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Semtiminifi por Marbius

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ACEPTACIÓN  

 

—Creo que quiero un trago. –La declaración de Gustav rompió la cadena de miradas silenciosas que se había mantenido por al menos quince minutos. Él mismo paró de mirar a George, quien observaba a Bill, quien tenía un buen rato con la vista fija en Tom del brazo de una rubia en medio de un abarrotado bar. Quebró eso y el mutismo de Bill, quien dejaba de apoyar su rostro sobre sus manos con languidez y se giraba de costado para dar un lento sorbo de su propia bebida.

Se lamía los labios y con mucho esfuerzo de su parte, se intentó integrar en la conversación que sus dos amigos mantenían.

—… al fin ha regresado al buen camino de la heterosexualidad. –De textuales palabras, eso fue lo primero que escuchó y supo de manera inmediata que hablaban de Tom. ¿Quién más si no él? Nerviosamente evitó enfrascarse mucho en la plática, pero era como si su oído se agudizara por encima de la estruendosa música.

Tomó un nuevo trago de su bebida y decidiendo que cualquier cosa que los chicos pudiesen decir de su hermano no era peor que verlo en acción con una nueva conquista, optó por concentrarse en sus palabras.

Sólo que la concentración no duró más allá de los primeros cinco minutos. El tema se diluyó entre bromas de borrachos y se encontró de pronto sentado solo en la mesa y cuidando los vasos de los demás. Para no variar, de nuevo posando sus ojos en Tom con insistencia y en su acompañante.

“Al menos es una chica”, se dijo para calmarse, pero lo que antes pudo haber sido de esa manera, ya no lo era más.

Impaciente, golpeteaba su dedo índice contra sus dientes frontales y sumaba de manera inconsciente el pensamiento de que la chica era una zorra y su hermano un imbécil. Posiblemente, pero entonces los vio enfrascarse en un beso y dio ese hecho por cierto del todo.

Se malhumoraba de manera rápida al tiempo que su marginación y soledad crecían. Llegado a tal punto todo, que enfurecido y sin entenderse a sí mismo, salió del atestado lugar con la chaqueta en la mano y zancadas amplias.

—Estúpido, Tomi –masculló mientras se alejaba cabizbajo.

 

Desnudo del todo, Bill se sentó al borde de la bañera y metió los pies en el agua que salía del grifo y que apenas formaba un charquito en profundidad. Hizo una mueca pues estaba fría, pero permaneció así; las manos en puños cerrados bajo su mentón mientras vaciaba de su mente todo pensamiento coherente o no.

Cuando al fin estuvo envuelto en una neblina de vapor y sofocado por lo húmedo del ambiente, se dignó a meterse a la tina. Con lentitud, se dejó resbalar por el mármol y exhaló con satisfacción por la comodidad que esto representaba.

Rió un poco para sí mismo abstraído con la idea de que Tom se burlaría de saber que prefería pasar una noche de sábado en la ducha, antes que de fiesta como una chica de trece años, pero el pensamiento se tornó amargo con la imagen mental de su gemelo sonriendo a su broma.

Eso le hizo fruncir el ceño sin remedio. Mascullar algunos juramentos de paso, y presa de un afán extraño, cerró los ojos con fuerza y se hundió en el agua hasta por encima de su cabeza.

Así, con la quemante sensación del agua en los párpados, pudo olvidarle un poco. Sólo un poco…

 

Bill abre de golpe los ojos al sentir el manotazo de Tom contra su rostro. Parpadea incrédulo al dolor punzante que de pronto siente, y gira el rostro para mirarle dormir con tanta paz, que de pronto la idea de que finge hacerlo y soltará una risita de niño travieso en cualquier momento, se hace patente.

No es de ese modo. Tom en verdad duerme y un ligero silbido es la prueba contundente a ese hecho. Con los labios entreabiertos y el cuello en mala postura, su manzana de adán resalta y Bill no la pierde de vista embelesado con el resplandor que el televisor deja caer sobre ella. Estira la mano y la toca.

Tom balbucea entre sueños y la mano que con anterioridad había dado contra su rostro, se desliza entre el espacio de las dos almohadas y desaparece bajo las sábanas. Su gemelo la acerca a su cuerpo y resopla, sin saber que segundos antes le había dado con ella descuidadamente.

Apoyado en sus codos, Bill sonríe.

