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Lo azul por Marbius

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Como el cielo

 

Aún despierto pese a que el castillo se encontraba sumido en penumbras y silencio, Tom no encontraba la fuerza de voluntad para apartarse de la ventana y dejar de mirar el mar.

La época de tifones estaba en pleno apogeo. El océano que contemplaba se encontraba embravecido y las olas rompían en la costa produciendo un estruendo que recordaba perfectamente.

Una semana antes, estaba sumergido en esa misma agua, flotando a la deriva, sólo esperando una muerte segura al ahogarse. Por designios divinos o simple azar, ahora vivía. No podía estar más agradecido. La segunda oportunidad le brindaba más aprecio por la vida que llevaba.

Por desgracia, no sólo aquellos terribles recuerdos eran los que le habían quedado. Con el pasar de los días y una recuperación casi milagrosa de la salud, también las memorias volvían.

De pronto, despertar en la noche completamente aturdido y con la firme convicción de encontrarse perdido en medio de la tormenta era de lo más común. No volver a dormir por una desazón que el tener conocimiento de la fatalidad otorgaba, también era comprensible.

Pero incluso contra todo pronóstico negativo, latente bajo la propia superficie de sus memorias, se encontraba un recuerdo más que hasta aquella noche, había permanecido olvidado.

Cabello negro.

Tom no recordaba mucho. En sus sueños, la angustiante sensación de desvanecerse en el mar que inevitablemente lo engullía en sus profundidades. Las pesadillas no dejaban cabida para más. El terror de lo desconocido, las penumbras y la muerte le bastaban para despertar temblando y cubierto por una fina capa de sudor.

Excepto aquella noche. Su sueño había dado un giro distinto cuando al estar de punto de despertar, la evocación de verse sujeto desde atrás por dos brazos y haber roto la superficie del mar tras largos segundos sin aire qué respirar.

Más allá de haberse encontrado con Andreas sujetos al barril y luego la ola que lo había separado del joven marinero, poco podía rememorar. Los siguientes fragmentos eran inconexos; la debilidad y el frío lo habían colocado en su estado cercano a la muerta. Le siguiente que recordaba era encontrarse en la tibia arena y arrullado por la suave voz de alguien que cantaba.

De ahí, cabello negro. Cabello largo que anheló tocar mientras era mecido al son de una vieja nana que recordaba de cuando era un niño.

Luego nada.

Abandonando su sitio a la ventana, sin molestarse en cerrar las cortinas, volvió a la cama. El sueño, por muy poco que fuera, quizá lo reconfortaría.

 

Escondido detrás de los arrecifes de coral que bordeaban la costa de aquellas tierras, Bill observaba la tenue figura que desaparecía.

Sabía, que al menos hasta al día siguiente, no volvería a aparecer.

—¿Contento ya? –Preguntó Gustav con malhumor al hacer sonar sus patitas sobre el coral—. Tenemos días haciendo esto, ¡días! Si su Majestad el Rey lo descubre merodeando cerca de los humanos –se estremeció— no quiero ni pensar lo que nos haría.

Bill no dijo nada; en su lugar, se mordió el labio inferior.

Con esa, era la séptima noche que pasaba fuera de la superficie. El pequeño cangrejo tenía razón de decir que su padre se pondría furioso, no sólo de enterarse de que rompían la regla de emerger al exterior, sino también la más importante, evitar el contacto con los humanos.

Claro que por contacto, el joven tritón y su padre diferían mucho en cuanto a la definición. Para Jörg, hasta la simple mención de ‘aquellas criaturas inmundas que caminaban en dos patas’ ya era ofensa suficiente, ni hablar de haber salvado a una.

—Bill, hora de irnos –lo golpeó con la cabeza Georg, al nadar contra su costado—. Ya se ha ido…

El joven tritón volvió a contemplar aquella ventana. Confundido, le costó más de lo que pensaba, un poco más siempre que la noche anterior y que la anterior a esa, el darse media vuelta y nadar de vuelta a las profundidades.

 

Una luna pasó. Las mareas se salieron de su orden y volvieron a él. La vida continuó.

Para todos excepto para Bill.

Como cada noche, emergía a la superficie, tomaba su lugar y elevaba los ojos al punto más alto de aquel castillo. Apoyado la cabeza entre sus manos, pasaba horas en completo silencio siempre esperando volver a ver a aquel humano al que se había aficionado tanto.

