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Semtiminifi por Marbius

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ESPERANZA

 

—¿Te das cuenta que esto es muy… —Giró los ojos mientras buscaba alguna palabra no muy ofensiva para lo que iba a decir— … gay? Me siento como alguna chica de dieciséis años que consuela a otra porque su novio la dejó… Mierda.

A toda respuesta, Bill le tomó la mano y le dejó más jabón líquido en ella para que siguiera lavando su cabello.

Era sábado en la noche y Gustav estaba pensando por primera vez en mucho tiempo, que no haber salido a alguna fiesta era una mala idea. Más cuando tenía a Bill enfurruñado en la bañera desde hacía casi cuatro horas y teniendo que hacerle compañía. De otra manera, temía encontrarlo ahogado a la mañana siguiente.

Sería demasiado cargar en su conciencia, así que sacaba nuevas burbujas y resoplaba por un necio cabello que se pegaba a la frente, producto todo gracias del vapor y la puerta cerrada.

—Si George se entera de esto… —Murmuró para sí mismo. La escena era tan… Tragó duro. En definitiva daba no mucho que pensar. Era evidente cuán deprimido había estado Bill por espacio de una semana y de alguna manera retorcida, era lo menos grave que podría ver el bajista si habría la puerta, de manera sumamente improbable, pues para ser casi medianoche, ya debería estar ebrio en algún bar, y los miraba.

Lo que hacía que Gustav diera quejas era que alguien osara preguntar por el estado de Bill, quien se retorcía dentro de la bañera y tiraba un poco de agua en el proceso. Escaldó a Gustav con ello.

—Dirá que somos unas princesas, no más. Para variar, ya me acostumbré a sentirme como tal… –Y tras decirlo, su cabeza blanca por la espuma se empezó a hundir por el borde de la tina de mármol hasta desaparecer.

—¡Bill! –De rodillas y con una gran demostración de valor, lo sacó del agua casi para asfixiarlo con sus propias manos, pues ‘la víctima indefensa’ tenía la nariz tapada con un dedo y una enorme sonrisa entre labios. Escupía un poco de agua, pero era obvio que todo había sido una broma—. ¡Me quieres matar! Es eso, ¿No? Bah, no es justo –se limpió las manos contra la camiseta y fue poca cosa porque tanto rato en el vapor ya la habían dejado casi hecha una sopa—, yo aquí haciendo de niñera, preocupado de que te pase algo y tú…

—¡No me voy a ahogar! –Reclamó Bill—. Era una broma.

Gustav le dio una mirada escéptica de esas que solía usar cuando lo que oía era una pila de mierda, como los cuentos que daban George y Tom al regresar a las seis de la mañana y tan ebrios que apenas podían articular sonidos, no hablar de palabras, esperando con inocencia y mucha credulidad de su parte que fueran a ser tomados en serio como si dieran la última revelación del Apocalipsis.

—Llevo horas en este baño contigo, luces… Mierda, fatal desde hace días y Tom, bueno, él… —Bill se volvió a hundir con lentitud en el agua—. ¡Bill, no esquives esto!

Un burbujeo provino desde bajo el agua y luego lo vio salir de golpe, tosiendo y escurriendo agua por todos lados. En esta ocasión, en verdad casi se había ahogado.

Por respeto y quizá algo de trazas de pudor, Gustav evitó verlo al tiempo que le alcanzaba una toalla y esperaba el tiempo prudente a que se la colocara en torno a la cintura o a donde más quisiera Bill. La cuestión era tapar todo lo que había visto en un segundo y eso le dio el ánimo de reír.

Sintió un golpe en la coronilla y no quedó de otra decirle a Bill entre burlas que el agua caliente arrugaba todo. Esperaba una repetición del golpe, pero en lugar de ello, el ambiente se tornó triste cuando Bill se contempló las manos y lució presa de la desolación más grande cuando apreció las yemas de sus dedos surcadas por mil y una líneas.

—Bastante tiempo en el agua –murmuró. Parpadeó apenas y a Gustav le invadió la necesidad de abrazarlo. Parecía al borde del desmayo y Bill lo confirmó con sus palabras—. Me siento mareado.

—Mucha agua caliente –señaló sus manos—, demasiada, diría yo.

—Yep. –Abrió la puerta y ambos se estremecieron. Podía ser una noche de primavera, pero lo cierto es que el frío era patente y el haber permanecido por horas en una sauna no ayudaba en lo más mínimo.

A Gustav no le quedó de otra más que seguir a Bill por el alfombrado y sentarse a su lado en la desarreglada cama mientras se contemplaba los pies y musitaba algo de que estaban igual que sus manos. Todo eso era cháchara insustancial y ambos lo sabían.

El problema con todo, era dejar de lado la tensión y hablar, propiamente hacerlo. Ese lugar lo tenía que ocupar Tom, pero de alguna manera parecía estar peor que Bill pues ni la puerta abría y habían dicho entre bromas tensas que sólo si empezaba a apestar lo iban a dar por muerto e iban a abrir. No hubo risas en aquello.

—Bill –suspiró—, voy a tener que decirlo…

—No. –Movió los dedos de sus pies y a Gustav le invadió un sentimiento de irritación ante las complicaciones auto inflingidas que Bill dejaba caer sobre sí mismo. Tenía poca paciencia para quienes no resolvían sus problemas por propia cuenta y esperaban que siendo víctimas, las facilidades les cayeran del cielo. Aunque fuera Bill y éste fuera uno de sus más grandes amigos, esas situaciones no las toleraba bajo ninguna circunstancia. Jamás.

—Tienes que hacer algo. Lo que sea –e imprimió en su tono la urgencia que sentía ante lo que sucedía a sus ojos.