Bosteza. Se despereza y se deja caer con pesadez en el mullido colchón. Escucha el sonido de queja de Tom por ello, pero apenas y oprime los ojos ante el hecho para exhalar aire pesadamente y continuar durmiendo.

Eso a Bill no le importa. Agradece estar de nuevo en un buen hotel y que aunque ahora de nuevo cada quien cuenta con su propia habitación, Tom sigue durmiendo a su lado.La tranquilidad que eso le da y el extraño orgullo que siente en su pecho cada que llega la hora de dormir y aparece ante su puerta con su cepillo de dientes en mano, son dos cosas que no piensa cambiar por nada del mundo.

Pero al mismo tiempo, eso es lo que no le deja dormir.

En algún punto de la noche, Tom cumplió con su ritual, y tocó suavemente ante su puerta. No dijo nada de su extraño comportamiento al desaparecer del bar ni le pregunta sobre ello. Con ojos que denotaron su cansancio, se dejó caer aún vestido sobre la cama y conforme el sueño le venció, los silbidos aumentaron.

De eso hacía ya unas horas y Bill que no podía dormir, había caído en una especie de semi inconsciencia de la que había escapado con el certero golpe en el rostro que había recibido y no veía la manera de regresar a ello.

Bostezaba con fuerza y rodando sobre su estomago, se queda a escasos centímetros del rostro de Tom. Le contempla de cerca y no contiene el impulso irrefrenable de besarle la punta de la nariz. Esboza una sonrisa maliciosa y repite su acción, más por ver a su gemelo arrugarla en incomodidad, que por la travesura en sí.

Lo repite una tercera vez y es entonces que la mano ofensora de segundos antes, comete una segunda acción contra él. Esta vez en su estómago. Un pellizco.

—Mierda, qué haces, Bill. –Tom parpadea apenas conteniendo un bostezo y se sienta casi de manera inmediata—. Dios, soñaba que… No sé… —Se pasa una mano sobre sus cabellos y Bill contempla su silueta oscura pues se ha cruzado por medio de la luminosidad del televisor y así su rostro adormilado queda en sombras.

—¿Tuviste una pesadilla? –Pregunta con suavidad.

Tom le mira sin comprender y se despoja de su camiseta. Se rasca el pecho y Bill le mira con seriedad. –¿Tomi?

—Puede ser… —responde finalmente.

Se levanta de la cama y se dirige al baño. Bill le mira desde la cama, pero no le sigue. Escucha el arrastrar de sus pies por la alfombra y luego el sonido contra el mosaico del baño; uno de sus tobillos truena al caminar. Una llave es abierta y le imagina enjuagándose la boca y quizá mojándose el cuello repetidas veces.

Al parecer ambas, pues cuando regresa trae un poco de humedad por todos lados; pequeñas gotas, pese a que usó una de las toallas para secarse.

Se deja caer con agotamiento y regresa a su anterior postura. Sólo entonces Bill aprecia que se ha despojado de sus pantalones y que al igual que él, descansa a su lado en ropa interior. Sin entenderlo, ese repentino conocimiento le abochorna y cierra los ojos con todas sus fuerzas hasta que siente el súbito calor desaparecer.

—¿Te sientes mal del estómago? –La voz de Tom le toma por sorpresa igual que la mano que le toca la curvatura del vientre con suavidad y da un brinco involuntario. Se aleja creando un siseo entre su piel y las sábanas.

—No –responde malhumorado—. Que poca sensibilidad tienes ante mis gestos.

—Gestos como éste –Tom cierra los ojos y contrae el rostro con ello; realmente parece sentir un hígado hepático o alguna piedra en el riñón— pueden tomarse como cólicos menstruales. Eres toda una chica, Bill.

—Idiota –le responde.

—Entonces, ¿por qué desapareciste tan de pronto hace rato? ¿Síndrome premenstrualespontáneo o no? –Pregunta sin un verdadero interés que no sea molestarlo un poco antes de dormir, pero se acerca más a Bill, al punto en que éste jadea sobre su cabeza al sentir su respiración suave y pausada en su pecho.

—Tomi, tú… estás muy cerca. –Se siente sumamente torpe al decirlo y sin una verdadera intención, al intentar crear un espacio entre ambos, golpea a Tom con una de sus rodillas.

—¡Auch! Sí, ya entendí. –Tom malinterpreta su gesto y se aleja dándole la espalda sin más interés que ese.

