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Semtiminifi por Marbius

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BIEN-ESTAR

 

Tragan con dificultad. Ambos. Al mismo tiempo. El hecho de ser gemelos al fin se pone de manifiesto tras muchos años de tener una brecha divisorio lo suficientemente amplia y profunda como para marcarlo. Después de eso, sólo queda agachar la mirada y aceptarlo con resignación, pero ninguno de los dos parece dispuesto a ceder terreno.

—Ugh, espera. —Bill no quiere perder, pero ya no puede. Aparta a Tom de sí y jadea presa de un incontrolable esfuerzo. Su pecho arde de la misma manera que el de su gemelo, pero es quien se queja primero de ello.

Se arrastra por encima de las sábanas revueltas y entiende que ha sido el que ha ocasionado todo y el primero que huye de la responsabilidad. Tom, que le reprocha con ojos turbios y apoyado en sus brazos, se lo hace saber. Resopla en fastidio y se lo confirma como un panorama bastante negativo.

Hay algo en la manera en la que molesto le ve, pero se siente alterado e incapaz de regresar a su anterior postura. El cuerpo de su gemelo cubriendo por completo el suyo ya no parece suficiente y quiere más, pero el agujero negro en el que su estómago se transforma, se lo impide de manera tajante.

La mano de Tom que le busca y le toca en un costado con foránea suavidad le provoca morderse los labios, mirar por encima de su hombro y negar con el rostro encendido por la vergüenza y la excitación que experimenta. Esconderse y replegarse del mismo modo contra la cabecera. Huir con prisa de la cama, porque si permanece un instante más, puede hacer algo que… no entiende…

—¿Qué pasa? –Pregunta Tom con hosquedad. No puede evitar sonar resentido, pues no le gusta ser repelido. Bill ha empezado eso y tiene que responder a ello. No es que lo piense exactamente, pero en esos momentos, su entrepierna habla por él y piensa de manera más drástica que el mismo dueño.

—No –es lo único que atina a responder. Traga con dificultad—, es no.

Se atusa el cabello y se da cuenta de cuán húmedo está en la nuca.Es sudor; son los besos que Tom regó por ahí. Tiene valentía en su gesto, pues quiere aparentar una despreocupación que en verdad no siente. En realidad está espantado y al borde de un grito. Tom lo pone así. Lo tiene así.

Y el causante sólo arquea sus cejas. Tuerce los labios en un gesto contrariado y le imita en frialdad con más éxito que el suyo.

—Bill –murmura con calma—, regresa a la cama.

Parece tan tranquilo que el mismo Bill regresa, pero de manera incompleta; se sienta en el borde del colchón y juguetea su cabello con nerviosismo. Elude mirar más allá de lo que sus ojos abarcan, pero no puedo evitar situar a su gemelo en el borde periférico de su visión y tener certeza de lo que hace y cuánto se acerca.

El toque suave que le busca es sumamente agradable. Aprieta con la fuerza necesaria sus brazos y le permite arrastrarle de nuevo. No la misma postura, pero sí al mismo problema que se va a desencadenar.

Hay igualdad.

De costado, ambos se observan con la poca luz que la bombilla del baño deja salir tras la puerta mal cerrada. Se mantienen en esa postura, acercándose lentamente y de nuevo besándose. Las piernas se entrelazan y la temperatura a su alrededor parece aumentar. De hecho lo hace y Bill estalla de nueva cuenta. Se acurruca contra sí mismo y jadea sin control.

—Estás… duro… —Declara con sofoco. Eso es obvio, pero igual frena sus nuevos avances con la palma de su mano extendida en su pecho y tiembla. Experimenta una nula emoción ante eso. Curva los dedos de sus manos y Tom respinga; ambos se detienen del todo.

En la calle, pisos abajo, parece pasar el camión de la basura. Traquetea por la calle y su sonido distrae a ambos. Se centran en eso; en lo que imaginan. Se aleja y en algún momento ya no se oye. Quedan la quietud y la tensión anterior, pues no es algo que se pueda desechar y tirar a la papelera para ser recogido por alguien más.

—¿Sigues…?

—Sí. –Se muerde el labio y Bill lo agradece—. Mucho.

El menor exhala exhausto. Él también, pero le cuesta admitirlo. No está muy seguro que puede ocurrir, pero se hace una vaga idea, sólo que en esta se cuela el pensamiento de que Tom, por una sola ocasión, le lleva ventaja. No evita fruncir el ceño y girarse enfurecido hacía el techo. Poner ambas manos en su cabeza y patalear hasta deshacerse de las mantas.

Caen contra el suelo y entonces aprecia que va a sentir frío. Que de hecho, ya lo siente. El sudor se evapora con rapidez y deja tras de sí, un rastro de culpa helada.