Era un espía de la más baja estofa siendo espectador de una relación que en primer término no le terminaba de cuadrar y para colmo, solitario. George, al no saber nada, llevaba las cosas con relativa calma. Palpaba a medias lo que acontecía, pero era obvio que lo que imaginaba, palidecía ante lo que la realidad les presentaba realmente. Todo eso sólo aumentaba sus niveles de tensión y Gustav se encontró apretando sus rodillas con fuerza y con el ceño fruncido.

—Ya hice algo, Gus. –La voz le llegó baja y tuvo que repetirse mentalmente lo que había escuchado. Era Bill, eso por descontado, pero no captaba gran cosa del significado—. No pongas esa cara de que yo espero un milagro para que todo se solucione porque las cosas no son así, ¿Va? –Su muñeca se talló contra los ojos y ahí tenía Gustav a su reina del drama. Sin embargo, no tuvo corazón para reclamar. Bill parecía al borde del colapso nervioso y no quería empujarlo a ello.

—¿Qué hiciste? –Era su manera de dar claridad a todo. Era la pregunta más directa en posibilidades al nuevo giro que su relación con Tom había tomado. Podía no ser brutal, pero bastaba si ambos entendían.

—Hum, algo –y con sus palabras, se inclinaba hasta hacerse un pequeño ovillo en su mismo regazo. Los pies al borde del colchón y la piel erizada del frío que sentía. Estaba helado tanto por dentro como por fuera.

Se hizo el silencio.

Alguna válvula dentro de Gustav había liberado todo su vapor fuera y sólo quedaban las trazas de la anterior exasperación. Era en verdad injusto de su parte pretender que todos tenían su mismo nivel, para bien o para mal, de solucionar las cosas en el mismo instante y continuar con su vida. Bill en definitiva no era de esos y era bastante parecido para Tom, quien tenía días saliendo apenas de su habitación para cumplir compromisos y nada más.

—Odio estar metido en todo esto porque en verdad me preocupan ustedes dos o más tú. –Exhaló aire entre los dientes y palmeó la cabeza de Bill. Hizo una mueca—. Ugh, aún tienes jabón.

—Un minuto más en el baño y nos habrían encontrado muertos o desmayados; yo qué sé. –Subió su mano y toco su cabello; había razón: estaba escurriendo parte del shampoo todavía—. Creo que me voy a bañar.

—De nuevo.

—Sí, de nuevo… —Se levantó y la toalla amenazó con caer. Gustav tuvo la gentileza de sujetarla y Bill apreció que las manos de Gustav no eran nada suaves y finas tras largos años tras la batería. La idea lo hizo sonrojar y se alejó con tanta prisa que su trasero quedó al descubierto.

—Ya conozco esa parte de ti, no huyas –dijo de pronto Gustav entre risas y le tiró con la toalla a tan mal tino que le dio en la cabeza. Enrojecido hasta la raíz de los cabellos, Bill se la enroscó con torpeza a la cadera y se quedó con una parte encima de los muslos y otra por la rodilla.

Un toque a la puerta los interrumpió.

—Es George, te lo juro porque no podemos dejar de parecer maricas –murmuró Gustav entre dientes, pero debatiéndose entre reír o hacerlo más fuerte de lo que ya hacía. Se tapó la boca con la camiseta y su predicción fue cierta.

George entró extrañamente sobrio y escurriendo agua.

—Llueve como el jodido diluvio universal –explicó. Dio dos pasos dentro de la habitación y pateó la puerta con un sonido húmedo proviniendo de dentro sus botas.Pese a estar bajo techo, seguía haciendo sonar las charcas.

Se quitó la camiseta y fue como algún perro lanudo sacudiéndose luego de un baño. Bill y Gustav recibieron sus salpicaduras de la misma manera que lo fueron su boca abierta y casi en el suelo y su dedo acusador señalándolos como si con eso expresara lo que pensaba.

Aunque era bastante obvio. “Ustedes dos, jodido par de maricas” o algo parecido, pero con palabras menos bruscas. George clamaba el uso de la palabra ‘gay’ para no lucir tan cerrado de mente, pero lo cierto era que sin serlo, no podía evitar sentir una caricia helada  en el cuello cada que uno se le acercaba por detrás, por muy bar gay al que hubiera ido con anterioridad. Sus niveles de tolerancia iban con lo ajeno, y de buen modo mientras no encontrara a sus más cercanos amigos mojados, uno medio desnudo y en una habitación en penumbras.

Situación que se le presentaba en bandeja de plata y le quitaba el aire.

—¿Hay algo de lo que me deba enterar? –Preguntó no muy seguro. La respuesta que pudiera escuchar podría no ser del todo de su agrado, pero cuando los vio reírse al respecto, la piedra que subía por su garganta y presumiblemente era su estómago encogido, dio marcha atrás—. En serio, ¿algo…?

—Soy gay –dijo Bill—, y Gustav aquí presente también. Para mayor noticia, Tom también y los tres mantenemos un triángulo amoroso. ¿Algo cómo eso me puede faltar decir? –Se acomodó la toalla mejor y así se sintió más cómodo—. Es broma.

—Ah… —Pronunciaron al mismo tiempo George y Gustav. Para el primero era una chanza para nada graciosa y para el segundo, un cuadro morboso de lo que había en realidad. Eso creía. Exceptuando quizá, la parte que lo incluía. Si su nombre iba a estar presente, no iba a ser por miembro de un trío inexistente.

—Ya, tema olvidado. ¿Cerveza y pizza, de nuevo? –Bill arqueó una ceja mientras llamaba a servicio de habitaciones y confirmaba el pedido luego de ver que iba a ser una noche de aquellas.

—Muy de hombres –dijo George, media hora más tarde y empinando su cerveza hasta tomar la última gota—. Más hombres que nunca ahora que te has quitado esa porquería de tratamiento para el cabello y te has vestido.

