogios al respecto y los colocaba en el refrigerador.

Entraba tras de él y agradecía la puerta sostenida abierta con una inclinación de cabeza que fingió no ver. Apenas quitó el pie, se cerró y los dejó solos y sin palabras. Quizá sólo una…

—Gracias –Bill señaló la maleta que había caído ante una silla plegable y se mordió el labio no muy seguro de qué manera proceder

Se lo ahorró un miembro del staff, que con gafete en mano se prestó apresuradamente y le dijo que lo mandaban llamar. Apenas unos minutos, pero Bill sintió la necesidad de justificarse y haciendo un gesto tímido, le indico a Tom que sólo tardaría un poco.

Lo dejó entonces solo y el móvil comenzó a vibrar como loco dentro de una de las bolsas. Tom lo sacó apenas a tiempo para oír el último timbrazo y leer “Jorg” y nada más. No se tomó la molestia de contestar y cuando Bill regresó, se limitó a señalarlo con incomodidad, casi asco, mientras le aclaraba de la llamada perdida.

—Pudiste contestar –le reprochó marcando el número y esperando respuesta mientras se lo pegaba al oído.

—Pude, sí, si hubiera querido…—Y dicho eso, se sentó quitando la maleta en el proceso y observó con cuidado como su gemelo se comenzaba a preparar mientras aún esperaba el tono de marcado. Apenas había sacado sus audífonos, cuando al rostro de Bill se iluminaba y aunque sólo era su reflejo a través del espejo, supo que su padre había contestado y que Bill estaba realmente bien con eso.

Que por la manera en que batía las pestañas y ladeaba la cabeza mientras hablaba, de alguna manera coqueteaba y eso, le molestaba.

—Hum –resopló y dio play a la lista interminable de canciones que solía oír.

 

Definitivamente el sitio en el que estaban no era una parada de taxis. Aquel conductor hediondo y con mala leche había sido su gota de agua en el desierto y Bill lamentaba de manera amarga no haber pensando en eso.

—Al menos hay que ver el lado positivo de todo esto –comentó Tom casualidad. Cuando Bill lo encaró, lo encontró estirando los brazos al cielo y caminando como quien da un paseo por la ciudad cuando le apetece. Le daba por rechinar los dientes cuando lo contemplaba, pues ya le dolían los pies.

—¿Un lindo paseó por la ciudad? –Aventuró con un tono sarcástico. Su idea de pasar un buen día había sido incluir a su padre, un local cerrado y un trayecto tranquilo para después descansar el resto del único día libre que tendrían en al menos un mes y Tom lo jodía punto por punto—. Deja te digo que los pies me matan.

—Pues nos sentamos –respondió como si nada—. ¿Cuál es el problema? Ya salimos, al menos podemos tratar de disfrutar el día juntos.

—Tienes que estar bromeando… —Se llevó la mano a la frente y comenzó a frotar con fuerza—. Es una mierda de día, no lo empeores diciendo que vamos a estar juntos. –Se dio media vuelta y se ahogó ante la visión de mil calles aún por cruzar para acercarse al hotel. La idea le sacaba el aire y lo abrumaba, que no fue capaz de darse cuenta que Tom se había colocado detrás suyo hasta que el golpe suave, pero certero, en su cabeza, se había efectuado.

—No seas grosero –fueron sus palabras, y se fue de largo, dejando a Bill con sus palabras anteriores y arrepentido de cómo había sonado todo eso.

—Hey tú… —Corrió hasta alcanzarlo y casi saltarte encima. Era algo que solían hacer antes de que todo se torciera de la peor manera—. Me debes aún algo –susurró contra su oreja, mientras lo abrazaba por detrás y resoplaba.

—¿Vas a decir la cita, verdad? –Bill asintió y Tom suspiró—. Bill, eso ya no es…

—Digas lo que digas, me la debes, Tomi. –Afianzó más fuerte sus brazos en torno a su cintura y apoyó el mentón sobre su hombro, mirando por encima y apreciando que los viernes a la hora del mediodía, las calles solían estar atestadas aunque fuera hora laboral—. Tú y yo ya no estamos, mmm, juntos, pero…

—Yep, ¿A dónde quieres ir? –Tom lo sorprendió dándose vuelta y quedando a escasos centímetros de su rostro. Bill enrojeció casi de manera instantánea—. Te has puesto rojo –comentó entre risas.