No parece reparar en nada más y en cuestión de segundos, parece haberse dormido de nuevo. Bill sólo muerde su labio en la oscuridad y piensa aterrado, en la mejor manera de disculparse. Se angustia por ello y sin entenderlo, se encuentra con la mano tocando el brazo de su gemelo y temblando convulsamente como cuando tenía cinco y temía de las sombras que los árboles hacían en su ventana.

Tom le mira por encima del hombro y ve su rostro compungido en un rictus que no le veía desde que eran niños y mamá lo regañaba. Alza una ceja pensando que es un juego, pero entiende que no es así cuando su hermano aprieta de nueva cuenta los ojos y dos gruesas lágrimas le ruedan por ambas comisuras. Sabe que en esa ocasión es un dolor auténtico.

Le contempla sin saber que hacer y permanece en silencio. No es lo suyo consolar llantos ajenos. Le incomodan. Le alejan a lo más profundo de su mente sin remedio de hacerlo volver.

Bill lo entiende así y lo acepta. Se talla las mejillas con las manos y en unos segundos está de nuevo tranquilo, pero no se atreve a decir palabra alguna. Apenado, apenas alcanza a controlarse pues siente mil de emociones corriéndole por todos lados y cree que todas se manifiestan en su sonrojo delatándolo.

—Lo siento, creo que si ando en mi periodo o algo así.

—Lo sabía. –Le tendió la mano y le jalonea una oreja que se asoma por la maraña de su cabello—. ¿Ves que eres toda una nena? Ya decía yo que el que te pintaras las uñas y te maquillaras, no iba a ser algo favorecedor.

—Oh, sólo cállate.

Se cubrió la cara con la almohada y respiró tratando de controlar su pulso. Falló miserablemente cuando Tom se le subió encima y quitándosela de golpe le tuvo a escasos centímetros. Al instante su cuerpo entero ardióen una única llamarada.

Tom le dirigió un vistazo extraño e hizo un gesto de hosquedad.

—Andas raro –fue su único comentario.

Se quitó de su regazo y dirigió su vista al televisor. Las noticias matutinas han empezado y una mujer reporta inundaciones en algún lado del continente asiático. Tom busca el control remoto y silencia la perorata de los damnificados, quienes parecen hablar chino y le sacan de quicio a esa hora de la madrugada. Aú quedan trazos de alcohol en él y la cabeza le zumba por momentos.

Cambia de canal y encuentra un video de la banda. Se detiene unos segundos y se recuesta de nueva cuenta. Mira las escenas que transcurren y se queda estático en su contemplación. Hace un comentario al respecto, pero Bill no parece dispuesto a levantar el rostro de la almohada y no insiste al respecto.

Apaga el aparato y regresa a su anterior postura. Pretende dormir, pero no evita preguntarle algo a su gemelo.

—Eso de hace un rato… —Carraspea un poco abochornado—. ¿Me estabas besando?

Siente a Bill retorcerse en las suaves sábanas y toma eso como un ‘sí’.

—Está bien, ¿sabes? –Lo toca con delicadeza y por seguir encandilado con la pantalla no sabe exactamente dónde, sólo que la piel que acaricia con movimientos pausados es sumamente suave.

Lo acerca más a su lado y entrelaza una de sus piernas contra los suyas al tiempo que acomoda su frente en uno de sus hombros. Bosteza, y Bill siente arder la piel al contacto de su aliento. Un poco incómodo y apenas consciente de esa nueva fijación en la que se han convertido sus acciones, con indecisión pasa un brazo por el costado de su gemelo y lo aprisiona en un flojo abrazo.

—¿Tom? –Pregunta en la oscuridad.

—¿Hum? –La cabeza del aludido se levanta en medio de las sombras y Bill, con los ojos acostumbrados a la oscuridad, ve que tiene unos cuantos cabellos sueltos pegados a la frente. Con eso, la pregunta muere en sus labios y su mente trabaja a toda prisa por formular otra—. Qué.

—Esa persona, con la que bailabas en la fiesta, era una chica, ¿verdad? –Lo dice tan rápido que achaca la seriedad de Tom a que no le entendió, en lugar a lo extraño de la pregunta para esos momentos. Hasta a él mismo le parece inoportuno; no es la que iba a hacer, pero los escasos segundos no le dan tiempo de analizar lo oculto de haber cambiado la otra por esa. No haya relación alguna, no con el pensamiento desbocado.

—Eso creo…—Bill siente una tonelada de ladrillos en el vientre y se la taponan los oídos con una sordera que la hace percatarse de cuán fuerte le palpita el corazón. Casi jura que ha palidecido y quizá por eso es que ignora la explicación de Tom, de que no sabe porque no se fue con ella.