—Era shampoo –le corrigió Gustav, aunque sabía que no importaba. Al ritmo que iban, se convertirían en una panda de nenas sin importar las medidas vigorizantes de tomar cerveza, eructar y tragar pizza como cerdos. Era obvio que eso no solucionaba todo y no lo haría.

—Falta Tom –dijo George para sorpresa de todos—. Tal vez si le llamamos acepte salir de su jodida nueva vida de ermitaño y…

—Falta una chica… —Rebatió Bill con las orejas rojas—, o dos, no sé… Tom no.

—Mmm… —Y de nueva cuenta era una repetición de fonemas por parte de los dos mayores. Intercambiaron miradas de incomprensión y optaron por dejar de Tom de lado. No por la misma razón o al menos no la que pensaban, pero era algo.

—Había perdido la esperanza de oírte decir eso, cariño –George golpeó su nueva lata contra la medio vacía de Bill a modo de chocar copas y brindar por ello y encontró en respuesta una sonrisa trémula y tímida.

—Yep, la esperanza es lo último que se pierde –y bebió con rapidez, porque en realidad lo que menos quería eran esperanzas.

No tras una semana de espera y silencio por parte de Tom.

Tener un poco de esperanza, representaba angustia.

 

—Ow, quiero ser gay –dijo George. Tendido sobre su espalda y con la cabeza de Bill en su estómago y la de Gustav en su hombro, pensó que no sería una idea tan descabellada si eso evitaba una repetición de los últimos cuatro días.

—Ya no me siento para nada hombre… —Masculló Bill en respuesta. Se palpó por encima de la tela de su pantalón, justo en la entrepierna y sí, ahí estaba lo que buscaba, pero no quería más de eso—. Si vuelvo a comer pizza, ugh, o a tomar cerveza, definitivamente voy a morir…

—Amén –terció Gustav con una arcada, antes de que George se lo sacudiese de encima con asco—. Una rebanada más… Un trago más, y diablos, no sé, me saldrá mucho pelo en el pecho. Ya no quiero ser hombre –farfulló con una voz delgada y tímida. Esperaba a cambio alguna burla por su confesión, pero estaban tan atestados de lo mismo tras varios días libres y en el mismo hotel, que no era posible.

La pila de cajas de pizza crecía alarmantemente pero no había sido hasta esa noche, la del cuarto día o quizá la del quinto, si es que ya amanecía, que habían apreciado lo horrible que era alimentarse únicamente de eso.

Lo que había comenzado como una fantasía varonil, era al final una pesadilla, pues ni con los botones de los pantalones sueltos y las hebillas abiertas de par en par, lograban aliviar la sensación de pesadez que sentían. Ni turno al escusado a vomitar podían pedir pues estaban como tortugas vueltas sobre su caparazón.

—Lo juro, de ahora en adelante, sólo ensaladas –jadeó George en su esfuerzo de levantarse y no poder. Se mano acariciaba su vientre y Bill recibía cada tanto ligeros golpes en el proceso—. Una dieta sana… Mucha leche y nada de fiestas.

—Quizá si dormimos un poco –aventuró Gustav con dificultad mientras se tendía de costado—, mañana estaremos mejor… Espero.

—Sí –corearon Bill y George.

Los tres cerraron los ojos y había esperanza en esa afirmación. En todo.

 

Tras un episodio difícil de superar con la indigestión y con los gritos de su manager, pues al final Gustav había necesitado de un lavado de estómago con urgencia, Bill se encontró solo y aburrido de regreso a su triste habitación de hotel.

George permanecía con el baterista y no iba a ser gran cosa, pues como el mismo había dicho, era algo de amigos, era sólo una noche en el hospital… Y en parte era su culpa. Los remordimientos, todo eso y tras quitar importancia del asunto, había dejado libre a Bill para retirarse.

No quedaba mucho por hacer y con Gustav dormido y George aún paliando su resaca de varios días con agua mineral, no le quedó de otra sino regresar escoltado hasta el hotel y soportando la regañada que posiblemente el bajista había evitado prefiriendo quedarse al lado de Gustav en el hospital.

Cuando al fin llegó hasta el hotel, no le quedó de otra que permanecer en silencio y realmente enfrentarse con su soledad.

“Un día más y se acaba todo esto”, habían sido las palabras de su manager como despedida antes de desearle buenas noches y recomendarle que cenara algo ligero y por descarta, nada de cerveza y pizza por un tiempo. A toda respuesta, Bill había asentido repetidamente mientras se alejaba y buscaba la tarjeta con la que iba a abrir su habitación.

Bolsa trasero lado derecho, luego el izquierdo… Iba en eso cuando se topó con su propia puerta entreabierta y algo le pegó los pies el pasillo. Era demasiado pedir…

—Tomi… —O no mucho, si estaba sentada en la esquina de su cama y no se dignaba a darle un vistazo cuando entraba y cerraba la puerta con suavidad.

—¿Estás bien? –Carraspeó un poco, pues su voz sonaba extraña; quebrada, con mucha probabilidad de que todos aquellos días que no se habían visto, había estado envuelto en su propio silencio—. Supe que Gustav…

—Hospital. –Se encogió de hombros y se sacudió la chaqueta de un solo movimiento. La dejó sobre una silla y tentativamente se acercó. No pudo más allá de dos metros y se quedó pasmado, con los pies afianzados al suelo y todo dándole vueltas—. Mañana se dará un golpe a la realidad cuando regrese y sepa el itinerario a llevar.

—Sí, algo oí. –Ni dijo más y se entretuvo moviendo la visera de su gorra con exasperante lentitud. A Bill los dientes le comenzaron a rechinar de los nervios.

Como única medida a seguir ante pisar terreno fangoso e inexplorado por ambos, prefirió dar media vuelta y enfilar hasta el baño. Sin prender la luz o reclamar privacidad, dejó la puerta abierta y se contempló lo poco que podía en el espejo. Escala total de grises, y aún así se apreciaba la palidez que lo acosaba de días atrás. No gravemente enfermo, pero por dentro muerto… Reseco.