Los muelles de la cama chirrían y Tom se levanta. Camina al baño con paso ligero. Bill piensa que irá a apagar la bombilla, pero en lugar de eso, cierra la puerta con su pie. Se encierra ahí y tarda un rato.

Cuando sale, está de nuevo en calma. Se tira a su lado y su erección ha desaparecido. Bill tiene una idea de lo que hizo y silenciosamente le agradece el gesto, que si bien no fue del todo por él, le ha ahorrado una inquietud.

Duermen con calma uno contra el otro.

 

Bill come pop corn de un enorme tazón y presiona los botones del control remoto con movimientos mecánicos. Bebe de su coca de dieta y eructa con discreción al tiempo que se golpea el pecho con ligeros toques. Descalzo, sube los pies al otro lado del sofá y se acomoda a su antojo.

Revisa viejos videos. De todo, de nada.

Cuando al fin se cansa de ello, apaga el televisor. Se sume en la oscuridad y el mutismo de esa noche; Tom no ha venido y sabe que no lo hará. Está furioso; ambos lo están. Cuando enfila al baño y se mira en el espejo, lo confirma; lava sus dientes y se quita los calcetines en un mismo tiempo. Camina hasta su cama y se acuesta en ella.

—Tomi, eres un imbécil… —Masculla antes de caer en un penoso sueño.

 

Alza los labios formando un beso a medias y se deja maquillar. La chica que lo hace, saca su pincel y no puede evitar verla con un poco de temor; luce como cualquier groupie, o es que acaso sus miedos son infundados. De cualquier modo, apenas controla su brazo que se intenta levantar y apartarla. Opta por cerrar los ojos y se pierde la mirada de Tom que le vigila.

—Oh, pero qué preciosura –la chica exclama. Le muestra en su espejo y Bill agradece con torpeza el cumplido. Se contempla y piensa en comprar el mismo lip gloss; jura que sabe a fresas, o al menos a eso huele, pero no se atreve a lamer sus labios pues eso puede arruinarlo y alargar el tiempo que ella está a su lado.

—Gracias –dice con modestia. Devuelve el espejo y se cruza de piernas. Alisa su ropa y mira el plató llenarse con una velocidad alarmante.

Desvía sus ojos de todo eso y encuentra a Tom en un primer plano con la chica que le maquillaba. Le mira sonreírle y dejarse empolvar un poco. Su sonrisa se desvanece, pero por dentro no siente nada. Gira de panorama pues no quiere ser atrapado y se concentra en George, que no cesa de golpetear con el suelo con un pie.

—¿Nervioso? –Le pregunta.

—No –responde con franqueza—. No como Gustav, obsérvalo…

Bill sigue con la mirada el brazo que el bajista ha alzado y lo confirma: Gustav es quien muere de nervios. Camina de lado a lado por todo el foro y cada tanto abre una botella de agua que carga y bebe un ligero sorbo, sólo lo suficiente para humedecerse los labios, y al parecer renovar sus fuerzas para hacer un surco en el suelo. Aún trae las uñas pintadas y Bill no evita una burla que George le secunda.

Se queda en total mutismo cuando Tom finalmente se les une y se repatinga a un lado suyo. Así es la situación: ellos dos ante la cámara principal y los demás formando un marco a su alrededor. Ahora mismo lo hacen. Gustav se digna al fin a acompañarles y el espacio en el sofá sobre el cual las principales cámaras se enfocarán, se disminuye de manera notable.

Las manos que antes apoyaba a los lados se cierran en torno a sus codos e incómodo, aprieta las piernas una con la otra. Las cruza como lo haría cualquier mujer y arruga la nariz con el pensamiento. Pero es imposible no hacerlo de esa forma. Tom ha ocupado gran parte del espacio recostándose un poco contra el respaldo y encontrando acomodo a sus anchas.

La rodilla que le roza el muslo lo hace dar un respingo apresurado que Tom no deja pasar. Le observa de reojo con un gesto divertido ante sus remilgos pero no dice nada. En su lugar, Gustav se queja.

—Bien, alguien ha subido de peso que no cabemos los cuatro aquí. –Se levanta y alza los brazos al estirarse—. Mi trasero flota a medias.

—Oh, ¿tu lindo trasero? –George le guiña un ojo y rompe la tensión.

—Pues este trasero –lo palmea al decirlo—, levanta fuego por todos lados.

—Lo haga o no, pronto se podrá vender por kilo –agrega Tom y ríe con fuerza. George y Gustav le imitan, pero Bill sólo se toca el rostro con la yema de los dedos; hace apenas una mueca y se cierra más en torno a sí mismo.

Quiere desaparecer o que Tom lo haga, pero al final la idea de hacerlo ambos, le seduce con una abrumadora claridad.

 

Tom ha regresado esa noche. “Luce patético”, piensa Bill, tentado de cerrarle la puerta con fuerza contra la nariz, pero se contiene. No quiere parecer de ninguna manera ante los ojos de su gemelo y le deja la entrada libre. Se aparta contrayéndose contra el muro y Tom entiende la indirecta. Pasa al interior llevando en una mano una bolsa negra y en la otra algo que huele como comida china.