No podía encontrar una palabra para definirlo mejor. En cierto modo, deseaba ver que se encontraba bien, que después de haber estado a punto de ahogarse, podía seguir con su vida. Claro que aquella excusa se le había acabada desde el día en que dejó de verlo, suponía él, porque ya no tenía motivos para estar mirando la luz de la luna.

Lo que no le impedía perder esperanzas de volverlo a ver. Por ello, seguía regresando.

—¿Sabes qué digo yo, eh? ¡Que tanto aire te ha podrido el cerebro! ¡Eso digo! –Refunfuñaba Gustav, que como era su obligación, lo acompañaba. Noche tras noche, iba con el joven tritón, preocupado de que si no iba, no se aseguraría de verlo regresar. De poder, Bill se quedaría postrado ahí hasta convertirse en una estatua de sal.

—No seas tan duro, Gus –susurró Georg, saltando fuera del agua unos segundos—. Bill sólo… Sólo quiere verlo.

Gustav agitó las tenazas amenazador. La simple mención de que el príncipe salía cada noche fuera del mar por un humano era ridícula. ¡Blasfemia!

—Cuando Su Majestad se entere, oh, serás el primero en ser…

—Shhh, los dos –los amonestó Bill salpicando el agua. No que alguien más pudiera entenderlos. El lenguaje que los tres hablaban era confundido con el rumor del oleaje en el mejor de los casos. Los humanos podían simplemente dejarlo pasar sin más, pero igual, Bill quería silencio—. Nadie se va a enterar de que estamos aquí.

—Eso no lo sabes –gruñó Gustav con un nuevo golpetear de tenazas.

—Bueno, tampoco me importa. –Apretando la mandíbula, Bill se sumergió en el agua y desapareció. Por aquella noche, suficiente. Estaba harto.

Igual, el desconocido no iba a salir. No tenía razones de quedarse.

 

—Bill, vamos, ya dije que lo siento… —Georg nadó por encima del cuerpo de Bill y revoloteó en torno de él sin obtener gran resultado. Recostado sobre una roca, Bill tenía la vista fija en la arena. Jugueteaba con ella tomando puñados que dejaba deslizar entre sus dedos—. Gustav tampoco hablaba en serio. Ya sabes como es… ¿Bill? –Con la nariz, Georg empujó a Bill en la espalda, obteniendo la primera reacción del día.

—Olvídalo, ni siquiera estoy molesto por eso –murmuró Bill al mirar por encima de su hombro y ver que Georg no entendía—. No es nada, en serio –le aseguró.

—Gustav dijo que…—Georg nadó en los alrededores buscando oídos indiscretos; Bill, al ver que era serio, prestándole atención de pronto—. Que quizá…

—¿Quizá? –El tritón arqueó una ceja.

—Dijoqueactuabascomosiestuvierasenamorado –dijo de golpe el pececillo—. Perdón –se disculpó al ver que Bill abría la boca y burbujas de aire se le formaban.

—Yo no… A mí no… —Bill se sonrojó—. Ese humano no me… Uhm, no. –Se cruzó de brazos—. No –repitió, más para sí mismo que para Georg que tratable animarlo haciendo piruetas.

Aunque si era honesto, si lo consideraba un poco, sólo como una idea descabellada… Negó con la cabeza, asustado de la magnitud que sería como problema. Gustav le arrancaría la cola con las pinzas, por no hablar de lo que su padre haría de enterarse.

Lo que si lo pensaba bien, valía la pena… —Poseidón me salve… —Musitó al darse cuenta de que Gustav no estaba tan desencaminado en sus suposiciones.

—Si el joven príncipe nos permite decirlo… —Murmuró una figura entre las algas.

—… Nuestro señor podría ayudarlo –finalizó otra voz.

Bill se acercó con curiosidad para retroceder asqueado ante la visión de dos anguilas retorciéndose juntas. Las dos careciendo de un ojo; pérdida que compensaban manteniendo las cabezas romas unidas.

—¿D-De que hablan? –Tartamudeó el tritón, no muy convencido de fiarse, pero igual intrigado. Si aquel par ya lo habían escuchado, no perdía nada con saber más.

—Dos piernas –sisearon a coro. Bill atinó a fruncir los labios.