—Tienes mal aspecto. –Era Tom, inclinándose por el resquicio que quedaba abierto y apoyado en el marco de madera—. No te vayas a enfermar.

—No lo haré –y abriendo las dos llaves, se mojó la punta de los dedos y se salpicó algo de agua al rostro. Le dolía la cabeza como mucho tiempo atrás no lo hacía y planeaba después de quitarse el maquillaje, acostarse a dormir de inmediato.

—Vine para… –Bill apreció el ceño fruncido en su gemelo e hizo otro tanto; mejor no desmaquillarse, sólo irse a dormir— … Hablar.

Hizo cuentas mentales y dio un saldo de once días en total. Once jodidos días con sus horas y minutos y cada segundo en el que lo había dejado esperando. No le parecía justo de la misma manera en la que se imponía a que fuera en ese momento en que únicamente quería yacer en su cama y dormir.

—No es tarde para ello, ¿verdad? –Hizo intento de entrar al reducido baño, pero Bill salió y dejando los zapatos a cada paso y quitándose la camiseta, se dejó caer en la cama. No le quedaban fuerzas para más.

—No sé… —Tampoco era tanta espera. Tomar una buena decisión tomaba su tiempo y Bill no era una especie de chiquillo de cinco años que montara berrinche por no obtener lo que quería en el instante en que lo solicitaba, pero tampoco estaba acostumbrado a depender de los demás para ello. Era una parte de sí que no lograba calibrar y acostado en su colchón y con un cansancio extremo, no lo iba a lograr.

—Bill, vamos. –Los resortes del colchón crujieron un poco y a Bill no le fue necesario mirar por encima de su hombro para saber que Tom estaba ahí—. O traeré pizza y cervezas para una semana. No me pienso ir.

Las palabras golpearon al menor directo en el vientre. Sus tripas rugieron en defensa de semejante castigo, pero se abstuvo de comentar algo al respecto. Prefirió girarse y golpear con su pie, la cadera de su hermano. Éste lo atrapó desde el tobillo y sus dedos apretaron un poco.

Lo suficiente para hacerlo estremecerse y apartar la pierna. Subió ambas rodillas y se encontró mirando a Tom desde en medio de sus piernas y deseando tenerlo más cerca. La idea le hizo sentir un calor extraño por el cuerpo, pero estaba realmente cansado y lo más atinado que pudo hacer fue desmoronarse.

—No te quiero oír –musitó al final—. Lo que sea que digas me va a… Romper, o algo así, Tomi. Sólo ven y acuéstate aquí conmigo, ¿Sí? Por hoy.

—Por siempre. –Tom gateó por la cama y para Bill fue una regresión a los viejos tiempos. Pero entonces era él quien buscaba a Tom y no al revés o acaso todo eso era por corto tiempo. Fuera quien fuera el que se arrastrase de regreso a los brazos del otro, cumplía la expectativa de ambos. Simplemente no podían estar separados. Ya no.

Y era temor.

Cuando Tom finalmente se quitó la gorra y sus rastas se desparramaron por su rostro, Bill dejó vagar su mano hasta asir el borde de su enorme playera y con la más tímida de las peticiones, jalonearla hasta verla fuera.

Complacencia cumplida cuando Tom desapareció entre ella y emergió, libre al fin, para inclinarse y darle el más suave de los besos que jamás hubieran experimentado juntos. Aleteos en sus estómagos y Bill no encontró manera de aplacarlos si no era alineando sus cuerpos perfectamente, uno encima del otro y temblando debajo suyo.

—‘Por siempre’ es mucho tiempo –balbuceó. Ambas manos en torno al cuello de Tom y deseoso de enterrarse en la curva que hacía su cuello con los hombros. Mirarlo provocaba sentimientos que lo abrumaban.

—Bill –dijo Tom contra sus labios—, lo estás complicando. Lo hechas a perder. Cállate, por favor.

—Estoy nervioso –y la risa que brotó de sus labios fue cortada y chirriante. No mentía, estaba aterrorizado y no sabía si lo que quería era alejar lo más posible a su hermano de sí o abrazarlo hasta que todo desapareciera—. No, no, estoy espantado y tengo mucho miedo… Estoy que me muero de todo eso, Tomi. –Tembló ante lo que había dicho y quiso hundirse en el colchón; desaparecer entre las almohadas, el cubrecama y todo lo demás, parecía tan adecuado y seguro.

Era desasirse del estrecho abrazo y darse media vuelta no sólo ante Tom sino a todo. Dar la espalda y huir porque era testarudo y porque cualquiera que fuese la respuesta que Tom le iba a dar, tanto si era estar juntos por siempre o terminar de una vez, iba a ser algo totalmente definitivo.

Tenía la certeza de ello.

Tom decidía y siempre había sido el más fuerte de los dos, porque era el que tomaba las decisiones y el que las mantenía sin importar las adversidades. Confiar en que él significaba dejarse llevar a la deriva con la fe plena de que atracarían en buen puerto y que todo podría ser mejor.

Un quejido que brotó de su garganta se escuchó por toda la habitación y sus manos se afianzaron a la espalda de Tom, a su cintura, su cabello o cualquier cosa que pudiera atrapar. Pataleaba presa de la histeria porque no soportaba los finales. No importaba si era algo triste o si después saltaba de la felicidad porque el fin era el fin y poner la última piedra en todo eso, sin importar si después habría algo por continuar, le aprisionaba el pecho.

Y todo eso era su pesar. Su llanto desgarrador y sus gritos que se apaciguaban mientras Tom lo sostenía en brazos y le daba tentativos besos a lo largo de la quijada y las húmedas mejillas.