—Noche de chicos –afirma con orgullo y deja pasar de largo y por mucho, la mueca que Bill esboza.

—¿Soy una nena, recuerdas? –Cierra la puerta con un pie y le sigue.

—Nena o no, ya estoy aquí –aclara sin mucha intención.

Tom se posiciona frente al televisor y desempaca con desenfado lo que trae. De la bolsa negra, saca aspirinas, que Bill no explica hasta que extrae unas botellas de alcohol que repiquetean al contacto con la mesa de cristal y que son seguidas por algunos videos presumiblemente de renta. Se deja caer en el sofá con pesadez y palmea a un lado con inocencia.

–Vamos— dice con dulzura—, por mí.

Bill gira los ojos pero le obedece. Se sienta a su lado y se aleja al extremo opuesto. Tom parece ignorar eso y se inclina sobre el mueble. Prende el televisor e introduce un disco en el DVD; espera a que el buffer cargue y abre una botella. Bebe directo de ella y se la ofrece a Bill, quien declina con un gesto de desagrado.

—Anoche no viniste –dice con sencillez. Tom insiste y no le queda más que aceptar un trago. Casi se ahoga con él.

—Si me voy a tener que masturbar, al menos quiero que sea en mi cuarto –responde como si nada. Juguetea con el control remoto y se concentra en la luminosa pantalla. Bill no sabe si miente o no, pero lo cierto es que bebe de nuevo para calmar su repentina inquietud.

Se limpia con el dorso de su antebrazo y le observa de reojo. No luce abochornado en lo más mínimo por lo que ha dicho, si no más bien risueño. Parece que su intención era ponerlo nervioso y lo ha logrado.

Se concentra un poco en sus manos y por tercera vez bebe; es algo dulce, si bien advierte el sabor al alcohol, pero no piensa emborracharse. De hecho, no piensa en nada. Se limita a esperar a que Tom realice el primer movimiento y entonces saber de qué manera actuar. Hasta entonces, los minutos pasan como pegados entre sí.

—Eso –le escucha decir finalmente. Parpadea repetidamente y mira la pantalla que muestra porno.

—No se que pretendes, pero… —Empieza, repentinamente molesto.

Bill –siente la mano de Tom tomar una de las suyas y el estómago se le vuelve una masa pesada. Para sus intentos de levantarse e irse por sentirse estúpido y quedarse en su lugar—, es sólo beber, mirar unas películas sucias y hablar. –Se mueve en su lugar y se acerca peligrosamente al punto en que sus bocas se tocan; Bill no hace nada por impedirlo. No puede—. Aguanta hasta el final, ¿vale?

Asiente tragando duro.

 

No le queda más que curvar los dedos se sus pies contra la suave sábana. Se estremece y alza un poco la cabeza de la almohada, pero de cualquier modo, no ve nada. Tom está ahí, en algún punto debajo de su cintura y aunque sus manos están por todos lados, o eso cree, lo que aprecia con más fuerza son sus labios succionando la suave piel de sus muslos. Mordisquea con fruición y le hace deslizarse contra el colchón de un lado a otro. Se siente su víctima pasiva de una violación consentida y se abochorna ante lo ridículo de la idea.

Gimotea, presa de la culpa del placer y cubre su cabeza con la almohada. Ésta huela a sus productos del cabello y la lanza lejos. Se arrepiente de ello, pues se imagina desprotegido de todo sin ella.

—Tom –murmura—, Tomi, para… Detente, por favor… —Mete las manos entre sus piernas y jala de su cabello con un deje de desesperación.

Le siente tan cerca de despojarlo de sus bóxers que hay una nota de terror en su voz. Quiere lloriquear por ello, pero se contiene con un poco de orgullo. Detiene las manos que juguetean con el elástico de su prenda y los labios que ya habían subido lo bastante para rozar su ingle y soplar tibio aire en ella.

—Tienes que detenerte –balbucea con ciego terror. Se incorpora como puede, pero su gemelo no se aparta de entre sus piernas. Se impulsa más y termina enterrando su rostro contra su estómago, lo besa, aún con los intentos de Bill de apartarle de ahí.

—¿Por qué? –Pregunta, mientras jala sus interiores y libera su apretada erección de la tensa tela. Besa la punta con suavidad—. Mierda, dame una buena razón –masculla, al tiempo que recorre la suave piel con su lengua.

—Estoy duro… —le responde con dificultad. Sus manos intentan alejarlo, pero Tom se sujeta con fuerza de sus muslos y le hace llorar del placer, del dolor en ello—. Muy, pero muy… duro.

—Genio, de eso me doy cuenta –dice antes de engullirlo completamente y ganarse un rodillazo tembloroso en uno de los costados.