Se le humedecen de nueva cuenta los ojos y esta vez Tom no puede hacer caso omiso de ello. Le moja la cabeza y es su hermano gemelo, algo tiene que hacer. La idea se planta fijamente en él.

—Perdón, perdón… —Masculla Bill con pesadumbre. Suelta su agarre del cuerpo de Tom y frenético se limpia el rostro una y otra vez de nueva cuenta. Se siente infantil, pero lo cierto es que en verdad anda sensible y aunque la broma de andar ‘en sus días’ flota en el aire, la considera con seriedad pues no explica su humor tan repentinamente destrozado y víctima de cualquier cambio.

—Hey, Bill… —Tom le toca no muy seguro y es repelido de un manotazo. Eso le da la fuerza para intentarlo de nuevo—. ¿Pasa algo o…?

—Tomi, es que… me duele el corazón… —Rueda en su espalda y se le prende de un abrazo. Gira aún más y pronto está encima de Tom. Éste sintiendo como llora en silencio y se remueve encima de él. Su cabello pica, pero no le disgusta tanto como para alejarlo. Con torpeza, así lo siente, Tom acaricia su espalda y lo insta a tranquilizarse. Siente el borde de la cama y de su paciencia por esa noche con idéntica fuerza. Se irrita, pero palmea su cabeza y cree que al fin se ha calmado.

Bill alza el rostro de su cuello y se ve lúgubre. En cinco minutos, ha llorado tan fuerte y de manera tan sentida que su rostro luce fatal. Se le han hinchado los ojos y la boca forma un puchero. Apenas lo mira y exhala pesadamente. Tiene entre la nariz y los labios una humedad muy brillante. Se gira para limpiarse con el hombro y se aparta avergonzado. Unos cuantos cabellos se le han pegado.

Se intenta apartar, pero Tom le abraza por la espalda y sólo le deja moverse lo suficiente como para tener el rostro contra sus clavículas. Así, exhala.

—Eres una jodida… —empieza, tratando de aligerar la situación.

—Sí, una nena. Una jodida nena –le interrumpe con desánimo.

—Tú lo has dicho. –Bosteza con pesadez y agrega—: ¿nos dormimos?

Bill asiente.

Deja pasar unos segundos y entonces formula su verdadera pregunta.

—Tom, ¿te puedo besar de nuevo?

 

La banda entera espera su llamado para salir al aire. Toman turno con una ajetreada maquillista y esperan en una diminuta sala de algún foro perdido. Cada uno a sus manías y en silencio, pues es un show en vivo y los imprevistos en ese tipo de espectáculos siempre están a la orden del día de la misma manera que los nervios.

Su manager da las últimas indicaciones y desaparece tras un guardarropa móvil que una chica con gafas empuja.

Aparece el productor del programa y tras estrechar manos, les indica en rasgos generales que cuando sean nombrados deben entrar y tomar asiento al lado del conductor; sonreír y mostrarse amables es su protocolo, pero el hombre lo repite al menos tres veces con gran énfasis de tal manera que a la cuarta, despierta algunos gestos de incomodidad entre los chicos. Igual que su manager, desaparece y entonces es sólo cosa de esperar.

El programa sale del aire por comerciales y queda un tiempo indefinido pero corto para su aparición.

Gustav mira nervioso al escenario y se golpetea con ritmo la pierna. Para de pronto y dirige su comentario a los demás.

—Esas fans de la izquierda dan miedo –comenta con desgano.

Las chicas en cuestión traen camisetas con el logo pintado y un enorme cartelón, pero también ropa entallada y rostros maquillados en demasía.

—Parecen del tipo groupie –le secunda George. Vaga su mirada por todas y agrega—: la morena de la derecha… Hey, Tom, esa parece de tu tipo.

Se acerca al sofá donde éste escucha música con los ojos cerrados y cabecea llevando un ritmo que únicamente él escucha.Le da un golpe en los pies que tiene extendidos. Al instante abre los ojos y lo mira sin  emoción alguna. Se quita un auricular y alza una ceja.

—Ella parece barata. –Bill hace intromisión, luego de haber seguido el dedo con el que Gustav señalaba a la mencionada y se siente al lado de Tom de golpe. Mira a George parpadeando con rapidez y espera su contestación.

—¿Quién? –pregunta Tom con curiosidad.