Él era él. Para Bill, representaba toda la confianza y sabía que no era algo recíproco pero no importaba. Era tan egoísta que aún sabiéndolo prefería ignorar el hecho de que no era tan fuerte y de que se derrumbaría si Tom lo necesitaba alguna vez. Fallarle era tan fácil…

—Esto es tan… Difícil, demonios. ¡Es condenadamente difícil y lo odio, Tomi! –Articuló con la voz pastosa y encogiendo los dedos de los pies al aplastarlos con fuerza contra el colchón. Le dolía tanto la cabeza que su propio grito le irritaba más y más a niveles incalculables—. Odio sufrir y más lo odio porque no haces nada y porque lo ocasiono yo mismo. –Su boca se hizo una mueca y se sintió feo, realmente desagradable, pero Tom se limitaba a abrazarlo y le permitía enterrar el rostro en su hombro y temblar como nunca sin decir palabra alguna.

Era Tom y todo lo que era lo aborrecía porque siempre estaba para él y porque no era justo en ninguna manera que no pudiera ser por parte igual, algo en lo que su gemelo pudiera confiar. Era irascible y se sentía débil a su lado. Por primera vez en su vida, saber que el tronar de sus dedos movería el mundo entero no le satisfizo por el simple hecho de que alguien más movería el mundo, no él y ese tronar de dedos sería sólo la prueba de lo poco que podía hacer.

Mover el mundo en su grandeza o sólo existir en lo simple que era permanecer con vida no tenían gran mérito de pronto, pues no se creía capaz de lo uno ni de lo otro si para ambos necesitaba a Tom.

—¿Lo estoy arruinando, verdad? –Preguntó entre sollozos apenas se creyó capaz de hablar sin gritar. Por el contrario, su voz se convirtió en algo bajo y rasposo y tuvo conciencia al instante de que a la mañana siguiente no sólo tendría la dicha de amanecer con un dolor de cabeza parecido al de las pocas resacas graves que había sufrido, sino también la gloria de un dolor de garganta que ya amenazaba con manifestarse entre los lloriqueos que lo invadían—. Perdón, perdón… —Hizo un ovillo de sus manos y presionó el pecho de Tom lejos del suyo pues se sentía asfixiado con tanta cercanía.

La intimidad que mantenían y que apenas unos meses antes no estaba presente de ese modo, lo abrumaba. Todo lo hacía mientras se sentaba hecho un ovillo y se limpiaba con el dorso de la mano el borde de los ojos.

—Es ridículo, me siento avergonzado de que me veas llorar –murmuró de pronto, presa de sentimientos confusos de acurrucarse contra Tom y luego abofetearlo por permitirle ser débil—, si es que ya… Antes… Soy tan… No me veas, por favor. –Se dio media vuelta y fue realmente darle la vuelta a todo el condenado universo porque no pensaba que hubiera un modo de solucionar todo.

No la había y esa era la verdad que llegaba a comprender. Su fin particular que le cerraba la garganta y le hacía casi brincar de la cama y salir corriendo de lo angustioso que era todo aquello.

Todo lo era siempre. El terror, el pánico y la desesperación de no saber nada en un futuro cercano… Tom siempre solucionaba todo y no fue nada extraño a lo que solía suceder. Lo abrazó cerca y lo trajo de nuevo a la cama sin mediar palabras y sin dejar de tener serenidad por los dos.

Ese era Tom; su particular prueba de que la esperanza de que las cosas, por más mal que fueran, iban a mejorar de ese punto en adelante. Siempre.

 

—Pedí el desayuno –fue lo primero que dijo Tom en cuanto Bill abrió los ojos y despertó—, pero creo que ya se ha enfriado.

—¿Qué horas son? –Alcanzó a murmurar antes de volver a cerrar los ojos y arrebujarse más entre las cobijas. Estaba tan cálido bajo ellas que inclusive cubrió su cabeza con ellas y sonrió presa de una inexplicable felicidad. No podía ser demasiado tarde si aún se veía la mañana despuntar por una de las ventanas.

Todo aumentó en sensaciones cuando un peso tibio se sumó al suyo y lo apretaba con fuerza no dejándole otra opción que pelear de vuelta y terminar en un enredo de brazos y piernas en la que resultó el indiscutible perdedor cuando acabó con Tom encima y ambas manos sujetando las suyas por encima de su cabeza.

—Gané –dijo el mayor con sencillez, segundos antes de recibir un suave golpe entre las piernas, apenas suficiente para molestar, pero lo bastante rápido como para descuidarse. Un golpe, literalmente, de tipo bajo—. ¡Bill, trampas no!

Soltaba una mano y tratando de no perder, con ella hacía cosquillas en los costados de su gemelo, quien se retorcía y sacudía los brazos con ansías de libertad.

—Pero sólo así gano –decía entre resoplidos—, tú nunca me dejas ganar.

—Si ganas, yo pierdo –Tom arrugo la nariz al decirlo—, y eso no me gusta.

—¿Perder o que yo gane?

—Ambas. –Se inclinó y le dio un suave beso en los labios—, ¿Ok?

Bill asintió repetidas veces y así sus manos fueron libres y se encontró con la ventaja suficiente para abrazar a su gemelo de la cintura y con un torpe movimiento de lucha conseguir quedar encima de él… En el piso. Ambos se quejaron cuando el sonido bofo se escuchó y quedó constancia de que dentro tenían aire y nada más, pues sólo así se podía explicar semejante ruido.

—A veces es agradable perder –Bill sacó su lengua—, y más si es contra mí.

—No hay manera –y Tom se lanzó encima suyo hasta tenerlo firmemente apretado en un abrazo y con ambas manos entrelazadas. Esta vez no cometió ningún error en su maniobra y ambas piernas de Bill rodearon su cintura presionándose delicioso bajo de él—. Por cierto, buenos días.

—Eso –batió pestañas—, buenos días. ¿Qué hay de desayunar?