—Cállate, eso ya lo sé. –Lo alejó un poco y no pudo ayudar mostrándose más que tímido—. Sólo regresemos…

 

Bill se encontró ante la puerta de Tom siendo el hombre del cual George se sentiría orgulloso… Y quizá del cual también se burlaría sin piedad, pues llevaba de igual manera, pizza y cerveza en cantidades suficientes para hacerle ver galaxias enteras con la resaca de la mañana siguiente y un hoyo negro que quizá sería el del retrete mientras vomitase ambas cosas…

Tragó duro, pero su garganta estaba tan seca que fue como querer comer papel sin un vaso de agua como mínimo de ayuda. Para colmo, con las manos húmedas y la bolsa que contenía resbalando por entre sus dedos temblorosos.

Ciertamente estaba nervioso ante la puerta de Tom y no se atrevía a tocar porque esto era después de lo que había pasado entre ambos y luego de eso, no había tenido necesidad de tomar la iniciativa. Tom era quien siempre iba a su habitación y quien llevaba las riendas en cuanto a la toma de decisiones. Se dijo entonces que era injusto no haber tenido eso en cuenta antes y que quizá Tom también se debatía siempre ante su puerta antes de tocar. Tenía que ser así.

Aspirando tan profundo como pudo, dio unos tentativos golpes y tras unos segundos, la puerta se abrió, primero con cautela y luego con rapidez, mientras Tom lo halaba de la camiseta y lo hacía pasar rápidamente.

En el interior de la habitación estaba oscuro porque Tom, a diferencia de Bill, jamás encendía la televisión como si fuera una especie de lámpara. En lugar de ello, tenía las cortinas abiertas y la luz de la ciudad se colaba apenas dándole una idea de donde estaba casa cosa en el sitio.

Su maleta en la cama, su guitarra en una silla. Tom, posiblemente antes sentado en el suelo, pues ahí veía una bolsa de papas fritas y un par de calcetines. Una gran revelación que lo hizo hablar con tartamudeos.

—Estás descalzo –musitó. Tom le dirigió una mirada de incomprensión ante lo que había querido decir con eso—. Yo traje algo.

—¿Cosas de hombres? –Fue el turno de Bill de sorprenderse.

—¿Cómo sabes eso? –Bajó la bolsa y de pronto se percató cuando cerca estaban. Apenas unos centímetros antes de considerarse terreno peligroso, pero igual, muy cerca… Su estómago se retorció de manera agradable.

—No importa –y buscó sus manos. Bill trastabilló hasta golpear el muro con la espalda. Completamente apoyado en ella, y con la cabeza dando vueltas como envuelta en un vapor que no le permitía ver más lejos que Tom y la travesura que se dibuja en sus facciones mientras se mordía el labio inferior antes de besarlo con ligereza.

—Tomi… —Musitó. Sentía aún sus labios juntos, pero los sentimientos lo invadían y lo dejaban incapacitado para algo más cuerdo.

La caja de pizza casi se le resbaló al suelo, pero sujetarla le costó romper el momento y Tom se separó. Un paso atrás y de nueva cuenta eran hermanos. Decepcionante en todas las maneras en que eso podía ser.

—Me estabas… —Empezó Bill, pero si no era una cosa era la otra y la bolsa terminó finalmente de caer bajo su mano sudorosa y hacer que las latas chocaran entre sí, que nuevamente sus labios lo hicieran y el beso cobrara profundidad.

 

La sana conclusión a la que Bill llegó fue que la paz que sentía, particularmente de cuello para abajo, era producto de lo que Tom había hecho, “O ambos”, se corregía mentalmente.

Yacía bocabajo y con un brazo por completo fuera de la cama. Jugaba con sus dedos el tejido de la alfombra y pensaba hasta donde podía que en primera, todos los días anteriores habían sido una especie de ensueño cruel. Si al final iba a terminar ahí, y con todo lo que había acontecido, bien se podía haber ahorrado los malos modos y el disgusto. Lo segundo, era que si Tom seguía rodando por su espalda, en un espacio aproximado de veinte minutos, según sus cabeceadas, iba a terminar durmiendo encima de su trasero y presumiblemente con la nariz hacía abajo.

Era reír y burlarse, pues después de lo que habían hecho, la vergüenza estaba tan prohibida como el seguir irritado.

Al contrario, estaba en total relax y por eso mismo aquel viejo temor que de niño nunca dejaba a Bill bajar los pies por un costado de la cama, especialmente cuando era de noche y más cuando comenzó a dormir en su propia habitación, no estaba presente cuando colgaba todo el brazo por la franja oscura y tenebrosa que se formaba entre la cama y el suelo.

Tenía  a Tom, quien daba una nueva vuelta entre sueños y alcanzaba la curva de su cadera con un ronquido victorioso.