—Vamos Bill, espera a que Tom le dé un vistazo y entonces la puedes tachar de lo que quieras. –Silba con sorna—. Ahora ya no esperas a que Tom les meta mano, las criticas desde antes. –Se abanica con la mano—. Uf, que este amor de gemelos es demasiado candente para mí.

Tom les mira sin entender y resopla al quitarse el segundo audífono. —¿Me perdí de algo?

—Pues verás –empieza—, anoche cuando tú bailabas y tu hermano, aquí presente, te vigilaba como madre a su hija virginal…

—Es momento de salir. –Gustav interrumpe, seguido de un empleado de la televisora que carga una carpeta gruesa—. Queda menos de un minuto de comerciales.

—Entonces, señoritas –Tom se guarda el reproductor en el bolsillo del pantalón y se acomoda la gorra—, es hora de salir y brillar.

Se dirige al pasillo por el cual deben de salir y bromea con George y Gustav. Bill aún se queda unos segundos en el sofá y cansado les sigue.

Da vuelta a las palabras de George y entiende que de verdad ha criticado sin motivo. Le gana le tentación de tallarse los ojos, pero se controla parpadeando con rapidez y sólo toca su frente con la punta de sus dedos. Hace una mueca. Teme haberse arruinado el maquillaje.

Gustav, que ha venido por él, lo toca suavemente en el hombro.

—¿Dolor de cabeza?

—No –murmura con gentileza; agradece el gesto—, estoy bien. –Se levanta y le sigue. Escucha la voz del presentador anunciándolos y trata de esbozar la mejor de sus sonrisas. Lo logra y así aparece de primer plano ante la audiencia que se congrega en el foro y ante los miles de ojos que le miran en el televisor a cadena nacional.

Saluda alzando su mano al público y toma verdadera conciencia de cuánto le duele el corazón.

 

Viajan a eso de las tres de la mañana por alguna carretera perdida y mal asfaltada; las lluvias parecen haber acabado con los tramos de buen pavimento y los baches son la prueba irrefutable de ello.

Luego del concierto y una improvisada firma de autógrafos que no parecía tener fin, todos duermen menos Bill en la camioneta que su manager ha rentado de último momento para regresar. Éste mira por la ventanilla la oscuridad que no parece tener fin y las señales luminosas que de vez en cuando aparecen y le deslumbran a causa de las potentes luces.

Quiere dormir, pero con los ronquidos que se escuchan, eso es imposible.

Recarga el rostro contra el cristal pero está tan helado que pega un respingo. Salta de su asiento y hace un sonido hueco contra el techo. Se toca con cuidado la cabeza y en el proceso, su codo impacta contra Tom, quien profundamente dormido en el reducido espacio por culpa de su necedad de llevar su guitarra con él, apenas y se percata.

Ladea ligeramente la cabeza al compás de algún bache y permanece igual. A Bill eso le parece increíble, porque sabe que casi siempre el menor ruido lo despierta.

—Tom –pronuncia en la oscuridad. Un ronquido desconocido le responde desde atrás. Vira el rostro y encuentra a George y a Gustav acurrucados uno encima del otro y con las bocas abiertas. Difícil es elegir a uno para acusarlo de tener una sinfónica mal afinada en el cuerpo.

Resopla, pero no se rinde. Vuelve a llamara su hermano con insistencia y le contempla intentando abrir los ojos. El batir de sus pestañas mientras es arrebatado del mundo de los sueños a esa veloz camioneta que cruza una línea imaginaria entre dos ciudades, hace sentir a Bill una culpa de niño.

—Fue George –masculla Tom—, yo lo vi…

Bill arquea una ceja; divertido del todo por su comentario, le acaricia con suavidad una mejilla. Esto lo sobresalta. Tom brinca y de igual manera que él unos segundos antes, impacta contra el techo.

Una serie de ronquidos conjuntos se escuchan casi con eco y Bill confirma que son ambos, George y Gustav, los culpables.

—¿Ya llegamos? –Cuestiona Tom, mirando por la ventanilla de su lado y decayendo de ánimos cuando ve que no es así.

—Creo que falta como una hora.

—Oh –Tom refriega sus puños contra los ojos—, creí que sí.

Se cruza de hombros y se dispone a dormir, pero entonces siente la frente de Bill presionando contra su hombro y comprende que eso no será tan fácil.