—¿No trucos? –Preguntó Tom apretando sus manos; Bill esbozó apenas una sonrisita traviesa—, de verdad Bill, ¿No trucos?

—Nop –y no hubo necesidad de ellos. Tom se incorporó y le tendió una mano para alzarlo de un único y fuerte tirón. Una vida tocando la guitarra producía brazos fuertes y a Bill el detalle no se le escapó de conciencia mientras casi salía volando en los aires y caía en los brazos de su gemelo.

Pensó “Falta una rosa y música de tango”, pero se contuvo de decirlo en voz alta. Tom lo soltaba un poco y al ver en la pequeña mesa encontraba un par de platos con waffles y sendos vasos de leche. Mantequilla, sirope sabor vainilla y un poco de mermelada. Lo necesario para aplacar su hambre. Se tocó el vientre y no encontró manera de contener la mueca al recordar la indigestión de días antes.

—¿Qué, quieres pizza y cerveza? –Le molestó Tom apoyando su barbilla en su hombro y luego besando su cuello con suavidad—. Aún tienes oportunidad de comer eso y salir a tiempo al hospital.

—Ugh, tú sabes que no quiero eso –dijo mientras se encogía de hombros y Tom se resbalaba de donde estaba. La zona quedó extrañamente helada… Era un frío nada agradable y Bill lamentó haberlo hecho.

—Yo realmente no sé lo que quieres –comentó Tom. Movió un poco el sofá y se sentó de piernas abiertas ante su propio plato mientras instaba a Bill a sentarse con una seña de sus manos.

El menor tragó duro. Cierto. Se sentó ante su desayuno y de pronto éste ya no lucía tan delicioso. Era pan y no más. Lo romántico, si es que en algún momento había existido en el hecho de compartir un desayuno temprano, juntos y a solas, se había evaporado y sólo quedaba la mañana ajetreada que comenzaba a despuntar y que no presagiaba descanso en al menos doce horas.

Hizo intentos de tomar el tenedor, pero resultaba tan ajena a sí mismo la mano que extendía que se congeló en el aire y la bajó de golpe hasta su regazo. Tom arqueó una ceja en espera de una explicación ante eso y Bill de nueva cuenta se encogió de hombros con desgano.

—El té –fue lo único que dijo el mayor antes de tomar un sorbo de su leche y apurar un nuevo trozo de waffle—. No, no, los ojos –con el dedo índice y el medio se señaló los propios e hizo lo mismo con Bill al decirle que el té que descansaba en el centro de la mesa era para la hinchazón que traía.

—Debo lucir fatal –murmuró el menor sacando uno de los sobres y todavía tibio, colocarlo en su cuenca. Casi siseaba de placer al contacto.

—Como la mierda –respondió su gemelo, con la boca llena—, no te veías así desde te dio aquella alergia. –Trago con dificultad y golpes de pecho y con un ojo abierto, Bill vio las gotas de leche escapando por la comisura de sus labios—. Ya sabes, cuando te hinchaste todo y…

—Seh. Olvidemos eso. –Sin decir algo más, sacaba el otro sobre y se lo colocaba en el otro ojo. Por el aroma, manzanilla; por la sensación, un bulto húmedo y caliente que escurría poco a poco su contenido por sus mejillas. Era un remedio que solían usar las abuelas, pero funcionaba de mil maravillas y Bill pasaba de lo ridículo que debía de lucir con tal de no recibir un nuevo regaño de su manager.

Lo que tenían programado para el día no era sesión fotográfica, si acaso alguna entrevista o sesión en el estudio así que no iba a recurrir a mil plastas de maquillaje para cubrir una pésima noche, pero tampoco quería presentarse con aspecto de pordiosero. Eso por descontado que jamás.

—Creo que me voy a duchar –escuchó. Un ligero fru fru de telas y Bill casi visualizaba a su hermano desnudo o acaso en bóxers, caminando rumbo al baño con la toalla colgando de algún brazo. El derecho, casi lo juraba.

—No te acabes el agua, yo también quiero hacerlo –gritó. No estaba seguro si lo había escuchado e inclinándose un poco al frente, se quitó uno de los saquitos para comprobar que Tom estaba tan cerca de él y tan desnudo que el respingo que dio estaba en todo medida, justificado—. ¡Tom! –Se puso ambas manos cubriendo su rostro y soltó un suspiro—. No andes desnudo por ahí.

—Estoy en mi habitación –se escudó el mayor mientras sujetaba las muñecas de Bill y las obligaba a bajar—, y puedo andar desnudo si me apetece.

—Mi habitación y no puedes andar desnudo como si nada. –Tragó con fuerza y desvió su mirada con tan mal tino que lo primero que vio fue la entrepierna desnuda de su hermano. El color le vino a las mejillas de manera instantánea y sus piernas se hicieron de gelatina apenas un segundo después—. Al menos avisa… Creo –balbuceó.

—Bill –Tom se inclinó y sus labios rozaron los suyos—, voy a andar desnudo en tu habitación. ¿Está bien? –El menor dio un tenue ‘sí’—. Ok, eso me gusta.

—Es… Agradable, que seas educado –carraspeó Bill—. ¿Algo más?

Tom giró los ojos y el agarre se torno posesivo.

—Sí –pronuncio dubitativo—, ¿Nos duchamos juntos?

Fue el turno de Bill tornarse cínico como su con quien hablara fuera un crío que no entendiera las cosas obvias de la vida.

—Claro que sí…

 

—Sólo quiero comer pastura –dijo Gustav en cuanto George lo soltó y se desplomó en el sofá donde todos estaban ya sentados esperando por él y el bajista para empezar con el ensayo del día—. Nada de porquerías, bolsas con papas fritas o siquiera refresco de cola. En serio, una vida sana.

—Ejercicio todos los días –murmuró George en respuesta, apretándose la piel del vientre y agitándola enfrente de todos para su disgusto—. Casi sentía que me daban una lavativa con lo mal que me sentía.