No le quedaba sino apartarse algún mechón corto y rebelde que le cayera encima de los ojos y olvidar la tensión de días pasados y la que su cuerpo experimentaba cuando la desazón lo acosaba.

Nada de eso estaba a la vista y la única manera que tenía de definir todo aquello era una paz completa que se materializaba cuando escuchaba a Tom bostezar y levantar la cabeza antes de dar su último giró mortal.

—Bill –el toque en el hombro fue suave y no pudo sino rizarse y no responder; sólo voltearse y encontrarlo sin pudor, descubierto. Él mismo sí se enredó con la sábana pero la encontró más húmeda de lo que esperaba—. ¿Puedo comer pizza?

Asintió.

Luego el crujir de la caja, los pasos cortos y la bolsa haciendo su particular ruido mientras Tom sacaba un par de cervezas y las traía. La que tocó la piel de su vientre estaba helada y no le quedó más que abrir los perezosos ojos y agradecer apenas con un tenue mover de labios.

—Me siento muy macho –murmuró de pronto y no muy seguro de haber sido escuchado. George ebrio le bailaba en la cabeza y agradecía que la imagen mental no fuera un baile erótico porque no salía de su mente las palabras del bajista de hacer las cosas que fueran necesarias, pero hacerlas como hombre.

Eso debía incluir ciertamente solucionar cualquier tipo de problemas, pero la cuestión es que ese tipo de situaciones, cuando estaba con Tom, eran eludidas por ambos de manera que jamás se habían tocado o acaso había sido un rozón que no había solucionado nada o que había empeorado todo más de lo que hacer lo que hacían en sí, lograba.

Bill pensaba en eso frunciendo el ceño e igualmente apacentado por dentro.

Porque incluso peleando, si todo salía, las cosas podían ser igual de pacíficas y era eso lo que quería. Al estilo de los hombres, aunque medio mundo lo tratara de nena sin importar fuera una broma o no.

Tom apretó su rodilla y la caída a la realidad no fue tan dolorosa si a fin de cuentas todo iba a terminar, fuera para dar un nuevo comienzo o para finalizar todo y de alguna modo, volver a lo que eran.

—Me tengo que vestir –dijo sin más—. E irme, pero antes debo decirte algo y dejarte pensando en ello, Tom. –Mordió su pizza y apuró su último trago.

Hizo lo que había dicho y Tom se aguantó las ganas de preguntar “¿Por qué?” tantas veces como lo pensaba. En lugar de ello se vistió por igual aunque sabía que iba a dormir a solas y que quizá eso ocurriría luego de que Bill se marchase, pero de cualquier modo lo aceptó sin quejas.

Ya en la puerta la despedida fue breve y oscura. Encender las luces habría acabado con la atmósfera de intimidad y Bill no podía permitírselo de la misma manera en que quedarse estaba vedado.

Pidió disculpas por lo de su padre y Tom también. Por todo, en realidad y besó sus labios apenado hasta la muerte y resistiendo las ganas de arrastrarlo de vuelta a la cama de la misma manera en que Bill tenía su propia lucha interna de dejar todo sin definir y desplomarse justo ahí.

—Como hombres –dijo al fin—, te quiero para mí y de nadie más. –Sus manos recorrieron su rostro apenas un segundo antes de bajar y apretar la perilla de la puerta como quien se afianza a un salvavidas en una tormenta peligrosa. Todo eso lo era—. Pero no te voy a secuestrar ni me voy a poner pesado si dices que no y, hum, es poco romántico de lo trillado que resulta, pero Tomi, te amo… Eso es. –Suspiró fuerte mientras cerraba los ojos, se daba media vuelta y salía cerrando la puerta tras de sí.

No esperaba nada. Ni ser perseguido o ser amado con locura apenas diera unos pasos en el pasillo pues el tipo de personas de Tom, igual que su padre, eran abrumadas por las emociones ajenas. Las manejaban perfectamente mientras colindaban con ellas, pero cuando éstas los afectaban o resonaban dentro de las suyas propias, podían pasar días enteros pensando al respecto y haciendo que la paz regresara.

Y Bill quería esa paz para sí y para Tom. Fuera como fuera, la quería y necesitaba como fuerza vital si quería seguir en pie.

Apenas si se enjugó los ojos, pero avanzó por el corredor tenuemente iluminado y con paso ligero. No seguro de nada, pero sí de que Tom elegiría lo correcto, lo incluyese o no en su vida, fuese o no lo que él quería.

 

/*/*/*/*


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).