—Tengo sueño –masculla con cansancio. Reprime las ganas de apartarlo de un empellón, pues lo cierto es que siente un poco de frío y su contacto es cálido. Agradable y seguro. La paz que hay en eso le gusta, pero en un estado de semi inconsciencia como el que se encuentra, eso no se traduce a pensamientos coherentes, si no a emociones.

Contiene un fuerte bostezo y se inclina a su vez al regazo de Bill, quien le permite descansar ahí.

Sabe que dormirá hasta llegar al hotel porque las manos de su gemelo envolviéndole le dan a entender eso y confía en la veracidad que esa confianza ciega e inexplicable por él le da.

 

Gustav es quien da la sorpresa esa mañana.

De manera espontánea, y en parte extrañados porque pasaban de las horas matutinas y éste no aparecía en el comedor del hotel, habían subido a buscarle a su habitación, encontrándolo con el teléfono en mano y la prisa pintada en su rostro. Tampoco no muy dispuesto a dejarlos pasar, pero de cualquier modo George, seguido de Tom, entraban con desparpajo y a Bill no le quedaba nada más que seguirles de manera dócil.

—¿Eso fue un ‘yo te quiero también, Monique’ o tengo las orejas sucias? –Preguntaba George a los gemelos, mientras veía a su amigo ir de un lado a otro por el desastre de su habitación buscando, al parecer, un cambio de ropa para ponerse.

—Ambas –le chanceó Tom y obtuvo una mueca de parte del baterista.

—Silencio los dos –les calló Bill. Señaló a Gustav y vieron como este se sentaba en el borde de la cama y se mordisqueaba el labio inferior con nerviosismo, pero con todo, con una boba sonrisa en los labios.

Seguía así por espacio de unos segundos, pues al darse cuenta de que era observado, tapaba el auricular y su boca con una mano y apresuraba su charla. Colgaba unos instantes después y clareaba su garganta con nerviosismo.

—¿Sí? –Cuestionaba, no muy convencido de lo que iba a tener que soportar. Las miradas que Tom y George intercambiaban con malicia le hacían ruborizarse hasta las orejas y no se creía listo para ello.

—Monique –comenzó Tom, mirando hacía arriba y pestañeando con coquetería. Juntando ambas manos en su pecho y exhalando con profundidad.

—Ya, ya, deja eso. –George la daba un manotazo en el rostro e ignoraba su contestación para empezar con una sarta de burlas… Cosa que no hizo, pues Bill se adelantó a sus comentarios soeces e hizo la única pregunta que no podía sonar fatal.

—¿Es tu novia?

Escuchó a Gustav suspirar con alivio y asentir.

—Esperen, ¿Qué Monique no es aquella que…? –Tom de pronto tuvo una memoria increíble e hizo una seña obscena con la que George se rió de manera escandalosa, haciendo que Gustav se sonrojara y hundiera los hombros con pesimismo.

Sólo Bill sintió que se perdía de algo, pero recapacitó a tiempo y luego de eso no pudo quitar el ceño fruncido de su frente.

Era obvio, uno de los dos, si no es que ambos, se la había tirado y ahora ella salía con Gustav; por eso, con un pretexto bajo, todos se podían reír de éste último.

Le pareció horrible y no supo la manera exacta de hacerlo entender si tenía a un par de idiotas riendo al respecto. Se levantó de golpe y siguiendo un impulso inmediato ante lo que sentía, pateó a Tom en el acto; ignoró su gesto que denotaba molestia e incomprensión y salió arrastrando a Gustav con él, apenas dándole tiempo de tomar una camisa, un pantalón y zapatos.

—¿Qué le pasa? –Bufó George cuando escuchó la puerta azotarse.

Tom pensó que en verdad su gemelo andaba en sus días. Resopló fastidiado y extendió las piernas al frente. Se cruzó de brazos. –Ni jodida idea.

 

A los ojos ajenos, lo que correspondía a ser la personalidad de Gustav dentro de la banda era su timidez y calma, siempre en un segundo o tercer plano con respecto a los demás integrantes, pero lo cierto es que contaba con un carácter tan o más interesante que los demás.

De eso Bill puede estar seguro y apuesta su melena en ello. Da todo a que es así y con fe ciega en ello, camina silenciosa al lado suyo. Lo guía o se deja guiar, no muy seguro de ello, pero ciertamente los dos caminan sin rumbo fijo por los pasillos del hotel hasta terminar en un noveno piso que no corresponde a los cuartos de nadie conocido. Ahí no se permite fumar. Los carteles lo indican y es un detalle en el que Bill repara una y otra vez.