—Lavado de estómago –rebatió el rubio con las mejillas sonrosadas—, no lavativa. Eso es… Algo completamente diferente.

—Un hoyo es un hoyo –se burló Tom—, entre por donde entre te limpia por dentro con la descarga de medicina que te dan.

—Mirad princesas, quién lo dice. –George batió palmas y se dejó caer a un lado de Gustav, subiéndole las piernas en el proceso, sin importarle la cara de malestar que ponía—. El chico ‘lo-meto-donde-entre’ ha hecho aparición.

Ante sus palabras, Bill frunció el ceño y mordió su labio inferior con saña y demasiada insistencia. En algún momento, no saberse controlar le iba a ocasionar quedar con un hoyo hasta el mentón o calvo de la preocupación. La idea en sí ya era una alarma total en su sistema y sólo por si acaso, se auto palmeó la cabeza tratando de desechar todo aquello lo más pronto posible.

—Ya no más –dijo Tom. Con la guitarra en su regazo y pulsando algunas cuerdas, fue claro al decirlo—. Al menos no por un tiempo.

—Hum –pronunció al baterista—. Me da lo mismo. Hoy pido descanso y que me traten como nena. Ese lavado de estómago, y espero que la diferencia quede clara entre la lavativa y ello, me ha dejado molido.

—Adiós hombría –murmuró George entre dientes, sin ningún pesar.

—Adiós, adiós, adiós… —Tarareó Bill acompasando todo con giros torpes de su muñeca al aire como en verdad haciendo una despedida simbólica.

 

Por descontado, el día fue una soberana mierda.

Bill lo podía asegurar mientras apoyaba la frente en la puerta de su habitación y con toda la paciencia que le quedaba, la que dicho sea de paso no era mucha, intentaba abrirla. Pero estaba nervioso. Con manos temblorosas no iba a llegar más allá de esa barrera y haciendo acopio de gran valor, le tendió la tarjeta a Tom, quien la introdujo en la ranura y lo hizo sonreír con alivio cuando se abrió.

—Gracias –susurró.

Dio pasos tentativos antes de casi correr a la cama y dejándose caer con el estómago hacía el colchón, permaneció laxo escasos segundos.

A su espalda, Tom cerraba y tras dejar sus compras del día sobre algún mueble, se acercaba. El hundimiento que el colchón experimentaba al lado derecho de Bill era la prueba más patente de que estaba ahí. Palpable. Tangible. Era Tom, porque olía como tal y quitaba sus zapatos con el mismo cuidado de siempre.

Desde antes de que todo empezara, era ya un ritual que si Bill necesitaba de alguien para mover su trasero a beneficio suyo, ese sería Tom.

—Eres tan amable, Tomi –balbuceó de pronto contra las cobijas. Ambos pies libres, pero atrapados entre las manos de Tom, quien quitaba los calcetines y daba un tenue masaje antes de soltarlos.

—Tú ya sabes mi respuesta…

Ante eso, Bill se giró de costado y lo enfrentó de una vez por todas. Se desarmó en pequeñas piezas apenas el intento fue efectuado. No solía ser de los que tenían resistencia ante los momentos emotivos o no como su gemelo. Él lloraba, se rompía y después estaba bien. Tom no hacía eso, permanecía impasible, pero era difícil discernir si era una pantalla o en algún momento todo iba a cambiar.

La idea hacía estragos en sus gestos y Tom no lo dejó pasar.

—¿En qué piensas? –Preguntó en un tono monótono. Se levantó de la cama y fue hacía la bolsa que antes había abandonado y regresó con ella.

De dentro sacó la compra más irrisoria: un cepillo de dientes y un tubo de dentífrico que hicieron a Bill alzar una ceja sin entender nada y por consiguiente, hacerle olvidar gran parte de su cansancio.

Al menos el mental. De cuerpo seguía hecho puré.

Un ensayo asqueroso. Más asqueroso aún, cuando Gustav se había puesto pálido, luego verdoso y finalmente amoratado antes de que de nueva cuenta lo tuvieran que llevar de vuelta al hospital.

En su lecho de convalecencia, al menos no se había quejado y había tenido buenas palabras de broma para decir que la suerte en todo aquello, era no recibir un nuevo tratamiento. Para no variar, George los había despachado con una cara de culpa que le colgaba y no les había quedado de otra sino hacer caso.

Para Tom fue nuevo todo eso, pero para Bill era la repetición de una noche horrible y se encontró preguntándose a sí mismo, cómo les iría a todos al día siguiente cuando su manager diera cuenta de todo ello. Los gritos casi le retumbaban en los oídos y no era un panorama nada agradable.

—Pienso en muchas cosas. Muchas –dijo finalmente—. Espero que Gus esté mejor… —Se incorporó sobre sus codos y dio una mirada a Tom que pretendía ser de fortaleza, pero sólo reflejaba el miedo que sentía. Estar solos lo aterraba y habría dado cualquier cosa por una tercera persona en la habitación. Ni la charla insustancial que pudiera inventar, solucionaría todo eso.

—Yo creo que piensas en algo más –dijo tentativamente el mayor. Su gesto se tornó oscuro y Bill se encontró encogiendo las piernas y con un chillido atorado en la garganta ante lo que había oído—. No lo puedes eludir por siempre, ¿Sabes?

—Lo sé.

—¿Entonces…? –Tom hizo un intento de acercarse y Bill lo golpeó con uno de sus pies en el estómago. Apenas sirvió para retenerlo un instante, pues Tom no se rendía tan fácil y pronto Bill se encontró paralizado sobre su espalda e imposibilitado de huir. Era un Gregorio moderno y su sueño se tornaba pesadilla cuando yacía imposibilitado de moverse y dar media vuelta.