—No, para ya. –Hizo amago de incorporarse, pero sus piernas se habían vuelto de papel al sentir como la lengua de su gemelo se deslizaba por su miembro y por todas partes. El placer se transformaba en algo maravilloso y aterrador que lo tenía contorsionando su faz en rictus extraños.

Extendía las manos y las posicionaba a ambos lados de las mejillas de Tom; presionaba contra su mandíbula y se liberaba de su agarre. Lo sostenía de esa manera, mientras sus rodillas temblaban y su corazón amenazaba con salírsele del pecho.

—Eso es asqueroso… —Mascullaba. Soltaba a Tom y se cubría la cabeza con sus manos, tratando de alejarse lo más posible de lo que pasaba.

—No lo creo –le respondió limpiándose la barbilla con el dorso de su brazo. Se alzó por entre las piernas de su hermano y presionó contra él hasta tenerlo recostado en su espalda y cubriéndole por completo con su cuerpo ya desnudo.

Ignoraba el hecho de que le hubiese volteado el rostro y se concentraba en besar el lóbulo de su oreja; besar la suave piel que se le exponía y nada más. Entrelazaba sus manos y así evitaba en medida de lo posible, que huyese o se molestase. Con Bill, la mejor manera de controlarlo, era mostrarse fuerte y lo iba a hacer.

—Tom, te lo juro: estás… apretándote contra mí –gruñó de improviso—. Quita tu cosa de encima mío o…

Sencillamente, su hermano pasó de él. Se deslizó contra su cuerpo y sus caderas encajaron de manera perfecta en un movimiento que hizo hasta al mismo Bill abrir la boca y quejarse con fuerza.

—¡Qué pares, animal! –Maldijo. Soltó una de sus manos de las de Tom y haciéndola puño, la impacto con energía contra su mentón. No con fuerza desmedida, pero si la suficiente para que doliera y lo alejara. No lo lamentó en lo absoluto.

—Me has golpeado –dijo Tom al tiempo que se tanteaba la zona. Se apartó de su lado y lo dejó en libertad de moverse. Irse si quería, pero Bill permaneció acostado y con las manos a ambos lados de su cabeza sin moverse; sin atreverse a respirar siquiera.

Se quedaron en silencio. Ambos esperando la retahíla del otro que no llegaba y que parecía aplazarse de manera indefinida.

Al final fue el mayor, quien se levantó de la cama y con pasos torpes se dirigía al baño. Iba desnudo.

—¿Tom…? –Musitó el menor desde la cama. Se incorporó igual del colchón y le siguió, pero llegó tarde. La puerta se cerró ante su rostro dando una brisa de aire como resultado y se quedó estupefacto al oír el clic de la cerradura ser puesto.

Apoyó la frente contra la madera y esperó unos segundos en espera de algún ruido, alguna respuesta. Tocó con los nudillos muy despacio pero no obtuvo contestación alguna. Sabía que se había molestado o que al menos estaba insatisfecho, pero no quería sacrificarse aún a sí mismo por la felicidad del otro.

De mala gana, regresó a la cama y le esperó.

 

Salió una media hora después y de mejor talante, pero no regresó al lado de su hermano. En lugar de ello, ignoró su súplica muda y se dirigió ante el televisor que no habían apagado y que seguía mostrando películas para adultos.

Bebió solo y comió solo al menos por un rato antes de que Bill le fuese a buscar y rodeara su cuerpo desde atrás con sus brazos. Apoyaba sus mejillas juntas mientras vencía su vergüenza y sus manos tocaban su vientre y se pecho. Besaba su cuello y la línea que este tenía hasta sus clavículas con desesperante lentitud, pero era ignorado con no poca facilidad.

Eso era sentirse del todo rechazado, pero Bill no era alguien que se rindiese con facilidad y menos contra quien competía desde que tenía memoria.

Aflojaba su agarre y caminaba hasta interponerse entre la pantalla luminosa y la mirada de Tom, que en ningún momento pareció demostrar que existía.

Pasaba de él y seguía bebiendo en silencio. Se le cerraban los ojos, pero no parecía dispuesto a levantarse de su sitio o de prestarle atención, por muy mínima que esta fuera. En lugar de ello, bostezaba y se desatendía.

—Tom –empezaba Bill, dispuesto a arreglar ese todo que no se definía—, tenemos que hablar.

—No te oigo –le respondía. Alzaba la vista y lucía molesto.

Los ojos de Bill relampaguearon. –No te atrevas a ignorarme o…

—¿O qué? –Le retó. Por la manera en la que lo dijo, arrastrando las palabras y con un ligero tropiezo de su lengua, quedó en claro que estaba ebrio o al menos cerca de ello. Contra eso, Bill no quería discutir. Exhaló aire con pesar.

—O te pateo fuera de mi habitación –respondió ya sin ánimos—. Creo, no.... Estás –desvió la mirada—, complicando las cosas. Vamos a dormir.