—Vámonos, Bill –suplicó Georg al colocarse detrás del adolescente y esconder la cabeza.

—Nuestro amo es un hechicero poderoso –se retorció una de las anguilas sobre el pedregoso suelo. Nadando en círculos, acabó por posarse más cerca de Bill que de lo que éste deseaba—. Cualquier deseo…

—Anhelo –secundó su compañera al seguirla, la cabeza triangular de un verde asqueroso.

—Lo que sea… —Volvieron a sisear por lo bajo.

Juntando las cuencas vacías en una lucha por la resistencia, enrolladas juntas en un abrazo que resultaba perturbador.

—Él lo sabe todo…

—Él puede cumplir tu…

—… Deseo –volvieron a hablar en coro.

Bill no tuvo tiempo de considerarlo, no cuando Georg gritó aterrorizado, entendiendo al fin de quién hablaban. –Pero él… —Las aletas le temblaban—. Él fue exiliado… El Rey Jörg le prohibió volver…

—¿Quién? –Bill le ignoró. Las anguilas enrollándose en la cola con cuidado en una danza cadenciosa. No se dio cuenta del peligro hasta que se encontró rodeado y mirando de fijo las dos cabezas unidas que tenía a escasos centímetros del rostro.

—Bushido –enfatizaron con una sonrisa que mostró sus dientecillos afilados—. Lo que pidas, lo que desees, hasta tu último anhelo, él lo puede hacer realidad… Lo hace realidad…

El tritón se estremeció. Sin un segundo pensamiento, tomó a Georg y se alejó nadando lo más rápido posible. Aquel par lo asustaba, pero más lo aterraban las ideas que lo asaltaban cada que la posibilidad de ver cumplidos sus deseos ofrecía.

 

—Padre, yo… —Bill retrocedió cuando su padre, imponente en toda su furia, le lanzaba todos los objetos que encontraba a mano.

Todo aquello para lo que no encontraba nombre y que coleccionaba del cementerio de barcos hundidos, roto o inservible luego de ser destruido. El ver su preciada colección sufrir aquel daño, produciéndole la amarga sensación de querer llorar.

—¡Humanos! Tú y esa obsesión tuya tienen que llegar a un fin –bramó Jörg al tirar los pequeños adornos con los que Bill decoraba su alcoba—. No quiero nada de su basura en mi reino, ¡ni una!

—Pero… —Bill se lanzó sobre Jörg, tomándolo de los brazos para impedir que continuara—. No, no, padre, por favor… No los rompas, padre, te lo suplico.

El Rey lo ignoró.

De aquella habitación, quedaron sólo vestigios cuando al fin el soberano del océano abandonó a su hijo sumido en el más amargo de los llantos.

 

Sumido en la contemplación de aquella ventana, Bill apenas si fue consciente de las dos figuras que se le acercaron aquella madrugada. Unidas en malevolencia, se le enrollaron en torno a la cintura antes de que pudiera escabullirse.

—Nuestro señor manda sus más sentida condolencias –dijo una de las anguilas. Bill se la intentó apartar sin éxito, asqueado de estarla tocando con su piel escurridiza.

—Una pérdida terrible –secundó la otra al cruzar la espalda del tritón y unir la cuenca vacía con la de su hermana—. Una injusticia…

Bill dejó de luchar viendo que oponer resistencia las incitaba a sujetarlo con más fuerza. —¿Qué quieren? –Preguntó con repugnancia en la voz.

—Ofreceros una oferta…

—… Que no podréis resistir…

El tritón respiró aliviado al ver que el agarre se aflojaba. Las dos anguilas aún juntas cuando él salía del agua y se sentaba encima de la roca que sobresalía en las costas. El océano en calma, la marea subiendo y el tiempo de desaparecer cada vez más cerca. Como era de suponerse, el ocupante de aquella ventana no se había vuelto a mostrar.

—¿Qué es? –Bill acercó el rostro de vuelta al mar, donde las anguilas parecían encontrar su medio vital. Sólo dos palabras: “Dos piernas”. Luego desaparecieron.

 

—Idiota, idiota, idiota. ¿Dos piernas? ¿Y para qué, en nombre de todas las criaturas del mar, te sirven dos piernas? ¡Piernas! –Decía Gustav al intentar disuadir a Bill de visitar al brujo del mar.