—No quiero… —Lloriqueó. Le apenaba mucho saberse ridículo ante la situación, infantil, si se le quería nominar de esa manera, pero no encontraba manera de controlarse. Era más fácil caer en un estado de histerismo y alejarse de todo y de Tom de esa manera—. No es un buen momento…

—Siempre arruinas todo, Bill. –Escupió el mayor con desprecio. Para dar mayor énfasis a lo que había dicho, se acercó aún más y lo repitió de nuevo con lentitud.

Abrumaba. La mano que se cerró en torno a su cuello con fuerza apenas bastaba para tenerlo atento a la realidad, pero los sentimientos lo agobiaban con mayor intensidad y no quedaba la opción de dividirse para ambos.

—Tomi, me lastimas… —Tartamudeo. El agarre se aflojó y Bill tosió con fuerza. No se ahogaba, pero la sensación era tan parecida a ello que el primer trago de aire que inhaló le obnubiló los pensamientos.

—Eres un jodido egoísta. –Tom parecía dispuesto a golpearlo y Bill se encontró deseando que lo hiciera. Era mejor lidiar con su hastío que con su amor—. Toda esta mierda no vale nada.

—No estás diciendo la verdad, estás molesto es…

—¡Claro que estoy molesto, joder! –Al decirlo, Tom se alejó y Bill se incorporó con temblores por todo el cuerpo mientras lo abrazaba por la espalda y besaba su nuca repetidas veces en un intento de pedir perdón—. Complicas las cosas. Ya son difíciles por sí solas y las haces peor. No puede ser que en verdad quieras esto.

Hundió su rostro entre sus manos y una sacudida tenue pero perceptible cimbró su espalda. Bill sabía que si Tom comenzaba a llorar, sería la prueba irrefutable de que había rebasado una delgada línea entre su pánico para sí mismo y para los demás. Si lastimaba a su gemelo, eso tenía que detenerse.

—Tú sabes lo que quiero… Mmm, sé egoísta –murmuró con calidez brotando de su interior. Temblaba pero Tom hacía lo propio y la ira dejó paso a los nervios de una primera vez, al menos en un plano emocional.

—¿Cómo tú? –Rió Tom con nervios.

Bill asintió en su espalda y lo confirmó con un suave ‘sí’ que apenas creyó posible pronunciar. Le dolía al grado que se le cerraba la garganta de los nervios.

—Bien, bien… —Tom carraspeó y tomó su cepillo de dientes nuevo. Lo dejó sobre sus manos y miró a Bill, quien esquivaba todo contacto visual y se contemplaba las manos con un interés extraño—. Si no me miras no puedo.

—Claro, muy cierto. –Parpadeó y el esfuerzo de levantar su cabeza fue titánico. Mirar a Tom fue más duro de lo que pensaba, pero se salvó de hacerlo por mucho tiempo, mientras recibía el cepillo de dientes y lo contemplaba sin entender nada. Era nuevo y era lo único que entendía de novedoso en ello—. ¿Qué se supone que voy a hacer con esta mierda…?

Parpadeó y sus ojos se sintieron arenosos. Jugó el empaque y la mano de Tom acompañó la suya al abrirlo y sacarlo. Era rojo.

—Es mi cepillo de dientes y es el que va a estar siempre en tu cuarto, Bill. Ugh –el menor sintió cada vello de su cuerpo erizarse y la risa boba que le atacó después, no tuvo gran importancia para lo que Tom dijo después—, porque voy a regresar siempre y quiero… Ya sabes, tener aliento fresco para besarte cada una de las mañanas que pase aquí… —Carraspeó un poco y aunque su tono de voz se había perdido en un murmullo, a Bill las palabras le parecieron resonar por toda la habitación.

—No es nada romántico –masculló. Sus orejas tornándose calientes a cada segundo que pasaba y sus dedos ansiosos mientras jugaban con el mango flexible y ergonómico al punto de casi partir en dos el cepillo. Se tuvo que controlar a la necesidad de abrazarlo contra su pecho y llorar desconsolado encima de él—. No es como lo había imaginado… Esto es feo y brusco y… —Tom lo abrazaba y sus manos se hacían puños en torno a la enorme camiseta y temblaba sin saber si era emoción o miedo o una mezcla bizarra de ambas—. Es tan horrible, Tomi…

—Lo siento, ¿Sí? –Se separaba un poco y lo besaba de lleno en los labios con una suavidad que pocas veces demostraba tener. Parpadeaba y Bill veía con claridad que lloraba y que también había sido una prueba difícil para él, pues sufría y dolía de igual manera. Había sido muy egoísta al no tener eso en cuenta.

—No, no… Está bien. –Luchó contra la pastosidad de su boca y se hundió con energía en un abrazo desesperado—. Fue lindo o… No sé, Gustav lo dirá. De momento sólo me basta que esto se acabe, porque me está matando…

—Ídem –le secundó. Sus manos apartando el cabello de su frente y besándolo ahí, en las mejillas húmedas y en los labios trémulos—. Se acabó toda esta mierda. Para bien.

—Yep, para bien –y se las arregló para sonreír. En verdad hacerlo, quizá no sentirlo en su totalidad, pero eso bastaba.

De momento, las cosas eran perfectas y podrían no estarlo de nuevo de ese modo jamás, pero a Bill eso ya no le importaba. Bastaba con saber que Tom estaría ahí para solucionarlo. Con cepillo de dientes en mano y sus sentimientos por él en el corazón.

La idea era cursi en su totalidad y esas eran no sólo sus palabras, sino las que daría Gustav cuando entreviera que todo había resultado en buen final, pero no importaban gran cosa.

Había esperanza y era lo que al final debía prevalecer. Significaría aún un largo camino por recorrer y grandes dificultades cuando el tiempo de hablarlas se presentara, pero ella y una buena disposición, lograban maravillas.

Besó a Tom y realmente la esperanza lo invadió.

 

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