Tendió la mano esperando que su hermano la tomase, pero en lugar de ello, asió la botella con más fuerza y tomó un nuevo trago. Arqueó las cejas al tiempo que la bajaba muy lentamente e hizo un amago de irse que no pudo ser. Se encontró sujeto por los brazos de Tom, que lo rodeaban estrechamente por la espalda y lo acariciaban de arriba abajo con movimientos rudos y torpes.

—Compórtate, Tom –alcanzó a decir. Luego sintió el beso contra sus labios.

—¿En verdad... me sacarías de aquí? –Preguntó.

—A patadas, ya te dije. Ven a la cama. –Se intentó alejar y llevarlo consigo, pero Tom se había afianzado con fuerza al suelo y parecía reacio a moverse de ahí o a dejar que Bill se alejase de su lado.

—Si regresamos, me tendrás que patear en verdad de aquí. –Lo dijo de una forma tan seria que no hubo opción.

Bill regresó por las mantas y ambos encontraron la manera de acurrucarse en el estrecho sofá, uno contra el otro, al tiempo que se estrechaban con fuerza.

 

“Hay que hablar, Bill” fue lo primero que el mencionado escuchó al abrir los ojos y encontrar a su hermano ya despierto y mirándole con fijeza. No pudo sino dar un brinco y darse cuenta que su boca sabía a calcetín usado. No respondió nada por vergüenza y corrió al baño a lavarse con dientes con presteza, pero mientras se veía en el espejo y recordaba lo sucedido la noche anterior, no podía evitar el oscuro pensamiento de que en verdad había que hablar; que ambos tenían que hacerlo.

Sólo que… mientras se enjuagaba y mojaba su rostro, llegaba a la conclusión de que el tema a tratar era no únicamente incómodo, sino que no existía realmente como tal. Todo parecía ir en espiral hacía el núcleo del desastre y parecía como si tomase la mano de Tom y lo arrastrase a ello, aunque fuera con consentimiento de su parte.

 

Después de sus palabras, el hablar, propiamente dicho, se había tornado una tarea difícil de ser lograda.

George había elegido ese día como el propicio para tornarse fastidioso y aunque erizaba los cabellos de Tom con sus bromas pesadas, aún no había logrado que explotase. Bill a eso no podía menos que agradecer, pues seguía reuniendo argumentos para… ¿Para qué, en realidad?

Mientras caminaba por los pasillos del estudio de grabación y esperaban una camioneta que los iba a llevar a otro sitio, se intentaba concentrar en ello, pero parecía algo del todo complicado e imposible.

Igual que con su episodio de celos hacía Tom y lo que había hecho, no quería, más que no poder, pensar al respecto. Hacerlo, era como querer darle forma a algo que podía volverse en su contra. Los sentimientos que albergaba al respecto era mejor, desde el punto de vista de ese momento, sólo sentirlos y no darles un nombre, pues eso les daba un poder que lo podía colocar en una situación desventajosa.

El problema era que entre más eludía el tema en su cabeza, más se cernía sobre sí y la desolación lo invadía como soga al cuello.

—Bill –en algún momento, Gustav había puesto su mano en su hombro y detenía su frenético caminar por todos lados para detenerlo—. ¿Estás bien?

En verdad lucía preocupado, pero Bill estaba seguro que atribuía su estado a cualquier cosa menos a lo que era. Tragó saliva con dificultad e hizo una media sonrisa torcida que no le terminó de convencer. Se lo demostró frunciendo el ceño y afianzando más duro su agarre en su hombro.

—Claro. Estoy bien –dijo al tiempo que se deshacía de su toque.

—Luces fatal –le replicó.

—Gracias, amigo. Tú también –ironizó. Hizo intento de alejarse, pero fue detenido de nueva cuenta—. ¿Qué? Ya te dije que estoy bien.

—No lo tomes a mal, pero es la verdad. Parece como si, no sé, fueras a enfermar y luego morir o algo peor.

—Tus deseos me conmueven –replicó con frialdad. Se dio media vuelta para irse, pero por tercera vez fue retenido—. ¡Con una jodida, Gustav, que estoy… bien! –Se paralizó del todo.

Detrás de Gustav, estaban Tom y George mirándole con igual gesto de preocupación. Ambos asombrados ante su repentina explosión, a diferencia de Gustav, quien había palidecido y suavemente le soltaba. Se iba mirando al suelo.

—La cagaste –canturreó George, pero entendió que no era buen momento para bromas luego de que Bill inclinó la cabeza y comenzó a llorar en silencio.

Ni siquiera Tom se atrevió a consolarle y de cualquier modo, no hubo tiempo. Pasados unos segundos, se limpió la cara con el dorso de la manga de su suéter y fue en búsqueda de Gustav.