Exiliado por el rey Jörg, su morada se encontraba bajo los arrecifes, en aquel lugar donde la luz era escasa y la ley del más fuerte gobernaba. Ningún tritón o sirena en su sano juicio se atrevería a bajar ahí si no era por una de dos razones: Ignorancia o desesperación. Gustav acusaba al príncipe de ambas.

Antes de que pudiera decir más, las guías, las mismas anguilas de siempre, señalaron con la cola a un punto en la distancia. Apenas visible por la falta de luz, la entrada de una cueva se dibujaba entre el fondo pantanoso que plagado de huesos, permanecía en completa paz.

—Bill, aún podemos regresar –intentó disuadir Georg al tritón sin mucho éxito.

Nadando el último tramo con renovados bríos, Bill al fin alcanzó la entrada. Cuidando de no tocar nada por el asco supremo que le inspiraba aquel lugar, permaneció en un rincón, cohibido de hacerse notar.

—Mi señor –hablaron las anguilas al pasar por ambos lados de Bill, rozándose contra su cuerpo e ignorando el chillido de aversión que el tritón profería, para irse a enrollar al cuello de su amo.

—Visitas –las interrumpió el brujo al dejar su guarida y salir a recibir a aquellos tres.

—Y-Yo… —Intentó Bill vencer su terror sin éxito—. Yo vine porque…

—Tienes un deseo que yo puedo cumplir, ¿no es así? –Adivinó Bushido. Avanzando desde la penumbra de su cueva, se dejó revelar a la escasa luz que reinaba en el lugar. Lo primero de él que se mostró, fueron los ojos y los dientes, ambos de un resplandeciente color nácar que daba a su rostro oscuro un brillo tenebroso conforme las sombras se le amoldaban.

Un brazo largo con ventosas sujetó a Bill, quien hizo lo posible por no nadar de regreso al verse atrapado en un abrazo más allá de lo soportable.

—El joven príncipe no quiere nada, ¡nada! ¿Me has oído, alimaña? –Se embraveció Gustav al saltar de encima de Georg y usar sus tenazas en un burdo intento de defensa. Bushido lo lanzó lejos con un manotazo de aquellos tentáculos que parecían brotarle del cuerpo.

—¿En qué estábamos? ¡Ah sí, mi príncipe! Su deseo –retomó con lambisconería, ignorando que Bill temblaba al ver aquella boca más cerca de él—. No tiene de qué temer. Sido y Chakuza no mentían en lo más mínimo al decir que puedo cumplir vuestro deseo…—Acarició las cabezas de las anguilas—. ¿No es así, mis lindos bebés?

Bill tragó saliva. —¿Mi deseo? ¿De verdad?

—Un deseo fácil –chasqueó los dedos.

—Uhm, no creo que…—Bill se removió incómodo en aquel abrazo.

—Mentiroso… —Las anguilas se desenrollaron de Bushido para sujetar a Bill por los brazos y colgarlo del techo de la cueva.

—N-no lo to-toquen-n –chilló Georg en un acto de valentía que lo tuvo clavado al muro bajo uno de los brazos de Bushido—. Bill, no lo hagas. No…

—Silencio –bramó Bushido con exasperación—. Ahora –prosiguió, usando la mano para sujetar la quijada de Bill—, negocios son negocios. Has venido por un trato. Yo te concedo tu deseo, tú me pagas por él, ¿entendido? –Ignoró el mutismo de Bill—. Entenderé que sí.

—No quiero nada –musitó el tritón. El dolor en las muñecas insoportable. Las anguilas se limitaban a apretar más de la cuenta.

—Yo creo que sí –murmuró Bushido, recorriendo con un dedo largo y resbaloso la curva de la mejilla de Bill. La mano descendió por el cuello hasta el pecho; una pirueta en torno al sonrosado pezón antes de descender más—. Habla o…

Bill tembló de cuerpo completo. Expuesto, posó los ojos en Georg y luego en Gustav, ambos convencidos de que su terquedad traería problemas, pero igual con él. Ahora heridos, no mereciendo nada de aquello. –Quiero dos piernas –musitó—. Quiero caminar como un humano, vivir como tal… —Pidió con un hilo de voz.

El agarre que lo mantenía sujeto se aflojó cuando las anguilas se le deslizaron por los brazos y se le enroscaron una en torno al cuello y la otra a la cintura. Conteniéndose de huir nadando, cerró los ojos para no verlas con aquellas sonrisas de dientes afilados.