Se detienen ahí y Bill no sabe ni qué hacer o decir. Se cruza de brazos incómodo y frota sus dedos contra sus labios. No quiere ser el primero en hablar, pero Gustav parece recio a ocupar ese dudable primer lugar.

Hace amago de abrir la boca, pero no parece ser el lugar adecuado para semejante tema. Lo mismo se aplica a su habitación, quien posiblemente se encuentra invadida hasta su regreso. Bill soluciona eso llevándolo a la suya propia.

 

Bill piensa que se vuelve una chica del todo. Ya no como una broma de la que se pueden burlar todos menos él, si no como una realidad bastante bochornosa. Gustav se lo hace saber con un hipido y un nuevo trago a su lata de cerveza y no lo niega. Hace un gesto dramático y atusa su flequillo con coquetería mientras rueda por la alfombra.

—Nenaza –le señala con el dedo.

—Bah –le responde, sacando su dedo medio—, las niñas no hacen eso.

—Chica muy mala; perversa. –Pierde el enfoque visual con sus palabras y cierra los ojos aturdido—. Mierda, estoy tan… mareado.

Bill señala los dos paquetes de cerveza que se han bebido en el transcurso de la tarde y apunta cinco a su cuenta y siete a la de su amigo. Se lo hace saber alzando dedos y apura su último trago con un suspiro de satisfacción. Sigue helado.

—No, no, es tu jodida laca de las uñas. –Rebate y tose el decirlo, alzando la mano izquierda y agitando los dedos recién manicurados con coquetería en el proceso—. ¿Lucen bien?

Bill se carcajea. –Preciosas. El negro te sienta bien.

—Pues… —Gustav se admira la mano y piensa que en verdad no es tan malo. En algún momento, Bill sacó sus enseres de belleza y de entre todos, el único que le convenció de usar fue la laca de uñas. Se toca el rostro… y claro, el rimel, las sombras y un poco de labial. Se parte de la risa con ello.

—¿Puesss? –Cuestiona saltando de la almohada en la que se apoyaba y caminando sin rumbo por la habitación. Encuentra otra cerveza en el mini bar y regresa—. ¿Seguimos con las de los pies?

—Oh –se coloca una mano en la frente; Gustav sabe que uno no por respuesta no bastará—, ya qué…

 

Bill evita con no mucha concentración escuchar la plática que los tres mantienen en la entrada de su habitación. Rueda bocabajo sobre su cama y se pierde en el murmullo de voces tensas y disculpas lentas de salir. Desea que Gustav venda caro su perdón y que de paso no saque las manos de los bolsillos, pues la manicura francesa que le ha hecho horas antes, puede arruinarlo todo.

Se pierde en sueños y lo último de lo que tiene un recuerdo es de verlos bajo la luz del pasillo y mascullando de algo que ya no entiende. Cree que todo se ha solucionado y que como nada malo ha hecho, puede dormirse con tranquilidad.

Se siente flotar y luego nada… Hasta que Tom lo gira y lo sienta para despojarle de su camiseta. Habla entre dientes y resopla a través de ellos mientras le alza los brazos y evita por todos los medios que caiga de nuevo. Le sostiene por debajo de los brazos y exhala sobre su cabeza con esfuerzo.

Bill abre la boca intentando decirle que él puede, que no está ebrio como puede creer, pero el solo pensamiento le produce una dificultad muy grande: coordinarse. Lo que piensa, fluye con rapidez; no así sus labios, que se traban el uno con el otro.

—No me vayas a vomitar –escucha. Gruñe en respuesta y Tom ya sabe que está al menos escuchándole—. Si te interesa, nos hemos disculpado con Gustav. Qué digo, si eres un cotilla. De no estar así, picarías mis costillas para obligarme. –Nuevo gruñido, un poco suave. Tom imagina sus facciones y asiente para sí mismo—. Vimos sus uñas, por cierto, y no es que sea de mi incumbencia, pero… ¡Ou! –Siente un ligero pellizco en su costado y deja el comentario ir.

Su hermano se apoya con esfuerzo hacía adelante y descansa su cabeza sobre su pecho. Tom le ayuda apoyando ambas manos en su espalda y sosteniéndole. Le acaricia con repetidas fuerzas de arriba abajo y continúa.