—¿Qué mierda pasa aquí? –Cuestiona al final el bajista, ya no muy seguro si era una broma entre ellos todo eso o qué diablos.

—Cosas de chicas; no te metas o… —Tom miró por su hombre—, puedes terminar arañado del todo.

 

En realidad, Gustav no admitió que se había… ofendido. Que había sido herido, pero el hecho quedó tácito cuando Bill se paró a un lado suyo y le dio una caja de galletas de chocolate.

Ambos pensaron que era un gesto de niños y no andaban muy lejos de ello, pero la relación que solían mantener mientras Tom y George se encontraban lejos, solía ser un poco menos impersonal que en conjunto los cuatro.

Aceptó la disculpa tomando el paquete y tras abrirlo, mordisqueó una de ellas con lentitud. Bill se sentó a su lado, al pie de unas escaleras que emergencia y apoyó su cabeza en un costado.

—¿Sabes que lo siento, verdad? –Le sintió asentir—. ¿Y qué he sido un… total idiota al respecto?

—Ajá. –Terminó con la galleta y continuó con otra—. Ya dilo, Bill.

—Lo siento, Gustav, por ser… yo –se disculpó con sencillez.

—¿Y qué más? –Si Bill le hubiese mirado, habría sabido que era una broma, pero en lugar de ello, se le encogió el corazón y de nueva cuenta comenzó a llorar.

—Perdón, ¿sí? No era mi intención y… y… Es que… —Suspiró con fuerza, al borde del precipicio que había construido en un instante y al que no parecía tener otra opción más que saltar.

Abrió los ojos grande y el llanto corrió por sus mejillas de manera instantánea. Hasta Gustav detuvo su voracidad con las galletas y le contempló escasos segundos antes de abrazarlo.

Bill era más alto que él y hacía eso embarazoso en extremo, pero no importó a los ojos de Gustav, quien con ternura le envolvió y lo dejó llorar cuanto quisiera. No importaba que Bill realmente no encajara con él de la misma forma en que lo había hecho con Tom la noche anterior, porque de cualquier modo eso era algo que no sabía.

—Puedes llorar cuanto quieras, ¿ok? –Acarició con cuidado su cabello—. Somos amigos y supongo, bueno, sé que para eso estamos, pero recuerda que tu maquillaje se puede arruinar… —Hizo una pausa.

El menor hipó. Cierto. Se podía echar a perder del todo. Eso era una preocupación más a la lista que con Tom, parecía crecer, pero lo fútil en lo simple que era, le relajó. Agradecía eso en lugar de inútiles palabras de consuelo.

—Bien, bien; seré fuerte.— Se alejó un poco de Gustav y con la punta de los dedos limpió el borde de sus párpados. Consiguió dos cosas con ello: sendas líneas negras extendiéndose hacía sus sienes y una mofa de su amigo.

—Espera, deja lo hago yo. –Sacaba su pañuelo del bolsillo trasero de sus jeans y mojaba la punta con su lengua. Tomaba el rostro de Bill y daba indicaciones—: mira hacía arriba.

Bill le obedeció, y su vista se enfocó en la bombilla parpadeante que iluminaba sobre sus cabezas. Sus cavilaciones adquiriendo la idea de que todos los techos del mundo parecían caerse por la humedad y la pintura de mala calidad, pues desde que había estado en aquel hotel de tercera y que todo había dado comienzo a sus problemas con Tom (“Problemas que yo ocasioné”, pensó con amargura) era algo que notaba con regularidad, por lo general, cuando Tom dormía a su lado luego de haberse encerrado en el baño un rato… Sacudió su cabeza ante la idea, pero olvidó que Gustav aún se afanaba en corregir su maquillaje corrido, pues logró que su ojo fuera picado.

—Dios, eso duele… —Se alejaba tanto como podía y parpadeaba repetidas veces agitando aire batiendo palmas con fuerza sobre el área afectada—. Mierda, mierda… Creo que voy a llorar; duele…

—De haber sabido que era tan fácil hacer que lloraras… —La chanceó el rubio. Aceptó de buena gana el golpe contra su brazo, pero de nueva cuenta alzó el pañuelo y continuó con lo que hacía.

Unos minutos después, consiguió que todo rastro de mancha desapareciera… pero también el maquillaje completo en ese lado de la cara.

—Te miro así y me cuesta reconocerte –dijo con una sonrisa.

—Ja, lo mismo me pasa cuando te veo a la luz del sol.

—¿Deslumbrado por mi belleza? –Rió abiertamente al respecto y ambos se levantaron. Problema solucionado. No, nuevo problema a la vista; Tom y George; ambos lucían como vecinas de barrio o lo que era lo mismo, como interesados en el melodrama que habían protagonizado.

Ambos suspiraron con cansancio; soportar a George con el humor que se cargaba en esos instantes, era una tarea pesada.