—Concedido, dulzura –respondió Bushido.

Bill apenas fue consciente del dolor que lo partió en dos cuando un dedo afilado como daga se le clavó en el ombligo. Descendiendo con una insoportable lentitud, pronto se vio incapaz de soportar más y empezó a gritar. Las manos se le crisparon en puños y se sostuvo gracias a las anguilas que lo volvieron a alzar por encima del suelo.

—Un poco más –lo arrulló Bushido.

Para cuando terminó, Bill no fue capaz de ver el resultado. Desvanecido en el suelo de la caverna, un desastre de brazos y piernas que no podían sostenerlo, abrió la boca para dejar salir sólo burbujas.

—Mi pago –dijo Bushido sin ninguna emoción. Hincado ante la delicada figura del adolescente, presionó ambas manos en la garganta con fuerza—. He oído decir que tienes la voz más hermosa del océano –pasó por alto las uñas que le arañaban los brazos; un intento de su dueño por liberarse—, así que la tomaré como compensación por mis servicios. —Apenas terminó, soltó una carcajada.

Bill no entendió el motivo hasta que intentó respirar y el agua salada le hizo arder los pulmones. Ahora que era humano, imposibilitado de seguir bajo el océano.

Los dientes de Bushido resplandecieron en la oscuridad. —¿No te lo dije? Necesitas aire para vivir. Justo como cualquier ser humano…

El tritón de presionó los dedos en torno a la tráquea, desesperado por respirar. Avanzando con torpeza por el costado de la cueva, se desplomó sin remedio.

—¡¿Qué le hiciste?! –Chilló Georg al nadar a donde estaba Bill y golpear la cabeza contra su costado—. Bill, ¡Bill! ¡Despierta!

—Aire –canturrearon las anguilas por encima del cuerpo desfallecido—. O respira o muere, o respira o muere…

—Está muy débil para nadar –dictaminó Bushido, casi con aburrimiento en el tono de hablar—. Y esas piernas suyas no le van a ayudar para nada. Mi parte del trato está hecho, es una lástima que no vaya a sobrevivir para contarlo…

Sin pensarlo dos veces, Georg se lanzó con Bushido, una idea descabellada en su cabeza.

—Quiero ser humano –gritó—. Pagaré lo que sea, yo…

—¡Georg! –A paso lento y con las patitas lastimadas, Gustav se postró a su lado, ambos bajo la mirada subyugadora de Bushido—. Yo también quiero ser humano.

—No saben lo que piden, mi amo –siseó una de las anguilas en el oído del hechicero.

—Silencio, Chakuza –la mandó callar Bushido—. Voy a conceder su deseo… Pero a cambio… —Los labios se le curvaron en una sonrisa cruel—. Lamentarán esta decisión el resto de sus días…

 

—Bill, despierta, Bill…

El tritón luchó contra la opresión en el pecho al aspirar con fuerza y permitir que al aire inundara sus adoloridos pulmones. La tos lo atacó para recordarle cuán nueva era aquella acción para él.

Abriendo los ojos al nuevo despertar, lo primero que vio fue el cielo azul que desde la perspectiva en la que se encontraba, jamás había visto tan hermoso. Aún teñido con los tonos rosas del amanecer, lo cautivó como nunca antes.

Sólo entonces la revelación de estar fuera del mar y lo acontecido en la cueva de Bushido lo hizo recordar todo. El deseo, las piernas, aquel dolor, la nada…

Sentándose de golpe, se encontró rodeado por un par de fuertes brazos que lo estrujaban hasta el punto de hacerlo esbozar una mueca de incomodidad.

—Bill, oh, me alegro que estés bien… —Esa voz…—. Pensamos que no… Que tú no…

La boca del tritón se abrió de golpe.

—¿Georg…? –Tragó saliva cuando el desconocido se apartó un poco y lo examinó bien. Con ojos verdes y cabello castaño que se ondulaba, lo miraba con tal devoción que al instante supo de quién se trataba sin posibilidad de error—. ¿En serio eres tú?

El pescadito, ahora convertido en hombre, asintió con rubor en las mejillas. –Soy yo –confirmó con la misma voz que el tritón conocía.

Bill sólo se dejó caer en la arena. El cielo por encima de su cabeza, clareando más y más…

 

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