—Él y George han llorado… Claro, ebrios. No es que me sorprenda, pero se han ido hombro con hombro por el pasillo y parecían dispuestos a seguir bebiendo juntos. Me hizo pensar que fue mucha molestia de tu parte y para nada. Si no te metieras tanto…–Esperó una respuesta áspera de su último comentario—. ¿Bill?

Monique… —Murmura entre su estupor—. Al final… ¿quién se la había tirado? –Intenta alzar la cabeza, pero se siente tan en paz con ésta sobre el vientre de Tom que desiste—. Fuiste tú, ¿no es así?

—Bueno, es hora de dormir. Le oí decir a aquellos dos que mañana hay sesión fotográfica y… —le palmeó la cabeza.

—Tom Kaulitz, responde mi pregunta –amenaza Bill con una semejanza que a Tom le recuerda a su madre en sus malos ratos.

Se hace un tenso silencio seguido de dos suspiros muy similares. Ambos de cansancio y hastío.

—No.

—¿No? –Bill levanta finalmente su cabeza de su regazo y lo mira sin entender del todo su respuesta—. ¿No qué?

—No a nada –masculla—. No fui yo el que lo hizo con ella y honestamente, creo que George tampoco. Nunca los vi tomarse las manos así que… —Hizo un gesto de fastidio—. Ok, entrevista terminada. A dormir.

Le lanzó de pronto contra la cama y Bill cayó de espaldas, sintiendo un extraño frío. Se cruzó de brazos por encima de su pecho desnudo y apenas iluminado por una lámpara de noche a unos metros, vio a Tom despojarse del mismo modo de sus camisetas para quedar con la misma condición.

Resopló y le contempló con ojos turbios.

Le mira con cautela. Se inclina por encima de él y se muestra temeroso por algo… Bill lo entiende. Se cubre el rostro con el antebrazo y jadea de expectación.Se pregunta cuándo lo hará y dará pie a lo que días antes su propia pregunta desencadenó.

En lugar de eso, le siente apartarse. El colchón chirría con suavidad y el peso se aligera al bajarse Tom de ahí y yendo hacía el baño, se despojar de sus pantalones. Entra y cierra la puerta; el clic se hace sonoro por la silenciosa habitación.

 

Bill se siente dormir de nuevo y no puede saber con certeza cuánto tiempo tiene así. Tom parece tardarse una eternidad en el baño y un grifo abierto gotea. Lo escucha y razona que entonces no ha pasado tanto tiempo.

Mueve los dedos de los pies entre sí y tiene certeza de lo que sucederá. Está nervioso y su garganta se seca.

Eso se confirma cuando la puerta del baño se abre y las pisadas de su hermano se escuchan amortiguadas a causa de la mullida alfombra. Todo es sonidos luego que da un salto a la cama y uno de sus huesos cruje. “Mi hermano es un anciano”, piensa Bill. El suave movimiento de las sábanas y el botón de su propio pantalón, hacen un ruido tan metálico como la cremallera deslizándose con lentitud.

Para y se cierne por encima suyo hasta quedarse a un costado. Huele a pasta de dientes y a una ligera insinuación de sudor del día que para nada es molesta.

Espera su siguiente movimiento, pero no hay nada. La mente le vaga de nuevo al asunto de Gustav y a Monique. A que Tom pudo mentir al respecto, pero que el verdadero problema no es ese, ni los sentimientos que bullen ante lo que sola idea desencadena en sí. Es más a la aprobación de un hecho real; no sólo son celos. Acepta que es algo más, pero pierde el rastro de eso al sentir el aliento cálido contra su oreja y se estremece. Se sofoca ante el repentino calor que experimenta.

—Bill… —Tom al fin hace su movimiento, casi tan nervioso como para detenerse, pero no lo hace. Toca con su mano su mejilla y lo mueve hasta tenerlo lo más cerca posible. Sólo entonces Bill aparta su brazo de los ojos y detecta que la habitación está a oscuras. La ebriedad se le evapora en un instante. Traga con fuerza y apenas oye la petición tenue de su gemelo—. Pídelo…Pídemelo de nuevo…

Se inclina sobre él y Bill tiembla al percibir sus labios en su cuello. Sus manos rodeándole con suavidad y el peso al que días atrás se volvió familiar inclinándose de manera apenas perceptible sobre él.

—Tomi –murmura—, bésame, por favor…

Se complace de su rapidez. Pierde el aliento a una velocidad alarmante y se deja devorar con fruición.

Con eso ya no tiene problemas; lo acepta con calma.

 

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