 

Bill se encontró balbuceando excusas tontas mientras descansaba sobre su vientre, desnudo y con tres dedos de Tom frotando con insistencia su interior. Su otra mano estrujaba una de sus nalgas a un lado y se deslizaba por sus caderas hasta tocar con insistencia uno de sus muslos y deslizarse a su interior. Sin mucha delicadeza, pellizcaba la suave piel interna y a Bill no le quedaba nada más que abrir las piernas y sentirse extremadamente vulnerable.

Observado, era la palabra, pero como si con ello pudiera evitarlo, cerraba sus propios ojos con fuerza y jadeaba contra la almohada en la que su cabeza descansaba.

La habitación daba vueltas y no por ebriedad. No la del alcohol. En sí, estaba borracho, pero de Tom. Achispado hasta la saciedad de sus toques suaves en un principio y la rudeza que le siguió.

Esa fuerza desmedida que le hacía contraer los músculos y maldecir entre dientes el no haberse sabido controlar. Ahora estaba en un punto donde dar vuelta atrás podría desatar una trifulca ya anunciada.

—Ugh –musitó. Sus puños aferrando el borde del colchón y su hermano a él. Era la ley de la cadena.

—Está bien. –Tom lo afirmó, no preguntó. Se removió con cuidado detrás de él y sacó sus dedos, dejando una sensación de pérdida en Bill que parecía muy cercana al vórtice que se formaba en la parte baja de su vientre.

Lo cierto que es que nada lo estaba.

Bill se encontraba asustado y aunque fuera algo extraño, dado lo sensible que estaba en esos días, no lloraba en esos momentos. Sus ojos estaban realmente secos y su interior paralizado. El momento había llegado tras un tiempo indefinido entre el beso que le había dado a su gemelo y que había iniciado todo, a lo que iba a ocurrir.

Iba… Tom tocaba la parte baja de su espalda y la piel que sus dedos rozaban estaba con una ligera película de sudor frío. Bill se estremecía presa del terror y eso bastaba para detenerle.

Permaneció expectante unos segundos y la culpa le invadió.

—No quieres.

—No… —El menor cerró sus piernas con lentitud y los músculos de su cuerpo parecieron tensarse en conjunto.

—Simplemente… —Tom lo pensó poco. El rechazo dolía y no lo había experimentado suficientes veces en un pasado como para saber manejarlo; escupió las palabras—. Jódete.

—Tomi… —Murmuró, dándose vuelta y encontrando que ya no estaba ahí. Se había bajado de la cama y recogía su ropa regada por todos lados con una prisa inusitada—. Ven aquí… Por favor –suplicó, extendiendo la mano.

Lucía roto. Estaba desnudo y su cabello era una maraña por encima de su cabeza. Sus ojos enormes y el rictus de quien puede morir de tristeza en cualquier momento y que ese instante es el ya en tiempo presente.

—Jódete, Bill –repitió.

—Eso ya lo dijiste. –Ambos quedaron en silencio, contemplándose desde sus posiciones y presas de sus desazones particulares. Bill por Tom y Tom por Bill. Era sencillo, pero la manera de expresarlo era tan distinta. Pese a ser gemelos, eran tan distintos que ocasionaba situaciones como esas.

Quien de nuevo lloró fue el menor. Y se recriminó mentalmente por ello. Ya era demasiado estar sensible, y que además Tom demostrara lo mucho que su reciente sensiblería se manifestara por todos lados.

De un manotazo se limpió el rostro y se incorporó con lentitud. Se sentó en el borde de su cama y colgó sus pies por el borde de ésta. Sólo entonces miró de nuevo a su hermano y el gesto de desprecio con el que le contemplaba no había cambiado en lo más mínimo. Era hosquedad pura y no estaba de ánimos para lidiar con ello.

—Si te quieres ir, la maldita puerta es lo suficientemente grande para tu ego y para ti –masculló.

—Nadie habla de egos, reina del drama. –Extendió su pantalón y procedió a ponérselo. Al subirlo y abotonarlo, siguió con su camiseta.

—Yo no soy el que se muestra… —Apretó con fuerza sus puños cerrados en sus muslos  hizo lo posible por ignorar el dolor que sentía en el pecho.

—¿Irracional? No, ese eres tú. Yo… —Pasó la cabeza por el cuello y la acomodó con impaciencia—.Yo no sé que carajos vine a hacer aquí.

—Has venido por voluntad –musitó Bill.

—Sí y por eso mismo no lo sé. ¡Sencillamente, no lo sé!

La furia de Tom se evaporó con ello. La de Bill también, pero quedaban heridos uno frente al otro y el silencio que ninguno de los dos se atrevía a romper, exacerbaba la sangre que podía o no correr de éstas.

—No hemos hablado aún.

El que lo dijo fue Tom, pero mentalmente, Bill saboreaba ya las palabras. Era cierto. Tenían una charla pendiente y era el momento adecuado para ella. Parecía, pero lo cierto es que no se sentía como tal.

No en esa habitación y no estando vivos o en esa vida. No en ese universo. No con palabras. Ni acciones. No parecía poder ser expresado, fue lo que fuese, de otra manera que no fuese con los besos que Bill daba a Tom y que no permitían nada más. Sus labios estaban vedados al ruido mundanal.

—Parece incorrecto –comenzó Bill—, como si decirlo pudiese arruinarlo. Va a echarlo a perder.

—Sea lo que sea, está yéndose a la mierda… —se descruzó de brazos en la postura defensiva en la que estaba y se acercó a Bill de manera tan silenciosa que éste no se dio cuenta en qué momento Tom se apoyaba sobre sus piernas desnudas y colocaba su barbilla en sus rodillas. Sólo le quedó el gesto de tocar su cabeza y encontrar las palabras necesarias para explicarse.

—Me… puse celoso. ¿Recuerdas? –Tom asintió—. Es todo.

—¿De qué hablas? –Tom sonó de pronto exasperado—. ¿Es todo? ¡Todo qué, por Dios! Te pones celoso por, no sé, una chica con la que duermo y de pronto estamos los dos enredados en… en esto que tú has conseguido con tus… Oh Bill, no jodas. No seas tú por una vez y…

—No era una chica. –Su hermano le miró sin entender; alzó una ceja para expresar su interrogante—. Zara –murmuró, pero de cualquier modo, Tom parecía confuso.

—¿De qué hablas? –Cuestionó al fin.

—Del  maldito travestí con el que te acostaste –dijo al fin—. Se llamaba Zara, pero ni el nombre averiguaste. De eso hablo Tom, pues qué creías. –De nueva cuenta presionaba sus uñas contra las palmas de su mano y se desmoronaba; la rectitud de su espalda daba pie a un quiebre que lo hacía poner la frente en sus rodillas y sollozar de manera incontrolable. Se rompía, dolido del todo.

—Sigues con eso –masculló Tom. Quiso quitar importancia al hecho, pero no le iba a salir la jugada, no con su gemelo abriendo la tapadera de su corazón y dejando salir la amargura que lo invadía.

—Sigo y seguiré. Eso no quita lo que tú hagas, pero… —Murmuró, consumido en lágrimas y con la boca contraído del todo. El rostro igual—. Es que… duele que lo hagas, Tom. Y luego de pronto, qué, las cosas se solucionan y te tengo aquí y estás así y yo… Desnudo, ¿por qué? Estuvimos a punto de… ¿Te das cuenta de eso? ¿De lo grave que puede ser? Pero yo sólo sigo celoso, porque después de esto te puedes ir igual y alejarte del todo, más… Como si fueras a olvidar mi nombre o algo peor…—Iba a morir de miseria si tenía que seguir hablando al respecto, pero era importante aclararlo. Lo tenía firme en mente, pero Tom lo silenció con su suave toque.

Estrechó sus manos y le hizo abrir sus puños. El ardor que siguió a ello le hizo soltar un suspiro de alivio que no era sino un gesto de agradecimiento.

—Ya basta con eso. Te estás lastimando.

—Tú me lastimas, idiota. –Esbozó una pequeña sonrisa, pero el hecho de contraer sus ojos provocó que una nueva lágrima resbalara por su rostro—. Podemos hacerlo, ¿sabes?... Si aún quieres, podríamos… —Dejó el tentador ofrecimiento al aire.

—No se me pondría dura ni aunque mi vida dependiera de ello. –Limpió su cara y se abrazó a su cintura, aún desde el suelo.

Se quedaron así unos momentos antes de que Bill decidiera que su valor podía escapar volando en cualquier momento.

—¿Hemos hablado ya? –Preguntó con suavidad.

—No, pero está bien así. Por el momento basta con esto. –Tom hundió su nariz en el regazo de Bill y besó el hueso de su cadera. Se ciñó con más energía en torno a su cintura y lo afirmó de nueva cuenta—: estamos realmente bien de esta manera.

A Bill no le quedó muy claro si se refería a la postura o al cambio que su relación fraternal podía tomar, pero lo tomé de manera literal. “Estaba bien”. Todo entre los dos estaba bien y era lo que contaba al menos de momento. Lo que viniera después, bien podía esperar.

—Te quiero, Tomi –dijo de pronto. Tragó con fuerza—. Pero Zara no era una chica y yo tampoco…

—¿Si te digo que te quiero, te olvidas de eso?

Bill lo consideró, pero era una broma por parte de su hermano. Tom se lo hizo saber con un nuevo beso, esta vez en su pecho. Lo sorprendió incorporándose del todo y haciéndole caer contra la cama. Con ojos turbios lo calló y aunque realmente no lo dijo, y no pronunció palabra en lo que restó de su noche juntos, todo quedó flotando en el aire de manera ambigua.

 

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